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Hacia mediados del siglo XVIII se produce una reacción del signo neoclásico frente al amaneramiento y complejidad del último barroco. El agotamiento de las formas de creación y el abuso de tantos convencionalismos artificiosos llevaron a la búsqueda de una nueva concepción estética de la escultura en la antigüedad clásica. Significa un retorno al pasado, precisamente en una época en la que se descubrían Pompeya y Herculano, cuyas excavaciones eran protegidas por el rey Carlos III.

Este movimiento neoclásico común a toda Europa no iba a ser una excepción en la España del rey Carlos IV. Decae ahora el tema religioso en pro de las figuras alegóricas más acordes con los modelos clásicos adoptados, figuras alegóricas que ya habíamos visto cómo hacían su irrupción en nuestra escultura con la decoración de los jardines de La Granja en tiempos de Felipe V. Abundarán los sepulcros como testimonio de culto a la persona, así como el retrato, que alcanzará cimas insospechadas, favorecido por el ambiente de la época, que exige la perpetuación del personaje. Al igual que en la época clásica, el tratamiento del desnudo se convertirá en el ideal escultórico.

A mediados, pues, del siglo XVIII, con la fundación de la Academia y la realización de las obras palaciegas, a las que se une la llegada de las nuevas ideas propagadas desde Italia surge una promoción de precursores que van a enlazar con los grandes maestros del neoclasicismo español.

En 1752 se había creado la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, para canalizar los afanes de renovación artística. Pero entre los primeros académicos figurarán nombres de arraigo barroco, como los de Felipe de Castro, Roberto Michel, Juan Pascual de Mena y Luis Salvador Carmona, a los que ya habíamos visto colaborar en las obras destinadas al nuevo Palacio Real .

Como era lógico suponer, la introducción del neoclasicismo habría de producirse lentamente. La tradición barroca, profundamente arraigada, no podía desaparecer de golpe, y por ello, durante la segunda mitad del siglo XVIII, continuaron realizándose obras barrocas.

Tras una primera etapa híbrida, la escultura en mármol comenzaría a desplazar a la madera policromada, hasta hacerla desaparecer. En esta época florece el relieve pictórico a la manera helenística.

1. Juan Pascual de Mena. Fuente de Neptuno. Madrid