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En sus libros, Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) ha desarrollado una prosa inconfundible que ha merecido algunos de los premios más importantes del territorio hispanoamericano: el Xavier Villaurrutia, el Mazatlán, el Jorge Herralde, el Vázquez Montalbán, el Internacional de Periodismo Rey de España y el José Donoso; asimismo, desde 2014 es miembro de El Colegio Nacional. Entre sus obras se encuentra la novela El testigo, las crónicas de Safari accidental, los ensayos de Efectos personales y el libro infantil El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica . Editorial Almadía ha publicado su novela Llamadas de Ámsterdam (2007), las crónicas de Palmeras de la brisa rápida (2009), 8.8: El miedo en el espejo (2010) y El vértigo horizontal (2018), los libros de cuento Los culpables (2007), ¿Hay vida en la Tierra? (2012), El Apocalipsis (todo incluido) (2014) y La casa pierde (2017), el libro infantil El fuego tiene vitaminas (2014), ilustrado por Juan Gedovius, las fábulas políticas de Funerales preventivos (2015), acompañadas por caricaturas de Rogelio Naranjo, y el monólogo teatral Conferencia sobre la lluvia (2013).

Títulos en Narrativa

CAMERON

Hernán Ronsino

LOS ACCIDENTES

Camila Fabbri

PAJARITO

Claudia Ulloa Donoso

LAS INCREÍBLES AVENTURAS
DEL ASOMBROSO EDGAR ALLAN POE
INFRAMUNDO
LA OCTAVA PLAGA
TODA LA SANGRE
CARNE DE ATAÚD
MAR NEGRO
DEMONIA
LOS NIÑOS DE PAJA

Bernardo Esquinca

LOS QUE HABLAN
CIUDAD TOMADA

Mauricio Montiel Figueiras

UNA NIÑA ESTÁ PERDIDA EN SU SIGLO
EN BUSCA DE SU PADRE
APRENDER A REZAR EN LA ERA DE LA TÉNICA
CANCIONES MEXICANAS

EL BARRIO Y LOS SEÑORES
JERUSALÉN
HISTORIAS FALSAS
AGUA, PERRO, CABALLO, CABEZA

Gonçalo M. Tavares

AUSENCIO

Antonio Vásquez

LODO
EL HOMBRE NACIDO EN DANZIG
MARIANA CONSTRICTOR
¿TE VERÉ EN EL DESAYUNO?

Guillermo Fadanelli

EL VÉRTIGO HORIZONTAL
LA CASA PIERDE
EL APOCALIPSIS (TODO INCLUIDO)
¿HAY VIDA EN LA TIERRA?
LOS CULPABLES
LLAMADAS DE ÁMSTERDAM

Juan Villoro

LAS TRES ESTACIONES
BANGLADESH, OTRA VEZ

Eric Nepomuceno

PÁJAROS EN LA BOCA Y OTROS CUENTOS
DISTANCIA DE RESCATE

Samantha Schweblin

TIEMBLA

Diego Fonseca (editor)

LA INVENCIÓN DE UN DIARIO

Tedi López Mills

EN EL CUERPO UNA VOZ

Maximiliano Barrientos

PLANETARIO

Mauricio Molina

OBRA NEGRA

Gilma Luque

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LOS
CULPABLES

de Juan Villoro
se terminó de
imprimir
y encuadernar
en agosto de 2019,
en los talleres
de Litográfica Ingramex S.A. de C.V.,
Centeno 162­1,
Colonia Granjas Esmeralda,
Delegación Iztapalapa,

Ciudad de México.

Para su composición tipográfica se emplearon las familias Bell MT de 11:14 y
Steelfish de 37:37 y 30:30. El diseño es de Alejandro Magallanes.

El cuidado de la edición estuvo a cargo de Dulce Aguirre.
La impresión de los interiores se realizó sobre papel Cultural de 75 gramos.

JUAN
VILLORO

LOS
CULPABLES

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JUAN
VILLORO

LOS
CULPABLES

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NARRATIVA

DERECHOS RESERVADOS

© 2007 Juan Villoro
© 2019 Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.

    Avenida Patriotismo 165,
    Colonia Escandón II Sección,
    Delegación Miguel Hidalgo,
    Ciudad de México,
    C.P. 11800

       RFC: AED140909BPA

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www.facebook.com/editorialalmadía
@Almadía_Edit

Primera edición en Editorial Almadía S.C.: septiembre de 2007
Primera reimpresión: octubre de 2007
Segunda reimpresión: abril de 2008

Tercera reimpresión: marzo de 2012
Cuarta reimpresión: enero de 2013

Quinta reimpresión: junio de 2013
Sexta reimpresión: marzo de 2014
Primera edición en Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.: julio de 2016
Segunda edición: agosto de 2019

ISBN: 978-607-8667-67-3

En colaboración con el Fondo Ventura A.C. y Proveedora Escolar S. de R.L.
Para mayor información: www.fondoventura.com
y www.proveedora-escolar.com.mx

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Quien calla una palabra es su dueño;
quien la pronuncia es su esclavo.

KARL KRAUS

ÍNDICE

MARIACHI

PATRÓN DE ESPERA

EL SILBIDO

LOS CULPABLES

EL CREPÚSCULO MAYA

ORDEN SUSPENDIDO

AMIGOS MEXICANOS

MARIACHI

–¿Lo hacemos? –preguntó Brenda.

Vi su pelo blanco, dividido en dos bloques sedosos. Me encantan las mujeres jóvenes de pelo blanco. Brenda tiene 43 pero su pelo es así desde los 20. Le gusta decir que la culpa fue de su primer rodaje. Estaba en el desierto de Sonora como asistente de producción y tuvo que conseguir 400 tarántulas para un genio del terror. Lo logró, pero amaneció con el pelo blanco. Supongo que lo suyo es genético. De cualquier forma, le gusta verse como una heroína del profesionalismo que encaneció por las tarántulas.

En cambio, no me excitan las albinas. No quiero explicar las razones porque cuando se publican me doy cuenta de que no son razones. Suficiente tuve con lo de los caballos. Nadie me ha visto montar uno. Soy el único astro del mariachi que jamás se ha subido a un caballo. Los periodistas tardaron 19 videoclips en darse cuenta. Cuando me preguntaron, dije: “No me gustan los transportes que cagan”. Muy ordinario y muy estúpido. Publicaron la foto de mi BMW plateado y mi 4x4 con asientos de cebra. La Sociedad Protectora de Animales se avergonzó de mí. Además, hay un periodista que me odia y que consiguió una foto mía en Nairobi, con un rifle de alto poder. No cacé ningún león porque no le di a ninguno, pero estaba ahí, disfrazado de safari. Me acusaron de antimexicano por matar animales en África.

Declaré lo de los caballos después de cantar en un palenque de la Feria de San Marcos hasta las tres de la mañana. En dos horas me iba a Irapuato. ¿Alguien sabe lo que se siente estar jodido y tener que salir de madrugada a Irapuato? Quería meterme en un jacuzzi, dejar de ser mariachi. Eso debí haber dicho: “Odio ser mariachi, cantar con un sombrero de dos kilos, desgarrarme por el rencor acumulado en rancherías sin luz eléctrica”. En vez de eso, hablé de caballos.

Me dicen El Gallito de Jojutla porque mi padre es de ahí. Me dicen Gallito pero odio madrugar. Aquel viaje a Irapuato me estaba matando, junto con las muchas otras cosas que me están matando.

“¿Crees que hubiera llegado a neurofisióloga estando así de buena?”, me preguntó Catalina una noche. Le dije que no para no discutir. Ella tiene mente de guionista porno: le excita imaginarse como neurofisióloga y despertar tentaciones en el quirófano. Tampoco le dije esto, pero hicimos el amor con una pasión extra, como si tuviéramos que satisfacer a tres curiosos en el cuarto. Entonces le pedí que se pintara el pelo de blanco.

Desde que la conozco, Cata ha tenido el pelo azul, rosa y guinda. “No seas pendejo”, me contestó: “No hay tintes blancos”. Entonces supe por qué me gustan las mujeres jóvenes con pelo blanco. Están fuera del comercio. Se lo dije a Cata y volvió a hablar como guionista porno: “Lo que pasa es que te quieres coger a tu mamá”.

Esta frase me ayudó mucho. Me ayudó a dejar a mi psicoa nalista. El doctor opinaba lo mismo que Cata. Había ido con él porque estaba harto de ser mariachi. Antes de acostarme en el diván cometí el error de ver su asiento: tenía una rosca inflable. Tal vez a otros pacientes les ayude saber que su doctor tiene hemorroides. Alguien que sufre de manera íntima puede ayudar a confesar horrores. Pero no a mí. Sólo seguí en terapia porque el psicoanalista era mi fan. Se sabía todas mis canciones (o las canciones que canto: no he compuesto ninguna), le parecía interesantísimo que yo estuviera ahí, con mi célebre voz, diciendo que la canción ranchera me tenía hasta la madre.

Por esos días se publicó un reportaje en el que me comparaban con un torero que se psicoanalizó para vencer su temor al ruedo. Describían la más terrible de sus cornadas: los intestinos se le cayeron a la arena en la Plaza México, los recogió y pudo correr hasta la enfermería. Esa tarde iba vestido en los colores obispo y oro. El psicoanálisis lo ayudó a regresar al ruedo con el mismo traje.

Mi doctor me adulaba de un modo ridículo que me encantaba. Llené el Estadio Azteca, con la cancha incluida, y logré que 130 mil almas babearan. El doctor babeaba sin que yo cantara.

Mi madre murió cuando yo tenía dos años. Es un dato esencial para entender por qué puedo llorar cada vez que quiero. Me basta pensar en una foto. Estoy vestido de marinero, ella me abraza y sonríe ante el hombre que va a manejar el Buick en el que se volcaron. Mi padre bebió media botella de tequila en el rancho al que fueron a comer. No me acuerdo del entierro pero cuentan que se tiró llorando a la fosa. Él me inició en la canción ranchera. También me regaló la foto que me ayuda a llorar: Mi madre sonríe, enamorada del hombre que la va a llevar a un festejo; fuera de cuadro, mi padre dispara la cámara, con la alegría de los infelices.

Es obvio que quisiera recuperar a mi madre, pero además me gustan las mujeres de pelo blanco. Cometí el error de contarle al psicoanalista la tesis que Cata sacó de la revista Contenido: “Eres edípico, por eso no te gustan las albinas, por eso quieres una mamá con canas”. El doctor me pidió más detalles de Cata. Si hay algo en lo que no puedo contradecirla, es en su idea de que está buenísima. El doctor se excitó y dejó de elogiarme. Fui a la última sesión vestido de mariachi porque venía de un concierto en Los Ángeles. Él me pidió que le regalara mi corbatín tricolor. ¿Tiene caso contarle tu vida íntima a un fan?

Catalina también estuvo en terapia. Esto le ayudó a “internalizar su buenura”. Según ella, podría haber sido muchas cosas (casi todas espantosas) a causa de su cuerpo. En cambio, considera que yo sólo podría haber sido mariachi. Tengo voz, cara de ranchero abandonado, ojos del valiente que sabe llorar. Además soy de aquí. Una vez soñé que me preguntaban: “¿Es usted mexicano?”. “Sí, pero no lo vuelvo a ser”. Esta respuesta, que me hubiera aniquilado en la realidad, entusiasmaba a todo mundo en mi sueño.

Mi padre me hizo grabar mi primer disco a los 16 años. Ya no estudié ni busqué otro trabajo. Tuve demasiado éxito para ser diseñador industrial.

Conocí a Catalina como a mis novias anteriores: ella le dijo a mi agente que estaba disponible para mí. Leo me comentó que Cata tenía pelo azul y pensé que a lo mejor podría pintárselo de blanco. Empezamos a salir. Traté de convencerla de que se decolorara pero no quiso. Además, las mujeres de pelo blanco son inimitables.

La verdad, he encontrado pocas mujeres jóvenes de pelo blanco. Vi una en París, en el salón VIP del aeropuerto, pero me paralicé como un imbécil. Luego estuvo Rosa, que tenía 28, un hermoso pelo blanco y un ombligo con una incrustación de diamante que sólo conocí por los trajes de baño que anunciaba. Me enamoré de ella en tal forma que no me importó que dijera “jaletina” en vez de gelatina. No me hizo caso. Detestaba la música ranchera y quería un novio rubio.

Entonces conocí a Brenda. Nació en Guadalajara pero vive en España. Se fue allá huyendo de los mariachis y ahora regresaba con una venganza: Chus Ferrer, cineasta genial del que yo no sabía nada, estaba enamorado de mí y me quería en su próxima película, costara lo que costara. Brenda vino a conseguirme.

Se hizo gran amiga de Catalina y descubrieron que odiaban a los mismos directores que les habían estropeado la vida (a Brenda como productora y a Cata como eterna aspirante a actriz de carácter).

“Para su edad, Brenda tiene bonita figura, ¿no crees?”, opinó Cata. “Me voy a fijar”, contesté.

Ya me había fijado. Catalina pensaba que Brenda estaba vieja. “Bonita figura” es su manera de elogiar a una monja por ser delgada.

Sólo me gustan las películas de naves espaciales y las de niños que pierden a sus padres. No quería conocer a un genio gay enamorado de un mariachi que por desgracia era yo. Leí el guión para que Catalina dejara de joder. En realidad sólo me entregaron trozos, las escenas en las que yo salía. “Woody Allen hace lo mismo”, me explicó ella: “Los actores se enteran de lo que trata la película cuando la ven en el cine. Es como la vida: sólo ves tus escenas y se te escapa el plan de conjunto”. Esta última idea me pareció tan correcta que pensé que Brenda se la había dicho.

Supongo que Catalina aspiraba a que le dieran un papel. “¿Qué tal tus escenas?”, me decía a cada rato. Las leí en el peor de los momentos. Se canceló mi vuelo a Salvador porque había huracán y tuve que ir en jet privado. Entre las turbulencias de Centroamérica el papel me pareció facilísimo. Mi personaje contestaba a todo “¡qué fuerte!” y se dejaba adorar por una banda de motociclistas catalanes.

“¿Qué te pareció la escena del beso?”, me preguntó Catalina. Yo no la recordaba. Ella me explicó que iba a darle “un beso de tornillo” a un “motero muy guarro”. La idea le parecía fantástica: “Vas a ser el primer mariachi sin complejos, un símbolo de los nuevos mexicanos”. “¿Los nuevos mexicanos besan motociclistas?”, pregunté. Cata tenía los ojos encendidos: “¿No estás harto de ser tan típico? La película de Chus te va a catapultar a otro público. Si sigues como estás, al rato sólo vas a ser interesante en Centroamérica”.

No contesté porque en ese momento empezaba una carrera de Fórmula 1 y yo quería ver a Schumacher. La vida de Schumacher no es como los guiones de Woody Allen: él sabe dónde está la meta. Cuando me conmovió que Schumacher donara tanto dinero para las víctimas del tsunami, Cata dijo: “¿Sabes por qué da tanta lana? De seguro le avergüenza haber hecho turismo sexual allá”. Hay momentos así: Un hombre puede acelerar a 350 kilómetros por hora, puede ganar y ganar y ganar, puede donar una fortuna y sin embargo puede ser tratado de ese modo, en mi propia cama. Vi el fuete de montar con el que salgo al escenario (sirve para espantar las flores que me avientan). Cometí el error de levantarlo y decir: “¡Te prohíbo que digas eso de mi ídolo!”. En un mismo instante, Cata vio mi potencial gay y sadomasoquista: “¿Ahora resulta que tienes un ídolo?”, sonrió, como anhelando el primer fuetazo. “Me carga la chingada”, dije, y bajé a la cocina a hacerme un sándwich.

Esa noche soñé que manejaba un Ferrari y atropellaba sombreros de charro hasta dejarlos lisitos, lisitos.

Mi vida naufragaba. El peor de mis discos, con las composiciones rancheras del sinaloense Alejandro Ramón, acababa de convertirse en disco de platino y se habían agotado las entradas para mis conciertos en Bellas Artes con la Sinfónica Nacional. Mi cara ocupaba cuatro metros cuadrados de un cartel en la Alameda. Todo eso me tenía sin cuidado. Soy un astro, perdón por repetirlo, de eso no me quejo, pero nunca he tomado una decisión. Mi padre se encargó de matar a mi madre, llorar mucho y convertirme en mariachi. Todo lo demás fue automático. Las mujeres me buscan a través de mi agente. Viajo en jet privado cuando no puede despegar el avión comercial. Turbulencias. De eso dependo. ¿Qué me gustaría? Estar en la estratosfera, viendo la Tierra como una burbuja azul en la que no hay sombreros.

En eso estaba cuando Brenda llamó de Barcelona. Pensé en su pelo mientras ella decía: “Chus está que fli pa por ti. Suspendió la compra de su casa en Lanzarote para esperar tu respuesta. Quiere que te dejes las uñas largas como vampiresa. Un detalle de mariquita un poco cutre. ¿Te molesta ser un mariachi vampiresa? Te verías chuli. También a mí me pones mucho. Supongo que Cata ya te dijo”. Me excitó enormidades que alguien de Guadalajara pudiera hablar de ese modo. Me masturbé al colgar, sin tener que abrir la revista Lord que tengo en el baño. Luego, mientras veía caricaturas, pensé en la última parte de la conversación: “Supongo que Cata ya te dijo”. ¿Qué debía decirme? ¿Por qué no lo había hecho?

Minutos después, Cata llegó a repetir lo mucho que me convendría ser un mariachi sin prejuicios (contradicción absoluta: ser mariachi es ser un prejuicio nacional). Yo no quería hablar de eso. Le pregunté de qué hablaba con Brenda. “De todo. Es increíble lo joven que es para su edad. Nadie pensaría que tiene 43”. “¿Qué dice de mí?”. “No creo que te guste saberlo”. “No me importa”. “Ha tratado de desanimar a Chus de que te contrate. Le pareces demasiado ingenuo para un papel sofisticado. Dice que Chus tiene un subidón contigo y ella le pide que no piense con su pene”. “¿Eso le pide?”. “¡Así hablan los españoles!”. “¡Brenda es de Guadalajara!”. “Lleva siglos allá, se define como prófuga de los mariachis, tal vez por eso no le gustas”.

Hice una pausa y dije lo que acababa de pasar: “Brenda habló hace rato. Dijo que le encanto”. Cata respondió como un ángel de piedra: “Te digo que es de lo más profesional: hace cualquier cosa por Chus”.

Quería pelearme con ella porque me acababa de masturbar y no tenía ganas de hacer el amor. Pero no se me ocurrió cómo ofenderla mientras se abría la blusa. Cuando me bajó los pantalones, pensé en Schumacher, un killler del kilometraje. Esto no me excitó, lo juro por mi madre muerta, pero me inyectó voluntad. Follamos durante tres horas, un poco menos que una carrera Fór mula 1. (Había empezado a usar la palabra “follar”).

Terminé mi concierto en Bellas Artes con “Se me olvidó otra vez”. Al llegar a la estrofa “en la misma ciudad y con la misma gente…”, vi al periodista que me odia en la primera fila. Cada vez que cumplo años publica un artículo en el que comprueba mi homosexualidad. Su principal argumento es que llego a otro aniversario sin estar casado. Un mariachi se debe reproducir como semental de crianza. Pensé en el motociclista al que debía darle un beso de tornillo, vi al periodista y supe que iba a ser el único que escribiría que soy puto. Los demás hablarían de lo viril que es besar a otro hombre porque lo pide el guion.

El rodaje fue una pesadilla. Chus Ferrer me explicó que Fassbinder había obligado a su actriz principal a lamer el piso del set. Él no fue tan cabrón: se conformó con untarme basura para “amortiguar mi ego”. Me fue un poco mejor que a los iluminadores a los que les gritaba: “¡Horteras del PP!”. Cada que podía, me agarraba las nalgas.