Agradecimientos

A Carlos Puig, por acompañarme en este viaje y ocuparse de todo lo importante mientras escribía este libro.

A Laura Pérez, porque practicamos juntas la sororidad y por su sensibilidad con lo políticamente correcto.

A Paloma Sánchez, por sus críticas constructivas y por ponerme los puntos sobre las íes.

A Anna y al resto del equipo por sus sugerencias, aportaciones y trato excepcional.

1. ¿Y si eres feminista y no lo sabes?

Qué es el feminismo

Nunca he sido capaz de averiguar qué es exactamente el feminismo: lo único que sé es que la gente me llama feminista siempre que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo.

REBECCA WEST

Si tienes este libro en tus manos, es posible que ya sepas de qué va el feminismo o sientas curiosidad por saber un poco más para trabajarlo con tus criaturas. Puede que seas una feminista comprometida, un aliado o alguien ha pensado que puedes llegar a serlo y dejar un legado de justicia social e igualdad a las futuras generaciones. En cualquier caso, tienes que saber que, una vez que te has puesto las gafas violetas, verás el mundo a través de un filtro feminista para siempre. Y a la hora de educar a nuestras criaturas, verás lo necesarias que son esas gafas.

Aunque ella no lo sabía entonces, mi madre me educó en el feminismo. Crecí en una familia burguesa de Madrid a finales del siglo XX, un entorno muy diferente al que tenían las primeras sufragistas, me temo: mi padre era empresario y mi madre no trabajaba fuera del ámbito doméstico. Podría decir que ella trabajaba en casa llevando el peso de las tareas del hogar y el cuidado de sus cuatro hijos, pero la verdad es que siempre hubo personas que se ocupaban de ese tipo de cosas. Lo que sí hizo fue responsabilizarse íntegramente de nuestra educación y bienestar. Era una mujer excepcional, cariñosa, irónica, honesta, inteligente y de mentalidad bastante abierta para haber tenido una educación y un entorno absolutamente conservadores; sin embargo, una víctima consciente del patriarcado, que no se cansaba de decirme: «Para ser libre no puedes depender nunca de un hombre, tienes que ser económicamente independiente». Ese fue mi primer contacto con el feminismo. Me animó a que me sacara el carnet de conducir y condujera, a que estudiara lo que yo quisiera, a que luchara por mis ambiciones personales y profesionales y a que no entregara mi vida en exclusiva a una familia. Ella cofundó una asociación de mujeres en las artes para visibilizarlas en un sector tan masculino: «¿sabes las pocas pintoras y escultoras que han pasado a la historia del arte? A muchas les han robado sus trabajos los hombres y otras han sido ninguneadas». Con todas sus actitudes y actos, me abrió la ventana a la reivindicación feminista.

Te reto a que hagas una prueba. Di que eres feminista (o aliado del feminismo, si eres hombre) en cualquier entorno social y, en el mejor de los casos, tendrás que soportar alguna cara de desaprobación. Si se sienten con confianza, te dirán que eres radical. Feminismo es una palabra que incomoda, que muchas mujeres con conciencia, justicia social y actitudes feministas se niegan a mencionar, incluso. Tenemos tan interiorizado el sometimiento que nosotras mismas somos censoras y boicoteadoras de nuestra propia lucha. Me temo que este es uno de los muchos triunfos del patriarcado: las mujeres que, siendo feministas (porque creen en la igualdad y la justicia social), se niegan a admitirlo están restando valor a una lucha que, durante tantos años, gestaron nuestras predecesoras.

Algunas personas te dirán frases como esta: «Los extremos no son buenos, ni machismo ni feminismo: igualdad». Por supuesto que las feministas no queremos discriminar a los varones (para eso harían falta siglos de sometimiento y el ejercicio de la violencia sobre ellos de forma sistemática), pero esas personas no saben lo que significa la palabra feminismo.

Según la definición de la Real Academia Española, el feminismo es «la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres» (sic). Aunque, como dice Nuria Varela,1 han pasado tres siglos y los académicos todavía no saben de qué va el feminismo: la doctrina feminista se ha construido para establecer que las mujeres son demandantes de su propia vida; por lo tanto, ni el hombre es el modelo al que equipararse ni es el neutro que se puede usar como sinónimo de persona. En el movimiento feminista las mujeres tomamos conciencia de la opresión y la explotación que recibimos por parte de los varones y reivindicamos nuestra libertad y nuestros derechos.

Es posible que otras personas no se sientan representadas cuando escuchan o leen las opiniones de diferentes feministas sobre temas controvertidos, y que piensen que no van con ellas. Es bastante normal, porque hay muchos feminismos y no todos son iguales, ni todos defienden los mismos derechos de la misma manera ni visibilizan las mismas injusticias. Es cierto que las feministas queremos justicia y libertad para las mujeres, pero para unas y otras varía la forma de organizar esa justicia y esa libertad, por lo que también es feminismo ese que se ajusta a tus propios valores, siempre que busque la justicia y la libertad de las mujeres.

También hay mujeres que dicen no haber sentido nunca la opresión del patriarcado. A ellas hay que recordarles una frase de Rosa de Luxemburgo que dice lo siguiente: «Quien no se mueve no escucha el ruido de sus cadenas». Seguramente, estas mujeres están acomodadas en el patriarcado y nunca han sentido la necesidad de salir de él, por lo que ni sienten las cadenas ni les molestan (no perciben la opresión). Tampoco son conscientes de las desigualdades ni de las injusticias, de que los puestos de poder y toma de decisiones están en manos de los hombres y de que estos organizan las leyes, la economía y la sociedad para beneficiar al hombre blanco heterosexual.

Las mujeres estamos sometidas a la violencia simbólica,2 aquella que se ejerce de forma subrepticia, invisible, sin que el oprimido sea apenas consciente de ella. Las sometidas consideran que su lugar en el mundo es el que es, y ni siquiera son conscientes de las desigualdades ni se plantean levantarse contra el opresor. Con la excusa de mantener el orden social se perpetúa este tipo de violencia: ¿por qué el lenguaje se construye siempre en masculino genérico, y muchas mujeres lo consideran perfectamente normal?, ¿por qué las mujeres se cosifican y se muestran como objetos sexuales en la publicidad? Y lo más importante, ¿cómo es que no salimos a la calle y hacemos una revolución ante tantas desigualdades? Porque la sociedad no ve las injusticias e incluso ha sido capaz de normalizarlas.

Por este motivo, lo primero que tenemos que enseñarles a nuestras criaturas es que el machismo existe y se manifiesta de muchas formas, a veces de forma imperceptible. Deben tenerlo presente para poder detectarlo y combatirlo. Tenemos que hablarles del feminismo, y de que es la única manera que existe para combatir el machismo.

Nada más nacer con el sexo femenino, el patriarcado nos pone un corsé. Incluso en los países occidentales, donde las mujeres creemos que hemos avanzado con algunas leyes que nos equiparan, este corsé nos impide llegar a puestos de responsabilidad, poder y, además, nos somete a la voluntad masculina y a importantes desigualdades sociales. En el momento en el que las mujeres oprimidas tomamos conciencia de nuestro estado y reclamamos la igualdad de derechos, nace la conciencia feminista.

El feminismo exige eliminar la opresión del patriarcado, los estereotipos sexistas, las agresiones sexuales, la violencia sobre las mujeres y la visión androcéntrica de la sociedad. ¿Todavía crees que hemos alcanzado la igualdad? Ahí reside el gran éxito del machismo, en normalizar todas las desigualdades y hacernos creer que las personas somos iguales. Vamos a usar el paralelismo con las personas de ojos azules: si al nacer las marcaran con pendientes, si tuvieran un 23 % menos de sueldo en el mismo puesto de trabajo, si históricamente el resto de personas les hubieran usurpado su espacio, silenciado sus éxitos, si supiéramos que se las deja hablar menos, dar menos su opinión, si su opinión valiera menos que la del resto de las personas y si en los últimos años se hubiera asesinado a más de 800 miembros de la comunidad de ojos azules en nuestro país, pensaríamos que tenemos un grave problema, ¿verdad? Pues este es el grave problema social que tenemos realmente: el machismo.

Simone de Beauvoir3 dice que no se nace mujer, se llega a serlo a través de construcciones sociales. Igualmente, Ana de Miguel4 dice que en el momento en el que nacemos construyen nuestro género con elementos externos. Cuando nace un bebé, la decisión de ponerle pendientes o no se toma en función de si es una niña o un niño. A las niñas se les agujerean las orejas y se les pone un faldón rosa, y a los niños se les ponen patucos azules. Este es el comienzo: los elementos externos de construcción de género van a conformar la manera de ser una niña o un niño, algo que, a la larga, va a perjudicar a las niñas y a las mujeres con desigualdades sociales evidentes. Marcar a una niña con pendientes es más que un símbolo: le estás diciendo cómo tiene que ser una niña, estás construyendo su género (cómo tiene que comportarse, cómo tiene que actuar y vestirse). Eso construye estereotipos sexistas, y esos estereotipos le asignan, entre otros, un rol sumiso y débil, la asunción de que es menos inteligente que los chicos y más presumida, la prescripción, por parte de la sociedad, de que para ella son las tareas de cuidado y responsabilidad en el hogar y que el poder y el control son cosa de hombres. También significa que, solo por el hecho de ser mujer, va a tener más posibilidades de control, agresiones, violaciones o incluso muerte por violencia machista.

El feminismo, además, es fundamental para los niños: ellos no son libres para expresarse como quieran, la sociedad les impone cómo tiene que ser su masculinidad y les impide realizarse de forma plena. Les dice que no pueden ser sensibles, ni delicados ni complacientes. Les dice que deben ser valientes, fuertes y responsables del dinero que entra en el hogar. La construcción de cómo tiene que ser un chico debe revisarse, porque ellos también tienen derecho a decidir cómo quieren ser y no ajustarse a los clichés que les presuponen de una manera o de otra.

En vista de lo perjudiciales que son los estereotipos, cuando nacieron mis hijas, no les perforé las orejas pensando que les estaba dando libertad para elegir qué tipo de niña y mujer querían ser. Intenté elegir juguetes neutros y vestirlas con cierta neutralidad. Cuando paseaba por la calle, la gente me decía que qué niño más rico, pero a mí no me importaba en absoluto y me negaba a coartar su libertad desde tan pequeñas…, ilusa de mí, mis hijas tenían la libertad cercenada desde el día en que nacieron, independientemente de lo que yo hubiera hecho. Lo único que quizás les he dado, actuando de esta manera, es poder sobre ellas mismas. Se pueden llevar pendientes y ser feminista, por supuesto, pero ¿no es mejor elegir nosotras qué tipo de mujeres queremos ser? ¿Y no es mejor que los niños decidan también cómo ser hombres?

Estos estereotipos destruyen nuestras capacidades, nuestra autoestima y nuestra forma de concebir el mundo. Los pequeños gestos cotidianos de cada una y cada uno pueden llegar a cambiar el mundo, pero necesitamos una conciencia global para avanzar de verdad. El feminismo reivindica que la construcción social que se tiene del sexo femenino y masculino tiene que cambiar: que para que las mujeres lleguen a puestos de responsabilidad y poder, para que se elimine la violencia machista y para que exista una corresponsabilidad real en el hogar, la sociedad en pleno tiene que asumir la desigualdad y apoyar el feminismo, nosotras como feministas y los hombres como aliados. Y eso debe hacerse desde el momento en el que nacemos.

Esto significa que los varones van a perder muchos privilegios por el camino, que en este momento disfrutan y que son consecuencia directa de esta desigualdad. Veamos, ¿por qué, hasta hace muy poco, era el apellido del padre el que se daba por defecto a las hijas e hijos nacidos dentro de un matrimonio? Con igualdad real, los hombres han perdido ese privilegio. Eso no significa que nosotras quisiéramos una posición superior a la suya y que, a partir de ahora, sea el apellido de la madre el primero, no; queríamos igualdad. Y sí, si alcanzamos la igualdad, ellos van a perder privilegios como este. Pero la sociedad entera va a ganar.

Nuestra desigualdad va desde la brecha salarial hasta los asesinatos machistas: desde que se contabiliza, como dice Nuria Varela,5 en España han sido asesinadas el mismo número de mujeres por violencia machista que personas asesinadas por ETA en toda su historia. Los motivos que llevan a un hombre a asesinar a una mujer se gestan durante su infancia y adolescencia: un niño no nace machista, la sociedad en la que vivimos lo configura como tal.

Un adulto machista no se crea de la noche a la mañana, son muchos años de detalles, a veces inapreciables, los que van formando su mentalidad: asumir que el color rosa es una cosa de chicas es el comienzo de una mentalidad cerrada a los estereotipos de género, y de ahí se pasa a pensar que el sexo femenino no puede jugar con camiones, o al fútbol, porque son más débiles, se asume que las chicas no son buenas en matemáticas, que son menos inteligentes, que tienen capacidades inferiores o diferentes, que son más sumisas, que se ocupan de los cuidados y de la casa, que tienen que ser dóciles, que tienen que ser precavidas con su sexualidad, que tienen que ser coquetas y preocuparse por su aspecto físico, que tienen que ser controladas, piropeadas, enseñadas y deben tener cuidado…, hasta que un día te has convertido en un hombre machista y en una mujer sometida que asume el patriarcado.

Esto nos convierte en un colectivo frágil, que necesita una gran conciencia social para avanzar, para deshacernos de toda la presión heteropatriarcal.

En los institutos de Suecia es lectura obligatoria el libro de Chimamanda Ngozi Adichie titulado Todos deberíamos ser feministas. Los países más avanzados son conscientes de que una educación en el feminismo (es decir, en la igualdad) es necesaria para una sociedad mejor.

Este es el momento. De nuevo parece que resurge con fuerza y cada vez se oyen más en los medios las palabras feminismo y empoderamiento femenino. Sin embargo, el nivel de machismo no disminuye. Sigue sin haber modelos claros a nuestro alrededor de mujeres poderosas en la política, en el entorno económico, en el cultural (escritoras, cineastas, artistas) o en el científico-tecnológico (ingenieras, arquitectas, investigadoras); los hombres siguen sin responsabilizarse y asumir como suyas las tareas del hogar y de los cuidados; los hombres siguen maltratando, violando y asesinando. Ha llegado el momento de empoderar a las niñas para que sean libres feministas y coeducar a los niños para convertirlos en aliados del feminismo. La educación que les damos a nuestras criaturas ahora no puede olvidarse del feminismo, que es la base para una sociedad realmente justa.

Nuestras predecesoras

El movimiento feminista comenzó cuando las mujeres fueron conscientes de las injusticias que se cometían contra ellas solo por el hecho de ser mujeres, y se rebelaron contra esa opresión. Antropológicamente no está demostrado que, antes del Neolítico, los roles estuvieran tan estereotipados como se piensa: ni la mujer se quedaba siempre en la cueva criando la descendencia ni el hombre era el que salía a cazar. Según muchos estudiosos del tema, esta es una construcción de clichés relativamente reciente de la sociedad, que está directamente influenciada por la concepción actual de la familia, las jerarquías de poder actuales y por el peso del pensamiento judeocristiano.

Siempre ha habido mujeres que han roto con los estereotipos, que han destacado a lo largo de la historia, y muchas de ellas lucharon de alguna manera por sus derechos igualitarios: en el siglo III a. C., Hiparquía de Maronea fue una de las primeras mujeres filósofas: en lugar de tejer y dedicarse a las tareas domésticas, se dedicó al estudio y la filosofía, enfrentándose a la incomprensión de la sociedad. Hipatia de Alejandría, que fue una importante astrónoma, matemática y filósofa del siglo IV, fue la primera en evidenciar el movimiento elíptico de la Tierra alrededor del Sol, en contra de lo que decía Ptolomeo.

Ana de Miguel6 cuenta que Guillermine de Bohemia creó una iglesia a finales del siglo XIII dirigida solo para mujeres y basada en la premisa de que la redención de Cristo no había alcanzado a la mujer y que Eva no había sido salvada. A ella acudían mujeres del pueblo, burguesas y aristócratas.

Pero la que ha pasado a la historia como una de las iniciadoras del pensamiento feminista es Mary Wollstonecraft. Cuenta Rosa Cobo Bedia7 que esta pensadora inglesa creció en un hogar con un padre violento y alcohólico con escasos recursos económicos. No fue instruida como el resto de las niñas de la época, porque apenas fue educada en general, lo que hizo que tuviera una visión mucho más completa de la situación en la que vivían las pequeñas damas de la sociedad. Escribió en 1787 Reflexiones sobre la educación de las niñas, donde habla sobre la necesidad de una pedagogía que no discriminara a las niñas y critica una educación dirigida a que fueran adornos sociales. Pero fue en 1792 cuando escribió la obra fundacional del feminismo: Vindicación de los derechos de la mujer. Es aquí donde censura una educación que convertía a las niñas en débiles de carácter, que se las educaba para el matrimonio y no para ser seres humanos completos e independientes.


El feminismo ha pasado por diferentes olas o etapas:8

CUÁNDO

¿QUÉ PEDÍAN LAS MUJERES?

FEMINISTAS DE LA ÉPOCA

Primera ola. Desde los inicios de las primeras reacciones frente a las desigualdades hasta comienzos del siglo XIX.

Se toma conciencia de la inferioridad de las mujeres y estas pedían derechos esenciales, como educación, trabajo, derechos en el matrimonio, con respecto a los hijos y derecho al voto. La Revolución francesa fue un momento clave.

Christine de Pizan escribió La ciudad de las damas.

Poulain de la Barre escribió La igualdad de los sexos.

Mary Wollstonecraft escribió Vindicación de los derechos de la mujer.

Olimpia de Gouges fue guillotinada por Robespierre en 1791 al defender que la tiranía del hombre limitaba los derechos de la mujer.

Segunda ola (siglo XIX-XX).

Abarca el movimiento sufragista, que comenzó a mediados del siglo XIX en Inglaterra y Estados Unidos, en el que las mujeres pedían derechos civiles fundamentales, como el voto, derechos sobre sus propios hijos, administrar sus propios bienes o la educación superior. En ese momento, incluso, reivindicaban el mismo salario por el mismo trabajo (¿te suena?). Termina a mediados del siglo XX.

Emily Wilding Davison, que muere arrollada por el caballo del rey durante una competición cuando pedía el voto femenino en Inglaterra.

Elizabeth Cady Stanton convoca en Seneca Falls a mujeres y hombres para discutir sobre los derechos y la condición social, civil y religiosa de la mujer. Tras esa reunión, firman la Declaración de Seneca Falls. 21 años después, el Estado de Wyoming es el primero en reconocer el derecho al voto de las mujeres.

Flora Tristán fue activista del movimiento obrero y feminista.

Simone de Beauvoir escribe El segundo sexo.

Tercera ola (comienza en la década de 1960).

Se inicia en Estados Unidos. Las mujeres, que ya habían conseguido el voto y derechos de plena ciudadanía, se dan cuenta de que siguen relegadas al hogar. Reivindican su sexualidad y son conscientes de que las estructuras sociales fomentan las desigualdades, los estereotipos de género, la cosificación y la violencia contra la mujer.

Betty Friedan escribe La mística de la feminidad y pone de manifiesto la insatisfacción de las mujeres amas de casa en Estados Unidos; crea, además, la Organización Nacional para las Mujeres (NOW) y se convierte en un icono del feminismo liberal, un tipo de feminismo que, tal y como explica Ana de Miguel,9 se caracteriza por definir la situación de las mujeres como de desigualdad –y no de opresión y explotación– y por postular la reforma del sistema hasta lograr la igualdad entre los sexos. En contraposición surge el feminismo radical, donde las mujeres se organizan de forma autónoma, se declaran antisistema y se constituye el Movimiento de Liberación de la Mujer. A este movimiento pertenecen dos obras fundamentales: Política sexual, de Kate Millett, y La dialéctica del sexo, de Shulamith Firestone.

El movimiento feminista ha sido muy variado y las mujeres han luchado por sus derechos y por la libertad de formas muy distintas. Hoy en día, muchas de esas diferencias continúan en los distintos feminismos, pero hay un objetivo común, que es que las mujeres seamos realmente libres. Gracias a la institucionalización del feminismo y a la Declaración de Atenas de 1992, se empiezan a realizar políticas abiertamente feministas hechas desde el Estado o por líderes mundiales. Sin embargo, todavía queda mucho recorrido.

Ahora que las mujeres hemos conseguido acceder a puestos de responsabilidad y poder (en un porcentaje ínfimo: en el Tribunal Supremo, por ejemplo, hay 11 mujeres juezas frente a 68 varones)10 y estamos consiguiendo cambios culturales y sociales importantes, es muy peligrosa la difusión de la idea de que la igualdad está conseguida, ya que está horadando el feminismo al que tienen que enfrentarse las nuevas generaciones, y nos estamos encontrando con adolescentes que perpetúan el machismo con mucha más intensidad que en las generaciones anteriores: chicos que controlan a sus novias por el móvil y las redes sociales, que las humillan y maltratan. Palabras como sexting, ciberbullying, bullying sexual. Chicas que se entregan al mito del amor romántico, que consienten formas de control y que se cosifican a sí mismas. Sigue sin existir igualdad real, los varones ocupan los espacios de las mujeres en todos los ámbitos, en las conversaciones, en el poder, en la política, en el trabajo, en los lugares físicos…, y continúan las agresiones sexuales, las violaciones, la violencia machista y los asesinatos machistas.

Han sido muchísimas las mujeres que han abanderado el feminismo, bien con un comportamiento revolucionario o bien desde el pensamiento, la filosofía, la literatura y la política. Esas mujeres han sido torturadas, maltratadas, violadas y asesinadas por defender derechos tan fundamentales como el acceso a la educación, el voto femenino o la independencia económica de las mujeres. Hoy, en España, somos libres de abrir una cuenta en un banco, de viajar solas, de estudiar, de trabajar, de gestionar nuestro propio dinero y de vivir la vida que queremos, gracias a ellas. Eso no se nos puede olvidar nunca: las libertades que hoy disfrutamos las mujeres y que consideramos esenciales las hemos conseguido gracias a feministas que fueron incomprendidas en su época.

Feminismo. La palabra maldita

Hay muchas personas que están a favor de impulsar que las mujeres tengan derechos completos, pero se niegan a denominarse a sí mismas feministas. Esto se debe a su mala prensa: los medios de comunicación, sectores ultraconservadores y misóginos, incluso algunos libros de texto se han encargado de que la palabra parezca un antónimo del machismo y consideran que la solución no es poner a la mujer en el lugar del opresor. En eso, todas las feministas estamos de acuerdo: para su tranquilidad, tienen que saber que el feminismo no es lo contrario del machismo, ya que el feminismo es la lucha contra el machismo, pero no es machismo a la inversa. A otras personas les parece una palabra de otra época. Otros se preguntan entonces por qué no podemos llamarlo igualdad o equidad: sencillamente, significan cosas diferentes.

El problema de llamarlo igualdad o equidad es que las mujeres no reclamamos igualdad porque la igualdad equipara, y no somos iguales (porque no partimos de la misma realidad), por lo que no necesitamos leyes exactamente iguales, sino leyes justas. Es decir, como las mujeres partimos con desventaja sobre algunos aspectos, necesitamos leyes específicas. Por ejemplo, necesitamos una ley del aborto, leyes que nos protejan íntegramente de la violencia machista, una ley de igualdad de salarios en el entorno laboral, leyes de corresponsabilidad y muchas más que los varones no necesitan. Las mujeres necesitamos leyes que corrijan la infrarrepresentación femenina con cuotas, por ejemplo.

Además, no solo queremos leyes feministas, también queremos una sociedad feminista que valore los logros de las mujeres, que les permita acceder al poder y a la toma de decisiones.

De todas formas, no tiene ningún sentido buscar una palabra cuando ya tenemos una que es perfecta para definir un movimiento que lleva siglos de historia. Resulta cuanto menos curioso que, a pesar de que todo el lenguaje que utilizamos tenga una visión completamente androcéntrica, con el uso del masculino como genérico, a muchas personas les cueste asumir una palabra que hace referencia a lo femenino para un movimiento de mujeres. Volvemos al patriarcado que tenemos grabado a fuego sobre nosotras y sobre ellos: todo el lenguaje puede estar construido sobre el masculino genérico y no tenemos derecho ni a reclamar un lenguaje inclusivo, pero en cuanto surge una palabra que, etimológicamente, no los nombra, tenemos un grave problema.

Para desprestigiar el movimiento feminista, ya se han encargado de utilizar palabras como feminazi o hembrista.

El feminazismo es una expresión popularizada por un locutor de radio norteamericano que la utilizó para referirse a las mujeres que defendían el derecho al aborto. Después se ha utilizado de forma habitual para desprestigiar el movimiento feminista.

El hembrismo sería el equivalente antónimo del machista, falsa superioridad de la mujer. Pero es una falacia imposible de concebir porque necesitaríamos siglos de dominación femenina para discriminar, humillar y ejercer violencia con los hombres por el mero hecho de ser hombres. Y en ningún caso es el objetivo del feminismo.

El patriarcado, el machismo, el sexismo y la misoginia

Vamos a detenernos en estos conceptos para entender un poco mejor el movimiento feminista y saber contra qué lucha exactamente.

Estoy segura de que la escena que voy a explicarte a continuación la has vivido muchas veces: estás cenando en casa de amigas y amigos y, al acabar la cena, las mujeres nos levantamos para recoger los platos, como si tuviéramos un resorte, mientras los hombres continúan sentados disfrutando de la sobremesa. Lo voy a decir claramente por si alguno no se siente identificado: eso es una conducta típica machista. En esta situación, el hombre asume (consciente o inconscientemente) que su cometido no es recoger la mesa y las mujeres asumimos que tenemos que hacerlo (consciente o inconscientemente). Muchos ni se lo plantean. Otros muchos se lo plantean, pero se hacen los despistados. Algunos se levantan y ayudan a recoger la mesa (ayudan, peligrosa palabra). Te cuento esto para que identifiques cómo funciona el patriarcado: muchas circunstancias cotidianas que toleramos las mujeres son absolutas muestras de machismo, sexismo y misoginia. Y esta es una pequeñísima anécdota.

El patriarcado es una organización social en la que el hombre tiene el poder. Ahora mismo, en nuestra sociedad, todos los poderes los tienen los hombres: el poder político, financiero, económico, cultural y social. Toda nuestra sociedad está estructurada de manera que el hombre es el que toma las decisiones y es la medida de todas las cosas: el lenguaje se estructura en masculino genérico, los puestos de responsabilidad y poder en las empresas y en la política están en manos masculinas, la construcción social del sexo está enfocada al placer sexual masculino (prostitución, pornografía, coito), las familias se estructuran con un cabeza de familia masculino que, hasta hace muy poco, era el que daba el apellido, los varones ocupan los espacios de las mujeres en todos los ambientes sociales, el hombre es el que viola, maltrata y asesina.

El machismo es una forma específica de organizar las relaciones entre los géneros y es un conjunto de actitudes aprendidas con las que se mantiene el orden social, en el que las mujeres son discriminadas, humilladas, invisibilizadas y sometidas. Los varones asumen la virilidad, la fuerza, el espacio y la posesión de la razón, y esto les otorga un puesto de superioridad del que se benefician. Se manifiesta con las actitudes de los propios varones.

Como explica Varela,11 el sexismo es «el conjunto de todos y cada uno de los métodos empleados en el seno del patriarcado para poder mantener en situación de inferioridad, subordinación y explotación al sexo dominado: el femenino. El sexismo abarca todos los ámbitos de la vida y las relaciones humanas». Es decir, es una ideología que «defiende la subordinación de las mujeres y todos los métodos que utiliza para que esa desigualdad entre hombres y mujeres se perpetúe». El sexismo está institucionalizado, por lo que el lenguaje o las leyes que provocan desigualdades son las manifestaciones del sexismo.

La misoginia es el odio y la aversión a las mujeres y las niñas.

Todas estas formas pueden manifestarse de muy distintas maneras: delegando las tareas del hogar y los cuidados a la mujer, humillándola, cosificándola, invisibilizándola, ejerciendo control y violencia sobre ella…, a veces no son comportamientos tan extremos, y vemos cómo los hombres se sientan en el metro abriendo las piernas, pueden hacer chistes y comentarios despectivos hacia las mujeres, pueden interrumpir a las mujeres, pueden invadir su espacio en las conversaciones, silban y molestan a las mujeres por la calle, piensan que algunas mujeres son zorras o frescas por vivir su sexualidad como ellas deciden o asumen que no tienen la misma capacidad en el deporte «porque es una chica». Todo esto son las cosas que aprenden nuestras criaturas desde la infancia.

Mujeres sexistas y sororidad

Algunas feministas defienden que no existe la mujer machista. Esto se explica porque las mujeres y los hombres nos hemos criado en un sistema patriarcal, así que algunas mujeres pueden asumir comportamientos machistas e incluso compartir con algunos hombres las mismas ideas con respecto al sometimiento de la mujer, pero ellas no se benefician nunca del machismo y son víctimas alienadas de este, lo que las convierte en mujeres «colaboracionistas involuntarias del machismo», como dice Barbijaputa.12

Echar la culpa a las propias mujeres de perpetuar el machismo es hacer responsables a las víctimas de su situación: es como si culpáramos al esclavo por no rebelarse contra el que lo esclaviza. Otra cosa es que nos duela más que las mujeres perpetúen el machismo, pero eso no significa que sean peores, en el fondo es otro triunfo más del patriarcado, que cuenta con aliadas dentro de las oprimidas. Como bien explica Simone de Beauvoir, el opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos.

Dice Caitlin Moran13 que que las mujeres digamos de otra, sarcásticamente, «está un poco calva» no es lo que ha impedido que las mujeres consiguieran ese 23 % menos de sueldo ni un puesto en el consejo de dirección. Se debe más a las decenas de miles de años de enraizada misoginia social, política y económica y al patriarcado. Y tiene razón. Es cierto que las mujeres podemos criticarnos unas a otras, incluso algunas son capaces de hacer y decir auténticas barbaridades de otras mujeres, pero nosotras no ejercemos el machismo.

Todas las mujeres tenemos que desaprender muchísimos comportamientos y verdades absolutas que tenemos grabadas a fuego en nuestro interior por haber crecido en un sistema patriarcal. Todas, en mayor o menor medida. Pero eso no significa que seamos machistas, somos víctimas de este sistema. Aquí surge la sororidad.

Según la RAE, la sororidad es la «agrupación que se forma por la amistad y reciprocidad entre mujeres que comparten el mismo ideal y trabajan por alcanzar un mismo objetivo» (sic).

Significa hermandad, hermanamiento. Las mujeres deberíamos apoyarnos y hacer críticas constructivas. Nuestra lucha es común, necesitamos empoderarnos, y para ello tenemos que estar unidas por la misma causa. Desde siempre hemos criticado y hemos juzgado los comportamientos de otras mujeres, pero ha llegado el momento de avanzar. ¿Que una mujer se cosifica a sí misma para disfrute de los hombres, y de ella misma? ¿Que otra no se considera a sí misma feminista, sino que cree en la igualdad? Es bueno hacerles ver que el feminismo es un camino común, que podemos equivocarnos, pero que tenemos que estar abiertas a seguir aprendiendo en este tema.

La sociedad feminista

Cada feminismo nos ofrece su mejor camino para conseguir la igualdad. Sabemos que toda la sociedad está estructurada para que triunfe el machismo, y podemos estar de acuerdo, o no, con las opciones que plantean algunos feminismos: que el capitalismo fomenta la desigualdad, o que el Estado tiene que ser responsable de ofrecer políticas que apoyen el movimiento feminista, o que hasta que la sociedad no asuma que el trabajo no remunerado dedicado a los cuidados y la responsabilidad del hogar es trabajo igualmente, no se puede avanzar, o que la liberación de las mujeres va a llegar con el desarrollo y la preservación de una contracultura femenina. En cualquier caso, en la sociedad actual en la que vivimos, es necesaria una conciencia feminista global y una educación en consecuencia, para que las criaturas que formamos en este momento sean impulsoras del cambio mañana.

Lo primero que tenemos que conseguir es que las niñas y las mujeres se consideren feministas a sí mismas, y los varones sean aliados del feminismo. Esta parte es fundamental, ya que una mitad del mundo muy poderosa (los hombres) no está dispuesta a perder sus privilegios. Mientras que no exista concienciación global, una sociedad completamente feminista será inalcanzable.

Y no debemos olvidar que las sufragistas fueron consideradas unas radicales en su época: hoy en día, ser feminista sigue siendo una postura radical, a pesar de que sencillamente busca una sociedad justa, igualitaria, donde la mujer no siga sometida al hombre.

··· TALLER FEMINISTA ··· Test: ¿Eres feminista o aliado del feminismo?

Contesta sí o no.

  1. Crees que las personas deberíamos tener los mismos derechos y ser tratadas de la misma manera.
  2. Crees que las personas deberían tener el mismo sueldo desempeñando el mismo trabajo.
  3. Crees que los hombres no tienen derecho a agredir, violar o asesinar a las mujeres solo por el hecho de ser mujeres.
  4. Crees que los hombres no tienen que controlar o influir en lo que hacen las mujeres incluso aunque sean sus parejas.
  5. Crees que la carrera profesional de una mujer es igual de importante que la carrera profesional de un hombre.
  6. Crees que las mujeres son libres para decidir si quieren casarse, o no; tener hijos, o no; pintarse los labios, o no; ponerse tacones, o no; limpiar la casa, o no.
  7. Crees que las mujeres, si tienen pareja, deben compartir el cuidado de los hijos e hijas, y del hogar, por igual.
  8. Crees que los hombres pueden llorar, expresarse como quieran y ser sensibles, y que las mujeres pueden tener puestos de poder, expresarse como quieran y ser fuertes.
  9. Crees que conseguir que las mujeres puedan votar, que puedan estudiar, que puedan decidir sobre su dinero, su trabajo y que puedan tener derechos para gestionar si quieren ser madres o no son logros importantes.
  10. Te das cuenta de que, como mujer, estás en inferioridad de condiciones y de oportunidades en la vida, y es posible que eso te incapacite inconscientemente para tener otro tipo de ambiciones.

Si tienes más síes que noes, lo siento, aunque no te identifiques con la palabra, eres feminista. Como dice Caitlin Moran:

«¿Qué es el feminismo? Solo la convicción de que las mujeres deben ser libres. ¿Que si eres feminista? Ja, ja, ja, por supuesto que sí».