Dedico estas páginas muy especialmente a mi Santa Madre,

la Iglesia Católica, pidiéndole a Dios que nuestros guías en la fe,

vuelvan a preocuparse por las amenazas espirituales que nos acechan,

y comprendan que nuestra guerra no es contra las problemáticas

sociales, ni contra las injusticias políticas, sino contra lo que

está detrás de todo esto, es decir, contra los principados, potestades

y dominaciones de este mundo tenebroso; contra los espíritus del

mal que están en las alturas (Efesios. 6,12), y vagan por el mundo

para laperdiaón de las almas.

Prólogo

Desde que me encontraba en el seminario, mis profesores insistían en que no le diera tanta importancia al estudio del mal porque en realidad el sacerdote debía formarse para expandir el Reino de Dios en medio del mundo.

A mi entender, siempre ha existido una ambigüedad en esa aseveración, pues si Cristo nos dice que nos manda como ovejas en medio de lobos (Mateo 10, 16), es porque Él sabe que este mundo está bajo el dominio del príncipe de la oscuridad y, por tanto, un buen anunciador del Reino de Dios tiene que conocer bien a su enemigo si no quiere sucumbir bajo sus seducciones y engaños.

Es más, cuanto más conocemos la forma de ser del antagonista de Dios podremos comprender con mayor profundidad, los abismos de maldad y corrupción hacia donde se está precipitando la sociedad moderna, y estaremos mejor capacitados para descubrir y contrarrestar los errores, las herejías y las mentiras teológicas que se están colando en los púlpitos a través de autores modernos.

Este libro es un intento de evangelización para el pueblo de Dios, sobre temas que ya no se hablan en la iglesia actual y que lastimosamente son la causa del desmoronamiento moral de las estructuras eclesiásticas.

Capítulo I

¿Por qué a los malos

les pasan cosas buenas?

Invito a mis lectores a que después de dar este paseo por las profundidades del maligno, busquen con verdadera hambre espiritual conocer y vivir a Jesucristo, quien seguirá siendo el camino, la verdad y la vida; ayer hoy y siempre.

Creo que todos nos hemos hecho esta pregunta en algún momento de nuestras vidas, pues es evidente que personas alejadas de Dios, dedicadas al crimen, a la estafa y a la violencia, todo en la vida parece sonreírles y les sale a su entero beneficio; mientras que a las personas que nos hemos convertido de corazón a Dios y caminamos por los senderos del Señor, todo se nos dificulta, se nos trastorna y es muy difícil mantener nuestra felicidad.

Es más, si analizamos un poco nuestras circunstancias laborales y sociopolíticas, todo parece estar organizado para que les salgan bien los proyectos, las diligencias y los negocios a los que son amigos de las mentiras, los sobornos y los favoritismos políticos, pero la persona que quiere hacer las cosas según la ley solo encuentra trabas, demoras y dificultades que lo obligan a recurrir a los medios ilegales que acelerarán su trámite.

Ante estas circunstancias, el que quiere ser fiel a Dios se encontrará con la opción de ser como los demás, ya que son multitud los que recurren a estos métodos retorcidos para agilizar sus diligencias, o perseverar en el bien en esta vida y arriesgarse a no ver concretamente sus sueños de estabilidad, felicidad y solvencia.

Recuerdo el ejemplo de una jovencita en Estados Unidos que veía como sus compañeras de universidad progresaban en los estudios y también en lo económico, acostándose con sus maestros o con jóvenes influyentes que les conseguían de manera fraudulenta buenas notas, esta chica decidió dejar de ser “beata” y hacer caso omiso a los principios morales de su religión, y tomó la decisión de tener relaciones con un joven de los más influyentes de la universidad para poder empezar a crecer en estatus como sus compañeras, el resultado de su primera relación, que ocurrió detrás de las graderías del estadio de la universidad, fue el quedar en embarazo y contagiada de una enfermedad venérea incurable de por vida.

Con este ejemplo no quiero decir que todo el que sucumba ante la tentación de seguir el camino de los perversos, vaya a ser tan trágicamente amonestado por la vida para que se mantenga en el camino del Señor, pues hay infinitas circunstancias en la vida de cada persona que las harán más propensas a caminar por el bien o por el mal, pero el juicio de Dios seguirá siendo inescrutable, lo que permite que algunos de los que fueron fieles durante toda su vida, en los últimos años se desvíen del camino de la verdad; mientras que otros, siendo ovejas negras, al fin de sus días se conviertan con sinceridad y caminen en santidad.

Quiero que los argumentos que vamos a dar se entiendan de modo general, sabiendo que toda norma tiene sus excepciones. Este libro está ordenado a ayudar a interpretar de manera global la situación actual de la humanidad y, por tanto, resulta muy difícil concretizarlo en ejemplos particulares. No todas las jovencitas católicas que deciden perder su virginidad terminan en embarazo y contagiadas de una enfermedad venérea, ni tampoco podemos decir que todas terminen cediendo a las instigaciones del mal, pues también sigue habiendo mujeres que conservan su virginidad, como el don que piensan darle a su futuro esposo.

Aquí lo que queremos analizar es que una de las más antiguas tentaciones del hombre que quiere servir a Dios, es la de detenerse a mirar la prosperidad de los injustos, como dice Malaquías 3,14-16: “Vosotros decís: es inútil servir a Dios, ¿qué hemos ganado con guardar sus mandamientos o con andar en duelo ante el Señor Todo Poderoso? Por eso llamamos felices a los orgullosos, que aún, haciendo el mal, progresan, provocan a Dios y quedan sin castigo. Así hablaban los que temen a Dios”.

Nuestro Dios es consciente de esta debilidad humana, que tiende a quejarse ante El por la evidente prosperidad de los malvados y por eso nos exhorta en Proverbios 24, 19 a no envidiar a los malos, y en Eclesiástico 16, 3 a no poner en sus vidas nuestra confianza, ni a creernos seguros porque son muchos los que apartándose del Señor parecen gozar de impunidad. El libro de los Salmos se inaugura (Salmos 1,1) con la siguiente frase: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni anda por el camino de los extraviados, ni se sienta en el banco de los cínicos, sino que en la Ley del Señor pone su amor y en ella medita día y noche”.

Entonces si el libro de Job 8, 20 afirma que Dios no rechaza al íntegro, ni da la mano al malvado, ¿por qué en este mundo parecen gozar de la protección divina los malvados, mientras que los justos parecen malditos de Dios? Para ratificar lo anterior basta echar un vistazo a la vida de todos los Santos, los favoritos de Dios, que han vivido la ley de Dios hasta sus mínimos preceptos y, sin embargo, sus vidas siempre se han visto envueltas en calumnias, persecuciones, enfermedades, sufrimientos, abandonos divinos, vejaciones diabólicas, incomprensión de sus propios familiares y amigos, e incluso persecución de la misma iglesia, hasta llegar a una muerte martirial. Y esto desde el Santo Job hasta el Padre Pio, sin respetar rangos eclesiásticos como el Papa Juan Pablo II, cuya enfermedad lo doblegaba ante las cámaras; descendiendo hasta la última de las siervas como la Madre Teresa de Calcuta en sus noches oscuras donde se le dificultaba su fe en Dios.

Aquí lo que tenemos que plantearnos no es un fallo por parte de Dios, como si estuviera castigando a los Santos y premiando a los malvados, lo que está erróneo es nuestro concepto del bien y el mal, pues uno es el concepto a los ojos de Dios y otro a los ojos de los hombres, otro error de parte nuestra es que no sabemos dónde empieza el reino del príncipe de este mundo y dónde empieza el Reino de Dios.

EL REINO DE DIOS Y EL REINO DEL PRÍNCIPE DE ESTE MUNDO

Comencemos por esto último, ya que nos ayudará a entender mejor cómo suceden las cosas a nivel espiritual. Si recapacitamos en las palabras de Cristo frente a Pilatos (Juan 18, 36): “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis súbditos lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. PERO MI REINO NO ES DE AQUÍ”.

Esto nos deja claro que mientras estemos en el planeta tierra, donde Jesús vio precipitarse a Satanás como un rayo (Lucas 10, 18), no nos encontramos en el reino de Cristo, sino todo lo contrario; en un lugar gobernado y tiranizado por Satanás, a quien el mismo Cristo le adjudica el título nobiliario de “Príncipe de este mundo” (Juan 14, 30), principado con el que el mismo demonio hace alardes en Mateo 4, 8 cuando le muestra todos los reinos del mundo y su esplendor a Jesús, y se los ofrece diciendo “todo esto te daré si te pones de rodillas y me adoras”.

Como vemos, Cristo no le dice al demonio que está mintiendo al ofrecerle el poder político sobre todos los países del planeta, lo cual deja en evidencia que desde la antigüedad hasta nuestros días la política mundial ha estado siempre bajo el poder satánico. Y por tanto los hijos de Dios mientras estén bajo la tiranía del diablo serán perseguidos, arrinconados y de ser posible aniquilados. Atienda el lector bien a este punto para que pueda entender el argumento que vamos a desarrollar más adelante, en donde veremos que todos los contratiempos que sufren los cristianos no provienen de la mano de Dios, en cuyo reino todavía no habitan, sino que provienen del diablo que intenta destruir el reino de Dios que ha sido sembrado y habita en ellos.

Algunos podrían mal interpretar las palabras de Cristo en Juan 12, 31 ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Pues podrían pensar que por la muerte y resurrección de Cristo, el demonio había sido arrojado fuera del mundo y el reino de Cristo se habría instaurado sin contradictores en la tierra.

Este argumento se derrumba ante los hechos de la historia que demuestran que el gobierno satánico de las naciones sigue vigente en un mundo donde el hambre, la muerte, el dolor, la promiscuidad, el vicio, y la depravación siguen siendo las banderas que ondea la humanidad, como estandarte de su rebeldía ante los mandamientos de su Dios.

¿Entonces cómo debemos entender el texto citado? Deberá entenderse de la siguiente manera: el demonio será echado fuera de cada uno de los creyentes en el Evangelio de Jesucristo. Ahora bien, esto no implica que todos los seres humanos se fueran a convertir ni a salvar, ya que el mismo Cristo dice que seguirá habiendo cizaña junto con el trigo hasta el final de los tiempos, es decir, seguirán existiendo súbditos de Satanás que conviven en la misma locación con los súbditos del Rey del Universo. Lo cual no sería factible si Satanás hubiese sido juzgado y expulsado del mundo por la muerte y resurrección de Jesús, pues los hechos de la injusticia social, de las guerras, muertes y odios, en nuestro planeta, siguen acusando que Satanás sigue al mando de las naciones.

Dado esto por sentado, los que nos consideramos seguidores de Jesucristo debemos cuestionarnos sobre qué es lo que esperamos de Dios por ser sus siervos, y qué es lo que el mismo Dios nos ofrece por el hecho de ser sus hijos.

La óptica del más del 90 % de los cristianos es utilitarista con respecto a Dios, es decir, buscan a Dios porque les promete un reino, prosperidad, categoría real de hijos de Dios, inmortalidad, etc., y pasan por alto o mejor dicho borran de sus consciencias que lo que promete para este mundo siempre va a ir aderezado con la amargura de las persecuciones. Es más, las promesas de prosperidad que hace para los de este mundo no las hace para todos los que crean en Él, sino para aquellos que creyendo abrazan voluntariamente el sacrificio de privarse de sus seres queridos, para vivir y llevar el Evangelio de una forma más radical.

Veamos que Jesús en Marcos 10, 29-30 dice: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, ninguno de vosotros quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, CON PERSECUCIONES; y en el mundo venidero, vida eterna”.

Y si seguimos profundizando en lo que Jesús promete a sus seguidores, podemos encontrarnos todavía con ofertas más escabrosas aún como lo dice el mismo Jesús, en Lucas 21, 12: “Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre”; y en Juan 16, 2: “Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios, esto os sucederá para que deis testimonio”.

Analizando todo lo que acabamos de comentar podemos sacar en claro dos fundamentos, que le van a dar respuesta a la pregunta que originó este capítulo: ¿Por qué a los malos le suceden cosas buenas?

1.  Los malos disfrutan de toda la protección del maligno.

Entendiendo como malos, los que se rebelan contra los mandamientos de Dios y se convierten así, indirectamente o directamente en seguidores e imitadores de Satanás, este género de seres humanos va a disfrutar de los cuidados y atenciones del enemigo que es el príncipe de este mundo.

Recordemos que al demonio le conviene expandir la idea de que en su reino solo progresan los que caminan en contra de las leyes de Dios, pues sabe muy bien que los hijos de Dios no tardarán en darse cuenta de los privilegios que gozan los malvados mientras estemos en este mundo, y así logrará que el trigo añore ser cizaña.

2.  Los buenos vivirán siempre bajo el asedio del maligno.

Al encontrarnos en un terreno hostil gobernado por las fuerzas diabólicas los hijos de Dios o seguidores de Cristo, serán siempre considerados objetivo militar de todos los espíritus infernales que vagan por el mundo buscando la perdición de las almas y, aparte de la hostilidad espiritual, gozaran de unas persecuciones físicas, morales e intelectuales por parte de los hijos de Satanás, es decir, los impíos. Por eso es que Jesús nos advierte que seguirlo a Él es equivalente a seguir una senda muy angosta y entrar por una puerta muy estrecha (Mateo 7, 13-14).

En otras palabras tendríamos derecho a reclamarle a Dios que todo nos saliese más fácil, si estuviésemos ya en su reino, pero ya quedó claro que el reino en el que estamos no es el que nos prometió Jesucristo, ya que ese reino se alcanza después de vivir y morir por Él. Por tanto, lo que Dios nos promete a través de Jesús es la fuerza del Espíritu Santo para poder soportar tantas contradicciones, persecuciones, calumnias, vejaciones, etc., a las que nos veremos sometidos necesariamente si decidimos seguir el camino, predicar la verdad y vivir la vida verdadera que es Jesucristo. Como lo hicieron todos los Santos, quienes a pesar de ser sometidos a multitud de sufrimientos y pruebas siempre salieron victoriosos gracias al auxilio divino.

Por tanto querido lector, si tú consideras que eres de los buenos y que estás siendo tratado con injusticia por Dios, pues no ves que progreses tanto como los malos, esto quiere decir que aunque tú te consideres de los buenos, no eres de los Santos. Pues los Santos siempre tuvieron frente a sus ojos los méritos que les reportaban sus sufrimientos, abrazados por amor a Cristo, los cuales canjearían en el reino eterno por exuberantes riquezas espirituales que les han dado no solamente la capacidad de saborear una felicidad infinita, sino también la de beneficiar con inenarrables milagros a sus devotos lo cual constituye el culmen de la felicidad de los buenos, es decir, favorecer a otros.

Si aprendiésemos a abrazar nuestra cruz como nos enseñó Jesús, aprenderíamos que la máxima sabiduría no está en ser envidiados por unos cuantos en la tierra, por los lujos y riquezas efímeras que nos pueda dar el diablo por doblar nuestra rodilla ante él, sino que la sabiduría eterna está en ser envidiados por toda una eternidad por haber ganado una riqueza incorruptible, imponderable e infinita que no se puede marchitar, ni nos la pueden robar, ni la podemos perder después de haber sido encontrada, a través de un estrecho camino de sufrimientos y humillaciones que conducen a la posesión de Dios.

Una vez que hemos visto que no es que Dios tenga abandonados a sus hijos, sino que estamos en un lugar de prueba donde se testea nuestra fidelidad a Dios, y que la prueba consiste en asemejarnos más a Cristo, hijo perfectísimo de Dios, o sucumbir bajo la tentación de asemejarnos a Satanás criatura rebelde que se negó a obedecer al Creador, podemos ahora desarrollar la temática de este libro que consistirá en señalar como la satanización se ha ido expandiendo por el mundo hasta casi llegar a proponérsenos como religión alternativa.

Cada capítulo expondremos lo que nos propone el mundo satanizado, luego un antídoto para inmunizarnos, terminando con una oración para hacerlo efectivo y para no dejar este capítulo sin oración, vamos a consignar aquí la siguiente.

Oración para la conformidad 

con la voluntad de Dios

Santísima Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo, por  cuya voluntad todo lo que existe fue creado. Te pedimos nos concedas la gracia de adorar, respetar y vivir tus mandatos, aunque sea para nosotros difícil comprender el abismo de sabiduría que los inspira, la fuerza viva que los promueve y el abismo de bondad infinita que nos alcanzarán si los cumplimos.

Aleja de nuestros corazones la tentación de cumplir tus mandatos por solo el miedo de tus castigos, o por solo el interés de tus premios, o de cumplirlos a regañadientes mientras añoramos el libertinaje de los cínicos, que parecen prosperar a pesar de alejarse de tus preceptos.

Concédenos la gracia de vivir en todo momento en estado de “hágase en mí, según tu palabra”, de modo que nunca pongamos la más leve resistencia a tus designios, sin que codiciemos más fama, honra o riqueza que la que tú tengas a bien concedernos. Por Jesucristo  Nuestro Señor. Amén.

Capítulo II

Orígenes del satanismo

Antes de hablar propiamente del satanismo que podría definirse como un grupo de personas que siguen a Satanás desde diferentes perspectivas, y que coinciden más en la manera de repudiar a Dios y las enseñanzas cristianas que en la manera en que creen y dan culto al mismo demonio, deberíamos hablar un poco más de este personaje histórico para que así podamos entender en que consisten los diferentes tipos de cultos satánicos.

¿QUIÉN ES SATANÁS?

Satanás ante todo es un ser vivo existente, histórico, cuya presencia espiritual se ha dejado presenciar incluso de manera física en multitud de sucesos ocurridos en la vida de los Santos y de la Iglesia. Negar la existencia del diablo sería un acto de ignorancia total y de soberbia inaudita, ya que los seres espirituales malignos están datados en el 100 % de las culturas humanas más antiguas, por tanto, el que negara esta realidad histórica se estaría poniendo por encima de todas las culturas, de todas la razas, de todas las tradiciones que van desde las más antiguas europeas hasta las culturas indígenas más recientemente encontradas en las selvas.

Todas estas culturas hablan de estos seres espirituales malignos y poseen diferentes elementos, rituales para defenderse del ataque de estas entidades diabólicas, y esto sin que hayan tenido un contacto previo, ni una predisposición geográfica, ni una previa evangelización acerca de dichas criaturas malignas invisibles.

La Biblia contiene la palabra Baal 100 veces, demonio cerca de 70 veces, el nombre de Satanás aparece casi 50 veces, la palabra diablo alrededor de 40, y otros como Belcebú 7 veces, Belial 4 veces, Asmodeo 2 veces, sin mencionar otros apelativos que hacen referencia a este ser espiritual, pero que no son nombres propios como dragón, príncipe de este mundo, padre de la mentira, enemigo de las almas, y asesino desde el principio, con los cuales también en la Sagrada Escritura se refiere a este ser espiritual.

Una vez demostrada la existencia de Satanás por el convencimiento general de las culturas de que existe, y por su mención explicita en la Sagrada Escritura, pasemos a definir quién es propiamente Satanás.

Satanás es una criatura de Dios que fue hecha en estado de bondad, es decir, un ángel de Dios, inteligentísimo, con poder supra humano pero infra divino, quien por propia voluntad se negó a servir, es decir, se reveló contra la voluntad de Dios convirtiéndose en su antagonista, es el negador por antonomasia, es decir, el renegado contra toda voluntad divina. Es un ser que se condenó por negarse a servir, y que tiene una sed corrosiva de ser adorado y servido por todo ser consciente. Además se le llama el acusador porque no descansa en su función de alejar a los hombres de Dios, y aunque no logre que estos lo adoren directamente, sí recibe gozo al verlos condenarse imitando sus actitudes rebeldes.

Es un ser congelado en el odio, que solo es capaz de amarse a sí mismo y que movido por su odio al Creador decidió construir su propia iglesia buscando remedar la Iglesia verdadera fundada por Dios, y no descansará en su intento por destruir la Iglesia Católica para convertir la suya en la iglesia universal de la raza humana.

HISTORIA DEL SATANISMO

El satanismo es tan antiguo como la raza humana, porque de forma amplia se entiende satanismo como toda forma de culto a un demonio o a una divinidad distinta del Dios verdadero, y por tanto desde la óptica judeo-cristiana toda religión idolátrica que venere dioses extraños es una forma de satanismo.

Pero fue por los primeros siglos de la Iglesia Católica y más especialmente en la Edad Media, donde por la proliferación del ocultismo y la brujería se le empezó a dar culto a Satanás, con la consciencia de que se estaba adorando al enemigo de Dios, al Malo, al Maligno.

Estos primeros cultos que se le rindieron al diablo buscaban congraciarse con aquel que se pensaba era un enemigo invencible, al cual debería rendírsele culto para evitar sus ataques y por tanto, estas primitivas sectas satánicas se diferenciaban de las modernas, en que no buscaban del diablo favores, sino que su culto estaba basado en desagraviar a Satanás, para evitar así los castigos que supuestamente infringía a las sociedades a través de pestes, guerras y desastres naturales.

En Francia durante los siglos xvi — xvil, se manifiesta un movimiento satanista con características determinadas tal como la misa negra; en Italia se realizan rituales satánicos; en Inglaterra se le da un uso político a las polémicas levantadas por este movimiento y en Rusia se presenta una rehabilitación del demonio.

La Revolución Francesa destruyó el poder político que la Iglesia Católica tenía en el mundo entero, propiciando la división entre la Iglesia y los estados, e inoculó el libertinaje religioso bajo la insignia de libertad, igualdad y fraternidad, lo cual hizo que florecieran en toda Europa las sectas protestantes y junto con ellas cada vez más abiertamente las sectas satánicas, hasta llegar a nuestros días en donde abiertamente se anuncian, se propagan y establecen las sectas más virulentamente satánicas.

Entre los años 1821 al 1952, podríamos decir que es la época del satanismo clásico, el cual se subdivide en tres etapas: La primera etapa se podría entender como un resurgir del movimiento satánico gracias a la libertad que le dio la Revolución Francesa, y aunque se presenta como movimiento social pequeño y clandestino, está lejos de ser insignificante; la segunda etapa podríamos llamarla del falso antisatanismo, donde de cierta forma se hace uso del supuesto escándalo de las sectas secretas para que escribiendo acerca de lo nefasto de estos fenómenos, en realidad se propaguen la curiosidad por ellos y el deseo de conocerlos más y practicarlos, es decir, se usan los libros donde se ataca al satanismo para usarlo como propaganda del mismo satanismo y así evitar las censuras eclesiásticas; en la tercera etapa aparece claramente la imagen del diablo y se explicita el ritual diabólico.

En el año 1904 aparece la oscura figura de Aleister Crowley, quien es considerado el padre del satanismo y el prototipo de los satanistas de la tercera etapa de la que hablamos anteriormente. Crowley gestó la corriente “thelemitica” al escribir su libro de la Ley. El mismo cuenta que estando en la ciudad del Cairo en Egipto comenzó a recibir un mensaje de una entidad espiritual, la cual le dictó el libro durante tres noches consecutivas. Todo este libro que podría llamarse el origen del satanismo moderno puede resumirse en una sola frase, que es y seguirá siendo el estandarte de todos los que siguen al príncipe de este mundo: “Toda la ley en adelante será: haz lo que tú quieras”.

El contenido del libro de la Ley fomenta la libertad sexual, la experimentación de drogas, la meditación, el yoga, el orientalismo; y todas aquellas banderas que sesenta años después levantaría el movimiento hippie.

Las sectas diabólicas de nuestros días se diferencian diametralmente de las de la Edad Media en que se le ha perdido el respeto a Satanás y se le sirve no por temor a los daños que pueda hacerles, sino por los favores que pueda otorgarles haciéndolos partícipes de sus poderes, de su astucia, y de su malicia, capacitándolos para disfrutar de los placeres más aberrantes simbolizados por el mismo diablo.

Por el año 1960 emerge Anton Szandor La Vey inscribiendo su iglesia de Satanás en el registro oficial de California en el año de 1966, divulgando su concepto de lo satánico en su biblia satánica en 1969, y en los rituales satánicos en 1972.

La Vey en realidad no es un convencido de que el diablo exista, o que sea una entidad espiritual viviente y autónoma, sino que lo ve como un prototipo de víctima del cristianismo y por eso basa su satanismo en hacer una apología de lo paciente y virtuoso, que ha sido el diablo al aguantar todas las injusticia que Dios y la Iglesia le han hecho, pues según La Vey la Iglesia mantiene “su negocio” gracias a la existencia del diablo, y por tanto ve en Satanás, más que una figura real, un prototipo de rebelde contra todo principio cristiano, que se dirige básicamente contra los mandamientos de la fe, y que por tanto da origen al denominado “Satanismo de Protesta”, y que considera que la Iglesia es otra invención de los que él llama vampiros síquicos, es decir, los sacerdotes, y reclama que el lector de su biblia satánica, se libere de todos esos prejuicios y viva sin más norma moral que la de hacer todo lo que se le antoje, sin poner la otra mejilla, sin tener compasión por los pobres, y sin reprimir ningún apetito sexual.

Todas estas doctrinas rebeldes fueron muy bien recibidas en el ambiente hippie en los años 60 y 70, donde aparecen las primeras evidencias del rock and roll