Los orígenes mitológicos

Desde que el ser humano comenzó a desarrollar la capacidad para contar historias surgió la necesidad de crear mitos, dioses, héroes y personajes fabulosos que, de una u otra forma, diesen sentido a su existencia terrenal y ayudasen a resolver las incógnitas que ésta planteaba. Fueron esos mitos los que sirvieron de motor para la creación de las distintas culturas y religiones, hasta conformar una cultura universal en los albores de este siglo XXI, con variadas y diversas manifestaciones en las que la figura del ser mitológico, dios o superhombre, sigue siendo fundamental, incluso en una época de revolución tecnológica racional como la que vivimos.

En la cultura occidental, las mitologías fundamentales de referencia son la egipcia, la celta, la griega y, por extensión de esta última, la romana. Con su mezcla de dioses y superhumanos, los dioses y semidioses clásicos son una de las columnas vertebrales de nuestra cultura y su influencia sigue presente a la totalidad de nuestras manifestaciones culturales, desde la escultura al cine, pasando por el teatro, la literatura, la música o los videojuegos, y los cómics no sólo no son una excepción, sino que son una de las manifestaciones narrativas más impregnadas por esa influencia mitológica, o como expone Manu González en la introducción de su libro Dioses, Héroes y Superhéroes: «Pero los dioses antiguos no se querían rendir tan pronto y comenzaron a introducirse en un nuevo formato narrativo que comenzaba a imponerse con fuerza en la industria literaria norteamericana: el cómic».

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Los orígenes mitológicos griegos de los superhéroes pueden rastrearse con claridad en personajes como Hércules, miembro de Los Vengadores, creado por Stan Lee y Jack Kirby en 1965 en el número uno de Journey Into the Mystery Anual, de Marvel Comics, una publicación protagonizada por Thor –otro superhéroe procedente de la mitología, en este caso nórdica– y que acoge también la primera aparición de Zeus dirigente de la raza extradimensional conocida como los Titanes y del supergrupo Olympians (Dioses Olímpicos), integrado por Afrodita, Apolo, Neptuno, Ares, Hércules, Atenea, Cupido, Démeter, Dionisios, Hera, Hermes, Perséfone, Plutón, Prometeo, y el resto de dioses griegos y romanos, todos ellos inmortales y con poderes físicos sobrehumanos en las páginas de los cómics, donde hicieron su primera aparición en 1948, en la publicación Venus de la editorial Marvel.

Mitos celtas y dioses egipcios

La mitología celta está representada especialmente por Sandman, el personaje de DC Comics encarnado por primera vez durante la Golden Age, la edad de oro de los cómics, por Wesley Dodds, creado en 1939 por Gardner Fox y Bert Christman. Se trataba de un luchador contra el crimen que usaba un gas adormecedor para luchar contra los criminales y tenía sueños premonitorios. En la cultura celta, Sandman es el protector de los sueños de los niños, encargado de espantar sus pesadillas y representado habitualmente como un viejo duende bonachón. En el universo Marvel, el personaje que mejor ejemplifica este mito es Sleep­walker (Sonámbulo), creado en 1991 por Bob Budiansky y Bret Blevins. Es una especie de policía alienígena de una dimensión conocida como Plan Mental, atrapado en el cuerpo del estudiante Rick Sheridan y que entra en acción cuando éste duerme.

Los dioses egipcios están representados en el sello Marvel por el grupo de superhéroes Heliopolitan Gods –traducidos como los Dioses Egipcios– en el que figuran Amon Ra, Anubis, Atum, Bast, Horus, Isis, Nephthys, Nut, Osiris, Ptah, Seth, Toth y un largo etcétera de personajes enraizados en los mitos del país del Nilo, recreados por primera vez en 1950 por el guionista Stan Lee y el dibujante Werner Roth en la revista Marvel Tales. Sus superpoderes y atribuciones son los mismos que los de sus equivalentes del antiguo imperio de los faraones. En el sello DC, la diosa Isis –que comparte superpoderes con su hermano Osiris– apareció por primera vez como superheroína en 1975 como personaje de la serie de televisión The Secrets of Isis, para pasar al año siguiente a las páginas de los cómics en la revista Shazam! Nº25 y ser recuperada en 2002 en un cómic de Wonder Woman y posteriormente, aparecer con una figura protagonista en 2006 con el alter ego Adriana Tomaz, una moderna esclava convertida en superheroína gracias a los poderes que recibe del espíritu de una hechicera egipcia atrapada en un medallón. También en el universo DC es reseñable la influencia de la mitología egipcia en el Hawkman (El Hombre Halcón) publicado en el número uno de Flash Comics en 1940 y que es la reencarnación del príncipe egipcio Khufu. La misma editorial creó en 1945 a Black Adam (Adan Negro), un antiguo campeón del mago Shazam que se convirtió en supervillano y cuyos poderes vienen de seis dioses egipcios.

Deidades nórdicas y el universo de Asgard

Pero sin duda, el universo de antiguas divinidades más influyentes en los cómics de superhéroes es el de los dioses nórdicos. En 1962 Stan Lee, Larry Lieber y Jack Kirby, dan vida a Thor, uno de los personajes más famosos de Marvel, surgido directamente del mundo de ficción de Asgard, que en la mitología nórdica es el mundo en el que reinan Odín y su esposa Frigg, y se recoge por primera vez en Edda Prosaica, escrita en el siglo XIII por el escritor islandés Snorri Sturluso. De las andanzas de Thor, su padre Odín y todo el universo de superhéroes asgardianos de Marvel, como Loki, Hogun, Brunilda la Valquiria, Volstagg, Arko o Skurge el Verdugo, entre otros muchos, volveremos a hablar más adelante, pero sirvan como botón de muestra del hilo conductor del panteísmo nórdico con su reflejo directo en el mundo del cómic. En el caso de la editorial DC, este hilo conductor se encuentra en personajes como Wild Huntsman, una reencarnación de un antiguo héroe vikingo creada en 1981 para las aventuras del grupo de superhéroes Super Friends, integrado por los personajes fundamentales de la editorial durante la llamada Edad de Oro del Cómic: Superman, Batman,Wonder Woman y Aquaman.

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Éste es sólo un muestrario de ejemplos de la influencia de los dioses creados por los hombres en la antigüedad, transmitidos a través de los siglos de forma oral por las sagas heroicas o en los textos clásicos de Homero, como la Ilíada y la Odisea, en la larga lista de nuevos mitos de papel creados por la cultura de masas del siglo XX. Uno de los mayores estudiosos españoles del cómic, Roman Gubern, en su obra Máscaras de la ficción, deja explícitamente clara la influencia de los dioses y los héroes clásicos en los superhéroes usando el ejemplo del primero de ellos: «Superman, como el Gilgamesh babilonio, es en parte dios y en parte mortal. Su fuerza física le convierte en un homólogo del Herakles griego o del Hércules romano. Pero, pese a su fuerza, padece una vulnerabilidad específica a la kryptonita, como les ocurrió a Aquiles, a Sigfrido o Sansón. Es, además, el protector de Metrópolis, como los animales totémicos de muchas tribus».

La epopeya medieval

En la Edad Media, con el dominio de las religiones monoteístas en las que no cabe más dios que ‘el verdadero’, los dioses clásicos fueron sustituidos por los héroes de las sagas guerreras, que suponen en realidad una continuación revisada de la épica grecolatina, actualizando y sacralizando –al Dios de los cristianos, esencialmente– los elementos básicos del héroe: su fuerte personalidad sobresaliente, su dedicación preferente a una misión guerrera y liberadora, la defensa de los débiles y un constante peregrinaje vital. Las epopeyas medievales tuvieron como medio de transmisión y difusión popular los cantares de gesta narrados por los juglares –la llamada épica heroica– y recopilados después en poemas épicos, habitualmente por monjes que escribían en latín o lenguas romances, en la conocida como épica culta.

En España la epopeya medieval está representada sobre todo por el Cantar de Mio Cid –un héroe que, entre otras cosas, regresa para vencer una batalla después de muerto– aunque también tienen mucho peso los versos del Cantar de Roncesvalles, el poema de Fernán González y la leyenda de Los siete infantes de Lara. El Cid no tuvo reencarnación superheroica, a no ser que demos por buena la vía indirecta que lo une al Capitán Trueno, de Víctor Mora y Ambrós publicado por primera vez en 1956, y a éste con el personaje Trueno, del grupo español de superhéroes creado por Carlos Pacheco, Rafael Marín y Rafa Fronteriz, cuyo primer número fue editado en 1996.

En Francia la referencia de héroe caballeresco por excelencia es Roland, cuyas aventuras fueron narradas en el cantar de gesta La Chanson de Roland, escrita alrededor de 1060 y atribuida a un monje normando, Turoldo, y que es probablemente el cantar de gesta más antiguo escrito en lengua romance en Europa. Roland es el superhéroe francés de la edad media por excelencia, capaz de partir con su enorme espada una piedra descomunal y de enfrentarse, acompañado solamente por una docena de compañeros de armas –los Doce Pares de Francia– a más de 400.000 enemigos, para salvar la vida de un ejército en retirada. Tres siglos después de los hechos reales –bastante menos épicos– el cantar convirtió una simple emboscada en una de las más memorables batallas de la historia conocida como La Batalla de Roncesvalles y creó uno de los héroes más populares del imaginario europeo que ha llegado hasta nuestros días.

De los Nibelungos a Robin Hood

En Alemania la épica medieval tiene su máximo exponente en Nibelungenlied (Cantar de los Nibelungos), un poema anónimo del siglo XIII, que narra las hazañas de Sigfrido, el cazador de dragones, su muerte –con un recuerdo al héroe griego Aquiles y su talón– y la venganza de su amada, la princesa Krimilda, y que sirvió de fuente de inspiración para Der Ring des Nibelungen (El anillo del Nibelungo), la ópera de Richard Wagner estrenada en 1869, que se puede rastrear en el origen del superhéroe Green Lantern y su anillo de poder.

En el ámbito anglosajón la narración épica por excelencia es el poema anónimo Beowulf, que en 1975 mereció una publicación propia en DC Comics, Beowulf: Dragon Slayer, y también hay quien rastrea su influencia en el Conan de Marvel. También fue objeto de una adaptación en 1984 en la editorial First Comics, dedicada al cómic de autor; y también un tanto alejada del universo superheroico pero reseñable por su excepcional calidad, es la adaptación al cómic realizada por Santiago García y David Rubín en el 2013. En Inglaterra surge también Robin Hood, que introduce el papel del héroe popular al final de la Edad Media. Se le menciona por primera vez en 1377, en el poema Piers Plowman (Pedro el Labrador), de William Langland, y ha sido objeto de versiones, revisiones y homenajes en todo tipo de manifestaciones culturales, incluidos los cómics, donde encontramos un hilo conductor más que evidente con los personajes de Green Arrow de DC –cuyo uniforme original era prácticamente clavado al que lucía Errol Flynn en la película The Adventures of Robin Hood, de 1938– y Hawkeye, el arquero de Marvel. Pero el imaginario heroico por excelencia proporcionado por las Islas británicas es sin duda el de Camelot, el Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda.

Camelot superheroico

Los míticos héroes caballeros de la Edad Media han inspirado directamente o indirectamente a una pléyade de personajes del cómic de superhéroes. Entre los más evidentes en el universo de DC Comics encontramos al mago Merlín, aparecido en 1936, dos años antes que Superman. Creado por Rafael Astarita para el número 3 de New Comics, se convirtió en uno de los personajes regulares de la editorial. Hijo de un demonio, su misión es tutelar al Rey Arturo de Camelot, al que provee de todo tipo de maravillas, desde una espada mágica a un caballo alado. En 1972 Jack Kirby creó una versión moderna en el primer volumen del personaje The Demon, proporcionando al mago una nueva vida en su eterna disputa con el demonio Etrigan, la villana Morgana Le Fay y su hijo Mordred.

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En Marvel el mundo medieval imaginario de Camelot tiene un amplio apartado que comienza en 1944 con la aparición en la revista Young Allies del personaje Pendragon, King Arthur, recuperado en diversas ocasiones para aventuras de personajes relacionados con el mundo artúrico, como Morgana Le Fay, en 1978. Originario de Camelot es sir Percy de Escandia, al que el mago Merlín le confía la misión de proteger al rey Ricardo, cuyo asesinato a manos del bastardo Mordred le lleva a convertirse en Black Knight (Caballero Negro) creado en 1955 por el guionista Stan Lee y el dibujante Joe Maneely, con su armadura completamente negra, una espada mágica de ébano y una lanza que dispara rayos de energía. En 1964, en plena era moderna del cómic de superhéroes, Stan Lee y el dibujante Dick Ayers rescataron el personaje y lo convirtieron en Nathan Garret, un malvado descendiente de Sir Percy integrado en el grupo de supervillanos Los Amos del Mal. Tras su muerte, el personaje recae en su sobrino, Dane Withman, que vuelve con los buenos y colabora con los Vengadores. Incluso a raíz de un crossover entre los supergrupos de los Vengadores y los Defensores, publicado en 2012, su espíritu regresa a la época de las Cruzadas para pasar unos meses luchando junto a Ricardo Corazón de León. También hay una relación referencial con el equipo de superhéroes Excalibur, encabezado por el Capitán Britania y que es una versión inglesa de los X-Men aparecida en 1987.

Todos ellos son una prueba de la perdurabilidad de los mitos medievales en nuestra cultura y la influencia del héroe caballeresco transmitida en principio por las novelas de caballerías escritas a lo largo de los siglos XV y XVI y que tendrán su final en la caricaturesca genialidad de El Quijote. Pero será la imprenta moderna –inventada por Johannes Gutenberg hacia 1460– y la llegada del Renacimiento, con su expansión cultural, las que darán una nueva dimensión popular y universal a los héroes y sus hazañas.

Los héroes del folletín y la literatura popular

En los siglos XVI y XVII se popularizan un tipo de publicaciones, que recibirán varios nombres según el país, pero que se conocerán genéricamente como ‘hojas volantes’, cuya característica principal es que mezclan el texto con los dibujos para acercar más fácilmente los mensajes a una población mayoritariamente analfabeta o semianalfabeta. A finales del siglo XVII el pintor inglés Willian Hogarth editó una serie de grabados en serie que narraban una historia, es casi siempre con una fuerte carga crítica hacia la corrupción moral, la hipocresía respecto a los problemas de los más pobres o los peligros del alcohol. Este tipo de publicaciones, en su mayoría de tipo caricaturesco, fueron muy populares en toda Europa bajo la forma de revistas de estampas y publicaciones satíricas –especialmente desde los años inmediatamente anteriores a la Revolución Francesa de 1789– que a menudo usaban una sucesión de cuadrículas dibujadas correlativamente para explicar una historia, algo que popularizaron en la calle los romanceros de ciego y las ‘aleluyas’, con las que un charlatán callejero entretenía a la audiencia contando una historia, habitualmente truculenta. La revolución industrial y la progresiva alfabetización del público, impulsaron decisivamente el desarrollo de este tipo de narración a partir de dibujos con textos explicativos y favorecieron también la divulgación popular de la novela por entregas decimonónica y del folletín, una publicación barata, de tirada numerosa y regular, con historias que oscilan entre las historias fantasiosas, asuntos de amor y los temas tenebrosos. Un siglo después, los detractores de los cómics usarían definiciones similares para condenar sus presuntos efectos nocivos en la educación de la juventud. Pero tanto el folletín como la novela por entregas, están en el origen de la cultura popular del siglo XX. Folletineros famosos fueron Honoré de Balzac (con la publicación de La piel de zapa, una historia de un joven que consigue una piel mágica que le concede de deseos pero le acorta la existencia), Alejandro Dumas (con los Los tres mosqueteros, uno de los primeros grupos de héroes y ejemplo para supergrupos posteriores) o Eugène Sue (con Los misterios de París, una historia ambientada en los bajos fondos parisinos con un joven misterioso protector de desvalidos que busca a los culpables de la desaparición de su hija).

Bandoleros románticos y fantasías aterradoras

La novela romántica fue otro vivero de predecesores de superhéroes, como Dick Turpin, el bandolero inglés del siglo XVIII, ahorcado por robar ganado, que el escritor William Harrison Ains­worth convirtió en su novela Rookwood, publicada en 1834, en un justiciero enmascarado que dirige una banda que lucha contra los terratenientes y reparte entre los pobres las riquezas que roba a los explotadores. De esta estética de bandolero del siglo XVIII beben algunos personajes como Spirit of ‘76, el superhéroe de Marvel con botas de montar, capa, máscara y sombrero tricornio, que tuvo la osadía de usar como segunda personalidad el nombre de Capitán América.

En otras ocasiones la inspiración superheroica proviene de personajes creados por la imaginación popular, o leyendas urbanas, como se les llamaría hoy. Este es el caso de Spring Heeled Jack, de la Inglaterra victoriana cuyas primeras noticias datan de 1837, cuando cientos de personas afirmaban haber sido testigos de sus prodigiosos saltos y ataques desde lo alto de los edificios, para huir luego mientras reía de forma siniestra. El personaje, real o imaginario, aterrorizó Londres y se convirtió en la estrella de los Penny Dreadful, las publicaciones populares de ficción que se publicaban en Inglaterra durante el siglo XVIII, habitualmente centradas en historias de terror, lo que les valió el sobrenombre de «los horrores de penique». Muchos analistas han querido ver en este personaje una fuente de inspiración para superhéroes como Daredevil, debido a su apariencia física, o al propio Spiderman, por su estrategia de atacar desde las alturas de los edificios y regresar a ellos trepando a toda velocidad.

Durante el siglo XVIII el impulso de la novela de aventuras, fantasía o gótica, creó una serie de personajes complejos que se convirtieron en arquetipos de la cultura del siguiente siglo y, obviamente, en personajes inspiradores para los héroes y antihéroes del cómic. Un ejemplo palmario de esa influencia es Frankenstein; or, The Modern Prometheus (Frankenstein o el moderno Prometeo), publicada por Mary Shelley en 1818, que ha servido de inspiración directa para centenares de cómics, tanto versiones de la novela, como adaptaciones libres en cómics de terror fantasía y superhéroes, desde el cómic clásico al manga. Basta como botón de muestra el hecho de que Marvel, por sí sola, ha llevado a la historieta este personaje en más de una decena de ocasiones, entre las que destacan la historia Your Name Is Frankenstein, escrita por Stan Lee y dibujada por Joe Maneely en 1953 o la publicación The X-Men nº40 en 1968, o en Silver Surfer nº7 en 1969, o directamente con sus propias revistas, The Monster of Frankenstein y The Frankenstein Monster, entre 1973 y 1975. En la competencia de DC, el propio Batman –en su personalidad de Bruce Wayne convertido en médico– intentó remedar al Dr. Frankenstein y usar partes de cuerpos humanos para reconstruir el de su padre asesinado en la publicación Batman: Castle of the Bat, de 1994. Un personaje significativo de este periodo es también Auguste Dupin, el detective protagonista del primer relato policial, Los crímenes de la calle Morgue, creado por Edgar Allan Poe en 1841 y que protagonizará otros dos relatos del genial escritor bostoniano, El misterio de Marie Rogêt, en 1842, y La carta robada, en 1844, que anuncian un nuevo tipo de enfoque en la aproximación al mundo del delito y sirven de sustento a futuros personajes como el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.

La alargada sombra de Rocambole

En 1857 el periódico La Patrie publica Los Dramas de París, la primera entrega de las aventuras de un personaje llamado Rocambole, creado por Pierre Alexis Ponson du Terrail, que preconiza claramente al héroe de ficción moderno y acuña el término rocambolesco, que a partir de entonces definirá todos aquellos sucesos e historias que resulten enrevesados, extraordinarios o inverosímiles. El personaje comienza como un villano malvado, pero acaba convirtiéndose en un ladrón no violento, ingenioso y educado que, a modo de firma, deja en el lugar los ecos una sota de corazones, un recurso que será utilizado desde entonces cientos y cientos de veces, tanto en las historias de ficción como en la vida real –En España en 2003 hubo un asesino en serie que fue conocido como ‘el asesino de la baraja’, por firmar sus crímenes con naipes– y que en el mundo superheroico tiene a su máximo exponente en el Joker de Batman, que en sus primeras apariciones usa como tarjeta de presentación el comodín de la baraja de póquer. También en un paralelismo con los personajes de cómic, su éxito hizo que sus aventuras fuesen escritas por distintos autores, evolucionando y cambiando a lo largo del tiempo. Herederos directos suyos son los héroes de la literatura popular de principios del siguiente siglo, como Arsenio Lupin, Fantomas o la Máscara.

A finales del siglo XIX la novela se consolida como un género de éxito popular con obras como El libro de la selva de Rudyard Kipling, El hombre invisible de H.G. Wells, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, un autor clave en la creación de personajes. En 1887 Robert Louis Stevenson publicaba su obra Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde (El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde). La influencia de este personaje en el cómic es inabarcable, pero tiene su mejor ejemplo en Hulk-Bruce Banner y así lo reconoció en su día el propio Jack Kirby en una entrevista con Will Eisner recogida en el libro Shop Talk, Conversaciones con Will Eisner, editado en 2005 por Norma Editorial: «Hulk era un inadaptado social. Era esquizofrénico y la gente no le entendía. A ratos es el doctor Bruce Banner, un intelectual y a ratos un ser primitivo. Estaba actualizando Dr. Jekyll y Mr Hyde». La dualidad del personaje Jekyll y Hyde, preconizan claramente el héroe y el antihéroe que se impondrán en el mecanizado, revolucionario y tecnológico siglo XX.

El concepto de superhéroe moderno

En 1892 se publica, completa e íntegra, la obra Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen (Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie), en la que Friedrich Nietzsche se refiere por primera vez el concepto de superhombre, su Übermensch, su prototipo de nuevo hombre ideal frente al hombre antiguo fruto del imperio de la moral religiosa y los define como: «seguro, independiente e individualista, y no se deja llevar por la multitud; al contrario de las personas débiles, que sólo se dejan llevar por las tradiciones y las reglas establecidas». Algunas de las claves de conducta moral que el filósofo alemán atribuye a este nuevo hombre, suprahombre o superhombre, como su rechazo a las conductas gregarias, su afición al riesgo, su capacidad para establecer una clara escala de valores y su intenso amor por la existencia, por complicada que ésta sea, son perfectamente extrapolables al universo de superhéroes y superheroínas. Sin embargo, es precisamente la escala de valores y su actitud ante los dilemas morales lo que diferencia sensiblemente al superhombre nietzscheano de los superhéroes nacidos en el cómic, que rompen con buena parte de la moral tradicional e introducen dudas permanentes, sobre los límites entre el bien y el mal, la equidad de la justicia y la forma de aplicarla. Surgen para luchar contra la maldad y la injusticia y acabarán caminando por el filo de la navaja que separa lo legal de lo ilegal, lo justo de lo injusto y lo moral de lo amoral. Quizá la línea que une la definición de Nietzsche con los personajes nacidos en las revistas de cómic sea más tenue de lo que pudiera parecer, pero lo cierto es que el pensador alemán fue el primero en bautizar a un tipo de personaje que le viene como anillo al dedo a Superman y compañía, tal y como se recoge en la cita de Nietzche con la que Grant Morrison abre su imprescindible libro Supergods. Our World in the Age of the Superhero, traducido al castellano como Supegods. Héroes, mitos e historias del cómic: «Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia!».

Otro antecedente nominal recurrente es el de la obra de teatro Man and Superman, de George Bernard Shaw, publica en 1903 y estrenada por primera vez en Londres dos años después.

Aunque se la suele mencionar entre los antecedentes que inspiraron el primer relato de Joe Shuster y Jerry Siegel, The Reign Of Superman, su conexión con el primer personaje definido explícitamente como superhéroe, Superman, es bastante difícil de rastrear en esta comedia en la que el protagonista es una especie de conquistador a la inversa: un intelectual que rehúye a las mujeres para enfocarse al tiempo en la fantasía y las eternas preguntas fundamentales sobre la existencia.

Asociales muy populares

En la literatura popular, el precedente del superhéroe moderno hay que rastrearlo en personajes como Arsenio Lupin, un ladrón de guante blanco creado por Maurice Leblanc en 1905, en una serie de relatos publicados en la revista Je Sais Tout. Protagonizados por un personaje elegante y seductor, dotado de una aguda inteligencia, una amplia cultura, un elevado conocimiento de las artes marciales y los sistema de defensa, y un carácter sarcástico y juvenil que le hizo muy popular, a pesar–o quizá precisamente por eso –de representar a un fuera de la ley. Entre otras muchas adaptaciones, un nieto suyo, Arsenio Lupin III, protagoniza una serie manga japonesa, creada por Kazuhiko KatÕ, conocido también como Monkey Punch, en 1967.

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Otro personaje que entronca con el nuevo modelo de héroe de ficción es el protagonista de El fantasma de la ópera, una novela publicada por Gastón Leroux en 1910 y protagonizada por un enmascarado que oculta la deformidad de su rostro. Un ser misterioso capaz de interpretar una música magistral, mientras siembra el terror en la Ópera de París para atraer a la joven artista de la que se ha enamorado. Unos años después aparece Fantômas, el personaje creado por Marcel Allain y Pierre Souvestre, inspirado en Rocambole y en Arsenio Lupin, pero con más crueldad y menos códigos éticos. Es un consumado maestro del disfraz, capaz de las peores fechorías, un sociópata precursor de los supervillanos del cómic.

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Detenemos este análisis de los héroes literarios creados a principios del siglo XX, en Tarzán de los Monos, el mítico personaje creado Edgar Rice Burroughs en 1912, en Tarzan of the Apes, la primera de las cientos de novelas, cómics, películas y series de televisión que se han hecho sobre el rey de la selva y que también figura entre las obras de referencia que pudieron inspirar la creación de Superman y los primeros superhéroes. Lo cierto es que Burroughs creó un héroe que vive al margen de la sociedad –al menos de la sociedad humana– con un sentido innato de la justicia, unas cualidades físicas extraordinarias, un valor a prueba de bomba y una permanente predisposición a la acción, cualidades todas que definen al buen superhéroe.

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El nacimiento de un género

En 1889 Joseph Pulitzer, magnate de la prensa norteamericana y propietario del diario New York World, crea el primer suplemento dominical, The World’s Funny Side, que en principio consistía en una simple hoja con chistes, historias breves y algunas ilustraciones, pero que seis años más tarde se habría convertido en una verdadera revista que acogió al que está considerado como el primer personaje propio de la historia del cómic: The Yellow Kid, creado por Richard F. Outcault. Se trataba de Mickey Dugan, una especie de pilluelo de la calle vestido de amarillo, que protagonizaba una tira cómica llamada Hogan’s Alley, en la que se usaban por primera vez bocadillos de texto para aportar diálogos o explicar la acción que se desarrollaba en la viñeta.

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El éxito fue inmediato y el rival de Pulitzer, Randolph Hearst, quiso llevarse al dibujante a su periódico, el New York Journal, y lo logró, pero Pulitzer contrató un nuevo dibujante y el personaje acabó saliendo simultáneamente en los dos periódicos lo que, entre otras cosas, sirvió para que un tercero en discordia, el New York Press usase la fama de Yellow Kid y su color para calificar al tipo de periodismo sensacionalista que hacían los dos diarios como «periodismo amarillo», etiqueta que ha perdurado hasta nuestros días. En 1900 un periódico de Hearts, el New York Journal-American, publica Happy Hooligan, la primera tira cómica en ser distribuida por King Features Syndicate, la primera agencia en distribuir historias en viñetas y que andando el tiempo se convertirá en el mayor distribuidor mundial de cómics.

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Esplendor y poder de la prensa

Son los años de esplendor de la prensa escrita, la época en la que nacen los grandes grupos editoriales con una influencia cada vez mayor sobre la opinión pública y un peso político que llevó al magnate de la prensa amarilla, William Randolph Hearst, a enviar al dibujante Frederick Remington –enviado a Cuba tras el hundimiento del acorazado Maine para cubrir una guerra entre los Estados Unidos y España que no empezaba nunca– un telegrama con el texto «Usted facilite las ilustraciones que yo pondré la guerra». La confianza en su poder del propietario del San Francisco Examiner, el New York Journal y otra treintena de periódicos, y principal competidor de Joseph Pulitzer, se vio justificada con la declaración formal de guerra por parte de Estados Unidos justo tres meses después.

Por primera vez hay un gran público ávido de noticias y de entretenimiento que consume vorazmente todo tipo de publicaciones. Todavía no se ha extendido la radio y falta mucho para que llegue la televisión, pero ya asistimos al principio de la cultura de masas. Las historietas dibujadas de la prensa se convierten en un fenómeno popular en auge. En 1901 el New York Journal de Hearst, publica Alphonse and Gaston, una serie muy famosa de dos personajes afrancesados del humorista gráfico Frederick Burr Opper, que finalizó en 1904 pero dejó una profunda huella en el imaginario popular como sinónimo de la cortesía almibarada. En 1905 el New York Herald, publica Little Nemo in Slumberland, la primera aventura del mítico personaje creado por Windsor McCay, que da un paso adelante en la narrativa gráfica, que preconiza la aparición del cómic como tal, incorporando todo un universo de personajes secundarios (Princesa, Flip o el Doctor Píldora) que dan continuidad a las historias que se publican de forma independiente entre sí. Otro diario de Hearst, el New York Evening Journal, acoge desde 1911 las andanzas de Krazy Kat, una obra creada por George Herriman y que cuenta las surrealistas andanzas del gato de sexo indefinido Krazy, enamorado perdida y absurdamente del ratón Ignatz y que se publicó hasta 1944.

El humor de las tiras cómicas

En la primera y segunda década del siglo XX las tiras cómicas de la prensa y las historias narradas en viñetas de los dominicales cobran cada vez más popularidad con personajes como Mutt and Jeff, creados por Bud Fisher en 1907, Polly and Her Pals, de Cliff Sterrett, en 1912, Bringing Up Father (Educando a papá), de George McManus en 1913, Gasoline Alley, de Frank King, que aparece por primera vez en 1918 e introduce por primera vez la continuidad temporal de los personajes, o la famosa Little Orphan Annie, de Harold Gray en 1924. Todos ellos personajes caracterizados en general por un costumbrismo cotidiano de tintes absurdos, picarescos y surrealistas, que reflejan de una u otra forma la convulsa y moderna sociedad norteamericana de la época. En el resto del mundo se produce un fenómeno similar, aunque de menos extensión popular, con más tintes de crítica política, que tienen su reflejo en publicaciones como Punch, or the London Charivari, la revista ilustrada británica de humor y sátira creada a mediados del siglo XIX, la revista francesa Le Charivari, la italiana Corriere dei Piccoli, suplemento infantil del Corriere de la Sera, publicado a partir de 1908, o las publicaciones españolas En Patufet, publicada en catalán a partir de 1904, y el TBO, la revista de humor infantil nacida en 1917 y que se publicó durante más de 70 años y acabó dando nombre a las revistas de cómics en España durante varias generaciones.

El inicio del siglo XX supuso el nacimiento de una nueva sociedad y una nueva cultura marcadas por los avances tecnológicos y el desarrollo de la comunicación de masas. En 1901 comienza la difusión del gramófono y los discos, dos años después los hermanos Wright realizan el primer vuelo en avión, en 1908 Henry Ford lanza al mercado su Ford T, el primer vehículo fabricado de forma masiva en una cadena de montaje, un año más tarde se crea la baquelita, que supone el inicio de la era del plástico y 1911 se crea el primer estudio cinematográfico en Hollywood. La narración gráfica se suma a ese vértigo de creatividad y alumbra el que será denominado como el noveno arte: el cómic.

Los cómics en los locos años veinte

En agosto de 1919 el escritor Johnston McCulley publica The Curse of Capistrano (La maldición de Capistrano), una novela que supone la aparición de El Zorro, un héroe enmascarado que lucha a favor de los débiles y los oprimidos en la California de principios del siglo XIX, que se hará famoso a partir de la película de 1920, La marca del Zorro, producida e interpretada por Douglas Fairbanks, y que no llegará al comic hasta 1949 de la mano del dibujante Alex Toth –aunque en algunos países se adaptó antes a las viñetas, como en Italia, donde el ilustrador Guido Zamperoni publicó desde 1940 un cómic sobre el Zorro en la revista L’Audace– y que incluso se codeó con los superhéroes modernos cuando Marvel comenzó a publicar sus aventuras en 1990. Este personaje populariza la dualidad que caracterizará a los futuros superhéroes, con una personalidad oficial más bien timorata y anodina –en este caso el aristócrata Don Diego de la Vega– y otra secreta que esconde tras la máscara del justiciero.

El Zorro sale al mercado en una época especialmente conflictiva para la sociedad norteamericana, con el regreso de los soldados que habían participado en la Primera Guerra Mundial y el estallido del llamado Verano Rojo de 1919, en el que se produjeron disturbios raciales en más de una treintena de ciudades del país que produjeron cientos de heridos y 38 fallecidos, la mayoría en Chicago. En el fondo del conflicto racial se encuentra, además de un racismo secular, el malestar de los soldados blancos que habían vuelto de la guerra para encontrarse los puestos de trabajo ocupados en buen aparte por inmigrantes negros procedentes de las zonas agrícolas del sur que se habían afincado en los guetos de las ciudades del norte. Pero la resaca de la guerra trajo también una explosión de modas y ansias de diversión que ayudasen a olvidar el horror de las trincheras y sus consecuencias. Poco a poco se fue produciendo una reactivación económica que resucitó la industria del ocio y los locos años veinte, como fueron conocidos, se convirtieron en la época del jazz, de los bailes como el charleston o el tango, de la ley seca y la proliferación de clubs clandestinos donde las clases adineradas acudían al reclamo del alcohol, el sexo y las drogas.

Modernas y aventureras

También surge un tipo de mujer que reclama un liberalismo sexual impensable hasta entonces y que comienza a reclamar un papel más protagonista, alejado de los fogones y la escoba. Son las llamadas flappers, chicas modernas con el pelo a lo garçon, minifalda y aficiones aventureras, que tienen su reflejo intelectual en la antropóloga Margaret Mead, que puso en entredicho la división tradicional de papeles sociales en función del género, es decir, demostró que las mujeres podían hacer cualquier cosa que pudiese hacer un hombre. Fruto de esa nueva corriente es la aparición de las historietas de Winnie Winkle, publicadas por Martin Branner en 1920. Winnie era una joven moderna, soltera e independiente, que se hace cargo de sus padres y un hermano bastante vago y desastroso, convirtiéndose en una de las primeras protagonistas femeninas de la historia del cómic, dos años después de la aparición de las tiras cómicas de Cam-O’Flage, una secretaria flapper creada por el dibujante Alfred Earl Hayward. Anotar como curiosidad que Martin Branner, el creador de Winnie Winkle, un personaje duraría más de 40 años, tuvo como ayudante a un joven francés llamado Robert Velter que dos décadas después acabaría creando el famoso personaje de Spirou.

Otro personaje que refleja este incipiente y limitado movimiento de liberación femenina es la célebre Betty Boop, protagonista de una serie de cortos de dibujos animados, estrenada por la Paramount en 1926 y que estaba inspirado en una actriz real de la productora, Helen Kane, que también era cantante y bailarina de vodevil. La sexualidad que desprendía el personaje de Betty la convirtió en el dibujo animado más famoso entre los adultos durante las dos décadas siguientes, en dura competición con otro personaje de la Paramount, Félix el Gato, que nace como tira cómica en 1923, tres años después de su primera aparición como personaje de animación en el cine. Su paternidad es reclamada por caricaturista Pat Sullivan y el dibujante Otto Messmer, una disputa nunca aclarada que no menguó la enorme fama del gato surrealista que triunfó en el cine mudo y el sonoro y que acabó convertido en una estrella de televisión, un medio en cuyos orígenes participó al convertirse en la primera imagen transmitida por televisión cuando la cadena RCA eligió un muñeco con su imagen para un experimento realizado en 1928.

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Y mientras las chicas flappers imponían su estilo, los varones de los años veinte optaron por refinarse, eliminando barbas y bigotes y dedicando más atención a su aspecto físico, creando nuevas modas y prototipos masculinos, como el de deportista aventurero en un mundo invadido por las más sorprendentes innovaciones tecnológicas. Durante la guerra la industria militar registra un rápido desarrollo técnico e industrial, los coches y los aviones hacen del mundo un lugar más pequeño y se crea la figura del viajero hambriento de sensaciones y conocimientos, al estilo del Capitán Easy, un soldado de fortuna trotamundos que se mete en todos los líos que encuentra para salir siempre airoso. Aparece por primera vez como personaje secundario de la tira Wash Tubbs en 1924, y se convierte en protagonista de su propia serie en 1929, justo cuando la historia empieza a cambiar otra vez.

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El jueves negro y los héroes de papel

The New York Evening Journal