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la voz que danza

en tu memoria

Juan Ramón Hernández

Januman

La voz que danza

en tu memoria

Primera edición, octubre 2017

© Juan Ramón Hernández, Januman, 2017

© Esdrújula Ediciones, 2017

© Raúl Terrén, por el prólogo

DIALÉCTICA EDICIONES

es un sello de

ESDRÚJULA EDICIONES

Calle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada

www.esdrujula.es

info@esdrujula.es

Edición a cargo de

Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz

Diseño de cubierta:

PerroRaro, a partir de una fotografía de Laurent Dalençon

Impresión: Ulzama

«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el Código Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Depósito legal: GR 1231-2017

ISBN: 978-84-947502-2-9

Impreso en España· Printed in Spain

Prólogo

En un puñado de hojas, toda una existencia. En el magma de la imaginación creativa se enciende la flama trascendente. Innumerables poetas son iniciados en una crisis de sentido, los rodea el misterio del silencio y su tarea ineludible es abrazar lo oscuro. Cuánto coraje para danzar cara a cara con algunas tinieblas de otro siglo y saber vislumbrar en ellas la pincelada numinosa del origen, las hembras que nos paren y nos nutren, las semillas del éxtasis que acechan.

La voz que danza en tu memoria es un canto a la vida que presagia la belleza, que alucina con un mañana pleno de sentido. Los seres vivos somos una pulsación entre aprendizaje y memoria, no hay espacio para que florezca el olvido. Los recuerdos palidecen y el poema nos susurra su verdad como implacable testigo de una noche de insomnio. ¿Habrá sido así? Qué importa. En la biblioteca de los recuerdos resplandecen solo los anaqueles donde yace el verbo poético, el arte narrativo, el canto de las sirenas. ¿Podría Ulises vendarse los ojos para no descifrar la algarabía de las musas?

Januman es un hombre de palabra musical, un poeta de sílabas cadenciosas que laten in crescendo. La vibración de sus versos entreteje la melodía de un acontecer embelesado con la vida. Se percibe la pasión de un argonauta que atraviesa mares y eras, la calma y la tormenta alternan sus brisas y vendavales, embriagadoras por igual.

Sus palabras se deslizan en un devenir alquímico como jeroglíficos de la piedra filosofal, reliquias que la flecha del tiempo suaviza y enternece. El autor es elegido por algunos de sus poemas. El pasado es aquí y ahora, en toda su pureza y arrogancia. Vivir enamorado de la poesía es de una intensidad inenarrable. Aun así, Januman nos recita su itinerario de vida con maestría admirable, con pluma certera y erizante. No hay descanso, apenas podemos resoplar sin sofocarnos.


Tu poesía nos invita a soñar con deslumbramiento.

Gracias compañero de vuelo por tu fascinante lucidez de Ave Fénix.

Celebro la elegancia poética de tu peregrinaje por los laberintos del alma.

Con admiración,

Raúl Terrén

¿Acaso las palabras que hicieron que se le helara la sangre, que hicieron que la sangre se le subiera a las mejillas, que lo hicieron temblar o lo deleitaron, acaso esas palabras no sonaron tan viejas como usted mismo? ¿No era más bien una verdad sabida desde antes?

Ralph Waldo Emerson

Introito

Soy tú si me lees

y te haces carne de eco,

perfumada para el tacto de la voz.

Recostado en el olvido

esperé paciente tu caricia,

husmeaba el rastro de unos ojos

que supieran darme a luz,

como perro sin amo,

sujeto con sintagmas

al cepo de papel que abres.

Déjame lamerte con tu propia lengua

porque en esa boca reconozco

al dios para el que fui creado

con tinta de tiniebla y pétalos de cal viva.

Mi madre fue una loba solitaria,

al acecho de imágenes y ritmos

en la eléctrica espesura del cerebro;

mi padre, el mastín que con ternura

pastorea al sentimiento en los prados del asombro.

Su coito fue fugaz, como todo lo perfecto;

el parto, difícil: uno a uno

nacía a la muerte su camada,

devorada sin piedad por esa madre

que solo se conforma en lo sublime.

Exhausta me tuvo que aceptar

y al entregarme su ubre

sorbí la leche con hambre de forma.

Desde entonces busco labios que me nutran de vida,

porque sólo soy palabra,

espuma de mente grapada con versos,

posos de infinito, apenas

el tenue susurro que perdura

del gran aullido del origen.

Si me otorgas tu silencio,

sembraré de mariposas tu garganta.

Si me abres las entrañas,

sangraré para ti las coordenadas del gozo.

Si me domas verso a verso,

seré tu guía en las noches sin luna

y aullaré para que no te entregues

al tedio de las horas huecas.

Pero si andas mal de tiempo,

si te asusta un perro sin collar

o prefieres otro que te sirva de mascota

en la comodidad de lo obvio,

bastará cerrar el cepo,

posarme sin reparo en el ayer

y dejarme abandonado en la cuneta

durmiendo de nuevo mi sueño de asfalto.

Solo soy un libro de poemas,

solo eres un lector curioso,

pero si abres mis versos con tierna paciencia,

tal vez seremos amantes,

y en el lecho sutil de la palabra

podamos engendrar enfebrecidos

la voz que danza en tu memoria.

I
Materia oscura

El Apocalipsis entra por la ventana de nuestro cuarto: hay en el aire un desorden que agita las cortinas, un vacío en esa presencia de los muebles, una monotonía de voces que no dicen nada.

Rolando Toro

El placer es una luz que surge de la sombra de nuestras caricias.

Alejandro Jodorowsky

Espejo de papel

Automático te pones en camino

con el rumbo equivocado que marca el rencor,

posas tus pupilas en mi cuerpo núbil

y en tu afán por poseerme

en vano me arañas de tinta.

Así como me miras no puedo reflejarte

ni tú reconocer tu rostro verdadero,

sólo esbozar caricaturas al uso,

esas que valen menos que su marco,

pero sirven para hacerte un pasaporte

si te sientes extranjero de tu carne

y la vida solicita en su aduana

un permiso de estancia temporal.

No me pidas un retrato que colgar en el salón.

Descarnado y transparente te dibujo,

te desnudo de trincheras y provoco

la náusea que hunde tu mirada

en el pánico certero del que huyes.

Pon tus ojos en blanco y mira en su reverso:

verás un hombre en grado de tentativa,

un contable cabizbajo en una mesa

que cansado del balance que no cuadra

rotula con excusas las carpetas del destino

e hipoteca su memoria por falta de liquidez.

Da la luz.

Solo,

en el campo de batalla,

con cadáveres de sueños a los pies,

tu espalda se vence con la carga del tiempo

y una mueca de geisha se posa en tu rostro

para darle un toque de cinismo

a la pose de entereza con que asumes tu derrota.

Decepción,

pavorosa por consciente

que lame tus venas con voz de crepúsculo,

un gemido que avienta en la garganta

cenizas de palabras nunca dichas.

Amargura,

lluvia ácida del tiempo,

derrite tus huesos en tibio rescoldo,

llanto de médula que se evapora estéril

como vaho de sudor sobre mi piel.

Deja de lloriquear palabras

y ven a mí desnudo de intenciones.

Así podrás besarte en mi cristal,

recordar aquel quien eres

y hallar su firma en tu reflejo.

O quizás prefieras hacerme una pelota

y marcarte un triple en papelera,

para luego retomar al práctico placer

de elegir máscara del fondo de armario

silbando un nuevo dogma de música ligera.

Será que es complicado escribirse a sí mismo

si no has aprendido a leerte.

Atentamente,

tu folio en blanco.

Te convido

Al lado de la carne, el minotauro,

al otro, la esfinge del enigma,

dando juntos a la comba del destino,

esa trenza de ADN que restalla

con ritmo helicoidal a nuestros pies.

Dualidades. Opuestos.

Mundo escindido a golpe de látigo

por un pecado que nadie recuerda,

biografías escritas con párrafos del péndulo

que rige las mareas de nuestra voluntad.

De niños supimos algo

perdido al dejar de saltar:

cantar con fe absurdas letanías

que esconden verdades inmutables,

convidarnos a montar en una elipse,

bailar en el filo del dolor

y escapar del mismo con una sonrisa

tras ser jinetes del instante eterno.

Ingenuo vuelo de coletas y flequillos,

sabios saltarines sin saberlo.

Quién pudiera convidaros a danzar

en la soga que me anuda la garganta.

Segunda comunión

Barcelona, Plaça del Rei.

Los niños corretean por rectángulos de ceremonia,

aran el presente con sus zarpas regordetas,

la semilla perdida germina bajo la mugre

y abre un pétalo del álbum de los huesos,

un recordatorio del niño que fui.

Aquella mariposa de pestañas que perdió mi rostro

al libar la belleza que mora en la piedra,

ha esperado paciente mis cuencas vacías,

acurrucada en el regazo de una gárgola,

haciéndose liquen.

Se ríe de la cámara y me vela las postales

de esta crónica de turista apresurado

que viaja por su vida sin pararse a leerla,

ya que teme descubrir que ni es su autor

ni es capaz de inventarse un buen final.

Mi mirada la acaricia y se torna mica,

caspa solar cuajada en la roca,

purpurina que el viento esparce en la luz.

Con un beso se posa en mis córneas

para sacarme del tiempo,

apenas un instante de fulgor

que flota puro en el pantano de hastío.

Me dejo hacer porque le siento sagrado,

porque admiro la pasión con que se inmola

tras anidar en mi cráneo apilando escombros

a los que prende fuego con la lengua

para darse en sacramento.

Su llama me expande.

Su humo me remansa.

Escojo un carboncillo para tiznarme de luto

y escribir en mi frente un epitafio

que resulte digno de su gloria.

En mi boca te reencarno, saliva de alas,

oráculo vestido de primera comunión,

consejero de este trono vacante,

para que seas mi guía en la tundra del ocaso.

Salamanca celestina

Ahora que he perdido tanta vista

que ya no aplaudo en tu función de tarde,

cuando las gárgolas enseñan a los niños

los secretos del corro y de la comba.

Ahora que la banda de proscritos,

que asaltó tu bodega a golpe de sueños,

acepta patente de corso,

y encalló en tus bajíos el galeón sin bandera.

Ahora que tus calles no son tan hostiles

a mi huella de náufrago en busca de playa,

aquel que bregaba en la resaca coceado

por olas de cabestros vestidos de domingo.

Ahora que me dejas subir a tus torres,

pero no hay misterio,

y las mazmorras resultan confortables salitas

donde expones tus despojos y vergüenzas.

Ahora que he aprendido,

no sin mutilarme,

a deslizar mis pies por tus venas de granito

con ojos de cámara oscura

y labios que susurran letanías.

Arquitectos ciegos te soñaron luminosa,

albañiles de ribera tejieron tu puerto,

isla de los mares de Castilla,

ensenada en una costa cereal,

que entregó su tez de harina

a los ávidos gorgojos del ladrillo

que ahora te chulean y te compran.

Por eso haces tu calle ataviada con franquicias,

esas con que el mundo marca a las rameras,

lavada la cara con gusto dudoso,

un par de retoques, algunos postizos,

das cita al amor forastero,

goza deprisa, paga y se va.

Más sola.

Más cerrada.

Ensimismada en tu memoria.

Vuelta una buscona de claustro y galería,

cortejas galanes esquivos

con pecados que ya no seducen

o postulas teologías

que se compran en tus tiendas de recuerdos.

Tú, en cuyos huertos monacales

se agostan sin semilla las ninfas de dios,

rezas un rosario de almas opacas,

adoquines que ensartas en tu piel

curtida por el viento y lamida por el sol,

llanto y sudor de pan de oro,

carne de canteros sin fama ni nombre,

retablo de arena para mi soliloquio hereje.

Mi cariño se rebela al ajetreo de tu falda mayor,

a los sabios doctores y a sus leyes

que marcaron tus caderas con la sangre de los vítores,

al cirujano que operó tus pechos

y aplicó en la cicatriz el cemento del olvido.

Por eso ahora

que retorno a ti como ave de paso,

te contemplo a través del maquillaje,

beso tus arrugas y tus párpados hinchados,

sorbo la lágrima que corre el rímel,

y manchado con el polvo de tu historia

me siento de nuevo en tu regazo

a mamar la luz,

a perder el tiempo como ayer,

cuando creí que la vida era larga.

Una caricia mimosa

de hijo pródigo que vuelve a casa,

pero no puede quedarse a cenar.