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Ediciones de Iberoamericana

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CONSEJO EDITORIAL:

Mechthild Albert

Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität, Bonn

Enrique García-Santo Tomás

University of Michigan, Ann Arbor

Aníbal González

Yale University, New Haven

Klaus Meyer-Minnemann

Universität Hamburg

Daniel Nemrava

Palacký University, Olomouc

Katharina Niemeyer

Universität zu Köln

Emilio Peral Vega

Universidad Complutense de Madrid

Janett Reinstädler

Universität des Saarlandes, Saarbrücken

Roland Spiller

Johann Wolfgang Goethe-Universität, Frankfurt am Main

José Manuel Camacho Delgado

Sic semper tyrannis

Dictadura, violencia y memoria
histórica en la narrativa hispánica

Iberoamericana - Vervuert - 2016

 

Amor de Dios, 1 — E-28014 Madrid

Tel.: +34 91 429 35 22

Fax: +34 91 429 53 97

Elisabethenstr. 3-9 — D-60594 Frankfurt am Main

Tel.: +49 69 597 46 17

Fax: +49 69 597 87 43

www.iberoamericana-vervuert.es

ISBN 978-3-95487-515-3 (Vervuert)

ISBN 978-3-95487-891-8 (e-book)

Ilustración de cubierta: Joos van Craesbeeck, Versuchung des heiligen Antonius, um 1650,

Öl auf Leinwand, © Staatliche Kunsthalle Karlsruhe

Para Cristina Mercedes, mágica y llena de risas,
creciendo como un arbolito azul

La tiranía, que es la última y peor forma de gobierno, antitética también de la monarquía, empieza muchas veces por apoderarse del poder a viva fuerza […]. Aun partiendo de buenos principios, cae en todo género de vicios, principalmente en la codicia, en la ferocidad y la avaricia (padre Mariana, De rege et regis institutioni, Toledo, 1599)

Sobre hombres cazadores de hombres puedo asentar mi gobierno

(Miguel Ángel Asturias, El Señor Presidente)

¿Acaso se complace Yahveh en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la palabra de Yahveh?
(Libro primero de Samuel, 15-22)

El verdugo es alguien a quien se amenaza con la muerte para que mate (Elias Canetti, Masa y poder)

[Aquiles a Héctor] Los perros y las aves de rapiña se repartirán tu cuerpo
(La Ilíada, canto XXII, v. 354)

de los deberes del exilio:

no olvidar el exilio/

combatir a la lengua que combate al exilio!

no olvidar el exilio/o sea la tierra/

o sea la patria o lechita o pañuelo

donde vibrábamos/donde niñábamos/

no olvidar las razones del exilio/

la dictadura militar/los errores

que cometimos por vos/contra vos/

tierra de la que somos y nos eras

a nuestros pies/como alba tendida/

y vos/corazoncito que mirás

cualquier mañana como olvido/

no te olvides de olvidar olvidarte

(Juan Gelman, “V”, de Bajo la lluvia ajena

(notas al pie de una derrota), de palabra)

Índice

Del prólogo a los agradecimientos

VITUPERIO CONTRA LOS TIRANOS. LITERATURA CONTRA LA INFAMIA

Verdugos, delfines y favoritos en la novela de la dictadura

Sófocles, peregrino en Macondo. De los enigmas insolubles a las pestes literarias en la narrativa de García Márquez

El dios Tohil y las tiranías ancestrales en El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias

Jorge Ibargüengoitia y la Revolución desmitificada en Los relámpagos de agosto

Cristóbal Colón y las representaciones del poder en la narrativa de García Márquez

Manuel Vázquez Montalbán y Mario Vargas Llosa. Dos novelistas y un tirano

Aquiles en los Andes. El odio y sus máscaras en la narrativa peruana de la violencia

Alonso Cueto y la narrativa del fujimorismo

Fernando Vallejo y el pensamiento herético en La Puta de Babilonia

UNA FRONTERA CON ALAMBRES Y ESPINAS

10º Fronteras con espinas. El sueño neoyorquino en Paraíso Travel, de Jorge Franco

11º El corrido de Dante de Eduardo González Viaña y la novela de los inmigrantes

12º Alambres en el desierto. De la guerra salvadoreña a la mitología transfronteriza en Odisea del norte, de Mario Bencastro

FRANQUISMO Y MEMORIA HISTÓRICA

13º La tribuna privilegiada de los narradores del boom

14º El vano ayer de Isaac Rosa, una novela en marcha y cortazariana sobre la memoria histórica del franquismo

15º La eternidad llega a su fin. La caída de madrid, entre la mitología franquista y la ventolera democrática

Bibliografía

Índice onomástico

Del prólogo a los agradecimientos

el poder y la violencia forman un maridaje inquietante en cualquiera de los metagéneros narrativos que aquilatan la tradición literaria hispanoamericana desde comienzos del siglo xx. No hay tipología o ciclo narrativo que no suponga de alguna forma una inmersión en las zonas turbias del poder, desde la llamada “novela del banano” a las novelas de la Revolución Mexicana, desde el indigenismo a las novelas de la tierra (o terrígenas), desde la narrativa de la dictadura a la literatura del exilio, desde la narcoliteratura a las novelas sin ficción de la frontera. Cualquier rastreo y cotejo por una determinada genealogía narrativa está jalonada de secuencias y episodios que revelan las claves del poder, recreando, de forma inevitable, los elementos más visibles de la violencia. Se trataría, como pretendía Stendhal, de cumplir con la función social que anida en toda literatura, actuando como un espejo que registra en toda su crudeza todo lo que ocurre en el camino por donde transitan los hombres y sus destinos, zarandeados por sus gobiernos, por las coyunturas políticas internacionales, por los intereses espurios de las multinacionales que convierten a muchos países en auténticos basureros sociales. Golpes de Estado, revoluciones fallidas, dictaduras matusalénicas, dictadores hiperbólicos o circenses, exilios en carne viva, fronteras con espinas, satrapías de toda condición y pelaje, la amnesia y la mentira frente a la verdad histórica forman parte del léxico de la vida política que se ha incorporado a la pulsión social de la literatura. No solo hay una dimensión vertical y horizontal de la violencia, como estudió el ensayista y escritor chileno Ariel Dorfman a comienzos de los años setenta, sino que esos mismos vectores afectan a todas las manifestaciones del poder, estableciendo una complejísima red de relaciones entre el hombre y su pequeño mundo.

Es evidente que el poder y la violencia constituyen un doblete tan temible como fascinante. Durante años he estudiado las relaciones existentes y variables entre ambos conceptos, moviéndome en todas las direcciones posibles para certificar que la literatura constituye una terapia formidable para las clases sociales más desfavorecidas. La literatura no puede frenar la barbarie, no puede devolver la libertad a los oprimidos, ni la dignidad a las víctimas de los múltiples atropellos políticos, pero sí puede dejar constancia de sus abusos y dar voz a los más débiles y excluidos de la sociedad. Son “los de abajo”, valga el guiño metaliterario al mexicano Mariano Azuela, los grandes protagonistas de la narrativa latinoamericana, quienes, con su angustia, sus necesidades, sus derechos pisoteados una y mil veces, llenan de voces y gritos esta narrativa que se mueve entre la excelencia creativa y la pulsión ideológica, entre la más afilada experimentación formal y las marcas inequívocas del compromiso político. De alguna manera, las investigaciones llevadas a cabo para escribir mi tesis doctoral sobre El otoño del patriarca, de García Márquez, han condicionado mi manera de entender la literatura y la realidad del continente mestizo. A lo largo de los años, los temarios que he preparado en los diferentes niveles de la enseñanza universitaria siempre han tenido en común la selección de obras que tocaran el poder y la violencia, como una forma de guardar fidelidad a la verdad histórica, lejos de ciertos enfoques edulcorados y un tanto almibarados de la historia literaria hispanoamericana. Todas las líneas de investigación que he abierto en los últimos veinte años, bajo el asesoramiento impagable de la profesora Trinidad Barrera, tienen como referente los temas tratados en el presente volumen, donde no faltan los dictadores, los verdugos y represaliados, los exiliados, los gobiernos totalitarios, los corruptos y sus corruptelas, los narcoestados, los tiranos hiperbólicos y estrafalarios, el intervencionismo norteamericano, las iglesias redentistas o la fauna transfronteriza que se enriquece sin escrúpulos mientras los indocumentados buscan el sueño americano.

Los trabajos reunidos en este volumen, Sic semper tyrannis. Dictadura, violencia y memoria histórica en la narrativa hispánica, han sido recuperados, en algunos casos, de revistas que no siempre están accesibles o disponibles para el lector interesado en estos temas. En otros casos, son capítulos que vuelven a ser remozados y actualizados para su publicación, con la idea de que el paso de los años no lamine el vigor interpretativo con que salieron a la prensa originariamente. He evitado la tentación de cambiar de forma excesiva los contenidos y la redacción de los mismos, porque eso me hubiera llevado a escribir un libro muy diferente, desvirtuando así la visión que he tenido de la violencia, el poder o la memoria histórica en los últimos dos decenios de trasiego académico. Los textos seleccionados buscan la coherencia formal y temática, la unidad de sentido y cierta concepción armónica del conjunto, mostrando en todo momento mis intereses como lector e investigador. Su selección tiene siempre como denominador común el análisis del carácter corrosivo de ciertos poderes políticos y la morfología literaria de sus principales representantes: dictadores, presidentes, ministros, verdugos o delfines políticos, todo ello en el conjunto de la narrativa hispánica, en ambas orillas de nuestra cultura común.

Los textos originales abarcan una horquilla cronológica que va desde el año 2003 al 2015, y han sido publicados en revistas o volúmenes colectivos de Francia, México, Perú, Italia, Colombia y, naturalmente, España. En todos ellos hay un acercamiento metodológico a las formas complejas del poder y a la violencia que subyace o acompaña a su ejercicio. Cada texto ha requerido de un enfoque singular y de una bibliografía específica, sin embargo, para darle ligereza a la estructura del libro y evitar incómodas repeticiones y posibles solapamientos, he optado por reunir la bibliografía en la parte final de la obra y presentarla por orden alfabético.

Quisiera agradecer a los profesores Pedro M. Piñero Ramírez (catedrático emérito de la Universidad de Sevilla) y a Daniel Nemrava (Universidad Palácky de Olomouc, República Checa) todos sus esfuerzos para que este libro saliera a vistas en la editorial Iberoamericana / Vervuert. Con Daniel y Markéta, mis amigos checos, he contraído una deuda profesional y personal que va mucho más allá de cualquier compromiso académico. Mi agradecimiento incondicional y sin fisuras a los maestros que hicieron posible esta caminata filológica, Antonio Jaime, Luis García Garrido, Antonio Maya, Pilar Vila y Ramón Crespo, con los que aprendí y compartí el amor a los libros, la pasión por la cultura antigua o moderna, la importancia de la educación en las diferentes edades del hombre, el respeto al trabajo ajeno, la solidaridad, la complicidad, la risa, la empatía hacia los demás. En aquellos años en los que trabajaba en el campo, junto a mi padre y mis hermanas, mis maestros fueron el santo y seña de mi pasión filológica, el oxígeno necesario para que esta vocación literaria se convirtiera en un precioso peregrinaje laico. Tampoco quiero olvidar a Manolo Ariza, filólogo y hombre rutilante, que se nos fue tan pronto, dejándonos desconsolados y a la intemperie, así como a los maestros ya desaparecidos Klaus Wagner y Rafael de Cózar.

Otros colegas han sido un apoyo fundamental en estos años, como Mercedes Arriaga, Marita Caballero, Gema Areta, Ninfa Criado, Noel Rivas, Pablo Felipe Sánchez, Miguel Polaino-Orts, Juan Montero, Pepe Jurado, José Manuel López de Abiada, Ariel Castillo, Ramón Illán Bacca, María Eugenia Osorio, Edwin Carvajal, Clemencia Ardila, Carmen Alemany, Eva Valero, Luis Veres, Selena Millares, Eduardo Becerra, Paqui Noguerol, Fernando Iwasaki, Milagros Ezquerro y Michèle Ramond, Julián Cosano (PAS de Filología), Rosi y Ana (Filologías Integradas), Fali (Biblioteca Dante), Conchi (Copistería Minerva), Gregorio y Luis (Bar-Cafetería San Fernando), Dasso Saldívar, Antonio Gutiérrez, María Luisa Laviana y Salvador Bernabéu (Escuela de Estudios Hispanoamericanos). Otros amigos y familiares a lo largo de estos años han sido testigos y apoyo importante en mis empeños literarios, Madriles, Brito, los Barchinos, Manuel González (More), José Luis García Barba y Mercedes Oliver, Álvaro González Pérez, Paco Maya y Marina, Chema y Carmen, Jesús Sumariva, Juani (Papelería El Palmar), Narciso Climent, mis primos Joselín y Paquito Camacho, Mercedes Bazán y Rafael Romero, Manolo Rodríguez, Manolo Delgado y Manolo Márquez (los tres Manolos de mi infancia), mi abuela Patrocinio Salazar y mis primos ausentes, Charo Vega, Perico Rodríguez y Celia Castaño, in memoriam. Le debo un agradecimiento muy especial a Cristina María, mi abejita filológica, implacable con las erratas ajenas.

Finalmente, este libro, con todas sus dudas y desvelos, está dedicado a las Mercedes de mi vida: la que ya no está, mi madre, y la que ríe camino del colegio, obsesionada con aprender a leer y a escribir.

Universidad de Sevilla-Sanlúcar de Barrameda, verano de 2016

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Salvo el capítulo titulado “Alambres en el desierto. De la guerra salvadoreña a la mitología transfronteriza en Odisea del norte, de Mario Bencastro”, inédito hasta la fecha, los restantes capítulos han sido publicados en revistas o volúmenes especializados, tanto nacionales como internacionales, según se detalla a continuación:

1º. “Verdugos, delfines y favoritos en la novela de la dictadura” fue publicado en Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, Université de Toulouse, 2003, nº 81, pp. 203-228.

2º. “Sófocles, peregrino en Macondo. De los enigmas insolubles a las pestes literarias en la narrativa de García Márquez” fue publicado en Ínsula. Revista de Letras y Ciencias Humanas, Madrid, marzo de 2007, pp. 21-24, monográfico homenaje a García Márquez coordinado por el profesor Ángel Esteban (Universidad de Granada).

3º. “El dios Tohil y las tiranías ancestrales en El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias” salió en la revista italiana Studi di Letteratura Ispano-americana, dirigida por el gran humanista Giuseppe Bellini, Roma, Bulzoni Editore, 2010, vol. 41-42, pp. 75-87.

4º. “Jorge Ibargüengoitia y la Revolución desmitificada en Los relámpagos de agosto” fue publicado en el volumen colectivo 1910. México entre dos épocas, edición de Paul-Henri Giraud, Eduardo Ramos-Izquierdo y Miguel Rodríguez, México, El Colegio de México, 2014, pp. 385-400.

5º. “Cristóbal Colón y las representaciones del poder en la narrativa de García Márquez” fue publicado en la revista peruana Escritura y Pensamiento, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, julio-diciembre de 2007, vol. 20, año X, nº 21, pp. 181-207.

6º. “Manuel Vázquez Montalbán y Mario Vargas Llosa. Dos novelistas y un tirano” fue publicado en la revista mexicana Metapolítica. Política y Literatura, México, 2002, volumen 6, nº 21, pp. 92-104.

7º. “Aquiles en los Andes. El odio y sus máscaras en la narrativa peruana de la violencia” apareció como capítulo en el volumen colectivo El odio y el perdón en el Perú. Siglos XVI al XXI, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2009, pp. 295-316, coordinado por la historiadora limeña Claudia Rosas.

8º. “Alonso Cueto y la narrativa del fujimorismo” tiene su origen en dos artículos: “Alonso Cueto y la novela de las víctimas” (en Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, Université de Toulouse, 2006, nº 86, pp. 247-264) y “Vladimiro Montesinos o la santidad del ofidio en Grandes miradas, de Alonso Cueto” (en Revista Iberoamericana, Pittsburgh, octubre-diciembre de 2012, nº 241, vol. LXXVIII, pp. 805-818).

9º. “Fernando Vallejo y el pensamiento herético en La Puta de Babilonia” fue publicado en una versión reducida en el Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, Santander, 2011, volumen LXXXVII, pp. 317-336.

10º. “Fronteras con espinas. El sueño neoyorquino en Paraíso Travel, de Jorge Franco” apareció en la revista colombiana Con-Textos. Revista de Semiótica Literaria, Medellín, Universidad de Medellín, julio-diciembre de 2007, vol. 19, nº 39, pp. 99-111.

11º. “El corrido de Dante de Eduardo González Viaña y la novela de los inmigrantes” fue publicado en el volumen colectivo Les espaces des écritures hispaniques et hispa-no-américaines au XXI e siècle, editado por Eduardo Ramos Izquierdo y Marie-Alexan-dra Barataud, Limoges, Presses Universitaires de Limoges, 2012, pp. 95-106.

12º. “Alambres en el desierto. De la guerra salvadoreña a la mitología transfronteriza en Odisea del norte, de Mario Bencastro” (inédito).

13º. “La tribuna privilegiada de los narradores del boom” fue publicado en la revista Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, Université de Toulouse, 2008, nº 90, pp. 85-104.

14º. “El vano ayer de Isaac Rosa, una novela en marcha y cortazariana sobre la memoria histórica del franquismo” tiene su origen en dos capítulos: “Drenando la memoria histórica. El vano ayer de Isaac Rosa, una novela cortazariana” (publicado en Reescrituras y transgenericidades, Milagros Ezquerro y Eduardo Ramos-Izquierdo [eds.], México/Paris, Rilma 2/Adehl, 2010, pp. 161-173) y “El vano ayer de Isaac Rosa, una novela en marcha sobre la memoria histórica del franquismo” (en Metanarrativas Hispánicas, Marta Álvarez/Antonio Gil/Marco Kunz editores, Berlin, Lit Verlag, 2012, pp. 239-255).

15º. “La eternidad llega a su fin. La caída de Madrid, entre la mitología franquista y la ventolera democrática” fue publicado en el volumen colectivo La constancia de un testigo. Ensayos sobre Rafael Chirbes (Augusta López Bernasocchi y José Manuel López de Abiada, eds.), Madrid, Editorial Verbum, 2011, pp. 63-102.

VITUPERIO CONTRA
LOS TIRANOS LITERATURA
CONTRA LA INFAMIA

Capítulo 1º
Verdugos, delfines y favoritos en la novela de la dictadura

SIC SEMPER TYRANNIS

El dictador es la pieza más importante en la maquinaria represiva de los Estados autoritarios, pero no es la única. La figura del favorito suele acompañar al dictador dentro y fuera del ámbito literario y es el responsable de prolongar la tiranía más allá de las esferas inmediatas del poder. El favorito, llamado también delfín, es siempre el hombre fuerte del régimen, quien garantiza el ejercicio del poder cuando el dictador permanece en la sombra. El favorito es quien materializa las torturas, realiza un minucioso seguimiento de los sospechosos y mantiene el orden con el rigor exigido para evitar cualquier forma de disidencia. Su labor de informador lo convierte en un auténtico “sabueso” capaz de olfatear posibles levantamientos y hostilidades contra el régimen establecido. Además de ser el informador y el hombre de confianza del dictador, el delfín adopta en las dictaduras militares hispanoamericanas una actitud verdaderamente sanguinaria, realizando los trabajos más sucios en la política represiva contra cualquier conato subversivo. Son personajes temidos y en cierto sentido “mitologizados”, de los que apenas hay información, precisamente porque su labor la desarrollan en la más absoluta oscuridad, tratando de mantener cierto grado de anonimia en sus comportamientos para preservar la efectividad de sus métodos. Las informaciones sobre estos verdugos de las dictaduras son muy escasas y contradictorias; están siempre sujetas a la manipulación constante de una maquinaria represiva que actúa sin ningún tipo de escrúpulos. Desde los propios círculos concéntricos del poder absoluto se trata de dar un carácter sobrenatural y una dimensión mítica a este ejercicio brutal del poder que se sirve de todos los métodos a su alcance para mantener “el orden establecido”.

Delfines y favoritos tienen un acceso privilegiado a la figura del dictador. Pueden hacer las veces de secretarios, confidentes, asesores, escribientes, celestinos, acólitos o simplemente acompañantes de presencia grata. Son los casos literaturizados de Patiño en Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos; de Romualdo en Un día con su Excelencia, del chileno Fernando Jerez; del Doctor Peralta en El recurso del método de Carpentier, o de Tadeo Requena en Muertes de perro de Francisco Ayala. No obstante, estas figuras pueden asumir en determinados momentos la responsabilidad de reprimir con todos los métodos disponibles cualquier forma de subversión. Es entonces cuando delfines y favoritos se convierten en verdugos.

Por paradójico que resulte, el verdugo es un obrero de la represión, un trabajador excepcionalmente cualificado en los métodos más sofisticados de la intimidación y la tortura, cuya dedicación, austeridad y abnegación le convertirán en un auténtico “modelo profesional”: una suerte de eremita que vive por y para su dictador, que no necesita prebendas políticas ni materiales, y que acaba parodiando, en el mundo literario, el arquetipo de la santidad. Se lo dice al viejo Patriarca de García Márquez una de las voces informantes de la novela: José Ignacio Sáenz de la Barra, el verdugo, llevaba “una vida de santo”1.

Verdugos, delfines y favoritos son personajes reales antes que literarios y su comportamiento disparatado dentro del mundo de la ficción es solo un pálido reflejo de lo acontecido en la realidad de estos países latinoamericanos. Conforme se ha ido produciendo la creciente y progresiva democratización de países como Argentina, Chile, Uruguay o Paraguay, asistimos a la desarticulación y al conocimiento de poderosas infraestructuras represivas cuyo funcionamiento no se limitaba solo a las fronteras nacionales, sino que en muchos casos extendían sus redes de influencia a otros países igualmente dictatoriales. Los diferentes procesos judiciales abiertos a finales de la década de los noventa han puesto de manifiesto una estrechísima colaboración entre las diferentes dictaduras del cono sur americano. Podría hablarse en algunos casos de una suerte de “pandictadura latinoamericana”, que tuvo su momento de esplendor en los años setenta y ochenta. Desapariciones, raptos, violaciones, ejecuciones, extradiciones y un sinfín de irregularidades jurídicas han convertido a muchos de estos países en verdaderos esperpentos de la civilización.

El testimonio de algunos de los artífices de la represión, como es el caso de Adolfo Scilingo en Argentina o el proceso seguido contra Humberto Gordon, el brazo ejecutor de Pinochet y director de la CNI (Central Nacional de Inteligencia), ha venido a situar la realidad muy por encima de la ficción. Los horrores cometidos en la temida Escuela de Mecánica de la Armada, entre 1976 y 1983, o los llamados “vuelos de la muerte”, cuyo único fin era arrojar al mar a los supuestos disidentes del régimen dictatorial para hacerlos desaparecer comidos por los tiburones, terminaron dándole la razón a los métodos expeditivos empleados por el viejo Patriarca de García Márquez. Las propias “caravanas de la muerte” organizadas por la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) chilena o los largos tentáculos ejecutores del SIM (Servicio de Inteligencia Militar) de la dictadura de Trujillo, en la República Dominicana (1930-1961), eliminando a adversarios políticos y haciendo desaparecer a personajes de gran relevancia más allá de las fronteras dominicanas2, ha terminado por convertirse en uno de los lugares comunes de la “novela de la dictadura”3. La violencia, la extorsión, el chantaje, el nepotismo, la censura, son algunos de los elementos cotidianos en un sistema que hace de la represión su bandera ideológica. Para ello, el dictador se rodea de toda una serie de sátrapas y “compadritos” con los que comparte las actuaciones y los comportamientos más desmesurados e hiperbólicos, que acaban convirtiéndose en un verdadero catálogo de disparates. Así lo ha recogido Conrado Zuluaga en su obra Novelas del dictador y dictadores de novela:

Hernández Martínez asesina 10.000 campesinos acusándolos de comunistas; Justo Rufino Barrios hace de su sicario una tea humana; Tiburcio Carías acaba con sus opositores hasta la tercera generación; Trujillo secuestra, en Estados Unidos, escritores y los hace desaparecer para siempre; Somoza asesina a traición al líder revolucionario Sandino; Juan Vicente Gómez confina en las prisiones a sus enemigos, que mueren devorados por los mismos gusanos que generan sus llagas al estar atados a grillos de más de cien kilos; Melgarejo asesina a su ayuda de cámara por celos, un viernes santo, mientras la procesión pasa bajo su ventana; Francia tiñe de rojo los blancos muros de Asunción con sus fusilamientos; Ubico se deleita con las fotografías de los torturados y en República Dominicana existen fosos de tiburones y perros adiestrados para castrar, y sicarios como Sanabria y Sixto Pérez en Centroamérica… (1977: 120)4.

La figura del dictador ha sido considerada por García Márquez como el verdadero “animal mitológico” que ha producido América Latina. En uno de sus artículos periodísticos, el escritor colombiano hacía un inventario de las excentricidades del dictador hispanoamericano, cuyo lado mágico le ofrecía enormes posibilidades a la hora de confeccionar a su viejo patriarca:

Durante casi diez años leí todo lo que me fue posible sobre los dictadores de América Latina, y en especial del Caribe, con el propósito de que el libro que pensaba escribir se pareciera lo menos posible a la realidad. Cada paso era una desilusión. La intuición de Juan Vicente Gómez era mucho más penetrante que una verdadera facultad adivinatoria. El doctor Duvalier, en Haití, había hecho exterminar los perros negros en el país, porque uno de sus enemigos, tratando de escapar de la persecución del tirano, se había escabullido de su condición humana y se había convertido en perro negro. El doctor Francia, cuyo prestigio de filósofo era tan extenso que mereció un estudio de Carlyle, cerró a la República del Paraguay como si fuera una casa, y solo dejó abierta una ventana para que entrara el correo […]. Anastasio Somoza, en Nicaragua, tenía en el patio de su casa un jardín zoológico con jaulas de dos compartimentos: en uno, estaban las fieras, y en el otro, separado apenas por una reja de hierro, estaban encerrados sus enemigos políticos. Martínez, el dictador teósofo de El Salvador, hizo forrar con papel rojo todo el alumbrado público del país para combatir una epidemia de sarampión, y había inventado un péndulo que ponía sobre los alimentos antes de comer, para averiguar si no estaban envenenados (1991b: 121).

Estos datos, y los muchos que han aportado las diferentes disciplinas que se han acercado al fenómeno del totalitarismo hispanoamericano, sirven para fijar un material procedente de la historia y cuyo “saqueo” ha servido para articular buena parte de las novelas de la dictadura. No obstante, no son los dictadores, con sus múltiples excentricidades, los responsables del orden, sino sus delfines y favoritos. Son ellos los que planean las situaciones, manipulan el entorno, aseguran el patrimonio económico del dictador, dan cohesión a los diferentes ministros del ramo y en muchos casos son los alcahuetes y celestinos encargados de ofrecerle al dictador la relajación necesaria para tan duro trabajo. Son gestores, sicarios, acompañantes, confesores, intrigantes o simples secretarios, demostrando en todo momento una extraordinaria versatilidad en las funciones que desempeñan. Sin embargo, los casos que llaman nuestra atención corresponden a aquellos favoritos capaces de desplegar una inusitada capacidad para el terror y la violencia, llegando a erigirse en auténticas amenazas para sus propios dictadores.

La abnegación con que desempeñan su labor, la austeridad de sus vidas, el desinterés con que se mueven en el engranaje represivo, la eficacia de sus métodos para “alcanzar la verdad” o la inteligencia perversa y chispeante de la que hacen gala los convierte en auténticos modelos del terror, en cuya construcción narrativa encontramos referentes literarios de procedencia diversa y variopinta. Criaturas satánicas y luciferinas, sátrapas sanguinarios, santos de las tinieblas, eremitas de la tortura o mártires del poder absoluto son algunos de los modelos utilizados para el arquetipo literario del verdugo. Es importante señalar que estos personajes suelen presentar rasgos muy próximos a las prácticas satánicas o diabólicas y, para ello, el escritor se vale de la parodia o la inversión de modelos tales como el santo, el ermitaño o el mártir. De esta forma, el verdugo se presenta como un personaje alejado de los placeres mundanos y las necesidades materiales, marcado siempre por la austeridad y la sencillez en sus hábitos cotidianos, ejerciendo de forma incansable la misión encomendada por el todopoderoso dictador y dando su vida en muchos casos por la gran obra de la dictadura. Por paradójico que resulte, el verdugo puede ser recreado siguiendo arquetipos que van del tirano al santo y del santo al mártir.

EL ÁNGEL DE LA MUERTE DE MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS. LAS TENTACIONES DE CARA DE ÁNGEL EN EL SEÑOR PRESIDENTE

Miguel Ángel Asturias consiguió con su novela El Señor Presidente instaurar las características básicas de este metagénero narrativo y trazar la tipología de sus respectivos personajes. Así ocurre con el dictador-mágico, al que se le conoce con el nombre genérico de Señor Presidente, y así ocurre también con su favorito: Miguel Cara de Ángel.

En el mundo sórdido de la dictadura del Señor Presidente, con sus personajes periféricos y mutilados que se mueven como sombras temerosas por las páginas de la novela, destaca con luz propia Miguel Cara de Ángel, del que se dice de forma recurrente que “era bello y malo como Satán”. En medio del feísmo y los elementos escatológicos que dan una dimensión infernal al ámbito de la dictadura, Cara de Ángel pone el contrapunto: él se diferencia del entorno por medio de su belleza casi “sobrenatural”, más parecido a un ángel que a un hombre, y dotado siempre de unos exquisitos modales que le convierten por momentos en un príncipe de la muerte.

A lo largo de la novela, Cara de Ángel adopta diferentes modelos o arquetipos que trazan su caída en desgracia. En su evolución como personaje asistimos a una verdadera inflexión que lo arranca violentamente de su situación de favorito dentro del engranaje de la dictadura para convertirlo en una víctima del régimen, más cercano a la figura del mártir religioso que a la del preso político. Todo lo relacionado con el personaje tiene conexiones evidentes con el mundo religioso. Su nombre, su aspecto angelical, su condición luciferina, su participación implacable y efectiva dentro del mundo sórdido que dirige el Señor Presidente viene anunciado por el texto que sirve de pórtico a la novela y que señala la instauración de un mundo infernal, presidido por Luzbel y las fuerzas del mal:

....¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbre…, alumbra…, alumbra, lumbre de alumbre…, alumbra, alumbre…!5.

Por medio de este juego fonético, considerado por el propio Asturias como una jitanjáfora6, asistimos a la recreación del sonido de las campanas que tocan a muerto. La presencia de Luzbel, como verdadero señor en este mundo de tinieblas, confiere al texto de Asturias un marcado sentido religioso, aunque sea desde un punto de vista negativo. En esa lucha entre el bien y el mal, Miguel Cara de Ángel tiene un protagonismo decisivo, convirtiéndose en una víctima del propio sistema que él ha creado.

Su aparición en la novela está siempre llena de sorpresa y fascinación entre quienes contemplan su belleza. Asturias presenta a su ángel de la muerte en medio de un basurero (cap. IV), símbolo de la inmundicia y suciedad que se origina en el sistema dictatorial. Allí coincide con el Pelele, criatura huérfana y desprotegida que en medio de su locura busca a una madre inexistente, y con un leñador que cree estar ante una aparición:

El leñador volvió la cabeza y por poco se cae del susto. Se le fue el aliento y no escapó por no soltar al herido, que apenas se tenía en pie. El que le hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris. Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma.
¡Un ángel… —el leñador no le desclavaba los ojos—, un ángel —se repetía—…, un ángel! (p. 135).

Esta fascinación es recurrente a lo largo de la obra y siempre está ligada a su belleza inexplicable y al misterio de sus ojos satánicos. Quien va a ser el amor de su vida, la joven Camila, contempla temerosa a “aquel hombre cuyos ojos negros despedían fosforescencias diabólicas, como los de los gatos” (p. 237) y se alegra al separarse “de aquel individuo repugnante a pesar de ser bello como un ángel” (p. 237).

De forma deliberada, el narrador da muy poca información sobre Cara de Ángel, pero su condición de favorito del Presidente le convierte en un personaje implacable y con pocos escrúpulos a la hora de ejecutar cualquier forma de represión. Sabemos muy poco de su pasado y casi nada de su presente, aunque podemos reconstruir algunos segmentos biográficos siguiendo su propio pensamiento, cuando el personaje se encuentra en pleno proceso de conversión: “¡Fui director del instituto, director de un diario, diplomático, diputado, alcalde, y ahora, como si nada, jefe de una cuadrilla de malhechores!... ¡Caramba, lo que es la vida! That is the life in the Tropic! ” (p. 182; cursiva de Asturias). Es la progresión natural para alguien que ha sido instrumento ciego del poder y ha ejecutado con verdadera eficacia su condición de esbirro del tirano y azote de su pueblo7. Por ello, el hermano del general Canales siente verdadera angustia “en presencia de aquel precioso arete del Señor Presidente” (p. 211) que solo puede traerle complicaciones con el dictador. Otro personaje, doña Chon, intuye la presencia del favorito por “pura corazonada y por los ojos de Satanás” (p. 275).

A pesar de esta presencia constante en la novela, su poder parece desarrollarse en la sombra, en las redes de espionaje que tiene establecidas para sofocar cualquier disidencia política, a pesar de que él mismo será víctima y verdugo al mismo tiempo8. Y también en los infiernos inenarrables que construye para los enemigos del régimen. Es en estas cárceles y calabozos de pesadilla en donde el Mosco es torturado hasta la muerte (capítulo II), al igual que ocurre con el secretario del Presidente (capítulo V) o con Genaro Rodas:

Los carceleros volvieron sobre sus pasos arrastrando la afligida carga, seguidos del capataz. En el rincón del suplicio le embrocaron sobre un petate. Cuatro le sujetaron las manos y los pies, y los otros le apalearon. El capataz llevaba la cuenta, Rodas se encogió a los primeros latigazos, pero ya sin fuerzas, no como cuando hace un momento le empezaron a pegar, que revolcábase y bramaba de dolor. En las varas de membrillo húmedas, flexibles de color amarillento verdoso, salían coágulos de sangre de las heridas de la primera tanda que empezaban a cicatrizar. Ahogados gritos de bestia que agoniza sin conciencia clara de su dolor fueron los últimos lamentos (p. 249).

Las propias torturas físicas y psicológicas que se describen en el capítulo XLI (“Parte sin novedad”) sirven como reflejo del mundo represivo sobre el que se mueve impunemente Cara de Ángel. Sin embargo, en la evolución del personaje se va a producir un hecho verdaderamente importante que marca un punto de inflexión en su trayectoria: su enamoramiento de Camila, la hija del general Canales, el enemigo público número uno del Señor Presidente.

El narrador nos presenta a una Camila inquieta y soñadora, habitante de un mundo idílico que nada tiene que ver con la realidad sórdida de la dictadura9. Cara de Ángel sucumbe ante sus encantos y queda atrapado para siempre en las redes de su ternura. Su mundo puro e inmaculado contrasta con el mundo infernal que ha construido el favorito. Es así como Cara de Ángel toma conciencia de su realidad miserable y en un acto de constricción, que tiene una clara lectura religiosa, busca su redención a través de la santidad amorosa. El ángel de la muerte se transforma en ángel de la vida en una de las pocas referencias esperanzadoras de la novela. Su nueva situación sentimental le lleva a hacer el bien donde antes solo tenía cabida el mal. Así, por ejemplo, intercede en favor de una anciana que ha viajado desde muy lejos “por el deseo de hacer bien para que Dios se lo devolviera a Camila en salud” (p. 284). Tras localizar al hijo de ésta, “la viejecita quedóse contemplando a su bienhechor como a un ángel” (p. 285). Y en el mismo capítulo XXV intenta salvar al mayor Farfán, uno de los personajes más siniestros de la novela, quien ha caído en desgracia:

—Es usted bondadosísimo…

—No, mayor, no debe agradecerme nada; mi propósito de salvar a usted está ofrecido a Dios por la salud de una enferma que tengo muy, muy grave. Vaya su vida por la de ella.

—Su esposa, quizás…

La palabra más dulce de El Cantar de los Cantares flotó un instante, adorable bordado, entre árboles que daban querubines y flores de azahar.

Al marcharse el mayor, Cara de Ángel se tocó para saber si era el mismo que a tantos había empujado hacia la muerte, el que ahora, ante el azul infrangible de la mañana, empujaba a un hombre hacia la vida (p. 288).

El enamoramiento cubre toda la existencia del favorito. Su casamiento in extremis, contrariando la voluntad implícita del dictador, es un acto temerario que va a ser interpretado como desacato y alta traición. Pero el favorito no piensa en ningún momento en las implicaciones de su matrimonio; se casa porque le han dicho que es la única forma de arrancar a Camila de las garras de la muerte:

Pues yo tengo la clave; provocaremos el milagro. A la muerte únicamente se le puede oponer el amor, porque ambos son igualmente fuertes, como dice El Cantar de los Cantares; y si como usted me informa, el novio de esa señorita la adora, digo la quiere entrañablemente, digo con las entrañas y la mente, digo con la mente de casarse, puede salvarla de la muerte si comete el sacramento del matrimonio, que en mi teoría de los injertos se debe emplear en este caso (p. 327).

En efecto, Cara de Ángel parece vencer a la muerte con la fuerza y la intensidad de sus sentimientos, siguiendo el ideario amoroso del Cantar de los Cantares. El personaje sucumbe ante un amor que le lleva a adorar a Camila como si fuese una criatura sagrada en cuyo cuerpo se ofician los ritos más sagrados del hombre. Camila se convierte en altar sagrado, en lugar de culto, en destino de peregrinación en donde el antiguo verdugo quiere limpiar sus culpas y pecados. Miguel Ángel Asturias equipara así conceptos como amor y religión y hace de su personaje un auténtico devoto del mundo de Camila. Su pasión amorosa será la causa de su sacrificio político. Más tarde dejará de ser un mártir de la amada para convertirse en mártir de la dictadura10.

El tirano todopoderoso no va a perdonar esta doble traición de su favorito y va a manipular su entorno para que este se hunda para siempre en el légamo de la desgracia. Cara de Ángel certifica que su autoridad dentro del régimen se resquebraja de forma inexorable; por ello, cuando es enviado en una extraña misión diplomática a Washington, siente un gran alivio al “alejarse de aquel hombre” (p. 380). Su viaje en tren hacia el puerto es un viaje hacia la muerte, un símbolo de la caída en desgracia, un icono de la fatalidad con que el destino incierto se ceba en determinados hombres. El verdugo se va a convertir en una víctima del dictador, transformado al final de la novela en una reencarnación de Tohil, el dios maya-quiché de la guerra y el fuego que exige sacrificios humanos. Por medio de un sorprendente juego fonético, Asturias convierte el ritmo machacón del tren en una representación simbólica de la muerte:

Cara de Ángel abandonó la cabeza en el respaldo del asiento de junco. Seguía la tierra baja, plana, caliente, inalterable de la costa con los ojos perdidos de sueño y la sensación confusa de ir en el tren, de no ir en el tren, de irse quedando atrás del tren, cada vez más atrás del tren, más atrás del tren, más atrás del tren, más atrás del tren, cada vez más atrás, cada vez más atrás, cada vez más atrás, más y más cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada vez, cada ver cada ver cada ver cada ver cada ver… (p. 381).

Finalmente, quien viaja a Washington no es Cara de Ángel, sino su doble: otra criatura siniestra que suplanta al primer favorito y que perpetúa de forma cíclica el brazo ejecutor (y torturador) de la dictadura11.

Las tentaciones redentoras y la santidad amorosa del personaje lo convierten definitivamente en un mártir12. Su destino será sufrir todo tipo de tormentos físicos y psicológicos, equiparando en un plano simbólico la pasión del amante con la pasión de Cristo. La vida del personaje se convierte en el último tramo de su existencia en un vía crucis. Pero a diferencia de otras formas de peregrinación que tienen un sentido purificador, su camino tortuoso únicamente conduce a la muerte y a la aniquilación absoluta, tal y como se produce en el capítulo XIL de la novela (“Parte sin novedad”).

Este capítulo es uno de los momentos álgidos de la narrativa de Asturias. En él, el favorito ha perdido su nombre, su identidad, su personalidad, su belleza, su orgullo, todo aquello que en algún momento lo había definido como personaje dentro de la obra, y en su lugar lo que encontramos es al preso nº 17. Su vida en la cárcel transcurre durante un periodo indeterminado de “días, meses, años” que representa el tiempo estancado de la dictadura y el de la propia muerte. El preso nº 17 sufre entonces un proceso progresivo de animalización. Comerá en las mismas letrinas en las que hace sus necesidades; intentará sobrevivir al olor nauseabundo que todo lo invade a su alrededor y que es también un reflejo de la putrefacción de su propio cuerpo. Cara de Ángel ansía mantener su identidad grabando su nombre enlazado al de Camila en un corazón atravesado por una flecha de Cupido. Las paredes de la mazmorra se llenan lentamente de garabatos, símbolos y mensajes de amor de un tiempo pretérito y feliz que constituye una salida idílica al mundo claustrofóbico en el que se descompone día a día.

Asturias recrea el mundo escatológico de la prisión sin omitir detalles escabrosos. El cuadro que dibuja está presidido por una oscuridad absoluta (“La luz llegaba de veintidós en veintidós horas hasta las bóvedas”) que parece potenciar aún más los malos hedores de las comidas y los propios excrementos. Las paredes filtran una humedad constante que se parece a la “sangre de los alacranes” y los ruidos del subsuelo se confunden con los llantos y gritos de los reos: “Dos horas de luz, veintidós horas de oscuridad completa, una lata de caldo y una de excrementos, sed en verano, en invierno el diluvio; ésta era la vida en aquellas cárceles subterráneas” (p. 397).

Solo la ilusión de Camila y el deseo de reencontrarla alimenta la vida del personaje. Cara de Ángel sobrevive en un submundo que es al mismo tiempo cárcel de amor y cárcel política, y en muchos sentidos sus padecimientos emparentan con los infiernos terribles descritos en la literatura mística y con las pocilgas imaginadas por Francisco de Quevedo en Las zahúrdas de Plutón, tal y como ha señalado Giuseppe Bellini13. El ex favorito puede sobrevivir a las torturas físicas, pero no a las psicológicas. Las confidencias del falso preso llamado Vich, informándole de que Camila es la amante del dictador, arrastrarán al personaje hacia una muerte fulminante. Derribado el mito de Camila, Cara de Ángel sucumbe ante las artes represivas de la dictadura, de las que él mismo fue partícipe. Nada puede redimir el mundo asfixiante y claustrofóbico concebido por Asturias, pero al lector le queda al menos el consuelo de la libertad absoluta del lenguaje como antídoto frente a toda forma de tiranía.

JOSÉ IGNACIO SÁENZ DE LA BARRA, EL SANTO DE LAS TINIEBLAS DE GARCÍA MÁRQUEZ

García Márquez ha negado en todo momento la influencia de Miguel Ángel Asturias en la elaboración de su novela El otoño del patriarca. Michael Palencia-Roth sostiene que “la novela del patriarca parece estar escrita en contra del modelo presentado en El Señor Presidente” (1983: 178). No obstante, el parecido entre Miguel Cara de Ángel y José Ignacio Sáenz de la Barra resulta más que evidente y coinciden en un punto esencial: ambos forman parte y son víctimas de los círculos concéntricos del poder absoluto14.

José Ignacio Sáenz de la Barra se presenta en la novela en el capítulo 5º, después del asesinato de Leticia Nazareno y de su hijo Enmanuel, devorados por una jauría de perros hambrientos. El patriarca, implorando a su madre muerta, hace todo lo posible por “encontrar el hombre que me ayude a vengar esta sangre inocente, un hombre providencial que él había imaginado en los desvaríos del rencor y que buscaba con una ansiedad irresistible” (pp. 204-205)15. Aparece entonces José Ignacio Sáenz de la Barra, un dandi matarife capaz de asustar con su crueldad al protagonista de la novela. Aunque su retrato literario puede ponerse inmediatamente en relación con toda una pléyade de tiranos reales que han ejercido la tortura indiscriminada para lograr sus objetivos16, Sáenz de la Barra está construido en la ficción con los rasgos hiperbólicos propios del realismo mágico.

El personaje aparece siempre por el palacio presidencial vestido de forma impecable, con una elegancia natural que provoca admiración y asombro en su entorno. Su porte sólido, su tez color de hierro, “el cabello mestizo con la raya en el medio y un mechón blanco pintado, los labios lineales de la voluntad eterna, la mirada resuelta del hombre providencial que fingía jugar al cricket” (p. 205), le conceden cierto estigma luciferino, de belleza mortal, en la misma línea que Miguel Cara de Ángel. El personaje es contratado con el objetivo de descubrir a los conspiradores del régimen que han asesinado a la familia del patriarca. Convertido entonces en una variante singular del detective policial, Sáenz de la Barra comienza sus detenciones e interrogatorios con métodos verdaderamente implacables, que lo convierten en el torturador más famoso y terrible de cuantos han pasado por el “vasto reino de pesadumbre”.

Sus pesquisas policiales se inauguran con el envío macabro de “un costal de fique que parecía lleno de cocos” y que en realidad era el “primer abono del acuerdo, seis cabezas cortadas con el certificado de defunción respectivo” (p. 207). A estos primeros enemigos decapitados le sigue una lista interminable de súbditos que tienen la desgracia de resultar sospechosos. Así que “siguieron llegando en aquellos tenebrosos costales de fique que parecían de cocos” (p. 208) las cabezas de sus supuestos enemigos naturales; “había firmado por novecientas dieciocho cabezas” (p. 208) cuando “soñó que se veía a sí mismo convertido en un animal de un solo dedo que iba dejando un rastro de huellas digitales en una llanura de cemento fresco” (p. 208).