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LOS AUTORES

Guy CLAXTON es miembro de la Sociedad Británica de Psicología, de la Royal Society of Arts y de la Academia de las Ciencias Sociales. Es el creador del programa Building Learning Power (BLP), que actualmente se emplea en un gran número de escuelas de todo el mundo.

Bill LUCAS puso en marcha en el Reino Unido, el primer proyecto de investigación nacional sobre “aprender a aprender” en las escuelas del país. Con Guy Claxton, es el creador de una de las redes de investigación más grandes del mundo: la Red de Educación Expandida.

Ambos son codirectores del Centre for Real-World Learning y profesores de Ciencias del Aprendizaje en la Universidad de Winchester. Sus ideas prácticas sobre cómo ampliar el deseo y la capacidad de los jóvenes para el aprendizaje han influido en la teoría y la práctica educativa en todo el mundo. Ambos imparten conferencias y talleres sobre el aprendizaje, el cambio, la creatividad y el liderazgo por los más variados países, como Sydney, Filadelfia, Helskinki, Qatar, Melbourne, Auckland, Belfast o Dubai. Son autores y coautores de más de cuarenta libros, muchos de ellos traducidos a otras lenguas.

Índice

PRÓLOGO Tanya Brown

PREÁMBULO Octavius Black

1. Causas de preocupación

Qué queremos para nuestros niños y jóvenes

Algo no va bien

Otras visiones

Algunas cuestiones bastante comunes

2. ¿Por qué la vieja escuela no funciona?

Las creencias “Trad”

A favor de los “Mods”

Algunos mitos sobre los exámenes

La importancia de las creencias

El anzuelo del Big Data

El “currículum de dientes de sable”

La escuela y el aprendizaje del mundo real

Algunas conclusiones

3. Competencia y personalidad

Las siete “C”

Educación no es lo mismo que escuela

Qué necesitan aprender los niños realmente

Competencias clave para la vida

Hábitos de la mente

Cultivando el carácter

En resumen

4. ¿Qué merece la pena aprender en esta época?

El esqueleto de un currículum para el s.XXI

De los 3 a los 5 años o Preescolar

De los 5 a los 7 años

De los 7 a los 11 años

De los 11 a los 14 años

De los 14 a los 16 años

De los 16 a los 19 años

Conclusión

5. Razones para sentirnos animados y esperanzados

Escuelas pioneras

Otras iniciativas

Empleadores

Organizaciones profesionales

El tercer sector

6. Qué pueden hacer los padres en casa

Un “currículum doméstico”

Confianza

Curiosidad

Colaboración y empatía

Comunicación

Creatividad

Compromiso

Capacidad técnica

7. Una llamada a la acción

¿Qué pueden hacer realmente las escuelas?

Diez modos sobre cómo mejorar las escuelas

Cómo ayudar para que la escuela cambie

Reuniones padres-madres y profesorado

Únete al lobby y haz oir tu voz

Utiliza la web y las redes sociales

En conclusión

8. Treinta maneras de ayudar en una escuela

BIBLIOGRAFÍA

Prólogo

Tuve dificultades en la escuela. Se trataba de una escuela para chicas muy académica, y su atmosfera de invernadero no encajaba conmigo. En una reunión con los profesores, se nos dijo a mis padres y a mí: “Tanya nunca será una persona exitosa”.

A Jo Malone, la multimillonaria mujer de negocios y reina de los perfumes, un profesor le dijo que era vaga (Jo es disléxica) y que “nunca haría nada con su vida”. Albert Einstein, Thomas Edison y miles de otras personas fueron dadas por perdidas por sus profesores porque su forma de aprender no encajaba con la de la escuela.

En tanto que psicóloga clínica, a menudo me encuentro con niños y jóvenes que están teniendo dificultades en la escuela hasta el punto de que esto ha comprometido de forma severa su salud mental y su funcionamiento diario. Hay miles de niños, actualmente, que están mostrando crecientes tasas de depresión y de desórdenes de ansiedad, y que están teniendo dificultades para mantener un sentido positivo de su autoestima. Algunos se rinden, literalmente. Y sus padres, en punto muerto, terminan preguntándose qué es lo que pueden hacer.

Aunque la salud mental de nuestros jóvenes es una cuestión compleja y multifacética, dirigida por factores biológicos, psicológicos y sociales, creo que el actual sistema de educación está desfasado y no encaja con las necesidades de aprendizaje y los hábitos de los jóvenes. Alrededor de un 50% de los problemas de salud mental de los adultos empiezan a la edad de 14 años, un momento en la vida en el que el cortex prefrontal atraviesa enormes cambios en su funcionamiento, cuando la asunción de riesgos es un imperativo evolutivo en el camino hacia la individuación y cuando la pubertad añade desafíos sexuales, sociales e identitarios.

Los niños que tienen dificultades no es que sean vagos, estúpidos o infantiles; sencillamente no encajan con este anticuado sistema.

La escuela debe fomentar el amor por el aprendizaje y la indagación, una sed por descubrir y desvelar, un sentido de la diversión y de la creatividad; a la vez que se aprende sobre el pasado o se desarrollan ideas para el futuro. Aun así muchos académicos, como yo mismo, que trabajamos en los campos del desarrollo del niño, la eduación y la salud mental, estamos cada vez más inquietos. Nos sentimos profundamente preocupados porque nuestros jóvenes están siendo forzados a estudiar y estudiar, hiper-examinados y malinterpretados; y están sufriendo a consuencia de ello.

Se les enseña a aprobar exámenes, pero no se les enseña necesariamente a pensar a su propia y única manera de ser, o en sus propias posibilidades.

Nuestros jóvenes digitalmente alfabetizados y altamente curiosos se sientan en unas aulas en las que se imparte el aprendizaje de unas maneras que no conectan con las formas que ellos tienen de pensar, aprender y crear. Es más, los niños más desfavorecidos, aquellos con dificultades de aprendizaje o simplemente con unos estilos de aprendizaje idiosincráticos, nunca abandonarán la escuela sintiéndose exitosos y empoderados para continuar su aprendizaje y el pensamiento por ellos mismos. No se trata de una “sensación de moda”, como algunos pensarán, sino de la cruda realidad.

Quienes hemos planteado estas preocupaciones hemos sido tildados de “plastas” por los diseñadores de políticas y por los mismos políticos; de hecho la hostilidad que existe entre ellos y los profesores siempre ha sido elevada.

Informes recientes realizados por los empleadores y las instituciones de educación superior en el Reino Unido han mostrado claramente que los alumnos no están bien preparados para la transición de la educación secundaria a la educación superior y/o el empleo. Los niños y los jóvenes son educados para convertirse en empleados responsables, cuando lo que necesitamos son pensadores creativos y personas que sepan resolver problemas.

El informe del CBI (Confederación de Industrias Británicas), First Steps [Primeros pasos], describe las escuelas británicas como fábricas en serie de exámenes, en las que “aunque que el rendimiento medio haya aumentado ligeramente, son demasiados los que se quedan atrás”. Describe el sistema educativo como “demasiado parecido a una cinta transportadora; desplaza a los niños a un determinado ritmo, pero no aborda bien las necesidades individuales... [Esto] significa que fracasamos a la hora de preparar a los más capaces, al tiempo que los resultados de los jóvenes más desfavorecidos son particularmente preocupantes”. El informe añade que debe haber un nuevo enfoque en el cultivo de las competencias que los jóvenes necesitan para la vida.

Pero, ¿cuáles son esas competencias?

Los profesores Guy Claxton y Bill Lucas son académicos de renombre mundial que han dedicado su carrera profesional a responder a esta pregunta. Su programa Building Learning Power (BLP, Construyendo el Poder para Aprender) gira en torno a ayudar a los jóvenes a convertirse en unos aprendices con más autoconfianza y más capaces de aprender; tanto en la escuela como fuera de ella.

Escuelas de todo el mundo -desde Polonia a la Patagonia, pasando por Manchester y llegando a Melbourne- están usando estas inteligentes y prácticas ideas1 para dar a los niños el conocimiento y la confianza en ellos mismos que necesitan para aprender y lanzarse a las excitantes y turbulentas aguas del siglo XXI.

Guy y Bill han mostrado que es perfectamente posible que las escuelas cultiven sistemáticamente los hábitos de la mente que capacitan a los jóvenes para enfrentarse a todo tipo de dificultades e incertezas de modo calmado, confiado y creativo. Los alumnos que confían más en sus propias habilidades de aprendizaje aprenden más rápido y aprenden mejor. También obtienen mejores resultados en sus pruebas y exámenes externos, son más fáciles de enseñar y hacerlo resulta más satisfactorio para sus educadores.

No se trata de escoger entre tener buenas notas o competencias para la vida. Tenemos que ir más allá de la antigua y agotadora batalla entre los ‘tradicionalistas’ y los ‘progresistas’. Los niños y los jóvenes a quienes se ha ayudado a convertirse en unos aprendices más seguros de ellos mismos y más potentes, son también más felices, más osados y extraen más placer de la lectura -y además obtienen mejores resultados en los exámenes-.

Para prosperar en el siglo XXI, no basta con abandonar la escuela con una maleta llena de certificados de estudio. Los alumnos deben haber aprendido a ser tenaces y habilidosos, imaginativos y lógicos, disciplinados y conscientes de ellos mismos, colaborativos e inquisitivos. El anterior libro de Bill y Guy2, ofrece muchos ejemplos de escuelas de todo el mundo que ya están logrando este renovador sistema de educación.

Debemos repensar de forma radical nuestros sistemas escolares para ayudar a nuestros niños a que estén listos para los desafíos y oportunidades a los que se enfrentarán. Sin este equipamiento, muchos tropezarán y serán infelices. Pero no podemos esperar a los políticos y los diseñadores de políticas; siempre harán poco y lo harán demasiado tarde. Los profesores y los padres tenemos que ayudarnos los unos a los otros para regenerar lo que está sucediendo en las escuelas por medio de una alianza y una revolución silenciosa.

Este libro constituye un llamamiento a unirse a tan vital alianza, y un manifiesto para la evolución que está a punto de producirse. Por favor léelo, únete a la alianza y reparte ejemplares entre tus amigos.

TANYA BROWN
ASESORA DE SALUD MENTAL CON NIÑOS Y ADOLESCENTES
PROFESORA DEL PROGRAMA PUBLIC UNDERSTANDING OF SCIENCE

Preámbulo

Tengo una hija de cuatro años. Es la niña más lista, dulce y deliciosa que jamás ha existido en el mundo. Sinceramente, lo es. Su madre y yo no tenemos ninguna duda. Pero, algo que es tan importante como lo que nosotros pensemos hoy de nuestra hija es lo que queremos para ella en el futuro. En menos de 20 años, el smartphone habrá pasado de ser un lujo exótico a ser la preciada posesión del 80% de la población mundial. Transformará el conjunto de las industrias, la distribución de la riqueza y las formas de vida. Mientras escribo, la supervivencia de los icónicos conductores de taxis londinenses se ve amenazada por la aplicación Uber, que puede que a su vez se vea transformada, en pocos años, por la generalizada adopción de coches sin conductor.

Esperamos que nuestra hija viva durante noventa años más. Buena parte del conocimiento que ella adquiera en la escuela probablemente estará ya desfasado cuando obtenga su primer empleo. Algo que será mucho más importante para su vida laboral, será su capacidad para leer los posos del café y para responder de forma sana a todos los desafíos que se interpongan en su camino. Si es curiosa, de mente abierta y emprendedora es mucho más probable que logre los objetivos que ella misma se haya fijado, que lograr una calificación alta en una lengua extranjera.

La educación necesita infundir amor por el aprendizaje y la confianza para adaptarse y crecer.

Pero el empleo es sólo una pequeña parte de lo que determinará su calidad de vida. ¿Sabrá conseguir relaciones saludables y románticas? ¿Padecerá de desórdenes del comportamiento (aquellas más susceptibles de padecerlos son las chicas adolescentes miembros de pandillas; ¿esto la incluirá a ella?). ¿Cómo reaccionará ante el rechazo y la exclusión cuando, inevitablemente, los experimente?

Los líderes de nuestra nación son responsables de construir una fuerza de trabajo dotada de las competencias para garantizarse un buen empleo y mantener la prosperidad del país. Como ciudadano, no espero menos; pero, como padre, lo que más me importa es que mi hija se sienta bien con ella misma, esto es: que sea psicológicamente sana y fuerte. La principal responsabilidad de ello recae en nosotros, sus padres. La ciencia muestra empáticamente que el modo en que hablemos, reaccionemos, establezcamos límites y juguemos con nuestros niños es aquello que tiene mayor impacto en su bienestar emocional y psicológico. Es una responsabilidad que todos tenemos.

Pero también debemos saber que nuestras escuelas juegan un papel en ello. Esto no es fácil. Los directores puede que no consideren como su responsabilidad construir el carácter de los alumnos, y puede que no sepan cómo hacerlo. Es probable que los profesores agobiados se concentren en los resultados de los exámenes y en las inspecciones Ofsted.3 Para ayudar a mi hija a desarrollar los rasgos que ella requiere, las escuelas necesitan ideas, apoyo y una pizca de presión. Si queremos darles a nuestras hijas e hijos las mejores oportunidades para su vida debemos trabajar con los gestores de las escuelas, los profesores y los directores.

Los profesores Claxton y Lucas nos han brindado esta valiosa Guía sobre cómo ayudar, basándose no sólo en lo que debemos hacer sino también rebosante de herramientas prácticas, técnicas y ejemplos sobre cómo hacerlo. Como padre, me siento inmensamente agradecido. Una vez hayas leído este libro, sospecho que también te sentirás así.

OCTAVIUS BLACK
COFUNDADOR Y CEO DE MIND GYM Y PARENT GYM

1 Sobre este tema, véase el libro de estos mismos autores: Nuevas inteligencias, nuevos aprendizajes. Madrid: Narcea, 2013.

2 Expansive Education: Teaching Learners for the Real World. Australia. Acer Press & Open University Press (2013).

3 En Inglaterra y Gales la evaluación de la calidad de la educación preescolar, básica y media está a cargo de la Oficina de Estándares en Educación (OfSTED), un departamento no ministerial e independiente [N. Trad.].

Capítulo 1

Causas de preocupación

Yo no entendía para qué servía la escuela. Muchos profesores pensaban que yo era lento. Recuerdo al director diciéndome en voz alta que nunca haría nada por mí mismo; y eso, delante de todo el colegio. Mi capacidad para aprender en la escuela fue más o menos “anulada” en mí cuando era muy pequeño. Aún me siento atemorizado cuando oigo la palabra “lento”.

JACK DEE, COMEDIANTE

QUÉ QUEREMOS PARA NUESTROS NIÑOS Y JÓVENES

Solemos charlar con muchas personas sobre las escuelas -con profesores, padres, niños y muchos otros- y creemos tener una idea de lo que la gente piensa al respecto. Este es nuestro punto de partida a la hora de redactar estas páginas. Sabemos que quieres lo mejor para tus niños -sean propios o aquellos a quienes tal vez impartes tus clases-. Creemos que eso significa, a grandes rasgos, que quieres que sean felices, que lleven una vida rica y plena, que formen parejas amables y amorosas y sean amigos leales; y que estén libres de la pobreza y del miedo. Suponemos que esto significa también que tengan un empleo que sea satisfactorio y que genere un salario decente. Deducimos que no quieres que tus hijos sean “tan ricos como el rey Creso” si eso trae consigo que sean miserables, avaros o ansiosos.

También sospechamos que no te decidiste a tener un hijo pensando que éste pudiera contribuir a la prosperidad económica del país y convertirse en “un miembro productivo de una fuerza de trabajo mundial”. No imaginamos que puedas pensar en tu hijo o hija, o en los niños a los que enseñas, como si fueran peones en una política económica nacional o en una búsqueda sociológica por la igualdad o la movilidad interclase. Reconocemos que tú, como nosotros, conocerás a gente que alberga serias dudas en relación a la idea de que cuanto más ganes y más gastes, serás más feliz, y a quienes incluso han hecho recortes para vivir de un modo que sientan que vale más la pena o es moralmente más satisfactorio. (Hoy en día hay montones de felices fontaneros que sacaban muy buenas notas).

Y suponemos que te gustaría que la escuela de tu hijo te apoyara en determinados objetivos básicos. Los objetivos de la escuela deben ser generales y básicos porque sencillamente no podemos saber qué tipo de trabajo y estilo de vida le “brindarán” esa calidad de vida a un determinado individuo.

Las vidas de los niños tomarán muchos giros y vuelcos, como le ha pasado a la tuya o a la nuestra; pero, tanto si terminan siendo contables en Auckland, profesores en Namibia o pastores en Yorkshire, queremos que tengan las mismas cualidades generales de alegría, amabilidad, apertura de mente y plenitud, ¿verdad? (Por favor inserta aquí tus palabras favoritas para describir las cualidades más profundas que esperas que tus hijos o alumnos tengan).

Sospechamos que tal vez te sientas conmovido, como lo estamos nosotros, por esas palabras sobre los niños que aparecen en el libro de Khalil Gibran1 El Profeta:

Vuestros hijos e hijas, nuestros alumnos y alumnas, no son vuestros.

“Son hijos e hijas de la Vida, deseosa de llenarse de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti, y aunque estén contigo no te pertenecen.

Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, porque ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas residen en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti.

Porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer”.

Si tu casa está llena de ‘nativos digitales’ que realizan todo tipo de maravillosas y esclaofriantes cosas en los medios digitales y las redes sociales -o alguna vez has visto un programa de televisión llamado Outnumbered2- ¡no tendrás duda de que “sus almas residen en la casa del mañana”!

Un amigo común nos contó, justo el otro día, una conversación que había tenido con su nieta, Edie, que tiene 12 años. Ella estaba haciendo algo con su teléfono movil y Martin le preguntó qué hacía. Le mostró una aplicación que había descubierto para aprender japonés, una lengua que había decidido aprender por ella misma. En la cama, de noche, escuchaba y practicaba silenciosamente, bajo las sábanas. Sus padres no sabían nada acerca de lo que estaba haciendo -ella no había sentido la necesidad de decírselo-y sus profesores, tratando infructuosamente de hacer que redactara pequeños trabajos sobre las ‘funciones del ratón del ordenador’, sin duda no tenían ni idea tampoco. ¿Estará Edie dentro de 15 años trabajando para la sede en Tokyo de Ernst & Young? Quién sabe.

Suponemos que estás dando lo mejor de ti mismo para ayudar a tus hijos a que estén preparados para lo que tenga que venir para ellos, tanto en casa como en la escuela; y suponemos que te gustaría que la escuela fuera tu aliada en esta crucial empresa.

Y si eres profesor, suponemos que te enorgullece muchísimo realizar el increíble trabajo que haces: ayudar a que las vidas de miles de niños leven anclas de la mejor manera posible. Todos nosotros estamos, por así decirlo, poniendo en marcha la plataforma de despegue, de modo que -sea lo que sea lo que vayan a ser- logren el mejor impulso posible. Tanto si estás enseñando a los más pequeños a aprender cómo decir la hora y a “jugar limpiamente”, o a los adolescentes de 17 años a lidiar con un nivel determinado de Lengua extranjera o un módulo de conocimientos de bachillerato, asumimos que quieres tener presente esa intención fundamental, que es la de prepararlos para la vida. No se nos ocurre una forma más plena de ganarse el sustento.

ALGO NO VA BIEN

Vamos a imaginar que tú, como nosotros, tienes algunos recelos en relación a lo que está pasando actualmente en las escuelas. En los recuadros que aparecen a lo largo del libro, hemos incluido algunos relatos y citas provenientes de los niños, de sus padres y de sus profesores. Los hemos introducido para ver si compartes algunos de sus mismos sentimientos y experiencias. Las escuelas y las personas con las que hemos hablado son todas reales pero, en la mayoría de casos, hemos cambiado o borrado sus nombres para proteger su anonimato.

Adoraba mi escuela primaria, pero en el instituto de St. Bede me sentía deprimida y asustada, como un animal salvaje en una jaula. Me sentía vacía por dentro. Una vez estuve enferma durante dos semanas, me sentía agotada y cansada; pero mentalmente me sentía feliz porque no estaba en el instituto. Después, pasado tan sólo un día tras mi vuelta, volvía a estar en casa sintiéndome inquieta, confusa; mi mente no podía centrarse en nada. Me sentía agitada y la más mínima cosa me hacía estallar en lágrimas.

Si alguna vez el profesor notaba que un alumno desafiaba lo que había dicho, lo regañaba. A mí me regañaron por contarle a la profesora que un chico me estaba molestando diciéndome que le gustaba matar animales, cuando estábamos tratando el tema de la crueldad animal. Me respondió: “¿Qué cosa más estúpida acabas de decir, no te parece?”- lo que yo había dicho, no lo que decía el chico. La miré -preguntándome por qué era estúpido. Levanté de nuevo la mano. Quería decir algo que sonara importante. Pero cuando dijo “¿Ahora sí tienes algo sensato que decir? Sentí que todas las miradas de los compañeros se centraban en mí y perdía los nervios mientras se me escapaban las lágrimas y se me hacía un nudo en la garganta. “No”, respondí.

Me sentía resentida pero no podía convertirme en una rebelde. De modo que me volví silenciosa y mi yo normal quedó empañado por alguien distinto que no me gustaba.

No había espacio en mi instituto para alguien diferente, alguien como yo. Y sentí que me convertía en una friki más, como todos los de mi clase. Odiaba el instituto porque guardarse los sentimientos para una es muy duro. Pero suelen ser muy fuertes. Me pasaba el día ocultándome.

Tenía que dejar salir mis emociones, pero no podía esperar a contárselo a mamá cuando terminara la jornada, de modo que acudía a mi amiga Leanne, a quien se le daba bien hablar de temas delicados. En otras ocasiones siempre había tratado de ayudarme a arreglarlos, hasta que un día me dijo: “Mira, Annie, sé que no lo estás pasando bien, pero yo sí y realmente no quiero hablar sobre ello, porque no es positivo”. Entonces ya no me quedó nadie con quien hablar.

Esa era otra cosa del intituto. Se nos decía: “Deja de ser tan infantil”, pero, en realidad, éramos niños, de modo que ¡debíamos actuar necesariamente de forma infantil! No se nos permitía correr durante los descansos. Esa es una de las cosas que encontraba totalmente estúpida. Había un chico en mi clase que siempre estaba dando saltos y gritando en la silla por eso. Nunca antes se había comportado así [en la primaria].

Annie, (11-12 años)

¿Cuáles son tus preocupaciones sobre la educación que estás brindando, si eres profesor, o que tu hijo está recibiendo, si eres padre?

Es verdad que, muchos niños medran en la escuela; si tienen la suerte de encontrar una que encaje con ellos. Conservan su alegría y dulzura, disfrutan de las matemáticas y de la clase de Lengua, encuentran un deporte y un instrumento musical que les guste tocar y practicar, y se les ayuda a descubrir y explorar los intereses y aptitudes que puede que se desarrollen hasta conformar la base para unos estudios universitarios y una carrera.

Pero muchos no lo logran. Muchos padres y profesores ven cómo sus “brillantes” niños se convierten en seres ansiosos y obsesionados por las notas y pierden el espíritu aventurero e investigador que tenían cuando eran pequeños. Estudian porque “va a salir en el examen”, no porque sea interesante o útil. O los adultos ven cómo sus niños “menos capacitados” (después indagaremos este tipo de terminología) empiezan a sentirse avergonzados por su constante incapacidad para hacer lo que se les exige; y, en consecuencia, pasan a resistir activamente a la escuela o bien a ser pasivos e invisibles.

Ambos extremos del espectro del rendimiento pueden experimentar una curiosa pero intensa mezcla de estrés y aburrimiento. La obsesión con las notas y los resultados de las pruebas convierte a algunos niños en ‘ganadores’, seres conservadores y dóciles en el juego de los exámenes, mientras que muchos otros discurren erráticos a medio camino, deseando participar en un juego que no acaban de comprender del todo.

Y otros niños se convierten en unos ‘perdedores’, están derrotados. Aunque estos perdedores no sean necesariamente ni estúpidos ni vagos. Las investigaciones muestran que tienen el potencial para la resolución de problemas altamente inteligente y para decidir en escenarios de la vida real. Pero algunos de ellos, trágicamente, han visto, durante su experiencia en la escuela, que se les excluía del aprendizaje, y por ello son menos felices, menos creativos y tienen menos éxito del que deberían tener. Esto no es darles lo mejor, y tampoco se está alimentando el talento y la energía que les ayudarán a ser personas felices y ciudadanos reflexivos. Son muchas las personas preocupadas por el hecho de que la escuela se centre en la validez del sistema de exámenes, así como por el efecto que está teniendo en ellas mismas o en sus niños este énfasis en las calificaciones y en los exámenes.

Para muchos jóvenes, la estresante naturaleza de la escuela se basa en el hecho de que la mayor parte de cosas que se espera que aprendan son auténticos ‘sinsentidos’. Es raro que un o profesor sea capaz de aducir una razón convincente que explique por qué un adolescente de 15 años debe conocer la diferencia entre las rocas metamórficas e ígneas o explicar las subtramas de Otelo. Muchas veces los padres se encuentran atrapados en el conflicto entre empatizar con sus hijos sobre la aparente irrelevancia de buena parte del currículo y aún así tratar de que lo estudien. Ciertamente, hay un miedo que depende de la obtención del título de secundaria, de que si los niños no dan lo mejor de sí para hincar los codos y “llegar a las notas”, sus elecciones vitales estarán para siempre condicionadas y arruinadas. Y, bajo el presente y anticuado sistema, están en lo cierto, pueden estar preocupados. Los extremos de este dilema son particularmente agudos y dolorosos.

Puede que los profesores tengan otras disyuntivas; por ejemplo, querer transmitirles a sus alumnos su propio amor por la lectura y la literatura, y saber, gracias a una amarga experiencia, que el efecto que tiene en muchos adolescentes de 15 años tener que estudiar La Tempestad o Jane Eyre o El Quijote es exactamente la opuesta.

No todo el mundo es lo bastante valiente (o insensato) para actuar como el carismático y rebelde personaje de Robin Williams (John Keating) de El Club de los poetas muertos, o Hector (Richard Griffith) de Los chicos de Historia. Los políticos que juguetean despreocupadamente con la elección de los libros de texto rara vez dedican más tiempo en la escuela del que necesitan para salir en la foto, de modo que no tienen idea del daño y estrés que sus dogmáticas creencias y prejuicios pueden estar causando.

Muchos profesores se sienten atrapados entre la espada y la pared, entre sus propios valores y pasiones y los resultados que se les exigen.

Mi instituto realmente me dio una educación genial. Me saqué con nota el título de secundaria y muchos dieces. Siempre participaba en las obras y las competiciones de teatro, y gané varias veces. Participé en varias actividades extracurriculares y, como delegado del instituto, tuve oportunidades de hablar en público en plataformas locales, nacionales e internacionales.

Aun así, cuando llegué a Oxford, me encontré a mí mismo rehuyendo los grupos de teatro, los debates e incluso mi sincera participación en el curso; cosas que había adorado y realizado con naturalidad en el instituto. ¿Qué faltaba? ¿Por qué cambió mi mirada tan drásticamente?

Creo que fue porque, en tanto que alumno “dotado”, estaba constantemente protegido del riesgo. El aprendizaje académico me llegó de forma natural, de modo que nunca experimenté una dificultad real y eso me permitió brillar felizmente y exitosamente durante el instituto. Aunque fuera excelente en muchas maneras, mi educación me permitió -y casi me alentó a ello- a desarrollar una aversión al riesgo y al fracaso. Hasta el día de hoy aún no he montado en bicicleta. Cuando era niño lo probé una vez -me caí y me dolió- y no veo el sentido de volverlo a probar. Todavía me niego con tozudez a aprender sobre el mantenimiento del coche y la electricidad, y cualquier cosa que considere que está fuera de mi dominio de comprensión. ¡Cuán diferente habría sido mi vida si mi instituto (como muchos hacen ahora) hubiera alimentado deliberadamente un apetito por la aventura y una tolerancia al error!

Los jóvenes necesitan conocimiento: nadie discute eso. Pero necesitan algo más: necesitan los hábitos de la mente que les permitan convertirse en personas capaces de adaptarse, de responer y de cuidar. Y, como educadores, ahora sé que tenemos el poder de ayudarles con esto o bien entorpecerlos absolutamente.

Tom Middlehurst,
Director de investigación en SSAT (The Schools Network)

Tom tiene la sensación real de haberse vuelto conservador y frágil por el efecto de su aparentemente exitosa educación. A Bill le pasó lo mismo; fue a Oxford para estudiar Literatura Inglesa, y allí descubrió que se le había enseñado a encajar con el nivel diez del examinador en vez de a abrirse paso ante una novela o poema difícil y articular sus propias opiniones.

En el caso de otras personas (como la madre de Annie, que nos mandó las tristes reflexiones de su hija) sus preocupaciones giran más en torno a una cultura escolar que es desalmada o indiferente a los sentimientos, intereses y ansiedades de sus niños. No sirve de nada decirle a Annie que se “curta” y “deje de ser infantil”. Tiene todo el derecho del mundo a tener sus propias y más bien maduras inquietudes en torno a la crueldad contra los animales. Si se le dice que “se componga” y que niegue su propia sensibilidad moral, entonces su profesora estará posicionándose injustificadamente en un serio debate ético, y a Annie se le estará diciendo que sus recelos y reacciones no son válidos.

Muchos padres ven cómo sus amables y sensibles niños son tratados brutalmente por la cultura escolar. El bullying no necesita ser abierto y físico para ser tal, aunque a menudo lo sea. Los niños pueden ser muy descorteses y exclusivistas, y es tarea de los adultos moderar esos afectos. Annie sin duda no debería sentir que debe convertirse en una “friki” para tener amigas. Está tratando de curtirse y resistir, pero cuando se tienen 11 años se debería poder contar con algún apoyo.

Annie tuvo suerte de no ir por el mismo camino que Chloe, que empezó a autolesionarse cuando sólo tenía 12 años como una forma de luchar con su infelicidad en la escuela. En una entrevista en The Independent de octubre de 2013, Chloe decía: “Un día en clase me clavé las uñas en el brazo para dejar de llorar, y me sorprendió lo mucho que me distraía el dolor físico del emocional. Tras no mucho tiempo me rasguñaba a mí misma regularmente, cada vez más fuerte”. En 2012-2013, unos 5.000 adolescentes de 10 a 14 años recibieron tratamiento por autolesiones, un aumento del 20% respecto al año anterior. Muchas de sus preocupaciones surgían de la escuela.3 A continuación recogemos otro par de experiencias narradas por sus madres.

Mi hija era como el círculo que se pretende encajar en un cuadrado, y eso destruye el alma. Llevaba a la escuela a esta preciosa niña pequeña para recoger después a una persona realmente derrotada.

Es bastante creativa y soñadora. Mira por la ventana, ve una nube y se inventa una historia; pero los profesores le gritaban para que se concentrara en su trabajo... Se volvió más insegura, más deshinchada, lloraba más. Siempre había dormido bien, pero empezó a pasear arriba y abajo por las noches.

Se volvió mucho menos confiada. Estaba tan agotada por la carga de trabajo que se quedaba como en la inopia. De modo que sus despertares no son muy felices... y esto no es vida.

Sandy, madre de una niña de 6 años

Como madre quieres que tus hijos se sientan felices, emocionalmente seguros, que disfruten. Cuando ves a tu niño entrando en espirales negativas, es bastante agotador...

Me di cuenta realmente de lo que pasaba cuando una vez, mientras estaba mirando hacia la ventana con un aspecto devastado, vio una piedra con una grieta y dijo: “Así es como me siento; rota por dentro”.

Pippa, madre de una niña de 5 años

OTRAS VISIONES

En un artículo periodístico leemos: “Recién salidos del instituto e ‘incapaces de funcionar’ en el lugar de trabajo”. Hoy ha salido a la luz que más de cuatro de cada diez empleadores se ven obligados a brindar formación en inglés, matemáticas y tecnologías debido a que los adolescentes salen del instituto carentes de las competencias básicas.4

No sólo son los padres (y muchos profesores) quienes están insatisfechos con el sistema educativo. Hoy en día se pueden encontrar distintas variantes del titular que reproducimos arriba en muchos periódicos británicos, ya que los empleadores se quejan de que el bagaje que los jóvenes ‘sacan’ de la escuela al salir a los 16 o 19 años, no incluye las competencias clave necesarias para enfrentarse a un puesto de trabajo. En 2012, la organización de empleadores, la Confederación de Industrias Británicas (CBI, por sus siglas en inglés)5, realizó un concienzudo informe en el que insta al desarrollo de una declaración clara, ampliamente admitida y estable de cuáles son los resultados que todas las escuelas se comprometen a brindar. Estos, argumenta el informe, deben “ir más allá de lo meramente académico, y abarcar los comportamientos y actitudes que las escuelas deben fomentar en todo lo que hacen”.

Esta declaración debe ser el punto de referencia con el que juzguemos todas las nuevas ideas en cuanto a políticas, escuelas y estructuras que establezcamos para supervisarles. ¿Hay buenas razones para suponer que determinadas modificaciones mejorarán los resultados deseados? Si no los van a mejorar, mejor no intervenir. El informe señala que “a menudo en el Reino Unido se fijan unos objetivos [educativos] que quedan muy bien... pero rara vez se aclara cómo los va a aplicar el sistema”, o cómo van a evaluarse. “Y el modo de impartirlos es algo que se juzga por medio de una medida institucional -los resultados de los exámenes- que a menudo no están bien vinculados con los objetivos que se fijan a nivel político”.6

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