Valla (caerse la): Modismo muy usual [en Cuba], con que se pondera el éxito de una fiesta, la alegría y entusiasmo extraordinario de un acto cualquiera terminado con todo éxito (incluso, de carácter sexual), por alusión al final divertido y bullanguero de las peleas de gallos en las vallas.

 

Esteban Rodríguez Herrera

Léxico mayor de Cuba, 1959

 
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11: En el argot de los jugadores cubanos, esta cifra, que a veces se representa, sencillamente, levantando los dos primeros dedos de la mano derecha, en gesto pontifical, significa «gallo fino» o sea, de pelea.

 
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SE CAYÓ LA VALLA

 

El gallo, dentro de un saco, ha sido trasladado hasta el recinto. Si fuese capaz de pensar, podría admirarse ante el brusco cambio que han experimentado súbitamente sus condiciones de vida. Hasta este momento ha sido un verdadero privilegiado: alimentado, alojado y cuidado hasta poder considerarse el mejor atendido de los animales afectivos.

Se han complacido sus caprichos, cultivado su presencia y el mismo campesino que estoicamente se niega a llamar un médico para sus hijos ha acudido al veterinario al menor signo de malestar en él.

Los gallos no piensan, no obstante, solo pueden sentir instintos y reflejos. Mientras es peinado por última vez y se le somete al proceso de pesaje ritual, estos se despiertan en él, ante un vago aroma imperceptible para todos los que lo rodean, alterándolo hasta el frenesí, erizando materialmente de furia sus plumas caudales.

Es el olor de otro de su misma especie

De otro gallo

Del enemigo

Se agita violento, nervioso, en las manos de su propietario, indignado ante esta profanación de su espacio vital. En su interior, códigos ancestrales, procedentes de una herencia genética de milenios afluyen a su corteza cerebral, llamándolo a la acción.

¡Por fin, ha visto a su rival! Está en las manos de un desconocido y hasta la última pluma de su cuerpo parece desafiarlo.

Cuando los presentan, sujetos aun a las manos de los galleros, su frenesí se eleva, en cuestión de segundos, hasta el rojo blanco. Los brazos expertos de los careadores apenas pueden contener sus bruscos movimientos, preludio de la acción.

¡Libre al fin, lo han arrojado al ruedo!

La arena que lo cubre salta, ante los frenéticos movimientos de los rivales que, con la cresta lívida de cólera, se aprestan a la matanza.

Los primeros golpes, simples pruebas exploratorias, le indican al gallo que aquí hay, por fin, un rival digno de él. Ha enfrentado, e incluso matado ocasionalmente, ejemplares ancianos y/o débiles, en encuentros preparados de los que ha aprendido las zonas más expuestas del adversario y cuáles ha de proteger mejor él. Ahora, sin vacilar, se prepara para la matanza.

El público, invisible para la limitada vista del animal por la cornisa que rodea el ruedo circular, excita, no obstante, con gritos estentóreos, a ambos animales.

Cada uno estudia pérfidamente las debilidades del adversario, enloquecido de deseo por poder entonar, sobre su cuerpo yerto, el grito ancestral de los machos de su raza, tras conseguir finalmente hacerle un daño de consideración.

De súbito, un incidente distrae a los contendientes. Entre el público ha estallado una disputa, por un quítame allá esas pajas, entre dos de los apostadores más empedernidos. Del desacuerdo han pasado a la injuria y, de esta, a la acción, más rápido, tal vez, que los gallos mismos. Ahora cada uno ha saltado al cuello del otro, comprometiendo la estabilidad del rústico mobiliario. Amigos y colegas de uno y otro se han lanzado al combate mientras los galleros, enfurecidos de ver interrumpido su encuentro, comienzan a repartir bofetones "a tirios y troyanos", o sea, a todo el mundo, sin la menor discriminación.

La valla, afirma la tradición, fue erigida en la época colonial. Ha pasado por ella lo mejor y lo peor del pueblo, artesanos y rateros, curas y alcaldes, militares, doctores y hasta alguna mujer, de tapadillo. Ha sobrevivido a tres guerras, dos repúblicas, incendios que por poco arrasan el pueblo entero y ciclones que han arrancado hasta el techo de la iglesia…, pero, aunque ha perdurado, su añeja estructura, donde la termita ha desarrollado durante décadas sus mortíferos túneles, decide bruscamente ceder.

Los gallos, contemplan asombrados cómo la pelea no amaina. Han pasado, sin saberlo, de actores a espectadores del drama y se juntan en el centro del ruedo, fraternalmente, como para protegerse uno al otro de la catástrofe general que los rodea; mientras los contendientes tampoco hacen caso, entregados al rito del traumatismo mutuo, ni siquiera del suelo que materialmente se hunde bajo sus pies y las paredes que comienzan a desplomarse.

Por fin, el techo del circular recinto considera, para su adentro, que ya ha cumplido bastante con su deber y comienza a ceder por todas partes. En las puertas, intencionalmente estrechas para prevenir la entrada de colados, se aglomera una multitud que pugna, ahora, por huir.

Los restos del atiborrado local se estremecen como un barco en el mar encrespado, mientras, sobre los gritos de los que no han conseguido huir, los pitazos de la policía que acude al siniestro y los cantos de terror de las aves cautivas se escucha un grito: «¡Se cayó la valla!».

 

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Mialhe, Federico./ Valla de gallos./ Cuba [ca. 1842]./ Litografía 24 x 34.4 cm./Sala Cubana, Biblioteca Nacional José Martí.

 

 

 

SI DE GALLOS SE TRATA

 

De los componentes de las fiestas rurales cubanas ninguno es recordado con más añoranza ni fue más pintoresco y sangriento que las criollísimas peleas de gallos (Gallus gallus); las cuales, no obstante, ni son exclusivas de Cuba ni aparecieron en ella.

Son populares —o lo han sido— en las «civilizadísimas» comarcas de Eurasia, en toda la América hispana e incluso en los Estados Unidos de Norteamérica, donde se efectúan de forma clandestina e ilegal, lo mismo que los combates de perros y de hombres a mano limpia.

En realidad, esta tradición no hace más que poetizar la costumbre de convertir en un espectáculo lúdico un componente básico del ritual de apareamiento de las más disímiles especies de la fauna: la lucha de los machos por el usufructo de las hembras y, en ocasiones, el liderazgo del grupo, hábito que se extiende desde mamíferos como los leones, elefantes y perros —cuyos encuentros también se han convertido en fiestas y pasatiempos en diversas épocas y latitudes— hasta los peces decorativos llamados, por ese mismo motivo, peleadores1 y simples insectos como las arañas2.

Una circunstancia curiosa y especial es que son casi siempre los animales más inclinados a dirimir de esta forma sus rivalidades los más atractivos, estéticamente hablando, de toda su especie. Los peces de pecera conocidos por «Peleadores» (Betta splendens), originarios del Oriente —donde sus luchas son un espectáculo muy popular y apreciado hasta el día de hoy— son, pese a lo complicado de su cría el adorno de las mejores peceras. Los perros, leones y elefantes de pelea solían y suelen ser elegidos entre los ejemplares más desarrollados de cada raza. E, incluso, las arañas empleadas para escenificar peleas en algunas regiones de África del Sur eran las mayores y mejor conservadas, capaces de atrapar a los salvajes mineros que se divertían contemplando, billetes en mano, sus encuentros.

En lo que a los gallos se refiere, sobre todo, se trata de una auténtica fiesta para la vista, al extremo de que aun sea conocido el animal de pelea como «gallo fino» y no falte quien se haya dedicado a su cría por puro placer estético, rechazando airado cualquier propuesta de enfrentar a los ejemplares tan cuidadosamente creados.

Pintores, escultores, grabadores y poetas han intentado reflejar en sus obras la verdadera fiesta visual que constituye un conjunto de estos volátiles, la gracia de sus revuelos, lo implacable de sus combates o el ejemplo que representa el valor inconmovible del gallo, dispuesto a vencer o morir en su lucha por acreditarse como el campeón de la lucha y el rey indiscutido del gallinero.

Su origen, por así decirlo, se pierde en la noche de los tiempos, en la antigüedad más legendaria. Es posible que, en la prehistoria misma, nuestros antecesores hayan disfrutado viendo las pugnas entre sus presas…, e incluso, que hayan aprendido de ellas algunos principios de combate.

 
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Galleando en la Edad de Piedra

 

Ya se advierten indicios de espolones en el Arqueoptérix o Archaeopteryx, el más remoto antecedente conocido de las aves actuales, que vivieron en la etapa o edad Kimeridgiana del período Jurásico Superior —hace entre 150 y 155 millones de años—, a juzgar por los restos conservados de ellos que se han encontrado en Solnhofen (Baviera, Alemania).

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Reconstrucción física de un Arqueoptérix y

dibujo de parte de sus restos.

 

Las referencias más antiguas a estos combates nos llegan del Oriente. Según un erudito cubano: «Hace ya quince siglos que los chinos adiestraban gallos para el combate»3 y aparecen imágenes de encuentros de ese tipo en algunas monedas de la época de la Dinastía Han (206– 220 a.n.e.).

 

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Pelea de gallos en una moneda

de la época de la Dinastía Han (216 a.n.e.)

 

La primera pelea de gallos registrada en la historia china ocurrió en el año 517 a.C., durante la dinastía Chou, 4 en el estado natal de Confucio, Lu, situado en la actual provincia de Shantung. Esta particular pelea de gallos, que fue mencionada por lo menos en cuatro libros antiguos, se realizó entre los clanes Chi-sun y Hou. Las peleas de gallos servían como una buena metáfora de las luchas por el poder que ocurrían entre las familias aristocráticas del Estado de Lu.

Es posible, además, que mil años antes se hicieran en la India. Pero, recientes evidencias arqueológicas en áreas que datan de un período anterior a los sitios de la civilización del Valle del Indo en Mohenjo-daro (Pakistán) fechadas aproximadamente hacia los años 2500-1500 a.C., señalan una temprana domesticación de la gallina en China, lo cual implica, por lo menos cierta duda en torno a la teoría del origen hindú. Prácticas semejantes, además, se reportan en otras culturas vecinas, como las de Viet Nam y Kampuchea.

En Japón el primer documento donde se menciona a los gallos de pelea es el así llamado «Caso Satsukiya» que se recoge en uno de los dos libros más antiguos sobre historia de este país, el Nihonshoki. De acuerdo con este libro, Satsukiya fue un rebelde que se había rebelado contra el emperador Yûryaku, de la Era Kofun. En agosto del 464, cuenta, Satsukiya accedió a dejar que determinara su suerte el resultado de una pelea de gallos.

Él consiguió un pequeño gallo con alas cortadas y tusado, y sugirió al emperador hacerlo pelear contra un gallo grande con espuelas de metal. El pequeño gallo ganó e, inmediatamente, Satsukiya lo mató,5 lo cual, con todo el respeto que nos inspira la leyenda, nos deja en la duda sobre si este no será, en realidad, el relato de la primera pelea «amarrada».

Cuenta asimismo una crónica6 que el emperador Yôsei, (869-949 de n.e.) miraba las peleas de gallos en la parte delantera de su jardín (28 de febrero de 882). Este es el primer documento que nos revela que peleaban gallos en el mismo palacio y no sería el último.

Se reportan, en efecto, peleas de gallos en el palacio imperial del emperador Sujaku (o Suzaku, 930-945 de n.e.), el cual, no obstante, prohibió los encuentros7 que personalmente disfrutaba debido a la histeria que se producía durante las peleas en Kyoto. El único resultado de esta prohibición, dicho sea de paso, es que, como ocurre siempre, las peleas pasaron a realizarse, por un tiempo, en el campo o en las montañas. También se describieron lidias en el castillo del emperador Takura (o Takakura, que reinó entre 1168-1179).

Entre los egipcios, sumerios y babilonios —criaban gallináceas en gran escala, con distintos fines—, el gallo de pelea resultó también el símbolo del valor, representándolo así en frisos y sellos.

 

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Gallo en un sello del Reino Sumerio de Babilonia

 

El «deporte sangriento», como también se le ha llamado, era popular también en la Grecia antigua, habiendo llegado allí, tal vez, a través de sus frecuentes contactos —no siempre amistosos— con el Imperio Persa.

Un escritor peruano describe su aparición en Occidente así: «El origen de los gallos —o alectromachia, como lo llamaban los coterráneos de Homero— es el siguiente: Temístocles, en la expedición contra los persas (culminó en la victoria naval de Salamina) dijo a los soldados que peleasen con el esfuerzo de los gallos».8

 

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Batalla de Salamina en la cerámica griega clásica,

con los gallos simbólicos.

 

En su tragedia Los Persas, estrenada en el año 472 a.n.e., el poeta Esquilo narra, en efecto, que este estratega, habiendo notado que dos gallos estaban peleando cerca de sus tropas, las arengó con estas palabras:

 

—¡Mirad, soldados!, ellos no combaten por su nación, ni por sus dioses, ni por sus ídolos, ni siquiera por su libertad; solo el orgullo los impulsa a pelear hasta la muerte por no ser vencidos y ustedes, compelidos a defender tanto más, ¿no haréis lo mismo?

 

Añade esta fuente que obtenido el triunfo por los atenienses, para perpetuar la memoria de él, se estableció una ley estableciendo una lucha anual de gallos en el aniversario de esta victoria, primero con una finalidad patriótica y religiosa y, más tarde, por amor al deporte mismo.

Los aficionados al culto vano a los mártires y las derrotas deben recordar, en cambio, a Licurgo, el semilegendario rey legislador de Esparta, el cual elogió en una ocasión la sabiduría de un joven, al cual, prometiéndole otro que le daría unos gallos que morirían sin desfallecer en la lidia, respondió sabiamente:

 

—Esos no —le dijo—; dame gallos que maten en la pelea.9

 

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Atleta con gallo en una cratera griega.

 

Los griegos de la Antigüedad Clásica ubicaron imágenes de gallos en sus monedas, su cerámica, sus vasijas y, probablemente, en sus pinturas murales, aunque casi ninguna muestra haya quedado de estas últimas.

 

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Monedas de las ciudades-estado de Himera,

Karistos y las colonias griegas de Asia.

 

Sostuvo, en el siglo XIX, un escritor cubano que se ocultó bajo el seudónimo de El Licenciado Vidrieras —en un artículo titulado precisamente «El Gallero»—, basándose en la opinión facultativa de famosos bibliógrafos y anticuarios, que el gallo es originario de las Galias, al que dio su nombre.10

 

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Gallos en las Galias

 

Según el autor ya citado de Grecia esta costumbre pasó a Roma, donde a grito de pregonero se convocaba al pueblo con estas palabras: Pulli pugnant (Hay pelea de gallos), y donde se ha encontrado un mosaico mural, de alrededor del año 100 a.n.e., de una de estas, en los murales de la Casa del Laberinto, en Pompeya.

 

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Pelea de gallos en un mosaico romano de la Casa del Laberinto, en Pompeya Siglo I a.n.e.

 

En realidad, hay historiadores que atribuyen a esta costumbre el inicio de la Tercera Guerra Civil de la República Romana, al señalar que una de las causas de la división entre los triunviros Octavio (el futuro emperador César Octavio Augusto) y Marco Antonio —y de la división del mundo romano— fue que ambos «echaban muchas veces a reñir gallos o codornices adiestradas, y siempre vencían los de César: con lo que recibía manifiesto disgusto Antonio; y bien por esta causa, o más bien por haber dado oídos al adivino,11 marchó de la Italia",12 aunque no escarmentó, pues más tarde, en la corte de Cleopatra, siguió jugando a los gallos.

Hubo emperadores, como el ya mencionado Octavio Augusto, Claudio I o Antónino Pío que fueron también consumados «galleros».

Lucio Septimio Severo (193-211 n.e.), antes de partir en el 208 a combatir a los caledonios en Britania ordenó a sus hijos —los futuros emperadores Geta y Caracalla— asistir a estas luchas diariamente, para endurecerlos moral y físicamente, «no solo para hacerles anhelar la gloria que se obtiene de realizar proezas, sino para aprender a mantenerse firmes y no amilanarse no solo en medio del peligro, sino frente a la muerte misma».13

 

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Gallo en un mosaico romano hallado en Glasgow, Inglaterra

 

En realidad, en agudo contraste con la tendencia moderna a prohibir por todos los medios el acceso a niños y jóvenes a estas luchas: «historiadores de gran reputación, por su veracidad, aseguran que (en Roma Imperial) se llevaba a los adolescentes a las lidias, con objeto de que el crudo espectáculo despertara su bravura».14

En otro mosaico romano del siglo I de n.e. aparece Mercurio, el mensajero de los dioses olímpicos, trayendo el laurel a uno de los ganadores en estos encuentros, Ganimedes presentando al gallo triunfador con la palma y a la Victoria misma atestiguando el éxito.

 

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Mosaico romano del siglo I d.n.e.

 

La afición por estas peleas llegó a tal extremo en la ciudad del Capitolio que, como ocurrió también con los más célebres gladiadores, caballos y fieras del Circo, «hubo suntuosos túmulos para sepultar en ellos a los gallos que más se distinguieron en la lucha»,15 señala este autor, que añade que «de Roma pasaron las lidias a los demás pueblos de Europa».16

El fósil del gallo más antiguo localizado en el subcontinente europeo fue encontrado en Gadir, una ciudad fenicia fundada por los habitantes de Tiro sobre una isla (hoy península) en la costa sur —atlántica de la Península Ibérica que hoy conocemos por Cádiz.

 
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Monedas celtibéricas de la ciudad-estado

de Semis. Siglos I-II d.n.e.

 

Se han hallado algunas monedas celtibéricas de la ciudad —estado de Semis—, conocida por sus habitantes como AŔEKoŔATaS, donde aparecen el gallo o la gallina como elementos distintivos, una de entre los años 169-158 y la otra del siglo II a.n.e. En la primera de estas, por lo menos, son perfectamente reconocibles los espolones, pese a lo estilizado de la factura, lo cual demuestra la importancia que le daban como símbolo de combate y vigilancia.

Incluso la Iglesia Católica, tras triunfar en la lucha contra la primera de las grandes herejías, el Arrianismo, en el primer Concilio Ecuménico de Nicea, realizado en el año 325 de n.e., adoptó, como símbolo, tal como puede verse en la Catedral de Aquilea, donde un mosaico muestra un gallo (el gallo luminoso del Catolicismo) que lucha contra una tortuga amañada y oscura que se esconde en su caparazón, representando al autor intelectual de la doctrina, el libio Arrio.

 
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Mosaico en la Catedral de Aquilea

 

En España, tras la llegada de los musulmanes, llegaron a ser estas riñas un elemento identitario,17 desde los últimos siglos del primer milenio, sobre todo porque los invasores árabes tenían una costumbre igualmente sangrienta: las peleas entre moruecos (carneros salvajes), criados especialmente para ello. Allí apareció también la costumbre de asignar a las autoridades del pueblo: el alcalde, el cura y el juez, la función de presidir y fallar las lidias.

Se dice que las primeras gallináceas fueron traídas por el Almirante Cristóbal Colón en su segundo viaje, en 1493. Que no las trajo exclusivamente para degustar su carne o sus posturas, da fe el hecho de que en una imagen de él trazada por el inglés Anthony More impresa en el libro Galería de Colón, publicado por el editor cubano Néstor Ponce de León en 1893 aparece con un sortijón adornado con la figura de dos gallos peleando. Se dice que, además de traer esta costumbre a América, las peleas de gallos fueron introducidas en Flandes por los españoles en la época en que sus ejércitos ocuparon esta región, entre los siglos XVII y XVIII.

 

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Lidia. Manuscrito español del Siglo XIII. Biblioteca Real de Madrid

 

Sintomáticamente, es esta área del norte francés donde se concentra la afición a estos encuentros. Si bien las lidias fueron prohibidas en Francia por la Ley Grammont, de 1850, el gobierno de la V República decidió exceptuar esta zona, haciendo de ella, incidentalmente, no solo la meca de los aficionados de todo el país, sino también el destino de aficionados y galleros de Bélgica y la Gran Bretaña, donde constituye una verdadera tradición.

Aún se discute cuándo llegó a las Islas Británicas el primer gallo de pelea. «Cuenta una leyenda que lo introdujeron en el país los comerciantes fenicios, pero parece más probable que fuesen las tribus de la Edad de Hierro que migraron desde el este. En el año 54 (n.e.) Julio César se quedó impresionado de que los antiguos británicos criasen aves para que luchasen y no para comérselas».18

Hay referencia escrita de estos encuentros desde el reinado de Enrique II (1154-1159) pero es en la Inglaterra de los Tudor, sobre todo en los reinados de Enrique VIII e Isabel I, cuando llegaron a crearse áreas para este fin —y también para las peleas de perros o de perros contra osos— hasta en los palacios reales.

El foso o Valla Real (Royal Pit) de Westminster fue fundado por Enrique VIII;19 funcionó durante 110 años y sirvió de inspiración para un célebre grabado de William Hogarth: Pit Ticket (ilustra estas páginas). También hizo erigir una valla en el Palacio de Whitehall.

 

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William Hogarth. The cockpit; (escena de una riña de gallos en la Valla Real

en la calle Dartmouth, cerca de Birdcage Walk. En el centro está Lord

Albermarle Bertie, un adinerado jugador que está recibiendo las apuestas

Grabado, realizado por el mismo artista en 1759

 

Un viajero suizo, de Basilea, Thomas Platter, que visitó Londres entre septiembre y octubre de 1599 describe así una visita a un local donde se realizaban estos encuentros: «Vi el lugar, que está construido como un teatro (literalmente theatrum, en el original). En el centro del piso hay una mesa circular con rebordes en torno a ella, donde los gallos son agitados y aguijoneados a volar el uno contra el otro, mientras que aquellos que apuestan a cuál gallo ganará se sientan lo más cerca posible del disco, aunque los espectadores que están presentes meramente porque pagaron el penique (que costaba la entrada) se sientan alrededor más alto».20

 
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Proyecto de Valla

 

Años más tarde se han localizado los diseños de una construcción de este tipo realizados, según parece, por Iñigo Jones, (1573-1652), el gran maestro inglés de la arquitectura jacobina, que introdujo en su país los principios clasicistas del renacimiento italiano.

La dinastía de los Estuardo, que sucedió a los Tudor se mostró tan aficionada al deporte de las espuelas como sus predecesores. Carlos II, tras la Restauración, ordenó construir otra «Valla Real» (Royal Cockpit) en el Paseo de la Jaula (Birdcage Walk), en el Palacio de St. James…, sin dejar, por esto, de frecuentar las vallas de New-Market y Winchester.

 
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Valla en el "Gray’s Inn", en el área judicial de Londres

 

Casi un siglo después un viajero alemán, Zacharias von Uffenbach describe así una construcción creada con este objeto cerca del Grays (o sea, del Gray’s Inn, en el área judicial de Londres): «El edificio es redondo como una torre y dentro parece un "teatro anatómico" (theatrum anatomicum), porque en círculos hay bancos en filas, en los que se sientan los espectadores. En el centro hay una mesa redonda cubierta de esteras, en la cual los gallos tienen que pelear».21

La afición por estas luchas llegó a tal extremo que durante varios siglos hubo hacendados que aceptaban gallos como pago por la renta y a los estudiantes se les daban «monedas de gallo» (cockpences) para adquirir gallos y apostar en el Shrove Tuesday, un martes feriado donde echaban peleas en las aulas de sus colegios, con maestros y directores dirigiendo los combates…, y fallando los casos dudosos.

Cualquier ocasión festiva, en realidad, era un buen pretexto para una riña. Se hacían en las coronaciones, los cumpleaños y también los velatorios de los monarcas, lo mismo que los domingos y fiestas religiosas en general. Los patios de las iglesias y, muchas veces, las iglesias mismas eran empleadas con este objeto.

 
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Una riña en los salones de la aristocracia

Imagen publicada en el Illustrated London News

 

En la mayor parte de los casos, no obstante, las riñas se realizaban sobre el piso de las habitaciones o en la tierra de los patios de las posadas, como nos recuerda un expresionista grabado de William Hogarth…, y también en los salones de la aristocracia, como nos muestra una imagen publicada en el Illustrated London News.

Las peleas en la valla instalada en el Palacio Real de Westminster llevaron a la redacción de una de las primeras muestras de legislación escrita de este deporte, las Rules and Order of Cocking.

Robert Howlett publicó, en 1709, un libro titulado El Regio Entretenimiento de las Riñas de Gallos (The Royal Paftime of Cocking), en Londres.

 

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Portada del libro "El Regio Entretenimiento de las Riñas de Gallos", publicado en 1709

 

La afición por las peleas de gallos fue finalmente sustituida en cierta forma, en Gran Bretaña por dos costumbres aun más crueles: la lucha entre un oso encadenado y una jauría de perros de presa y la ritual cacería del zorro, donde este animal es acosado por perros y jinetes hasta caer desvanecido, la cual, a despecho de las sociedades protectoras de animales y Greenpeace ha subsistido casi hasta nuestros días.

Algunas razas de gallos desarrolladas en esta nación han pasado a la leyenda, como los White Piles, una casta celebre por la gota cheshire, una verdadera explosión de violencia asesina que parecía atacarlos justo cuando parecían estar a punto de ser derrotados.

Aunque en la actualidad en esta nación, la prohibición —que se aprobó por las Actas 12 y 13 de 1849— se aplica con el mayor rigor, los gallos ingleses, entre los que se han desarrollado castas como el Cornish, el Bantan y el Modern Game; figuran entre los más apreciados del mundo, incluso en España y en Cuba. El poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo El Cucalambé, afirmaba en una de sus composiciones que: Con estos gallos ingleses, / Hijos de tan buena cuna, / Espero hacer mi fortuna, / Antes que pasen dos meses, / A ellos jugara una mina / Si yo pudiera tenerla, / Y sin temor a perderla / Jugara hasta mi Rufina.22

 

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El mismo encuentro en el cuadro clásico Colonel Mordaunt’s Cock Match

de Johann Zoffany / Pintura al temple, realizada entre 1784 y 1786.

Actualmente en la colección de la Galería Tate, de Londres

 

Incluso al ser prohibidas las riñas en la metrópoli, los ingleses siguieron disfrutando de ellas en sus colonias. Una de las más célebres y pintorescamente presentadas fue la que se realizó en abril de 1784 entre los ejemplares de Asaf al-Daula,23 Nabad del reino independiente (en esa época) del Oudh y el coronel John Mordaunt, que tuvo lugar en Lucknow, capital en la actualidad del estado de Uttar Pradesh. De ella se conserva una acuarela, obra de un artista nativo y un cuadro, verdadera obra maestra de Johann Zoffany, actualmente en la Galería Tate de Londres, pródigamente reproducido en grabados y reproducciones.

 

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Histórica riña en abril de 1784 entre los ejemplares

de Asaf al-Daula, Nabad del Reino del Oudh

y el Coronel inglés John Mordaunt, por un artista nativo

 

En las trece colonias de las que nacieron los Estados Unidos de Norteamérica las peleas de gallos fueron superadas en popularidad, en los siglos XVII y XVIII, solo por las carreras de caballos.

 

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Anuncio de una pelea en Williamsburgh, EEUU.

 

Esta afición alcanzó su zénit en las colonias británicas entre 1750 y 1800, que comienza a disminuir más tarde ante los avances del boxeo, las diferentes escuelas de lucha y el cinematógrafo.

Aunque en la América hispana se consideraban fundamentalmente una diversión del pueblo bajo —sin dejar de ser disfrutadas por la nobleza hispanoamericana—; en la del norte su popularidad reflejaba el deseo de los colonos de remedar el comportamiento de la aristocracia inglesa.

Patricios como el Padre de la Patria, George Washington, figuraron entre los admiradores de este deporte. Malas lenguas cuentan que, en una ocasión, cambió a un esclavo que, característicamente, era conocido como el Tío Tom por una escogida pareja de gallos jerezanos, recién traídos de Cuba. Era también, además, un hábil «criador», que mantenía sus ejemplares en su vasta hacienda de Virginia y enfrentaba con éxito sus ejemplares con los de su vecino lord Fairfax.

Andrew Jackson, 7º presidente de los Estados Unidos y fundador del Partido Demócrata, mantuvo sus gallos favoritos (de la casta Brown Red) en los establos de la Casa Blanca y cariñosamente les daba su propio nombre de batalla: los Nogales Viejos (Old Hickory´s).

Abraham Lincoln, el gran republicano, ganó el sobrenombre de Honesto Abe, dicen algunos biógrafos suyos, por su justa y cuidadosa forma de juzgar las peleas de gallos para las que era muy solicitado como juez.

Se dice también que, cuando en la época en que ejercía la abogacía en Illinois, de regreso de las Guerras Indias, solicitaron algunos fanáticos entrometidos —especie que siempre ha sido numerosa— su apoyo en obtener una legislación federal que prohibiese las lidias.24 Su respuesta (aún estaba un poco amargado por sus experiencias en la milicia) fue cortante y ríspida: «Mientras el Todopoderoso permita a hombres inteligentes, formados a su imagen y semejanza, pelear en público y matarse unos a otros mientras el mundo lo contempla aprobadoramente, no me corresponde a mí privar a los pollos del mismo derecho».

La zona donde alcanzaba mayor popularidad se extendía de Carolina del Norte a Nueva York, aunque el área de las «vallas», permanentes o improvisadas, comprendían, en realidad, casi toda la región meridional.

En la región sureña la costumbre llegó a invadir la «santidad» del día dedicado al Señor, y los endémicos prejuicios raciales, uniendo en un interés común a blancos y descendientes de los antiguos esclavos. Algunos de ellos, como Chicken George, ascendiente del autor de la novela Raíces, llegaron a tener fama internacional como criadores y careadores.

 
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Pelea de Gallos en Domingo. Nueva Orleans, 1871/Sunday Cockfighting,

New Orleans, 1871/Dibujo de Alfred Rudolph Waud.

 

Aunque la guerra declarada contra ellas por las sociedades protectoras de animales y otros grupos de presión llevaron a la prohibición de las lidias, se calculó que solo en 1939, se realizaron allí más de mil torneos en los cuarenta y ocho estados25 que integraban entonces la Unión, en los cuales, según la misma estadística «casi cinco millones de dólares cambiaron de manos en las vallas, en apuestas y en entradas, y unos veinte mil respetables ciudadanos, desde sacerdotes hasta políticos, se suscribieron a los cuatro magazines nacionales que se dedican a publicar noticias de las peleas de gallos».26 En ese mismo año apareció un libro sobre ellas titulado, precisamente, Coraje27 pues su autor, en vísperas de la II Guerra Mundial, las veía como una vía para que el hombre lograse, «alcanzar ese estado mental que tiene el gallo, libertarse del temor, librarse de la muerte mediante el desprecio de la misma y (adquirir) valor para dar cumplimiento a sus impulsos y hacerlo bellamente».28

Antes que se instalara allí Disneyworld, una de las atracciones principales de Orlando, en la Florida —el único estado donde aun eran legales las peleas de gallos, aunque, como vimos, se seguían realizando en todo el país— era una lidia gigante, con premios de ocho mil pesos, que duraba cuatro días y se celebraba durante la última semana de enero. El torneo estaba abierto a todo gallero de buena reputación que creía que sus gallos finos valían el riesgo de los $500 que costaba la inscripción en este encuentro, como señalaba la revista Time, de Nueva York, en 1937, añadiendo que en ellas: «Solo se aceptan diez y seis galleros, cada uno de los cuales, inscribe quince gallos, no para cada uno de las quince divisiones reguladas según los pesos, en categorías separadas por dos onzas desde cuatro libras y doce onzas hasta seis libras y dos onzas»,29 que era el margen admitido para estos encuentros en los EEUU. «Pero la parte más importante de las lidias de gallos en los Estados Unidos —sigue diciendo esta fuente, entonces y ahora— son las clandestinas, entre peleas casadas y series».30.

En el Oriente fueron célebres los recintos construidos con este fin por los gobernantes musulmanes, hasta en Constantinopla, en los jardines del antiguo palacio de los emperadores bizantinos y, como recordaba un escritor español del siglo pasado, incluso un sultán «moderno» como Abdülaziz I o Abd Al-Aziz, (1830–1876), 32º Sultán del Imperio Otomano (gobernó del 25 de junio de 1861 al 30 de Mayo de 1876): «...condecoraba a sus gallos de pelea con las mismas bandas usadas por los generales».31

 
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Combat de coqs- Pelea de gallos en el Barrio Chino de Manila, Filipinas.

Litografía, sobre un dibujo de Louis Auguste de Sainson,

grabado por Beyer. 1834

 

De España, donde era esta una tradición desde la época de los visigodos, pasó esta costumbre a las colonias. En Filipinas se han convertido en una verdadera institución, al extremo que se trasmiten por la televisión local. Ha llegado a decirse que la afición pasó de allí a China,32 aunque, como hemos visto, allí eran una tradición milenaria.

En todo caso, han sido y son uno de los entretenimientos favoritos de la numerosa población de origen chino y japonés en este archipiélago, lo mismo que en el estado norteamericano de Hawai, donde ocurre otro tanto.

 
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Lidias en el Imperio Otomano

 

En naciones como México —donde se afirma que las introdujo Hernán Cortés—, Argentina, Perú, Venezuela y Colombia se convirtieron en una verdadera institución. Santo Domingo las ha convertido en un deporte legal regulado por el ministerio correspondiente, y Puerto Rico, pese a estar subordinado a Estados Unidos donde están formalmente prohibidas, tiene legalizadas sus «galleras».

 

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1 Cuyos encuentros también se han comercializado en algunas regiones del Oriente, como Miammar —Tailandia, Singapur, Birmania y Hong Kong.

2 Aunque, en esta especie, las reñidoras suelen ser las hembras.

3 Santisteban, Argelio: Uno y el mismo, Ediciones Unión, Ciudad de La Habana, 1994, p. 130.

4 O Zhou, pues de ambas maneras se llama esta dinastía que gobernó China desde el año 1045 hasta el 256 a.n.e.

5 Zenimoto, Yoshio: «La historia de los gallos combatientes japoneses» (I) (artículo), en: revista Arte avícola, No. 70, España, 2005, ISSN 2807-1060, pp. 21-23.

6 Ibídem.

7 Según el libro Zen-Taiheiki de la era Kamakura, citado en la fuente anterior.

8 Palma, Ricardo: "Gallísticas" en Tradiciones Peruanas, Tomo V, Madrid: Espasa-Calpe, 1953, p. 242.

9 Véase Licurgo-Publícola, en: Plutarco. Vidas paralelas, Libro I, Cap XX.

10 Licenciado Vidrieras: «El gallero» (apareció en las dos valiosísimas antologías de costumbristas cubanos Los cubanos pintados por sí mismos (1852) y Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba. Colección de artículos por los mejores autores de este género, La Habana, 1881, pp. 21-28 —lo mismo que en Costumbristas Cubanos del Siglo XX, selección, prólogo, cronología y bibliografía Salvador Bueno, <Costumbristas cubanos del siglo XIX -Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes#2.htm>

11 Un egipcio que, bien de propia inspiración, por órdenes de Cleopatra o, incluso, por creerlo sinceramente «estaba diciendo continuamente a Antonio con sobrada libertad que, siendo su fortuna la más grande y brillante, se marchitaba al lado de la de César, y le aconsejaba que se alejara cuanto más pudiera de aquel joven», Cf: Demetrio - Marco Antonio, en: Plutarco. Vidas paralelas, Libro VII, Cap. XXIII.

12 Ibídem.

13 Grant, Michael: The Severans. The changed Roman Emire, 1986, p. 1104.

14 Richard, Elie: «Las Peleas de Gallos», Artículo publicado originalmente en la revista Miroir du Monde, de París y reimpreso en La Habana: revista ULTRA Cultura Contemporánea, Vol. III, No. 13, julio de 1937, p. 40.

15 Ibídem. También alude a estos sepulcros el investigador Daniel Mannix en su libro Those who are going to die, que es la mejor historia que conocemos sobre el Circo Romano y el entorno cultural que creó.

16 Ibídem.

17 Esto encierra cierta ironía, dado que en América la afición por estas riñas —en lugar de por las lidias de toros— fueron un elemento que contribuyó a diferenciar a criollos y españoles.

18 Lloyd, John y John Mitchinson: El pequeño gran libro de la Ignorancia, Editorial Paidos, Madrid, s/f, p. 299.

19 Se cuenta que el rey dejó a su segunda esposa, Ana Bolena, esperándolo en su noche de bodas, mientras se enteraba de los resultados de una pelea.

20 I saw the place which is built like a theatre (theatrum). In the centre of the floor stands a circular table covered with straw and with ledges around it, where the cocks are teased and inticed to fly at one another, while those with wagers as to which cock will win, sit closest around the circular disk, but the spectators who are merely present on their entrance penny sit around higher up —Cf: Platter, Thomas. Thomas Platter's Travels in England./ Thomas Platter, editado por Claire Williams, Londres: Jonathan Cape, 1937, p. 167-68.

21 "The building is round like a tower, and inside it resembles a 'theatrum anatomicum', for all round it there are benches in tiers, on which the spectators sit. In the middle there is a round table which is covered with mats, on which the cocks have to fight " Cf: Von Uffenbach, Zacharias. London in 1710 / Zacharias von Uffenbach, traducido por W. H. Quarrell y Margaret Mare: Faber and Faber, Londres, 1934, p. 48.

22 Véase anexo literario.

23 Otras fuentes lo llaman Asaf-Ud-Dowlah.

24 Como, durante la Guerra Civil, vinieron los partidarios de la Prohibición a solicitar su apoyo para obtener la proscripción de las bebidas alcohólicas.

25 Cf: "Un Deporte Clandestino en los Estados Unidos". Publicado originalmente en la revista Time de Nueva York y reeditada en La Habana: revista ULTRA Cultura Contemporánea, Vol. VI, No. 33, marzo de 1939, p. 241.

26 Ibídem.

27 Pridgen, Tim: Courage —The Story of Modern Cockfighting. / Tim Pridgen.—, Little, Brown, and Co., Nueva York: 1938, p. 263, ilus.

28 Pridgin (sic), Tim: "Sobre Peleas de Gallo", artículo (sobre el libro anterior) publicado en The New York Times Book Review y reeditado en La Habana: revista ULTRA Cultura contemporánea, Vol. VI, No. 31, enero de 1939, p. 79.

29 Cf: Un Deporte Clandestino...

30 Ibídem.

31 Cf: Blasco Ibáñez, Vicente: «Oriente», en Obras Completas, Tomo II / Vicente Blasco Ibáñez., Editorial Aguilar S.A., Madrid, 1949, p. 92.

32 Por ejemplo, Richard, Elie: Ob cit, p. 40.