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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Gina Wilkins

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La vecina de al lado, n.º 1694- abril 2018

Título original: The Date Next Door

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-165-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

NICOLE Sawyer no tenía que ser adivina para saber que cuando Brand empezaba una conversación diciendo: «Tenemos que hablar», no se avecinaba nada bueno. Sus próximas palabras serían: «No es por ti, sino por mí».

Con veintisiete años, Nic sabía por experiencia cuando un hombre la estaba dejando.

Después de un par de minutos incómodos y de fría cordialidad observó desde el porche de su casa cómo desaparecía la camioneta roja de Brad de su tranquilo barrio. Iba a echar de menos la camioneta, pensó con nostalgia. Los asientos eran cómodos y el equipo de sonido, muy bueno. Había disfrutado yendo en ella por la ciudad, escuchando lo que a ambos les gustaba: música country y rock clásico.

Con respecto a su dueño… desgraciadamente los gustos musicales no habían sido suficiente. Lo habían intentado casi durante ocho meses, pero Brad había terminado por rendirse al día siguiente de que ella hubiese anulado otra cita más por motivos de trabajo. Brad le había dicho que ella no lo necesitaba. Mientras que él necesitaba que lo necesitasen.

Como sabía que tenía razón, Natalie no se había molestado en discutir. Aunque él había intentado mostrarse diplomático, ella pensó resignada que la culpa era suya.

Oyó un portazo proveniente del camino de la casa de al lado y miró hacia allí. Su vecino, el doctor Joel Brannon estaba al lado de su pequeño, práctico y ecológico sedán, y la estudiaba con curiosidad. Debía de ir a volver a salir esa noche, si no, habría aparcado el coche en el garaje.

Natalie se preguntó si tendría una cita y, si así era, con quién. Aunque aquello no era asunto suyo.

—¿Nic? ¿Estás bien?

Joel era todo lo contrario al vaquero alto, delgado y de pelo negro que acababa de marcharse. No era demasiado alto y su complexión era más bien fuerte. Tenía el pelo castaño y siempre lo llevaba corto, porque se le rizaba cuando crecía. Sus ojos eran de color avellana y tenía la nariz respingona, la barbilla prominente, unos bonitos labios y hoyuelos en las mejillas.

Nic le había comentado una vez a su mejor amiga, Aislinn Flaherty, que Joel le recordaba un poco a Matt Damon. Aislinn no veía ningún parecido.

Joel parecía estar esperando una respuesta, así que se vio forzada a sonreír y contestar.

—Estoy bien, muchas gracias.

Él miró en la dirección en la que había desaparecido la camioneta roja.

—¿Y Brad?

—Brad ya es historia.

—Lo siento. ¿Estás segura de que estás bien? ¿Quieres hablar?

Ella respiró profundamente y sacudió la cabeza, el pelo rubio oscuro, que llevaba recogido en una cola de caballo le rozó el cuello.

—Gracias, pero trabajo esta noche. Me iré dentro de un rato.

—Bueno, si necesitas algo ya sabes dónde estoy.

Nic asintió y se dirigió hacia la puerta, sabía que el ofrecimiento de su vecino era sincero. En los seis meses que llevaba viviendo en la casa de al lado a la suya, se habían hecho amigos.

Siempre le había resultado sencillo tener amigos del sexo masculino. Lo que parecía estar fuera de su alcance era convertir esas amistades en algo más.

 

 

Joel se apretó el nudo de la corbata y observó el resultado en el espejo de su habitación. Esa noche iba a dar un discurso para un grupo que se reunía una vez al mes en el restaurante Western Sizzlin. Tenía que ir vestido con chaqueta y corbata, aunque él estuviese más cómodo con un polo y unos pantalones de vestir.

Se encogió de hombros dentro de la chaqueta y miró la fotografía que había en el tocador, en un marco de plata.

—Siempre te gustaron las corbatas rojas —le dijo a la sonriente joven que aparecía en la misma.

No se sentía extraño hablándole a una fotografía, llevaba tanto tiempo haciéndolo que se había convertido en una costumbre.

Se dio la vuelta y fue hacia la puerta. Miró por la ventana antes de salir. Había luz en la casa de al lado, pero lo más probable era que Nic se hubiese marchado ya a trabajar. Solía dejar un par de luces encendidas por motivos de seguridad y porque no le gustaba que la casa estuviese a oscuras cuando volviese.

Le daba pena que hubiese roto con el tal Brad, aunque no lo sorprendía.

Brad era un tipo amable, moreno, guapo y con esa sonrisa perezosa que tanto parecía gustar a las mujeres, pero no tenía nada en común con Nic. A pesar de que ella debía de haberlo atraído porque derrochaba dulzura y tenía una personalidad vibrante, era evidente que la independencia y autosuficiencia que también formaban parte de ella no lo habían complacido.

Aunque Brad nunca lo habría admitido, era un hombre tradicional que prefería una mujer que lo viese como su protector, su héroe.

Y la oficial Nicole Sawyer no era esa mujer.

Joel se paseó por el salón, recogió unas tarjetas de encima de la mesita de café y se las guardó en el bolsillo interior de la chaqueta. No necesitaba repasar su discurso; era la perorata habitual acerca de cómo criar a los niños de forma segura y sana. Ya había dado ese discurso una docena de veces antes. Se miró el reloj. Todavía tenía diez minutos antes de marcharse.

Volvió a pensar en Nic. Se preguntó cómo le habría afectado la ruptura. Joel creía poder entender a Brad, pero no podía decir lo mismo de Nic.

Le gustaba mucho. Era brillante, divertida, generosa… casi la vecina ideal. A menudo se sentaban juntos en su porche, o en el de él, bebían té frío y charlaban un rato.

No obstante, sus conversaciones no solían ser de índole personal. Hablaban de sus familias, de su niñez, pero no hurgaban en las viejas heridas. Hablaban de los cotilleos locales y de política, de sus trabajos de pediatra y policía, sobre deporte o programas de televisión que ambos veían.

Joel sabía que la casa donde vivía Nic era la misma en la que había crecido. Y que vivía sola desde que su madre, viuda, se había marchado a Europa año y medio antes a vivir con el hermano mayor de Nic, que trabajaba en una embajada de Estados Unidos. Nic sabía que él había crecido en Carolina del Norte y en Alabama y que se había trasladado a Arkansas cuando un compañero de la Facultad de Medicina le había ofrecido formar parte de una nueva clínica pediátrica.

Le había dicho a Nic que había elegido la casa de al lado de la suya porque le había gustado el barrio. Así que al día siguiente de verla había hecho una oferta y la había comprado.

Ella no le había preguntado por qué no había preferido vivir en una zona de más categoría. Nic parecía haber entendido que Joel había buscado un lugar donde refugiarse, no un sitio de interés turístico.

Joel no sabía si Nic habría llegado a enamorarse de su vaquero o si sólo lo habría considerado una diversión. Sospechaba más bien lo último, pero como ella no era de las que compartían sus sentimientos más profundos, no podía estar seguro.

Esperaba que no se sintiese herida. Era una persona demasiado buena para que le rompiesen el corazón. Y él, a pesar de ser médico, no sabía sanar ese dolor.

Ni siquiera había sido capaz de sanar el suyo propio.

 

 

—Y luego tuvo la cara dura de ofrecerme veinte dólares si le decía quién iba a ganar el partido de fútbol americano del lunes. ¡Veinte dólares!

Divertida, Nic observó cómo su amiga Aislinn Flaherty paseaba furiosa por el salón. Algunos mechones rizados del pelo casi negro de Aislinn se habían salido del recogido que se había hecho. Y la falda marrón, que le llegaba a la mitad de la pantorrilla y que llevaba puesta junto con una camisa color beige se le pegaba a las piernas cada vez que daba la vuelta.

Aislinn tenía la costumbre de vestirse de un modo conservador, casi insulso, pero sus esfuerzos por pasar desapercibida no funcionaban, aun así llamaba más la atención de lo que le hubiese gustado.

—¿Y qué respondiste tú? —preguntó Nic, como si no lo supiera de antemano.

—Le dije que si fuera vidente, algo que, por supuesto, no soy, no vendería mis servicios tan baratos. Y que, además, no habría aceptado una cita a ciegas con él.

—Es decir, que la cita no tuvo demasiado éxito —comentó Nic sonriendo.

Aislinn le lanzó una mirada reprobatoria.

—No es gracioso, Nic. Fue una noche horrible.

—Lo siento. No pretendía quitarle importancia, pero tienes que admitir que últimamente las dos hemos tenido varios fracasos amorosos.

En realidad, Nic sólo había salido dos veces desde que había roto con Brad en el mes de julio, hacía tres meses. Cada una de ellas con dos hombres distintos, y no había vuelto a repetir la experiencia con ninguno de los dos. Dado que en una ciudad pequeña como Cabot era difícil encontrar solteros, su vida social no parecía prometer demasiado.

—Y que lo digas —admitió Aislinn dejándose caer en el sofá de cuero marrón de Nic y cruzándose de brazos—. No debí dejar que Pamela me liase. Le parece divertido decirle a todo el mundo que soy… diferente. Aunque pensé que la había convencido para que dejase de hacerlo.

—Ya la conoces. Le encanta decir que conoce a una vidente de verdad.

Aislinn suspiró. Llevaba prácticamente los veintiocho años de su vida intentando convencer a todo el mundo de que no tenía poderes sobrenaturales. Sólo tenía «sensaciones» de vez en cuando. Sensaciones que solían hacerse realidad. Aunque ella decía que era una intuición por encima de la media, ni más ni menos.

Nic, que conocía a Aislinn desde el jardín de infancia, pensaba que la verdad estaba más o menos en el medio. No podía explicarlo mejor que la propia Aislinn, pero había aprendido a tomarse sus «sensaciones» en serio.

Aislinn sacudió la cabeza con impaciencia.

—Ya hemos hablado bastante de mí. ¿Cómo estás tú?

Nic se desabrochó el cinturón y dejó el arma a un lado. Había llegado a casa unos veinte minutos antes y sólo le había dado tiempo a saludar a Aislinn, a la que había invitado a cenar pizza y cotillear un poco.

—Ha sido un día muy largo.

—¿Por el robo de Castleberry?

—Sí. Hemos encontrado pruebas de que ha sido el sobrino del señor Castleberry el que ha saqueado el lugar. Es drogadicto y tiene antecedentes, pero el señor Castleberry no puede creerse que el chaval haya robado a su único pariente que lo ha apoyado durante los últimos años. Me parece que por fin he conseguido convencerlo de que, cuando hay drogas de por medio, no hay lugar para el amor ni la lealtad.

—Tenía el presentimiento de que el culpable era un hombre. Supongo que veo demasiadas series policíacas en televisión, aunque tú te burles de mí por ello.

—Sí, es probable —asintió Nic levantándose de la silla en la que se había sentado para escuchar a su amiga—. ¿Por qué no pides la pizza mientras yo me quito el uniforme? Búscate algo de beber… tengo refrescos y vino en la nevera.

Ésa era una de las ventajas de ser amigas desde hacía tanto tiempo, pensó mientras salía de la ducha un minuto más tarde y se ponía unos pantalones de algodón morados y una camiseta color lavanda. No tenía que andarse con formalidades ni molestarse en entretener a Aislinn todo el tiempo. Se dejó el pelo suelto para que se le secase y se calzó unas zapatillas de casa moradas. Luego volvió a la cocina.

Aislinn estaba sentada en la mesa con una copa de vino blanco y el periódico del día, que Nic todavía no había tenido tiempo de hojear. No la sorprendía que Aislinn se hubiese ido directamente a las viñetas humorísticas, saltándose los titulares. Solía rehuir los artículos sobre crímenes, Nic sospechaba que lo hacía porque tenía demasiadas «sensaciones» inquietantes cuando los leía.

—¿Has terminado la tarta esa monstruosa? —preguntó Nic abriendo la nevera para sacar un refresco bajo en calorías—. ¿La azul?

—No es azul. Es color aguamarina.

—Lo que sea —respondió ella sentándose a la mesa con su amiga y echando un vistazo a las páginas de deportes—. Para mí era azul.

—Créeme. La novia se quedaría muy decepcionada si su tarta, que quiere que vaya a juego con los vestidos color aguamarina de sus damas de honor, resultase ser azul. Me ha salido exactamente del mismo color. Y sí, la he terminado.

—¿Cuántas horas has tardado?

—No he sido capaz de contarlas —se quejó Aislinn—. No quiero volver a ver otra rosa de azúcar color aguamarina en toda mi vida.

—La verdad es que si la tarta la hubiese hecho otra persona habría sido horrible, pero a ti te ha quedado muy bien. Al menos, eso me pareció ayer.

—Gracias.

En ese momento sonó el timbre, Nic se levantó.

—Debe de ser la pizza. Ya voy yo.

Aislinn asintió ausente mientras leía por encima las recetas de la sección culinaria del periódico.

Cinco minutos más tarde, Nic volvió a la cocina. Miró a su amiga socarronamente.

—¿Tenías mucha hambre cuando has pedido? ¿Cuándo nos hemos comido dos pizzas enteras entre las dos? ¿Y por qué es la segunda de pepperoni? Siempre la pedimos con champiñones, aceitunas negras y extra de queso.

Aislinn dobló el periódico y se encogió de hombros.

—He pensado que quizás nos hiciese falta más esta noche. Los restos podemos desayunarlos fríos mañana.

—Está bien —Nic pensó que era una suerte que le gustase la pizza fría para el desayuno, porque seguro que sobraba. Además, la pepperoni no era su favorita, ni tampoco la de Aislinn, pero era comida, algo con lo que nunca había sido exigente.

Acababa de poner dos platos en la mesa cuando alguien llamó a la puerta de atrás. Conocía aquel modo de llamar. Sonriendo, fue a abrir.

Tal y como había imaginado, era Joel Brannon, que sonreía de un modo un tanto extraño, pero tan contagioso como siempre. Tenía ojeras, lo que evidenciaba que había estado trabajando mucho últimamente, algo habitual en él.

—Hola, Joel.

—Eh, Nic. Te he traído la aspiradora del coche. Gracias por habérmela prestado. Tengo que comprarme una nueva este fin de semana.

Ella tomó el objeto y asintió.

—De nada.

Joel miró detrás de ella y vio a su amiga, que seguía sentada a la mesa de la cocina.

—Ah. Hola, Aislinn. Me alegro de verte.

—Hola, Joel. ¿Has cenado? Nic y yo íbamos a tomarnos unas pizzas y hay de sobra.

Aunque le tentó la invitación, Joel la rechazó:

—No quiero molestaros.

—Hay demasiada pizza para las dos —le aseguró Nic después de mirar brevemente a Aislinn—, nos harás un favor si te quedas a cenar.

—Bueno, si me lo pones así… —cerró la puerta tras él y olió el aire—. Hmm. Huele a pepperoni, mi favorita.

Nic no se molestó en volver a mirar a Aislinn. Se limitó a sacar otro plato del armario.

 

 

Después de diez horas de trabajo, se agradecía poder relajarse, comer pizza, beber vino y disfrutar de la compañía de dos mujeres atractivas… aunque una de ellas le pusiese nervioso y la otra soliese volverlo loco.

Joel miró a Aislinn Flaherty, la que lo ponía nervioso. Y no sólo porque fuese impresionante, con ese pelo negro y brillante, su piel perfecta, esos ojos color chocolate y una figura cuyas curvas no podían ocultarse ni debajo de esa ropa que se ponía.

No había pasado demasiado tiempo con ella, sólo la conocía porque era amiga de su vecina, pero era una mujer diferente. No sabía exactamente por qué. En realidad, le caía bien… pero a veces, cuando lo miraba, tenía la sensación de que podía ver en su interior. Mucho más de lo que él querría desvelar.

Nic, por su parte, era tan distinta de Aislinn que en ocasiones lo sorprendía que pudiesen ser tan buenas amigas. Nic era una mujer práctica, con los pies en el suelo. Era franca e impaciente, una buena policía, una vecina estupenda y una amiga leal…, pero era mejor no tenerla como enemiga.

Aislinn interrumpió sus pensamientos con una sonrisa amable.

—Nic y yo llevamos toda la noche hablando, Joel. Casi no te hemos dejado hablar.

—He estado demasiado ocupado comiendo —respondió él señalando el plato prácticamente vacío—. No había tomado nada al mediodía y estaba hambriento.

—Entonces ha sido buena idea pedir dos pizzas —comentó Nic mirando a su amiga.

Aislinn se encogió de hombros, pero no dejó de mirar a Joel.

—¿Has tenido un día duro?

—Más largo que duro. Hay un virus rondando por varias guarderías, así que tenía la sala de espera llena de niños deshidratados y de mal humor.

Nic sacudió la cabeza.

—Acabas de describir mi peor pesadilla. Prefiero tener que enfrentarme a un adicto al crack armado antes que a una sala llena de niños pequeños lloriqueando, enfermos y con sus madres histéricas.

—La verdad es que los niños lloriqueaban, pero ninguna de las madres estaba histérica. Y tengo que admitir que a mí lo de atrapar a un drogadicto armado tampoco me haría ninguna ilusión.

Ambos solían bromear acerca de sus respectivas profesiones. Joel admitía sin ninguna duda de que Nic sería capaz de reducirlo a pesar de ser más menuda que él.

Él era una persona de trato fácil y ella se lo tomaba todo en serio. Joel no se sentía intimidado por ella porque sabía que tenía un gran corazón y era muy generosa, pero tampoco quería enfadarla.

Aislinn seguía mirándolo, parecía preocupada.

—Quizás sólo estés cansado, pero yo diría que hay algo que te molesta. ¿Podemos ayudarte?

Joel no sabía cómo lo hacía. Quizás tuviese más intuición que la mayoría de las personas, tal y como ella misma decía, leía mejor la expresión facial y corporal.

—Tengo un problemilla —admitió él—, pero ya lo solucionaré.

Por el modo en que Aislinn lo miraba, Joel se preguntó si realmente podía leerle la mente. Por supuesto que no. Sus poderes extrasensoriales, si los tenía, parecían ser más precognitivos que telepáticos. Aunque él no creía en esas cosas.

—A Nic y a mí se nos da muy bien dar ideas —insistió ella—. ¿Quieres probarnos?

—Sí, Joel —se unió Nic—. Aislinn y yo siempre nos contamos nuestros problemas y solemos encontrar una solución. Podemos intentar resolver el tuyo si tú quieres. Si no, dinos que no nos metamos en tu vida y cambiaremos de tema.

Joel siempre se había sentido a gusto con Nic. Le gustaba cómo lo trataba. Como a un tipo normal. No como a un médico soltero y disponible. Ni lo que habría sido peor, como a una figura trágicamente romántica. Las mujeres solían clasificarlo de una de esas dos maneras. A veces incluso hacían una incómoda mezcla de ambas. Nic lo trataba simplemente como a un vecino, un amigo.

Quizás ella entendiese el dilema que llevaba preocupándole durante las últimas semanas…

—¿Qué ha pasado? —insistió ella—. ¿Es uno de tus pacientes?

—No, no tiene nada que ver con eso. Esto… os va a parecer una tontería.

—Inténtalo.

Él las miró a ambas y suspiró.

—Dentro de un par de semanas es la decimoquinta reunión de antiguos alumnos de mi instituto en Alabama. Hay un partido de fútbol americano, varias actividades y un baile, seguido de un desayuno de despedida al día siguiente. Le tengo pavor, eso es todo.

La expresión de Aislinn no cambió. Nic parecía sorprendida, pero a Joel le pareció normal que no entendiese que una reunión de antiguos alumnos pudiese darle miedo, pero ella no conocía toda la historia.

—¿Una reunión de antiguos alumnos? —repitió Nic.

Él asintió.

—La secretaria de nuestra clase era Heidi Pearl, su nombre de casada es Heidi Rosenbaum. Si por ella fuese, nos reuniríamos todos los años. Menos mal que estas reuniones sólo se organizan cada cinco años.

—¿Fuiste a la última?

—Sí —Joel supuso que por su tono, debía quedar claro que había sido una experiencia horrible.

—Que yo sepa —dijo Nic encogiéndose de hombros—, no es obligatorio ir. Yo no sé si iré a mi reunión de antiguos alumnos el verano que viene. Tengo mejores cosas que hacer que sentarme con un montón de gente que no conozco a hablar de nuestros vergonzosos recuerdos de la adolescencia. Aislinn es la única amiga que tengo desde el instituto, y nos vemos muy a menudo.

—Ya, pero se espera que vaya, yo era el delegado de clase.

—Eso no me extraña —murmuró Nic.

—Además, Heidi trabaja para mi padre. Si pusiese una excusa, ella no descansaría hasta averiguar la verdad.

—Qué miedo.

—Créeme, es terrorífica.

Nic rió, luego sacudió la cabeza.

—No obstante, deberías decirles que no te apetece ir.

—Ojalá pudiese.

—¿Por qué no vas a poder?

—Tú no lo entenderías.

—Intenta explicármelo.

—Yo creo que sí lo entendería —intervino Aislinn. Joel se preguntó si ya habría adivinado su dilema. Luego se recordó que sólo tenía intuición, no poderes mágicos.

Lo más gracioso era que, en realidad, le parecía que Nic lo entendería. Era una de las pocas mujeres policías de la ciudad y estaba acostumbrada a intentar ponerse en la piel de los demás.

—A juzgar por lo que ha ocurrido en el pasado, si fuese, me tratarían con empalagosa compasión, o como a una especie de héroe trágico. Y si no voy, todo el mundo dará por hecho que soy un caso perdido en el plano emocional.

—¿Tú? ¿Un caso perdido? —exclamó Nic sorprendida—. Si eres el hombre más sano y normal que conozco.

—Sí, bueno, la verdad es que no estaba demasiado bien cuando se organizó la última reunión, hace cinco años. Mi esposa, Heather, había fallecido un par de meses antes y… Bueno, supongo que no estaba preparado para reunirme con nuestros antiguos compañeros de clase.

—¿Heather iba a clase contigo? —preguntó Aislinn.

Él asintió.

—Éramos la típica pareja de enamorados del instituto. Luego fuimos a universidades diferentes, pero seguimos juntos a pesar de las dificultades de las relaciones a distancia. Nos prometimos durante el tercer año de universidad, pero esperamos a estar preparados económicamente antes de casarnos.

Joel dio un trago a su refresco antes de continuar:

—Seis meses más tarde, murió en un accidente de coche. Un camión con los frenos estropeados chocó contra ella.

Capítulo 2

 

NIC ya sabía que Joel era viudo. Había mencionado en una ocasión que su esposa había muerto en un accidente, pero no le había pedido detalles, ni él tampoco se los había dado.

Desde que lo conocía, no había salido con nadie, y Nic se preguntaba si todavía lloraba la pérdida de su mujer. Después de saber todos los años que Joel y Heather habían estado juntos, entendía lo dolorosa que debía de haber sido la pérdida.

—Lo siento —no sabía qué otra cosa decir.

Aunque aquello pareció suficiente.

Él asintió.

—No debí haber ido a la reunión sin haber pasado por el duelo, y fue una experiencia… muy dura. Había demasiados recuerdos dolorosos, demasiada emoción y compasión por parte de mis compañeros. Acabé fatal y no fui capaz de ocultarlo.

—Es comprensible. Habría sido una experiencia terrible para cualquiera.

Joel miró a Nic a la cara, para comprobar que realmente lo entendía. Lo que vio pareció satisfacerlo. Volvió a asentir con la cabeza.

—Pero eso fue hace cinco años. Ya he hecho las paces con el pasado. He rehecho mi vida aquí y me considero un hombre feliz.

—Eso es la impresión que siempre me has dado.

En realidad, Nic pensaba que era el hombre menos complicado que conocía. Solía envidiarlo por su capacidad para tomarse las cosas con calma.

—Y así es como me siento la mayor parte del tiempo.

—A tus viejos amigos les alegrará ver que estás tan bien.

—No estoy seguro de que vayan a verlo así. Temo que vean al hombre que fui, no al que soy ahora.

—Entiendo tu preocupación —comentó Aislinn.

—Pues no vayas —dijo Nic—. Di que tienes demasiado trabajo para ir, pero que estás muy bien.

—Quizás fuese lo mejor…

—Pero no es lo que tú quieres —dijo Aislinn a juzgar por su expresión—. ¿Por qué no?

—Me parece que es una cuestión de orgullo —reconoció él avergonzado.

Eso sí que lo entendía bien Nic. La habían acusado en numerosas ocasiones de ser demasiado orgullosa.

—No quieres que piensen que no podrías soportar otra reunión. Temes que, si no vas, piensen que sigues demasiado dolido y vulnerable. A eso te referías con lo de ser un caso perdido…