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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Kristi Goldberg

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

De la pasión al amor, n.º 1158 - octubre 2017

Título original: Dr. Destiny

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-490-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Era Adonis disfrazado de médico, y estaba de pie junto a la puerta del despacho de Cassandra Allen.

Cassie centró toda su atención en Brendan O’Connor cuando él entró en la habitación y se sentó en una silla. Su alborotado cabello castaño indicaba que había tenido un día movido. Igual que sus ojos verdeazulados que hacían juego con su bata. Le cambiaban de color como a un camaleón para combinar con su atuendo y, a veces, en función de su humor. Él era un camaleón, aunque la mayor parte de la gente no pensaría eso de un hombre tan sereno y tranquilo. Pero Cassie lo conocía.

Consideraba que Brendan era un buen amigo y un experto neonatólogo, y no podía evitar sentirse atraída por él. La mayor parte de las mujeres que lo conocían se enamoraban un poco de él. Y ella no era una excepción.

Cassie cerró el archivador y, tras dar un golpecito con el bolígrafo sobre el escritorio, dijo:

–Bueno, ¿y qué he hecho yo para que hayas venido hasta aquí?

–Nada malo –dijo él con una pequeña sonrisa que hizo que a Cassie se le acelerara el corazón–. Solo quería decirte que creo que has tratado muy bien a los Kinsey.

Cassie restó importancia al cumplido.

–Así es el trabajo social. Además, son buenos chicos.

Brendan dejó de sonreír.

–Niños teniendo niños. Les das unas cervezas, se les activan las hormonas y mira lo que pasa. Gemelos prematuros.

Ella bebió un trago de café frío e hizo una mueca. Estaba malísimo, pero era lo único que tenía para humedecer la garganta.

–Al menos, los Kinsey tienen un buen apoyo –y al menos los bebés tenían unos padres que los querían, algo que Cassie nunca había tenido–. No tienen dinero, pero estoy tratando de solucionarlo.

–Tampoco tienen el título de bachiller –Brendan retiró la silla y puso los pies sobre la mesa–. Haré que esos bebés se pongan bien y después los mandaré a casa.

Cassie conocía a Brendan desde hacía más de seis meses y, puesto que era una de los trabajadores sociales del hospital San Antonio Memorial, había trabajado con él en varias ocasiones. Sin embargo, nunca lo había visto criticar a los padres de sus pacientes.

Aunque a veces era muy difícil saber qué era lo que estaba pensando, Cassie había aprendido a notar si algo lo molestaba. Y esa tarde había algo que lo molestaba.

–¿Cuál es el problema, Brendan?

–¿Qué quieres decir? –preguntó él mirándola.

–Vamos. Estás hablando conmigo. Cassie la clarividente, ¿recuerdas? –sonrió al pronunciar el apodo que ella misma se había puesto después de acertar lo que él estaba pensando en más de una ocasión. Él ya no intentaba ocultarle sus pensamientos, quizá porque se sentía cómodo con ella. Así era la amistad, y cada día que pasaba, Cassie valoraba más la amistad que tenía con él.

Permitió que se quedara unos minutos en silencio. Había aprendido que era mejor no presionar a Brendan. Tarde o temprano, él hablaría.

Él suspiró y una nube de tristeza empañó su mirada.

–Creo que el bebé de los Neely no sobrevivirá.

Cassie trató de buscar unas palabras de consuelo.

–La señora Neely dio a luz tras qué, ¿veintinueve semanas?

–Veintisiete. El bebé pesa poco más de dos libras, y tiene muchos problemas –se quedó en silencio unos instantes–. A veces me pregunto por qué hago esto.

Y Cassie también se lo preguntaba, pero Brendan nunca le había dado esa información. No era la primera vez que lo veía preocupado por uno de sus pacientes. E incluso a veces le parecía que se preocupaba demasiado.

Aparte del estrés, había algo que hacía que se preocupara. Algo personal. Ella nunca se lo había preguntado, y él nunca le había dado ninguna pista acerca de cuáles eran los motivos de su preocupación.

–Haces esto porque eres muy bueno en el área –dijo ella con optimismo–. Lo haces porque eres el mejor.

–Si tú lo dices.

–Lo sé.

–Tengo buenas noticias –dijo él.

Cassie le preguntó con interés.

–¿Has encontrado la chica de tus sueños?

Él esbozó otra sonrisa.

–Matthew Granger se irá mañana a casa con sus padres.

Cassie quería gritar con alivio, no solo porque el bebé de los Granger hubiera sobrevivido a su nacimiento prematuro, sino también porque Brendan no hubiera encontrado su media naranja. Eso no debía de preocuparla. Desde el momento en que se conocieron seis meses atrás, ella supo que estaban destinados a ser solo amigos, aunque a veces ella deseara algo más. Pero Brendan le había dejado claro que él no buscaba nada más que la amistad, y ella no quería complicar la relación que mantenían al confesarle sus sentimientos.

–Bien, Brendan, eso es estupendo –le dijo–. El doctor Granger y el doctor Brooke deben de estar contentísimos. Tienes que pensar en eso. Eres el responsable de ese pequeño milagro, y de muchos otros.

–No podría perder ni uno solo –quitó los pies de la mesa y se puso en pie–. Voy a largarme de aquí. Ya he soportado todo lo que puedo soportar en este sitio.

Lo que Cassie sabía con seguridad era que él no podía quedarse solo esa noche. ¿Y qué tenía ella en casa? Una casa vacía y un gato arisco. Nada muy atractivo. Y nada comparado con pasar la noche con Brendan O’Connor en un partido amistoso.

Lo único que podía hacer era proponérselo y esperar que él aceptara.

–Así que, ¿ya has terminado por hoy?

Brendan se detuvo en la puerta.

–Sí. Mi turno ha terminado. Ahora entra Segovia.

–Bien. Reúnete conmigo en las pistas de tenis dentro de una hora.

Él miró el reloj.

–Es tarde.

–Otras veces hemos jugado más tarde.

–No estoy seguro de si seré buena compañía.

Había llegado el momento de sacar la artillería pesada. A Brendan le gustaba el deporte tanto como a Cassie, así que ella decidió aprovecharse de ello.

–No hay nada como un partido amistoso para mitigar el estrés.

–Gracias por la invitación, pero no estoy de humor.

–Vamos, Brendan. Sé justo. Me toca darte una patada en el trasero.

–Crees que puedes darme una patada, ¿eh?

–Sí.

–Si tú lo dices.

–Estoy segura –ella se puso en pie y sonrió–. ¿Y qué contestas?

Brendan suspiró y dijo:

–Supongo que si estás decidida a darle una patada en el trasero a alguien, será mejor que sea a mí.

–Estupendo –se acercó a él y le dio una palmadita en la barbilla–. Quizá quieras llevar una almohadilla para protegerte el trasero.

–No es necesario. No vas a ganar.

–Lo que usted diga, Doctor.

Brendan sonrió y un hoyuelo apareció en su mejilla. Cassie adoraba su sonrisa. Adoraba cuando él bajaba la guardia y dejaba de ser un médico para convertirse en hombre. Adoraba cuando él se reía, algo que no ocurría muy a menudo en los últimos tiempos.

Ese era el objetivo que Cassie tenía para aquella tarde. Hacer que Brendan O’Connor se riera… y, por supuesto, ganar.

 

 

–¡He ganado! ¡He ganado!

Brendan se rio al ver a Cassie corriendo por la pista, sujetando la raqueta sobre su cabeza como si fuera una copa de Wimbledon. Su falda blanca y corta subía y bajaba con cada movimiento, y dejaba al descubierto sus muslos bronceados. La brisa fresca del mes de octubre agitaba el par de mechones rubios que se habían escapado de la cola de caballo que llevaba Cassie. Su sonrisa, la pícara mirada de sus ojos oscuros y su cuerpo de atleta podían desintegrar la entereza de cualquier hombre. Incluso la de Brendan.

Pero él no estaba dispuesto a estropear la relación al intentar buscar algo más que una amistad, daba igual lo tentadora que ella fuera. Tampoco estaba dispuesto a estropear el momento de su victoria diciéndole que la había dejado ganar. De acuerdo, no la había dejado ganar, pero tampoco se había concentrado en el juego. Teniendo en cuenta que al siguiente día se cumplía el aniversario de un acontecimiento que preferiría olvidar lo antes posible, no podía pensar en otra cosa. A pesar de intentarlo durante años, no había conseguido olvidarlo.

Cassie se acercó a él y le dijo:

–Te dije que te daría una paliza, ¿no?

–¿No puedes dejarme en paz? –intentó hablar con seriedad, pero no pudo contener una carcajada.

–¡Ajá! Es la segunda vez que lo haces hoy.

–¿El qué?

–Reír.

Él se encogió de hombros.

–¿Y? ¿Lo estás anotando?

–Sí, y como prometí, he conseguido alcanzar mi objetivo –se acercó a él y le dio una palmadita en el trasero.

–Ahora verás, Cassandra Allen.

Brendan salió detrás de Cassie, pero ella fue más rápida. La alcanzó cuando llegaron a la entrada trasera del club. La agarró por la cintura, la volteó varias veces y después la abrazó.

–Suéltame, Brendan O’Connor.

–No hasta que me pidas disculpas por aprovecharte de mi agotamiento, y de mi vulnerable trasero.

Cassie alzó la barbilla con decisión.

–Eres un chulo.

Brendan la agarró con más fuerza.

–¿Yo soy el chulo?

–Lo digo en serio. Suéltame –dijo, y se retorció entre sus brazos.

Él deseaba que dejara de moverse. Había partes de su cuerpo que no podía ignorar. El roce de sus senos contra su pecho, el tacto de sus muslos… Lo único que tenía que hacer era soltarla, pero, por algún motivo, no podía hacerlo. O quizá no quería hacerlo.

–¿Qué vas a hacer ahora?

Ella lo miró un instante y puso una sonrisa malvada.

–¿De verdad quieres saberlo?

–Sí.

–Vale. Tú me lo has preguntado.

Le sujetó el rostro con las manos y lo besó en la boca.

Brendan la soltó asombrado.

Ella dio un paso atrás y sonrió.

–Siempre funciona.

Brendan no se movió, ni pronunció palabra. No podía hacerlo. Sus pies estaban anclados al suelo por una extraña fuerza que provenía de los labios de Cassie.

Cassie se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta de cristal. Brendan consiguió moverse y la siguió.

Ella se detuvo con la mano en el picaporte y lo miró.

–Voy a ducharme. Quedamos en la puerta dentro de veinte minutos. Puedes invitarme a una cerveza.

Brendan tenía que irse a casa y dormir un poco, en seguida serían las cinco de la madrugada. Pero después del beso que le había dado Cassie, dudaba de que pudiera dormir. Así que sería mejor aceptar su oferta.

–Vale, pero date prisa.

–Tú eres el que se tiene que dar prisa –dijo ella, y se marchó.

Brendan se dirigió a los vestuarios y se dio una ducha más larga de lo normal para intentar no pensar en el beso que le había dado Cassie. No conseguía quitarse a Cassie de la cabeza. ¿Por qué lo había hecho? Si de verdad quería que la soltara, podía haberle dado un puñetazo. Quizá quería impresionarlo. Si ese era su objetivo, lo había conseguido.

A Brendan le gustaba mucho Cassie. Le gustaba que lo escuchara como una buena amiga. No tenía intención de estropear algo tan bueno haciendo algo tan estúpido como besarla. Besarla de verdad.

Él no necesitaba más complicaciones. Ya tenía bastante con su trabajo. Y con su vida.

Brendan se puso unos vaqueros y una camiseta y salió a reunirse con Cassie. Ella estaba impaciente junto a la puerta principal.

–Llegas cinco minutos tarde –le dijo.

–Las duchas estaban ocupadas –mintió él. Solo había un chico duchándose y había terminado mucho antes que Brendan, pero no estaba dispuesto a admitir que se había quedado más tiempo debajo de la ducha para tratar de borrar los efectos del beso que le había dado Cassie. Era mejor ignorar el hecho. Quizá una cerveza lo ayudaría a olvidar.

Caminaron hasta un pequeño bar de los alrededores y se sentaron en su mesa favorita, una que había en la esquina. El local estaba casi vacío y solo había un par de hombres de negocios sentados en la barra.

Brendan pidió una cerveza para Cassie y otra para él, una rutina habitual que se había convertido en algo tan agradable como su sonrisa. A Brendan le gustaba la cerveza de importación, a ella la del país. Él normalmente se tomaba dos, ella rara vez se terminaba una. Él sonrió al pensar en cómo había memorizado cuáles eran las costumbres de Cassie… cómo se retiraba el pelo de la cara con una mano, cómo siempre estaba rebosante de energía y cómo tenía que jugar con cualquier cosa que tuviera a su alcance, bien fuera una pajita o un papel. Aquella noche no era una excepción, y ella ya estaba jugando con una servilleta.

Brendan inició la conversación con una disculpa tardía:

–Siento haber sido tan duro con los Kinsey.

Cassie soltó la servilleta y agarró la mano de Brendan.

–Está bien, Brendan. De veras.

–No, no está bien. No tengo derecho a juzgar a nadie –su comentario era más sincero de lo que Cassie imaginaba.

Brendan retiró la mano, agarró la jarra de cerveza y quitó una gota que caía por el cristal, deseando poder ignorar el efecto de la caricia de Cassie. Nunca le había afectado estar tan cerca de ella, sin embargo sentía que su compañía afectaba sus instintos básicos.

Nunca había deseado nada más que conversar con ella. Nunca había sentido la necesidad de tocarla, aunque a veces le habría gustado hacerlo. En ese momento, tenía que contener la necesidad de acariciar el contorno de su boca con un dedo, o con sus propios labios.

Cassie continuó jugando con la servilleta.

–Estás preocupado por las dificultades que conlleva ser padre en la adolescencia, Brendan. Nadie puede culparte por ello.

No, Cassie no iba a culparlo por ello en ese momento, pero si se enterase de que Brendan reaccionaba de esa manera frente a los jóvenes padres debido a un error que había cometido años atrás, quizá cambiara de opinión.

–Al menos parece que lo están intentando –era más de lo que él había hecho.

Cassie dio un sorbo de cerveza y miró a Brendan con preocupación.

–Cierto. Los dos parecían comprometidos con sacar adelante a los niños. Ya sabemos que no siempre es así.

Brendan suponía que ella veía la situación desde el punto de vista de una trabajadora social. Lo bueno y lo malo. Él admiraba su convicción, y su fuerza. Si él hubiera tenido esa fuerza… Durante un momento pensó en confesarle sus pecados a Cassie, pero se lo pensó mejor. Ella no tenía por qué saber los errores que él había cometido en el pasado. Eso podría hacer que ella cambiara su opinión sobre él, y arruinar la mejor amistad que había tenido nunca.

Miró el reloj. Eran las once de la noche, más tarde de lo que esperaba. Tenía que irse a casa. Aunque no le gustaba tener que separarse de Cassie, tenía la responsabilidad de estar en buena forma por la mañana para tratar a sus pacientes.

–¿Has terminado?

Cassie estaba abstraída, como si estuviera en otro mundo en el que él no estaba incluido. No era su estilo. Normalmente ella siempre estaba muy atenta. Quizá también estaba preocupada por algo.

Brendan movió la mano delante de sus ojos.

–¿Estás ahí?

Cassie dio un respingo y dijo:

–Lo siento. Supongo que estaba soñando despierta –sonrió, pero sus ojos oscuros parecían turbados–. ¿Estás listo para marcharte?

–No hasta que me digas qué te ocurre.

–No ocurre nada. Solo estaba pensando.

–¿En qué?

–En bebés.

–¿Hay algo que quieras decirme?

–¿Como qué?

–¿Estás embarazada?

Cassie abrió mucho los ojos.

–¿Estás loco?

Él se encogió de hombros.

–Eres una mujer muy guapa, Cassie. Todo es posible.

–Estás muy equivocado, doctor O’Connor. Uno tiene que… ¿cómo te lo diría?… uno tiene que exponerse al peligro para quedarse embarazada. Y a menos que yo estuviera dormida, eso no me ha pasado hace mucho tiempo.

–¿No hay posibilidades?

–De ninguna manera.

–¿Y cómo es eso? –preguntó él con curiosidad.

–¿Cómo es qué?

–¿Cómo es que no te has asentado? Desde que te conozco, no recuerdo que hayas salido con nadie.

–No tengo tiempo para esas cosas. Tengo demasiado trabajo. Además, no tengo intención de asentarme ni de tener hijos hasta que tenga todo el tiempo del mundo para dedicárselo. Brendan se sintió aliviado, sobre todo al enterarse de que ella no tenía intención de tener hijos. Aunque él no tenía nada que opinar acerca de lo que ella hacía, o de con quién lo hacía, no le gustaba la idea de ver a Cassie con un hombre a quien él no conocía.

–Bueno, Cassie, es una lástima que no tengas oportunidades de exponerte al peligro. ¿Hay algo que yo pueda hacer al respecto?

Cassie le tiró la servilleta.

–Qué gracioso.

La verdad era que no trataba de ser gracioso. Él tampoco quería tener hijos, pero practicar con Cassie tampoco le disgustaría. Era más, le parecía una idea agradable.

Retiró la silla y se puso en pie.

–Es la hora de acostarse –dijo, y se arrepintió. No quería decir eso.

Si Cassie se había sorprendido, no lo mostró. Sonrió y dijo:

–Brendan, por mucho que me apetezca irme a la cama contigo creo que deberíamos elegir un momento en el que no estemos tan cansados de trabajar y de jugar al tenis.

¿Estaba bromeando? ¿De verdad quería irse a la cama con él? No. Como siempre, solo intentaba molestarlo con su descarado sarcasmo. Hacían falta dos para que continuara el juego.

Brendan se inclinó hacia delante y colocó las manos sobre los brazos de la silla de Cassie.