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Cayó la noche

Fernando Pamos de la Hoz

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ÍNDICE

Prólogo

Primer capítulo

Reconstrucción (no siempre los huesos aguantan el peso)
Xoel López

Segundo capítulo

Ya no persigo sueños rotos,
los he cosido con el hilo de tus ojos

Enrique Urquijo

Tercer capítulo

Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo
ya las ramas de los chopos del río y los caminos?

Antonio Machado

Cuarto capítulo

“Fiarse de Dios, reírse de uno mismo”
José María Díez Alegría

Quinto capítulo

“Que la vida iba en serio uno lo
empieza a comprender más tarde”

Jaime Gil de Biedma

Sexto Capítulo

“De mis soledades vengo, a mis soledades voy”
Lope de Vega

Séptimo Capítulo

“María puso la radio en el desván
pues dice que se aburre a su edad.
Sus padres la quieren encerrar en
algún manicomio en su ciudad”

Sabino Méndez

Octavo Capítulo

“Miro cómo se va, te llamo la última vez,
ya no me pudo escuchar, abrió la puerta y se fue”

Pablo Milanés.

Noveno Capítulo

“Una despedida que es un “hasta luego”
y una incesante búsqueda de Dios”

FERNANDO PAMOS DE LA HOZ

CAYÓ LA NOCHE

A mis padres –los pobres–, náufragos de todos los mares.
A MJ y a todos los que se fueron del mundo sin vivir.
A los seres frágiles y tiernos que son devorados sin remisión.
A los que creen que viven –qué es vivir– y sólo es una terrible impostura.
A Pilar, que me prestó sus ojitos porteños.

“Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.

Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.

Era alegría la mañana fría
y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
maravillosamente se rompía).

Así la siento más. Al cielo apunto
y me responde cuando le pregunto
con dolor tras dolor para mi herida.

Y mientras se ilumina mi cabeza
ruego por el que he sido en la tristeza
a las divinidades de la vida”.

José Hierro

 

 

“Villanía existencial
reclamo indulgencia
la plena y de derechos,
no la accesoria que inhabilita.

Un atisbo de pelo enmarañado
un teatro que limita la vida
los espacios colmados de tiempo
una ilusión nunca aparecida”.

Fernando Pamos de la Hoz

© Fernando Pamos de la Hoz

© Cayó La Noche

ISBN digital: 978-84-686-6169-8

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

PRÓLOGO

¿Cómo y qué se puede escribir de una vida, cuando de la propia se trata?

La imparcialidad salta por los aires y el autor de lo escrito se arriesga a perder credibilidad por la obligada subjetividad de los recuerdos.

Esas pinceladas, diluidas ahora en el agua que significa el tiempo pasado, conformarán un paisaje claramente inexacto que en algún caso nada tendrá que ver con la realidad.

Eso es así y no debe llevar a perder veracidad a lo sucedido, pues ni siquiera en el presente, sin la losa del paso del tiempo, el que percibe lo hace con total exactitud ni de la misma manera que la persona que tiene al lado.

¡Cuánto más con hechos tan lejanos y que el cerebro en parte ha querido borrar para poder vivir!

Son eventos recordados siempre los propios, por encima de otros que fueron olvidados y que por ajenos no tuvieron ese sentimiento de pertenencia que hizo que se engarzaran y pervivieran. Los íntimos, intensamente vividos, son los que dejan huella. Es la vida de uno la que finalmente nos ata al mundo de los sentidos, el perceptible por cognoscible, el doloroso por vivido.

No podemos vivir ni experimentar lo del “Otro”. Es nuestra historia la única que dará forma al relato. Podemos compartir con ese “Otro”, siempre en mayúscula desde su dignidad inherente y por la importancia que ostenta como individuo e interlocutor, nuestra vivencia. Él da oportunidad a que surja la vivencia escrita. De hecho, sin ese “Otro” no habría ni vivencia ni relato, porque la misma supone “un contarla”, y ese “Otro” es esencial para hacerle partícipe del mismo (e incluso por haber formado parte de esa misma vivencia, pero en un papel de “tercero” testigo).

Así, este diálogo con el lector implica compartir un dolor, repartirlo y de esta forma “aminorarlo” para el que lo describe.

Sin embargo es un compartir ficticio, pues en ese daño que lleva lo escrito no hay un trasvase efectivo de sufrimiento –o alegría, en su caso–. Y además así debe ser, pues bastaría entonces con describirlo, para pasarle al “Otro”, en un actuar injusto, ese sufrimiento a manos llenas. Compartir, pues, sí, pero con la limitación ya advertida de la individualidad, absoluta que tiene el personaje que narra y lo imposible de hacer “co-partícipes” en el dolor de lo narrado, por íntimo y personal.

Así, hablar en forma novelada de asuntos de familia que tanto han marcado, supone un esfuerzo que nos derrota en cada jornada empleada, tanto por el hecho mismo de recordar –el dolor atraviesa el papel hasta doblarlo–, como por la impresión que lo rememorado nos causa ahora años después, cuando nuestra madurez y la experiencia nos indicarían caminos y puertas que antes no vimos y que hubieran significado una clara salida ante la adversidad –la frustración ante una solución nunca antes pensada–.

Todas las familias felices se asemejan, pero cada familia infeliz lo es a su manera. Así fue la historia que ahora quiero narrar. Es la vigencia, meditada, paciente, infinitamente pensada y rumiada –y ya reposada–, de esa infelicidad, la que pone alma a lo ahora escrito.

El protagonista de los siguientes capítulos cifró una mejoría de su salud física y mental en poner tiempos y adjetivos a su vida –si bien a una parte, que es la que ahora le desbordaba–, compaginando sus recuerdos con esa dolencia de la que ahora debía cuidarse.

Tomó como parte de su obligada terapia el exorcismo en el que este libro consiste, mezclando elementos verdaderos, y reconocibles para quien estuvo cerca, con apuntes de ficción que son un deseo escondido, una tabla de salvación contra lo que le pueda todavía llegar.

Los ojos que aparecen como ensoñación son un claro ejemplo de lo último. Esos ojos como deseo de amor eterno, como salvación frente al frío de vivir, aparecen y desaparecen, pero mantienen una temperatura estable a esa existencia que le impiden tomar una decisión fatal definitiva. Ojos limpios de odio, de miseria y egoísmo. Ojos que son luz en las tinieblas de la desdicha y en el túnel del final.

El dolor extremo de vivir, la angustia existencial, el miedo al miedo. Todos estos elementos son el día a día del protagonista, en una lucha heroica por salir adelante y huir de una decisión, que unos llaman “fatal” y él la denomina “descanso final”, definitiva.

No pretende en este sortilegio rendir cuentas con nadie. Si acaso con la suerte maldita que supuso que todo el dolor cayera del mismo lado como cae la moneda del lado de la soledad.

Busca también en esta recta final, la suya, que ya asoma en el horizonte, impedir que sus descendientes olviden y que con el fin natural, el de quienes lo vivieron, no se pierda en la historia el trance pasado.

La justicia, elemento nuclear en su profesión, aquí adquiere un tinte distinto. Es una justicia poética la que aquí ostenta relevancia y la que encumbra a seres dolientes que fueron literalmente tragados por un mundo que se le antoja en este momento de su vida, miserable, triste, cruel y sin sentido.

La situación del protagonista fue la peor, pues se le obligó a seguir andando por la tierra con un inmenso saco a la espalda del que la muerte le hubiese liberado.

Quizás no se merecía tanto esfuerzo, o si anduvo el camino, sorteando una posible muerte, fue para dar este testimonio. En todo caso hoy en día asume como ciertas las muestras de admiración, por su fortaleza y enconada lucha contra la rendición, que le prodigan los que le quieren.

Confiesa el mismo protagonista que a veces mantiene una viva tentación de poner fin a todo, cuando la desesperación de vivir y en el vivir le arrincona. Esa opción vital la considera legítima y, precisamente, como reverso de la idea, el hecho de mantenerla ahí factible, le da alas para continuar su camino por esa peculiar y doliente senda que es su vivir.

Estas hojas que a continuación vienen, lo hacen sin ánimo de revancha con la existencia desde lo narrado.

No pretenden rendir cuentas con la adversidad y sí intentar curarse a través de lo escrito.

Si lo conseguirá o no es cuestión de tiempo.

Aquí pues su homenaje, en la figura de una concreta persona, a todos los seres inmensamente frágiles, inocentes, especiales, sensibles, sentidos, austeros, auténticos y alejados del mundo prostituido de los adultos, que les rechazó por no saber ni querer subirse a ese tren con trayecto a la “Normalidad” y paradas en lugares tan detestables como “lo políticamente correcto”, “las familias tradicionales”, “el seguimiento ciego al líder” y “el obligado consenso social”.

Que la tierra que no les fue nunca leve les haya llevado al soñado paraíso, y que la verdadera protagonista de este ejercicio curativo, una rebelde con todas las causas imaginables, y no, como motor de su acción, descanse y duerma como la niña enfadada que siempre fue.

No cabe duda que donde ahora more estará jugando con su “Bambi” de peluche, ajena al mundo hipócrita y maldito que se la tragó.

Madrid, comienzos del 2015.