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© 2018, Zelá Brambillé

© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial

 

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero Ernesto

Portada

Daniela Alcalá

Imagen de portada

Asier_relampagoestudio - Freepik.com

Maquetación

Daniela Alcalá

Corrección y revisión

Abel Carretero Ernesto

Ilustraciones

Daniela Andrea Cheuquel Cayupil

 

Primera edición: enero de 2018

ISBN: 978-84-17142-48-3

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Hola,

Si te contara cómo nació esta historia probablemente entenderías su significado. Quiero ser la persona que yo no tuve, quiero que seas valiente y nunca te conviertas en el adulto que todos piensan que deberías ser, descubre quién eres y atrévete a ser tú mismo.

Espero que disfrutes este libro. Antes de que empieces voy a advertirte: tendrás que leer como si fueras ese niño que le tenía miedo a sus sueños y al que no le importaba hacer locuras, el que se enamoraba con facilidad, el que se reía por cualquier tontería, el que anhelaba crecer o pensaba que el mundo se le caía encima. Y si estas palabras te suenan, disfruta.

Recuerda que todos alguna vez fuimos o somos Natalie Drop.

 

Zelá Brambillé

 

 

 

 

 

 

Para mis Zucaritas

Y para los dos terrones que endulzan mi café.

No importa qué tan amarga sea la vida,
puedes agregarle azúcar.

 

 

¿Has estado aburrido?

Si la respuesta es no, déjame decirte que la suerte está de tu lado. Seguramente eres tan productivo que tu vida estará llena de éxitos, cumplirás tus sueños, te casarás el día de los enamorados y tendrás una escultura de hielo con forma de cisne, te verás bien como velita en el pastel de bodas, aunque a la mayoría de esas velas deberían encerrarlas bajo llave. En pocas palabras: no sufrirás lo que el resto de las personas.

Como la vida no es perfecta, a menos que seas Bill Gates y puedas comprar medio planeta, tengo una teoría: todos nacimos estrellados.

El aburrimiento es la primera señal, debería prestar atención en lugar de contar los pájaros colgados en el cableado. El profesor de matemáticas da un discurso apasionado, mi vista cae en un chicle masticado pegado bajo la paleta de un pupitre, hago una mueca de asco que se borra en segundos al identificar quién está ocupando ese asiento.

¡Qué casualidad!

Observo al chico sentado en la parte delantera del salón, yo soy más de los lugares de en medio, no me gusta que los maestros estanquen sus ojos de águila en mí y me hagan preguntas. Analizo su perfil recto, me pregunto si sus padres lo hicieron con una regla, al verlo solo puedo pensar: ¡benditos genes los del muchacho!

Es alto y está en forma, su cabello negro y sus ojos marrones son perfectos, tiene lunares regados en el rostro que hacen que parezca una deliciosa galleta con chispas de chocolate.

¡Ya sé hacia dónde se dirigen tus pensamientos! Y no, no es un cliché, él es un cúmulo de contradicciones. Usa lentes gruesos como los de un típico nerd, pero llega en motocicleta todas las mañanas. Es inteligente y hace la tarea, no obstante, se codea con los populares del instituto y va a las fiestas más geniales. No es mujeriego, sin embargo, ha tenido unas cuantas citas.

Suspiro con pesadez, no entiendo por qué no me mira, no es como si fuera horrible, sé que tengo lo mío. Nunca lo hace. ¿Tan ciego está que no se da cuenta de que me paso mirándolo la mitad de la clase? Quizá sus lentes necesitan aumento.

Solo hemos hablado una vez: iba caminando tranquilamente por el pasillo cuando ¡boom!, tropezamos. Cof, cof… Juro que no fue intencional. Le dije que tuviera cuidado, me lo agradeció. Por supuesto que nos shipeé toda la semana, ¡viva Shatalie!

Nunca volvió a pasar, pff.

Trazo una línea vertical que divide la hoja por la mitad. En el lado izquierdo escribo la palabra pros y en el otro lado, contras. El sujeto por analizar es llamado Shawn, jodidamente lindo y platónico, Price.

Pros:

1. Es atractivo, podría lamerlo como a un caramelo.

2. Lo obligaría a que hiciera mis tareas de matemáticas.

3. Puede que también haga otras tareas, incluso se puede convertir en mi esclavo.

4. Pasearíamos en su motocicleta.

5. Es amigable y carismático, así que no tendría que preocuparme por iniciar la conversación.

6. Sus ojos son tan bonitos que se me acelera el corazón.

 

Contras:

1. No tiene idea de que me gusta.

2. Sigue a Hannah Carson a todas partes (como perrito faldero).

 

 

Natalie

Muerdo mi lápiz y no, no es por hambre, la razón se llama Shawn Price.

Soy el tipo de chica a la que le gusta dibujar corazones en la parte trasera del cuaderno, la que luego hace dibujos de palitos y bolitas tomados de la mano, adoro fingir que somos nosotros. Ya te estarás imaginando que soy una demente a la que le gusta espiarlo por debajo del flequillo. Adivina… ¡Acertaste, listillo!

La verdad es que mi pasatiempo favorito es mirar su trasero.

¿Qué? ¿Una chica no puede disfrutar de esos placeres terrenales? ¿Solo los chicos pueden? ¡Bah! Mírenme a mí, mordiendo el borrador del lápiz verde estoy muy distraída, más bien atraída hacia ese punto en particular.

Aunque también me gustan sus ojos café, ni hablar de sus labios gruesos y de su cabello revuelto. Creo que sus gestos son adorables y su forma de caminar muy comestible. Si bien no es el más musculoso y atractivo, tiene su propio encanto. Yep.

Shawn camina hacia el escritorio del profesor Golden y entrega su examen, seguro va a sacar otra de sus notas altas. ¡Maldito caliente sabelotodo!

Sale del salón sin mirar atrás. Muy en el fondo le doy las gracias al cielo, sería muy incómodo que me viera babeando por él.

¡Genial! Ahora tendré que responder la endemoniada cosa llena de operaciones matemáticas que más bien parecen jeroglíficos egipcios. Hasta creo que vi una casita, ¿o era una división? Da igual.

El timbre suena, yo dejo que mi cabeza se estampe en el banco sin importarme si me hago un chichón. Voy a reprobar otra vez, solamente contesté una pregunta: mi nombre.

Así de patética soy.

Rápido, quien no me entregue su examen ahora tendrá un lindo cero de calificación dice el profesor. Al menos son lindos porque de esos tengo muchos.

Mis compañeros se levantan para entregar la prueba, solo entonces hago lo mismo. Voy y pongo la hoja en el montón de papeles e intento pasar desapercibida, pero hoy mi suerte decidió quedarse acostadita en mi cama.

Espero que haya estudiado, señorita Drop. La voz del maestro me detiene en seco. Me giro sobre mis talones y le doy una sonrisita.

Lo voy a sorprender.

Claro que lo hará, le dará un infarto al ver mi examen. El profesor Golden está más calvo que un hisopo, su bigote está lleno de canas, es largo y delgado como una pluma. No es una mala persona, me caería bastante bien si no fuera un grano en el culo que sabe sumar.

Me mira con escepticismo, salgo del aula antes de que pueda decir algo. No estoy escapando, se le llama supervivencia, selección natural.

El pasillo está lleno de alumnos que se dirigen hacia la cafetería. Justo en ese instante mi estómago comienza a rugir tal como lo haría una bestia indomable, estoy hambrienta. Sigo la corriente, no quiero ser aplastada por la estampida de estudiantes con apetitos alocados.

Busco a Jasmine, la encuentro a unos pasos de distancia, su espalda está apoyada en un casillero, Greg la arrincona y le come la boca, creo que va a succionarle el alma si sigue así. Giro los ojos.

¿Es que no pueden estar separados por un minuto? pregunto con fingida indignación.

Ellos se despegan y me miran divertidos. No me molesta que estén juntos, incluso creo que son la pareja perfecta… Algo así. Jas es una morena con caderas pronunciadas, su cabello oscuro es como el carbón, ella asegura que tiene descendencia hindú, me hace recordar a la princesa de Aladdín. Además de su gran atractivo, es uno de los mejores promedios de la generación. No me sorprende que Greg la adore, él es miembro del equipo de fútbol, apuesto, corpulento y con unos lindos ojos azules.

Un día mientras entrenaba con el equipo pateó tan fuerte la pelota que salió volando como un proyectil y sí, se estampó en mi cara, lo normal, soy imán para ese tipo de cosas, ya estoy acostumbrada. Si no hay desastres es que Natalie Drop no está ahí.

Se armó un circo: yo chillé, Jasmine se puso como un león furioso y el entrenador les dijo palabrotas a los jugadores cuando mi nariz comenzó a sangrar. Jas y Greg me llevaron a la enfermería y no pudieron separarse más. Tuvieron una cita, a los dos meses lo hicieron oficial.

Al menos mi nariz sirvió para algo, podría quitarle el trono a Cupido.

De todas formas, me las cobré muy caro, gracias a él puedo ir a las mejores fiestas, ya que es invitado porque pertenece a la realeza en la pirámide social, así que si voy detrás suyo me dan la entrada. Beneficios de que el novio de tu mejor amiga sea una estrella popular, ya saben.

—Tranquila, Natalie, dejaremos de besarnos el día que te atrevas a hablarle a Shawn. —Olvidé mencionar que Jas puede ser insufrible si se lo propone, como un mosquito deambulando a mi alrededor. Lanzan una risita al ver mi rostro.

—Venga, chica hamburguesa, quita esa cara. —Greg se está divirtiendo a mi costa, le gusta molestarme con mi empleo de medio tiempo, no para de hacerlo desde que me vio usando mi uniforme, ugh. Los señores Hest, mis jefes, dicen que es parte de la mercadotecnia, yo pienso que no tienen gusto para la moda o que han vivido todos estos años aislados en una caverna.

—Ja-ja-ja —remarco cada sílaba con dureza. A pesar de todo, me estoy divirtiendo—. Muy gracioso.

El pasillo se despeja, por lo que caminamos hacia el comedor, es mejor así, nos ahorramos la avalancha de cuerpos desesperados por entrar por una diminuta puertilla. Tomamos una charola y un lugar en la fila.

Analizo el menú, selecciono pastel de carne, una cubetita con caldo de dudosa procedencia, una ración de ensalada y un jugo de manzana. Busco nuestra mesa que ya está siendo ocupada por los amigos de Greg, ellos me saludan y siguen con su plática. No es como si los miembros del equipo de fútbol me dirigieran la palabra, creo que solo me saludan por cortesía, ni siquiera sé sus nombres.

Mis acompañantes se unen a mí minutos después, se sumergen en una conversación que solo ellos pueden seguir, ese es el único problema de que Jasmine tenga novio, los recesos son aburridos; antes éramos ella y yo, ahora somos tres, a veces no sé cómo lidiar con eso.

Voy a darle una probada al intento de sopa porque todos merecemos una oportunidad, no importa qué tan extraña sea nuestra apariencia, sin embargo, hago una mueca de asco cuando el olor llega a mi nariz. Sí, esa que hace milagros, acaba de ser profanada.

—¡Huele asqueroso! —exclamo, indignada. ¿No se supone que los alimentos en las escuelas deben ser sanos?—. ¿Cómo se atreven a servir esto? ¿Quieren que nos intoxiquemos?

Fulmino con la mirada al caldo, esperando que se evapore, pero sigue ahí, riéndose en mi cara.

El que ríe el último, ríe mejor.

Me levanto rápidamente, tomo el recipiente con ese líquido que huele a trapeador sucio y me doy la vuelta, lista para llevarlo al bote de basura. Claro que no cuento con que no estoy sola en el lugar.

Antes de que pueda darme cuenta colisiono con un cuerpo y el caldo sale volando. Veo en cámara lenta cómo su camiseta azul es manchada por la comida y el líquido amarillento cae sobre él.

De acuerdo, creo que el caldo no solamente soltó risitas, se carcajeó al final. Las exclamaciones de asombro se dejan escuchar, mis mejillas se ponen calientes, lo único que quiero hacer es enterrar mi rostro en algún pozo como un avestruz.

¡Por favor, mastícame, tierra, y escúpeme en el lado opuesto del mundo!

Sé a quién pertenece esa camisa, lo sé porque lo observé con atención en vez de contestar mi examen de matemáticas hace unos minutos. No me atrevo a mirarlo, pero termino haciéndolo.

Estúpida suerte, espero que estés descansando en mi almohada, justo donde debí quedarme esta mañana.

 

 

Natalie

¿No les ha pasado que se despiertan y sienten que todo les sale mal? Este es uno de esos días: mi hermano menor me despertó gritando en el oído, tropecé y casi me rompí los dientes mientras me calzaba los zapatos, el examen de matemáticas no fue la peor parte, ¡este momento lo es!

El problema conmigo es que todos los días pasan cosas parecidas, soy demasiado torpe, tengo dos pies izquierdos, a mi destino le gusta ponerme en aprietos. No puedo quedarme encerrada bajo llave, aunque evidentemente puedo causarle daños a la sociedad… o a Shawn.

¿Y ahora qué hago? ¿Corro? ¿Grito? ¿Finjo demencia, lo empujo y me voy corriendo?

Delante de mí está Shawn, su antes inmaculada camisa ahora está mojada y sucia, con olor a trapeador después de asear el baño de chicos. No me muevo, me quedo estática contemplando cómo baja la cabeza y mira el desastre para luego silbar entre dientes.

Sus perfectos labios hacen una mueca de desagrado y yo me quiero morir. De hecho, quiero morir, reencarnar y volver a morir.

¿Por qué demonios no pude conocer a mi amor platónico de forma normal? ¿Por qué, por qué, por qué?

Sí, lo conozco desde hace casi tres años, tomamos algunas clases juntos; pero dudo que sepa quién soy, nunca repara en mí, jamás se ha percatado de mi existencia… Hasta ahora. No es que sea la chica invisible y fantasmal del asiento de atrás, tampoco soy tímida, por alguna razón no puedo estar a su alrededor sin ponerme a temblar, por eso nunca he podido hablarle ni pronunciar más de dos palabras en su presencia.

Este momento me lo imaginé diferente. Me hubiera gustado que nuestras miradas se encontraran por mera casualidad en un cálido día de verano en medio de un pastizal lleno de flores y que él no pudiera dejar de mirarme. Para completar el cuadro se hubiera levantado para acomodar un mechón de mi cabello como en los libros eróticos y me robaría un beso. ¡Pero no! ¡Tuvo que caerle mi jodido caldo!

Se me queda mirando expectante, sus lindos ojos están esperando por mí. Por un momento me pierdo en el marrón que se parece a la malteada que venden en mi trabajo, aunque suene soso; amo esa malteada, podría tomarla siempre.

—L-lo s-siento. —Mi patética respuesta hace que me quiera golpear la frente. No sé por qué me pone tan nerviosa. Recupero el aliento respirando hondo e intento encontrar mi voz—. De verdad lo lamento, no fue mi intención, no te vi.

—No te preocupes, fue un accidente. —Suspiro, aliviada. No quería que me odiara por arrojarle la estúpida bebida. Esboza una sonrisa de lado que me pone de los nervios, creo que él sabe lo que me provoca porque suelta una risita—. ¿Debo pagar tu… lo que sea?

Su nariz se tuerce haciendo una mueca adorable. Mierda, quiero babear.

¡Tengo a Shawn Price frente a mí! Mirándome a mí, hablándome a mí, quiere comprarme un caldo. Podría ser una cita, ¿no?

A pesar de que un montón de cuervos y zopilotes merodean en mi estómago y de que mis manos sudan, aclaro la garganta.

—Eh… ¿Debo pagar la lavandería? —cuestiono. Su sonrisa se ensancha.

Ay, creo que he muerto y he despertado en el cielo. Me ruego calma y control antes de que no pueda evitar suspirar como una damisela enamorada. ¡Contrólate, niña!

—Por supuesto que no. Entonces… nos vemos luego. —Se da la vuelta sin esperar respuesta, no le quito la mirada de encima hasta que sale de la cafetería dando pasos largos.

Atónita, regreso a mi asiento, miro a Jasmine después de colocar en la charola el cuenco vacío, se encoge de hombros y regresa al besuqueo con Greg.

Mi apetito se ha ido de paseo, la bestia hambrienta de más temprano ha sido domada, está contando mariposas y haciendo ángeles en la tierra. Ni siquiera puedo moverme o pensar en algo coherente, creo que tenerlo cerca ha quemado mis neuronas.

 

 

Llego a casa a las tres de la tarde, apenas entro el olor a pasta se cuela en mi nariz. Se me hace agua la boca, mi madre hace los espaguetis más deliciosos del mundo, espero que también haya preparado albóndigas.

Los gritos de mis hermanos me hacen rodar los ojos, los dos se encuentran en la sala peleando por el control remoto. Me tienta la idea de ir a molestarlos, pero prefiero ir a la cocina, el día de hoy ya tuve suficiente drama y el olor me llama. Soy una chica débil, la comida es mi talón… y mi codo, mi estómago y mi corazón.

—¿Cómo te fue hoy, cariño? —pregunta mamá tan pronto entro en su campo de visión.

Está frente a la estufa moviendo un cucharón en el recipiente. Lleva puesto un delantal blanco con dibujos de piñas, ella tiene una colección de esas cosas en uno de los cajones de la alacena y los utiliza según lo que vaya a preparar.

Me encojo de hombros para restarle importancia, la pregunta adecuada sería: ¿qué no pasó el día de hoy? Su entrecejo se frunce. ¡Uy! ¡Doña Lauren Holmes a bordo!

Mi madre es una de las personas más especiales que conozco, no sé cómo lo hace, siempre sabe si algo va mal, tiene eso que algunos llaman intuición. Es graciosa, le gusta ver series en Netflix una y otra vez, y llora siempre que se muere Jack Dawson. Somos parecidas físicamente, tiene el cabello de color miel y unos ojos marrones enormes, como los míos.

—¿Qué ocurrió? —cuestiona.

Obtengo cuatro vasos del lavavajillas y los pongo en la encimera para llenarlos de jugo de naranja fresco.

—Nada importante, solo arrojé mi sopa con olor desagradable en la ropa de Shawn, me quedé medio tartamuda al tenerlo enfrente. —Omito que reprobaré el examen de matemáticas, no me apetece cavar mi tumba tan pronto. Escucho que suelta una risita, yo resoplo un tanto divertida.

Si hay algo bueno a mi alrededor, eso sería mi madre. Es genial saber que estará ahí para escuchar cada cosa que quiera compartir, aunque sea lo más absurdo o lo más doloroso.

—No podría vivir con tu mala suerte, Nat —dice.

—Qué buena madre eres, burlándote de las desgracias de tu hija —digo melodramáticamente llevándome una mano al pecho, al tiempo que termino de servir las bebidas.

—¡Niños, a comer! —exclama mamá alzando la voz.

Inmediatamente se escuchan los pasos apresurados creando una estampida, lo cual es curioso, solo son cuatro pies los que se acercan.

—¡Hazte a un lado, vómito de mono! —Ahogo una carcajada al escuchar el grito de Frank, quien empuja a Cecile para poder entrar primero. Siempre he pensado que les gusta discutir, la puerta es tan ancha que ambos podrían entrar sin problemas, sin embargo, están ahí peleando.

—Si yo soy vómito, tú eres mierda —suelta mi hermana con tono plano. Termino carcajeándome, mamá me da una mirada de reproche, así que tengo que aplanar los labios para controlarme.

—Cecile Abigail, ¿qué son esas palabras? —regaña mamá poniendo las manos en las caderas.

Mi hermana logra entrar primero y se deja caer en su silla favorita.

Es alta y flacucha, más rubia y pálida que yo, tiene quince años y está pasando por la etapa donde odia a todos los seres humanos que habitan la Tierra. Cree que es una adolescente rebelde, aunque todos en esta casa sabemos que es una buena chica. Se pinta las uñas de negro al igual que los labios, le gusta usar gorros de lana y deja que el cabello le cubra la cara. Dice que tiene alma oscura, yo creo que tiene complejo de vampiro.

—Mamá, ¿qué es mierda? —pregunta Frank con fingida inocencia y gestos divertidos, es el típico niño con rostro angelical y cerebro maquiavélico. Le gusta ponerse litros de gel en el cabello oscuro para que se mantenga estático, las puntas se asemejan a los cuernos de un diablillo; aunque me lo imagino más como un pequeño y molesto Oompa Loompa.

—Mierda es lo que te sacas cuando te hurgas la nariz —Cecile sigue hablando sin importar la cara larga de nuestra madre—, así que tu lado de la mesa está lleno de mierda.

—¡Cecile! ¡Frank! ¡Basta!

Me quedo quieta, mirando de un lado a otro como si fuera una guerra. Le apostaría a Cecile si pudiera, pero no creo que a mamá le agrade la idea.

—¡Yo no tengo mierda en la nariz! —grita mi hermano, furioso.

Me muerdo la lengua para no reír.

—¡Es suficiente! El próximo que diga la palabra mierda se quedará sin postre el fin de semana.

Me dan ganas de decirle que ella lo dijo, pero prefiero quedarme callada, lo que menos necesito es un castigo que corone mi mal día.

Sirve pasta con salsa de tomate en los platos, posteriormente se sienta frente a mí. Comemos en silencio, por debajo de las pestañas los analizo, el mutismo en esta familia no es normal. Descubro a mi madre observándome, se aclara la garganta, cuando veo su semblante sé que no me va a gustar lo que va a decir.

—Tu padre llamó, quiere saber si irás el fin de semana a comer con él y con tus hermanos.

Su simple mención me altera, me enfurece, me dan ganas de romper todo lo que tengo cerca.

—La próxima vez que llame dile que con él no voy a ir ni a la esquina y que puede irse a la m…

—¡Natalie! —interrumpe. Deja el tenedor en la mesa y me enfrenta con el entrecejo tenso—. Nicholas sigue siendo tu padre, ya pasaron seis meses y no lo has visto ni una sola vez.

Está enojada y estoy haciendo que se enfade más. No sé para qué lo menciona y lo defiende si siempre acabamos discutiendo, ¿por qué pregunta si ya sabe la respuesta? No quiero verlo. Puedo ser un algodón de azúcar, pero ese tema saca el lado opuesto.

—¿Ya lo perdonaste? —cuestiono, irritada.

—Es diferente, eres su hija.

Ya conozco ese sermón de memoria, así que pasaré esta vez.

—Y tú eras su esposa, dejó bien claro que no lo pasaba bien con nosotros. —Me pongo de pie de un salto. Frank está callado mirando su plato y Cecile evita mirarme—. No me pidas que actúe como si nada, no soy hipócrita.

Salgo de la cocina hecha un caos y me encierro en mi habitación dando un portazo. Ahogo un suspiro en mi almohada, me gustaría que las cosas fueran diferentes.

Amaba a papá, adoraba cuando salíamos a jugar con nuestras bicicletas los días nublados, teníamos la costumbre de comprar helados todos los domingos. Me gustaba que no se riera de las cosas graciosas que me pasaban porque a veces no es divertido, y él lo entendía, no necesitaba explicarle, solo me abrazaba y hacía que me sintiera mejor.

Por eso me decepcionó cuando decidió irse sin despedirse, sin explicarme lo que estaba sucediendo, sin preguntarme cómo me sentía. Un día desperté y ya no estaba, creí que éramos amigos, que podía confiar en él.

Mi corazón se rompió.

 

 

Natalie

Lo malo de ser una espía profesional como yo es que encuentras acontecimientos que no estabas buscando. Eso me pasa al día siguiente cuando entro y lo primero que encuentro es a Shawn sosteniendo a Hannah en la mitad del pasillo, ella está refugiada en un pecho que yo quiero tocar, oliendo un aroma que yo quiero oler, abrazando un cuerpo que yo quiero abrazar, sintiendo las respiraciones que yo quiero sentir, escuchando los latidos que… ¡Ya basta!

«Me das pena ajena, Natalie», me digo. «Si sigues así terminarás comiendo sopa a los sesenta para recordar lo que pasó en la cafetería, lo más importante es que será sopa de tus lágrimas de solterona».

Tomo un respiro profundo, no es algo fuera de lo normal. Lo que llama mi atención es que, al parecer, la pobre está llorando. Eso me preocupa porque tal vez tiene algo que ver con Liam, su novio.

No hay chica en esta escuela que sea más linda que Hannah Carson, ella es la representación humana de un pastelillo cubierto con crema rosada. Shawn Price está loco por ella, puedo oler a leguas que se muere por salir de la friendzone.

¿Hannah necesita un hombro para llorar? Ahí está él. ¿Hannah no puede cargar su bolso? Él lo hace con gusto.

Me lo imagino como un perrito moviendo la colita cada vez que ella se le acerca.

—Deja de mirarlos, Natalie Drop, se van a dar cuenta y te tacharán de acosadora, yo lo haría si me miraras con esa cara todos los días —Jas se planta frente a mí, tiene un libro abierto en sus manos, uno de los bordes se encaja en su estómago mientras lo sostiene del lado opuesto.

Mi mejor amiga es una lectora empedernida, se sabe de memoria los diálogos de los libros de Shakespeare, posee dos colecciones distintas de Harry Potter —no me pregunten por qué, no logro comprenderlo— y colecciona diferentes versiones de sus favoritos. En su recámara hay un librero de techo a piso repleto de libros acomodados por colores, de todos los tamaños y grosores, con dibujos y letras diminutas. Si quieres saber de libros, pregúntale a Jasmine Campbell.

—¿Sabes algo? —pregunto. Acomodo el cordón del bolso en mi hombro y recargo todo el peso en una de mis piernas.

—¿Por qué te lo diría? No me gusta cuando te pones triste, Nat —responde. Hago un puchero sacando mi labio inferior, para acompañar el cuadro junto a mis palmas, como si estuviera suplicando—. No, y no me pongas esa cara.

—Por favorcito.

Gira los ojos, exasperada. Cuando conocí a Hannah en primer año ya era novia de William Baker, han estado juntos desde hace años, pero en ocasiones creo que él no la soporta, lo cual me parece irónico, ya que media escuela daría cualquier cosa por salir con ella; la otra mitad son chicos homosexuales.

—Ya sabes que nadie entiende la relación de Liam con Hannah, son muy raros, unos dicen que no la quiere y la utiliza, otros que sí la quiere, solo que es un idiota; yo creo que es un idiota cualquiera que sea la verdad. —Encoje los hombros y da un paso para acercarse—. Al parecer hizo que renunciara al equipo de básquetbol, ella dejó su puesto ayer, el chisme corrió como la pólvora.

—Oh.

—¿Puedo darte un consejo? —Extiende su brazo y agarra mi hombro, me da un apretón. Asiento, dudosa, no es que no quiera escuchar los consejos de Jas, es que tiende a sobreprotegerme como si fuera una mamá gallina—. Olvida a Shawn, Nat, busquemos otro trasero caliente que no esté babeando por una chica que no eres tú.

Quiero decirle que no es tan fácil como cree, o tal vez sí lo es y yo solo estoy aferrada a la nada.

—No lo sé, Jas.

El timbre suena creando caos, ella se escapa lanzándome un beso y corre hacia su clase, todos se arremolinan porque nos dan determinado tiempo para llegar si no queremos falta. Camino dando zancadas, me percato de que Hannah se ha ido, él se queda quieto mirándola partir. En ese instante eleva la vista, coincidimos. Rápidamente dejo de mirarlo y sigo mi camino.

 

 

No sé por qué siempre tengo que luchar contra mi almuerzo, primero el caldo y ahora esta estúpida lata de refresco, no puedo abrirla, solo falta que me explote en el rostro. Lanzo un suspiro melancólico, dándome por vencida, la coloco en la mesa junto a mi bandeja.

Jasmine y Greg están formados, estoy en la mesa de la cafetería junto a algunos integrantes del equipo de fútbol.

Observo con añoranza mi lata, y de pronto una mano la coge. Tengo que alzar la cabeza para ver quién ha tomado mi gaseosa. Se me corta la respiración, Shawn me sonríe al tiempo que tuerce la ficha con éxito, vuelve a colocarla en su lugar. Lo observo con asombro, esboza una sonrisa de lado y me regala un guiño.

Joder, ¿cómo se supone que voy a pensar en otro chico cuando este sujeto lucha con el refresco por mí y después me guiña el ojo sensualmente?

Estupefacta, estudio todos sus movimientos, se sienta en la silla más cercana a mí y se gira para mirarme. No sé qué decir, así que me quedo callada.

—Te vi sola y quise venir a saludar, has mostrado muy poco interés en mi guardarropa, la mancha salió después de la décima lavada. —La cara se me quiere caer de la vergüenza, siento las mejillas y las orejas calientes. Me muerdo la lengua a pesar de que quiero disculparme por haber estropeado su ropa—. ¿Te caigo mal?

—¿Qué? —pregunto con sorpresa, incluso me echo hacia atrás debido al impacto. ¿En qué dimensión podría este sujeto caerme mal?

—Pregunto porque me ignoraste en el pasillo más temprano. —Su cabeza se ladea. Dios, y yo que pensé que iba a ignorarme.

—N-no e-es eso, me agradas… Digo, me caes bien.

—¿Segura? —insiste.

—Sí, es solo que me pones un poco nerviosa. —¡Mierda! Apenas lo digo mis párpados se abren tanto que duele.

—¿Nerviosa?

Mis dedos inquietos juguetean con la bandeja, no sé si estoy respirando.

—N-no, que estoy nerviosa por otras cosas y por eso no me di cuenta de lo que sea que has dicho. —Ahora sí, creo que voy a explotar, seguramente parezco un tomate. Él lanza una risita, me mortifico todavía más, quiero abanicarme.

—Eres muy divertida… —¡Bueno! Al menos le parezco graciosa y no le causo terror, ya es un avance.

—¿Qué hay, amigo? —Me enderezo al escuchar la voz de Greg, también viene Jasmine. Gracias al cielo, es como si me hubieran rescatado de morir ahogada. Jas toma asiento junto a mí, puedo ver una sombra de sonrisa en sus labios, evito mirarla o me mortificaré más de lo que ya estoy.

Greg y Shawn no son amigos, solo son cordiales entre ellos, el novio de Jasmine es más amigo del novio de Hannah, es algo extraño entre hombres que no logro comprender.

Me remuevo incómoda en el asiento, el silencio que se precipita entre nosotros me pone de los nervios. Él vuelve a mirarme.

—Creo que será mejor que me vaya. Natalie, ¿nos veremos después? —dice y yo siento que voy a caerme de la silla. Abro la boca con impacto, ¿cómo mierda sabe mi nombre? Seguramente Harold le dijo algo, el mejor amigo de Shawn es mi compañero en el laboratorio de química y siempre habla de lo mucho que quiere decirle que salga conmigo. Dirige su atención hacia la pareja a mi lado—. Nos vemos luego, Greg, novia de Greg.

No ha dado ni diez pasos cuando estallo. Lo veo partir y lo primero que hago es lanzar un grito de euforia. Jasmine se carcajea, me tapo la boca con emoción. ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Por todos los cielos despejados!

El chico de mis sueños se sentó en mi mesa y charló despreocupadamente conmigo. ¡Sabe cómo me llamo! No sé, de aquí al altar hay un solo paso, debería planear nuestra boda.

—Pellízcame, Jas —le pido. Me sonríe de orea a oreja y niega con la cabeza, divertida, mientras juega con su tenedor.

—No es buena idea, el chico está mirando hacia acá. Pensará que eres una loca sadomasoquista. —Levanta la mano y hace como si estuviera dándome un latigazo. No puedo evitar reír.

Greg llama su atención dándole un beso en la mejilla que la hace enrojecer, me aclaro la garganta.

—Según sus propios requerimientos, aseguraron que no se comerían con los ojos o la boca en mi presencia si mantenía una conversación con el joven Shawn Price, así que…

—Tartamudear no es hablar, Nat —tuerce el tonto de Gregory. Le aviento una papa frita, la cual esquiva entre risas. Después ignora mi discurso sofisticado y besa a su novia.

 

 

Las hamburguesas de La cabaña del señor Pimiento son las mejores que he probado, y no lo digo para hacer promoción y ganar más propina, aunque no me vendrían mal unos cuantos dólares extra. Los hermanos Hest se aliaron para armar el restaurante.

El interior se asemeja a una cabaña, en el fondo del local hay una cabina con juegos, los empleados y yo jugamos al billar si es que el lugar está vacío, siempre y cuando nuestros jefes no estén. La verdad es que les agradezco mucho, aunque me obliguen a usar un uniforme horrible. Consiste en un short rojo con tirantes y una playera del mismo color. Mi gorro de hamburguesa es más espantoso que un disfraz de Halloween hecho en casa; al menos el mío tiene doble queso, el de Poppy solo tiene uno.

—Quita esa cara, hamburguesa rubia —dice Jackson limpiando las palmas en su delantal, mientras yo frío papas a la francesa y escucho cómo saltan las chispas de aceite. Malditas cosas, ¡queman mis bracitos!—. Hazte a un lado, yo me encargo de eso, tú puedes preparar las carnes en la parrilla.

Y casi quiero bendecirlo y hacerle un altar. ¡Oh, san Jackson de las patatas!

—Gracias —le digo al tiempo que le regalo mi lugar con moño y todo, odio la estación de las freidoras.

Jackson es la cosa más dulce que conozco. Tiene estos ojos azules que vuelven locas a las chicas del trabajo. Creo que, si no estuviera colada por Shawn, me enamoraría del chico que me salvó de ser dorada en el aceite. ¡Mi héroe!

—¿Cómo te fue en el examen? —pregunta.

Me acerco a la estufa y tomo dos rebanadas de queso, luego las coloco sobre las carnes.

—Ya sabes, matemáticas no es lo mío.

—¿Qué es lo tuyo, Nat? —cuestiona lanzando una risita.

—Muy chistoso, chico mostaza —lo aguijoneo por su uniforme amarillo y el gorro en forma de tapón que lleva en la cabeza.

Es agradable conversar con él, es relajado y nunca se queda callado, no hay esos silencios incómodos que tanto me molestan, tampoco me deja hablar como una cacatúa. Jackson es dos años más grande, es un universitario que trabaja para pagar sus estudios en la facultad de sistemas computacionales.

—¿Nat? Te necesito adelante, está lleno. —El viejo Hest aparece en la cocina y me mira suplicante. No hay suficientes meseros en

la temporada de clases y le gusta abusar de mi generosidad. Le doy una mirada a mi compañero de labores, me quito el delantal blanco cuando asiente.

Mi jefe aprieta mi hombro como agradecimiento al tiempo que tomo un bloc de notas y una pluma. El lugar es un desastre. Poppy se me acerca con los hombros tensos, pobre chica, debería relajarse un poco.

Su cabello negro está sujeto en una coleta, lo único visible es un mechón de color violeta. Siempre me ha resultado intimidante, es una versión extrema de Cecile con todas esas perforaciones que parecen esferas en un árbol de Navidad, creo que le caigo mal desde el día que nos conocimos, puesto que me quedé mirando el arete que tiene en la nariz. No es que no me guste, solo que me pareció gracioso porque parece un toro.

—Las del lado izquierdo son todas tuyas, reina. Mueve tu culo o te obligaré a que lo muevas —dice la reencarnación de Morticia antes de esquivarme y tomar una orden del mostrador. ¡Pero qué genio!

Inspecciono mi lado y me pongo con ello. Hay una pareja de jóvenes, una madre con sus dos niños y un grupo de adolescentes que juntaron cuatro mesas. Tomo las órdenes y les llevo sus respectivas bebidas.

Quince minutos después me paro frente al mostrador para esperar a que salga una de las órdenes, por el rabillo del ojo veo que se ocupa otra de mis mesas.

Doy un paso, pero me detengo en seco. ¿Por qué me haces esto, Dios? Hubiera preferido que las palomas de la iglesia cagaran en mí.

Me va a ver disfrazada de comida rápida, ¡qué humillante! ¿Por qué tienen que pasarme estas cosas a mí?

Toda preocupación se me escapa de pronto al ver que lleva acompañante, no viene solo, Hannah se ve bien en su falda suelta hasta las rodillas y su blusa rosa pastel, luce como un pequeño panecillo lleno de betún.

Quiero golpearme la cabeza contra la pared porque no paré de hacerme ilusiones desde que se sentó a platicar conmigo durante el almuerzo, ahora mi corazón va a romperse mientras limpio su mesa. Ese pensamiento me deprime.

—¿Qué haces ahí, niña? —Poppy la amargada viene a molestar sin tener idea de la batalla que hay en mi interior—. ¿No ves que se ocupó otra?

—Ehh… Poppy, ¿podríamos cambiar de lado? —Se cruza de brazos.

—No, y si no vas ahora iré con Hest a decirle que estás ahí parada sin hacer nada.

Sin más remedio me encamino hacia la mesa prohibida, haciendo lo posible por alargar el encuentro. Camino dando pasos cortos y lentos, quiero atrasar mi ejecución.

Me detengo frente a ellos, pero no me notan, están muy concentrados en su plática. Por un momento lo miro, tal vez me va lo masoquista porque no puedo dejar de ver cómo la mira.

—¿Desean ordenar ahora? —pregunto, intentando esconderme detrás de mi libreta.

Ella me enfoca primero y me sonríe con amabilidad cuando me reconoce. Si fuera malvada podría odiarla, no obstante, no lo es, la chica es buena persona.

—Natalie, hola —dice, y yo quiero tirarme de un puente porque en ese instante Shawn levanta la vista y abre los párpados con asombro.

Trago saliva con nerviosismo, creo que le diré a mamá que me compre una pastilla tranquilizante, acabaré perdiendo el cabello a este ritmo.

—Hola, Han. —Me obligo a sonreír. Ambas estamos en la clase de artes. No es muy buena, ella siempre le ruega a nuestro profesor por puntos extras—. Shawn.

—Hola. —Deja el asombro y me sonríe, sus ojos se hacen más pequeños cuando lo hace.

—¿Les ofrezco algo de tomar? —cuestiono, queriendo acabar con esta conversación.

—Yo quiero limonada dietética y una ensalada con tiras de pollo. —Anoto rápidamente, asintiendo—. ¿Podrían poner el aderezo a un lado?

—De acuerdo. —Me aseguro de apuntar lo del aderezo—. ¿Y para ti?

—Un refresco de naranja y una hamburguesa especial con papas medianas. —Le pongo punto a la orden y levanto la barbilla, hago contacto visual con él.

—En unos minutos traigo sus pedidos. —Me doy la vuelta con demasiada torpeza, culpen a mis rodillas temblorosas.

Al caminar hacia el mostrador no puedo dejar de pensar que son muy diferentes, no entiendo por qué le gusta, aunque probablemente esté pensando esto por lo que siento. ¿No dicen por ahí que los polos diferentes se atraen?

 

 

Shawn

La mesa está en silencio, estoy seguro de que nuestras respiraciones son lo único que se escucha. Mientras me llevo el tenedor a la boca, me dedico a mirarlos en secreto. Mi padre es el jefe de calidad de una empresa de alimentos y mi madre es ama de casa. Somos una familia bastante normal, tenemos un lindo hogar y un auto.

Todo estaría genial si mi padre no fuera un obseso del control, tan estricto y autoritario que me hace desear pasar la mayor parte del tiempo en otro lado. Es muy triste que no seamos los mismos que fuimos hace diez años. No soporto estar cerca porque odio que menosprecie mis esfuerzos sin darse cuenta.

Detesto que me empuje, pero nunca sé cómo decírselo, pedirle que se detenga y me deje respirar.

—¿Cuánto sacaste en el examen de cálculo? —pregunta ajustándose las gafas. Mamá me mira suplicante, pidiéndome en silencio que no pierda los estribos.

—Saqué noventa —digo sin titubear.

Antes, cuando era más chico, me ponía muy nervioso si no alcanzaba la nota más alta del grupo. Hubo un tiempo en que controlaba mis ansias mordiéndome las uñas, también me dio esta cosa llamada gastritis a los doce. Después aprendí que no puedo ser perfecto en todo, que a veces voy a fallar en algunas cosas, me gustaría que mi padre se diera cuenta de ello.

Me enfoca con los labios fruncidos, observo mi plato para ignorar la sensación de hastío que me produce. Nunca soy lo suficientemente bueno para él.

Siempre hay algo para mejorar, algún defecto para corregir. Nunca puede sentarse a mi lado y estar orgulloso de mis pequeños logros, de mis carreras ganadas.

—¿Y cuál fue la calificación más alta? —pregunta. Aprieto la mandíbula, quiero golpear cualquier cosa, no importa. Solo deseo ahogar la impotencia que siento.

—Noventa y seis.

Me desvelé tres noches para estudiar. Tres. Le pedí ayuda a un compañero para que me explicara las cosas que no entiendo, simplemente no logré obtener algo mejor. Me agrada mi noventa; pero, como ya dije antes, no es suficiente. Debo ser el mejor para valer la pena.

Lanza una risita sarcástica acompañada de un bufido. El pollo con pasta que acabo de ingerir se revuelve en mi estómago. Me pongo de pie más rápido de lo que quiero. Dejo los cubiertos con agresividad, producen un estrépito al caer en el plato.

—No has terminado la cena, Shawn —dice mamá con la frente arrugada, aparto la vista porque no quiero recriminarle con la mirada. Mi madre lo hace lo mejor que puede, incluso así, me duele que no me defienda.

—Se me quitó el hambre.

Subo las escaleras y me encierro en mi habitación dando un portazo. Quiero salir en mi motocicleta y andar por las calles sintiendo cómo el viento se estampa en mi rostro, olvidar lo que acaba de pasar. Sin embargo, eso acarrearía problemas, y mi insulsa calificación se llevó la corona de esta noche.

Me dejo caer en el colchón y me quito los zapatos. Tomo el celular y reviso mi bandeja de entrada. Me siento como la mierda. Me quedo mirando la pantalla por un buen rato hasta que me decido. Mis dedos se mueven sobre las teclas como si tuvieran vida propia.

Ocurrió otra vez, Han, ¿crees que podemos hablar? Como que lo necesito.

No me contesta de inmediato, así que es posible que esté dormida. No obstante, el móvil timbra antes de que active el botón de silencio.

Ahora no puedo, Shawn. ¡Adivina! Liam vino a la casa a hablar, vamos a arreglar las cosas. Hablamos mañana.

Arreglar las cosas. Otra vez.

Leo el mensaje una y otra vez sin poder creerlo. De verdad necesitaba que me escuchara, que… dijera que todo iba a estar bien. Quería que me recordara que debo comportarme y seguir en la rutina donde intento agradarle a papá como si eso fuera posible, aferrarme a algo.

Dejo el aparato en la mesa de noche, ignorando lo mucho que me duele que esté con él. Me decepciona que no se preocupe por mí, yo estoy incondicionalmente para ella si me necesita. La historia se repite.

Conocí a Hannah en la escuela, compartíamos varias clases y caí rendido a sus pies casi de inmediato, después de que diera un discurso inteligente en la clase de biología sobre el ADN.

No pude despegar los ojos de los suyos, tan cristalinos. Amé cada parte de su rostro, su forma de ser, su fragilidad. Supe que éramos parecidos cuando la escuché hablar sobre sus padres. Eran idénticos a los míos, siempre exigiéndonos más, empujando para alcanzar la perfección. Ella es lo más cercano a ese ideal, es inteligente, hermosa, amable, caritativa y correcta. Nada en Han está mal, es segura. Dice y hace las cosas adecuadas, no enloquece por tonterías y nunca realiza acciones que perjudicaran su futuro.

Hannah es perfecta.

Tiene lo que siempre quise en una chica, es lo que mis padres esperan que traiga a casa. Me gustaría que pensara lo mismo, pero por lo general hay una barrera que no me deja cruzar.

¿Qué puedo hacer yo si llegué tarde? No puedo obligarla a que abra los ojos porque ya lo he intentado y no ha funcionado. Ellos dos se conocían desde antes de que yo apareciera, ya eran novios cuando la conocí. Me ha platicado muy poco acerca de cómo inició su relación, solo sé, por lo que he visto y escuchado, que William Baker no la quiere como yo, no la valora, prefiere a cualquier otra chica antes que estar un segundo con ella.

Si yo fuera él… jamás me apartaría. Pero no lo soy y debo entenderlo. Estoy cansado de lo mismo. Estoy harto de esperar a Hannah Carson cuando para ella no soy más que el mejor amigo que carga su mochila en las salidas. Miro al vacío pues no tengo sueño. No sé en qué momento me quedo dormido.

 

 

La campana para salir al receso retumba en las paredes de los salones, los alumnos se ponen de pie como si fueran resortes, hago lo mismo. Me tardo en meter mis útiles en la mochila, el aula casi se vacía cuando salgo.

Recorro el pasillo automáticamente, paso varios salones vacíos. Capto un movimiento de reojo en un salón, detengo de golpe mi andar, me quedo quieto unos segundos procesando lo que acabo de ver. Me regreso y me asomo, desde el umbral observo a una chica rubia sentada en un banco con un caballete frente a ella, está usando una bata blanca manchada de color rojo. Está tan inmersa en el cuadro que está pintando que no se da cuenta de que entro y me planto a unos pasos de distancia.

Mueve el pincel demasiado rápido, toma colores de la paleta y hace mezclas. Saca la lengua tocando una de sus comisuras mientras pinta, me tardo unos segundos en recuperarme.

—¿Puedo ver qué estás pintando? —cuestiono.

—¡¡Ahhhhhhh!! —grita y salta del susto. Yo también salto un poco. Sus párpados se pegan a su frente cuando me ve, el otro día en la cafetería puso esa misma expresión, no sé si es una reacción normal o es que hay algo extraño en mí. Sorprendiéndome, Natalie se baja de su asiento más rápido que un relámpago y agarra su cuadro, aferrándolo a su pecho como si fuera un salvavidas—. N-no es la gran cosa, e-es feo, se ve m-mal.

—Lo que se ve mal es tu bata —digo medio divertido por toda la situación—. Es la venganza del destino por mancharme de caldo el otro día.

Mira hacia abajo y hace un puchero, se despega un poco el cuadro. Sus mejillas están muy rojas.

—Lo siento —murmura ya sin mirar en mi dirección. Hago una mueca, quizá mi comentario no estuvo bien—. Debería irme.

Natalie va a esquivarme para salir del aula, pero doy un paso metiéndome en su camino, alza la cabeza con lentitud y me mira. Sus ojos son muy cafés, bajo la mirada hasta que llego a sus labios, mi vista sigue bajando. Hay una mancha de color amarillo en su bata, me apresuro a pasar mi dedo por la tela y, antes de que pueda reaccionar, pinto una raya vertical en su nariz.

—¿Qué diablos? —cuestiona contrariada. Me carcajeo al ver sus gestos de sorpresa y confusión. Se tarda en reaccionar, una sonrisa maliciosa le ilumina el rostro—. Así que quieres jugar…

Se da la vuelta, deja su obra de arte en el suelo apoyada contra las patas del banco donde estaba sentada y agarra el pincel. Suelto una risita de diversión, no sé qué mierdas estoy haciendo.

Entramos en un juego donde ella es el gato y yo soy el ratón. Al final me dejo cazar porque me parece que es lo más justo, pongo cara de derrota, ella se pone de puntitas y pinta dos líneas verdes horizontales debajo de cada ojo.

—Ya está —suelta bajando el pincel.

—Parecemos nativos —digo. Natalie se pone seria, en un segundo el ambiente entre los dos cambia o quizá es solo mi imaginación. Ella está cerca, no sé en qué momento puse mi mano en su cintura—. ¿Vas a ir a la fiesta el viernes?

—Tal vez —susurra sonriendo. Mi mirada vuelve a caer en ese punto, también sonrío.

—Espero verte ahí.

Después de despedirnos y tomar caminos diferentes, nuestras miradas se vuelven a encontrar una vez que estamos en la cafetería. Ninguno de los dos se quitó la pintura del rostro.