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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Emilie Rose Cunningham. Todos los derechos reservados.

MUJER PROHIBIDA, Nº 1373 - agosto 2012

Título original: Forbidden Passion

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-0783-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

 

Su marido. Lo había amado. Lo había odiado. Y ahora se había ido. El dolor y el sentimiento de culpa dejaban a Lynn Riggan helada hasta los huesos. Había querido terminar con ese matrimonio, pero no de esa forma. Nunca de esa forma.

Deseando quitarse los zapatos de tacón y el ajustado vestido negro, cerró la puerta cuando salió el último de los parientes y se apoyó en ella, con los ojos cerrados. Odiaba aquel vestido, pero era el único de color negro que no tenía escote... y a Brett le gustaba. Lynn se alegró de que aquél fuera el último día que tenía que impresionar a nadie.

–¿Te encuentras bien? –la profunda voz de su cuñado, Sawyer, la sobresaltó.

Lynn apretó los dientes mientras se daba la vuelta, con una sonrisa falsa en los labios.

–Creía que te habías ido.

Deseaba que se hubiera ido porque no quería que la viera así: débil, angustiada, perdida. Su mundo estaba patas arriba y no tenía fuerzas para fingir más, ni siquiera por Sawyer.

–Salí al jardín un momento.

Perder a su hermano pequeño había sido terrible para él. El dolor había ensombrecido sus ojos azul cobalto, marcando las arruguitas que tenía alrededor. Sus atractivos rasgos estaban pálidos y su pelo oscuro parecía despeinado por la brisa, o por unos dedos nerviosos.

–Deberías irte a casa, Sawyer.

«Por favor, vete antes de que me derrumbe».

–Sí, debería. Pero me siento tan... vacío –suspiró él. Con el flequillo sobre la frente parecía más un universitario que el jovencísimo propietario de una empresa de informática.

–Sí, entiendo.

–Estoy esperando que Brett entre por esa puerta riendo y gritando: «¡Era una broma!».

Sí, a Brett le gustaban las bromas crueles. Ella había sido objeto de muchas. Y la peor de todas era el desastre económico en que la había dejado sumida. Pero ni siquiera él podía haber falseado el accidente de coche en el que había perdido la vida.

–¿No te importa quedarte sola?

Sola. Las paredes de aquel mausoleo empezaban a ahogarla. En aquel momento, necesitaba un abrazo más que nada, pero había aprendido a sobrevivir sin ellos. Lynn se mordió los labios, abrazándose a sí misma.

–No me importa.

Le quemaban los ojos por falta de sueño y le dolía todo el cuerpo de estar paseando toda la noche. Ojalá nunca hubiera encontrado esa llave entre los efectos personales que le habían dado en el hospital. Si no hubiera encontrado la llave, no habría abierto la caja fuerte. Y si no hubiera abierto la caja fuerte... Lynn respiró profundamente.

¿Qué iba a hacer?

Estaba buscando los papeles del seguro de vida, pero lo que había descubierto eran extractos de cuentas bancarias en las que no había dinero y un diario privado en el que su marido escribió que nunca la había amado, que la encontraba tan sosa en la cama que tuvo que buscar otra mujer. Había catalogado sus defectos al detalle.

–¿Lynn? –Sawyer levantó su barbilla con un dedo–. ¿Quieres que me quede esta noche? Podría dormir en la habitación de invitados.

No, no podía. Porque ella llevaba meses durmiendo en la habitación de invitados. Y si Sawyer veía sus cosas allí, sabría que nada iba bien en el hogar de los Riggan.

No quería contarle que Brett y ella no se entendieron nunca, ni que había sospechado que su marido tenía una aventura. Incluso consultó con un abogado sobre el divorcio, pero Brett decía que el problema era su trabajo y la convenció para que le diera otra oportunidad. Lynn había dejado que la convenciese de que un hijo resolvería todos los problemas y se acostaron juntos por última vez... poco antes de encontrar pruebas de su infidelidad, de perder los nervios y echarlo de casa.

Una hora después, Brett moría en un accidente de trafico.

–Estoy bien –dijo con voz rota. No tenía dinero, ni trabajo, ni forma de pagar la extravagante casa que Brett insistió en comprar. Tenía que pagar el coche, las deudas... y por si eso no fuera suficiente...

Lynn se llevó una mano al abdomen, rezando para no haber quedado embarazada tras la última noche con su marido. Adoraba a los niños y siempre había querido tener una familia, pero en aquel momento no sabía siquiera cómo iba a cuidar de sí misma.

Sawyer la abrazó y Lynn apoyó la cabeza en su hombro. Pero no quería llorar... no quería llorar y apretó los labios para no hacerlo. Sobreviviría, conseguiría salir de aquel lío.

–Tranquila –murmuró él.

Lynn notó su aliento en la frente, sus manos grandes en la espalda, el aroma tan masculino de su colonia... y sintió un escalofrío. Sorprendida, intentó apartarse, pero él no la dejó. Lo sintió temblar y después, algo húmedo rozando su cuello. Las lágrimas de Sawyer.

Se le encogió el corazón. Sawyer había estado a su lado mientras identificaban el cadáver de Brett y, durante el funeral, intentó esconder su pena para darle valor. Por eso, verlo así era más doloroso.

Lynn decidió concentrarse en el dolor de su cuñado porque el suyo estaba mezclado con otras emociones: desilusión, fracaso, rabia, traición, culpa.

–Se nos pasará –murmuró–. Todo pasará, ya lo verás.

Deseando ofrecerle el consuelo que necesitaba, enredó los brazos alrededor de su cintura, susurrando palabras tranquilizadoras en su oído, pero nada de lo que dijera podría cambiar lo que había pasado. No podía devolverle la vida a Brett.

Sawyer enterró la cara en su cuello. Su aliento le quemaba la piel y sintió un extraño cosquilleo en el abdomen. Hacía años que nadie la abrazaba así. Llevaba mucho tiempo helada por dentro y no era culpa de Sawyer que su cuerpo reaccionase de esa forma.

Él se apartó entonces, pasándose una mano por la cara.

–Se me pasará enseguida.

–Es normal –murmuró Lynn.

Ver llorar a aquel hombre tan fuerte le encogía el corazón. Enternecida, se puso de puntillas para darle un beso en la cara, pero él volvió la cabeza de repente y... lo besó en los labios sin querer. Cuando las solapas de su chaqueta rozaron sus pechos, Lynn se sintió avergonzada al notar que había una reacción sexual. ¿Cómo podía responder con Sawyer y no con su marido?

Brett decía que era frígida. Pero no había sido frígida hasta que él le hizo daño buscando su propio placer, sin pensar en ella. Después de eso, cada vez que la tocaba algo se le encogía por dentro. Lynn temía la intimidad del matrimonio porque representaba su fracaso como esposa y como mujer.

–Quiero olvidar –la voz angustiada de Sawyer amenazaba con romper el dique emocional que Lynn había construido alrededor de su corazón.

–Yo también –murmuró, tocando su cara. El roce de su barba, tan masculina, hizo que sintiera un escalofrío.

Estaban muy cerca. El dolor en los ojos de Sawyer se volvió sorpresa y luego otra cosa... algo que la calentaba por dentro, que le daba miedo, que aceleraba su corazón. Pero no podía apartar la mirada.

Lynn se pasó la lengua por los labios, buscando las palabras que rompieran aquel momento prohibido.

Sawyer la miraba con los ojos ardiendo y, antes de que pudiera apartarse, buscó sus labios en un beso desesperado. Una ola de deseo la transportó a su última cita con Sawyer, cinco años antes, cuando pensó que él podría ser el hombre de su vida. La transportó a un tiempo en el que su corazón no estaba roto, antes de que Brett entrase en su vida, cuando se sentía hermosa y deseable y aún tenía esperanzas para el futuro en lugar de desesperación.

Sawyer se apartó y sus miradas se encontraron por un momento. Levantó una mano para acariciar sus labios con un dedo... Lynn podría haberse apartado, pero no lo hizo y él inclinó la cabeza para besarla en la frente, en las mejillas.

Debería detener aquello, pensaba. Pero su cuerpo había estado muerto durante tanto tiempo que las caricias de Sawyer lo despertaban a la vida. Era como si hubiese apartado la piedra de entrada a la cueva donde había enterrado su alma durante aquellos cuatro años. El calor que transmitía derretía lo que su marido había congelado con sus insultantes comentarios.

Los labios de Sawyer rozaron los suyos una vez, dos veces, como pidiéndole permiso, antes de tomar su boca ansiosamente.

Lynn abrió los labios, dejando que la explorase, disfrutando del roce de su lengua. Durante su matrimonio se había acostumbrado a los besos asfixiantes de Brett, pero no sabía cómo reaccionar ante la suave persuasión de aquel hombre, su cuñado. No sentía repulsión alguna y él la apretaba sin hacerle daño. No tendría cardenales cuando terminase aquella locura. Y terminaría. «Ahora», se dijo. Pero no tenía fuerza de voluntad para apartarse.

–Dime que me vaya –murmuró Sawyer. A pesar de eso, deslizaba las manos por sus costados, por sus caderas, apretando su trasero hacia él.

El calor de su cuerpo traspasaba la tela del vestido. El cuerpo duro del hombre se aplastaba contra el suyo y sentía el rígido miembro apretándose contra su abdomen. No podría haberse apartado aunque su vida dependiera de ello. Pero le temblaban las piernas y, sujetándose a las solapas de su chaqueta, Lynn echó la cabeza hacia atrás, buscando aire.

Apenas tuvo tiempo de respirar antes de que Sawyer devorase su boca con un ansia que debería haberla asustado. Pero no era así, todo lo contrario. Sus caricias encendían una hoguera en su interior, una hoguera que ella creía apagada para siempre. Lynn dejó escapar un gemido cuando él, acariciando ansiosamente sus pechos, apartó sus piernas con la rodilla todo lo que daba de sí la tela del vestido.

Sentía un deseo en el bajo vientre que no había sentido en años. Le temblaban las rodillas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto loca? No podía responder a ninguna de esas preguntas. Apartando la chaqueta, empezó a acariciarlo por encima de la camisa. El corazón de Sawyer latía con fuerza, igual que el suyo.

Él se quitó la chaqueta con un abrupto movimiento y volvió a abrazarla. Su mirada cobalto chocó con la suya. La pasión que había en sus ojos la hacía temblar. Por dentro, por fuera, por todas partes.

Sawyer metió los dedos en su pelo para quitarle las horquillas que sujetaban su larga melena rubia.

–Lynn –dijo con voz ronca. No sabía qué le estaba pidiendo y daba igual porque la voz, junto con la cordura, la habían abandonado. Sólo podía pensar que Sawyer la deseaba.

Levantó una mano para tocar su cara y él aprovechó para besar apasionadamente su muñeca.

Luego, sin decir nada, tiró hacia arriba del vestido. A Lynn se le quedó el aliento en la garganta. Los largos dedos del hombre dejaban un rastro de fuego en su piel, en contraste con el aire frío que helaba sus muslos mientras le bajaba las bragas. La acariciaba con una ternura que la derretía por dentro. Lynn echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un gemido de placer.

Sawyer la llevó hasta la escalera y la empujó suavemente para sentarla en el primer peldaño. Así, sentada, le quitó las bragas, y empezó a desabrocharse el cinturón. Clavando las uñas en la alfombra, Lynn luchó para recuperar la cordura.

Un fragmento de su mente reconocía lo que iba a pasar si no ponía fin a aquella locura. Debería detenerla, pero se sentía viva por primera vez en años. Viva y excitada como nunca. Como una mujer y no como un bloque de hielo. De modo que permaneció muda.

En lugar de empujar a Sawyer, alargó una mano para ayudarlo a bajarse los pantalones. Jadeando, él separó sus muslos, tumbándola de espaldas sobre la escalera, consumiendo su boca con besos que le robaban la razón. La cabeza de su erección se abrió paso entre sus pliegues y, cuando empujó con fuerza, Lynn se quedó sin aire en los pulmones.

«No me duele», pensó por un segundo. Sawyer empujaba con fuerza, sin dejar de acariciarla allí donde sus cuerpos se unían, en el centro neurálgico de su ser, besándola en el cuello, apretando su trasero, haciéndole experimentar un placer que le resultaba completamente nuevo.

Sorprendida, clavó las uñas en sus firmes nalgas mientras Sawyer la mordía en el cuello, murmurando su nombre, sin dejar de poseerla.

Enredando los brazos alrededor de su cuello, Lynn se perdió en aquella enajenación. Con los músculos relajados, abrió más las piernas para dejar que la poseyera profundamente, tanto como para llegar a las porciones de su alma que había tenido escondidas durante años.

Sawyer devoraba su boca como un hombre hambriento y ella se arqueó para recibir sus embestidas. Él se estremecía, empujando con fuerza, jadeando roncamente como un animal herido.

Poco después, cayó sobre ella, aplastándola contra la escalera. Sus jadeos resonaban por todo el vestíbulo. Flotando en una nube, Lynn apretó los labios contra el cuello del hombre para disfrutar del sabor salado de su piel.

Después, puso las manos sobre el corazón de Sawyer, intentando entender lo que había pasado. ¿Por qué? ¿Y por qué con él, con su cuñado? El vacío en el que había vivido durante años había desaparecido por completo. Hacer el amor con Brett, si podía llamarlo así, jamás la había conmovido como copular con Sawyer. Incluso enfebrecido, había pensado en ella y, sin embargo...

Dios santo, ¿qué había hecho?

 

 

El sudor hacía que la camisa de Sawyer se pegara a su espalda como una segunda piel. Su corazón latía como si quisiera salirse de su pecho y jadeaba angustiosamente para buscar aire.

Lynn lo empujó entonces. La combinación de pánico y remordimientos que vio en sus ojos azules le hizo un nudo en el estómago. Y la vio cerrar los ojos cuando miró su alianza.

¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haberse aprovechado de la viuda de su hermano? Sawyer intentó levantarse, pero le temblaban las piernas. Avergonzado, se subió los pantalones y, con las prisas, estuvo a punto de tener un accidente mientras se subía la cremallera.

–Lo siento, Lynn. Esto no debería haber pasado –su voz parecía la de un desconocido, pero era un milagro que hubiese podido decir una sola palabra.

Ella se levantó, bajándose primorosamente el vestido. Pero cuando vio las braguitas negras en el suelo de mármol blanco su rostro se descompuso.

Sawyer cerró los ojos. Había perdido el control. Le había hecho el amor a su cuñada en el suelo, como si fuera un adolescente.

«Idiota». «¿En qué estabas pensando?».

–No pasa nada, Sawyer. Los dos necesitábamos olvidar por un momento. No volverá a ocurrir –murmuró ella, casi sin voz.

–¿Quieres olvidar lo que ha pasado?

Él no podría. ¿Cómo iba a olvidar la suavidad de su piel, el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo?

–Sí.

–A menos que tomes la píldora, olvidar podría no ser tan fácil. No he usado nada... Lo siento. Si te sirve de consuelo, no me había pasado nunca.