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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Betty Duran

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

No me olvidarás, n.º 1100 - abril 2018

Título original: Almost a Cowboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-216-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Víspera de Navidad.

 

Tilly Collins, la señora de Santa Claus, miró a Dobe Whittiker, que iba vestido de terciopelo rojo y con la gran barba blanca. El viejo vaquero se parecía un poco al alegre elfo anciano, pero a Tilly no le gustaba nada compartir con él el protagonismo de la fiesta anual de Navidad de la comunidad.

Todo el pueblo de Hard Knox iba a esas fiestas a ver al señor y señora Santa Claus, mientras que los niños mayores se dedicaban a corretear por allí.

Luego, cuando empezaba a sonar la banda de country, salían corriendo hacia sus casas.

Todos los residentes de los asilos locales habían sido traídos para la ocasión, con sus andadores y sillas de ruedas. También asistían los rancheros y vaqueros, los tenderos cerraban sus tiendas y el alcalde hacía de maestro de ceremonias.

Era a eso a lo que Tilly estaba acostumbrada en su pueblo natal, Elktooth, en Montana. Pero le alegraba que el papel de señora de Santa Claus se hubiera instituido en el pueblo, ya que ella estaba tan acostumbrada a hacer de señora de Santa que se habría sentido perdida sin él.

Pero no estaba acostumbrada a hacerlo con Dobe Whittiker, que no paraba de soltar desaforados «jo, jo, jos».

Sonriendo dulcemente, le tapó los oídos a la niña que tenía en brazos y dijo en voz baja:

–Te estás pasando con los jo, jo, jos, Santa. ¿No podrías bajar un poco la voz?

Dejó a la niña en el suelo, le dio un beso y se la dio a su madre.

Dobe, cuya larga barba blanca era tan real como el blanco cabello de Tilly, miró a su supuesta esposa por un día.

–No me digas cómo tengo que decir mis jo, jo, jos, mujer, llevo haciéndolo desde que tú estabas en Montana tratando de pensar en cómo podías venirte a Texas.

–¡No fast…!

–¡Abuela!

Tilly bajó la mirada y se encontró a un niño de cinco años que le tiraba de las faldas. En un momento se olvidó por completo de Dobe Whittiker.

–¡Petey! –dijo y tomó en brazos al niño que su nieta Dani acababa de adoptar–. ¿Has sido un niño bueno este año?

–Muy bueno –dijo el niño apartándose de ella.

Era evidente que creía que era demasiado mayor para esas efusiones.

–¿De verdad que eres la señora de Santa Claus o solo estás engañando a los niños pequeños?

Tilly se rio.

–He sido la señora de Santa Claus desde hace años.

Y eso era muy cierto, ya que lo había hecho en su pueblo de Montana antes siquiera de irse a vivir a Texas ese año con sus nietas trillizas.

–No sé –dijo el niño señalándole a Santa Claus–. A mí él se me parece a Dobe.

–Si yo fuera tú, no me arriesgaría. Solo por si somos los de verdad, creo que será mejor que me des tu lista de regalos.

Eso le pareció razonable a Petey, que asintió.

–Sigo pensando que es Dobe, pero de acuerdo, abuela. Lo que quiero es un caballo nuevo y una videoconsola. Quiero también que mamá y papá me lleven otra vez a Disneyworld, un par de botas nuevas y…

Según iba creciendo la lista, Tilly asentía solemnemente, pero sin prestar mucha atención. Podía ver a sus seres queridos en la parte más alejada del recinto, observando a Petey y charlando.

La madrastra del niño, Dani Keene Burke, sonrió y le hizo un gesto con la mano, luego le dijo algo a Jack, el atractivo hombre con el que se había casado a primeros de noviembre. Dani, la primera de las trillizas en casarse, estaba embarazada de su primer hijo y lo había anunciado hacía unos días. Los Burke tendrían su segundo hijo en agosto, ya que el primero era Petey, el hijo huérfano del hermano de Jack. Pero Tilly se habría dado cuenta de la noticia sin que se lo dijeran, por la cara de su sobrina.

Para Dani y el heredero del rancho XOX el camino del amor verdadero había sido muy duro, pero todo había terminado bien.

Niki la más joven de las trillizas, morena y bonita, le dijo algo al oído a Dani. La pobre Niki aún se sentía avergonzada porque el alcalde acababa de hacerla salir al estrado para darle otra vez el premio de Miss Camarera de Texas y, en vez de ponerse la banda, la llevaba en las manos, como si le diera vergüenza.

Si Dani era conocida como la lista de las trillizas y Toni como la agradable, Niki era la bonita.

Cuando la familia había llegado a Hard Knox a principios de año para hacerse cargo de su herencia, un rancho viejo llamado el Bar K, fue Niki la que encontró un trabajo en el Sorry Bastard Saloon y, con ello, ayudó bastante a conseguir el dinero que tan desesperadamente necesitaban. A pesar de que el dinero ya no era problema, Niki seguía trabajando allí a tiempo parcial, porque le gustaba el trabajo.

Lo que significaba que Toni…

–Abuela, ¿me estás escuchando o qué?

–Por supuesto que te estoy escuchando, Petey.

–Entonces, ¿qué es lo que quiero?

–Chico, quieres todo lo que quieren los niños hoy en día.

–¡No! –dijo el niño y suspiró exasperado–. Quiero…

Y se puso a repetir toda la lista.

Dado que era el último niño de la fila, Tilly no tuvo problema en dejarle que lo hiciera mientras ella miraba a la tercera de sus queridas nietas, la más agradable de un lote muy agradable.

Toni estaba arrodillada delante de un anciano en una silla de ruedas, sonriendo mientras el hombre hablaba. Era muy típico en ella, pensó orgullosa. Toni respondía siempre ante la gente con problemas, fueran animales o personas.

Sabía que mucha gente pensaba que Toni era demasiado buena para su bien, que no era suficientemente dura como para afrontar las responsabilidades que la esperaban cuando llegara el verano y la época de más trabajo en el rancho, que recaería básicamente sobre ella. ¿Estaría ella a la altura? No todo el mundo lo creía, pero Tilly sí.

Esa chica tenía fuerza y muchas buenas ideas nuevas, incluyendo la que pensaba poner en práctica en verano. Si la última ocurrencia de Toni no ponía al Bar K en el mapa de los ranchos importantes, no sabía qué podría conseguirlo. Era una idea brillante.

Finalmente, Petey dejó de pedir cosas y Tilly le dio un beso y lo acompañó hasta donde estaba la familia.

 

 

A Toni le encantaba la Navidad, los adornos y el ambiente en general. Y, entre otras cosas, le encantaba ver a su abuela vestida de esposa de Santa Claus y la felicidad de sus hermanas.

Le costaba trabajo creer que la calculadora y analítica Dani hubiera encontrado tan pronto el amor verdadero con un atractivo vecino.

Niki también era feliz, aunque aún no había encontrado al hombre de sus sueños y decía que, probablemente, no lo encontraría nunca, pero era feliz con su trabajo de camarera en el Sorry Bastard. ¿Y por qué no lo iba a ser? Sus jefes, Rosie y Clevon Mitchell decían que Niki ganaba más con las propinas que ellos mismos como dueños del salón.

Tilly se acercó entonces.

–Me vendría bien un poco de ese ponche para refrescarme el gaznate. ¡Mira que pueden hablar esos niños!

–Voy por él.

–Deja que vaya yo –dijo Jack, el marido de Dani–. Estoy superado en número por las chicas y sé que os vais a poner a hablar de niños.

Toni sonrió. ¡Como si Jack dejara de hablar en algún momento de su hijo! Incluso ya le había puesto nombre, porque estaba seguro de que iba a ser niño. Austin Travis, por su padre y abuelo. El que Dani estuviera igual de segura de que iba a ser niña le hacía gracia.

Mientras charlaban alegremente, Toni sintió un poco de lástima por sí misma, ya que parecía ser la única de las trillizas que no había conseguido de la vida exactamente lo que quería.

Lo que siempre había querido era una familia propia.

El padre de las tres, Will Keene, se había casado con su madre, que era mucho más joven que él, y luego se había llevado todas sus posesiones cuando la dejó antes de que ellas nacieran. Luego su madre murió cuando ellas tenían siete años y su abuela, viuda, se había ido a vivir con ellas para cuidarlas.

Así que, a pesar de que nunca había tenido una familia de verdad y tradicional, nunca había dejado de soñar con tenerla y eso era lo que quería exactamente, pero la abuela le había advertido que semejante perfección podía ser imposible de encontrar.

Y, la verdad, no la preocupaba mucho, solo deseaba que el hombre de sus sueños se diera prisa. Con veintiséis años, estaba más que dispuesta a sentar la cabeza.

Y lo conocería en cuanto lo viera. El hombre con el que se casaría sería un hombre del Oeste, que le diría cosas bonitas, experimentado, sensible y decidido. Sería fuerte y lleno de recursos, pero también amable. Un hombre entre hombres. Nunca había conocido a alguien así, pero estaba segura de que existía. Algún día lo encontraría y, cuando lo hiciera…

Dani le dio un codazo en las costillas entonces.

–¿Por qué tienes esa cara de boba? ¿En qué estás pensando?

–En nada…

–En ese caso, hay algo que llevo toda la mañana queriendo preguntarte. La abuela me ha dicho que has tenido una gran idea para poner en práctica en el rancho en la próxima estación.

Dani y Niki miraron a su hermana expectantemente.

–Adelante –dijo la abuela–. Cuéntaselo.

–De acuerdo. El otro día acepté una reserva de una mujer que me dijo que estaba ansiosa por descubrir el romance del Oeste. Se reía mientras lo decía, pero sonaba muy convencida.

–Yo también he oído ese tono de voz en sus voces –dijo Dani–. Y, la verdad es que me parece muy triste.

Toni asintió.

–Así que tuve esta idea, todo un mes de aventuras de una semana de duración solo para mujeres. Podemos hacerlo hacia el fin de la estación, por si no funciona. Yo creo que toda mujer tiene derecho a sentir algo especial, por lo menos durante una semana, y ellas pagarán encantadas por eso.

–¿Solo mujeres? –dijo Niki frunciendo el ceño–. No sé de muchas que quieran renunciar por completo a los hombres durante toda una semana.

–¿Es de eso de lo que estás hablando? –preguntó Dani preocupada.

Toni sonrió.

–Lo habéis entendido mal. Estoy hablando de asignarles un vaquero personal a cada dos de ellas. Él responderá a sus preguntas, les ensillará los caballos, bailaría con ellas en las fiestas y las hará sentirse las reinas del Oeste.

Niki se rio.

–¿Estamos hablando de un romance de verdad? No estoy segura de que nuestros vaqueros estén dispuestos a algo como eso.

–No seas tonta, un romance de una semana podría ser perfecto para ellos –dijo la abuela–. Pero no es eso lo que Toni tiene en mente.

–No soy una celestina. Es por eso por lo que solo va a haber un vaquero para cada dos chicas, para evitar un romance serio, pero con la posibilidad de que cada chica se sienta suficientemente atendida como para sentirse especial. ¿Qué opináis? Otros ranchos han intentado cosas similares con éxito, pero no sé de ninguno en nuestra zona que lo haya hecho.

Dani y Niki se miraron asombradas. Luego Dani dijo:

–Yo creo…

Todos la miraron y ella frunció el ceño pensativamente.

–Creo que es una idea fabulosa, Toni. ¡Les vas a dar a nuestras huéspedes una experiencia en el Oeste que nunca olvidarán!

Toni, cuya vida era todo trabajo y nada de romance, pensó que a ella no le vendría nada mal un poco de su propia medicina.