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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Myrna Topol. Todos los derechos reservados.

ELEGIDO POR AMOR, Nº 1966 - noviembre 2012

Título original: Instant Marriage, Just Add Groom

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1215-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Treinta y seis años no son tantos –se dijo a sí misma Victoria Holbrook mientras se dirigía a casa después de cerrar su librería.

Todavía le quedaba mucho tiempo en la vida para hacer cosas.

–Hola, señorita Holbrook –exclamó la pequeña Misty Ordway–. Mire, mire, tengo un bebé nuevo.

La pequeña se dirigió a Victoria mientras arrastraba a su muñeca de un brazo. Los ojos le brillaban de emoción y Victoria no pudo evitar sonreír.

–Es un bebé precioso –dijo Victoria.

Cuando Misty pasó por su lado, Victoria pensó que si se hubiera casado y se hubiera quedado embarazada cuando tenía veintinueve años, probablemente tendría su propio bebé. Con tristeza observó a Misty mientras se alejaba hablando a su «bebé».

–¿Cómo te va, Victoria? –le preguntó la dueña de la frutería Flora Ellers.

Flora sostenía a su bebé en una de sus caderas y el pequeño le daba golpecitos con su mano diminuta. Flora le respondió con un dulce beso en la frente.

A Victoria se le encogió el corazón.

–Me va bastante bien, Flora. Gracias por preguntarme. Espero que a ti también te vaya bien –le respondió Victoria.

Flora era encantadora y parecía que quería charlar, pero Victoria se excusó y se apresuró hacia su casa. Sin embargo, a pesar de lo fácil que le podía resultar huir de sus vecinos y de todas las cosas externas que le pudieran recordar su fracaso para concebir a la edad que ella se había marcado, no podía huir de la verdadera realidad.

Las cosas no le iban bien. Ese día cumplía treinta y seis años. Al año siguiente tendría treinta y siete y después treinta y ocho y después treinta y nueve. En muy poco tiempo sus ovarios y todo lo que le hacía ser fértil empezarían a dejar de funcionar.

–Bueno, ni siquiera he empezado –murmuró Victoria justo en el momento en que sentía que alguien pasaba por su lado.

–Perdone, ¿qué no ha empezado?

Victoria se sorprendió y miró directamente a los ojos azules plateados de Caleb Fremont, el atractivo propietario del periódico Gazette de Renewal, Illinois. Parpadeó e intentó recomponerse.

Caleb Fremont frunció el ceño y Victoria se dio cuenta del gran tamaño de aquel hombre. Nunca había estado tan cerca de él. De hecho, durante los dos años que llevaba en Renewal, nunca había hablado con él, aparte de la presentación formal en una reunión de comerciantes a la que acudió cuando llegó por primera vez.

Él la miraba fijamente, como si estuviera esperando a que ella hablara. Todavía no había contestado a su pregunta.

–¿Está usted bien, señorita Holbrook? –le preguntó con delicadeza–. Su apellido es Holbrook, ¿verdad?

Esa pregunta hizo que Victoria se sintiera todavía peor. Renewal no era un sitio muy grande y Caleb Fremont estaba acostumbrado a tratar con nombres y hechos. ¿Y todavía no estaba seguro de su apellido?

No le sorprendía seguir siendo un misterio para algunos habitantes del pueblo. Era una persona muy privada. Llevaba una librería especializada en temas históricos. Estaba segura de que ése no era el tema favorito de Caleb Fremont. Él se dedicaba a su periódico, pero también era un hombre de una intensa vida social. Y, en ocasiones, esa vida social incluía a mujeres de los pueblos de al lado. Al menos, eso decían.

Desde luego no parecía que se pasara las noches leyendo libros de historia a sus acompañantes.

–Sí...estoy bien –respondió ella mientras sentía cómo la vergüenza se apoderaba de ella.

Pero no permitió que Caleb se diera cuenta de su reacción. Nunca había sido el tipo de persona que mostrara sus emociones. No era parte de su naturaleza. De hecho, con sólo pensar que alguien pudiera explorar en su interior le producía escalofríos.

Tenía un claro recuerdo de cómo aquello había sorprendido a sus padres. Ellos habían sido propietarios de un pequeño restaurante en el que hacían espectáculos. Eran las personas más encantadoras y abiertas del mundo y habían tenido el hábito de contar todos sus secretos, incluidos los de Victoria, a cualquiera que se cruzara en su camino. Victoria se había enfrentado a aquella humillación muchas veces hasta el momento en que aprendió a no compartir nada, hecho que había entristecido enormemente a sus padres.

–¿Señorita Holbrook?

–Lo siento –dijo ella intentando controlar su expresión–. La verdad es que estoy muy bien, señor Fremont. Simplemente estaba pensando en mi negocio.

El tener que mentir le hizo sentirse culpable, pero decir la verdad habría sido mucho peor. No podía permitir que el soltero más famoso del pueblo se diera cuenta de que lo que en realidad estaba pensando era en que quizá nunca tendría un hijo. Y de que la razón por la que quizá nunca tendría un hijo era porque nunca había tenido relaciones íntimas con un hombre. No podía contar eso a alguien que cada día se iba a la cama con una mujer distinta. Imposible.

–¿Está segura de que está bien, señorita Holbrook? Perdone que se lo diga, pero parece algo nerviosa.

Victoria parpadeó. Sabía que si se miraba en un espejo, vería lo que todo el mundo veía todos los días: una mujer fría, tranquila y sencilla que se vestía de blanco y negro. Sin muestras de color, ni de emociones. Sin nada que pudiera indicar preocupación. ¿Cómo podía Caleb Fremont haber empezado a sospechar que ella estaba preocupada por algo? Sería su condición de periodista. Victoria se preguntaba si podría leer el alma de las mujeres con las que salía.

Pero ése era un pensamiento absurdo. Seguramente él no miraría más allá de sus largas melenas rubias o pelirrojas, de sus labios o de sus pechos mientras las desvestía.

¿Acaso no era ésa la reputación de Caleb? Con ese pelo castaño y esos ojos de azul plata tenía a todas las mujeres del pueblo suspirando por él. Probablemente él las veía como meras compañeras de cama, simplemente cuerpos.

Pero Victoria estaba segura de que, por la forma en que él la miraba, no tenía ningún interés en el cuerpo que sus amplias ropas escondían.

Y, de repente, al pensar en Caleb Fremont y en todos esos pensamientos impropios, Victoria fue consciente de su cuerpo de una manera diferente. Sus pechos se endurecieron y sintió cómo la sensibilidad de su piel se agudizaba.

Maldijo su propia debilidad y se movió para intentar liberarse de sus emociones.

–Quizá debería sentarse, señorita Holbrook –le sugirió Caleb. Y se dirigió hacia uno de los bancos que había en la calle–. ¿Quiere que llame a alguien?

Pero Victoria no tenía a nadie. Estaba completamente sola y por lo visto estaba comportándose de una manera tan extraña que un hombre al que apenas conocía se había dado cuenta de que algo no iba bien. Eso no podía ser.

Victoria consiguió sonreír.

–Lo siento, señor Fremont, pero la verdad es que estoy muy bien. Simplemente estaba pensando en mi cumpleaños. Estaba repasando todo lo que he conseguido y me temo que he fallado en algunos aspectos de mi trabajo.

–Me cuesta creerlo, señorita Holbrook. La gente del pueblo habla muy bien de usted. El premio de libreros que le dieron el año pasado es un ejemplo de ello. Cuando usted trajo la primera librería a Renewal hace dos años, fue una buena noticia para el pueblo.

–Quizás fuera así, pero no creo que la librería Timeless Publications fuera lo que la gente se esperaba. No hay revistas, ni libros infantiles y la mayoría de las ventas las hago por Internet. No creo que mucha gente considere eso un éxito.

Caleb encogió sus anchos hombros, enfatizando así las líneas de su cuerpo. Llevaba la corbata torcida y por el cuello de la camisa le asomaba el pelo del pecho.

Victoria volvió a sentir un curioso vuelco en su interior. Lo miró y se preguntó cómo serían las mujeres con las que Caleb salía normalmente, pero apartó la mirada inmediatamente. No quería malgastar el tiempo pensando en cuál era el tipo de Caleb Fremont y en si ella entraba dentro de sus gustos. De todas formas, ninguna de las mujeres de Renewal parecía ser de su agrado. Al parecer, Caleb tenía por norma no salir con las mujeres que vivían en el pueblo.

–Puede ser que su librería no fuera lo que la gente se esperaba –dijo él–, pero no cabe duda de que dio un gran impulso a la economía del pueblo porque enseguida se abrieron otras tiendas. Estamos empezando a tener la reputación del pueblo que se construyó con libros.

Si hubiera sido una mujer que se ruborizara con facilidad, se habría ruborizado de orgullo. Pero consiguió disimular la alegría que había sentido al oír el cumplido de Caleb. La mayoría de la gente no relacionaba su negocio con la aparición de nuevos comerciantes.

–Gracias, señor Fremont –dijo ella tímidamente–. Y, de verdad, no se preocupe por mí. Voy de camino a casa. Simplemente estaba pensando. Eso es algo bastante habitual en una mujer que trata con libros.

Él asintió. El sol crepuscular le producía reflejos dorados en su cabello.

–De acuerdo. Felicidades, señorita Holbrook. Espero que tenga un buen día. Un cumpleaños siempre debería ser especial.

Eso es lo que debería ser, pensó Victoria mientras el hombre más atractivo del pueblo se alejaba de ella. Pero sus cumpleaños ya no eran nada especial. Se habían convertido en algo desagradable. La hacían actuar y sentirse de una forma extraña, como le había ocurrido hacía sólo unos instantes. Sus cumpleaños eran simples recordatorios de que ya no era joven, de que cada vez se estaba haciendo mayor y que estaba muy lejos de conseguir sus objetivos. Si continuaba de esa manera, nunca conseguiría lo que quería.

El tiempo se le escapaba cada vez más rápidamente. Hasta ese momento, todo lo que había hecho había sido dejar que las cosas sucedieran. Pero ésa no era su manera de ser. Ella estaba tranquila, pero, por naturaleza, era una mujer de acción. Entonces, ¿qué iba a hacer con el problema de su bebé?

–Tengo que hacer algo –murmuró para sí misma–. Tengo que hacer algo drástico.

Se preguntaba cuándo lo haría y, sobre todo, qué era lo que iba a hacer.

 

 

–¿Has visto lo que está haciendo Victoria Holbrook?

Caleb miró a su ayudante, Denise, que agitaba la cabeza. Su ayudante era eficaz y con talento, pero, por desgracia, también una chismosa de primera clase. Parecía creer que el hecho de trabajar en un periódico significaba espiar a todos los habitantes de Renewal.

Caleb pensó en la expresión pensativa que había vislumbrado en los ojos de Victoria la noche anterior. Aunque ella había llegado a Renewal hacía dos años, en realidad no sabía nada de su vida. Se movían en círculos completamente diferentes. Victoria parecía ser una persona bastante privada, lo cual le parecía comprensible.

Así que, Caleb no hizo caso de la pregunta de Denise y siguió trabajando.

–Está pintando el cartel de su tienda. Ha sido blanco y negro durante dos años y ahora lo está pintando azul y dorado. Me pregunto por qué lo estará cambiando.

–Quizá le gusten esos colores –dijo Caleb finalmente.

Denise le dirigió una mirada que habría matado a cualquier otro hombre, pero Caleb ni siquiera se inmutó. Ella frunció el ceño y golpeó nerviosamente el suelo con el pie hasta que él temiera que iba a explotar. Eso no le vendría muy bien a Caleb. Significaría que Denise no lo ayudaría a sacar la siguiente edición del periódico. Así que, finalmente cedió.

–Está bien, Denise –dijo Caleb. Se cruzó de brazos y se puso cómodo en su silla–. ¿Por qué piensas que Victoria Holbrook está pintando su cartel?

–Creo que está sufriendo la crisis de la madurez –dijo Denise con convicción–. Es tan obvio. Y tan triste. Se está haciendo mayor y eso no le gusta nada.

Caleb recordó la media melena completamente castaña de Victoria. No tenía ni una sola cana, lo que probablemente no significaba mucho. Pero sus ojos irradiaban claridad y su piel era tersa y suave. Y eso sí era significativo.

–A mí no me parece tan mayor –dijo Caleb.

–¿De verdad? ¿Cuándo has empezado a fijarte en las mujeres de este pueblo? Pensaba que no te gustaba mucho acercarte a las mujeres de Renewal.

–No salgo con mujeres de Renewal, pero tengo ojos y me funcionan muy bien.

Denise sonrió triunfante.

–Así que miras, pero no tocas. Por lo menos no tocas a tus vecinas.

Caleb frunció el ceño. Sabía que todo el mundo, incluyendo a Denise, pensaba que él era un mujeriego de primera categoría. Pero ésa no era totalmente la verdad. Sin duda Caleb salía con mujeres de los pueblos vecinos, pero no con tanta frecuencia como la gente pensaba. En ocasiones se quedaba en casa con un buen libro o simplemente salía con amigos. No le importaba lo que la gente pensara.

El hecho de tener la reputación de cambiar de mujer cada semana le hacía ser menos deseable para las mujeres con las pasaba la mayoría del tiempo. Para ellas él era claramente una mala oferta si buscaban a un hombre que fuera para siempre. Y tenían razón.

Caleb no creía en los cuentos de hadas, en los finales felices ni en el amor eterno. No tenía experiencia con ese tipo de cosas y era incapaz de someterse a ese tipo de atadura emocional.

Así que no le importaba que la gente pensara que se iba a otros pueblos en busca de mujeres, porque, de esa manera, podía dedicar el tiempo a su verdadero amor: el periódico. Y eso no parecía importarle a nadie, excepto a Denise, que siempre se ofendía ante la idea de que él no se asentara y se casara con una señorita de Renewal.

–Nunca en tu vida considerarías enamorarte de una mujer de aquí, ¿verdad?

Caleb le dirigió una mirada de advertencia.

–Eso ya lo sabías –le respondió–. Bueno, ¿crees que podremos sacar hoy este periódico?

–No te preocupes –contestó Denise–. Lo conseguiremos. ¿No lo hacemos siempre? Y, ¿no piensas que es triste?

–¿Qué es triste?

–Victoria Holbrook. Creo que es horrible que una mujer piense que se está haciendo mayor y que la manera que tenga de animarse sea pintar el cartel de su tienda. ¿Tú no lo crees?

Pero Caleb ya había tenido suficiente.

–A trabajar, Denise –le ordenó.

Él pensaba que la edad de Victoria Holbrook, su apariencia o el cartel de su tienda no eran asunto suyo. Era un hombre sano y normal y hacía cosas normales, igual que hacían otros hombres, pero la verdad era que había decidido mantenerse alejado de las mujeres de Renewal, porque, a pesar de lo sano o normal que fuera, hacía mucho tiempo que había tomado la decisión de que no iba a prometer lo que no pudiera dar. Y no iba a permitir que su inconstancia le causara enemistades entre las mujeres que eran sus compañeras de trabajo o sus vecinas. No quería involucrarse demasiado con las mujeres con las que trabajaba ni con las que convivía. Eso no era bueno para la comunidad.

Así que no quería pasar ni un minuto más pensando en la tranquila y discreta Victoria Holbrook.

De modo que azul, ¿eh? Esperaba sinceramente que se hubiera animado el día anterior.

Era simplemente el deseo de un buen vecino, porque, por supuesto, la vida de Victoria Holbrook no era de su incumbencia.

 

 

Victoria observó el cartel recién pintado.

Durante unos instantes, pensó en llamar de nuevo a los pintores para que lo volvieran a pintar como estaba.

–No debería estar pensando en esto –se dijo a sí misma–. Es sólo un cartel.

Pero ella sabía que era algo más que eso. Era un impulso provocado por sus sentimientos del día anterior. Y nunca había sido impulsiva.

Además, el color nuevo significaba un cambio. Y Victoria no había sido una persona a la que le gustaran los cambios. Era un color que llamaba más la atención y a ella nunca le había gustado ser el centro de las miradas.

Todavía se acordaba de los años en que sus padres le insistían para que fuera más alegre y más abierta, para que saliera más como ellos y pudiera subir al escenario. Recordaba con dolor sus muchos intentos por satisfacer a sus padres y la terrible humillación que sentía ante las carcajadas del público.

Había rogado a sus padres que la dejaran en la parte de tras con un libro y, tras algunos desastres en el escenario, ellos finalmente habían accedido.

Aquél había sido el principio de su vida tranquila y sin pretensiones, de una vida buena y útil que le había ido más o menos bien.

Después de los años, sólo había considerado volver a ser el centro de atención en algunas ocasiones cuando intentó ajustarse a la idea que otros podían tener de ella. Una vez, en la escuela secundaria, había intentado parecer más guapa para atraer la atención de un chico que le encantaba. Había intentado encajar con sus amigos y el resultado había sido desastroso. Victoria ni siquiera quería pensar en lo que había ocurrido. Después de aquello, tardó meses en poder volver a mirar a los chicos.

Pero aquél no había sido su único desastre con un hombre. Victoria sentía cómo el pánico le volvía a recorrer el cuerpo. Anuló de su memoria los recuerdos humillantes, pero no pudo eliminar la insistente pregunta: después de haber sufrido todo eso, ¿podría alguna vez contemplar la idea de una vida adaptada a las demandas de otra persona?

–Pero ahora no es igual –se dijo a sí misma–. Esta vez se trata de mis propias demandas y no estoy buscando un final de cuento de hadas. Esta vez sólo tengo que mantener la ilusión durante poco tiempo.

El cartel azul y los cambios que había hecho dentro de la tienda eran simplemente símbolos temporales, carentes de significado. Eran sólo los primeros pasos de un plan que se le había ocurrido.

Sabía que su naturaleza poco sociable y su falta de color y suavidad mantenían alejada a mucha gente. No a todos, por supuesto. Había algunos a los que les gustaba la tranquilidad tanto como a ella y otros que simplemente eran simpáticos con todo el mundo. Aparte de su añoranza por tener un hijo, estaba bastante contenta con su vida en Renewal. Había hecho amigos, tenía una buena casa y un negocio que iba bastante bien.

Pero ella quería un bebé. Deseaba un hijo con todas sus fuerzas, alguien que sólo le perteneciera a ella, alguien a quien le pudiera dar un amor total.

No confiaba en los bancos de esperma. No estaba segura de que se controlaran los papeles que rellenaban los donantes y además nadie podía saber quiénes eran esos hombres realmente. Esa vía no era para ella.

Pero todavía le quedaba una opción. Necesitaba un hombre, o, al menos, la esencia de un hombre, su ADN. Y ella quería elegir a ese hombre y saber que había elegido los mejores genes para su hijo.

Estaba decidida a tener su bebé, aunque ello significara abandonar sus principios durante un tiempo, o aunque tuviera que cambiar su imagen para parecerse a las demás mujeres y dejar a un hombre entrar en su cama, el lugar en el que una mujer era más vulnerable.

Pero esa vez sería diferente, porque sus sentimientos no estarían involucrados.

Sería un mero negocio. Pero incluso los mejores negocios se tenían que crear. No se podía realizar una venta si no hubiera alguien que tuviera algún motivo para comprar.

Así que, tenía que venderse a sí misma y convertirse en un bien deseable. Eso implicaría algunos cambios de decorado.

En primer lugar, cambiaría la librería, el lugar en el que pasaba la mayoría del tiempo. El segundo paso sería encontrar al hombre adecuado. Esa mañana se había levantado temprano y había creado una base de datos con información de los hombres que conocía en Renewal.

Tan sólo había un hombre que cumpliera todos sus requisitos. Era atractivo físicamente y parecía ser inteligente. Había mostrado preocupación por ella, pero, lo más importante era que no pediría nada de ella después. No parecía estar interesado en la idea del compromiso y, por eso, por su estilo de vida libre, no mezclaba sus negocios ni sus vecinos con el placer.

Victoria tenía la esperanza de poder convencerlo de que lo que ella buscaba no era placer. Sólo quería que le diera un hijo.

Al pensarlo, se le aceleró el corazón e, inmediatamente, su parte lógica y sensata empezó a invadirla con razones por las que aquel plan era lo más ridículo que se le había ocurrido en la vida. Y ella sabía que lo era, pero no le importaba. Quería tener un hijo. Cuando tuviera a su bebé podría volver a vivir como siempre lo había hecho, con su bebé, sus libros y su soledad.

Era un riesgo que estaba dispuesta a correr. No le importaba que la gente se riera de ella. Siempre podría empezar una nueva vida en otro lugar, pero tenía que intentarlo. Si no lo hacía, siempre lamentaría su cobardía. Se negaba a permitir que sus temores le impidieran conseguir sus sueños.

Pero en ese momento todos sus pensamientos se detuvieron.

Caleb iba andando por la calle y se dirigía hacia ella. Y Victoria ya había trazado un plan para conseguir que él hiciera lo que ella quería.