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KARL MARX nació en Tréveris, Alemania, el 5 de mayo de 1818. Estudió derecho e historia en las universidades de Bonn y Berlín, y en 1841 recibió el grado de doctor en filosofía. En 1843 se casó con Jenny von Westphalen. Publicó sus primeros escritos hacia 1841 en la Rheinische Zeitung, y en 1842 su nombre aparecía como editor de la revista, que fue suprimida al año siguiente. Entonces se trasladó a París, núcleo del pensamiento socialista, y editó otra publicación, que sólo sobrevivió un número: Deutsch-Französische Jahrbücher, en la que participó Friedrich Engels (1820-1895), que desde entonces habría de ser su amigo más cercano y su colaborador más eficaz; La sagrada familia, de 1844, es el primer fruto de esa colaboración. Forzado a salir de Francia, Marx viajó a Bruselas, donde escribió La miseria de la filosofía y publicó otra revista: Deutsche-Brüsseler-Zeitung; ahí se unió a la Liga de los Justos, sociedad socialista secreta con ramificaciones en Londres y París. A finales de 1847 escribió, junto con Engels, el Manifiesto del Partido Comunista. Al año siguiente fundó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung. Expulsado de Prusia en 1849, se trasladó a Londres, donde fijó su residencia. En 1867, después de una larga elaboración, dio a la imprenta el primer tomo de El capital; los siguientes dos los preparó Engels a partir de textos dispersos de Marx. Murió el 14 de marzo de 1883 y fue enterrado en el cementerio londinense de Highgate.

SECCIÓN DE OBRAS DE ECONOMÍA


EL CAPITAL

KARL MARX

EL CAPITAL

Crítica de la economía política

TOMO II

Libro II

El proceso de circulación del capital

Nueva versión del alemán
WENCESLAO ROCES

Prólogo, integración del manuscrito
y cuidado de la edición
RICARDO CAMPA PACHECO

Fondo de Cultura Económica

Primera edición en alemán, del t. II, 1885
Primera edición en español, 1946
Segunda edición, 1959
Tercera edición, 1999
Cuarta edición, 2017
Primera edición electrónica, 2017

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PRÓLOGO

No ha sido tarea fácil preparar para la imprenta el tomo segundo de El capital y hacerlo además de modo que, por una parte, aparezca como una obra coherente y dotada de la mayor unidad posible y, por otra parte, como obra exclusiva del autor, y no del editor. Han contribuido a complicar la tarea el gran número de versiones existentes, la mayoría de ellas en estado puramente fragmentario. A lo sumo, solamente una (el manuscrito IV) podía considerarse, hasta cierto punto, redactada para pasar a las prensas, aunque resultara anticuada en su mayor parte por otras versiones de una época posterior. El cuerpo principal de los materiales, aunque elaborado ya en cuanto al contenido, no había recibido aún los últimos toques de estilo; aparecía redactado en el lenguaje que Marx solía emplear en sus esbozos: en un estilo descuidado, familiar, con frecuentes expresiones y giros de crudo humorismo, salpicados de términos técnicos ingleses y franceses y, muchas veces, con párrafos y hasta páginas enteras en inglés; un registro de los pensamientos del autor hecho de prisa y bajo la forma en que se presentaban en su cabeza. Junto a partes cuidadosamente desarrolladas, otras, no menos importantes, apenas esbozadas; el material de los hechos ilustrativos, reunido ya, pero apenas agrupado y organizado, y menos aún elaborado; no pocas veces, al final de los capítulos, en la impaciencia por pasar al siguiente, sólo unas cuantas frases redactadas a vuelapluma, como jalonadas de un razonamiento simplemente apuntado y, por último, los conocidos trazos de la letra del autor, muchas veces indescifrable hasta para él mismo.

He procurado limitarme a reproducir los manuscritos del modo más literal que me ha sido posible, cambiando en el estilo solamente aquello que habría cambiado el propio Marx e intercalando frases de enlace y para facilitar las conexiones cuando lo he considerado absolutamente necesario y el sentido se hallaba, además, fuera de toda duda. En los casos en que la interpretación podía ser ligeramente dudosa, he preferido reproducir las frases en su tenor literal. En total, las refundiciones y los intercalados procedentes de mi pluma no pasarán de diez páginas impresas y tienen un carácter puramente formal.

La mera enumeración del material manuscrito que Marx ha dejado para el tomo II demuestra con qué concienzuda severidad sin igual y con qué rigurosa autocrítica tendía a elaborar sus grandes descubrimientos económicos hasta llevarlos a la máxima perfección, antes de confiarlos a la imprenta; espíritu autocrítico que rara vez le permitía darse por satisfecho hasta que lograba adaptar la exposición, en cuanto al contenido y a la forma, a sus puntos de vista, a los que constantemente abrían nuevos horizontes sus nuevos estudios. El material en cuestión es el siguiente.

En primer lugar, un manuscrito titulado “Contribución a la crítica de la economía política”, 1 472 páginas en tamaño 4° que forman 23 cuadernos, redactados de agosto de 1861 a junio de 1863. Es la continuación de la obra publicada con el mismo título en Berlín, en 1859, y que formaba el primer cuaderno.a Trata en las páginas 1 a 220 (cuadernos I a V) y en las páginas 1159 a 1472 (cuadernos XIX a XXIII) los temas investigados en el tomo I de El capital, desde la transformación del dinero en capital hasta el final, y es la primera redacción existente sobre estos puntos. Las páginas 973 a 1158 (cuadernos XVI a XVIII) tratan del capital y la ganancia, de la tasa de ganancia, del capital comercial y el capitaldinero, es decir, de temas que se desarrollarán más tarde en el manuscrito del libro III. En cambio, no aparecen reunidos de un modo especial los temas tratados en el libro II y muchos otros que se tratarán más adelante, en el libro III. Estos temas se tratan de pasada, principalmente en la sección que forma el cuerpo principal del manuscrito, páginas 220 a 972 (cuadernos VI a XV): Teorías sobre la plusvalía. Esta sección contiene una minuciosa historia crítica del punto cardinal de la economía política, que es la teoría de la plusvalía, y desarrolla a la par con ello, polemizando con sus antecesores, la mayoría de los puntos que más tarde se tratarán de un modo especial y en lógica concatenación en el manuscrito de los libros II y III. Me propongo publicar como tomo IV de El capital[1] la parte crítica de este manuscrito a que me refiero, después de eliminar de él los numerosos pasajes que se repiten en los libros II y III. Este manuscrito, con ser valiosísimo, no se prestaba para ser utilizado en la presente edición del tomo II.

El manuscrito que sigue en fecha al anterior es el correspondiente al libro III. Fue escrito, en su mayor parte, en los años 1864 y 1865. Solamente después de haber dado cima, en lo esencial, a este manuscrito, se consagró Marx a la redacción del libro I, que forma el primer tomo, publicado en 1867. Este manuscrito del libro III es el que ahora me ocupo en preparar para la imprenta.

Del periodo siguiente —el que sigue a la publicación del libro I— tenemos, para el libro II, una colección de cuatro manuscritos en folio, que el propio Marx numeró del I al IV. El manuscrito I (150 páginas) data posiblemente de 1865 o 1867 y es la primera versión independiente, aunque más o menos fragmentaria, del libro II, en su actual división. Tampoco de este manuscrito podía utilizarse nada. El manuscrito III está formado, en parte, por una recopilación de citas y referencias a los cuadernos de extractos de Marx —referentes en su mayoría a la sección primera del libro II— y, en parte, por elaboraciones de algunos puntos especiales, principalmente la crítica de las tesis de A. smith sobre el capital fijo y el capital circulante y sobre la fuente de las ganancias; además una exposición de las relaciones entre la tasa de plusvalía y la tasa de ganancia, que tiene su cabida en el libro III. Las referencias de que hablamos nos han suministrado pocos elementos nuevos, pues estas versiones, tanto en lo tocante al libro II como en lo relacionado con el libro III, fueron superadas por redacciones posteriores, que obligaban, por tanto, a prescindir de aquéllas. El manuscrito IV es la refundición de la sección primera, listo para la imprenta, y de los primeros capítulos de la sección segunda del libro II, y ha sido utilizado al llegar su turno. Aunque se comprobó que este manuscrito había sido redactado antes que el manuscrito II, ha podido utilizarse ventajosamente para la parte correspondiente de este tomo, ya que su forma es más acabada; bastaba con tomar, como hemos hecho, algunos complementos sacados del manuscrito II. Este manuscrito es la única versión más o menos acabada del libro II de que disponemos y data de 1870. Las indicaciones para la redacción final, a las que habremos de referirnos, dicen expresamente: “Deberá tomarse como base la segunda versión”.

Después de 1870 volvió a producirse una nueva interrupción, debido principalmente al mal estado de salud del autor. como de costumbre, Marx ocupó este tiempo en estudios; éstos versaron sobre agronomía, las condiciones rurales norteamericanas y, sobre todo, las rusas, el mercado de dinero y los bancos y, por último, las ciencias naturales: geología y fisiología y, principalmente, una serie de trabajos matemáticos independientes; todos estos temas forman el contenido de los numerosos cuadernos de extractos correspondientes a este periodo. A comienzos de 1877, Marx se sentía ya lo bastante restablecido para entregarse de nuevo a su verdadera tarea. De fines de marzo de 1877 datan las referencias e indicaciones de los cuatro manuscritos citados más arriba, como base para una reelaboración del libro II, cuyo comienzo figura en el manuscrito V (56 páginas en folio). Este manuscrito comprende los cuatro primeros capítulos y aparece todavía poco elaborado; una serie de puntos esenciales son tratados en forma de notas al pie del texto; la materia aparece más bien reunida que clasificada, pero es, a pesar de todo, la última exposición completa de esta parte, la más importante de la sección primera. Un primer intento de convertir esta redacción en un manuscrito listo para la imprenta lo tenemos en el manuscrito VI (posterior a octubre de 1877 y anterior a julio de 1878); son solamente 17 páginas en cuarto, que abarcan la mayor parte del capítulo primero, y el segundo —y último— intento es el manuscrito VII, “2 de julio de 1878”, que consta solamente de siete páginas en folio.

Por estos días parece haberse dado claramente cuenta Marx de que, a menos que su estado de salud mejorase radicalmente, jamás podría llegar a dar cima a una redacción de los libros segundo y tercero que le satisficiera plenamente. Los manuscritos V a VIII presentan con harta frecuencia las huellas de su esforzada lucha contra su agobiante estado de salud. La parte más difícil de la sección primera fue reelaborada en el manuscrito V; el resto de la sección primera y toda la sección segunda (con excepción del capítulo XVII) no ofrecía grandes dificultades teóricas; en cambio, parecíale a Marx que la sección tercera, que trata de la reproducción y la circulación del capital social, requería imperiosamente una reelaboración a fondo. En efecto, en el manuscrito II, la reproducción aparecía tratada primeramente sin referirse a la circulación del dinero que le sirve de mediadora y luego, una vez más, en relación con ésta. Había que eliminar esto y reelaborar toda la sección de modo congruente con el nuevo horizonte visual del autor. Así nació el manuscrito VIII, un cuaderno de 70 páginas en cuarto solamente; pero si examinamos la sección tercera en curso de impresión, descartando los trozos intercalados del manuscrito II, nos daremos cuenta de todo lo que Marx fue capaz de condensar en tan breve espacio.

También este manuscrito no es más que un tratamiento provisional del tema, en el que se trataba sobre todo de fijar y desarrollar los nuevos puntos de vista obtenidos con respecto al manuscrito II, dejando a un lado los puntos acerca de los cuales no era posible decir nada nuevo. También se incorpora nuevamente aquí y se amplía un trozo esencial del capítulo XVII de la sección segunda que, por lo demás, incide ya en cierto modo en la sección tercera. La secuencia lógica se interrumpe frecuentemente, el tratamiento aparece a ratos lleno de lagunas y al final, sobre todo, es completamente fragmentario. sin embargo, lo que Marx se proponía decir aparece dicho aquí, de un modo o de otro.

Tales son los materiales para el libro II, con los que yo, según hubo de decir Marx poco antes de morir a su hija Eleanor, debía “hacer algo”. He procurado interpretar este mandato dentro de sus límites más estrictos; siempre que me ha sido posible, me he limitado sencillamente a elegir entre las diferentes redacciones. Y lo he hecho, además, tomando siempre como base la última de las versiones de que disponía, con preferencia a las anteriores. En este respecto, sólo ofrecían verdaderas dificultades, es decir, problemas que no eran simplemente de orden técnico, las secciones primera y tercera, en la circunstancia de que las planteadas por ésta no eran de poca monta. He tratado de resolverlas ateniéndome exclusivamente al espíritu del autor.

He traducido casi siempre las citas que figuran en el texto cuando se trata de documentar hechos o de pasajes de A. smith, cuyo original se halla al alcance de cualquiera que desee estudiar el tema a fondo. Únicamente en el capítulo X no ha sido posible seguir esta norma, porque el autor critica directamente aquí el texto inglés. Las referencias al libro I se remiten a las páginas de la segunda edición, la última publicada en vida de Marx.

Para el libro III, aparte de la primera versión que figura en el manuscrito “Contribución a la crítica…”, de los fragmentos citados del manuscrito III y de algunas notas intercaladas de vez en cuando en los cuadernos de extractos, sólo se dispone de los materiales siguientes: el citado manuscrito en folio 1864-1865, elaborado sobre poco más o menos con el mismo carácter completo que el manuscrito II del libro segundo, y, por último, un cuaderno de 1875 sobre las relaciones entre la tasa de plusvalía y la tasa de ganancia, matemáticamente desarrolladas (en forma de ecuaciones). La preparación de este libro para la imprenta sigue un curso rápido. En cuanto me es posible juzgar ya ahora, sólo presentará dificultades de orden técnico, exceptuando, ciertamente, algunas secciones muy importantes.

Creo que es éste el lugar indicado para refutar una acusación que se ha hecho a Marx, que primeramente se formuló en voz baja y de vez en cuando, y que ahora, después de su muerte, presentan los socialistas alemanes de cátedra y de Estado[2] y sus acólitos como si se tratase de un hecho establecido: la de que Marx perpetró un plagio de Rodbertus. Ya en otro lugar1 ha tenido ocasión de decir lo más urgente acerca de esta acusación, pero ha llegado la hora de presentar las pruebas decisivas sobre este asunto.

Esta acusación aparece formulada por vez primera, que yo sepa, en la página 43 de la obra de R. Meyer Emancipationskampf des vierten Standes:

“De estas publicaciones” —se refiere a las de Rodbertus, cuya fecha hace remontar hasta la segunda mitad de la década del treinta “ha sacado Marx, según puede demostrarse, la mayor parte de su crítica.”

Mientras otra cosa no se demuestre, debo suponer que todo lo que en esta afirmación “puede demostrarse” consiste en que Rodbertus aseguró al señor Meyer lo que éste manifiesta. En 1879 aparece en escena el propio Rodbertus y escribe a J. Zeller (Zeitschrift für die gesammte Staatswissenschaft, de Tubinga,[3] 1879, p. 219), con referencia a su obra Zur Erkenntniß unsrer staatswirthschaftlichen Zustände (1842), lo que sigue:

“Encontrará usted que esta argumentación”, es decir, la expuesta en dicha obra “ha sido utilizada muy lindamente… por Marx, sin citarme siquiera.”

Lo que su editor póstumo Th. Kozak repite sin más, como un papagayo (Das Kapital, por Rodbertus, Berlín, 1884, Introducción, p. xv). Por último, en las Briefe und socialpolitische Aufsätze von Dr. Rodbertus-Jagetzow, editadas por R. Meyer en 1881, dice abiertamente Rodbertus:

“Hoy me veo saqueado por Schäffle y por Marx sin que se me nombre” (carta núm. 60, p. 134).

Y, en otro pasaje de esta misma obra, la pretensión de Rodbertus cobra una forma más definida:

“De dónde nace la plusvalía del capitalista lo he expuesto ya en mi 3ª carta social, coincidiendo esencialmente con Marx, sólo que de un modo más conciso y más claro” (carta núm. 48, p. 111).

Marx no llegó nunca a tener noticia de todas estas acusaciones de plagio. En su ejemplar de la obra Emancipationskampf… sólo aparecen cortadas las hojas de la parte referente a la Internacional; el resto de la obra hubo de ser cortada por mí después de su muerte. La Zeitschrift de Tubinga no llegó a verla nunca. Tampoco llegó a conocer las Briefe, etc., a R. Meyer, y yo sólo tuve noticia del pasaje referente al “saqueo” en 1884 gracias a la amabilidad del mismo Dr. Meyer. En cambio, Marx sí llegó a tener conocimiento de la carta núm. 48, pues el señor Meyer se había dignado obsequiar el original de esta carta a la hija menor de Marx. Éste, a cuyos oídos habían llegado algunas hablillas misteriosas sobre la especie de que era en Rodbertus donde se encontraba la fuente de su crítica, me la enseñó a mí, diciéndome que, por fin, tenía en sus manos la prueba auténtica de lo que Rodbertus pretendía, pero que si se contentaba con esto, él, Marx, no tenía nada que oponerle; nada tenía que objetar a que Rodbertus se complaciera pensando que su exposición era la más clara y concisa. En realidad, daba el asunto por liquidado con esta carta de Rodbertus.

Y tenía razones sobradas para hacerlo, ya que me consta positivamente que ignoró toda la producción literaria de este autor hasta el año 1859 aproximadamente, en que su propia crítica de la economía política se había perfilado ya. No sólo en sus lineamientos generales, sino incluso en los detalles más importantes. Había iniciado sus estudios económicos en París, en 1843, por los grandes autores ingleses y franceses; de los alemanes conocía solamente a Rau y List, y le bastaba con ellos. Ni Marx ni yo supimos una palabra de la existencia de Rodbertus hasta que en 1848 hubimos de criticar, en la “Neuen Rheinischen Zeitung”, los discursos pronunciados por él como diputado berlinés y sus actos como ministro. Tan poco sabíamos de él que tuvimos que preguntar a algunos diputados renanos quién era aquel Rodbertus, convertido en ministro de la noche a la mañana. Pero tampoco ellos supieron decirnos nada de sus escritos económicos. Y que ya Marx, sin la ayuda de Rodbertus, sabía perfectamente por aquel entonces, no sólo de dónde, sino también cómo “nace la plusvalía del capitalista” lo demuestran la Misère de la Philosophie,c publicada en 1847, y las conferencias sobre trabajo asalariado y capital, pronunciadas en Bruselas en el mismo año y publicadas en 1849 en la “Neuen Rheinischen Zeitung”, núms. 264 a 269.d Hasta 1859 y por medio de Lassalle, no se enteró Marx de que existía también un economista llamado Rodbertus, y luego se encontró en el Museo Británico con su “tercera carta social”.

Así ocurrieron realmente las cosas. Veamos ahora lo que se refiere al contenido del que se dice que Marx “saqueó” a Rodbertus.

“De dónde nace la plusvalía del capitalista”, dice Rodbertus, “lo he expuesto yo en mi 3ª carta social, coincidiendo con Marx, sólo que de un modo más conciso y más claro.”

Por tanto, el meollo del problema es la teoría de la plusvalía; y, en realidad, sería difícil decir que Rodbertus pudiera reivindicar en Marx como propiedad suya ninguna otra cosa. Así, pues, Rodbertus se declara aquí como el verdadero inventor de la teoría de la plusvalía y acusa a Marx de habérsela robado.

Pues bien, ¿qué nos dice la 3ª carta social de Rodbertus [4] acerca del nacimiento de la plusvalía? Sencillamente, que la “renta”, término bajo el cual engloba él la renta de la tierra y la ganancia, no nace de un “recargo de valor” sobre el valor de la mercancía, sino

“como consecuencia de una deducción de valor que sufre el salario; en otras palabras: porque el salario sólo representa una parte del valor del producto”,

y que, cuando la productividad del trabajo es suficiente,

“no necesita ser igual al valor de cambio natural de su producto para que quede de éste un remanente destinado a reponer el capital (!) y la renta”.

No se nos dice si puede haber un “valor de cambio natural” del producto en que no quede nada libre para “reponer el capital”, es decir, para reponer la materia prima y el desgaste de las herramientas.

Afortunadamente, podemos formarnos una idea de la impresión que a Marx le produjo este descubrimiento trascendental de Rodbertus. En el cuaderno X, pp. 445 y ss. del manuscrito “Contribución a la crítica.”, etc., figuran algunas páginas bajo este epígrafe: “El señor Rodbertus. Nueva teoría de la renta de la tierra. Digresión.”e Sólo desde este punto de vista examina Marx aquí su tercera carta social. En cuanto a la teoría rodbertiana de la plusvalía en general, se la despacha con esta irónica observación: “El señor Rodbertus comienza investigando qué aspecto presentan las cosas en un país en que no se han disociado la propiedad de la tierra y la del capital, para llegar al importante resultado de que la renta (entendiendo por tal, como él, toda la plusvalía) equivale simplemente al trabajo no retribuido o a la cantidad de productos en que se manifiesta”.

Ahora bien, la humanidad capitalista se ha pasado muchos siglos produciendo plusvalía y, poco a poco, ha ido parándose a pensar también en el modo como nace la plusvalía. La primera interpretación fue la que responde directamente a la práctica comercial: según ella, la plusvalía nace de un recargo sobre el valor del producto. Era la manera de ver que prevalecía entre los mercantilistas, pero ya James Steuart hubo de darse cuenta de que, vista así la cosa, lo que ganaba uno necesariamente tenía que perderlo otro. No obstante, esta interpretación siguió arrastrándose durante mucho tiempo, principalmente entre los socialistas. Fue A. Smith quien la desalojó de la economía clásica.

En la Wealth of Nations, libro I, capítulo VI, leemos:

“Cuando el capital (stock) se acumula en manos de ciertos individuos, algunos lo emplearán, naturalmente, en hacer trabajar a gentes laboriosas, suministrándoles las materias primas y los víveres necesarios para ello, con objeto de obtener una ganancia mediante la venta de los productos de su trabajo o de lo que su trabajo ha añadido al valor de las materias primas… El valor que los obreros añaden a las materias primas se divide aquí en dos partes, una de las cuales paga su salario, mientras que la otra constituye la ganancia del empresario sobre el importe total de las materias primas y los salarios.”

Y, un poco más adelante:

“Una vez que la tierra de un país se convierte en propiedad privada, los dueños de la tierra, al igual que los otros, gustan también de cosechar sin haber sembrado y exigen que se les pague una renta por la tierra, incluso por los productos naturales de ésta… El que trabaja… tiene que ceder al terrateniente una parte de lo que ha reunido o producido con su trabajo. Esta parte o, lo que es lo mismo, el precio de ella, constituye la renta de la tierra.”

A propósito de este pasaje observa Marx, en el citado manuscrito “contribución a la crítica, etc.,” p. 253:f “Como se ve, A. Smith concibe la plusvalía, o sea, el plustrabajo, el excedente que el trabajo rendido y materializado en la mercancía deja sobre el trabajo retribuido, es decir, sobre el trabajo que obtiene su equivalente en el salario, como la categoría general, de la que la de la ganancia propiamente dicha y la renta de la tierra son simples ramificaciones.”

En el libro I, capítulo VIII dice, además, A. Smith:

“Una vez que la tierra se convierte en propiedad privada, el dueño de la tierra reclama una parte de casi todos los productos que el trabajador logra obtener de ella. Su renta forma la primera deducción del producto del trabajo invertido en la tierra. pero el cultivador rara vez dispone de los medios necesarios para poder vivir hasta que llega la hora de recoger la cosecha. Generalmente, tiene que mantenerse con lo que le adelanta el capital (stock) de quien lo emplea, de un arrendatario, el cual no tendría interés en emplearlo si no repartiese con él el producto de su trabajo, es decir, si no se le reembolsara el capital con una ganancia. Esta ganancia constituye la segunda deducción del trabajo invertido en la tierra. A esta deducción de una ganancia se halla sometido el producto de casi todos los trabajos. En todas las industrias necesitan la mayoría de los trabajadores de alguien que los emplee y les adelante las materias primas, los salarios y los medios de sustento hasta que el trabajo llega a su término. La persona que les da ocupación reparte con ellos el producto de su trabajo o el valor que éste añade a las materias primas elaboradas, y en esta participación consiste su ganancia.”

Comentario de Marx a este pasaje (manuscrito, p. 256):g Como se ve, A[dam] Smith dice aquí, en palabras escuetas, que la renta de la tierra y la ganancia constituyen meras deducciones del producto del trabajador o del valor de su producto, ni más ni menos que la cantidad de trabajo que añade al material. Pero esta deducción, como el mismo A. Smith había puesto en claro antes, sólo puede consistir en la parte del trabajo que el trabajador añade a los materiaux, después de haber cubierto la cantidad de trabajo que se limita a reponer su salario o suministra solamente el equivalente de éste, es decir, en el plustrabajo, o en la parte no retribuida de su trabajo.

Por tanto, ya A. Smith sabía “de dónde nace la plusvalía del capitalista” y, además, la del terrateniente; y Marx lo reconoce abiertamente ya en 1861, mientras que Rodbertus y la nube de sus adoradores, que brotan como los hongos bajo la nube estival del socialismo de Estado, parecen haberlo olvidado completamente.

“Sin embargo” prosigue Marx “Smith no distingue la plusvalía en cuanto tal, como categoría aparte, de las formas específicas que reviste en la ganancia y la renta de la tierra. Y esto explica los muchos errores y deficiencias que se observan en su investigación, y más todavía en la de Ricardo”.h Esta afirmación le cuadra perfectamente a Rodbertus. Lo que él llama “renta” es sencillamente la suma de la renta de la tierra + la ganancia; de la renta de la tierra se forma una idea totalmente falsa, y la ganancia la toma sin el menor discernimiento, tal y como la encuentra entre sus predecesores. En Marx, por el contrario, la plusvalía es la forma general de la suma de valor que los detentadores de los medios de producción se apropian sin equivalente y que luego se divide en las formas específicas, transfiguradas, de la ganancia y la renta de la tierra, con arreglo a leyes muy peculiares, descubiertas por él. Estas leyes se exponen en el libro III de El capital, donde se verá como tienen que darse muchos eslabones para poder pasar de la comprensión de la plusvalía en general a la de su transformación en ganancia y renta de la tierra; es decir, a la comprensión de las leyes que rigen el reparto de la plusvalía en el seno de la clase capitalista.

Ricardo va mucho más allá que A. Smith. Su concepción de la plusvalía se basa en una nueva teoría del valor, cuyo embrión se halla ya presente en A. Smith, pero que éste casi siempre olvida cuando se desempeña en el campo de la aplicación práctica; una teoría que es el punto de partida de toda la ciencia económica posterior. Partiendo de la determinación del valor de la mercancía por la cantidad de trabajo realizado en ella, Ricardo deriva el reparto entre el trabajador y el capitalista de la cantidad de valor añadido a las materias primas por el trabajo, es decir, de la división de ese valor en el salario y la ganancia (lo que aquí es la plusvalía). Y demuestra que el valor de las mercancías es el mismo, por mucho que varíe la proporción entre estas dos partes, ley a la que sólo reconoce unas cuantas excepciones concretas. Llega incluso a formular algunas leyes fundamentales acerca de las relaciones mutuas entre el salario y la plusvalía (expresada en forma de ganancia), aunque bajo una forma demasiado vaga (Marx, El capital, t. I, cap. XV, 1i), y pone de manifiesto que la renta de la tierra es sólo un remanente sobre la ganancia, que en determinadas circunstancias se desglosa de ella. En ninguno de estos puntos vemos que Rodbertus vaya más allá de Ricardo. Las contradicciones internas de la teoría ricardiana dieron al traste con su escuela, o pasaron totalmente inadvertidas para él o sólo sirvieron para inducirle (Zur Erkenntnifí, etc., p. 130) a postulados utópicos, en vez de llevarle a soluciones económicas.

Pero la teoría ricardiana del valor y la plusvalía no necesitó esperar a la obra de Rodbertus para ser explicada en un sentido socialista. En la página 609 del primer tomo de El capital (2a ed.)j aparece citado el estudio “The possessors of surplus produce or capital”, tomado de una obra titulada The Source and Remedy of the National Difficulties. A Letter to Lord John Russell, Londres, 1821. En esta obra, hacia cuya importancia debiera llamar la atención la frase surplus produce or capital, un folleto de 40 páginas sacado por Marx del olvido, se dice:

“Sea cual sea la participación que pueda corresponder al capitalista” (desde el punto de vista de éste}, “no puede nunca apropiarse más que el plustrabajo (surplus labour) del trabajador, ya que el trabajador necesita vivir” (p. 23).

Ahora bien, cómo vive el trabajador y hasta dónde puede llegar, por tanto, la cantidad de plustrabajo que el capitalista se apropia es algo muy relativo.

“Si el capital no disminuye de valor a medida que aumenta de volumen, el capitalista le arrebatará al obrero el producto de cada hora de trabajo que exceda del mínimo con que el obrero pueda vivir… El capitalista podrá, a fin de cuentas, decirle al obrero: no necesitas comer pan, pues puedes vivir de nabos y patatas; y hasta este extremo ha llegado ya.” (pp. 23 s.) “Y si el obrero puede verse reducido a comer patatas en vez de pan, no cabe la menor duda de que podrá extraerse más de su trabajo; es decir, si para vivir de pan necesitaba retener para su sustento y el de su familia el trabajo del lunes y del martes, alimentándose de patatas le bastará con retener para sí solamente la mitad del lunes, quedando así libres la otra mitad del lunes y todo el martes para beneficio del Estado o para el capitalista.” (p. 26.) “No se discute (it is admitted) que los intereses pagados al capitalista, ya sea en forma de renta, de réditos del dinero o de ganancia comercial, salen del trabajo de otros.” (p. 23.)

Ahí tenemos, pues, de cuerpo entero, la “renta” de Rodbertus, con la diferencia de que él no la llama “renta”, sino “intereses”.

A lo que Marx observa (manuscrito “Contribución a la crítica.”, p. 852k): “Este panfleto casi ignorado (unas 40 páginas) [publicado] por los días en que el 'increíble zapatero remendón' que es MacCulloch[5] empezaba a dar de qué hablar representa un progreso notable con respecto a Ricardo. En él se presenta directamente el surplus value o la 'ganancia', como la llama Ricardo —aunque muchas veces la llama también surplus produce— o el interest, como lo llama el autor del panfleto, como surplus labour, como el trabajo que el obrero efectúa gratis, el que efectúa después de haber cubierto la cantidad de trabajo con que repone el valor de su fuerza de trabajo, o produce un equivalente para sus wages. Todo lo que tenía de importante reducir el valor a trabajo lo tenía el reducir a plustrabajo [surplus labour] la plusvalía [surplus value] que toma cuerpo en el plusproducto [surplus produce]. En realidad esto ya lo había hecho A. Smith, y constituye uno de los momentos fundamentales de la exposición de Ricardo. Pero sin que éste lo destaque y defina nunca bajo forma absoluta.” Y en la página 859l de su manuscrito continúa diciendo Marx: “Por lo demás, el autor a que nos referimos se ve prisionero de las categorías económicas con que se encuentra. Y así como la confusión de la plusvalía y la ganancia lleva a Ricardo a desagradables contradicciones, él se ve metido en enojosas complicaciones, al bautizar la plusvalía con el nombre de intereses del capital. Es cierto que le lleva ventaja a Ricardo por cuanto que, antes que nada reduce toda plusvalía a plustrabajo y, cuando llama a la plusvalía intereses del capital, no olvida por ello la forma general del plustrabajo, a diferencia de sus formas específicas, la renta, los intereses del dinero y la ganancia comercial. Pero retiene el nombre de una de estas formas específicas, el nombre de interest, para expresar la forma general. Y basta con esto para hacerlo recaer en la jerga económica” (en el slang, dice el manuscrito).

Este último pasaje le viene como anillo al dedo a nuestro Rodbertus. También él se ve aprisionado por las categorías económicas que tiene ante sí. También él bautiza la plusvalía con el nombre de una de sus formas específicas transfiguradas, que, además, hace más vaga todavía al llamarla “renta”. Y el resultado de estos dos deslices es que caiga de nuevo en la jerga económica, que no sepa profundizar en su avance con respecto a Ricardo, sino que, en su lugar, se deje inducir por el empeño de convertir su teoría inmadura, antes de salir del cascarón, en fundamento de una utopía con la que llega también tarde, como le ocurre con todo. El folleto del autor inglés a que nos referimos había aparecido ya en 1821, anticipándose en 21 años a la “renta” rodbertiana, que vio la luz en 1842.

El folleto en cuestión fue la avanzadilla de toda una serie de publicaciones que, durante los años veinte, volvieron la teoría ricardiana del valor y la plusvalía, en interés del proletariado, contra la producción capitalista, combatiendo a la burguesía con sus propias armas. Todo el comunismo oweniano, en lo que tiene de polémica económica, se basa en Ricardo. Y, junto a Owen, podríamos enumerar a toda una serie de autores, algunos de los cuales hubo de citar ya Marx en 1847 (Misère de la Philosophie, p. 49m) en contra de Proudhon: Edmonds, Thompson, Hodgskin, etc., etc., “y cuatro páginas más de etcéteras”. De entre este sinnúmero de escritores citaré solamente a uno, escogido al azar: An Inquiry into the Principles of the Distribution of Wealth, most Conducive to Human Happiness, por William Thompson; nueva edición, Londres, 1850. Esta obra, escrita en 1822, vio la luz dos años después, en 1824. También en ella se presenta siempre la riqueza apropiada por las clases no productoras como una deducción del producto del trabajador, empleando para ello, además, expresiones bastante crudas.

“Lo que llamamos sociedad ha tendido siempre, mediante el engaño o el convencimiento, por el terror o la violencia, a hacer que el trabajador productivo se preste a trabajar a cambio de la parte más pequeña posible del producto de su propio trabajo” (p. 28). “¿Por qué no ha de obtener el trabajador el producto total de su trabajo?, (p. 32). “La compensación que, bajo el nombre de renta de la tierra o ganancia, los capitalistas arrancan a la fuerza al trabajador productivo se le reclama por el uso de la tierra o de otros objetos… Y, como todas las materias físicas sobre las cuales o por medio de las cuales puede hacer efectiva su capacidad de producción el trabajador productivo desposeído, que sólo posee su capacidad de producir, se hallan en posesión de otros, cuyos intereses son diametralmente opuestos a los suyos y cuyo consentimiento es condición previa necesaria de su actividad, ¿no depende y tiene que depender del favor de estos capitalistas la parte de los frutos de su propio trabajo que quieren entregarle como indemnización por este trabajo?” (p. 125). “… en proporción a la magnitud del producto retenido, ya se llame a este desfalco… impuesto, ganancia o simplemente robo” (p. 126), etcétera.

Confieso que, al escribir estas líneas, siento un poco de vergüenza. Pase que sea tan absolutamente ignorada en Alemania la literatura inglesa anticapitalista de las décadas del veinte y el treinta a pesar de que ya Marx, en la Misère de la Philosophie, se había referido directamente a ella y de que en el tomo primero de El capital citara repetidas veces muchas de estas obras, el folleto de 1821, los libros de Ravenstone, de Hodgskin, etc. Lo que ya no es tan fácil de explicar y revela cuán bajo ha caído hoy la economía oficial es el hecho de que, no sólo el literatus vulgarisn que se agarra desesperadamente a los faldones de la levita de un Rodbertus y que es “realmente incapaz de aprender nada”, sino incluso el profesor consagrado por antonomasia,o que “derrocha erudición por todos sus poros”, puede haber olvidado su economía clásica hasta el punto de reprocharle seriamente a Marx haber plagiado a Rodbertus ideas que cualquiera puede leer en A. Smith y Ricardo.

Ahora bien, ¿qué es lo que Marx ha aportado de nuevo en lo tocante a la plusvalía? ¿Cómo explicarse que Marx haya podido fulminar la teoría de la plusvalía como un rayo que se descarga en cielo sereno, logrando además este resultado en todos los países civilizados, mientras que las teorías de todos sus antecesores socialistas, incluyendo a Rodbertus, habían caído en el vacío?

La historia de la química puede ofrecernos un ejemplo ilustrativo de esto.

Todavía a fines del siglo pasado imperaba, como es sabido, la teoría flogística, según la cual la esencia de todo acto de combustión residía en el hecho de que del cuerpo inflamable emanaba otro cuerpo hipotético, un combustible absoluto, al que se daba el nombre de “flogisto”. Esta teoría bastaba para explicar la mayoría de los fenómenos químicos hasta entonces conocidos, aunque, a veces, forzando un poco las cosas. Pues bien, en 1774 descubrió Priestley un tipo de aire

“tan puro o tan libre de flogisto que, en comparación con él, el aire corriente se hallaba ya contaminado”.

Priestley lo llamó aire desflogistizado. Poco después, Sheele demostraba en Suecia la existencia de este mismo tipo de aire, poniendo de manifiesto su existencia en la atmósfera y descubriendo, además, que desaparecía cuando se producía en él o en el aire corriente la combustión de un cuerpo, razón por la cual lo llamó aire ígneo.

“Partiendo de estos resultados, llegaba a la conclusión de que la combinación que se producía al unirse el flogisto con uno de los elementos integrantes del aire —es decir, en el proceso de combustión— no era otra cosa que el fuego o el calor que se escapaba por el vidrio.”2

Tanto Priestley como Scheele habían descubierto el oxígeno, pero sin saber lo que tenían en la mano. Permanecían “prisioneros de las categorías” filogísticas “con que se habían encontrado”. El elemento que venía a echar por tierra toda la teoría filogística y a revolucionar la química estaba condenado, en sus manos, a la esterilidad. Pero Priestley comunicó su descubrimiento poco después de haberlo hecho en París, a Lavoisier, el cual se encargó de investigar, a la luz de este nuevo hecho, toda la química flogística, para descubrir que lo que se llamaba el nuevo tipo de aire era en realidad un nuevo elemento químico; que, en la combustión, no se eliminaba del cuerpo inflamable el misterioso flogisto, sino que el nuevo elemento se combinaba con dicho cuerpo, y, con ello, puso de pie a toda la química, que bajo su forma flogística se hallaba de cabeza. Y aunque Lavoisier no hubiera encontrado el oxígeno, como más tarde asegura, al mismo tiempo que los otros dos investigadores e independientemente de ellos, lo cierto es que debe considerársele como el verdadero descubridor del oxígeno al margen de los demás, ya que Priestley y Scheele se habían limitado a exponer lo que habían encontrado, pero sin sospechar siquiera de qué se trataba.

Lo que Lavoisier es con respecto a Priestley y Scheele lo es Marx con respecto a sus predecesores, en lo tocante a la teoría de la plusvalía. La existencia de la parte del producto de valor que ahora llamamos plusvalía había sido puesta de manifiesto mucho antes de Marx; y asimismo se había dicho, más o menos claramente. En qué consistía, a saber: en el producto del trabajo por el que quien se lo apropiaba no pagaba equivalente alguno. Pero no se pasaba de ahí. Unos —los economistas burgueses clásicos— investigaban a lo sumo en qué proporciones de magnitud se dividía el producto del trabajo entre el trabajador y el propietario de los medios de producción. Otros —los socialistas— reputaban de injusta esta distribución y se echaban a buscar medios utópicos para remediar la injusticia. Unos y otros permanecían prisioneros de las categorías económicas con que se habían encontrado.

Vino entonces Marx. Y abordó el problema en oposición directa a como lo habían hecho cuantos le habían precedido. Donde éstos veían una solución residía, para él, el problemaquéeste