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Los pintores españoles siguieron pintando en gótico durante el siglo XV, y, por cierto, con tanta variedad y riqueza que nos ha parecido conveniente dedicar dos series a la pintura del siglo XV. De tal modo que el fascículo presente muestra las principales obras de los maestros catalanes, valencianos, mallorquines y aragoneses del siglo XV, mientras que la serie siguiente se dedica a los pintores castellanos y andaluces de la misma época.

En realidad, podemos decir que el mayor esfuerzo de nuestros estudiosos de arte se ha dirigido, en los últimos años, al descubrimiento, análisis y crítica de la pintura del XV, dando lugar a un aumento constante de conocimientos en torno al tema. Retablos casi desconocidos, tablas que permanecían ignoradas en algún oscuro rincón de iglesia rural, han sido desempolvadas y cuidadosamente estudiadas, hasta el punto que de día en día surgen maestros poco menos que desconocidos para situarse en un escalón de categoría muy elevada. Se encuentran relaciones e influencias, tanto entre nuestros maestros como entre los pintores extranjeros, y frecuentemente corregiremos los nombres de algún artista que antes era conocido por el sobrenombre de «Maestro de...» y ahora se sabe su verdadero nombre o la participación que tuvo en tal o cual retablo. El acervo pictórico del siglo XV está aumentando, como decimos, a marchas forzadas, y en nuestro reducido propósito de presentar las obras más características de nuestro arte nos vemos obligados a seleccionar estrictamente los más destacados.

Este afán de la crítica por el estudio de la pintura del XV no es nada caprichoso ni gratuito, sino que responde a una auténtica necesidad vital. Exceptuando nuestro siglo XVII, que representa no sólo la cumbre de nuestra pintura, sino también una de las cumbres de la pintura universal, el siglo XV es, sin duda, el siglo más fecundo de la pintura en nuestra península. Nuestros artistas, tan remisos y atípicos a la hora de recoger las ondas renacentistas, se muestran decididamente partidarios de los estilos gótico y barroco, y es en estos dos estilos en los que vierten con más gusto su personalidad. La pintura española tiene en estos dos capítulos (gótico y barroco) su expresión más elevada y su representación más numerosa. Ya vimos en el fascículo número 21 la importancia de algunos maestros catalanes, como los Serra; su acercamiento a los nuevos estilos italianos e incluso la superación de los mismos en algún caso. Hemos de insistir en lo convencional de la división gótico-renacimiento, que no son dos estilos sucesivos y contrapuestos, sino más bien la expresión de dos momentos simultáneos de la Historia europea: el gótico es la expresión artística de la Baja Edad Media Atlántica, mientras que el Primer Renacimiento italiano es la expresión artística de la Baja Edad Media italiana. Gótico occidental y Primer Renacimiento italiano son, pues, dos estilos cuya diferencia es local más que temporal. Bien es cierto que cada uno evoluciona por su lado, con mutuas influencias en la zona de contacto, hasta convertirse en lo que los tratados de arte suelen titular Renacimiento Flamenco y Pleno Renacimiento italiano.

En el caso de España hemos de tener muy presente esta evolución de la pintura universal, pues nuestro arte es reflejo exterior en gran medida. Las influencias italianas y atlánticas se mezclan y superponen en nuestra pintura, dando lugar a estilos diferentes. Eso es precisamente lo que vamos a tratar de descubrir seguidamente.

En el foco catalán, que es el que ahora nos ocupa, encontramos a principios del siglo XV un estilo que suele denominarse Internacional. Parece unánimemente aceptado que este estilo se origina en el Sur de Francia, en torno a la Corte Papal de Avignon a finales del siglo XIV y principios del XV. Se trata de una conjugación interesante del dulce colorismo bizantino de la escuela francesa de la Baja Edad Media. Es, por lo tanto, un estilo híbrido, producido en la zona de contacto de dos culturas distintas, la italiana y la francesa bajomedievales.