Teófilo
Guerrero



Café para intelectuales



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© Teófilo Guerrero



D.R. © 2010 Arlequín Editorial y Servicios, S.A. de C.V.



Se editó para publicación digital en julio de 2017



ISBN 978-607-9046-47-7



Hecho en México

Las palabras del necio



Life... is a tale told by an idiot,

full of sound and fury,

but signifying nothing

WILLIAM SHAKESPEARE





Cada que surge un texto de dramaturgia el teatro comienza a suceder en algún lugar del tiempo. Cada que un dramaturgo se empecina en lanzar su «dardo en la oscuridad», los demás tenemos varias opciones: agacharnos, cerrar los ojos, enfrentar el ariete o abandonarnos a estos nuevos derroteros de la ficción. Cuando Teo escribe es claro que lo hace desde una aspiración amorosa y cuidada; porque amorosos son los rumbos de sus personajes inmersos en una brutal y desencarnada —a la vez que ineludible— situación. Leer sus textos son un viaje oscuro, que en ocasiones cuenta con finales esperanzadores; pero en la misma esperanza fundan su brutalidad, el remate de «ya no te quiero» desde la explosión pueril de la expresión es la corona verbal de una serie de aconteceres escénicos dibujados muy inteligentemente por el autor. Los entornos de las cuatro obras que tenemos en este tomo nos acongojan desde la imposibilidad de la vida, o de la vida normal; de esa nostalgia por el paraíso que Teo deja entrever en sus contextos —«es la calle sin pudores ni adjetivos…» «…nada de escenografía, ni aparatos y si se puede…ni teatro»— tratando de recordar cuando la vida y la mirada eran una sola. Desde esta premisa, Teo nos lleva como un dios de su infancia a ver la vida con esa mirada afectada por la experiencia de quien ha vivido un país al que se le ha ido la esperanza, de un espacio amoroso que con el desgaste confunde el deseo con el imperativo sexual, y en medio de esta brutal mirada nos deja entrever un rasgo no esperanzador sino humano: «seguramente te voy a odiar como nadie más te ha odiado, con la misma fuerza que te quiero, sólo desnúdate y ven… te amo»

En un asombroso juego de malabarismo nos va llevando a rincones insospechados, a la vez que factibles, con una lógica que nos empuja a pensar —sin caer en el lugar común— que esto que estamos leyendo seguramente está sucediendo en algún rincón de esta ciudad o de esta aldea, para no sentir la exclusión de la globalización neoliberal. Que una pareja de amantes urdan un plan para deshacerse de «C» aprovechando la ruta del «dinero fácil» por sobre las básicas reglas de convivencia convierten a «Chingue a su madre el mínimo» en una pequeña comedia que parece el antecedente lejano de «Al desnudo» dónde encontramos a esa pareja en condiciones de un gag —el cierre de la bragueta atorado en el momento de una erección— donde lo que termina por importar es el entorno de miradas que han juzgado a la pareja y que ésta a su vez se ha enjuiciado mutuamente, sin dejar un resquicio para el primer impulso amoroso. Pareja que en una tarde de tedio puede llegar a ser testigo en cualquier «Café para intelectuales» de la ciudad donde «se habla, se planea, y se arregla el mundo miles de veces cada mañana, cada tarde, cada noche; todos y cada uno de los comensales tiene una solución en la punta de la lengua, pero el mundo, a pesar de los agotadores esfuerzos de estos incansables pensadores profesionales (…) sigue siendo una porquería» sin pensar que están a punto de ser testigos de una más de las ejecuciones que alimentan las páginas de los diarios de nota roja; la mordaz propuesta de que un par de narcos de medio pelo se disfrazan de intelectuales para pasar desapercibidos, no es otra cosa más que esos guiños que Teo nos va lanzando a lo largo de sus textos: nadie es inocente, y en apariencia todos comenzamos a ser culpables; de avidez, de estulticia, o simplemente de entusiasmo por la vida, por el anhelo de una vida mejor… normal…

«Ya no te quiero», como menciono líneas más arriba, es una bestial mirada a ese irracional purgatorio que es la ciudad como encuentros —y por lo tanto de desencuentros— de vida. La tensa y constante situación de asedio sobre Neftalí y Esperanza los impele a ser desconfiados, pequeñas bestias a la defensiva con el ánimo de querer no ser victimarios sin poder dejar de ser víctimas. La inocencia como reducto de la maldad.

Mención aparte merecen las acotaciones o comentarios con los que Teo va amalgamando los diálogos; nos recuerdan a esas provocadoras acotaciones que mandaba «el barbas de chivo» Valle-Inclán, donde el lector no sólo las disfruta sino que se contextualiza del universo interno del texto y del autor…

Teófilo Guerrero, necio como es, nos entrega un texto disfrutable como literatura, provocador para la escena y angustiosamente memorable como retrato del espacio que nos tocó vivir.



FAUSTO RAMÍREZ