Título: Pegamento

© 2018 Pedro Martínez Canut

© 2018 Ediciones Especializadas Europeas SL.

CIF: B-61.731.360

info@edicionesee.com /www.edicionesee.com

Editor: Burkhard P. Bierschenck

Coordinación: Joan Estapé i Llop

www.edicionesee.com

Ilustración de portada: Julia Sanz Villalba

ISBN: 978-84-944663-7-3

 

Sobre el autor      

Prólogo      

1. Introduciendo a      

2… un experto en pegamentos      

3… deja de ir al colegio      

4… porque tiene muchas cosas que hacer      

5… todo, menos acabar en una residencia      

6… por eso pide ayuda.      

7… y al final la encuentra      

8… pudiendo despedirse de su madre      

9… porque Héctor va a desaparecer      

10… al tiempo que descubre que le buscan      

11… y encuentra consuelo en el experimento prohibido      

12… pero las cosas se complican      

13… aunque no todo tiene que ser tan malo      

14… porque se encuentra con alguien      

15… con quien compartir los secretos      

16… y aprender una pequeña lección      

17… porque no todo es lo que parece      

18… y aunque sólo tenemos una vida      

19 … nos la entregan con un timón.      

 

Sobre el autor

Pedro Martínez Canut es médico estomatólogo, especializado en periodoncia. Ha sido profesor titular universitario de esta especialidad y fundador del máster en periodoncia de la Universidad de Valencia. Entre sus aficiones se encuentra la literatura infantil y la música. Es autor e intérprete de diversos temas musicales (www.pmartinezcanut.com) y autor de varias publicaciones de literatura infantil y juvenil: Neleb y la ramita de Olivo (Ed. Tándem) y Tremendos tortazos (Ed. EDEBÉ) con la que quedó entre las obras finalistas.

La obra Pegamento está centrada en el síndrome de Asperger y en el maltrato escolar, y tuvo una buena acogida entre diversas asociaciones nacionales de Asperger.

 

Prólogo

Esta imaginativa historia está protagonizada por un adolescente, Héctor, que no solo padece acoso escolar, sino que cuenta con la mala fortuna de pertenecer a una familia desestructurada y con muchos problemas. A la mayor parte de estos problemas el protagonista se enfrenta con lógica, pero ésta le lleva a varios enredos que se complican tal como van pasando los días, ya que la relación que Héctor establece con los demás es el resultado de los problemas sociales que enfrenta y varios malentendidos que no puede resolver.

El protagonista tiene dificultades para desenvolverse en sociedad más que cualquier otro adolescente: tiene el síndrome de Asperger. Esta historia plasma acertadamente alguna de las características más comunes de quienes tienen este trastorno del espectro autista tan poco conocido.

El síndrome de Asperger afecta, aproximadamente, a cuatro de cada mil nacidos vivos. No se trata de una enfermedad (no tiene cura, no se contagia, no se conoce su origen -aunque se sepa que la herencia genética representa un papel importante-, no hay tratamiento farmacológico, etc.) sino de un síndrome (conjunto de síntomas). Los afectados pueden llegar a desarrollar una vida normal, con buen pronóstico de futuro, y lograr valerse por sí mismos. Adquieren lenguaje y también capacidades cognitivas normales. A veces, incluso, poseen altas capacidades y cociente intelectual superior a la media (la superdotación intelectual es relativamente frecuente). El síndrome de Asperger es un trastorno general del desarrollo que se manifiesta con la incapacidad de para comunicarse convencionalmente: crea dificultades para asumir habilidades sociales de forma natural y también para comprender la conducta social de los demás. Estas personas suelen necesitar respuestas a todo, preguntan el por qué de todo, y eso se debe a su necesidad de tenerlo todo estructurado en su cabeza para poderlo comprender. Generalmente tienen intereses peculiares, son torpes y no se les da bien los deportes.

Estos detalles se han reflejado muy acertadamente en esta historia, usando como hilo conductor los enredos en los que se ve envuelto el protagonista.

sacha Sánchez Pardiñez

Presidenta de la Asociación Asperger Valencia

 

1. Introduciendo a

Hoy es martes y está lloviendo. Son las ocho en punto de una mañana especialmente gris y Berenice, la tutora y profesora de ciencias, es muy exigente con la puntualidad. Puede esperar un minuto de cortesía, pero ni uno más. Pegamento no está entre ellos y por desgracia, no lo está desde hace mucho tiempo. El nombre real de Pegamento es Héctor; un chico algo raro, que no suele hablar mucho, pero al que le encanta pegar todo aquello que se ha despegado. No le importa de qué se trate ni a quién se le haya despegado algo. Él siempre está ahí, o mejor dicho, lo estaba.

Un buen día desapareció. Lo hizo oficialmente, de acuerdo con el último informe policial, pero algunos detalles tan confusos como macabros, convirtieron su desaparición en un asunto del que nadie quiere hablar en su antiguo colegio. Entre las pocas personas que le conocieron, circulan historias de desapariciones misteriosas y de apariciones fantasmagóricas, todavía por aclarar.

 

2… un experto en pegamentos

Su dedo índice se desliza a lo largo del expositor de pegamentos, repasándolos con calma. Parece inexpresivo, pero en realidad está viviendo toda una aventura. La posibilidad de dar con ese nuevo pegamento acelera su ritmo cardiaco y desata las emociones que difícilmente expresa. Tan sólo le delata el ligero temblor de ese dedo, detenido finalmente para señalar el pegamento que llevaba buscando tanto tiempo.

No dejará de señalarlo durante un buen rato, mientras que el dependiente situado al fondo del corredor, le observa con curiosidad. Ese chico lleva allí demasiado tiempo, sin levantar la vista de la sección de pegamentos.

Por fin Héctor coge el tubo y se ajusta las gafas para leer con detalle los componentes del nuevo pegamento. A estas alturas el dependiente supone que no se trata de un chico normal, por la forma de actuar, pero sus sospechas se confirman cuando Héctor pasa delante de él, acelerando el paso y sin levantar la vista del producto que ha elegido. Tropieza con uno de los objetos que hay en el suelo y el dependiente le reprocha su descuido. Pide disculpas y acelera el paso todavía más, sin levantar la vista, hacia la caja registradora.

Héctor es experto en pegamentos. Comenzó sus estudios en el tema hace varios años, al ver en un anuncio de la tele a un hombre boca abajo, con los zapatos pegados al techo. Esa escena le cautivó hasta el extremo de no poder dejar de pensar en las posibilidades de los pegamentos y decidió investigarlas visitando las secciones de bricolaje de todos los grandes almacenes y algunas ferreterías donde los dependientes parecieran amables. A los doce había aprendido muchos de los secretos sobre componentes químicos, tiempo de fraguado, tipo de superficies, adherencia y resistencia.

Acostumbraba a llevar consigo un pequeño bloc de bolsillo, donde anotaba todos los datos de interés, ordenados por capítulos. Nadie le molestaba cuando se entretenía en las largas y poco frecuentadas secciones de colas y pegamentos de los grandes almacenes. Sin embargo, en las ferreterías la cosa era más complicada, porque los dependientes siempre acababan por preguntarle qué estaba buscando. Ese era precisamente el problema, porque entonces él tenía que levantar la cabeza, mirar al dependiente y contarle que estaba buscando un pegamento nuevo. Entonces venía lo de siempre, ¿nuevo?, ¿pero para qué lo quiere? ¿Qué es lo que quiere pegar?

A Héctor no se le daba muy bien mentir o inventarse excusas, pero tampoco quería dar explicaciones sobre su interés por los pegamentos. Entre otras cosas, porque nunca se lo había planteado; simplemente se informaba sobre todo lo que pegara una cosa con la otra, como si fuera lo más natural del mundo. Era en aquel momento, al mirar la cara del dependiente, cuando decidía salir de la ferretería sin despedirse, para no volver nunca o quedarse, levantar el dedo índice ante la curiosa mirada del vendedor y dirigirlo hacia el expositor donde estaba el nuevo pegamento. Entonces, sin dejar de señalar el producto, le preguntaba al dependiente si lo había probado. Lo habitual era que no lo hubiese hecho, por lo que le pedían a Héctor que se lo acercara para leer las características y el modo de empleo. A partir de aquí, ambos podían hablar algo sobre pegamentos y si el dependiente era amable y conocía un poco el tema, Héctor cogía confianza y se enrollaba como las persianas. Cierto es que rara vez aprendía algo nuevo, ya que él era el verdadero experto. Así se lo hacía saber al dependiente, extrañado de lo locuaz que podía ser aquel chaval con un asunto tan nimio como un vulgar pegamento.

La relación de Héctor con Internet se limitaba a indagar sobre todo cuanto tuviera que ver con ese universo. Llegó a convertirse en una enciclopedia andante sobre las inagotables y cambiantes maneras de pegar las cosas. Podía pegar prácticamente todo y comprendía cómo puede pegarse una persona al techo o cómo se unen dos fragmentos de carne con un pegamento enzimático, por no hablar de la capacidad de adhesión de las patas del lagarto gecko.

Héctor llegó accidentalmente a pegarse a sí mismo y a muchos objetos, durante sus múltiples experimentos. Podría decirse que sus investigaciones entrañaban un peligro real, no sólo cuando se pegó al techo sin atarse los cordones de las zapatillas o cuando se pegó una pequeña herida con superglue, sino también cuando tuvo que alimentarse durante varios días con yogures líquidos y una pajita, al pegarse los labios.

Por fortuna utilizaba siempre gafas, un requisito indispensable en sus experimentos. Unas gafas de montura de concha de su padre, capaces de protegerle ampliamente los ojos. Héctor era delgado, cargado de espaldas y algo torpe de movimientos. Su aspecto podría ajustarse al de un sabio distraído, pero tocado con la visera que formaba un curioso tupe de mechones ramificados, bajo los que se agazapaban unos ojos temerosos de que pudiera caerle un ladrillo en cualquier momento. El tic de llevarse las gafas a su sitio era inevitable, ya que por el peso de la montura, se deslizaban constantemente hacia la punta de su nariz. Podía utilizar otras más ligeras y modernas que le encargó su madre, pero él era una persona de costumbres y esas eran sus gafas.

 

3… deja de ir al colegio

Héctor hubiera seguido estudiando, especialmente por su interés en las ciencias, pero decidió dejar de ir al colegio precisamente el día en que cumplió catorce años. Nadie iba a tirarle de las orejas.

Intentó distraerse haciendo una limpieza a fondo de la casa y a punto de fregar el suelo de la cocina, sonó su móvil. Abrió la llamada y sujetándolo entre el hombro y la oreja, escuchó la voz familiar de Berenice, la tutora de clase, preguntando algo que Héctor no llegó a entender, conforme se le escurría el móvil y caía sumergiéndose en el cubo de agua. Soltó el mocho y sacó el móvil, zarandeándolo enérgicamente en el aire, secándolo con un trapo y soplando fuerte entre las teclas. De repente le entró un mareo que le obligó a tenderse sobre el suelo. Increíblemente, la melodía rapera del móvil volvió a sonar, y la dulce voz de Berenice preguntaba por Héctor o por su madre o si había alguien en casa, porque Héctor no había ido al cole -¿Héctor, estás ahí?

Berenice es la tutora de Héctor y también es psicóloga. Se conocen bien y se aprecian mutuamente. A él le gusta hablar con ella, aunque no suele prestarle mucha atención, sobre todo cuando tratan temas que él prefiere ignorar. -Héctor, ¿me estás escuchando?

Héctor se balancea suavemente, mirando al suelo. Entonces Berenice le sujeta los hombros para que detenga su monótono balanceo y le pide que le mire a los ojos y le escuche. Héctor levanta pesadamente la mirada, la cruza un segundo con la de Berenice y vuelve a enfocarla al suelo. Ella le insiste en que no es nada malo que le cueste mirar a los ojos de la gente, que esas cosas pasan, pero se superan con el tiempo, de manera que cada vez le costará menos. También le dice que no pasa nada porque sea un poco diferente a los demás y no comprenda los comentarios ni las bromas de los compañeros. Lo importante es estar satisfecho con uno mismo y con el trabajo que se hace cada día.

Héctor piensa en estas cosas mientras la voz de Berenice se apaga con el móvil. Ya le extrañaba a Héctor que siguiera funcionando; de todas formas, le dará un tratamiento de choque con el secador del pelo, a ver si hay suerte.

Berenice sabe muchas cosas sobre Héctor, pero no las sabe todas, porque él no es un chivato y prefiere pensar en pegamentos que en los compañeros de clase. El no se mete con nadie y procura evitar los grupos, especialmente cuando se ríen de algo. Muchas veces ese algo es el propio Héctor, así es que prefiere ir por libre y evitar problemas. Carmen es la única que se acerca a él para preguntarle cómo le van las cosas. Nunca se burla de sus gafas o de su forma de andar y aunque no es de las más guapas, a él le gusta estar con ella y comentarle sus últimos experimentos.

Cuando Carmen le escucha, lo hace sonriendo, enseñándole el borde de unos dientes tan blancos que dan ganas de abrillantarlos todavía más. Héctor no puede evitar mirarlos de reojo, sabiendo que en algún momento el labio le dejará verlos todos, uno al lado del otro.

Un día Carmen le pidió que hablara de otra cosa que no fueran pegamentos y Héctor se quedó cortado, sin saber de qué hablar. Lo intentó varias veces, pero fue un fracaso que le hizo sentir ridículo. Ahora sólo se miran y aunque no sabe por qué, a él le gusta cada vez más, aunque cree que a ella le está pasando lo contrario. De todas formas, eso ya no importa, porque no volverá a verla.

La madre de Héctor va y viene por casa, debido al trastorno bipolar que padece y que cambia su estado de ánimo de forma increíble. Cuando está animada, no puede parar de hablar y de hacer proyectos, siendo imposible que Héctor tenga una conversación tranquila con ella. En cambio, cuando se deprime, lo hace tanto que es incapaz de hacer nada, de manera que vienen la tía Verónica o algún sanitario y se la llevan a la residencia de costumbre, hasta que se recupera. A Héctor le parece que debería ser al revés, porque él se siente capaz de cuidar de su madre cuando está deprimida; podrían ver la tele juntos y él cocinaría y se encargaría de la casa.

Cada vez que Laura, la madre de Héctor, ingresaba en la residencia, él se iba a casa de la tía Verónica. Sin embargo, había pactado con su madre que al cumplir los catorce podría quedarse sólo en casa. En eso está pensando cuando prácticamente ha terminado de limpiarlo todo, ha recalentado el móvil al máximo, aunque sin éxito y se dispone a revisar las provisiones de sardinas en lata que le quedan.