Agradecimientos

Todo mi amor y gratitud a mis padres, Domènec y Sebi, por la danza y la mirada amorosa de las que me siento hija. A mis abuelos, bisabuelos, antepasados, madrina, tíos y primos, que están siempre conmigo. Al amor de marido que tengo, José, y a sus padres, Antonio y Margarita. A los tesoros de mis hijos, Marc y Adrià, a su padre, Jordi, y a su familia, a Montse y a Luis en especial; a mis preciosas nueras, Mercè y Laura, a sus padres, Vicky y Tito y Joan y Conxita, y a sus familias. A mi hermana Ester, compañía del alma, y a mi cuñado Carles, un sol. A Sabina y a Francesc, a los tres soletes de Queralt, Blai y Cèlia, a Imma y a David, a toda la familia Sartorio-Lorenzo. A mis dos hadas de luz, Cecilia y Meritxell, con toda el alma. A Carles Capdevila, gran maestro y querido amigo, con el corazón entero y con gratitud infinita por tanto. Al diario Ara y al suplemento Ara Criatures, que tan feliz me hacen. A Aure Farran. Der ersehnte und liebe Freund Dirk y a la querida amiga Esther. Danke euch beiden. A Junts pel Gin, por la fuerza del cariño y la alegría. A un buen puñado de buenos amigos de huella perdurable: Asun, Isa, Paco, Maria Teresa y Liliana, Carmen Navarro, Nieves y Joan Lluís, Carmen Batanero, Maria Teresa Alberola, Àngels, Mar y Jordi, Eva y Miquel Àngel, Feli y Ferran, Montse y Mario, Cristina Gutiérrez y Xavi, Rosa Vilaseca y Valentí, Jordi Vilaseca y Sandra, familia Vilaseca al completo y Escola Joviat, Maribel Montoya y Lourdes Murua, Jordi Amenós, Joan Garriga, Mercè Bonastre, Goretti Pomé, Lluís Ylla, Miguel Ausejo, Anna Forés, Maribel Salvador, Andrea Jordà… A Maribel Hermoso, Joan Ramon y Bego Peña, que me cuidan cuerpo y alma. A Pere Darder, siempre. A todos los amigos a los que quiero y que me queréis. A José A., Meritxell Garra y Montse Jiménez, por ser los primeros en leer el libro y guardarme el secreto. Al «Tados Family» y a «Educar para la alegría», por vuestro vital y entrañable apoyo. A los ratos deliciosos en el Camp Nou con Marc pensando en Adrià. A Jordi Nadal, un gran lujo de persona, amigo y editor. A Maria Alasia, por su afán por que estemos todos contentos. A Núria Guerri y Miguel Salazar, dos encantos. A todo el dream team de Plataforma Editorial, veteranos y nuevas incorporaciones, personas encantadoras que llenan de corazón los libros y la vida.


A todo el equipo de Sgel y a los libreros y libreras, por cuidar tan bien mis libros. A todos los niños y adolescentes del mundo, el motivo más bello y poderoso para la alegría. A los que leéis mis libros, los recomendáis y los regaláis. Gracias desde el corazón, siempre.

Bibliografía

Madres, padres y maestros enamorados de la vida

El amor a la vida tiene que ser el gran motor de la vida y de la educación. Los niños y los adolescentes necesitan madres, padres y maestros enamorados de la vida. Esta es una de las cualidades esenciales de cualquier educador. No es la única condición necesaria, pero sí una de las más bonitas y seguramente la más poderosa para contagiar ganas de hacer algo bueno con la propia vida.

Solo hay que recordar el propósito de la infancia y de la adolescencia para darnos cuenta de que los padres y los maestros desenamorados de la vida no son lo bastante aptos para educar. La infancia es el momento de descubrir el mundo y maravillarse. La adolescencia es la etapa de despertar a la vida y enamorarse. ¿Es apto para educar niños y adolescentes alguien que se ha desencantado del mundo y se ha desenamorado de la vida? Parece bastante evidente que no. Los que educamos tenemos que amar la vida, a pesar de todo. El «a pesar de todo» incluye las penas, las dificultades y las adversidades. No hay vida sin adversidad. Y no tiene mucho mérito amarla cuando todo nos sonríe. Lo que sí lo tiene es seguir amándola cuando nos ha herido.

Tenemos más fuerza para educar cuando conseguimos dar más peso al amor y a la alegría que a las tristezas y a los tropiezos. Cuando los momentos ingratos nos hacen algo más sabios. Cuando las penas nos llevan a cuidar, aprovechar y saborear más a fondo todos los instantes de la vida. Cuando cada dificultad, cada amargura y cada frustración, en lugar de indisponernos con la vida o ponernos contra el mundo, nos ofrece una brizna más de conciencia, de sensibilidad, de humanidad.

Cuando amamos de verdad a nuestra pareja, o a una buena amiga, en los momentos de discordia confiamos en recuperar la buena sintonía y hacemos lo que podemos para conseguirlo. Exactamente igual tenemos que hacer con la vida. Nuestro romance con ella puede pasar por horas bajas, pero, aun así, tenemos que mantener vivos el deseo y la esperanza de reenamorarnos nuevamente de ella.

Tenemos que educar para la vida, pero, sobre todo, tenemos que educar para amar la vida, que significa iluminar las delicias del vivir, para que hijos y alumnos quieran vivir su propia historia de amor con la vida. Hacer que la encuentren tan atractiva que no tengan otro remedio que rendirse a ella y ponerse a su servicio.

¿Cómo vemos la vida, como un regalo o como una carga?

Si somos padres o maestros, tenemos que hacernos esta pregunta. Sería muy útil incluirla en el proceso de selección del profesorado y analizar las emociones de fondo que dejan traslucir las respuestas para asegurarnos de que los que se dedican a educar están emocionalmente bien. Ayudaría a verificar si aman la vida y a los niños y adolescentes, y si se orientan a la gratitud, la alegría, la confianza y el amor.

Tenemos que preguntarnos cómo vemos la vida, porque educamos según la visión que tenemos de esta. Si la vemos como un regalo, la amaremos y sabremos hacer que la amen a pesar de las sacudidas que podamos experimentar. Si la vemos como una carga o una fatalidad, las opciones que tenemos son dos. Una es envolver a los niños entre algodones. La sobreprotección y la hiperpaternidad tan comunes actualmente son fruto del desencanto adulto. Cuando padres y maestros metemos a los niños dentro de una burbuja, lo que estamos haciendo en realidad es mantenerlos al margen de una vida que consideramos ingrata y hostil. Ya se enterarán cuando sean mayores, pobrecitos. Mientras, mejor que no sepan lo que los espera (y así de paso ¡subestimamos el wifi emocional tan potente que tienen!). Preservemos el paraíso de la niñez mientras podamos, porque, cuando acabe, acabará para siempre. ¿Sabéis qué les estamos transmitiendo realmente a los niños cuando idealizamos la infancia? Que no confiamos en ellos ni en la vida. Que vivir es una faena y que, una vez que crezcan, nunca nada volverá a ser tan bonito.

Si vemos la vida como una carga, otra opción es hacer todo lo contrario a sobreproteger. En vez de envolver a los niños en una burbuja protectora, los haremos andar sobre pinchos. Puesto que lo que les espera va a ser duro, cuanto antes se acostumbren, mejor. Tratémoslos sin miramientos y acostumbrémoslos a sufrir cuanto antes, así no será una novedad para ellos cuando crezcan. No nos andemos con contemplaciones, porque la vida tampoco las tendrá con ellos.

Así educan los desenamorados de la vida, sin término medio, con todos los miramientos posibles para postergar al máximo la fatalidad o con cero contemplaciones para que vayan acostumbrándose. Me pregunto quién puede tener ganas de crecer y hacerse mayor con este panorama.

¿Quién es el guapo que se motiva cuando pintan bastos?

Los niños y los adolescentes necesitan dos cosas: sentirse amados y sentir que la vida vale la pena. Necesitan saber que la vida es bonita para tener ganas de hacer algo bonito con su propia vida.

Entiendo perfectamente que muchos adolescentes estén desmotivados. ¿Cómo queremos que tengan ganas de crecer y tomar las riendas de su vida si les damos a entender que les espera la calamidad? ¿Cómo queremos que se apasionen por algo si perciben en nosotros decepción y desesperanza? ¿Quién es el guapo que se motiva cuando pintan bastos? No me extraña nada que se hagan adictos a las redes, por ejemplo. Puesto que representa que en la vida no hay bastante vida, buscan a la desesperada espejismos de vida donde sea. Puesto que parece ser que no hay nada que pueda enamorarlos, se refugian en simulacros y adicciones para olvidar este gran desengaño de una vida que no vale la pena ser vivida.

Me cansan cada vez más los alegatos a favor del esfuerzo que arremeten contra los jóvenes de hoy. Muchos de los que enarbolan esta bandera se han desenamorado de la vida. Están fastidiados y proyectan su rabia y desencanto hacia fuera; parece que quieran que todo el mundo sufra como ellos han sufrido. Soy una persona con una gran capacidad de esfuerzo y lo valoro mucho, pero siempre he necesitado antes una ilusión. El esfuerzo por el esfuerzo es una de las acciones más insulsas y descorazonadoras que hay. Para hacer un esfuerzo y mantenerlo, primero tenemos que ilusionarnos. Necesitamos tener un qué que nos conmueva para empezar a movernos. Quien se apasiona por un «qué» es muy probable que acabe encontrando un «cómo».

esforzarse