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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Michelle Celmer. Todos los derechos reservados.

AMANTES DE UNA NOCHE, Nº 1368 - agosto 2012

Título original: The Seduction Request

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,

total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de

Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido

con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas

registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y

sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están

registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros

países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-0779-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

 

–A pesar de tu dinero y tu fama siempre serás basura para la gente de esta ciudad, Conway.

La llamada se cortó y Matt Conway apagó su móvil, con una sensación de amargura. Debería haber imaginado que su regreso despertaría esa reacción, que mucha gente no lo aceptaría y, sin embargo, le seguía doliendo. A pesar de todo lo que había conseguido en la vida, volvía a sentir el rechazo que tanto le dolió de niño.

Intentando olvidarlo, se colgó el móvil en el cinturón y miró el interior del restaurante, en obras, pasándose un pañuelo por la frente. Respirando el olor a madera de pino, esperó sentir la satisfacción de haber conseguido algo que se había ganado con su propio esfuerzo. Aquél sería el restaurante número veinte en la cadena Touchdown y, sin embargo, en su ciudad natal, Chapel, Michigan, tenía un significado especial. Era un símbolo.

El chico que había crecido en la peor zona de la ciudad tenía ahora tres mansiones en tres países diferentes. Había cambiado el viejo cacharro de su juventud por una colección de coches antiguos por la que cualquier coleccionista daría un dineral. Había logrado casi todos sus objetivos.

¿Por qué, se preguntó, un hombre que había conseguido todo lo que se había propuesto sentía tal insatisfacción? ¿Por qué sentía que, en el fondo, era, como había dicho aquel llamador anónimo, basura? Trabajaba doce horas al día, hasta que no podía más y, sin embargo, no experimentaba ninguna sensación de triunfo. Nunca experimentó la sensación de que, por fin, el vacío de su vida se había llenado.

Estaba seguro de que aquel restaurante sería la clave. Si lo terminaba, claro, porque cada día amanecía con un nuevo problema. Debían abrir el día 1 de septiembre, en dos meses, y ya llevaban tres semanas de retraso.

Había demasiadas cosas en juego. Aunque con un restaurante siempre existía la posibilidad de fracasar, en aquella ocasión las probabilidades estaban más en su contra que nunca.

Chapel, Michigan, una pequeña ciudad de diez mil habitantes, no era precisamente conocida por su vida nocturna. El restaurante y sala de juegos Touchdown se llenaría de clientes de las ciudades vecinas o fracasaría el primer año.

Era un riesgo que Matt estaba dispuesto a aceptar. Un riesgo que debía aceptar.

Alguien lo llamó entonces y volvió la cabeza, sonriendo al ver que era su mejor amigo, Tyler Douglas. Ty se acercó en dos zancadas y le dio un abrazo de oso.

–No sabes cómo me alegro de verte. ¿Cuánto tiempo hace... seis meses desde que estuve en California?

–Por lo menos.

–Bueno, ¿y qué tal? ¡Es la primera vez que vuelves a casa en once años!

–Las cosas han cambiado mucho por aquí.

Pero no tanto como para no sentirse, de nuevo, rechazado. Matt tenía la impresión de que, cuando la gente lo miraba, veía a sus padres. En California, la gente veía a un hombre que tenía todo lo que podía desear, pero allí...

Sinceramente, no podría estar más desilusionado.

–Debería haber imaginado que no ibas a quedarte de brazos cruzados –sonrió Ty, mirando alrededor–. Las obras han progresado mucho, ¿no?

–Gracias por estar pendiente de todo, amigo. Y no sé cómo darle las gracias a tus padres por venderme el local. Sé que ha sido de tu familia durante muchos años... y en la calle Mayor. No podría haber encontrado un sitio mejor que éste.

–Pero qué dices. Tú eres parte de la familia –sonrió Ty, apoyándose en la pared que separaría el restaurante de la sala de juegos–. Por cierto, tengo que pedirte un favor.

–Lo que tú digas –dijo Matt.

–Quiero que seduzcas a mi hermana.

Matt tuvo la sensación de que se le paraba el corazón. La hermana de Ty, Emily, era la última mujer en el mundo a la que querría seducir... o, más bien, a la que debería seducir.

–Estás de broma, ¿verdad?

Ty se puso serio.

–Sé que tuvisteis una pelea poco antes de irte a California, pero quiero que me escuches.

«Una pelea» no fue precisamente lo que hubo entre Emily y él. Más bien, le rompió el corazón. Pero haberla hecho creer que había alguna esperanza para su relación habría sido deshonesto. A pesar de lo que sentía por ella, Emily merecía más de lo que él estaba dispuesto a dar. Y aunque habían jurado seguir siendo amigos, las cosas nunca fueron igual después de aquella noche en el lago.

Él nunca volvió a ser el mismo.

Pero tendría que escuchar a Ty antes de decirle que no. Matt se cruzó de brazos, esperando.

–Dime.

–Hay un problema con el novio de mi hermana.

Una sensación muy parecida a los celos se instaló en su corazón. Pero era lógico que Emily tuviese novio. Habían pasado once años. Lo normal era que saliese con alguien.

Sin embargo, un hombre podía soñar...

No, no debería soñar cosas así. Él quería que Emily fuera feliz. Merecía ser feliz.

–¿Qué problema?

–Ella quiere casarse y tener hijos, pero el tipo no tiene prisa por comprometerse. Es una relación que no va a ninguna parte. Yo creo que, en el fondo, mi hermana no es feliz, pero no quiere admitirlo. Sólo haría falta un empujón para que se diera cuenta del error que va a cometer. Y ahí entras tú.

–¿Qué quieres que haga?

–Que pases algún tiempo con ella. Estando contigo se daría cuenta de lo feliz que puede ser sin Alex. Mis padres y yo hemos intentado convencerla, pero ya sabes lo obstinada que es. Seguirá con él aunque sólo sea para demostrar que estamos equivocados.

–Ty, yo no quiero formar una familia. Si eso es lo que Emily quiere, no lo va a encontrar conmigo y no pienso mentirle.

–No estoy pidiéndote que mientas. Todo lo contrario, sé sincero con ella.

–Pero no entiendo. Eso de seducirla... ¿hasta dónde debo llegar?

–Hasta donde tengas que hacerlo.

Matt no podía creer lo que estaba oyendo.

–Estamos hablando de Emily, ¿verdad? Tu hermana gemela. La misma hermana a la que los chicos del instituto no se atrevían a invitar a salir por miedo a que tú les rompieras las piernas. ¿Esa Emily?

–La misma. Podrías intentar ser su amigo.

¿Y una amistad sería suficiente? No lo había sido en el pasado. Aunque hacerle daño a Emily fue inevitable, no quería volver a hacerlo. No deseaba verla infeliz, pero él no era el hombre adecuado para remediarlo.

–Hay otra cosa –dijo Ty entonces–. Mis padres y yo tenemos razones para creer que ese tipo está involucrado en un negocio ilegal. Emily y él trabajan juntos. Si lo pillan, podrían acusarla de complicidad.

–¿Un negocio ilegal? –repitió Matt, sorprendido.

–Alex es propietario de un vivero. Reciben paquetes procedentes de sitios rarísimos y él siempre está fuera del país en viaje de negocios.

–¿Drogas?

–Eso es lo primero que pensamos.

–Pues háblale a tu hermana de esas sospechas.

–¿Piensas que me creería? Estamos hablando de Emily, Matt. La reina del «yo tengo razón y tú no». Se reiría en mi cara.

Él masculló una maldición.

–¿Por qué no le damos una paliza a ese tipo para que deje en paz a tu hermana?

–Sí, claro. Y ya sabes lo que pasaría.

Lo sabía. Emily Douglas era tan terca que se quedaría con el tal Alex sólo por orgullo.

–Mi hermana no hace las cosas a medias. Si rompe su relación con él, no seguirá trabajando en el vivero y eso resolvería todos nuestros problemas –suspiró Ty–. Si no lo haces por mí, hazlo por mis padres, Matt.

No podía decir que no. Los Douglas habían sido su única familia. Había cenado innumerables veces en su casa, dormía allí, incluso iba con ellos de vacaciones. Cuando sus padres estaban tan borrachos que no tenían energías ni para comprarle unas zapatillas de deporte, los padres de Ty y Emily siempre tenían unas en casa, completamente nuevas, que, por causalidad, eran de su número.

Les debía mucho. Y a Emily también.

Además, si Ty tenía razón sobre los negocios de su novio, el sacrificio merecería la pena.

Nadie le haría daño a Emily Douglas y viviría para contarlo.

–Lo haré –dijo por fin–. Dime dónde y cuándo.

 

 

Emily Douglas aparcó la furgoneta de la empresa y miró el edificio en obras. El restaurante Touchdown era el único tema de conversación en Chapel, aunque ella no entendía por qué. Y, a pesar de haber jurado que nunca pondría el pie en aquel sitio, allí estaba.

Estupendo.

Si hubiera podido pasarle el encargo a otra persona, lo habría hecho. Pero con Alex fuera de la ciudad y como gerente del vivero Marlette, era su responsabilidad darle a Su Alteza, el millonario, un presupuesto para plantas de interior y exterior. Además, ese encargo podría hacer que la empresa saliera de su miserable situación económica. No se perdonaría a sí misma si no consiguiera aquel cliente. Y Alex, su jefe y amigo, jamás podría levantar cabeza después de haber llevado el negocio familiar a la ruina. Alex tenía buenas intenciones, pero era un desastre para los negocios y, francamente, Emily empezaba a cansarse de hacer todo el trabajo por él.

Pero en seis meses todo habría terminado. Tendría dinero para comprarle a su padre el local anexo al restaurante y luego pediría un préstamo. Y entonces su sueño de tener una floristería se haría realidad. Pero no podría conseguir el dinero si no tenía trabajo. Necesitaba ese cliente porque la comisión la acercaría a su objetivo. Y sacrificaría cualquier cosa, incluyendo su orgullo, para conseguirlo.

¿Matt, el restaurador más sexy del mundo, se sorprendería al verla? Llevaban once años sin verse. Tarea nada difícil, considerando que «Mister sólo salgo con modelos» no había vuelto a Chapel. Aparentemente, la frase «me gustaría que siguiéramos siendo amigos» era tan falsa como las palabras de amor que le dijo esa noche en el lago.

Pero aquélla era una visita de negocios. Tenía que olvidar lo que había pasado esa noche y portarse como una profesional.

Sin embargo, cuando iba a salir de la furgoneta, los nervios le agarrotaban el estómago.

¿Cómo sería después de tantos años? De adolescente, era arrogante y orgulloso. Al menos, eso era lo que quería que pensaran los demás. Nunca lo había admitido, pero Emily sabía que estaba avergonzado de su familia y, seguramente, se sentía tan inseguro como ella. Eso los había unido. Pero Matt Conway ya no era pobre. Y estaba segura de que el Matt que se escondía tras una fachada de falsa seguridad, su amigo, había desaparecido para siempre.

Ese pensamiento la entristeció.

Estaban en pleno verano y Emily sintió que una gota de sudor caía por su cuello. No tenía sentido quedarse allí, mirando. Cuanto antes entrase, antes podría marcharse.

Levantando orgullosamente la barbilla, abrió la puerta de la furgoneta. Albañiles en diversos grados de desnudez le daban al sitio un aire interesante, pero no vio a nadie que se pareciese a Matt Conway. Percatándose de que una docena de ojos se habían vuelto en su dirección, levantó la cabeza, rezando para no tropezar, y entró muy decidida en el restaurante.

Pero allí no había nadie.

La aprensión que sentía fue inmediatamente reemplazada por una ola de irritación. Podría haber tenido la cortesía de acudir a su cita a la hora prevista...

–¿Emily? –oyó entonces a sus espaldas–. Emily Douglas, ¿eres tú?

Se quedó helada, con el corazón latiendo a toda velocidad. Conocía esa voz. Esa voz tan profunda, tan masculina, despertaba algo que llevaba años dormido.

«Ya no sientes nada por él», se recordó a sí misma.

Haciendo un esfuerzo, se volvió, confundida por un momento al ver al hombre que se acercaba. No llevaba un traje italiano, todo lo contrario. Iba vestido como los albañiles, con vaqueros gastados y una camiseta que se pegaba a sus bíceps... Pero esa sonrisa era inconfundible. Llevaba años grabada en su memoria.

Cuando se quitó las gafas de sol, un par de ojos del castaño más profundo se clavaron en ella. Nunca olvidaría esos ojos y cómo la habían mirado esa noche. Ni la ternura que había en ellos... ni el arrepentimiento que vio por la mañana.

–Emily Douglas –murmuró Matt, mirándola de arriba abajo–. Pero si casi no te reconozco.

Él era el mismo de siempre. Los rasgos infantiles habían madurado, pero seguía siendo el mismo. En las fotos de las revistas, en televisión, parecía un hombre formidable, un icono. En persona, a un metro de ella, era el mismo Matt de siempre.

Una garra pareció aprisionar su corazón entonces.

Pero era una visita de trabajo, se recordó a sí misma.

–Has pedido un presupuesto.

¿Un presupuesto?

Matt se quedó mirándola, completamente hipnotizado por la mujer que tenía delante. Cuando bajó de la furgoneta, con aquellas piernas kilométricas, el respingón trasero cubierto por unos pantalones cortos de color caqui, se le había olvidado hasta su propio nombre.

¿Por qué no le había advertido Ty? La chica de antaño, un chicazo entonces, se había convertido en una belleza.

Incapaz de formular una frase coherente, Matt siguió mirándola de arriba abajo; desde el pelo rubio que una vez enredó entre sus dedos a los pechos orgullosamente levantados... el estómago plano que había llenado de besos, las piernas largas y bien torneadas, tan suaves como la seda. Emily había rodeado su cintura con ellas esa noche...

Cuando la vio bajar de la furgoneta, estuvo seguro de que habían enviado a otra persona. Fue idea de Ty llamar al vivero donde Emily trabajaba, con la excusa de que necesitaban plantas... que las necesitaba, en realidad. Matt había dejado claro que no le mentiría.

–Has pedido un presupuesto –insistió ella.

–Un presupuesto –repitió Matt, preguntándose dónde estaba su cerebro. Aquello no iba como había planeado. No había esperado reaccionar así. Aunque, por supuesto, Emily Douglas siempre conseguía hacerle sentir cosas que no debería sentir.

–Perdona –dijo por fin–. Es que me he quedado un poco sorprendido al verte. Te veo tan... diferente.

Ella levantó una ceja.

–¿Diferente? Vaya, Conway... qué halago.

–Quería decir...

–Mira, esto es incómodo para los dos, pero he venido a hacer un trabajo. Te daré el presupuesto y me marcharé, no te preocupes.

Aquello iba a ser más difícil de lo que esperaba. Pero él nunca rechazaba un reto. Especialmente, cuando había en juego algo tan importante. Lo único que tenía que hacer era encontrar su punto débil, pensó. Todas las mujeres tenían algún punto débil: joyas, pieles, lo que fuera.

Una vez descubierto el punto débil de Emily, la tendría comiendo de su mano.

Capítulo Dos

 

Matt dio un paso adelante. Estaba tan cerca que podía oler su perfume. La última vez que la vio tan de cerca estaban en la playita del lago, frente a la hoguera que había encendido su padre; una hoguera que no se apagó hasta mucho después de que los Douglas se hubieran ido a la cama.

Entonces no imaginaba a Emily llevando perfume. Eso era demasiado femenino para una chica como ella. Ahora le quedaba perfecto. Ella era perfecta. La altura ideal, la combinación ideal de músculo y curvas... Y unos ojos azules tan expresivos que un hombre podría ahogarse en ellos.

O dejarlo paralizado, como estaba haciendo en aquel momento.

–¿Y bien? –Emily empezó a golpear el suelo con el pie.

–Lo que tú digas.

–Genial –dijo ella, sacando un bolígrafo–. ¿En qué habías pensado para el interior del restaurante, helechos, filodendros? ¿Alguna planta en particular que tengas en los otros restaurantes de la cadena?

–Tengo una carpeta con fotografías en el coche –dijo Matt, señalando la puerta. Emily se dirigió hacia allí, notando la presencia del hombre tras ella. Muy cerca, descubrió cuando la rozó con el brazo. Nada de colonias caras para Matt Conway aquel día. Olía como un hombre acostumbrado al trabajo físico.

Olía bien.

–¡Jefe! –lo llamó uno de los albañiles–. El inspector del Ayuntamiento está aquí. Tenemos un problema.

–¡Espera un momento! –le gritó Matt.

Emily había esperado un descapotable rojo con una rubia anoréxica adherida al asiento del pasajero, pero no era así. Tenía un cuatro por cuatro lleno de polvo.

–Aquí hay fotos de los otros restaurantes y toda la información que necesitas. Nada de plantas de plástico, por supuesto. ¿Tu empresa se encarga del mantenimiento?

–No, pero podemos recomendarte a alguien –murmuró Emily, hojeando la carpeta con gesto de sorpresa.

Aunque algunos concejales del Ayuntamiento se habían opuesto a la construcción de un restaurante-sala de juegos en Chapel, seguramente por envidia, Emily debía admitir que la cadena de restaurantes Touchdown era elegante, pero tan sencilla como para que cualquiera pudiese entrar a tomar una cerveza y un sándwich. Además, a ella le iría bien cuando abriese su floristería en el local de al lado.

–Me gusta que las plantas estén bien cuidadas –dijo Matt.