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José María Merino

 

 

Aventuras e invenciones
del profesor Souto

 

 

 

Edición de Ángeles Encinar

 

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José María Merino, Aventuras e invenciones del profesor Souto

Primera edición: septiembre de 2017

 

ISBN: 978-84-8393-605-4

IBIC: FYB

 

© José María Merino, 2017

© De la edición y el prólogo, Ángeles Encinar, 2017

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2017

 

Colección Voces / Literatura 246

 

 

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Nota del editor

 

El profesor don Eduardo Souto se ha dirigido a nuestra editorial para manifestar su deseo de que este libro, «muchos de cuyos textos narrativos y ensayísticos me pertenecen como autor, siendo en los demás el personaje protagonista», vaya dedicado a la profesora doña Ángeles Encinar «extraordinaria conocedora y sutil analista del relato breve hispánico», precisa, añadiendo: «con mi gratitud por el interés que desde hace años viene mostrando hacia mi obra».

Así lo hacemos constar.

El profesor Souto,
Alter ego o suplantador

 

José María Merino es uno de los mejores cuentistas de la literatura española desde el último tercio del siglo xx, además de teórico del género. Desde 1982, fecha de aparición de Cuentos del reino secreto, ha publicado más de una veintena de libros de relatos, incluyendo antologías propias y volúmenes de minicuentos, denominación que prefiere. El profesor Souto es un personaje emblemático de su producción. Apareció en «Las palabras del mundo», dentro de la colección El viajero perdido (1990), y desde entonces ha sido protagonista de cuentos, ensayos, minicuentos y una novela corta. Ha conquistado a los lectores merinianos y ha seducido a su creador («reclama para sí algunos cuentos o textos que voy escribiendo», dice Merino1) hasta el extremo de no importarle que le suplante en ocasiones («Ese personaje, el profesor Souto, ha dicho: No fue el ser humano quien inventó la ficción, sino la ficción la que inventó al ser humano»2), o se convierta en su alter ego («[…] deposito en él todo lo que no conozco a propósito de los aspectos materiales, estructurales, internos, extraliterarios o preliterarios, del lenguaje»3). Souto encarna a la perfección dos temas sobresalientes en la obra de Merino: la búsqueda, o la pérdida, de la identidad y la metaliteratura4.

Eduardo Souto no fue el nombre original. Al estilo de los juegos especulares y de la recurrente temática del doble practicada por José María Merino, al publicarse inicialmente «Las palabras del mundo» en la serie de relatos de verano del periódico El País, en 1987, el protagonista de la historia se llamaba Carlos Granda5. El azar o la sorprendente realidad a la que se hace referencia en tantas ficciones del autor pudieron ser la causa de que existiera un lingüista, profesor de una universidad española, con el mismo apellido. Esta coincidencia motivó la nueva denominación del personaje al incluir el relato en El viajero perdido; además, se efectuaron algunos cambios de estilo, en modo alguno sustanciales, fruto de la constante revisión que el escritor hace de su obra6.

En «Las palabras del mundo» se presenta al doctor Souto como un profesor prestigioso que, a pesar de sus méritos docentes e investigadores, no ha obtenido la cátedra debido al abuso de poder en su departamento. Esta adversidad podría ser el detonante de su desvarío: la percepción de las palabras sin plena significación y, por tanto, la incomprensión del discurso. La importancia del lenguaje en la configuración de la identidad del ser humano es motivo fundamental de reflexión en este cuento imbuido de humor. A propósito de él ha afirmado el autor: «[…] refleja la profunda convicción de que nuestra verdadera sustancia es el lenguaje»7.

La propuesta fantástica del relato encuentra respuesta en «Del Libro de Naufragios», que también forma parte de El viajero perdido, con el que establece un diálogo intertextual. Ahora el protagonista abarca en sus reflexiones todo tipo de lenguajes e incorpora el descubierto en la materia inorgánica. A pesar de sus delirios, se subraya su perspicacia y se establece la ambivalencia quijotesca, cordura-locura, como rasgo caracterizador.

El lector reconocerá a Souto en «Signo y mensaje», incluido en Cuentos del Barrio del Refugio (1994), magnífico ciclo de cuentos unificado por el espacio narrativo, el deambular de algunos personajes por distintos relatos y un ambiente común de deterioro. Se le califica de «vagabundo mítico, protagonista de historias estrafalarias» y él mismo resume sus andanzas en un párrafo ejemplar de síntesis. La meditación sobre el hecho comunicativo no se limita aquí al lenguaje oral o escrito, sino a todo tipo de signos. Nuevamente, lo insólito e inexplicable, propio del ámbito de lo fantástico, se impone en la conclusión, pero con un regusto irónico y socarrón. En este relato se asientan los rasgos de su «personajeidad»8: su obsesión por encontrar significados, su comportamiento extravagante, sus razonamientos disparatados o sensatos.

Celina Vallejo es un personaje recurrente en las ficciones de Souto. Compareció como discípula en «Las palabras del mundo» y dio cuenta de la transformación y de los desvaríos de su respetado director de tesis. Más adelante, como editora de un diccionario, proporcionó a su maestro la posibilidad de incorporarse a la vida normal, una vez superados sus episodios delirantes. Su nombre rememora al lector temas y características del protagonista. En «Celina y N.E.L.I.M.A.» comparte el foco narrativo, dada su relación sentimental con el profesor, y será víctima de unos celos insólitos que la situarán, con exacerbado humor, en un desvarío similar. La otrora sensata y concienzuda alumna entabla rivalidad con una computadora y el programa informático instalado. El autor subraya con hilaridad la amenaza del frenesí tecnológico a la comunicación y las relaciones humanas. Souto es imagen especular de la obsesión por la informática. Destaquemos que el relato se publicó inicialmente en 2001 y se anticipaba a la perturbación actual por el uso excesivo de los nuevos medios de comunicación.

En «El fumador que acecha», incluido junto con el cuento anterior en Cuentos de los días raros (2004), reaparecen ambos personajes. Subrayamos la interesante perspectiva de este relato: se trata de un narrador testigo en primera persona del plural, extradiegético, oculto casi siempre en la tercera persona, quien recoge el testimonio de Celina Vallejo en su calidad de amigo y colega del profesor Souto. Este se encuentra felizmente incorporado a sus tareas docentes en la universidad, su tiempo transcurre entre aulas, despachos y su vivienda, situada en pleno barrio del Refugio –sugestivo rasgo intratextual. El tema del doble se presenta de un modo innovador y divertido: es un doble interior, la parte no volitiva, inconsciente, del profesor arrastrada por su antigua adicción al tabaco9. El reencuentro con espacios de humo y fumadores le hace claudicar ante su gusto por la nicotina. La duplicación se constata por la propia Celina que se sorprende de verle casi simultáneamente en dos facetas opuestas. La dificultad de asumir la propia identidad se manifiesta frente a la amenaza de otro yo agazapado en un estrato más profundo de la personalidad, siempre latente. La resolución jocosa de la historia resalta su carácter lúdico sin olvidar su contenido esencial.

Desde Providence y afiliado a la Miskatonic University, el 27 de marzo de 2008, el profesor Souto prologa el volumen de cuentos de José María Merino Las puertas de lo posible: Cuentos de pasado mañana. En él nos informa del propósito literario abordado por el escritor: dar testimonio, bajo el tamiz de la ficción, del mundo del futuro. El libro parece ser un encargo de Souto, aceptado de buen grado por el autor, y el prologuista señala aciertos y recoge los argumentos dados para no atender algunas sugerencias suyas. Subraya el hecho de que haya un relato protagonizado por él, «El viaje inexplicable», supuesto homenaje a su persona, aunque no le satisface por la falta de referencias precisas a las obras de ficción aludidas. Impresionante juego metaliterario el realizado en este exordio, donde se invierten los papeles entre creador y criatura, al modo unamuniano, y se justifican licencias o detallan predilecciones. El profesor suplanta con autoridad académica al autor.

Una cita de El manifiesto futurista de Marinetti enmarca esta colección de ciencia ficción. Sirve de anuncio de la ruptura con el tiempo y los espacios reconocidos, y de la aparición de otra realidad en el conjunto. Así sucede en «El viaje inexplicable», donde prevalece el tema metaficcional a través de la duplicación interior. Souto y Celina son personajes de la ficción interna y recorren escenarios de la literatura universal y de historias protagonizadas por ellos, en una trama que aborda la lectura como vehículo de auténticos viajes.

«El duplicado», «La vieja pálida» y «El túnel» aparecieron en La trama oculta (2014) en el apartado titulado «De aquel lado», donde predomina la tendencia fantástica. El título del primero desvela su enfoque. La duplicidad del profesor le pone en situaciones comprometedoras, vividas con perplejidad por los otros personajes y por él mismo, hasta el extremo de hacerle admitir una evidencia irracional: «Eras sin duda tú mismo […]. Nada de delirios, nada de sueños que se incrustan en la vigilia» (p. 146). El punto de vista de segunda persona, un desdoblamiento del yo mantenido en todo el cuento, es la estrategia idónea para corroborar la inquietante experiencia10.

Ser víctima de un robo desata la imaginación del profesor Souto y lo convierte en autor de la historia interior de «La vieja pálida», inmersa en el género fantástico. Lo metaliterario se sitúa en primer plano, gracias a la interesante mise en abyme instaurada en el relato; se reduplica el espacio de la enunciación y aparecen los dos niveles narrativos, diferenciados de forma clara en el inicio y el final, aunque en la conclusión se subraya la coincidencia entre el autor ficticio y el autor implícito.

En el espacio simbólico de un túnel, tenebroso y asfixiante, que parece prolongarse sin fin, se desenvuelve Souto en el cuento de título homónimo. Después de abandonar el hospital, el protagonista piensa participar en un congreso y disfrutar del ambiente académico. Sin embargo, el escenario de su entorno persiste en mostrarse oscuro y sumido en la oquedad, de ahí su aturdimiento y extrañeza. Todo a su alrededor resulta irreconocible. El fenómeno de la dualidad, tan presente en la narrativa meriniana, se manifiesta en esta ocasión entre la vida y la muerte. Se puede entrever al personaje tan desorientado como lo estaba el de los inolvidables minicuentos de la serie «El despistado»11.

Lo fantástico y lo metaliterario combinan de nuevo en «El otro camino». La cita de Robert Frost que enmarca el cuento alerta de la dificultad de elegir frente a la bifurcación y del deseo de simultanear tiempos y espacios. El narrador confiesa haber sido alumno de Eduardo Souto y enterarse de su extraña desaparición durante su estancia en una universidad norteamericana. Destacamos el rasgo autorreferencial en las primeras páginas, pues al protagonista se le reconoce como amigo de Ana Merino y de su padre, un escritor español12. Su visita a la torre Bartlett le sumerge en un espacio con más atributos soñados que reales, fantasmales, donde la conciencia se disipa y se impone el ámbito de lo fabuloso. Precisamente allí se encuentra con el profesor Souto, quien le reafirma en sus percepciones al asegurarle que están en «El lugar sin tiempo […]. La palabra escrita posibilita dos caminos, el que conduce a los ámbitos del tiempo fugitivo y el que lleva a los lugares del tiempo detenido» (p. 158). La literatura es la puerta de entrada a esa otra realidad, como tantas veces ha manifestado el autor. El tema del tiempo y la dificultad de los seres humanos para enfrentarse a él reaparece en «Las horas falsas». La brevedad de la historia resulta idónea para trasmitir el asunto con intensidad.

«La hechizada», inédito, y «Liquidando al meta» son dos relatos recientes. En el primero, reaparecen Souto y Celina en amorosa convivencia, acompañados de una gata bautizada por el profesor con el literario nombre de «Lisi». Su extraño comportamiento les remite al tema del encantamiento en los cuentos infantiles y al poder de los sortilegios reflejado en el popular Libro de San Cipriano, leído por Souto en su juventud. Lo mágico hace acto de presencia e instaura un ambiente feérico en la historia, sin que Souto desaproveche la oportunidad para recuperar su antigua obsesión e intente desentrañar el lenguaje de los animales. El exceso metaliterario se satiriza con humor en el otro título; el profesor se limita a ser narratario del texto, destinatario –nunca apercibido– de la confesión de un antiguo alumno.

«La biblioteca fantasmal», escrito a finales de 2016, es otro magnífico inédito de este volumen. El tema de los fantasmas, tratado por el autor en varios cuentos, entre ellos «La costumbre de casa», al que remite un pensamiento del profesor en velada complicidad con el lector meriniano, se impone y dota a la ficción de una atmósfera sombría y desvaída en consonancia con los acontecimientos. El octogenario Souto comprobará de nuevo la descomposición del lenguaje, no solo del escrito sino también del visual, indicio evidente de la disolución de la identidad, y buscará refugio en el reencuentro con Celina.

José María Merino practica con éxito la media distancia en Cuatro nocturnos (1999), cuatro novelas cortas unificadas por el apelativo musical, cuyo título apunta al ámbito de lo inconsciente y de la pasividad –relacionada con la noche– presentes en todas13. La cita de Hoffman que enmarca estas historias, «Es el fantasma de nuestro propio yo, cuyo íntimo parentesco y cuya profunda influencia nos arroja al infierno o nos lleva al cielo», deja traslucir los motivos que se convierten en focos temáticos: el doble y la identidad14. Además, es un expreso homenaje al autor de los Nocturnos. La duplicidad se manifiesta de diferentes maneras en todas las ficciones, bien a través de suplantaciones, proyecciones, desdoblamientos, escisiones o la creación de otros, dentro de uno mismo o en el exterior. Consecuencia directa de esto, o, por el contrario, su causa es la falta de identidad de todos los protagonistas.

Eduardo Souto protagoniza «La Dama de Urz», segunda nouvelle. El personaje se encuentra en un período de recuperación y tranquilidad, alejado de los episodios delirantes de otro tiempo, y este sosiego se debe, en buena medida, a su trabajo en un diccionario, encargo de su fiel exalumna Celina, responsable del proyecto. Sin embargo, en la primera secuencia, de las veintidós del texto, se establece el desconcierto. La confusión del profesor con otro individuo, con quien él mismo se había identificado previamente, le impulsa a la aventura. Souto usurpa la personalidad del otro y asume su papel de sustituto; se inicia en el arte de la usurpación. El equívoco se convierte en una señal que le hace olvidar sus propósitos y le proporciona la razón para alejarse del orden y de la rutina de su vida. El tema del doble se explora así desde un ángulo diferente y la aparición de otros impostores en la historia subraya la fragilidad de la identidad en el mundo actual. La innovación en esta obra proviene también de la figura de Soutín. Se trata de una voz secreta, a modo de conciencia, que parece haberle acompañado desde la época de sus desvaríos, escondida en los rincones de su imaginación. Puede hablarse de un doble interno, pues permaneció siempre en su mente y suponía la parte cuerda de sí mismo, la que le había alejado del delirio total. La sensatez de Soutín queda desbancada por el anhelo de aventura de Souto, de ahí su desaparición hasta el final, cuando el protagonista reconduzca su vida. Soutín simboliza el triunfo de la cordura del personaje.

El interés del autor por lo visual y la iconografía, evidenciado en obras posteriores –Cuentos del libro de la noche (2005), constituido por ochenta y cinco minicuentos acompañados cada uno por un dibujo, y «Ficción de verdad» (2009), su discurso de ingreso en la Real Academia Española– sobresale en la nouvelle. El profesor prioriza las imágenes del periódico frente a las palabras impresas y les otorga mayor consistencia del mundo real. Por otro lado, la trama novelesca sitúa a Souto como director de arte en una fundación, tarea similar a la de un lingüista, según él, pues equipara cuadros y pinturas a otro tipo de lenguaje.

En el apartado «Invenciones» se integra lo que en palabras de Merino sería un «jardín de flores curiosas»15, es decir, una variedad de registros narrativos: carta, ensayos, minicuentos y fábulas. Todos ellos conforman un tejido textual donde se entrecruzan la tradición literaria culta y la popular. En un magnífico juego metaficticio, se inicia con una carta del profesor Souto, impresa en el papel oficial de su Universidad, dirigida a Ángeles Encinar y José María Merino, donde les contesta a su petición de recabar algunos de sus textos. Admite que le divierte verse convertido en personaje y precisa su interés por el tema del doble. No obstante, avisa de la imposibilidad de ceder algunos de sus ensayos, que pueden consultarse sin problemas en la biblioteca de su institución, la Miskatonic University –se trata de la universidad inventada por Lovecraft, situada en Massachusetts–, pero tiene la gentileza de entregar otros, caracterizados por su hibridez genérica. El broche epistolar lo constituye el minicuento «La aventura verdadera», que destaca el acto de la escritura como una empresa apasionante para el autor. Observamos que Souto suplanta sin escrúpulos a su creador y asume en sus ensayos la función de su alter ego. Se produce en esta misiva una «vuelta de tuerca» en la relación entre ficción y realidad, imprescindible para la plena realización de la verdadera metaliteratura, a juicio de Merino16.

El afán experimentador de Souto, siempre vivo, se demuestra en «Sobre la música del futuro». Con su neologismo transarmonizar describe la traducción en sonidos de los textos literarios, gracias a un programa informático diseñado por él. El escritor leonés se convierte en personaje de ficción y testigo privilegiado del acontecimiento. No nos extrañaría comprobar la realidad de este invento en un futuro próximo.

En 1995, José María Merino publicó un sugerente artículo con el título «La relación con el doble»17. Se basa en el cuento «La sombra», de Hans Christian Andersen, para reflexionar sobre el mito del doble, tan practicado en su narrativa y motivo recurrente de la literatura fantástica. El relato también le sirve para profundizar en el tema del proceso creador. Ante la significación que últimamente cobra, pues parece convertirse en adversario, afirma: «[...] los escritores deben procurar que la relación con su doble sea lo más pacífica posible» (p. 254). Al incluir este ensayo en Días imaginarios, lo tituló «La sombra en el umbral», privilegiando la imagen proyectada de todo individuo, y atribuyó su autoría al profesor Souto. Para contrarrestar ese influjo ominoso del doble, lo convierte en alter ego y de este modo lo controla. Desde Días imaginarios el profesor ejerce esta nueva función. Varios ensayos se inician con una de estas frases: «En aquella mesa redonda, cuando le tocó el turno, el profesor Souto leyó lo siguiente», o simplemente «Un texto del profesor Souto». La voz autorial se impone después de las palabras introductorias, tanto en la elección de motivos como en su enfoque.

«Un autor caprichoso» sirve de preámbulo a la invención posterior. Souto empatiza con Don Quijote y admite la presencia de un extraño –un mago en la ficción cervantina– que transforma continuamente la realidad. Justifica esta experiencia mediante la voz narradora y la perspectiva irónica que deja desvalido al protagonista. Es obvia la ulterior identificación. En una eficaz mise en abyme se imagina una criatura escrita, a merced de un autor con intención de desconcertarle. La ambivalente relación del célebre escritor argentino con la obra española más universal se plantea en «De Borges y el Quijote». Una revisión a las abundantes referencias en las ficciones del escritor bonaerense le permite afirmar su fascinación por el personaje de Cervantes, y la fundamenta en la metáfora del soñador frente a su sueño, tan presente en la producción borgiana. Sin embargo, concluye con la opinión de que la mirada de Borges al Quijote fue superficial y anecdótica.

En «La decapitación de Sherezada» se subraya el vínculo entre autor y lector, resaltando la participación activa de este. El embeleso del oyente se atribuye a la sustitución del tiempo histórico por el tiempo del relato y se afirma la necesidad del lector para que el texto literario logre su plena realización. «Sueño y memoria» insiste en la idea de la relatividad temporal, parte sustancial de la condición humana, a juicio del narrador. Este ensayo se inicia con una referencia a Lucrecia de León, protagonista de la novela histórica Las visiones de Lucrecia y la ruina de la Nueva Restauración (1996), cuya figura provocó gran interés en José María Merino por su ligazón al mundo de los sueños. Recuerdo, olvido y sueño se ponen en íntima relación, y la literatura desarrolla una función primordial para mantener el equilibrio necesario entre ellos.

El tema del nacionalismo, tan en boga en la actualidad, se enfoca con ironía y humor en la serie titulada «Micronaciones». El profesor Souto, aprovechando la breve estancia de su primo Ferrán en su casa, expone reflexiones y anécdotas al respecto, propias o de conocidos –precisa– e incluye ficciones relacionadas. Opina sin disimulo que «el nacionalismo es una nueva enfermedad infantil de esta sociedad posmoderna» (p. 269). Una de las historias más sugerentes, atribuida a un amigo escritor –su función de alter ego se constata–, tiene como escenario Kazajistán, donde la pasión nacionalista oscurece la labor de difusión de las obras maestras de su literatura por el desprecio a la lengua compartida. Concluye el relato con un espléndido tono socarrón. El conjunto agrupado bajo este epígrafe se caracteriza una vez más por su hibridez: parábolas, minicuentos, anécdotas, «cuentecitos distópicos» –en palabras del profesor– y hasta un abecedario. La obsesión por las lenguas propias, de regiones minúsculas, se aborda desde el absurdo de la individualización exacerbada, que contrasta con el predominio de la globalización («Soberanías de bolsillo»). En otros casos, se vale del género fantástico o de ciencia ficción para resaltar la preferencia independentista en detrimento de la variedad cultural, territorial y lingüística («Contra la estupidez», «Minilandia» y «Nanópolis»). El asunto se lleva al paroxismo en «El idioma secreto» y «Abecedárica nacionalista». Resaltamos ahora la consideración de José María Merino sobre los microrrelatos en el marco total de su obra. El escritor confirma que en esta modalidad plantea supuestos narrativos de una manera diferente a lo efectuado en novelas y cuentos: «La relatividad de lo humano, mi visión desconcertada del cosmos en ejemplos domésticos, ciertas especulaciones ecologistas. [...] otros aspectos fundamentales de lo humano»18.

«Dormidos despiertos: La gran españolada» incide en temas recurrentes en la literatura meriniana: la ambigüedad de lo real, la difuminación de fronteras entre sueño y vigilia, imaginación y delirio, y la búsqueda de identidad. Se señala el origen del mito del soñador soñado, del dormido despierto, y su incorporación a obras de la literatura universal –Las mil y una noches y La vida es sueño, entre otras– para asociarlo con la historia española de los siglos pasados y del momento actual19.

El autor leonés ha insistido en la necesidad de la ficción para comprender la realidad. Lo hace de nuevo, mediante la voz de su alter ego, en «El género perenne». Este microrrelato metaliterario deposita en el cuento el origen de la expresión literaria, concretamente en el libro Calila y Dimna de la ficción en español20. Extiende esta competencia al minicuento, renovado en el siglo xx y en auge en el momento actual, y avisa de los peligros que lo amenazan. Transcribimos la magnífica caracterización que se hace de él: «[...] su carácter proteico, en su capacidad de adaptación, de síntesis, de adopción de las formas más inesperadas, en su idoneidad para pasar de lo mítico a lo insignificante y de lo realista a lo fantástico, e incluso para rozarse con otros géneros sin que su naturaleza se sobresalte» (p. 284).

Instalado el profesor Souto en la cómoda situación de ser el otro yo de José María Merino, asumió el protagonismo en un congreso sobre microrrelato y plasmó sus reflexiones en «La glorieta miniatura», donde, desde un plano ficticio, describe los principales rasgos del género. En primer lugar, se refiere al tamaño: «[…] el microcuento más largo y el cuento literario más corto tienen la misma extensión, lo que suele confundir incluso a los especialistas» (p. 291). Enseguida alude a la concisión y síntesis necesarias: «Para el vigoroso crecimiento del cuento minúsculo es muy conveniente el arte de la poda» (p. 291). Continúa con el bagaje de siglos de escritura: «[…] gran número de relatos hiperbreves se alimenta de materia literaria ya muy macerada por el tiempo y las relecturas» (p. 291); con una aclaración: «Hay entre muchos relatos mínimos una fuerte tendencia a vivir de las energías y de la memoria del lector» (p. 292). Como conclusión, un aviso para navegantes: es posible que «encontremos un minicuento nuevo y sorprendente en eso que tantas trazas tiene de aquel relato brevísimo que nos deslumbró una vez» (p. 293). Consideraciones inspiradoras que, unidas a otras más generales sobre el denominado «Jardín literario», aportan ideas profundas sobre el quehacer narrativo en la historia humana. Veinticinco microficciones a las que ha añadido un colofón para la presente entrega, impregnado de ambigüedad y aire apocalíptico.

El adjetivo patafísico, que acompaña al título del apartado penúltimo de este libro, remite al movimiento cultural vinculado al surrealismo, por eso, no es de extrañar que sea una tendencia predominante en este grupo de ficciones nombradas con propiedad «Minisoutos». El asombro ante la realidad histórica del siglo xxi, tan distante del placentero porvenir augurado, el fanatismo religioso o las teorías científicas son algunos de los temas. Con frecuencia, desde el ámbito de lo fantástico se alude a la sorprendente realidad, o a las interferencias entre realidad y ficción, o entre vida y literatura. Y nunca se abandona la ironía y el humor, como se demuestra con gracejo en «Malentendido». Tampoco se soslaya una mirada crítica a las teorías recientes sobre el género breve, de ahí la denominación de «Postcuento» para el que inicia el conjunto –situado con intención en ese primer lugar–, donde se apunta a la carencia de narratividad de algunos textos.

«Cinco miniminis» clausura el volumen. La creación de mundos mínimos –en un vaso, un charco, un belén, una pecera y un bonsái– unifica este grupo de narraciones y se asiste con asombro al descubrimiento de realidades paralelas. Además, se instaura un interesante diálogo intratextual con el cuento «El nacimiento en el desván», del primer libro de relatos de Merino, y con el microrrelato «Ecosistema».

El profesor Souto es un personaje quijotesco, forjado desde su origen en la dicotomía cordura-locura, que siempre ha estado al servicio de los intereses literarios de su autor. Como en el caso cervantino, es una criatura apasionada por la aventura, que nunca ha cejado en su empeño y ha continuado en la estela de la moral del fracaso inaugurada por Don Quijote21. Con su praxis, también ha defendido la autonomía del personaje y de la ficción. Sus historias están arraigadas al microcosmos meriniano. Él simboliza mejor que nadie el tema de la pérdida de identidad, recurrente y esencial en la obra de José María Merino, y mediante su figura, con un discurso innovador, se ha reflexionado sobre el doble, la enajenación del individuo, la sorprendente realidad, la ficción y la metaliteratura, entre otros motivos. Con el paso de los años, ha dejado de ser un usurpador para convertirse, con nombre propio, en el alter ego de su creador.

 

Ángeles Encinar

Saint Louis University, Madrid Campus

Esta edición

 

Este libro reúne, por primera vez, las ficciones protagonizadas por Eduardo Souto, personaje significativo en la obra de José María Merino desde hace treinta años. En el apartado I, Aventuras, se incluyen catorce cuentos pertenecientes a cinco colecciones del autor –El viajero perdido (1990), Cuentos del barrio del Refugio (1994), Cuentos de los días raros (2004), Las puertas de lo posible: Cuentos de pasado mañana (2008) y La trama oculta (2014)– y a tres antologías –una específica sobre el escritor del año 2013 y otras dos colectivas de 2013 y 2014–, más dos inéditos. Les sigue la novela corta «La Dama de Urz», una de las que forman los Cuatro nocturnos (1999), la única protagonizada por él. El epígrafe II, Invenciones, se compone de una carta del profesor Souto –fechada en 2015 y escrita a propósito de esta edición– y doce títulos que agrupan anécdotas, ensayos, fábulas y minicuentos de temas diversos, representativos de la producción meriniana. Algunos pertenecen a Días imaginarios (2002), otros son microrrelatos de La glorieta de los fugitivos (2007), denominados «veinticinco pasos» a los que ha añadido un colofón nuevo, y además, hay un buen número de inéditos de distinta factura.

Hay que señalar que todos los cuentos ya publicados de la presente antología han sido revisados una vez más por Merino, que nos entrega «la versión definitiva», según me confirma. En los ensayos procedentes de Días imaginarios, el escritor ha efectuado cambios textuales relacionados principalmente con la perspectiva narrativa. El profesor Souto asume ahora la autoría desde la primera persona.

Se trata de un volumen único y esencial para conocer en profundidad la literatura de José María Merino. Todos los lectores, asiduos y nuevos, disfrutarán de esta obra.

 

1. En su «Entrevista» con Francisca Noguerol, Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (RANLE), vol. 2, n.º 4 (2013), 402-446, 425.

2. Ibíd, 426. También se convierte en autor del prólogo de Las puertas de lo posible: Cuentos de pasado mañana, Madrid, Páginas de Espuma, 2008.

3. Ibíd, 425.

4. Se ha señalado en numerosas ocasiones, entre otras: Asunción Castro, «La orilla oscura de la conciencia: el tema de la identidad en la narrativa de José María Merino», en Ángeles Encinar y Kathleen Glenn, eds., Aproximaciones críticas al mundo narrativo de José María Merino, León, Edilesa, 2000, p. 239; Ángeles Encinar, «Tras las huellas de Souto: el arte de convertirse en auténtico personaje», en Irene Andres-Suárez y Ana Casas, eds., José María Merino, Madrid, Arco, 2005, p. 69; Rebeca Martín, «El oscuro adversario: Las apariciones del doble en los cuentos de José María Merino», Per Abbat, 4 (2007), p. 116; David Roas, «Souto o la búsqueda imposible», http://otrolunes.com/archivos/11/html/unos–escriben/unos–escriben–n11-a36-p01-2010.html; Fernando Valls, «La marimba llora (Sobre imposibilidad de la memoria y otros cuentos de José María Merino», en Aproximaciones críticas al mundo narrativo de José María Merino, p. 138.

5. José María Merino, «Las palabras del mundo», El País Semanal, 9 de agosto de 1987, 2–8.

6. Analizo este aspecto en «El taller literario de José María Merino. Tres versiones para un relato», Siguiendo el hilo. Estudios sobre el cuento español actual, Villeurbanne (Lyon), Orbis Tertius, 2015.

Resaltamos la siguiente declaración de Merino: «Mi propensión a lo fantástico hace que todas las casualidades me fascinen…», «Entrevista», p. 419.

7. En «Algunas reflexiones sobre el cuento literario», Las palabras del mundo, de José María Merino, traducida al árabe por Said Benabdelouahed, 2014, p. 5.

8. Tomo el término de Carlos Castilla del Pino, Teoría del personaje, Madrid, Alianza, 1989, p. 32.

9 Rebeca Martín ha estudiado este tema recurrente del autor en «El oscuro adversario», op. cit.

10. José María Merino ha utilizado en diversas ocasiones la perspectiva del «tú», tanto en cuentos como en novelas. Un ejemplo magistral está en su novela El río del Edén, Madrid, Alfaguara, 2013.

11. La dificultad de distinguir la línea divisoria entre la vida y la muerte es el motivo que se repite en «El despistado (uno)», «El despistado (dos)» y «El despistado (tres)», minicuentos publicados en el libro Cuentos del libro de la noche, Madrid, Alfaguara, 2005.

12. La autorreferencialidad está clara. José María Merino fue profesor visitante (escritor en residencia) en Darmouth College durante un semestre, universidad donde trabajaba su hija Ana. La dedicatoria del relato lo subraya, y el espacio narrativo es real.

13. Al reflexionar sobre la novela corta, Merino ha afirmado que «tiene mucho de mecanismo de relojería, de artefacto en que toda la maquinaria está al servicio del mismo movimiento, y en que no pueden tolerarse los devaneos argumentales ni las desproporciones dramáticas. [...] tiene palpitación de novela y sin embargo se presenta con la sobriedad del cuento», en Ficción continua, Barcelona, Seix Barral, 2004, pp. 82 y 84.

14. Ignacio Soldevila Durante estudió este volumen en «Sombras de mundo y mundo de sombras», en Aproximaciones críticas al mundo narrativo de José María Merino.

15. Lo utilizaba en su prólogo a Días imaginarios, Barcelona, Seix Barral, 2002.

16. En su «Entrevista», p. 421.

17. Apareció en la República de las letras, 46 (diciembre 1995), pp. 103-106.

18. En su «Entrevista», p. 435.

19. La dualidad sueño-vigilia es fundamental en la obra de José María Merino. Es tema central en una de sus novelas más celebradas, La orilla oscura, cuyo protagonista lo focaliza. Remito a mi introducción a esta novela en la edición crítica de la editorial Cátedra, 2011, pp. 9-81.

20. José María Merino ha realizado una edición de Calila y Dimna, Madrid, Páginas de Espuma, 2016.

21. A estas ideas sobre la obra de Cervantes se refiere Juan José Saer en su ensayo «Nuevas deudas con el Quijote», Trabajos, Buenos Aires, Seix Barral, 2005, pp. 79-82.

I. – Aventuras
Catorce cuentos

Las palabras del mundo

 

La gente malévola de la Facultad asegura que, salvo la ayudante Celina Vallejo, ninguno de los miembros del departamento al que pertenecía el profesor Souto manifestó signo alguno de pesar cuando se produjo su desaparición. Los más maliciosos señalan también que la pesadumbre de la ayudante Vallejo no se debió tanto a un sentimiento amistoso –o amoroso– como al hecho de que el desaparecido fuese director de su tesis doctoral, que quedaba así huérfana de tutela en el presente y de valimiento en el futuro. Mas lo cierto es que Celina Vallejo se mostró abatida durante bastante tiempo.

También es verdad que su interés en el extraño asunto pareció extinguirse de repente, y que tal cambio de actitud había coincidido con la decisión del catedrático, don José Dodero, de asumir la dirección de la tesis interrumpida. Pero durante las semanas que sucedieron a la desaparición del profesor Souto, la ayudante Vallejo realizó numerosas gestiones con el fin de conocer en lo posible los extremos del suceso; se desplazó a la costa de Finisterre por su cuenta, para entrevistarse con el comandante del destacamento de la Guardia Civil responsable de la redacción del atestado, y hasta logró recuperar el cuadernillo en el que figuran los postreros testimonios del presunto suicida.

 

La desaparición de Eduardo Souto remató el cúmulo de anomalías y rarezas que el infortunado había manifestado en su comportamiento a lo largo del último curso académico, y los maldicientes atribuyen aquellos desórdenes de su conducta a desequilibrios psicológicos cuyo causante inmediato sería el propio doctor Dodero.

Empeñado en mantenerse como único catedrático de su departamento, el doctor Dodero no propicia –es más, obstaculiza e impide– la dotación de nuevas cátedras, suscitando en el ánimo de sus colaboradores la convicción amarga de que nunca adquirirán esa superior condición académica y docente que, sin embargo, compañeros de otros departamentos, con menor antigüedad e inferiores méritos, han logrado ya en diversas universidades de provincias y hasta en la Complutense, de la mano de catedráticos menos celosos de su poder y protagonismo.

La injusticia sería flagrante en el caso de Eduardo Souto, pues llevaba en la Facultad diecinueve años –doce de ellos como doctor– y había obtenido su plaza de profesor adjunto –que ahora se denomina de profesor titular– seis años antes, con el primer número. Además, fue autor de numerosas publicaciones de su especialidad, que lo hicieron acreedor de consideración entre sus colegas de las universidades más importantes. Sin embargo, resultaba ser el único profesor de su oposición, y acaso de su generación, que no era todavía catedrático. Pues el doctor Dodero ha advertido y advierte, pertinaz e implacable, que hasta que él mismo se jubile –lo que no sucederá antes de dos lustros, como poco– no existirá otro catedrático en aquel departamento.

Algunos compañeros recomendaban el traslado al profesor Souto. Tal como estaban las cosas y considerando sus méritos, no le sería difícil acceder a una cátedra en cualquier universidad de provincias; en cuanto a los posibles trastornos de su vida, no era previsible que, siendo soltero, un cambio de tal naturaleza le crease otras incomodidades que la búsqueda de vivienda.

Pero el profesor Souto era persona de hábitos rígidos, estaba acostumbrado a los usos y servicios de su Facultad de tantos años, vivía en un antiguo y enorme piso cercano a Tirso de Molina –un lugar que le resultaba especialmente grato– y había acumulado en su casa cerca de ocho mil libros, en espacios holgados que no era fácil sustituir.

Sordo a las sugerencias de un traslado que lo haría catedrático, iba no obstante alimentando el resentimiento creciente de no serlo y desequilibrándose por ello. Tal fue la interpretación más usual sobre el origen de sus desvaríos.

 

Los problemas del profesor Souto habían comenzado el mismo día de la inauguración del penúltimo curso. Era cumplidor de los ritos académicos y, aunque en aquel principio de noviembre no estaban regularizadas todavía las clases y él se encontraba absorto en la elaboración de un trabajo sobre fonología –del que era parte sustantiva un prolijo inventario de variantes de fonemas– acudió disciplinadamente al paraninfo, dispuesto a oír la conferencia que debía pronunciar un catedrático de Historia Económica sobre las postrimerías de la agricultura tradicional.

Mientras oía la conferencia, en la mente del profesor Souto persistían algunos interrogantes de su investigación. Aquellos días le interesaban en particular determinados aspectos de la pronunciación de los fonemas be, de y ge, que permitían analizarlos desde perspectivas diferentes de las utilizadas en los estudios habituales, y atendió al discurso con avidez, comparando las variantes que los fonemas mostraban en la pronunciación del conferenciante, durante su lección.

Mas hubo un momento –según se sabe por declaraciones del propio profesor Souto– en el que fue consciente de una extraña percepción: pues algunas de las palabras del discurso, escuchadas por él con toda claridad, perdían de pronto su sentido y llegaban a los límites de su entendimiento descompuestas de modo tan extraño, que solo por el sentido de los vocablos que las acompañaban era capaz de comprenderlas.

Tal sucedió con la palabra ganadería que, tras oír repetidamente, se fue transformando en sus oídos en gán – ád – erí – á, hasta llegar a convertirse en una confusa serie de fonemas en la que solo resaltaban las vocales «a – e – i» entre un inescrutable revoltijo de sonidos guturales, nasales, alveolares, que enmascaraban el significado último de la palabra.

Le sucedió claramente con ganadería, cultivo y vías agropecuarias, y solo extremando su atención consiguió que no le sucediese con algunas otras. Un esfuerzo que lo dejó exhausto al final de la lección, pues lo obligó a acechar cada palabra en el momento en que el conferenciante la pronunciaba, intuyendo casi su sentido para fijarlo de inmediato, conforme a los fonemas que la iban construyendo, de modo que pudiese asumir y comprender el vocablo antes de que se perdiese en la pura sucesión de los sonidos.

Aquella experiencia desazonó mucho al profesor Souto. Desgraciadamente para él, el problema se repitió cuando comenzaron las clases: le resultaba cada vez más difícil comprender, ya no el significado de las preguntas de sus alumnos, sino la misma forma conceptual de los vocablos que las componían.

La clase asistía a su desconcierto con asombro que fue volviéndose irrisión; pero tras los días primeros de diciembre llegaron las vacaciones y el profesor Souto, que se indignaba cada año con aquella prematura holganza, la recibió esta vez con alivio.