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BIBLIOTECA INDIANA

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José Antonio Rodríguez Garrido, Pontificia Universidad Católica del Perú

Biblioteca Indiana, 42

«YO, DON HERNANDO CORTÉS»

Reflexiones en torno a la escritura cortesiana

BEATRIZ ARACIL VARÓN

Universidad de Navarra - Iberoamericana - Vervuert

2016

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ISBN 978-84-8489-956-3 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-95487-493-4 (Vervuert)

ISBN 978-3-95487-896-3 (e-book)

Diseño de la serie: Ignacio Arellano y Juan Manuel Escudero

Imagen de la cubierta: Retrato de Hernán Cortés. Óleo anónimo del siglo XVIII. Museo de

la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.

Diseño de la cubierta: Marcela López Parada

A Sara, mi narradora de historias fabulosas

ÍNDICE

NOTA PRELIMINAR

INTRODUCCIÓN

I. EL DISCURSO CORTESIANO EN EL TIEMPO: AVATARES DE UN CORPUS TEXTUAL COMPLEJO

De las primeras relaciones impresas a su reedición en el siglo XVIII: el discurso cortesiano en la reescritura de los cronistas

El rescate documental: del hallazgo del Códice de Viena a los Documentos cortesianos de José Luis Martínez

Líneas actuales de recuperación textual de la obra cortesiana

Breve apostilla sobre supuestas atribuciones

II. EL CONQUISTADOR FRENTE A SU ESCRITURA

Ausencia/presencia del yo en los primeros documentos

La carta de relación: un género híbrido al servicio de un objetivo múltiple

«Hacer verdadera relación»: la escritura legitimadora

Los recursos de la epístola

III. EL INGRESO EN LA HISTORIA Y LA CONFIGURACIÓN DE LA IMAGEN HEROICA

La búsqueda de los modelos

La caracterización del héroe

Recursos retórico-estilísticos al servicio de una construcción mítica

IV. DE HÉROE CONQUISTADOR A MARQUÉS DEL VALLE: LA ALTERIDAD Y LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO

Escribir al rey: la difícil delimitación del sujeto como vasallo

La otredad indígena en el discurso cortesiano

El territorio americano y la transformación del yo

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

NOTA PRELIMINAR

El presente trabajo está vinculado al Proyecto de Investigación I+D «La formación de la tradición literaria hispanoamericana: la recuperación del mundo prehispánico y virreinal y las configuraciones contemporáneas» (FFI2014-58014-P) y, de manera más amplia, a un grupo de trabajo con más de dos décadas de trayectoria. Consciente de que lo que escribo nunca es fruto solo de la investigación personal, quiero agradecer a los directores de dicho proyecto, José Carlos Rovira y Carmen Alemany, su apoyo y sus observaciones, sobre todo en la etapa final de redacción del libro, a numerosos colegas (en especial de la Universidad de Alicante, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma de México-Azcapotzalco) el intercambio de opiniones y lecturas, a Pilar Latasa su confianza en la posibilidad de que estas páginas formaran parte de la Biblioteca Indiana y a «mi cómplice y todo», Paco Vicente, sus comentarios y sugerencias tras la paciente lectura de numerosos borradores.

INTRODUCCIÓN

A mediados del año 1522, el impresor Jacobo Cromberger publicaba en Sevilla la que él mismo denominaría Carta de relación enviada a Su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Señor por el Capitán General de la Nueva España llamado Fernando Cortés1. En dicha carta, un hasta entonces desconocido capitán describía su avance militar por el territorio sometido al imperio azteca (desde la recién fundada Veracruz hasta el Valle de México), el encuentro y dominio sobre el «grandísimo señor llamado Mutezuma»2 y las maravillas de la ciudad de México-Tenochtitlan, pero también cómo, habiendo debido abandonar la ciudad para enfrentarse con Pánfilo de Narváez (enviado por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez), apenas había logrado replegar sus tropas tras la rebelión de los mexicas en su ausencia. El texto estaba firmado en la nueva villa de Segura de la Frontera (Tepeaca) el 30 de octubre de 1520, mientras Cortés organizaba el asedio a la capital azteca, pero sus lectores supieron ya por el mismo Cromberger que, en el momento en el que fue publicado, «los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán»3.

La que hoy llamamos Segunda relación de Hernán Cortés fue un texto esencial para su autor que le permitió ingresar en la Historia a través de una particular caracterización tanto de sí mismo como de su proyecto de conquista, caracterización que sería completada a su vez en los años siguientes con otros dos documentos: la Tercera relación (de 1522), publicada también en Sevilla por Cromberger en 1523, en la que narra el asedio militar a la capital, que finaliza con su destrucción y con la captura y rendición de Cuauhtémoc, así como el asentamiento del poder español en México; y la Cuarta relación, fechada en 1524 y publicada por primera vez en Toledo en 1525, que abarca las conquistas posteriores a la toma de México y sus primeros trabajos de organización administrativa como responsable de la gobernación de la Nueva España y que, de algún modo, clausura una breve pero intensa etapa política y militar del conquistador.

También debió otorgar especial importancia a este documento su destinatario, el rey Carlos V: ubicado en una etapa clave del proceso de apropiación del territorio de ultramar, la de conquista y población de tierra firme, este daba cuenta de un cambio decisivo para la concepción de dicho proceso, ya que Cortés lo escribía desde un espacio entonces dominado por una sociedad con una potente organización política y militar al que, sin embargo, había decidido bautizar en nombre de Su Majestad como «la Nueva España del Mar Océano»4, término que revelaba no solo su voluntad de asimilación cultural sino sobre todo su confianza en la propia capacidad para conquistarlo en su totalidad5, al tiempo que otorgaba un valor excepcional al mismo ante su interlocutor, al equipararlo, a través de ese acto de nominación, a la metrópoli como parte del imperio.

El destinatario privilegiado otorgaba a su vez mayor alcance a este texto cuya trascendencia para la Europa del siglo XVI fue indudable: por primera vez el lector occidental tenía noticia de una gran civilización americana, y esta le llegaba además de primera mano, escrita por quien se erigía como protagonista de la excepcional hazaña de descubrimiento y futura conquista del «maravilloso» imperio azteca. Acertaba, pues, Cromberger al apelar al final del libro al interés provocado por estas «cosas grandes y estrañas» procedentes de «otro mundo sin duda, que de solo verlo tenemos harta cobdicia los que a los confines dél estamos»6; un interés que se reflejaría en las numerosas traducciones más o menos fieles de esta relación que pronto fueron impresas en otras ciudades7.

En definitiva, la Segunda relación cortesiana es un documento de singular importancia histórica, cultural y política que inaugura de forma plena (como veremos) el discurso del conquistador. Ahora bien, si la ubicamos en su propio paratexto, esto es, enmarcada por el título, el grabado y los comentarios previos y finales de Cromberger con los que salió a la luz por primera vez, descubriremos además otro aspecto significativo de la misma que me interesa destacar en esta reflexión inicial porque determina en buena medida al conjunto de la escritura cortesiana: dicha escritura se sitúa, desde los inicios, en un marco de interrelaciones con otros discursos que completan, matizan o rebaten el del propio conquistador.

Esta circunstancia, positiva en principio para la interpretación de la figura de Hernán Cortés y su discurso, ha implicado —a mi modo de ver—también un escollo a la misma, ya que, aunque sus relaciones sean consideradas textos fundacionales de la Crónica de Indias, estos otros discursos han ido relegando la escritura de Cortés de forma progresiva hasta provocar en muchos casos un proceso de disociación entre lo escrito por el autor y sobre el autor (favorecido por la temprana prohibición de las tres relaciones citadas) y, por tanto, de distanciamiento respecto al discurso cortesiano en la conformación de la figura histórica y literaria del conquistador, observable ya durante el período colonial en documentados autores a los que será necesario volver en el presente estudio, como Francisco Cervantes de Salazar, Antonio de Herrera o Antonio de Solís (aunque este último no dude en considerar a Cortés héroe central de su historia8).

Sucede entonces que, a menudo, el Cortés de los historiadores, poetas o novelistas no dista mucho de la construcción que proponía el mexicano Vicente Leñero en su pieza teatral La noche de Hernán Cortés (1992), construcción realizada a partir de la memoria histórica y personal (o, más bien en este caso, de un intento desesperado de recuperación de testimonios escritos por parte del protagonista, trasladado a la época contemporánea) para la que no parecen resultar útiles, sin embargo, sus propias relaciones9:

[CORTÉS:] Aquí sucedió algo muy importante para mi vida y para la historia, Pancho. ¿Qué fue? […]. Revisa la historia, qué dicen los libros… Qué dice López de Gómara. ¡Búscalo! […].

SECRETARIO: López de Gómara no consigna absolutamente nada, señor.

CORTÉS: ¡Andrés de Tapia!

SECRETARIO: (Revisando legajos). Andrés de Tapia, Andrés de Tapia… No, no… De la casa de Coyoacán no dice nada.

CORTÉS: Bernal Díaz… ¡Busca en Bernal Díaz!10

Reintegrar, pues, el diálogo entre la escritura cortesiana y el resto de discursos con los que se interrelaciona resulta imprescindible para una cabal comprensión de la voz del propio Cortés11.Y es necesario asimismo admitir que dicha voz no está solamente en las tres cartas citadas ni en el corpus más amplio en el que se integran, las cinco Cartas de relación que convencionalmente consideramos hoy como una unidad. A pesar de su importancia, estas constituyen solo una pequeña parte de la producción de quien demostró a lo largo de su vida una verdadera obsesión por la palabra escrita. Como ha advertido José Luis Martínez:

La personalidad de Hernán Cortés se distingue entre las de sus contemporáneos por contar con un cúmulo de documentos […]. Además de sus Cartas de relación, escribió, dictó o promovió instrucciones, ordenanzas, memoriales, demandas, defensas, acusaciones, probanzas, interrogatorios, recibos, contratos, documentos sucesorios, cartas personales y testamento12.

A la hora de establecer un breve recorrido por esa treintena de años en los que la escritura va fijando (y ayudando a transformar) una vida pública y privada que sería consignada por los historiadores desde fechas muy tempranas13, cabe advertir cómo la mayor parte de dicha producción textual podría inscribirse en el marco de la escritura legal, a la que Cortés estaba vinculado por su profesión14: si bien no hay testimonio documental de que —como afirmó Bartolomé de las Casas— «había estudiado leyes en Salamanca y era en ellas bachiller»15, lo cierto es que su paso por esa ciudad, «do estuvo dos años, aprendiendo gramática en casa de Francisco Núñez de Valera»16, le valió, a su llegada a Indias, la obtención de la escribanía del ayuntamiento de Azua, en Santo Domingo, cargo que ocupó alrededor de seis años, y más tarde su participación en la conquista de Cuba como «oficial del tesorero Miguel de Pasamonte, para tener cuenta con los quintos y hacienda del rey»17.

A partir de esta experiencia, determinante asimismo en su formación cultural18, el manejo de la escritura jurídica para los propios fines llegaría a partir de 1519, cuando Diego Velázquez le encomienda explorar el territorio de Yucatán en busca de la armada de Juan de Grijalva, comprobar si quedan allí cristianos cautivos y «rescatar» mercancías con los indígenas. Desobedeciendo las instrucciones de Velázquez (cuya autoridad representaba la del rey), Cortés transforma la que debía ser una pacífica armada de exploración y comercio en un proyecto de conquista y población de tierra fime, proyecto que deberá justificar ante la corona (en documentos como las Instrucciones a los procuradores Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero enviados a España, de julio de 151919, o el Memorial presentado al Real Consejo por don Martín Cortés de Monroy, padre de Hernán Cortés, en nombre de su hijo, de marzo de 152020) y para el cual deberá a su vez establecer unas normas (en escritos como las Ordenanzas militares mandadas pregonar por Hernando Cortés en Tlaxcala al tiempo de partirse para poner cerco a México, de diciembre de 152021).

Es en la primera de dichas líneas (esto es, la de justificación de su proyecto) en la que debemos inscribir las citadas Cartas de relación al monarca, que, junto a otras cartas privadas, memorias y relaciones, defienden el proceso de conquista, población y gobierno del territorio ante la metrópoli, mientras que diversas ordenanzas, instrucciones, donaciones, etc. dictadas entre 1521 y 1526 sitúan las direcciones básicas de su discurso político como máxima autoridad de la Nueva España.

El inicio del juicio de residencia por su labor en la gobernación novohispana (1526) y su viaje a España, marcado por los diversos encuentros con el emperador (1528-1529), intensifican, por un lado, la conflictividad de su escritura respecto a los representantes del poder en México y reorientan, por otro, su discurso frente a la corona, que pasa de la justificación de las propias acciones a la demanda de beneficios. Aunque nunca del todo satisfecha, dicha demanda le llevará en esta ocasión a otra forma de poder, la del acceso a la nobleza a través del título de marqués del Valle de Oaxaca, y al mantenimiento de la labor descubridora gracias a su nombramiento como capitán general de la Nueva España y del Mar del Sur (julio de 1529).

En efecto, a su vuelta a tierras mexicanas en 1530, la escritura de Cortés da cuenta de nuevas exploraciones (entre las que destacan las organizadas a la región de Baja California) y de su actividad como comerciante y hombre de negocios, facetas que le llevarán a mantener continuos pleitos con otros conquistadores, con la Audiencia e incluso con el virrey Antonio de Mendoza, a través de los cuales se observan asimismo aspectos interesantes de su relación con el territorio americano y sus habitantes.

A partir de su regreso definitivo a España en 1540, el discurso cortesiano queda marcado por antiguos y nuevos litigios (incluso con miembros de la familia, como Francisco Núñez22) y por tres cartas de agravios dirigidas al emperador23, así como por un último documento legal, esta vez de estricto carácter privado, su testamento (1547)24, cuyas disposiciones nos trasladan de nuevo a un territorio novohispano sin el cual resulta ya imposible concebir al firmante: «yo, don Hernando Cortés, marqués del Valle de Guaxaca, capitán general de la Nueva España y Mar del Sur por la majestad Cesárea del emperador don Carlos»25.

La amplitud y variedad de toda esa producción cortesiana que va de los escritos de 1519-1520 al citado testamento no ha tenido el suficiente eco en la bibliografía crítica sobre el autor: aunque existen ya sin duda trabajos sobre otros documentos significativos, la mayor parte de los estudios (salvo los propiamente biográficos) continúan centrándose en las Cartas de relación. Es por ello que las próximas páginas se plantean como un análisis de conjunto de la escritura cortesiana conocida hasta el momento (así como de otros textos del siglo XVI que se interrelacionan con ella de diversos modos) cuyo fin es aportar algunas claves en torno al proceso de construcción del yo mostrado por Cortés a través de su propio discurso26.

Escribía Antonio Cornejo Polar en la década de los 90 a propósito del sujeto latinoamericano (pero con especial interés en el colonial) que era necesario abordar dicho sujeto como «un espacio lleno de contradicciones internas, y más relacional que autosuficiente»27. Esta idea de un «sujeto relacional», ensayada a su vez respecto a la escritura de diversos conquistadores españoles (entre ellos el propio Cortés) en el trabajo ya clásico de Beatriz Pastor Discurso narrativo de la conquista de América (1983)28, me parece válida para el estudio de la presencia del yo en la escritura de Hernán Cortés que pretendo llevar a cabo porque el sujeto cortesiano establece a través de su discurso un haz de relaciones que a un tiempo lo delimitan e impulsan su progresiva transformación. Relaciones complejas y, en buena medida, conflictivas que abarcan al menos las siguientes líneas: el vínculo con la propia escritura, esto es, la forma en que Cortés asume, aprovecha y/o transgrede los límites y normas que le impone la escritura de su época; el posicionamiento del yo respecto a la Historia (la Fama), en la medida en que, fundamentalmente en las tres relaciones publicadas, el conquistador tiene conciencia de estar construyendo su propia imagen para la posteridad; su problemática relación con el representante máximo del poder español y destinatario de una parte fundamental de su discurso, el emperador Carlos V; la percepción del otro, el indígena americano, marcada a un tiempo por la admiración y la voluntad de dominio, no unívoca (ya que reconoce una estratificación social) e incluso contradictoria en algunos puntos; y, por último, la vinculación con el territorio americano, el sentimiento de pertenencia que se afianza en su discurso hasta convertirse en ese ya señalado tema central de los últimos escritos.

Respetando en la medida de lo posible las etapas de su escritura, los capítulos que conforman el presente libro pretenden profundizar en cada uno de estos aspectos que ayudan a comprender de forma más cabal la evolución del yo cortesiano. Pero antes de adentrarnos en el análisis de dichos aspectos, será necesario trazar un breve recorrido por el proceso de recuperación/conformación del corpus textual que constituirá mi objeto de estudio.

1 Cortés, Cartas de relación, ed. Ángel Delgado, p. 159 (en adelante, se citará CR). El presente libro sigue los criterios del GRISO respecto a la modernización ortográfica de las citas, de modo que se recogerá actualizada toda grafía que no tenga trascendencia fonética.

2 CR, p. 160.

3 CR, p. 309.

4 CR, p. 308.

5 No en vano ese mismo mes dirigió a su padre una carta personal donde le daba instrucciones para que solicitara en su nombre al rey que «le haga merced de una tierra que al presente está relevada (sic) donde mataron los indios más de doscientos españoles» (Cortés, Cartas y memoriales, p. 103. En adelante se citará de forma abreviada CyM).

6 CR, p. 308.

7 Amberes 1522 (traducción al francés), ¿Milán? 1522 (italiano), Amberes 1523 (flamenco), Núremberg 1524 (latín)…

8 Ver Solís, Historia de la conquista de México, p. 27.

9 Aunque sí se hace referencia a lo largo de la obra a otros documentos como su declaración en el juicio de residencia o su última carta al rey Carlos.

10 Leñero, 1992, p. 65.

11 Y no solo para abordar de forma comprehensiva los hechos históricos que protagonizó, como ya han demostrado algunas historias de la conquista de México desde la ya clásica de Prescott (1846) hasta las de Thomas, 1993 o Grunberg, 1995.

12 Documentos cortesianos (en adelante, DC), I, p. 9.

13 Recordemos que, si ya Francisco López de Gómara, a mediados del siglo XVI, hizo coincidir su Historia de la conquista de México con un recorrido por la vida del conquistador, en épocas posteriores, y especialmente desde los trabajos de Carlos Pereyra (1931) y Salvador de Madariaga (1941), han sido muy numerosas las biografías sobre Hernán Cortés.

14 No es mi propósito trazar en estas breves páginas introductorias una nueva biografía del capitán extremeño (para la que remito, más allá de trabajos clásicos como los citados en la nota anterior, a monografías ampliamente documentadas como las de Bennassar, 2002; Miralles, 2004 o la todavía fundamental de Martínez, 1990), pero sí delinear de forma esquemática el perfil de su escritura a partir de los escasos datos que tenemos sobre su formación en España y de las actividades que emprendió desde su primer viaje al territorio americano, cuestiones que determinan lo que Elliot ha definido como «el mundo mental» del conquistador (1990).

15 Las Casas, Historia de las Indias, vol. 3, cap. 27, p. 105.

16 López de Gómara, Historia de la conquista de México, cap. 1, p. 8.

17 López de Gómara, Historia de la conquista de México, cap. 4, p. 11.

18 Como explica Elliot, «durante su vida activa sus lecturas fueron en gran medida, probablemente, de carácter profesional, constituidas básicamente por los códigos legales castellanos y por aquellos documentos notariales u oficiales que aprendió a glosar e interpretar de manera autodidacta con consumada habilidad» (Elliot, 1990, p. 56).

19 DC, I, pp. 77-85.

20 DC, I, pp. 102-104.

21 DC, I, pp. 164-169.

22 Ver DC, IV, pp. 285-309 y los documentos recogidos en CyM.

23 El memorial «con relación de servicios y mercedes» que debió redactar en 1542 (DC, IV, pp. 234-242), la carta a Carlos V «pidiéndole que lo favorezca en sus pleitos y no le haga tanto mal ni desventura», de marzo de 1543 (DC, IV, pp. 243-245) y la última carta al emperador, fechada en febrero de 1544 (DC, IV, pp. 267-270).

24 DC, IV, pp. 313-341.

25 DC, IV, p. 314.

26 A lo largo del presente trabajo utilizaré el término «discurso» para referirme a la producción escrita (y oral) cortesiana desde una perspectiva amplia y abarcadora, imprescindible a la hora de abordar un conjunto muy heterogéneo de textos cuyo valor como «obras literarias» resulta cuanto menos discutible. En efecto, a pesar de la ambigüedad y plurisignificación del término, su utilización en el ámbito de los estudios literarios del período colonial a partir de la década de los 80 ha permitido un cambio esencial en dichos estudios destacado por autores como Rolena Adorno o Walter Mignolo: el traslado del punto de interés de un concepto restrictivo de «literatura» entendida en un sentido estético a otro más amplio que abarcaría toda «producción discursiva» (ver Mignolo, 1996 [1986], pp. 8-15 y Adorno, 1996 [1988], pp. 664-667). Aunque mi investigación se inscribe metodológicamente en el ámbito de la historiografía literaria y, por tanto, se sitúa al margen de algunos de los presupuestos que conlleva este cambio de paradigma, me parece saludable la idea de abordar los textos coloniales no como producciones estéticas sino como «discursos», esto es, como procesos comunicativos de implicaciones culturales, sociales e ideológicas en los que cobra especial relevancia la presencia del sujeto enunciador.

27 Cornejo Polar, 2003 [1994], p. 12.

28 El propósito de Pastor en este libro es abordar un corpus heterogéneo desde el punto de vista genérico, pero que mantiene como nexo de unión —según advierte la propia autora— el hecho de estar integrado por voces que «dieron testimonio verbal de su experiencia personal de esa conquista» (p. 8), lo cual le permite poner en cuestión la imagen monolítica de dichas voces y centrarse en «la dinámica interna del proceso de exploración y colonización de América» que presentan para observar cómo precisamente «es sobre esta presentación donde se articula el proceso de significación fundamental que enlaza todos los textos que integran este discurso: el de la transformación del conquistador, de su percepción de América, y de su visión del mundo» (p. 9). A más de tres décadas de su primera edición, quizá resulte sencillo detectar errores o parcialidades interpretativas en el libro de Pastor (la propia autora ofrece una versión corregida del mismo en Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emergencia, Hanover, Ediciones del Norte, 1988), pero es valorable su esfuerzo por abordar la complejidad y las posibles contradicciones de esos sujetos que, lejos de afirmarse en su propia identidad, se van construyendo a partir de su relación con el mundo americano. Por ello, algunas ideas de Pastor irán surgiendo (y, en su caso, serán matizadas) en las próximas páginas.

I

EL DISCURSO CORTESIANO EN EL TIEMPO: AVATARES DE UN CORPUS TEXTUAL COMPLEJO

Cuando José Toribio Medina llegó a Sevilla en 1929, su intención era iniciar un ambicioso proyecto: el de ofrecer «reunida en una sola obra todos los escritos de Cortés, cosa que parece increíble que hasta ahora no se haya hecho con la más gloriosa figura de la conquista de América y que imperiosamente reclama la historia»1. El proyecto no solo resultó superior a las fuerzas del erudito chileno en esos años finales de su vida sino que todavía parecía improbable en 1952, cuando Guillermo Feliú Cruz logró publicar el Ensayo bio-bibliográfico sobre Hernán Cortés de Medina:

…los estudios de erudición relativos a Cortés —escribía Feliú entonces—, la bibliografía de sus escritos, la crítica de ellos y sus valorizaciones como fuentes de información, son escasos y reducidos en comparación con la abundante literatura bio-bibliográfica que sobre aquel existe2.

En efecto, la tarea de localización, edición y análisis de los documentos cortesianos, consolidada ya en las décadas finales del siglo XX, ha resultado ser demasiado lenta si consideramos no solo la importancia de dichos documentos sino también, como señalaba Feliú, la ingente literatura generada por la figura histórica de Cortés3. Cabe advertir, sin embargo, que quizá ello no se deba tanto al desinterés o el rechazo que haya podido provocar la figura del conquistador a partir de los procesos de Independencia en América como a las dificultades que ha llevado consigo esta tarea: prohibidos, dispersos e incluso, en algunos casos, desaparecidos (tal vez definitivamente), los escritos cortesianos (como otros muchos textos de la historiografía indiana) han planteado al investigador serios problemas a la hora de realizar esa necesaria labor previa de recopilación documental, comenzando por la que es sin duda una de las obras fundacionales de la Crónica de Indias: el conjunto de textos que constituye lo que denominamos las Cartas de relación.

DE LAS PRIMERAS RELACIONES IMPRESAS A SU REEDICIÓN EN EL SIGLO XVIII: EL DISCURSO CORTESIANO EN LA REESCRITURA DE LOS CRONISTAS

Todos los originales de las cinco Relaciones se han perdido4, así como las memorias y escrituras en las que Cortés debió apoyarse para su redacción5. Es cierto que, como ya se ha señalado, el contenido de tres de las cartas —la segunda, la tercera y la cuarta— fue divulgado al poco tiempo de ser enviadas al rey gracias a su publicación en diversas ciudades españolas y europeas, pero también es necesario recordar que, aunque continuaron siendo traducidas y editadas en otros países6, las tres cartas citadas fueron prohibidas por la corona española en 15277 y no volvieron a publicarse en España hasta 17498, siendo su primera edición conjunta en México la de Lorenzana de 17709, de modo que, hasta las postrimerías del período virreinal, en el territorio de dominación española solo se pudo acceder al discurso cortesiano de manera indirecta10 a través de la obra de diversos cronistas que, tanto desde la Nueva España como desde la metrópoli, dieron cuenta de las «grandes hazañas» del conquistador.

Sin pretender realizar un recuento exhaustivo de las crónicas que, durante ese amplio período que va desde 1527 hasta las citadas reediciones del XVIII, abordaron los hechos descritos por Cortés en sus tres relaciones impresas11, sí me interesa detenerme en algunos autores significativos para observar la manera en que fueron aprovechados estos y otros documentos cortesianos (e incluso, en algunos casos, el contacto directo con el conquistador) al menos hasta mediados del siglo XVI y los motivos que llevaron a una progresiva relegación de dichas relaciones como fuente del discurso historiográfico sobre la conquista. Este recorrido permitirá asimismo justificar la pertinencia de un planteamiento metodológico que regirá en buena medida el análisis no solo de las tres relaciones señaladas sino del conjunto de los textos cortesianos en los próximos capítulos: el de hacer dialogar dichos textos con los de otras voces autorizadas sobre los mismos hechos históricos para determinar de manera más clara los objetivos y recursos empleados por Hernán Cortés en su escritura12.

Por lo que respecta a los cronistas del siglo XVI, cabe destacar en primer lugar (no solo desde una perspectiva cronológica) la edición completa de las ocho «décadas» De orbe Novo, escritas en latín por Pedro Mártir de Anglería, que sale a la luz en Alcalá de Henares en 153013. Entre el Libro VI de la Cuarta Década y Libro VIII de la Quinta, Anglería narra lo ocurrido desde la salida de Cortés del territorio cubano hasta la conquista de México-Tenochtitlan. Para ello, además de contar con valiosos testimonios orales como los de Portocarrero, Montejo y Alaminos14 y, más tarde, los de Diego de Ordaz y Benavides15 (así como con la demanda de Diego Velázquez ante el rey por estos hechos16), el erudito italiano leyó detenidamente la Segunda y la Tercera relación (que sigue en sus líneas principales) y aun otros documentos privados como la carta particular al rey que acompañaba a esta última17.

Ampliamente reeditadas y traducidas en Europa, las Décadas de Anglería no se tradujeron al castellano hasta 1892 y fueron poco utilizadas en los dominios españoles por autores inmediatamente posteriores18, pero los capítulos que nos ocupan sí debieron ser manejados por el humanista italiano Paulo Jovio a la hora de redactar el pasaje dedicado a Cortés en su Elogia Virorum Bellica Virtute lllustrium (1548)19. Como explica Teresa Jiménez a propósito de otra obra del italiano, este era un ávido lector de crónicas y se declaró «conocedor de la obra de Pedro Mártir»20, por lo que no es difícil que tomara de este los datos esenciales para sus páginas21, pero, si cito la obra de Paulo Jovio, es porque el autor alude en ella a cierta relación epistolar con el propio Cortés,en los años finales de este, que le permitió acceder al retrato que acompaña el elogio (fig. 1): «murió en su casa —escribe Jovio—, no muy viejo, poco después de haberme enviado su retrato para que lo pusiese en mi Museo, entre los varones ilustres»22. La alusión a la muerte de Cortés (acaecida apenas un año antes de la primera impresión de los Elogia) parece indicar además que el conquistador español fue uno de los últimos «varones ilustres» incorporados a la magna obra del humanista.

Fig. 1. Retrato de Hernán Cortés en Paulo Jovio, Elogia Virorum Bellica Virtute lllustrium, Basilea, 1575. Reproducido en Manuel Romero de Terreros, Los retratos de Hernán Cortés. Estudio iconográfico, México, Porrúa, 1944.

Resultan de interés asimismo (a pesar de su escasa difusión) dos textos tempranos: la que podríamos considerar primera biografía de Cortés, redactada en latín23 por el humanista italiano Lucio Marineo Siculo y publicada el mismo año que las Décadas (1530) como parte de su De rebus Hispaniae memorabilibus Libri XXV24, para la cual el autor había consultado tanto las relaciones publicadas como otras «muchas cartas elegantes que [Cortés] envió al mismo Rey», además de escuchar «el razonamiento que hizo delante del Emperador en defensa suya»25, lamentablemente prohibida tres años más tarde26; y un manuscrito de Hernán Pérez de Oliva conservado bajo el título «Algunas cosas de Hernán Cortés y México» en la Biblioteca de El Escorial, inédito hasta inicios del siglo XX27, en el que el autor había seguido con gran fidelidad la Segunda relación (aunque sin llegar a la Noche Triste)28.

Aunque finalizada por su autor hacia 1545, también quedó inédita otra obra de estrecha vinculación con la escritura cortesiana y sin duda de mayor relevancia: la segunda parte de la Historia general y natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo. En el Libro XXXIII de dicha Historia29, Oviedo copió de forma casi literal las tres relaciones cortesianas conocidas en la época30 introduciendo interesantes comentarios, fruto a menudo de su amplia experiencia americana o de su formación cultural, pero, a diferencia de la Primera parte (publicada en 1535), ni la Segunda (a la que corresponde el libro citado) ni la Tercera llegaron a la imprenta hasta el siglo XIX31.

La crónica que sí tuvo gran influencia en los autores de la segunda mitad del XVI, a pesar de su temprana prohibición, fue la segunda parte de la Historia general de las Indias (1552) de Francisco López de Gómara32, dedicada a la Conquista de México33. A la luz de los documentos sobre el autor dados a conocer por M.ª del Carmen Martínez en 201034, resulta ya difícil sostener (como lo habían hecho la mayoría de los historiadores hasta la fecha) la veracidad de las reiteradas afirmaciones de Bartolomé de las Casas sobre su condición de secretario de Cortés durante los últimos años de este en España35, y mucho más la acusación de que Gómara solo había consignado «lo que el mismo Hernando Cortés le dijo y dio por escrito»36. Lo que sí parece cierto es que ambos se conocieron personalmente (desde su primer viaje a España en 152837), que existía un sentimiento de admiración por parte del clérigo hacia el conquistador y que debió tener acceso a documentos privados de este, aunque tal vez gracias a su amistad con Martín, el hijo que heredó el marquesado, al que dedicó la crónica:

AL MUY ILUSTRE SEÑOR

DON MARTÍN CORTÉS, MARQUÉS DEL VALLE

A ninguno debo intitular, muy ilustre Señor, la Conquista de México, sino a vuestra señoría, que es hijo del que lo conquistó, para que, así como heredó el mayorazgo, herede también la historia…38.

Existe además un documento que testimonia el pago hecho por Martín Cortés a López de Gómara, en 1553, de quinientos ducados «porque hizo la crónica de la conquista de México y desa Nueva España que el Marqués mi señor que sea en gloria conquistó»39, pago que puede reflejar simple agradecimiento, pero también, como advierte José Luis Rojas, que «la obra no fue escrita por amor al arte»40 y, por tanto, en relación al aspecto que nos ocupa, que a Gómara se le facilitó la consulta de abundante documentación cortesiana.

Fuera escrita o no por encargo del segundo marqués del Valle, la Conquista de México refleja un acceso privilegiado a los escritos de Cortés41, lo cual, unido a su brillantez y perfecta estructura, la convirtió en una fuente esencial para textos posteriores, a pesar de las numerosas críticas vertidas hacia quien escribía «de oídas», sin haber viajado nunca a América. En efecto, sin el texto de Gómara es imposible concebir la redacción final no solo de algunos capítulos de la Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas42 sino también de dos obras cuyos autores estuvieron vinculados asimismo al conquistador (aunque en muy distinta medida): la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar.

Poco queda de la escritura cortesiana en la Historia de Las Casas (quien, a pesar de sus objetivos contrarios, sí pudo hacer uso de las relaciones para la redacción del apartado referido a la Nueva España en la Brevísima43), pero quizá convenga recordar cómo, en su intento por rebatir desde la experiencia las afirmaciones de Gómara sobre las actividades de Cortés en el territorio americano, el dominico aporta en esta obra el testimonio personal sobre conversaciones supuestamente mantenidas con el propio conquistador, tanto en América como en España44, que pueden resultar algo más que anecdóticas para el investigador.

Ofrecen mayor interés, en cualquier caso, para el estudio del discurso cortesiano las obras de Bernal Díaz y Cervantes de Salazar, ya que manifiestan un cambio importante respecto al manejo que se había realizado de sus documentos hasta entonces y, precisamente por ello, también resultan útiles para completar o contrastar versiones de los acontecimientos relatados en los mismos.

Por lo que se refiere a la Historia verdadera, lo que me parece más significativo es que, al narrar los hechos de «la conquista de la Nueva España» desde un nosotros en el que prevalece el yo de quien escribe, Bernal traslada asimismo, por primera vez, el valor de la escritura de Cortés al de una fuente secundaria que puede servir de testimonio (entre otros) a sus propias palabras:

…lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra […]; y de ello era buen testigo el muy esforzado y valeroso capitán don Hernando Cortés, marqués del Valle, que hizo relación en una carta que escribió de México al serenísimo emperador don Carlos V, de gloriosa memoria, y otra del virrey don Antonio de Mendoza, y por probanzas bastantes45.

Por otro lado, la experiencia compartida con su capitán, desde los inicios de la expedición hasta años después de la conquista de la capital azteca46, convierte el texto de este «soldadote inspirado»47 en un documento fundamental a la hora de confrontar versiones de un mismo hecho histórico y sitúa al autor como testigo excepcional del discurso cortesiano, aportando detalles valiosos sobre la formación cultural de Cortés48 e incluso sobre textos supuestamente escritos por él49, en especial sobre la Primera relación hoy perdida (como veremos a continuación).

Aunque el valor testimonial de la extensa obra de Bernal Díaz del Castillo solo es comparable al de algunos textos breves de otros conquistadores que acompañaron a Cortés, como la relación manuscrita de Andrés de Tapia50, no hay que desdeñar el cúmulo de información recogida por Cervantes de Salazar en su extensa Crónica de la Nueva España, que probablemente comenzó a escribir de forma personal pero pronto se convirtió en un encargo de los antiguos compañeros de Cortés a través del cabildo de la ciudad de México (en enero de 1558, dicho cabildo acordó solicitar a Felipe II su nombramiento como primer Cronista de la Nueva España y pagarle un salario para realizar esta tarea51).

La obligación de dar una versión ajustada a los intereses de los financiadores del proyecto pudo prevalecer en Cervantes sobre la admiración e incluso cierto vínculo personal no solo con el ya citado Martín Cortés desde el regreso de este a México en 1562 como segundo marqués del Valle (esto es, en los tiempos en que redactaba su crónica) sino también en España con don Hernando, en cuyas supuestas tertulias literarias de Valladolid pudo participar en torno a 154552 y a quien dedicó «con una elogiosa epístola la composición del Diálogo de la dignidad del hombre publicada en 1546»53. El humanista toledano había iniciado el manejo de las relaciones cortesianas en sus diálogos latinos México en 1544 (aprovechando elementos de la descripción que hace Cortés de la capital azteca en su Segunda relación54) y lo continuó aquí especialmente a propósito de lo descrito en la Tercera relación55, que sigue con cierta fidelidad. Ahora bien, en la amplísima obra de Cervantes, los documentos cortesianos no son fuente principal. Incluso en los pasajes más fieles a la relación cortesiana, Cervantes completó su texto con esos extensos testimonios orales y escritos de diversos conquistadores a los que tuvo acceso56, aportando información «que el mismo Cortés en la relación que desto escribió deja de decir, por seguir su brevedad»57, lo cual dilata excesivamente la narración, pero también ayuda en algunos casos a la comprensión de algunos escritos cortesianos58. No hay que desdeñar, por otro lado, la presencia en su crónica de la de Gómara, a quien, al igual que Bernal, hizo a un tiempo blanco de sus críticas y guía en la estructura de la narración hasta el punto de que, «para referir los sucesos principales de la conquista de México, cayó en la tentación no solo de seguir su pauta sino aun de copiarla a menudo»59. El resultado de esta forma de trabajo es, hasta cierto punto, similar al de la Historia verdadera: la desvalorización, como fuente histórica, de los textos cortesianos, al hacerlos convivir con otros muchos testimonios y, a su vez, subordinar todos ellos a un asunto central y una estructura determinados por su fuente principal: la crónica de López de Gómara.

La Historia verdadera de Bernal fue publicada en España en 163260, la Historia de las Indias de Las Casas quedó sin publicar en su época por expresa voluntad del autor61 y el manuscrito inacabado de la crónica de Cervantes (llevado a España por el visitador Valderrama en 1566) permaneció inédito hasta inicios del siglo XX62; sin embargo, las tres obras fueron ampliamente consultadas entre 1596 y 1608 por Antonio de Herrera y Tordesillas para la elaboración de ese ingente proyecto que fue la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano (Madrid, Imprenta Real, 1601). Como cronista mayor de las Indias, Herrera dispuso «de fuentes en cantidad y calidad como ninguno otro hasta la fecha y, asimismo, es obvio, gozó de cuantas facilidades pudo apetecer para su consulta: las disposiciones legales no solo se lo permitían sino que, incluso, eran deliberadamente exigentes al respecto»63, de manera que, para narrar los hechos acaecidos desde «que llegó Grijalva a Santiago de Cuba y que el Gobernador aderezaba otra armada para enviar a Nueva España (1518)» (Década II, Libro I, cap. XI) hasta la conquista definitiva de Tenochtitlan (Década III, Libro II, cap. VII)64, y aun los referidos a la gobernación de la Nueva España y posteriores expediciones cortesianas (hasta mediados del Libro V)65, tuvo a la mano las propias «Relaciones de Cortés», citadas al inicio de las Décadas como parte de «los autores impresos y de mano que han escrito cosas particulares de las Indias Occidentales»66; sin embargo, relegó de manera evidente su manejo en favor de los textos de Cervantes de Salazar (fuente principal en estos capítulos), Bernal Díaz o López de Gómara67, minimizando así la importancia de dichas relaciones como fuente histórica.

La historiografía indiana del siglo XVII inicia, pues, con una obra que incluye una de las versiones más autorizadas de los hechos históricos protagonizados por Hernán Cortés68 precisamente a costa de un desplazamiento del discurso cortesiano a la condición de fuente muy secundaria en la narración de los mismos; desplazamiento que veremos ya definitivo cuando Antonio de Solís publique la crónica que constituirá la versión más difundida de las hazañas cortesianas a lo largo del siglo siguiente: la Historia de la conquista de México (Madrid, Imprenta de Bernardo de Villa-Diego, Impresor de Su Majestad, 1684)69. Porque, aunque Solís no duda en presentar a Cortés desde el inicio como «principal héroe de esta historia»70, ni siquiera lo cita entre los autores que con anterioridad refirieron los hechos de la conquista (Herrera, Gómara, Argensola y, sobre todo, Bernal Díaz, a quien critica pero también asume como fuente principal junto a Herrera)71, de manera que el lector debe suponer que la escritura cortesiana se ubicará entre esas «otras relaciones y papeles particulares que hemos juntado para ir formando, con elección desapasionada, de lo más fidedigno nuestra narración»72.

Compensando apenas esta narración que podríamos definir como una historia de Hernán Cortés sin la palabra de Hernán Cortés, que triunfó tanto en la metrópoli como en la Nueva España al menos hasta el proceso de Independencia73, encontramos las ya citadas publicaciones conjuntas de la Segunda, Tercera y Cuarta relación: la emprendida por González de Barcia como parte de su recopilación sobre Historiadores primitivos de Indias (Madrid, 1749) y, unas décadas más tarde, la que, bajo el título Historia de Nueva España escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés sacó a la luz Francisco Antonio Lorenzana en México en 1770. Se iniciaba así un lento camino de recuperación de los textos cortesianos que, en concreto en el ámbito novohispano, coincidía con una exaltación del pasado heroico de la conquista por parte de la élite criolla, todavía muy afecta a la figura del conquistador74.

EL RESCATE DOCUMENTAL: DEL HALLAZGO DEL CÓDICE DE VIENA A LOS DOCUMENTOS CORTESIANOS DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ

En este contexto de recuperación del pasado histórico (y más concretamente, de los documentos vinculados a la conquista de América), en el que las relaciones cortesianas son reeditadas en diversos países75, es en el que debemos situar el hallazgo del historiador escocés William Robertson, quien dio noticia en 1777 del descubrimiento, en la Biblioteca Imperial de Viena, del manuscrito del siglo XVI que contiene las cinco Cartas de relación tal como las conocemos hoy: el Códice de Viena76.

En efecto, el manuscrito localizado por Robertson incluía (además de las tres relaciones ya publicadas en el XVI, probablemente copiadas de la versión impresa) dos documentos hasta entonces inéditos: la llamada Carta de Veracruz, redactada en 1526, en la que Cortés narraba su expedición a las Hibueras (Honduras), emprendida para castigar la rebelión de Cristóbal de Olid, así como el levantamiento de los españoles en México durante su ausencia, finalizando con lo que podríamos definir como un primer «pliego de descargos» contra las acusaciones que se le podrían imputar en el juicio de residencia previsto para ese mismo año.