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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Olivia M. Hall

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Reencuentro con el amor, n.º 1686- abril 2018

Título original: A Place To Call Home

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-160-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

ZIA Peters no podría haberse sorprendido más al oír la voz de Jeremy Aquilon saludándola en el exterior del Residencial Hotel of Vernal, en Utah, cuando salía del coche.

—Jeremy —dijo ella confusa, mirándolo como si no recordase del todo quién era y dejando caer el bolso y las llaves al mismo tiempo.

Por supuesto que sabía quién era. Formaba parte de su variopinta familia. Cuando el tío de Jeremy, Jeff, se había hecho cargo de él y de sus dos primos más jóvenes, un chico y una chica menores de edad, le habían asignado el caso a su madre, que había acabado casándose con el tutor de los huérfanos.

Eso había ocurrido catorce años atrás. Mientras su madre había encajado perfectamente con los Aquilon, Zia, que por entonces tenía diecinueve años, no se había sentido parte de esa familia, ni de ninguna otra desde que su padre se había marchado de casa, cuando ella tenía cuatro años.

Esbozó una sonrisa mientras Jeremy se detenía a su lado.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, dejando traslucir la sorpresa en su voz, aparte de otros sentimientos indefinibles. Recogió el bolso y metió las llaves dentro.

—¿Esperarte? —sugirió él, pretendiendo ser gracioso.

No tenía ni idea de lo que aquello significaba para ella, ni lo que removía en su interior. No había nadie en su vida que la estuviese esperando. Intentó parecer tranquila, a pesar del efecto que estaba teniendo en ella su aparición.

El pelo negro de Jeremy brillaba a la luz del sol mientras bajaba las escaleras del porche. La brisa de junio le peinaba aquella honda perpetua que tenía en la frente. Se apartó el caprichoso mechón, cuya sedosa apariencia contrastaba con aquel cuerpo alto y fornido.

El aire también le llevó su olor a colonia y aftershave, parecía recién salido de la ducha. Su mentón, fuerte y anguloso, estaba bien afeitado. Zia se sintió tentada a comprobar aquella suavidad, pero se contuvo.

Estaba moreno de trabajar bajo el sol, tenía los ojos oscuros y rezumaba una calculada masculinidad, una seguridad en él mismo que insinuaba pensamientos no expresados y profundidades sin sondear. A todas las amigas de Zia les había parecido muy interesante cuando Jeremy y ella habían coincidido en la casa de los Aquilon durante las vacaciones.

Era ingeniero de caminos del estado de Utah y supervisaba la construcción de carreteras y puentes. Un hombre que resolvía los problemas de la vida con serenidad. Jeremy había ido al rescate de sus primos cuando él mismo no era más que un niño, y a ella la había ayudado a salir de una mala racha en una ocasión que prefería olvidar. Ninguno de los dos había vuelto a hablar de aquello.

Zia sintió pena y arrepentimiento, mezclados con vergüenza y otros sentimientos demasiado dolorosos de identificar.

Dejó a un lado las emociones y abrió el maletero del coche mientras comentaba también en tono gracioso:

—Tu bola de cristal funciona mejor que la mía. No sabía cuándo iba a llegar, teniendo en cuenta que la carretera está llena de obras.

—Es verano. Tenemos que avanzar lo máximo posible.

Jeremy se encogió de hombros y agarró su maleta más grande como si no pesase nada. También tomó la mediana antes de que ella lo hiciese. Le rozó el brazo al hacerlo.

—En serio, ¿cómo sabías que llegaba hoy? —quiso saber Zia.

—Tuu madre llamó justo antes de que me fuese de la oficina. Me dijo que la habías llamado y le habías dicho que estabas en un atasco a cuarenta y cinco minutos de la ciudad. Le preocupaba que no llegases antes de que anocheciese. Yo le aseguré que sólo tardarías quince minutos más de lo previsto —hizo una pausa—. Luego le prometí que me aseguraría de que llegases bien.

Contempló los últimos rayos de sol que se escondían en el horizonte antes de volver la mirada hacia ella.

Zia evitó mostrar su irritación porque su madre hubiese creído necesario ponerse en contacto con Jeremy y pedirle que la cuidase.

—Estoy bien —afirmó ella—. Pensé que estabas trabajando en un puente en la zona de Desolation Canyon.

Sabía que Jeremy tenía una casita cerca de la ciudad, la había comprado tres años antes y la estaba reformando en sus ratos libres. Normalmente vivía en una casa prefabricada en la obra. El nuevo puesto de Zia, como coodinadora de los nuevos planes de estudio del condado, la mantendría ocupada, así que no se verían con frecuencia.

—¿Estás trabajando en algún proyecto por la zona? —preguntó ella al ver que Jeremy no decía nada.

—Podría decirse que sí —le confirmó sonriente—. Han abierto una sede de la Secretaría de Transportes en Vernal, y yo soy el nuevo director del distrito. Estaré bastante en las oficinas, salvo cuando tenga que ir a comprobar cómo van las obras.

A Zia le llamó la atención que hubiese una sede de la Secretaría de Transportes en una ciudad de ocho mil habitantes. La única industria que había allí eran los servicios que se ofrecían a los conductores de la Autopista 40, la sede del condado, los negocios necesarios para servir a los rancheros, reservas indias y bosques que acogían a los aventureros que iban a pescar, cazar o a hacer descensos por el Desolation Canyon o por el Río Verde.

La mayor atracción era el Monumento Nacional de los Dinosaurios, que separaba el estado de Utah del de Colorado. En la calle principal había un enorme dinosaurio rosa que daba la bienvenida a sus visitantes.

—Eso es estupendo —comentó Zia con sinceridad—. Enhorabuena por el ascenso. ¿Me lo habías contado ya cuando fuimos a casa para la boda, hace dos semanas?

Él sacudió la cabeza.

—La verdad es que no pensé que fuesen a darme el puesto, por eso no lo mencioné.

La prima de Jeremy, Krista, se había casado con un hombre de una familia muy próspera de Colorado el primer fin de semana de junio.

Zia esperaba que la joven de veinticinco años fuese feliz. Krista, que solamente tenía once años cuando Jeff y Caileen se habían casado, había compartido la habitación con ella durante las vacaciones escolares.

Zia no se merecía que la adorase, pero Krista no lo sabía. Había sido muy cariñosa con ella y le había pedido consejo en muchas ocasiones porque la admiraba. Ojalá fuese la persona que Krista pensaba que era: sensata, generosa y amable. Ojalá pudiese retroceder en el tiempo y ser así. Ojalá…

Suspiró mientras se dirigía hacía la recepción del hotel.

—¿Estás cansada? —le preguntó Jeremy.

Zia sabía que sólo quería ser amable. Pero, por un segundo, imaginó una bienvenida diferente, en la que el hombre de sus sueños corría a recibirla, feliz por volver a estar con ella.

Desde la boda, como había visto a Krista radiante y a Lance embelesado con ella, Zia había empezado a sentirse amargada.

¿Encontraría alguna vez a esa persona especial que la quisiera así? ¿Existiría? De repente, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Estaba baja de moral aquel día, no era el mejor momento para tener que tratar con un comité de bienvenida, ni siquiera con Jeremy.

—Un poco —admitió ella—. Muchas gracias por venir. En cuanto me instale llamaré a la familia para decirles que estoy bien —se dio cuenta de que estaba siendo un poco brusca—. Lo siento, no quería ser grosera, es que últimamente, no soy una buena compañía.

—Necesitas comer algo —contestó él sin inmutarse. Luego, miró su reloj—. ¿Qué te parece si vuelvo dentro de una hora y te llevo a comer la mejor carne de la ciudad?

¿Cómo podía negarse a semejante propuesta?

Además, a su madre no le gustaría que no fuese amable con Jeremy. Y no era que quisiese ser desagradable, pero estaba cansada.

—Ven mejor dentro de hora y media. Necesito un baño caliente antes de nada.

—Buena idea.

Jeremy dejó las maletas en un carrito del hotel antes de despedirse e ir hacia la puerta de salida.

Ella suspiró y se acercó a la recepción.

—Soy Zia Peters. Tengo hecha una reserva.

—Bienvenida, señora Peters —la saludó la joven que había detrás del mostrador mientras escribía en el ordenador—. Soy Rachel. ¿Va a quedarse con nosotros dos semanas?

—Sí. Quizás algo más. Tengo que buscar un apartamento, no sé cuánto tiempo me llevará.

—No hay ningún problema. Sólo infórmenos lo antes posible de cuántos días más se quedará. De hecho, podría hacerle un mejor precio si se queda un mes.

Como le hacían un veinte por ciento de descuento, aceptó la oferta.

Rellenó un formulario y pagó con la tarjeta de crédito. Luego, empujó el carrito con las maletas hasta su habitación que, afortunadamente, estaba en la planta baja y tenía una puerta que daba al porche lateral y otra al pasillo interior.

La cama de matrimonio estaba en una alcoba que había a la izquierda del salón. El cuarto de baño también estaba a la izquierda. En otro hueco había una minúscula cocina, y en la pared de enfrente un armario.

Las ventanas flanqueaban la puerta que daba al porche y ofrecían una vista de las montañas, las artemisas, los cedros y los sauces que bordeaban un arroyo.

Colocó rápidamente la ropa en el armario, guardó el resto de sus pertenencias en los cajones y abrió el grifo de la bañera. Mientras se llenaba, llamó a su madre por teléfono.

—Hola, ya he llegado —dijo cuando su madre respondió.

—Bien. Has tenido un día tan largo que me preocupaba que te durmieses al volante.

Zia se había levantado temprano para que una empresa de mudanzas recogiese sus cosas y las almacenase hasta que volviese a tener un lugar en el que instalarse. Esto había llevado más tiempo del planeado, así que no había podido marcharse hasta media tarde, y la intensidad del tráfico también había hecho el viaje más largo.

—Estoy bien —le aseguró a su madre.

—¿Has visto a Jeremy?

—Sí. Me estaba esperando en el hotel cuando llegué. Vamos a cenar juntos.

—Muy bien —dijo su madre en tono aprobatorio.

Jeremy siempre había sido trabajador, responsable y sensato… Lo contrario que ella cuando había sido más joven. Seguía arrepintiéndose cuando pensaba en el pasado.

Intentó apartar aquello de su mente.

—Tengo que colgar. Quiero darme un buen baño caliente y relajarme antes de ir a cenar.

—Pásalo bien. Y dale un beso a Jeremy de mi parte.

—De acuerdo. Te quiero. Adiós.

Cerró su teléfono móvil como con desprecio o tristeza. ¿Qué le ocurría? Tenía que ser algo más que la boda y todas las emociones relacionadas con ella, ¿pero el qué?

Se suponía que aquel cambio de aires iba a ser positivo y estupendo para su carrera.

Pero no había esperado ver a Jeremy nada más llegar. Después de un día largo y duro, no había estado preparada para encontrárselo, como tampoco había estado preparada para sentir aquella agitación interior que la había invadido al bailar con él en la boda de su prima.

Vestido con vaqueros, Jeremy estaba atractivo. Pero con esmoquin estaba «impresionante», como había dicho una de las amigas de Krista.

Y no sin razón. Si Hollywood hubiese necesitado un nuevo James Bond, ella lo habría puesto el primero en su lista.

Sacudió la cabeza y se recordó que ya no era una adolescente con las hormonas revolucionadas. Se quitó los pantalones vaqueros y la camiseta y se dirigió a la bañera.

—Ahh —gimió al meterse en la agradable agua caliente hasta el cuello.

Había puesto la alarma media hora más tarde para poder relajarse completamente sin tener que estar pendiente del reloj.

 

 

Zia salió de la bañera inmediatamente después de que sonase la alarma. Había intentado relajarse, pero no lo había conseguido.

Los recuerdos la habían atormentado. Le ocurría a menudo cuando estaba cansada o tensa. Y ver a Jeremy le había hecho pensar en aquellos días en los que cada momento le había parecido de vital importancia, cuando el mundo había girado entorno a sus amigos y ella, y su frenético ritmo de vida.

O eso había pensado.

Había aprendido una dura lección el año que rompió con Sammy. El amor de su vida se había horrorizado cuando le había dicho que estaba embarazada. No estaba segura de cómo podía haber fallado la píldora. A pesar de que Sammy había dejado los estudios, parecía prometer en el mundo de la construcción.

Exactamente igual que su propio padre a su edad. Y en esos momentos, su padre era el dueño de una empresa de construcción y ganaba mucho dinero. Aunque lo había conseguido mucho más tarde, pero Zia se había imaginado a Sammy y a su padre trabajando juntos, y un matrimonio feliz, al contrario del de sus padres.

¿Por qué había pensado que era más lista y capaz que su madre a la misma edad?

Seguramente por la confianza y la arrogancia de la juventud.

Caileen había dejado los estudios y se había casado con diecinueve años. Zia había nacido diez meses después. Habían vivido en una caravana, viajando por todo el país en busca de las mejores playas para hacer surf. Su madre había trabajado en lo que había podido y su padre en la construcción.

Después de cinco años de peregrinaje, su madre se había instalado en un apartamento y había trabajado en la universidad mientras sacaba un diploma en orientación psicopedagógica. También había trabajado lavando platos por la noche en un restaurante. El jefe le permitía llevarse a la niña al trabajo. Uno de los primeros recuerdos de Zia era haber dormido en la despensa de aquella cocina, rodeada de enormes latas de comida y de sacos de patatas.

Sonrió al recordarlo y sintió que le dolía el corazón. Estaba muy inestable emocionalmente.

El nuevo trabajo era un paso adelante para ella, pero también una enorme responsabilidad. Quizás fuese ésa la razón de su nerviosismo.

Se puso unos pantalones azules marino y una camiseta blanca. Luego sacó también una camisa de manga larga, las noches en el desierto solían ser frescas. Se recogió el pelo y se maquilló un poco.

Todavía le quedaban veinte minutos, así que se sentó en una mecedora tapizada con flores a esperar. Volvió a pensar en el pasado.

Sus padres se habían separado seis meses después de su cuarto cumpleaños. Habían discutido acerca de dinero, sobre la posibilidad de vivir siempre en el mismo lugar, acerca de todo. Y su divertido papá había terminado marchándose.

Le había costado mucho perdonar a su madre por aquello, y mucho tiempo más darse cuenta de que su padre también había tomado una decisión que no había incluido a su mujer y a su hija. Cuando se había encontrado sola, embarazada y preocupada por su futuro, había entendido lo que debía de haber sufrido su madre al intentar crear un hogar salubre y estable para una niña asmática, afortunadamente ya no sufría esa enfermedad, y teniendo que contar cada centavo que gastaba mientras estudiaba al mismo tiempo.

¿Cómo había podido soportar el estrés, la tensión y la soledad de aquellos años?

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo de la mecedora, y sintió haber desafiado las normas y los consejos que le había dado Caileen acerca de salir en serio con algún chico durante el primer año en la universidad. Sammy había estado demasiado centrado en él mismo, su madre se lo había intentado hacer ver, pero ella se había negado a reconocerlo. A Zia también le había ocurrido algo parecido.

Pero ya no podía dar marcha atrás.

Con diecinueve años, había sido ingenua y alocada. Con treinta y tres, esperaba ser más lista. Y una mejor persona…

Alguien llamó a la puerta, sacándola de su ensimismamiento.

 

 

Jeremy pensaba que lo mínimo que podía hacer era invitar a cenar a Zia en su primera noche en la ciudad. Sobre todo, porque su madre había llamado para asegurarse de que llegaba bien. Haría todo lo que estuviese en su mano por Caileen y por su tío Jeff, que habían conseguido construir ese hogar estable que tanto necesitaba un niño. Sentía por ellos algo muy profundo.

Zia, por el contrario, siempre había sido más distante. Aunque no la había tratado lo suficiente como para juzgarla. Cuando Jeff y Caileen se habían casado, Zia se había marchado a vivir a otro estado y había trabajado para su padre mientras iba a la universidad. Por aquel entonces, madre e hija no se llevaban demasiado bien.

Aquel mismo otoño, él también se había ido a la universidad, a Boise, a estudiar Matemáticas. Catorce años más tarde, parecía que Zia y él iban a vivir en la misma ciudad. Se preguntó si aquello podría ser un problema, pero decidió que sus vidas no tenían por qué cruzarse más que en el pasado.

Llamó a la puerta de su habitación y ella contestó inmediatamente.

Como era habitual, su sorprendente belleza lo había dejado sin habla momentáneamente. Era alta, delgada, con el pelo rubio largo y los ojos azules. Le había ocurrido lo mismo la primera vez que la había visto.

Antes de terminar el instituto, había ido de oyente a un curso de Historia de la universidad. Había coincidido allí con Zia. El primer día de clase, todos los chicos habían estado a punto de caerse de las sillas al verla entrar en clase con una amiga, riendo y charlando, sin darse cuenta del efecto que causaba.

Tenía que admitirlo, mientras que la mayor parte de las mujeres habrían utilizado aquella belleza en su beneficio, Zia nunca lo había hecho.

Por aquel entonces, no habría imaginado que sus vidas se enredarían antes de que el año académico hubiese terminado.

—Hola —lo saludó ella al abrir la puerta.

Jeremy sintió que su aroma lo invadía mientras le devolvía el saludo. Aunque su perfume olía unas veces a flores, como el día de la boda, y otras, a especias, como aquella noche, siempre tenía un toque de frescor, como si fuese la personificación de la primavera.

—Tenías razón acerca de que necesitaba comida —admitió Zia sonriendo—. No he comido al medio día, sólo he picoteado unas galletas en el coche. Estoy muerta de hambre.

Él asintió con la cabeza y esperó a que Zia recogiese el bolso y la camisa. Luego, la escoltó hasta su todoterreno, vehículo necesario para trabajar en aquella parte del país.

—El asador Río Verde es el favorito de la gente de aquí. Pero intentamos que los de fuera no se enteren.

—Te prometo que no se lo contaré a nadie.

Jeremy sonrió y se relajó. Zia parecía estar de mejor humor que cuando había llegado. Siempre le había dado la sensación de que lo evitaba… Bueno, en realidad, evitaba a toda la familia.

Se le encogió el estómago un segundo al recordarla en la boda de Krista, vestida de azul, como un ángel, delante de la novia. No había conseguido despegar la mirada de ella. Era extraño, pero le había dado la sensación de que Zia había estado ausente, como si su espíritu la hubiese abandonado y sólo hubiese quedado su increíble cuerpo para cumplir con sus obligaciones.

Cuando había bailado con ella, Zia había mirado por encima de su hombro, como perdida. A él le había sorprendido su actitud, pero si ella prefería guardar las distancias con el resto de la familia, peor para ella.

No obstante, antes de que Krista y Lance se marchasen de luna de miel, la había oído susurrar:

—Sé feliz, Krista. Encuentra todos los días un motivo por el que Lance y tú seáis felices.

La expresión de sus ojos en aquellos momentos le había parecido de… ¿soledad?, ¿dolor? Luego se había dirigido a su coche, como si no pudiese esperar más para huir.

Contuvo un suspiro y sintió que le dolía el corazón al recordar que había habido una vez en la que se había preocupado realmente por la adorable mujer que estaba sentada a su lado, que solía mostrar siempre una fachada agradable y que raramente mostraba sus verdaderos sentimientos. Jeremy ignoró la parte más blanda de sí mismo, que todavía sentía lástima por ella en cierto modo, aparcó el coche y dio la vuelta para ayudarla a bajar.

—Qué bonito —comentó Zia.

Ambos observaron la puesta de sol, que iluminaba el cielo de oro y magenta.

—Sí —dijo Jeremy mirándola a ella.

Murmuró una maldición por sentir aquella atracción que no podía negar. De acuerdo, Zia era toda una belleza, pero lo que contaba era el interior.

Cuando la había conocido, era una chica testaruda, alocada y egocéntrica. En su opinión. Pero de eso hacía mucho tiempo. En realidad, tenía que admitir que no la conocía como adulta.

La tomó por el brazo para entrar en el local y la llevó hasta una mesa al lado de la ventana.

—Una buena panorámica —comentó ella en tono aprobatorio—. Me encantan los colores de las puestas de sol en el desierto, ¿a ti no?

Él asintió con un gruñido y tomó la carta que le estaba ofreciendo la camarera.

Observó a Zia por encima de la carta. Había algo diferente en ella, pensó mientras volvía a sentir aquel dolor en el corazón. Parecía triste o, tal vez, sólo se sintiera nostálgica. Quizás ella también estuviese recordando el pasado.

—Te recomiendo las costillas —dijo Jeremy, haciéndolos volver a los dos a la realidad.

Los dos las pidieron. Y Jeremy eligió también el vino, un merlot que recordaba que le gustaba a Zia.

—La boda fue preciosa, ¿verdad? —afirmó ella cuando les hubieron servido el vino junto a una canastilla de pan caliente.

—Los novios deben de estar en estos momentos sentados delante de sus ordenadores, revisando contratos —bromeó él.

Zia rió, algo que él no había esperado, fue como un regalo que le atravesó el pecho.

—Me sorprendió que se marchasen todo un mes de luna de miel. Pero me alegro por ellos.

—Qué más da. Los dos son tan adictos al trabajo que seguro que se están calentando la cabeza el uno al otro acerca de sus proyectos. Yo todavía no me acostumbro a ver a Krista como a una dura mujer de negocios.

—Eso es porque no la oíste decirle al de la floristería que si quería que los Aquilón volviesen a hacerle algún encargo debía cumplir con sus compromisos inmediatamente. Los adornos florales que faltaban llegaron enseguida.

Los dos rieron y Jeremy se relajó. La cena iba a transcurrir bien. Después de aquella noche, él estaría ocupado con su nuevo trabajo y ella enfrascada en el suyo.

Por un instante, se preguntó si el destino les estaría jugando una mala pasada, al ponerlos en la misma ciudad a través de sendos ascensos. Caileen parecía encantada, pero Jeremy pensaba que era porque sólo tenía una hija, una hija muy guapa… además de distante y bastante estirada.

Quizás fuese aquella la razón por la que no estaba casada y por la que su madre se preocupaba por ella. En la boda de Krista había oído a Caileen susurrándole a su tío que esperaba que su hija encontrase a alguien pronto.

—¿No eres demasiado joven para ser jefe de distrito? —preguntó Zia, sacándolo de sus pensamientos.

Aquello lo irritó, pero sonrió perezosamente al tiempo que levantaba la copa en dirección a ella.

—Sólo tengo tres meses menos que tú, y tú eres la coordinadora de los planes de estudio de todo el condado.

—No es un puesto tan importante como el tuyo. Tienes mucha responsabilidad… pero nunca te ha asustado asumir responsabilidades, ¿verdad?

Lo miró con aquellos ojos azules y Jeremy supo que ambos estaban recordando otro lugar y otra noche que en esos momentos parecía más una pesadilla que una realidad. Él se esforzó por volver a enterrar aquellos recuerdos.

—Tenías sólo diecisiete años cuando te escapaste con Tony y Krista y vivisteis solos durante un año. Todavía no sé cómo hicisteis para no moriros de hambre.

—En verano vivíamos de la tierra. Y en invierno trabajaba en una tienda de comestibles. Allí me daban todos los productos que desechaban.

—Luego recuperaste ese año en tiempo récord y terminaste la universidad a la vez que yo. ¿Recuerdas la clase de Historia a la que íbamos los dos?

—Sí. Tenía prisa por empezar.

—¿Para empezar el qué? —inquirió ella con ironía.

—Mi carrera. Mi vida.

—Vida —repitió ella, y su mirada se entristeció, como si hubiese recordado algo que la hiciese desdichada.

Jeremy volvió a sentir dolor en el corazón, pero intentó deshacerse de él. La vida de Zia era problema de ella, no suyo. Él tenía suficiente con su nuevo trabajo.

Después de las costillas con patatas cocidas, él pidió un café y ella un té con leche y azúcar moreno. Jeremy recordó que Zia prefería el té al postre, que comía poco pan y que nunca se permitía algo tan decadente como la mantequilla. No obstante, le encantaban los brownies con nueces y siempre alababa a Krista cuando los preparaba.

Se preguntó por qué recordaba esas cosas, cuando había otras mucho más importantes en las que pensar. Nunca le había preguntado por qué le había pedido ayuda aquella noche hacía mucho tiempo. La noche en la que había perdido al niño del que estaba embarazada.