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Astrosofía

© 2014, Mauricio Puerta Restrepo

© 2014, Intermedio Editores S.A.S.

 

Edición

Equipo editorial Intermedio Editores

Diseño de portada

Agencia-Central

Diseño y diagramación

Rafael Rueda Ávila

Gráficas

Ricardo Puerta Isaza

 

Intermedio Editores S.A.S.

Av Jiménez # 6A-29, piso sexto

www.circulodelectores.com.co

Bogotá, Colombia

Primera edición, febrero de 2014

Este libro no podrá ser reproducido,
ni total ni parcialmente, sin el previo
permiso escrito del editor.

ISBN: 978-958-757-355-8

 

Epub por Hipertexto/www.hipertexto.com.co

TODOS somos manifestación del UNO

INTRODUCCIÓN

En marzo de 2013, mi amiga María Fernanda Gómez, versada en la interpretación del I Ching y el mahjong, me invitó a la celebración de los setenta años de vida de Lorenzo —un buen amigo suyo—, organizada por su esposa, Claudia. Para tal agasajo, habían convocado a un selecto grupo de sus más íntimos amigos alrededor de una buena paella, y a un guitarrista que amenizaba el convite. Cuando llegamos al lugar, me llevé dos grandes sorpresas: primero, que efectivamente los años habían pasado largamente por entre las personas que había en la reunión, incluyéndome; y segundo, que entre ellos había varios conocidos de años ya idos, de cuando, 35 a cuarenta inviernos atrás, la gente me conocía más como arqueólogo que como astrólogo.

Ciertamente, cuando nos vieron entrar, el comentario de varios de los asistentes que estaban allí, la mayoría de ellos gente de ciencia, médicos, filósofos, literatos y artistas, se refería a aquella lejana época de mi vida en la cual me invitaban a toda clase de reuniones nocturnas en distintos apartamentos y casas, o a conferencias en teatros e instituciones de todo tipo, para que mostrara un sinnúmero de transparencias sobre los paisajes, la flora, la fauna, la arqueología y la vida de los aborígenes de Tierradentro, con quienes vivo desde los veintidós años y medio de edad.

He pasado más de 41 años de mi vida coexistiendo con ellos en dichas montañas, y la gente de la ciudad —entre ellos algunos de los presentes en la reunión— aún recuerdan la diapositiva de la mariposa que tenía dibujados los números 88 u 89 en sus alas, la excavación de la estatua bicéfala, los hipogeos pintados y llenos de urnas funerarias, más una que otra aventura en medio de las erectas peñas de Tierradentro. Sí, aún lo recuerdan con agrado. Sin embargo, lo que me extrañó del festín era que la gran mayoría de los invitados hablaban con mucho gusto y con la boca llena acerca el arqueólogo; pero dejaban de lado al astrólogo que, justamente, era quien se había encargado de ‘matar’ al arqueólogo que había —aún existe— en mí.

En un momento del recordatorio que hacía cada quien acerca de aquel tiempo tan maravilloso para mí, Stella, una de las personas que añoraba dichas sesiones, y amiga en común de María Fernanda y yo, se le acercó con cierta cautela susurrándole al oído: “Mafe, lástima que una inteligencia como la de Mauricio se haya desperdiciado tanto, dedicándose a una charlatanería como es la astrología…”. Y más tarde, Fernando, viejo amigo de mi familia y con más de ochenta años encima, sentados juntos comiendo paella y tomando vino blanco, me preguntó refiriéndose al astrólogo escritor: “Mauricio, dime, y ¿tú sí crees en lo que escribes?”.

Y he aquí, por dicho par de comentarios, el porqué me dediqué a escribir este libro. Porque el común de la gente no tiene idea alguna ni sabe para qué sirve lo que es verdaderamente la astrología que en este nuevo libro llamo astrosofía; y piensa el vulgo que el tema tan solo se utiliza para hacer un horóscopo de periódico o revista, o para adivinarle la suerte a algún bobo. Pues bien, este ‘bobo’, que además escribe horóscopos en el periódico, supo cuál era su destino gracias a la astrosofía.

La crítica sana que hacían mi par de amigos en la fiesta no era hacia mí, sino hacia distintas manifestaciones de mi ser en el tiempo, pero en diferentes tiempos. No me criticaban a mí, sino a la forma de manifestarme en el tiempo. Y eso, obviamente, no podía afectarme, porque debemos estar —y de hecho estamos— por encima de la crítica. Criticaron mi periferia, no el centro. ¿Por qué? Porque el centro no lo conocen, y como tampoco conocen el de ellos, mucho menos el que soy. Para el tantra el centro es el guía interno. La periferia-personalidad se mueve; el centro-esencia, el dejarnos ser, jamás. Y para ellos, mi periferia pasó de ser arqueólogo famoso, a un astrólogo charlatán cualquiera. Pero resulta ser que ambos son falsos —tanto el arqueólogo como el astrólogo— porque son la periferia, no el centro guía. Para ellos me convertí en un ser excéntrico; es decir, en alguien que estuvo en el centro —de su molde social— pero que se salió de él. Ex-céntrico es alguien que ya no está en el centro.

Ya ven: han pasado cuatro décadas desde cuando aquel 13 de enero de 1973 salí del centro y comencé a interesarme por la astrología, exactamente seis meses después de haber llegado a Tierradentro el 13 de julio de 1972; como si dos solsticios y un par de eclipses que hubo en aquel momento hubieran marcado para siempre ese hecho: el eclipse de Cáncer, uno total de Sol el 10 de julio de 1972 (dos días después llegué a Tierradentro) y el de Capricornio, uno anular de Sol el 4 de enero de 1973, día de mi cumpleaños (9 días después me introduje en el mundo de la astrosofía). Ese par de fechas le dieron un sentido total a toda la existencia de mi ser en este planeta. Y menos mal, gracias a la astrosofía y desde muy joven en la vida, caí en la cuenta de ello.

Bien; pero este no es un libro sobre cómo hice para descubrirme como astrósofo, sino de lo que he aprendido con la observación del significado personal del ordenado cosmos —soy uno con él— en el cual me correspondió continuar evolucionando con la creación y con los materiales puestos a disposición para tal fin. Los mismos materiales que tienen ustedes, incluidos los invitados a la fiesta de Claudia.

He comprendido, con el pasar de los años por mi vida, que mucho de lo que me han enseñado, como la verdad, lo único que hizo fue encerrarme cada vez más en una burbuja mental de la cual me era necesario escapar. Y digo “escapar” porque la burbuja es transparente y, al serlo, no nos deja ver que estamos encerrados en ella debido a que, sencillamente, vemos a través de ella. Es decir, estamos presos de aquello que nos enseñaron en todos los aspectos: familiar, religioso, histórico, cultural, social, político, etcétera. Pero, ¡cuidado! La estructura de la burbuja es necesaria; sin embargo, no para siempre… Cuando el pollito tiene endurecido su pico —no antes— lo puede utilizar como herramienta para romper su burbuja: el cascarón. Una vez roto este desde adentro, como debe ser, deshecha la burbuja que lo contenía y, ¡oh prodigio!, descubre que, además de pico, tiene alas para volar, patas para escarbar, plumas que lo embellecen, etcétera. Metido en su estructura, esas herramientas no le servían en absoluto. Si le hubiera dado miedo salir del cascarón, jamás habría puesto a funcionar el resto de su maquinaria. Es decir, nunca habría caído en la cuenta de quién es él en el plano terrenal. Terrenal, porque estamos hablando de un pollo.

Y así lo comprendí con el estudio psicológico del planeta Marte, el de la lanza; y del signo Cáncer, el del caparazón del cangrejo que es uno en sí mismo con su dura armadura. Ahora bien, ¿qué lo lleva a uno a romper el cascarón cuando llega el momento para hacerlo? ¡Eso, exactamente eso! Que llegó el momento para hacerlo… Pero no todos lo hacemos; unos porque no podemos; otros porque nos da miedo; y otros, la mayoría, porque no sabemos que estamos metidos en él; como los amigos de la fiesta. El problema es que, cuanto más pasen los años, más grueso y duro se pone el caparazón; hasta que… nos morimos dentro de él sin haber sabido jamás que teníamos otras herramientas para utilizarlas: las alas para volar y las plumas para que nos resbale el agua o lo que digan de nosotros, por ejemplo. Y las alas, en nuestro caso, siempre están adentro… Adentro de la burbuja, para ser utilizadas, pero solo cuando la rompamos… si es que lo hacemos.

Recuerdo que una vez en mis andanzas arqueológicas veinticinco años atrás, yendo con un indígena hacia el sur del país, en medio de un atolladero de carros en el lugar más caliente de la travesía nos tocó quedarnos aguantando semejante calor. En ese momento, levantando la vista para ver si venía alguna nube, lo que vi cruzar rauda fue una paloma montaraz; y eso me dio tanta envidia que, tomando mi libreta de apuntes escribí lo siguiente: “¡Señor, Señor! —me digo a mí mismo—, ¿por qué no me diste alas?”. Y algo en mi interior como un destello contesta: “Ah hombre de poca fe, tienes tus alas cerradas”. “¡Señor, Señor! —me dije de nuevo—, ¿las pusiste en mi espalda para extenderlas, acaso?”. “¡Ah, hombre ignorante! —respondió la voz—. ¿Para qué habría de ponerlas en lugar tan frágil?” “¿Dónde, entonces, Señor, pusiste mis alas?”. “¡Ah, hombre ciego, imperfecto! Las puse adentro para que no las dañaras; y para que cuando al fin descubrieras tu cielo interno, con ellas, hacia mí volaras”.

Cuando en Tierradentro fui introducido más de treinta años atrás en el tema de la utilización de las plantas de conocimiento, algo en mí sentía un tremendo miedo a experimentar con ellas. Alguien en mí me decía que podía quedar loco; jamás regresar de ese estado; volverme adicto de por vida; perder la realidad que me hacen ver los cinco sentidos y la mente-ego, etcétera. Entonces me dije: “¿Cuál es la verdadera realidad que me estoy perdiendo?”. Mi mente es el carcelero y no va a permitir que el ser sea real. Nací real, de niño era uno y real; pero la familia y la sociedad me volvieron irreal, doble, falso. Peor aún, a quien se vuelva real lo crucifican los irreales de la sociedad. La sociedad es nuestra periferia; y es ella la que nos da un nombre, un número de cédula, un idioma, una religión, una nacionalidad, etcétera. Listo, ya somos uno más del montón; un fósforo más en la caja.

¿Quién en mí, entonces, reaccionaba así? ¿Quién en mí no me dejaba ir más allá de la estructura que me encerraba en dicha cárcel? ¿Quién en mí sentía tal miedo a romperla? Y con el tiempo le encontré nombre a mi personalidad: ¡Yo, Saturno! Saturno encarna el miedo que siente el ego si lo sacan de su realidad terrenal. El ego, el gran enemigo del verdadero amor. Y eso de “gran enemigo” es creación nuestra; creación de nuestros miedos, al no saber que somos uno con la existencia. Déjenme presentarles a Saturno así, por ahora; pero lo conoceremos a fondo más adelante. En mi caso, mi barrera y carcelero se llaman: Mauricio Puerta-Yo-ego. Y en el de ustedes ¿quién es y cómo se llama su gigantesco ego carcelero?

Sin embargo, Poseidón-Neptuno, metido en el divino y misterioso fondo del mar interno, que sabe que existe una realidad diferente de aquella de la rutinaria vida diaria terrestre en la que nos mantiene esclavizados su padre Saturno, logró su objetivo, y pude ver más allá de la burbuja; no a través de ella, sino sacando la cabeza para ver más allá del caparazón de dicho ego-personalidad, que es en última instancia el miedo que nos envuelve. Porque si la esencia-ser toma el control, la personalidad-yo sale perjudicada. También comprendí esto al hacer el estudio comparativo de mi signo solar y el del ascendente; que en mi caso es el mismo: Capricornio. Tal vez por eso Juan el Bautista insistía en que él tenía que decrecer, para que Jesús el Cristo pudiera crecer. Es decir, que en algún momento debemos despojarnos del duro pellejo de la personalidad, para que esta pueda ser puesta al servicio de la esencia. Que la materia sea puesta al servicio de la esencia, como sostiene la gráfica de Venus, el amor, y así dejar, además, el ruido personal para poder oír el sonido universal; pues, al fin y al cabo, en la mitología grecorromana Afrodita-Venus nace descendiendo del cosmos regido por Urano. El amor es de un nivel universal, mientras que enamorarse es absolutamente instintivo-terrenal. Es como estar metido en la vitrina de un museo, mientras que toda clase de visitantes opinan acerca de lo que hay en ella; cada quien de acuerdo con su conocimiento e intereses. Como los invitados a la fiesta, que opinaban desde la periferia.

Pero tal vez pasé demasiado rápido por un lado de Saturno y lo he dejado como si fuera el malo de la historia. No, nada más alejado de eso. Con el estudio de Saturno comprendí que dicho cosmos tiene su orden; es decir que, como diría Jesús, el que llegó a Cristo, “porque la mía es no derogar la ley o los profetas; no he venido a eso sino a cumplir con ella”. Cronos-Saturno devino así en la ley del destino; de aquel destino terrenal con el cual tenía que cumplir mientras estuviera en el planeta Gea-Tierra, la mismísima madre de Cronos-Saturno. Cuando el Saturno romano fue destronado del Olimpo por su hijo Júpiter, permaneció un buen tiempo viviendo en el Latium, bajo el incivilizado reino de Jano. Saturno trajo a su pueblo la ley y el orden; les dijo cómo acuñar monedas, les enseñó a sembrar y el sistema calendárico para dichas siembras y cosechas. Por su hospitalidad, Saturno proveyó a Jano del poder de mirar hacia el pasado y hacia el futuro; es decir, le dio dos caras, haciéndolo así una deidad bifronte. Los romanos lo deificaron aún más denominándolo como el dios de las puertas y como quien da origen al mes de januarius, es decir, enero. Y esto fue así porque, para ellos, una de las caras de Jano era la de un viejo, y la otra, la de un niño, puesto que en enero pasaban de año viejo o mirar el pasado, a año nuevo o mirar el futuro. Por eso se dice que Capricornio es el signo de las personas que nacemos ya viejas; porque fuimos gestadas durante todo el año viejo, pero nacemos para el año nuevo.

Cuando hice conciencia de este mito, comprendí que yo era Jano, que había nacido en enero, que mi signo es Capricornio y que mi apellido es Puerta. Solo me faltaba ser arqueólogo (el pasado) y astrósofo (el futuro), las dos caras necesarias para comprender más el presente ciclo en esta existencia. Pero el destino me dio una gran sorpresa el 8 de febrero de 1974, cuando —literalmente— me encontré con mi Jano, enterrado a casi tres metros de profundidad.

Cuando excavábamos en compañía de Álvaro Chaves en la región de Aguabonita, en el Huila (Colombia), nos topamos con la estatua que aparece en la fotografía. Parecía ser, entonces, que mi vida tenía un libreto y no podía escaparme de él. Con el tiempo comprendí que eso es, exactamente, lo que significa una carta astral: el libreto de nuestra vida; que nos dice no solo lo que debe sucedernos, sino aquello de nosotros que vinimos a trabajar. Es más, en astrosofía Saturno es el libretista de nuestro trabajo en nosotros mismos por destino, como una cruz a cuestas que debemos llevar hasta cuando dejemos el vehículo en el cementerio. Para los griegos, al destino lo precedían las tres Moiras, de donde viene el nombre de Mauricio. Me pregunté desde entonces: “¿Por qué a mí se me ha dado el hecho de poder ser testigo directo de mi destino y a otras personas no?”. Como a aquella amiga de la fiesta que decía —sin culpa, solo con ignorancia— que era una lástima que yo hubiera desperdiciado mi inteligencia dedicándome a la astrología.

El problema, desde aquel momento en el cual hice conciencia de todo esto, era que para mí ya no se podía aplicar aquella petición que el Maestro había hecho en la cruz cuando lo crucificaban: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. No. Ya yo sabía lo que tenía que hacer y, entonces, el perdón no era posible. Tenía que cumplir con mi libreto, y el libretista era… Saturno; es decir: yo mismo, terrenalmente hablando. En el tema astral, el soy se estudia donde esté nuestro Sol; en mi caso, un Sol disfrazado de Capricornio y con ascendente en Capricornio. Tierra ascendente Tierra; viviendo en Tierradentro y excavando dentro de la tierra. Parecía ser, entonces, que el escenario terrenal ya lo había encontrado; como cuando Saturno, destronado, se había ido a vivir al Latium…

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Capítulo 1

Algo de teoría astrosófica

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Quiero diferenciar la astrología de la astrosofía, porque para ser astrólogo lo único que usted tiene que hacer es cursar un seminario o leerse unos cuántos libros acerca del tema, como para que sepa del asunto de los signos, los sectores, los cruces, los decanatos y los elementos zodiacales, más algo de los tránsitos planetarios, sus influencias, etcétera. Después de eso, póngase a hacer cartas astrales, haga horóscopos de periódico y recupere la inversión. Pero para la astrosofía hay que ir un poco más allá y profundizar en las diferentes culturas, mitologías, religiones y filosofías, en distintos caminos espirituales, la psicología, la astronomía, etcétera.

Abordé el tema de la astrosofía desde cuatro niveles escalados: un primer nivel en el cual, de todos modos, me empapé del idioma astral: qué es un signo, una casa, una cruz, los aspectos, los elementos zodiacales, etcétera. Muchos no pasamos de allí, y quienes lo hacen, luego de leer varios libros o hacer el seminario de fin de semana, entran al segundo nivel, en el cual montamos un consultorio para decir a la clientela cuándo casarse, qué negocios hacer, cuándo operarse o viajar, etcétera. Eso es válido y necesario para aprender más, pero quedarse solo allí es convertirnos en horoscoperos… Como yo.

El tercer nivel lo alcanzamos aquellos que, a través de la astrosofía, nos hacemos preguntas sobre cómo lograr la armonía con nosotros mismos y los demás, cómo identificar y vencer a la bestia que nos domina, cómo conocer cuál es nuestro prójimo, cómo cancelar o que nos afecten los karmas, cómo saber cuál es nuestra misión en esta vida, etcétera. Y así, con dichas inquietudes, vivir la astrosofía al aplicarla a la vida diaria en el cuarto nivel: el de la buena tierra, aquel nivel del astrósofo que aplica y guarda la enseñanza universal que ha comprendido, como lo dice el Maestro.

Por ello, para poder entender la astrosofía, su simbología y su significado oculto, tuve que introducirme por conveniencia obligatoria en la mitología, las religiones, la filosofía, la psicología, la astronomía y el esoterismo en general de innumerables pueblos; eso ya de por sí es fascinante para un arqueólogo astral como yo. Aprendí que la mitología es el traslado de las cualidades psicológicas humanas a los tipos planetarios, la mayor parte de las veces asociados con su relación al Sol. Gran parte, si no todas las religiones, nacieron de esta asociación de ideas, y hacen sus fiestas religiosas con base en los ciclos planetarios y zodiacales. Lo sepan ellas o no.

Así comprendí que la astrosofía y la verdadera religión, son una entidad inseparable que abarca un cuerpo del conocimiento, un legado de tradiciones, historias, técnicas y relaciones establecidas entre las personas, y entre estas y el universo total. Y cuando digo “verdadera religión” no me refiero a aquellas llenas de dogmas y credos que han dividido a la humanidad creándole problemas, sino precisamente a la religión esencial común a toda la humanidad, que dice que, en su camino de regreso al origen o al hogar paterno, hay que amar a la divinidad y al prójimo como a sí mismo. Cuando la humanidad entre más de lleno a la era de Acuario, donde no se necesitarán las religiones, no será nada extraño ser un Buda o un Cristo, como lo aprendí en el eje zodiacal de Leo-Acuario, representado magistralmente en la esfinge egipcia. Y supe así que era un hombre de fe y no de creencias, pero que necesitaba una técnica, como lo aseveró Virgo.

Me he topado con el zodíaco figurado en muchísimas culturas, y hasta en el Apocalipsis, cuando se habla del árbol de la vida que da frutos de oro cada mes, y cuyas hojas sanan a las personas, o en la mujer apocalíptica que, estando encinta, está parada sobre una media Luna y a su alrededor hay doce estrellas. Aprendí que la mayor parte de las fiestas cristianas están empapadas de signos zodiacales: la fiesta del cordero de Pascua (pesha, pesach o pesaj), pasaje del Sol por el equinoccio de primavera en el hemisferio norte, y que rememora la liberación del pueblo judío de manos de los egipcios, fiesta que los católicos celebran luego como la Semana Santa del Cristo y que se celebra bajo el signo Aries, cuyo animal es el cordero Agni (‘ígneo’) conmemorado en la India miles de años atrás. He aquí el mismísimo cordero del sacrificio. Un ejemplo más en la semejanza pagana-religiosa-zodiacal: la fiesta de Todos los Santos y de los Muertos que se realiza en la primera semana de noviembre bajo el signo Escorpión, el signo de la muerte. También el nacimiento del ‘chivo expiatorio’ que va a pagar por las culpas ajenas, y que se realiza el 24 de diciembre bajo el signo Capricornio, el signo del chivo. Etcétera.

Supe, entonces, que el conocimiento que sintetizaron los antiguos es la base del conocimiento actual, del devenir del ser humano y de cuál es mi misión en esta Tierra. De alguna manera aprendí que el futuro está atrás, como la madre aborigen que carga a su hijo a la espalda andando por los caminos de Tierradentro. Por eso los mayores ‘escribieron’, allá en el firmamento inmerso en la Vía Láctea, el camino para convertirse en un verdadero ser humano; no porque los planetas y estrellas influyeran solamente en los ciclos terrenales, sino porque los dos ciclos, el celestial y el terrenal, se encuentran interconectados y limitan en nosotros; en nosotros, que somos los aspirantes a seres humanos. Sí, así es. Los pensadores del pasado idearon cómo dejar escrito un mensaje estelar para ser descifrado por el individuo terrenal; mensaje que fueron heredando posteriormente todas las religiones del mundo en su lugar de origen. Así vi que allá ‘arriba’ permanece guardada y resguardada de ser pisoteada por la masa la verdadera historia sobre cómo debe ser el despertar humano acá ‘abajo’ y allá ‘dentro’ de cada uno de nosotros. Pero el pueblo, sea del origen que fuere y de la clase social a la cual perteneciere aquí ‘abajo’, siempre tiende a vulgarizar lo sagrado de allá ‘arriba’, perdiendo y confundiendo ‘fuera’ todo su sacro significado ‘dentro’ de nosotros mismos… Como mi amigo, el de la fiesta.

Viniendo de las estrellas, como espíritu positivo, y mirando hacia ellas, como materia negativa, me pareció, entonces, que es posible encontrar el regreso al origen perdido y que conocer la astrosofía era saber sobre una sola cosa: del mí mismo y del no mí mismo. Para lograrlo, los antiguos idearon un nuevo idioma solo para iniciados en dicho conocimiento, porque explicarle lo mágico al pueblo (cualquiera que sea su clase social) es como ladrarle el perro a la Luna… nada hace y hasta aburre a quien lo escucha. Con ese nuevo idioma aprendí a comunicar mucha más información a través de ideas y simbolismos prácticos, que en largas horas de disertación intelectual teórica. La astrosofía no solo me cargó el cerebro de ideas nuevas y frescas —a pesar de los años que estas tienen—, sino que también me llenó el corazón de emociones; de nuevas emociones… Algo que es mucho más importante, porque la velocidad del centro emocional-fe es mayor que la del intelecto-duda con sus pesadas teorías. La fe y la duda están sembradas en nosotros, como la semilla en la tierra. Si no, ¿de dónde acá el cuento de la semilla de mostaza? ¿Será verdad? Pregunta la limitada mente. ¿Será bien? Pregunta el ilimitado corazón. Para todos es obvio que en la época de la Inquisición mucha gente murió por la verdad, pero eso ¿sería para su bien? La verdad no necesariamente nos conduce al bien; y más cuando es una verdad personal. Hay que bajar el centro del ser de la mente al corazón para sentir de una manera diferente. Debemos acercarnos al centro, como cuando estamos amorosamente relajados…

Pero tuve que conocer la teoría, como aquella que comparto con ustedes en estas páginas, para irme introduciendo en la práctica milenaria del conocimiento astral de ese mí mismo. Porque a quienes estudiamos el tema de la astrosofía nos dice mucho más sobre una persona el hecho de saber bajo cual signo encarnó su alma, que el hecho de pertenecer a tal o cual país, apellido o familia. Vista así, la astrosofía, como las religiones, fue concebida para transmitir una información precisa, no solo para una época determinada de la humanidad, sino para cualquier momento de la historia; al igual que lo hacen los evangelios de la Biblia, escritos unos cien años después de muerto Cristo y por autores que jamás lo conocieron personalmente. Pero el conocimiento también está escrito en las Leyes de Manu, el Libro de los muertos, el I-Ching, los Vedanta, recopilados en la India hacia el año 1000 antes de Cristo; en los Upanishad, escritos entre los siglos viii y vi antes de Cristo; en el Corán, escrito por los secretarios de Mahoma; en los Sutras, escritos —los más antiguos— hacia el año 868 antes de Cristo; en la Torah y el Bhagavad Gita, cuyas partes más antiguas datan de los años trescientos a 250 antes de Cristo; en el Ramayana, con sus más de 24.000 dísticos compuestos cuatrocientos años antes de Cristo; o en el Mahabharata con sus 100.000 dísticos compuesto entre el año cuatrocientos antes de Cristo y el cuatrocientos después de Cristo; en las Analectas de Confucio, escritas también hacia el año cuatrocientos antes de Cristo. Etcétera.

Podemos encontrar muchas referencias sobre la astrosofía en la Biblia, como la proferida por Débora en Jueces 5:19-20; así como en su contra, tal como en el Levítico 19:26, donde se le aconseja al pueblo hebreo no ser agoreros ni adivinos. Afortunadamente la astrosofía nada tiene qué ver con la adivinación, mas sí con la lectura e interpretación precisa de símbolos; pues en la Biblia se condena a los personajes en sí que la utilizan, no a la materia en cuestión. Y nada tiene que ver con los adivinos, porque sé que el vocablo hebreo usado para designar a los astrósofos traduce fielmente ‘divisores de los cielos’, sobre los cuales hasta Cristo se refiere en buenos términos, al aconsejar fijarnos en las señales de la naturaleza. Por lo tanto, agoreros y adivinos deben ser individuos que utilizaban otros medios, no la astrosofía. Esos son enemigos de la astrosofía, como también lo son los llamados científicos. Cosa de la ignorancia de cada quién.

Por todo lo dicho hasta aquí, espero que el lector comprenda que los horóscopos de periódicos y revistas, así como las consultas indiscriminadas al astrólogo, no son parte de la verdadera astrosofía; aún más, jamás se debería estudiar este tema para hacer cartas astrales a alguien, sino tan solo para utilizarla como una herramienta en el conocimiento de sí mismo. Y, antes de que los astrólogos me regañen, debo aclarar —ya lo hice— que una de las mejores formas para aprender astrosofía es… haciendo cartas astrales a los demás para corroborar lo aprendido.

La realidad y un suceso en ella pueden ser lo mismo para dos personas de cualquier signo zodiacal; pero si su actitud es diferente, el efecto del evento sobre cada una de ellas también lo es. He aprendido con el paso de los años, que mi actitud interna ante un suceso externo depende de mi estado esencial de conciencia, de mi nivel de ser, del trabajo que haya hecho sobre mí mismo. Es decir, qué tanto he alimentado al guerrero del conocimiento que soy, como para que este pueda controlar a la bestia que me quiere dominar; porque si alimento solo al animal en mí mismo… el desnutrido guerrero jamás podrá vencerla. Eso se lo debo a mi abuela, cuando me regaló de primera comunión un libro titulado: Leyendas de Mesopotamia. Entonces aprendí a vivir desde la infancia los doce pasos del Gilgamesh sumerio o los doce trabajos del Heracles griego. Supe que el ‘animal’ en mí, representaba las profundas capas de lo inconsciente y del instinto escorpiano; capas que, como tal, pueden ser símbolo de las fuerzas y principios cósmicos, espirituales o materiales, representadas en el zodíaco por Escorpión; la muerte que quería vencer el épico Gilgamesh.

La eclíptica solar o círculo en el cual están inscritos los doce signos zodiacales es el símbolo del constante e infinito movimiento que nos obliga a conocer los opuestos aparentes: el día y la noche, lo masculino y lo femenino, el sí y el no, el yang y el yin, el fuego y el agua, el aire y la tierra, la vida (o espíritu) y la muerte (o carne), lo infinito y lo finito; Cristo y Satanás y así sucesivamente. ¿Cuál de los dos es el camino de ustedes? En el que aparentemente recorro, me he encontrado con la docena de signos zodiacales (son más), representada por los meses que forman el año; los titanes griegos; los trabajos de Hércules; las tribus de Israel; las puertas de Jerusalén; los apóstoles; las estrellas apocalípticas; los tonos cromáticos de la escala musical occidental, etcétera.

Sacando la cabeza más allá del cascarón en la cual pretendieron metérmela (y de hecho lo lograron), hice conciencia de cómo antiguamente se transmitía todo este conocimiento a través de mitos y leyendas; y, entonces, los dioses habitaban en los cielos y jugaban fútbol con los hombres y mujeres, usados como balones milenarios en el estadio universal; al igual que hicieron Jehová y Satanás con Job. Luego al conocimiento ancestral lo volvieron religión (y hay unas trescientos); y así Aries, el carnero, pasó a ser el cordero del sacrificio; el Baal de Tauro devino en el Becerro de Oro; Géminis, en los hermanos Caín y Abel; Virgo se convirtió en la Virgen María, cuyo nacimiento se celebra el 8 de septiembre (en fecha Virgo); y a san José, su complemento, el 19 de marzo, como Piscis, el signo del eje zodiacal de Virgo. Y así hay muchos más ejemplos, de cómo convirtieron y suplantaron lo zodiacal en religión. Las religiones son muchísimas; pero el ateísmo es solo uno. Piensen en ello cuando estén regresando a la Unidad de la que jamás hemos salido.

Hoy en día, estamos convirtiendo este antiguo conocimiento en la psicología del hombre y la mujer terrenales de la era de Acuario; quienes en algún momento de nuestra historia tenemos que convertirnos en verdaderos seres humanos, conociendo primero lo que aún no somos y, luego, desarrollando nuestros potenciales, para poder lograrlo como una meta o misión definida. Y así, me pareció que entre el cielo y la tierra, el bien y el mal, lo infinito y lo finito, Dios y el Diablo, ambos divinos, también habrían estado jugando fútbol conmigo como pelota, como habían hecho con Job. Si desapareciera la clasificación que hacemos sobre el bien y el mal, estaríamos por encima de juzgar algo como bueno o como malo; para verlo, mejor, como algo que hace parte de una sola experiencia que debemos saber utilizar para nuestro crecimiento interno. ¡Todo es uno que se manifiesta así o asá, aquí o allá! Distancias que para el uno son inexistentes. La unidad crea empatía o sensibilidad con algo o con alguien, y viceversa. Despertarme a una nueva realidad para poder ser o recordar que soy uno, fue y será parte del oficio que la astrosofía obró en mí. Me introduje, entonces, en la lectura de antiguos libros heredados, sabiendo que la verdad no se encuentra en ellos, sino a través de una relación directa persona a persona con el mundo que nos rodea interna y externamente. Realizar la verdad es algo así como ‘hacer el amor’ con ella o, por lo menos, con aquello que para mí es la verdad; pues debo ser ‘preñado’ por ella para poder ser libre. Pero ¿cómo compaginar la verdad externa promulgada en Sagitario con la interna de Piscis? A través de la astrosofía encontré las características de esa verdad que me hizo heredero de una parte celestial y de otra terrenal, los dos niveles en los cuales vivimos; tal cual nos lo dice el Génesis bíblico al hacer alusión al matrimonio que hubo entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres. Siempre hay un dios por ahí queriéndose meter en una mortal cualquiera a la cual quieren preñar. Si no me creen, pregúntenle a la Virgen María, que fue la última de ellas.

Debió existir una época en la cual ningún individuo regía a otro; época en que no se necesitaban mandamientos saturninos escritos en ley de piedra, sino que cada quién se regía internamente en armonía natural cósmica, como si el espíritu humano y el universo no fueran ni estuvieran lo distanciados que están y viven hoy en día. Todo debía tener una razón de ser, un motivo sagrado para existir; todo estaba inmerso en pequeños y grandes ciclos —como aún hoy lo está—, tan solo que perdimos dicha conexión y sabiduría milenaria, mientras creíamos tener —en vez de ser— representantes de Dios sobre la Tierra…

¿Será la nuestra una historia verdadera o falsa? ¿Será que el mundo nos ha hecho creer en una historia que no es la nuestra y nos la adjudicamos como propia? ¿Cuál es nuestra verdadera historia? ¿A qué desconocido absoluto debemos conocer en nosotros mismos? Haciéndome estas preguntas descubrí, entonces, que soy… ¡Mi propio misterio por descubrir! Pero un misterio jamás se puede descubrir, por eso es un misterio. El misterio era por qué no lo había descubierto. Eso me enseñó Piscis desde el fondo universal de mí mismo. Cada vez que tuve sed busqué el agua; y ese buscar, relacionado con los elementos fuego y aire de mi carta astral, siempre estuvo en lo desconocido; porque lo conocido ya estaba muerto para mí, y lo supe como arqueólogo; alguien en mí ha quedado en el aparente pasado relacionado con los elementos tierra y agua. Pero, con el pasar de los años, comprendí que no era yo quien sentía sed, sino el cuerpo…

Me ha servido la astrosofía algo así como la flor para el colibrí que, yendo de una en otra, utiliza el néctar como lo mejor de cada una de ellas para continuar su energético vuelo. He utilizado la astrosofía, mas no solo ella, como el mejor de los néctares y de las herramientas para conocer cómo erguirme sobre los problemas que me mantienen atado o acostado, cual paralítico de la vida diaria encadenado a ella por los sentidos que me conectan y esclavizan a la realidad externa. Los sucesos son externos y los estados son internos, y cuando los primeros influyen de una forma negativa sobre los segundos, decimos que el día está feo o que nos va mal en la vida. Jamás nos va mal: nos va diferente; sin tener que juzgar ese diferente como algo bueno o malo. Debemos lograr todo lo contrario; es decir, que nuestros estados internos influyan sobre los efectos que los sucesos externos tienen en nosotros; y, para ello, el mejor método que conozco es… tener la actitud correcta ante cada suceso que nos trae la vida y no andar alimentando tanto a la bestia… El guerrero en el zodíaco es Aries-Marte; la bestia es Escorpión-Plutón. Y entre los dos hay una armonía perfecta. Como debe ser.

Por lo escrito hasta aquí, como navegante cósmico, debí investigar en muchas ramas del conocimiento humano; pero no solo contentándome con leer, sino también llevando a la práctica todo aquello que fui aprendiendo; desde el 1.° de junio de 1958, cuando mi abuela materna me regaló aquel libro mesopotámico de marras. Desde entonces y para siempre, aquel día hice conciencia de que terrenalmente soy… Gilgamesh.

Capítulo 2

¿Qué es y para qué sirve una carta astrosófica?

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