Este libro lo dedico ante todo a Dios Padre que es el que nos

protege en este ministerio, a mis hermanos del sacerdoao que

han querido arriesgarse a afrontar los desafíos del exorcismo

y la liberación; y a todos los laicos que al ver los sufrimientos

de sus hermanos no dudaron en extender una mano amiga

a aquellas ovejas que no fueron defendidas por sus pastores. Que la

Santísima Virgen María nos conceda a todos morir con las armas

espirituales en las manos.

Prólogo

Hace muchos años, durante mis primeras experiencias en procesos de exorcismo, me ocurrieron dos sucesos que marcaron mi vida. El primero de ellos me sucedió antes de ser Sacerdote mientras auxiliaba en un exorcismo. Esa vez, durante el proceso, me pregunté a mí mismo si estaba preparado para estar metido en semejante situación, de inmediato el poseso se soltó de los que lo estaban aferrando me agarró del cuello y me dijo: “estás dudando, y si dudas puedo acabar contigo”; en ese momento tuve que retirarme muy confundido.

Semanas después me encontré de nuevo ayudando en la liberación de la misma persona, y ya ni siquiera tuve que dudar en mi corazón para que se viniese contra mí el poseso, quien, agarrándome del cuello, me derribó al suelo con la intención de ahorcarme, pero entonces yo le dije: “tienes que pasar por encima de Jesús, José y María antes de poder hacerme daño”.

Ante estas palabras ese ser diabólico perdió la fuerza que tenía sobre las manos de la persona que poseía y dejó de estrangularme para decir: “ahora crees y ya no puedo hacerte daño”.

El otro suceso que marcó mi vida ocurrió en una situación parecida a la anterior. Mientras luchaba apoteósicamente para controlar a los demonios que se manifestaban en una persona poseída, ellos me arrebataron la Sagrada Escritura de mis manos y con ira intentaron partirla por la mitad, al no poder hacerlo intentaron arrancarle las páginas y yo quedé sorprendido al ver que, un ser que está siendo controlado por cuatro personas y que así mismo puede lanzarlas lejos y librarse de ellas con su gran fuerza, no pudiera romper las páginas delgadas de una Biblia, y que con resignación tuviese que devolvérmela diciendo: “contra esto yo no puedo”.

Las enseñanzas que me dejaron estas dos experiencias fueron, que en la lucha contra el mal la máxima fuerza la tiene el que mayor Fe tenga sin dudar en su corazón, y que el poder de la Palabra de Dios es reconocido hasta por los mismos demonios. Es por esta razón que mi intención al escribir este libro es dar herramientas de Fe y Oración, basadas en las Sagradas Escrituras, a aquellas personas que se sienten asediadas por el mal, para que así tengan el armamento espiritual necesario para no sucumbir al acoso de los enemigos del alma.

Capítulo I

Principios básicos

Después de la publicación de mi primer libro, Contra la brujería, han acudido a mí muchas personas pidiéndome oraciones específicas para sus problemas personales. Movido por estas peticiones me he atrevido a iniciar esta segunda obra, con ella deseo orientar a los lectores a través del arte de la oración y así mismo ahondar en la forma y el uso de algunas oraciones específicas.

Por ello se hace necesario que comience este libro aclarando los diferentes tipos de oración que existen en el mundo, advirtiendo sobre algunos métodos que no son aceptables para los cristianos, y acusando algunos defectos que se han introducido en el modo de orar católico.

¿Q ES LA ORACIÓN?

Lo primero que tenemos que aclarar es qué entendemos por orar. Orar es el acto humano en donde el entendimiento y la voluntad buscan entablar un contacto con el Creador. Es importante tener en cuenta que la oración no solo nace en la mente o en la voluntad, sino que se produce a partir de la conjunción de las dos; se crea allí donde mente y voluntad buscan entablar una relación con Dios de forma recíproca. Para definirlo de forma más sencilla podríamos decir que es un diálogo de amor con Dios.

Diálogo, porque es compartir conceptos e ideas de la mente humana y recibir y asimilar conceptos de la mente divina. De amor, porque el objetivo de la oración siempre debe tender a incrementar los lazos de cariño, de filiación y adhesión a Dios Padre.

CARACTERÍSTICAS DE LA ORACIÓN

Una oración bien hecha debe estar compuesta más que de palabras, de actos de Fe, de esperanza, de caridad, de humildad, de entregay de gratitud. Es indispensable que estos actos acompañen a las palabras porque sin ellos la oración es totalmente ineficaz. A veces es suficiente un solo acto de Fe para provocar la intervención divina, ni siquiera hace falta usar muchas palabras.

Para citar un ejemplo, recuerdo que cuando visitaba uno de los conventos de las Carmelitas en España me comentaba la Madre Superiora que había un gran conflicto en el convento: España estaba pasando por una gran sequía y la gente iba a pedirles a las hermanas que orasen a Dios para que lloviese. Ya varias veces había ocurrido que después de las oraciones matutinas el agua empezaba a caer, pero después de que las hermanas terminaban de desayunar abruptamente cesaba de llover. La Madre Superiora estaba consternada debido a que no entendía por qué la oración de las hermanas solo era válida hasta que se terminaba la oración de la comunidad, así que le preguntó a sus consejeras si tenían alguna idea del porqué de tan extraño suceso. Una de las hermanas le dijo a la Madre Superiora que la culpable era la hermana encargada de la lavandería, que como tenía encargado el secado de los hábitos y de la ropa de la comunidad, sacaba la imagen del Niño Jesús afuera diciéndole: “si se me moja la ropa tú te mojas con ella”, lo cual hacía que parase de llover al instante.

Obviamente el caso conmovió a la Superiora quien sabía que no podía reprender a su hija espiritual por un acto de Fe tan robusto, un acto de Fe de magnitud tal que era capaz de contrarrestar el acto de Fe de todo el convento. Así que, piadosamente tuvieron que convenir que la hermana sacase la ropa a secar unos días de la semana específicos, para que el Señor pudiese mandar la lluvia el resto de los días y así los campos y las cosechas no se vieran afectados por la sequía.

Como se ve en este ejemplo lo que conmueve a Dios es el acto de Fe, esperanza, caridad, confianza, humildad y obediencia de la religiosa que desea cumplir con su deber de entregar los hábitos a tiempo. Y el acto de amor con el que saca la imagen del Niño Jesús, que es la forma más vulnerable e indefensa con la que se nos presenta Nuestro Dios, con la ingenua creencia de que como es un bebe no va a poder defenderse de la intemperie sino parando la lluvia.

Siguiendo con la temática de los actos que deben acompañar a la oración quiero diferenciar /a esperanza de la confianza, pues hay personas que las confunden. Podríamos decir que es más fácil tener esperanza, pues como dice el conocido refrán: “la esperanza es lo último que se pierde”. La esperanza en sí misma, como su nombre lo indica, es quedarse aguardando a que sucedan las cosas y por tanto es un acto pasivo, de aquí que sea sencillo tener esperanza de que las cosas puedan mejorar, o de que Dios nos ayude en algún momento. Pero aquellos que quieran volverse profesionales de la oración, y mejorar los niveles de eficacia de sus intercesiones tendrán que concentrarse en generar actos de confianza más que tener esperanza.

La confianza es la seguridad de conseguir lo que se pretende, en el caso de la oración confiar es estar seguro de que lo que le hemos pedido a Dios ya fue otorgado, y que solo es cuestión de tiempo el alcanzarlo. Si recordamos el texto en el que Jesús nos enseña a orar: “Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis” (Mc. 11, 24), nos encontramos con que la eficacia de la oración se centra en confiar en que ya hemos recibido la gracia que pedimos. Entonces, la conclusión a la que debemos llegar es que es más importante confiar que esperar. Esto lo podríamos ilustrar con un ejemplo que leí hace tiempo:

Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía después de años de preparación, quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y luego de un tiempo se dio cuenta de que se le estaba haciendo tarde, aun así no quiso parar y acampar sino que siguió subiendo decidido a llegar a la cima, hasta que comenzó a oscurecer. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña y el alpinista ya no podía ver absolutamente nada. Todo era negro, la visibilidad era cero, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima, resbaló y se desplomó por los aires. Caía a una velocidad vertiginosa, solo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo, y en esos angustiantes momentos le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo partió en dos. Sí, como todo alpinista experimentado había clavado estacas de seguridad con mosquetones a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura. Después de un momento de quietud suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas: —“¡Ayúdame Dios mío! Que confío en TI”. De repente una voz grave y profunda que salía de los cielos le contestó: —“¿Qué quieres que haga hijo mío?”. —“Sálvame Dios mío que confío en TI”. —“¿Realmente confías en que te puedo salvar?”. —“Por supuesto Señor”. —“Entonces corta la cuerda que te sostiene...”.

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó: “a la cuerda puedo tocarla con mis manos y sé que me sostiene de momento, en cambio esa voz no sé si me la estoy imaginando o si es de verdad Dios...”

Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda a tan solo dos metros del suelo. {1}

Este ejemplo nos muestra claramente que el alpinista tenía la esperanza de que Dios lo iba a salvar con un milagro extraordinario, pero carecía totalmente de confianza. No confiaba en que Dios nunca jamás iba a permitir que se hiciese daño, por lo tanto, cuando Dios le pidió que cortara la cuerda era para que saliera caminando de aquel lugar, pues nuestro Creador no hace milagros por deporte sino cuando realmente se necesita. Como en este caso solo era necesario cortar una cuerda para salvarse, Dios no iba a hacer ningún milagro extraordinario para salvar una vida que podía salvarse de una manera común.

Sé que no faltará aquel que critique el porqué Dios dejó morir a aquel hombre, pero el que lo haga demostraría tener una gran deficiencia en los conceptos de la Fe. El primer error estaría en pensar que la muerte a los ojos de Dios sea una pérdida, cuando por el contrario es la ganancia del reino eterno y de la felicidad sin límite. El segundo error sería ignorar que Dios respeta la libertad del hombre hasta sus últimas consecuencias, pues la libertad es el mayor regalo que le ha dado Dios al hombre y es lo que nos hace semejantes a Él. Por lo tanto, si Dios violentara nuestra libertad nos estaría quitando lo que Él mismo nos dio: la autonomía y la responsabilidad sobre nuestras decisiones.

Para terminar de aclarar nuestra idea, esperar consiste en creer que Dios puede, en algún momento, llegar a intervenir en ciertas circunstancias. Mientras que la confianza es estar seguro de que Dios ya intervino, y que lo único que hace falta es descubrir la forma en que lo hizo para recolectar el fruto de nuestras peticiones.

Ciertamente no podemos terminar de hablar de la esperanza y de la confianza sin mirar un aspecto importantísimo de la esperanza que no se puede despreciar en el caso de que queramos ser expertos en orar, y es cuando Dios tarda en conceder aquello que se le está pidiendo. En ese momento es cuando entra en juego la esperanza bajo el matiz de oración perseverante, es decir, no se debe decaer en la oración por el hecho de que no se vean materializados nuestros deseos de inmediato. No olvidemos que Santa Mónica tuvo que esperar 30 años a que San Agustín se convirtiese, pero después, el fruto de sus oraciones que solo pedían la conversión le dieron no solamente un hijo converso, sino un Sacerdote, un Obispo, un Santo y un doctor de la Iglesia.

Si Santa Mónica no hubiera tenido una esperanza perseverante no habría visto todos estos frutos después de tantos años. Con esto queremos decir que no debemos despreciar la esperanza frente a la confianza, sino que cada una de estas virtudes tiene su razón de ser de acuerdo a la envergadura de aquello que se está pidiendo y del tiempo que Dios determine para que se consiga nuestro fin.

No debemos dejar de mencionar otro matiz de la esperanza que es la insistencia, pues Jesús mismo nos invita a que seamos insistentes en nuestra oración, hasta llegar al punto de desesperar a Dios si así se pudiese con nuestras plegarias. Esto lo expresa con dos parábolas muy coloridas que son la del amigo inoportuno (Lc. 11,5-8) y la de la viuda y el juez inicuo (Lc. 18,1-8). En estas parábolas Jesús nos muestra que el cristiano en su oración a Dios debe ser inoportuno y desesperante, como ese amigo que le pedía unos panes al que ya estaba acostado y con las puertas cerradas. O como la viuda que asediaba al juez injusto para que le hiciese justicia en su caso a pesar de que sabía que ese juez no se preocupaba por las causas justas sino por sus intereses personales, pero que terminó haciendo justicia por quitársela de encima. En conclusión, debemos tratar de llevar a Dios al límite con nuestra insistencia, como si estuviésemos diciendo humildemente: “vamos a ver quién se cansa primero, si Tú en negarme lo que te pido, o yo de pedírtelo con todo mi corazón”. Porque como dice la Sagrada Escritura: “Sed alegres en la esperanza; constantes en la tribulación y perseverantes en la oración” (Rm. 12,12). Para terminar de ilustrar los actos de Fe que son los que le dan vida a la oración cito: “una Fe sin obra es una Fe muerta” (St. 2,17).

Ahora voy a comentar algo sobre /a caridad, la humildady la gratitud. La caridad podríamos definirla como amor sobrenatural, o amor a Dios desde Dios y por Dios, y se diferencia del amor a secas en que el amor humano puede ser, y casi siempre es, muy egoísta. Esto quiere decir que los hombres normalmente amamos a aquellos que nos aman, o a los que nos gratifican o nos recompensan por el amor que les damos, en cambio, la caridad nos enseña a amar y a beneficiar a aquellos que no tienen con qué retornarnos o incluso a aquellos que nos odian y nos consideran sus enemigos. Por tanto, para que una oración sea eficaz debe ser totalmente desinteresada. Está demostrado que cuando uno ora por intenciones que no son propias, y lo hace con la misma intensidad con la que lo haría por un ser querido y allegado, se multiplican las probabilidades de que Dios escuche y haga eficaz nuestra oración. Desprenderse de los intereses propios para interceder por alguien ajeno a nosotros implica amar desde Dios al prójimo que no conocemos, como en la parábola del buen samaritano: “Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión” (Lc. 10,33).

Respecto a la humildad es imprescindible decir que a Dios no le podemos exigir nada, ya que exigir es algo que solo se puede hacer cuando se tiene más categoría que otros, por ejemplo, el jefe a su empleado, el general a su soldado, o el amo a su esclavo. En nuestra sociedad está mal visto, y es incluso sancionable en algunas ocasiones, que una persona de menor rango exija y trate mal a sus superiores, esto es aun más grave en nuestra relación con Dios.

Recuerdo el caso de una mujer que me dijo que ella había dejado de creer en Dios porque en un momento de desesperación, su hija estaba gravemente enferma, elevó a Dios una oración diciendo: “Dios mío, si tu existes, o salvas a mi hija o dejo de creer en Ti”. Obviamente la hija murió sin ser atendida su oración. Los errores cometidos al formular esta oración fueron los siguientes: primero, la mujer le da una orden a Dios como si ella fuera la gobernante de su Creador. Segundo, expresa textualmente que duda de la existencia de Dios y le exige un milagro para creer en Él. Tercero y último, amenaza a Dios con dejar de creer en Él oficialmente sino cumple con sus demandas.

Todos debemos tener en cuenta que Dios no puede salir perdiendo por el hecho de que nosotros decidamos no creer en Él, pues por la falta de Fe el que se damnifica es el incrédulo, ya que será él quien perderá por toda una eternidad a Dios y terminará sumergido en la eterna desesperación del infierno cuyos sufrimientos no tienen fin: “Y el Diablo, su seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20,10).

Es por esta razón por la cual los Santos siempre han dicho que en el infierno no hay un solo humilde, y por ello mismo podríamos asegurar que en el cielo no hay ningún soberbio pues como dice la Virgen María: “dispersa a los soberbios de corazón y derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacios”(Lc. 1,51). Así mismo, dice la Sagrada Escritura: “Más aún, da una gracia mayor; por eso dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (St. 4, 6). Por lo tanto, jamás Dios va a realizar un milagro para que un incrédulo soberbio empiece a creer, pues claramente Jesús dice que los milagros acompañarán a los que crean: “Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc. 16,17). Dios oculta estas cosas a los soberbios y las revela a los humildes, por eso dice la Biblia: “En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt. 11,25).

Otro de los actos que debe acompañar la oración y que no debemos despreciar es el de entrega, pues como ya hablaremos más adelante cuando entremos en el tema de la intercesión, lo que hizo más eficaz las oraciones de los Santos fue el hecho de que ellos entregaron sus vidas a Dios sin reservas. Es por ello que atender la oración de los Santos es considerado por Dios un deber de justicia, pues ellos se entregaron hasta agotarse y en su súplica nunca le reprocharon a Dios esa entrega. En cambio, la mayoría de los católicos suelen guardar una contabilidad exquisita de cada obra buena, de cada acto de piedad y de cada obra de misericordia que realizan para luego enumerárselas a Dios a la hora de hacerle una súplica.

Varias veces me ha pasado que devotas señoras me han dicho: “Padre porque a mí no me escucha el Señor si yo voy a Misa todos los días, rezo el Rosario, hago Adoración al Santísimo, ayudo a los pobres, y demás”. Ante esto mi respuesta suele ser:

Hija deje de chantajear a Dios con tantas obras de bien y diga más bien sierva inútil soy, pues he hecho lo que tenía que hacer: “De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc. 17,10). Y más bien cuando le pida a Dios hágalo siempre como algo que no tiene ningún mérito, como pidiendo una gracia que en justicia no se le debería conceder. Si esto lo hace con Fe y convencimiento va alcanzar más efecto en sus oraciones que lo que ahora logra con sus contabilidades de actos de santidad, que al fin y al cabo serán siempre obligatorios para todo católico.

En otras palabras lo que digo es que no debemos actuar con mentalidad de mercenarios, o de empresarios que le están pagando a Dios por los favores que le van a pedir, o que van a recibir de Dios un sueldo por las obras de bien realizadas.

Como ya lo mencionamos en el libro Contra la brujería, la ingratitud es una de las causas por las cuales se pierden los efectos alcanzados con la oración. Esto se debe a que una de las cosas que más decepciona a Dios, al igual que a nosotros, es que alguien a quien hemos favorecido con lo mejor de nosotros nos mal pague con desdén, indiferencia, o abuso de confianza. Esto queda claro en el Evangelio en el que Jesús se queja porque solo uno de los diez leprosos que sanó volvió para darle las gracias: “Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?, ¿No ha habido quién volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’ Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’” (Lc. 17,17-19).

DEFECTOS DE LA ORACIÓN

Multiplicación de palabras

La mayoría de los cristianos piensa erróneamente que la eficacia de sus oraciones radica en la cantidad de palabras que le recitan a Dios, cuando esto en realidad los lleva a incurrir en dos defectos gravísimos que anulan la eficacia de la oración. El primero de ellos es que al recitar largas oraciones el nivel de concentración y de lucidez con el que se dicen necesariamente decaerá. El segundo es que el acto de amor que va a revestir y acompañar esas palabras, al no ser propias, será muy débil, pues las oraciones compuestas por otros no expresan necesariamente los sentimientos que residen en el corazón de quien las pronuncia.

De aquí que Jesucristo nos dice que es un error pensar que Dios escucha más a los que más palabras dicen, y nos invita a que cuando oremos no lo hagamos en público para ser vistos, ni por intereses pasionales, sino que lo hagamos desde el silencio de la privacidad, con la seguridad de que Nuestro Padre nos escucha desde donde le hablemos (Mt. 6,6-11). La muestra principal de cómo quiere Dios nuestras oraciones la tenemos en el padre nuestro, que es una oración que rezada con tranquilidad tarda máximo de 45 segundos a 1 minuto.

Desviación del objetivo

Toda oración debe tener como objetivo el contacto o la comunicación con Dios. Este objetivo se ha ido perdiendo últimamente debido a la proliferación de la plaga “made in china”, donde parece que todo, incluso la oración, debe ser hecho según las técnicas orientales. Estas técnicas de meditación y oración buscan solamente la paz interior y el beneficio personal, no la comunicación directa con Dios y por esa razón se desvían del objetivo.

Por tanto, debemos centrar bien todos nuestros actos de oración para que estén orientados exclusivamente hacia una relación con Dios, en la cual se le dará culto de adoración, de alabanza; de veneración de sus palabras repitiéndolas con devoción, de ofrecimiento de sacrificios o promesas, de petición de favores; de recordación de sus proezas y de gratitud por los favores recibidos.

Falta de focalización

Si la oración que se hace no contiene los niveles de consciencia y voluntad que se requieren para entablar una conversación humana fluida y coherente, podrá decirse que no se está haciendo oración. En otras palabras, si mi boca repite plegarias pero mi mente está en otro lugar, y los deseos de mi corazón no son estar con Dios sino que andan persiguiendo a las criaturas de Dios, entonces nuestra oración será simplemente una fachada mas no un contacto concreto con Dios.

Oraciones sin fruto

Si Jesucristo nos dice que todo lo que le pidamos a Él en su Nombre se nos dará, o lo que le pidamos al Padre en Nombre de Jesús nos lo concederá (Jn. 14,13-14; Mt. 21,22), esto quiere decir que si pedimos a Dios tiene que haber un fruto, es decir, tiene que alcanzarse necesariamente lo que hemos pedido. Ahora bien, irónicamente en la mayoría de las oraciones que hacemos los católicos no conseguimos lo que estamos pidiendo, esto normalmente se debe a que no estamos dispuestos a dar a Dios para recibir.

En otras palabras, si nuestra conversión no es auténtica, o mejor dicho nuestra “cristificación” no es legítima, nuestra plegaria no va a tener la fuerza necesaria para efectuar la transacción que pondrá en marcha la omnipotencia divina a nuestro favor. Por esto los Santos, que son los que más cerca estuvieron de personificar a Jesucristo, fueron los que más milagros lograron. La fórmula para que la oración funcione más eficazmente es más o menos la siguiente:

“BUSCAR QUE MI VOLUNTAD Y ENTENDIEMIENTO CONCUERDEN TOTALMENTE CON LA VOLUNTAD Y ENTENDIMIENTO DIVINO”.

Cuanto más se identifique mi voluntad y mi entendimiento con la manera de querer y de entender de Dios, más capacitado estaré para realizar las obras que Cristo hizo, y aun mayores si se pudiera: “En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aun, porque yo voy al Padre” (Jn. 14,12).

A parte de la Santidad hay otros elementos que impiden que consigamos todo lo que pedimos, eso lo veremos en un capítulo más adelante donde hablaremos de las oraciones de intercesión.

Oración interesada

Aunque ya lo habíamos mencionado cuando hablamos de la falta de humildad, cabe resaltar que la eficacia de la oración disminuye cuando Dios ve que el cristiano hace berrinche o pataleta porque no se le concede lo que pide caprichosamente, y se desilusiona de seguir orando porque no consigue con prontitud lo que se le exige a Dios. Por eso San Agustín decía: “no busques los consuelos de Dios, sino al Dios de los consuelos”.

Esto quiere decir que lo primero que debemos pedir en nuestra oración es adherirnos a Dios, a pesar de que a veces nos tenga que negar aquellas cosas, que Él sabe tarde o temprano nos harían daño porque nos separarían de Él.

Falta de perdón

Recordemos que una de las claves para orar que nos fue dada en el padre nuestro es: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. Estas palabras debemos interpretarlas de la siguiente manera: si yo no perdono a los que me han hecho daño, automáticamente me incapacito para ser perdonado por Dios. Esto quiere decir que mientras yo no perdone sigo estando destinado a la condenación y al castigo, en otras palabras, soy enemigo de Dios, o si se quiere de una forma más dulce, hijo rebelde de Dios.

Ahora bien, ningún Padre premia a un hijo que se declara en rebeldía y hostilidad, por tanto, aquel que se niegue a otorgar perdón inmediatamente anula todos sus méritos y las puertas del cielo quedan clausuradas para otorgar cualquier favor divino. La falta de perdón podríamos llamarla el cáncer de la oración: “El que aparta su oído para no oír la ley, hasta su oración es abominable” (Pr. 28,9).

BASE BÍBLICA DE LA ORACIÓN

Como dijimos al principio, más que un devocionario que contenga muchas oraciones prefabricadas, este libro tiene como objetivo instruir al lector en la manera de elaborar su propia batería de plegarias, y la forma de acompañarla con los elementos necesarios para hacerlas más eficaces. Aunque sobra decirlo, debemos resaltar que no hay fuente más pura y auténtica que la misma palabra de Dios para instruirnos sobre la forma, estructura y cuerpo que deben tener las oraciones que queremos elaborar.

Con esto no pretendo despreciar las oraciones de los Santos, ni las oraciones litúrgicas, ni las oraciones contenidas en los libros piadosos, bendicionales y devocionarios. Sino que intento fomentar la creatividad y la devoción de los católicos para que se dejen influir por el Espíritu Santo, y así se aumenten las oraciones existentes con otras nuevas, que se adapten a los tiempos y circunstancias modernas. Oraciones que generen una mayor devoción en el que las compuso para sí, con la certeza de que va ser escuchado con la misma ternura por su Padre Dios, con la que un padre biológico escucharía a su pequeño hijo cuando este le recita una poesía inventada por él sin ninguna métrica.

Apuntar a los sentimientos de Dios

Queremos que el lector se dé cuenta de que la Sagrada Escritura nos ofrece varios modelos de oración que pueden utilizarse como base para la composición de nuestras propias oraciones. Dentro de las principales oraciones que cada uno debe analizar a la hora de componer está la de Abrahán, cuando suplicaba a Dios que no destruyera Sodoma y Gomorra (Gn. 18,28). Esta oración nos enseña a explotar los sentimientos “humanos” de nuestro Creador, y nos muestra la cercanía que podemos tener con el Altísimo para persuadirlo, utilizando las mismas razones que le daríamos a cualquiera de nuestros amigos y familiares.

Autoridad de hijos

Otro de los puntos que debemos analizar es la autoridad con la que algunos personajes de la Biblia mandaron para que se produjese un milagro: Moisés ante el mar rojo (Ex. 14,21), Elías para enviar la sequía (1Re. 17,1) , Elías al resucitar el niño muerto y al prender el fuego frente a los profetas de Balaán (1Re. 17,21 y 18, 37-38), Eliseo al partir el Jordán en dos (2Re. 2,14); Josué cuando detuvo el sol (Jos. 10, 12-13), Pedro cuando curó al paralítico (Hc. 3, 4-ss), Pablo cuando resucitó al somnoliento (Hc. 20, 9-ss).

En todas estas oraciones vemos concisión y autoridad, con esto la Sagrada Escritura nos muestra que si recibimos la inspiración para obrar un milagro en nombre de Dios no necesitamos hacer mucha alharaca ni excesiva liturgia, sino tener la consciencia de que poseemos la autoridad de los hijos auténticos de Dios.

Exaltar las obras poderosas de Dios

Este tipo de oración la encontramos en Zacarías (Lc. 1,67), en la Santísima Virgen María (Lc. 1,46), en Judit (Jdt. 9,1) y en los Salmos.

En estas oraciones nos enseña Dios que el mencionar los prodigios que Él ha hecho por amor a los hombres, fomenta nuestra confianza en su poder para obrar semejantes maravillas, y así sabemos que Él tendrá el poder para solucionar nuestros problemas.

Evocar la misericordia de Dios

Esto lo vemos en David cuando compuso el siguiente Salmo: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado” (Sal 51,1-ss).

También en Moisés cuando intercedió por el pueblo: Pero Moisés trató de aplacar a Yahveh su Dios, diciendo: “¿Por qué, oh Yahveh, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y mano fuerte?, ¿Van a poder decir los egipcios: Por malicia los ha sacado, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la faz de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y renuncia a lanzar el mal contra tu pueblo”(Ex. 32,9-ss).

Y en Judit: “Judit, con fuerte voz, les dijo: « ¡Alabad a Dios, alabadle! Alabad a Dios, que no ha apartado su misericordia de la casa de Israel, sino que esta noche ha destrozado a nuestros enemigos por mi mano»” (Jdt. 13,14).

La enseñanza que nos dejan estas oraciones es que aunque seamos pecadores no debemos creer que nuestras súplicas no van a ser escuchadas, ya que lo serán siempre y cuando nuestra confianza en la misericordia de Dios sea superior a nuestro remordimiento por la culpa. Lo importante de esto es que marca la diferencia entre la actitud de Pedro después de jurar por Dios que no conocía a Cristo, y la actitud desesperada de Judas al haber vendido a su maestro.

Invocar la justicia de Dios sobre nuestros enemigos

Los Salmos son riquísimos en expresiones en donde se invoca el poder de Dios contra nuestros adversarios, por ejemplo: “¿cuándo harás justicia de mis perseguidores?” (Sal. 119,84). “¡Levántate, Yahveh! ¡Dios mío, sálvame! Tú hieres en la mejilla a todos mis enemigos, los dientes de los impíos tú los rompes” (Sal. 3,7). “...que tú nos salvabas de nuestros adversarios, tú cubrías de vergüenza a nuestros enemigos” (Sal. 44,7). “Entonces retrocederán mis enemigos, el día en que yo clame. Yo sé que Dios está por mí” (Sal. 59,2). “.por tu amor aniquila a mis enemigos, pierde a todos los que oprimen mi alma, porque yo soy tu servidor” (Sal. 143, 12). También en otros pasajes de la Sagrada Escritura se invoca la justicia de Dios para nuestros enemigos: “Muéstranos tu Santidad castigándolos a ellos” (Eclo. 36,1-ss).

Tan lícito es invocar la fuerza de Dios contra nuestros enemigos, que hasta el mismo Jesús cuando nos enseña a orar nos pide que oremos pidiendo por librarnos del maligno (Lc. 11,2 y Mt. 6,9). Otra invocación pidiendo el auxilio divino la vemos en boca de María Santísima en el Magníficat: “auxilia a Israel su siervo” (Lc. 1,54-ss). También el Señor es invocado como Señor de los ejércitos o guardián de Israel en otros textos: “.aunque sus aguas bramen y borboten, y los montes retiemblen a su ímpetu. ¡Con nosotros está el Señor de los ejércitos, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!” (Sal. 46,3). “¡No se avergüencen por mí los que en ti esperan, oh Señor de los ejércitos! ¡No sufran confusión por mí los que te buscan, oh Dios de Israel!” (Sal. 69,6). “No, no duerme ni dormita el guardián de Israel” (Sal. 21, 4). “Yahveh es tu guardián, tu sombra, Yahveh, a tu diestra” (Sal. 121,5).

En estas oraciones Dios quiere que reconozcamos que una de las principales funciones de su paternidad es defender y proteger a sus hijos amados, pues sabe muy bien que hemos sido enviados como ovejas en medio de lobos, y que las ovejas no tienen esperanza de salvación ante el ataque de los lobos sino es por una acción defensiva del Pastor (Mt.10,16).

Evocar las promesas de Dios

Veamos algunos ejemplos de oraciones donde se evocan las promesas que Dios hizo desde antiguo:

Promesas a David: “Ahora, pues, Yahveh, Dios de Israel, mantén a tu siervo David mi padre la promesa que le hiciste diciéndole: ‘Nunca será quitado de mi presencia uno de los tuyos que se siente en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden su camino andando en mi presencia como has andado tú delante de mí’” (1Re. 8,25).

La de Simeón: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación” (Lc. 2,26-ss), (le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor).

A Zacarías: “El ángel le dijo: ‘No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’” (Lc. 1, 13-17).

Y en Lucas: “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados” (Lc. 1,76-77).

La finalidad de este tipo de oraciones es recordarnos que Dios es un Dios de palabra, es decir, que cumple las promesas que hizo a su pueblo desde la antigüedad. Y que de la misma manera Dios espera que nosotros seamos hombres de palabra, y que cumplamos con las promesas que le hacemos en los momentos difíciles o en el trascurso de nuestra vida.

Gratitud y alabanza

En la Sagrada Escritura hay multitud de ejemplos de oraciones de alabanza y agradecimiento al Creador, como por ejemplo la de los Santos: “Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, “Aquel que era, que es y que va a venir” (Ap. 4,8). O la de las criaturas en Daniel: “Fieras y ganados bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos; hijos de los hombres, bendecid al Señor; bendiga Israel al señor. Sacerdotes del Señor bendecid al Señor; siervos del Señor bendecid al Señor. Almas y espíritus justos bendecid al Señor; santos y humildes de corazón, bendecid al Señor (Dn. 3, 57-88).

Y también: “alabadle, ángeles suyos todos, todas sus huestes, alabadle” (Sal. 148,2).

La Sagrada escritura con este tipo de oraciones nos invita a cantar las misericordias del Señor, y a que reconozcamos con nuestras canciones, instrumentos musicales y danzas religiosas, que el Señor siempre ha sido grande con nosotros y que por esto debemos estar alegres.

Capítulo II

Tipos de oración

Vamos a definir algunos tipos de oración y a comentar sobre su eficacia, y sobre la manera adecuada de practicarlas.

EL REZO

Podría definirse como la oración vocal o recitación dentro de las oraciones prefabricadas, como por ejemplo, la del Ángel de la guarda, la del Credo o el avemaria, entre otras. Estas oraciones fueron compuestas por alguien para ciertas circunstancias específicas y ya contienen los elementos que debe tener cada oración, de estos hablaremos en capítulos subsiguientes.

No podemos decir que rezar sea malo, es más, el que hiciera esa aseveración iría en contra de la tradición de la Iglesia Católica, la cual ha sido, a través de los siglos, extremamente delicada y cuidadosa al guardar las oraciones compuestas por los Santos en sus devocionarios, libros litúrgicos y bendicionales.

El defecto del rezo no se encuentra en la oración en sí, ya que la mayoría de estas oraciones han sido compuestas por los miembros de la Iglesia con la inspiración del Espíritu Santo, sino en la monotonía, el mecanicismo, y la desconcentración con la que suelen hacerse. Para que el rezo sea eficaz debe hacerse con la debida atención de nuestra mente, acompañada con la intensidad de nuestros afectos; quitándole toda aceleración que provenga de la recitación robótica de la oración prefabricada, y acompañando el rezo con la meditación para poder aferrar la mente a las ideas que nos llevan hacia Dios. Así realizadas dichas oraciones necesariamente generarán uno de los actos de Fe, esperanza, caridad, humildad y gratitud que nombramos anteriormente.

ALABANZA

Es cantarle a Dios los afectos y los pensamientos que se tienen hacia El. Los Santos como San Agustín han afirmado que cantar es orar dos veces, esto está basado en una realidad humana que ha existido desde siempre que es que cuando el ser humano dedica una canción de amor a otro, casi siempre los sentimientos expresados en la letra de la canción corresponden a los albergados en el corazón del que la dedica. Véase que las canciones normalmente expresan sentimientos mientras que los rezos suelen expresar primordialmente ideas. Es sabido que es más fácil unir a dos seres humanos a partir de un mismo sentimiento, que ponerlos de acuerdo en una misma idea.