Traducido por Ricardo García Pérez

Título original: The Moneyless Man: A Year of Freeconomic Living (2010)

© Del libro: Mark Boyle

© De la traducción: Ricardo García Pérez

Edición en ebook: febrero de 2017

 

© De esta edición:

Capitán Swing Libros, S.L.

Rafael Finat 58, 2º4 - 28044 Madrid

Tlf: 630 022 531

www.capitanswinglibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-946737-9-5

© Diseño gráfico: Filo Estudio www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Mark Boyle

Activista y escritor irlandés conocido por haber fundado la Comunidad Freeconomy y, sobre todo, por vivir sin dinero desde noviembre de 2008. Escribe regularmente en el blog Freeconomy y en el periódico británico The Guardian. Durante sus primeros seis años en el Reino Unido, Boyle vivió en Bristol, donde creó dos compañías de alimentos orgánicos. En 2007, tras una conversación con un amigo, decidió que el dinero crea una cierta desconexión entre nosotros y nuestras acciones. Unos meses después, inspirado por la Marcha de la Sal de Gandhi en 1930, organizó una marcha desde Bristol hasta Porbandar (India), el lugar de nacimiento del pensador.

Un año después, desarrolló un ambicioso plan: vivir totalmente sin dinero. Después de algunas compras de preparación, como un panel solar y una estufa de leña, comenzó su primer año de vida sin dinero en el Día sin compras de 2008. Boyle ha recibido considerable publicidad por sus apariciones en la televisión, la radio y otros medios de comunicación del Reino Unido, Irlanda, Australia, África del Sur, Estados Unidos y Rusia, que se han interesado en su día a día, en especial por temas como la alimentación, la higiene y aspectos tradicionalmente caros de la vida, como la celebración de la Navidad.

Contenido

Portadilla

Créditos

Autor

 

Agradecimientos

Prólogo

01 ¿Por qué sin dinero?

02 El compromiso y sus reglas

03 Poner los cimientos

04 La víspera del Día sin Compras

05 El primer día

06 Las rutinas de la vida sin dinero

07 Una estrategia arriesgada

08 Navidad sin dinero

09 La brecha del hambre

10 Una primavera en la puerta de casa

11 Visitas no deseadas y camaradas remotos

12 Verano

13 La tempestad que precede a la calma

14 ¿El final?

15 Las enseñanzas extraídas de un año sin dinero

Epílogo

Páginas web de interés

Cita

Agradecimientos

En la cubierta de este libro aparece mi nombre, lo cual hace pensar que todas las palabras que contiene son mías. Pero esa es una verdad a medias. No reivindico ninguna autoría. ¿Cómo podría hacerlo? Estas palabras son una mera acumulación de todo lo que las ha precedido: las personas que he conocido, los libros que he leído, las canciones con las que crecí, los ríos en los que me bañé, las chicas a las que he besado, las películas que he visto, las tradiciones que he interiorizado, los filósofos que he estudiado, los errores que he cometido, la violencia que he visto y el amor del que he sido testigo.

Hay unas cuantas personas realmente cercanas a quienes de verdad me gustaría expresar mi gratitud (descargo de responsabilidades: si tu nombre no aparece, no significa que no te quiera). A mis padres, Marian y Josie, por darme todo lo que podían darme y por su incansable apoyo. A personas como Chris y Suzie Adams (y el pequeño Oak), Dawn, Markus y Olivia (por citar solo unos pocos), que me han ayudado a abrir este camino y estuvieron a mi lado para ayudarme la primera vez que lo recorrí, a trompicones... y que continúan ayudándome hoy. A Mari, por tu amor y por el inquebrantable lazo que tengo contigo. A Fergus, por ser un faro en medio de la oscuridad y por recordarme por qué lo hago. A aquellos, como Marty, Stephen o Gerard, quienes han transitado sendas muy distintas pero que constituyen, para mí, la definición de la palabra «amigo». A mi comunidad y mi entorno, el próximo y el no tan próximo, cuya abundancia de conocimientos, habilidades y amistad han tenido durante el último año un valor muy superior al dinero. A Mike, mi fantástico editor de Oneworld, a quien hay que dar las gracias si, por alguna extraña razón, acaba gustándote este libro. Y a Sallyanne, por ser la agente literaria más comprensiva del mundo.

Por último, a los muchos miles de personas que se pusieron en contacto conmigo para ofrecerme su apoyo a lo largo de ese año y a quienes me han criticado, pues me recuerda que mi opinión no es más que una entre muchas y que todavía tengo mucho que aprender.

Para MKG

Prólogo

La víspera del Día sin Compras,

28 de noviembre de 2008

El momento, simplemente, no podía ser más oportuno. Eran las seis y cinco de la tarde de mi último día en el reino del dinero y, por lo que a mí respectaba, las tiendas habían cerrado para todo un año. Fue un día inesperadamente largo; los medios de comunicación quisieron husmear en mis planes de vivir sin dinero y, en lugar de estar dedicándome a hacer los últimos preparativos para el inminente experimento social que iba a llevar a cabo y, lo que es mucho más importante, tomar una última pinta de cerveza negra en la localidad en que vivía, acabé haciendo, una tras otra, infinidad de entrevistas. El sonido de mi voz respondiendo una y otra vez a las mismas preguntas me dejó un poco asqueado.

Cuando iba en bicicleta desde el lugar donde realicé la última entrevista, para la BBC, por un atajo que atraviesa un barrio de Bristol particularmente proclive al consumo de alcohol, invadido por luces de neón y lleno de cristales rotos, sentí que la parte trasera iba dando bandazos. No era nada importante, solo un pinchazo, pero era un ejemplo simbólico de los retos a los que tendría que enfrentarme a diario durante los doce meses siguientes. Estaba a treinta kilómetros de mi caravana, donde me había olvidado absurdamente la bolsa de herramientas, pero podía detenerme en casa de Claire, mi novia, para reparar el pinchazo con un parche. Mi única preocupación era que tenía que tirar de una bicicleta ligeramente averiada y con dos pesadas alforjas en la parte trasera nada menos que unos cinco kilómetros. Dado que, además, por cinco minutos era ya demasiado tarde para comprar una rueda nueva, no podía permitirme abollar la que tenía.

Cuando iba de camino hacia allí, di una voz a mi amigo Fergus Drennan para invitarlo a venir. Fergus es un afamado buscador de comida pero, por desgracia, un penoso mecánico de bicicletas. Sin embargo, es un entusiasta incontenible y era exactamente lo que necesitaba. La presión del tiempo, unida a cierta aprensión por el año que me quedaba por delante, estaban empezando a imponer su precio. Cuando, por fin, llegamos a casa de Claire, empecé a desmontar incautamente lo que creía que era la rueda trasera mientras él iba explicándome cómo podía fabricar papel y tinta a base de setas. Agotado pero intrigado por sus divagaciones, voy sintiendo cada vez más frustración ante las dificultades para desmontar la rueda. En el preciso instante en que pensaba que debería meterme algo de comida en el cuerpo antes de desfallecer, o bien meterle a Fergus en el gaznate una Amanita phalloides... ¡se oye un chasquido metálico! y algo que parece bastante importante sale volando por la habitación. Como consecuencia del agotamiento, en lugar de aflojar la rueda he soltado el cambio trasero. No era una buena noticia, desde luego. Con la excepción de mi cuerpo, la bicicleta era seguramente la posesión más valiosa de que disponía para el inminente experimento que iba a realizar. En realidad, no solo era importante, sino absolutamente esencial. Suponía tener que hacer a pie viajes de unos sesenta kilómetros para llegar a muchas de mis fuentes de alimento y leña potenciales, y de unos treinta para ver a la mayoría de mis amigos; sin la bici, sería imposible acudir a reuniones y no tendría la menor esperanza de poder revolver en la basura para buscar los alimentos desechados que inevitablemente necesitaría a lo largo del año.

Sé un poco de bicicletas, pero algo tan intrincado como el cambio excede mis posibilidades. En mi existencia anterior, cuando usaba dinero, si le pasaba algo grave a la bicicleta, la llevaba a la tienda, compraba algún recambio o pagaba al amable dependiente para que la arreglara. Sin embargo, eso había dejado de ser una opción. Me había pasado todo el día hablando con periodistas sobre el proyecto de vivir sin dinero durante un año y ahí estaba yo, cuatro horas antes de haberle dado comienzo oficial, tumbado, absolutamente agotado física y mentalmente, junto a la bicicleta recién destrozada que constituía el núcleo de mis planes. Dado el hecho de que también me había comprometido a preparar el día siguiente una comida gratis de tres platos para ciento cincuenta personas, hecha a base de alimentos recolectados, tanto en el campo como entre los desechos arrojados a los contenedores, que todavía no había reunido, estaba empezando a acusar la tensión.

No era solo la bicicleta lo que me preocupaba. Ese era un pequeño ejemplo del millar de problemas con que me topé a lo largo de un año corriente. La diferencia era que antes podía arrojar dinero a mis problemas cada vez que surgieran y dondequiera que surgieran. Me di cuenta de la precariedad de la situación en la que me encontraba, a punto de ingresar en un mundo del cual tenía muy poca experiencia. Por primera vez, me sentí vulnerable. Las tareas más sencillas, cuya ejecución había dado por hecha hasta ese momento, se volverían extremadamente complicadas, cuando no imposibles. ¿Estaba este experimento condenado al fracaso desde el principio? Decidí no darle más vueltas: no había vuelta atrás y, en todo caso, millones de personas me habían oído hablar de todo ello, lo que significaba un aumento considerable de la presión que ya sentía.

Y así, mientras estaba allí tumbado, manchado de grasa, invadido por la aprensión, agotado, irritado y mirando al techo, se me pasaron por la cabeza infinidad de pensamientos. ¿Cómo demonios me las había arreglado para llegar a este punto en mi vida y por qué demonios acabé embarcándome tan públicamente en esta misión, en apariencia imposible?