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Contra la ignorancia

© 2014, Juan Gonzalo Callejas Ramírez

© 2014, Intermedio Editores S.A.S.

Edición
Equipo editorial Intermedio Editores

 

Diseño y diagramación

Ana María Sánchez

 

Diseño de portada

Agencia Central

Intermedio Editores S.A.S.

Av Jiménez No. 6A-29, piso sexto

www.circulodelectores.com.co

Bogotá, Colombia

Primera edición, agosto de 2014

Este libro no podrá ser reproducido,

sin permiso escrito del editor.

 

Epub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co

ISBN: 978-958-757-383-1

INTRODUCCIÓN


 

La mayoría de las personas creen que las verdades de fe hay que creerlas, sin cuestionamiento alguno, por el simple hecho de ser sobrenaturales. Piensan que si se ponen a investigar demasiado, encontrarán ciertos vacíos o contradicciones que pondrán en riesgo sus creencias.

En realidad, si de esto se tratara la fe, se nos estaría obligando a creer en cosas antinaturales o irracionales, pero la realidad está muy lejos de esto, pues lo que Dios nos pide que creamos no es que los círculos son cuadrados, o las alturas bajitas, o que las anchuras son estrechas, sino que nos propone realidades lógicas, que están por encima de la naturaleza tangible, pero que no la contradicen sino que por el contrario se reflejan o espejan en nuestra realidad material.

Muchos piensan que las realidades invisibles o espirituales, por el hecho de no ser perceptibles para nuestros sentidos, carecen de un fundamento sólido para ser creíbles. Pero quien diga que solo cree en lo que ha visto, se estaría automáticamente declarando un patán, un insensato o un mentiroso, porque todo ser humano, desde que nace hasta que muere, tiene que hacer siempre actos de fe en cosas que ni ha visto ni ha demostrado que existan, cosas que cree basándose en el testimonio de otros hombres estudiosos o científicos.

Por ejemplo, todos creemos en la existencia de nueve planetas o más en nuestro sistema solar, y ninguno de nosotros ha viajado al espacio para confirmarlo, ni siquiera ha puesto un ojo en un radio telescopio de la nasa para confirmar esta realidad con su propia mirada. Así podríamos seguir afirmando cosas que todos creemos sin necesidad de confirmarlas, como las radiofrecuencias de las telecomunicaciones, que nadie ha visto, o como la fisión nuclear, en la cual, en teoría, solo podrían creer los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki porque son los únicos que la presenciaron y vivieron sus consecuencias en carne propia. Esta enumeración podría continuar casi indefinidamente y pasar por todas las leyes de la física, la química, la astronomía, las matemáticas, la trigonometría, la informática, la robótica, etc., en las cuales creemos solo por el hecho de que otros hombres las han confirmado, o nos dicen que han sido confirmadas por otros.

Por tanto, si creemos en la experiencia que otros hombres han tenido al contactar con realidades escondidas en la naturaleza, por qué razón no le vamos a dar crédito a los miles de hombres y mujeres que han tenido la experiencia de Dios y que nos demuestran a través del cambio de sus vidas, o de los milagros obrados a su favor, que la realidad espiritual es tan demostrable y creíble como la teoría de la relatividad de Einstein.

Estas páginas están pensadas para resolver las dudas con las que muchos católicos se han dejado inficionar por no haber puesto empeño en profundizar en los estudios que aclaran y solidifican la fe.

Sin embargo, no es nuestra intención acabar con todas las dudas que existen, sino más bien convencer a la mayoría de los católicos de que aunque la duda que tengan no esté consignada en nuestras páginas, ciertamente se podrá esclarecer en el depósito de la fe que nos han dejado los santos y en las enseñanzas de los sumos pontífices y los concilios, por tanto los invitamos a que no dejen nunca de investigar en fuentes confiables hasta que erradiquen toda dubitación de sus mentes.

Por último, les recomendamos que cuando estudien las Sagradas Escrituras, lo hagan como María nos enseñó, es decir, meditándolas en su corazón, porque de otra forma podríamos caer en el error protestante de guardarlas en la mente, interpretándolas con todas las pasiones que Cristo afirma abundan en el corazón del hombre. Mientras que si almacenamos las Sagradas Escrituras en nuestros corazones, dice Jesús que de lo que hablan las bocas abunda en los corazones, por tanto si en nuestro corazón está la Palabra de Dios, nuestras bocas siempre estarán ungidas con la sabiduría del Verbo Eterno.

 

CAPÍTULO I


Dudas sobre Dios