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LA INTIMIDAD

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Rosa Moncayo Cazorla

Nacida en Palma de Mallorca en 1993, publicó su primera novela con tan solo veintitrés años. Dog café, que así se titulaba, publicada por Expediciones Polares en 2017, recibió excelentes opiniones de crítica y público que auparon a la escritora como una de las más firmes promesas de su generación en el nuevo boom de la literatura por medios como El País o Playground Magazine.

Antes de eso, Rosa Moncayo había estudiado Administración de Empresas en la Universidad Carlos III y le concedieron una beca para estudiar en Corea del Sur.

«Rosa Moncayo cuenta el dolor sin utilizarlo como mercancía: vivir, desear, perder, narrados con un lenguaje sostenido en el filo del ardor más frío, de la frialdad más valerosa y transparente». —Belén Gopegui.

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También ha hecho posible este libro

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María Medem

María empezó a autoeditar sus cómics tras estudiar Bellas Artes. Publicó su primer cómic largo con Terry Bleu en 2018. Ha participado en antologías como NOW (Fantagraphics), Cold Cube (Cold Cube Press) y Clubhouse (Colorama), y también ha colaborado en distintos fanzines. Publicó en 2018 Cenit con Apa Apa, con el que ganó el premio de Autora Revelación del 37 Cómic Barcelona y el Premio ACDCómic de la Crítica a Mejor Autora Emergente. También ha publicado Échos con la editorial francesa Fidèle Editions. Ha realizado ilustraciones para medios como el New Yorker y el New York Times.

Título original: La intimidad

Primera edición: febrero de 2020

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© del texto: Rosa Moncayo

© de la ilustración de cubierta: María Medem

© de la fotografía de la biografía: Laura Carrascosa Vela | www.lauracvela.com

© de la edición: Editorial Barrett | www.editorialbarrett.org

Comunicación y prensa: Belén García | comunicacion@editorialbarrett.org

eISBN: 978-84-121353-5-0

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Somos buenas personas, así que, si necesitas algo, escríbenos. No nos va a sacar de pobres prohibirte hacer unas cuantas fotocopias.

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LA INTIMIDAD

ROSA MONCAYO CAZORLA

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Te quiero porque eres el polo opuesto al kitsch.

En el reino del kitsch serías un monstruo.

No hay ninguna película rusa o americana en la que
pudieras existir más que como ejemplo de maldad.

La insoportable levedad del ser
Milan Kundera

Para mi padre.

Contenido

PRIMERA PARTE

En el dormitorio del piso de Madrid. ¿Hará tres años?

Felicidad

Calvino calificó de «peste» el amor hacia uno mismo

The fear to touch the sand | Celer

Under the coke sign | Boards of Canada

In the end you will just disappear | Celer

Prelude to obsession I | Celer

You can have it all | Yo la tengo

Close-up

Our dream to be strangers | Celer

Planet Caravan | Black Sabbath

Polynomial-C | Aphex Twin

Prelude to obsession II | Celer

Julie

Scappa | Alessandro Cortini

Ptolemy | Aphex Twin

The sound of a finished kiss | The remote viewer

Blue Calx | Aphex Twin

The deer hunter

Separations and reactions | Celer

Rhubarb | Aphex Twin

SEGUNDA PARTE

Our way to fall | Yo la tengo

An ending (Ascent) | Brian Eno

Wouldn’t wanna be swept away | Fennesz & Jim O’Rourke

Kinky love | Pale Saints

Everywhere I go you’re all that I see | Celer

I just want you to stay | Fennesz & Jim O’Rourke

Everything you do is a balloon | Boards of Canada

Sometime later | Alpha

The petrified forest | Biosphere

An eagle in your mind | Boards of Canada

I could almost disperse | Celer

The divine is not invisible | Celer

The 5 levels of sensitivity | Celer

Dejà vu, flashbacks, and an ultimate sense of loss | Celer

Davyan Cowboy | Boards of Canada (Odd Nosdam Remix)

For the entirety | Celer

Fragile that eventually breaks | Celer

TERCERA PARTE

In the middle of the moving field | Celer

How could you believe me when I said I loved you when you know I’ve been a liar | Celer

Lagarto al sol los días de tristeza

Rip the cut | Planetary Assault Systems

The Lighthouse | Interpol

Poa Alpina | Biosphere

These dreams, how portentously gloomy | Celer

Impossible escape | Celer

The spilling; Romantic goodbye | Celer

Guiding lights | Celer

An excrement suite for voices lost again | Kyle Bobby Dunn

Openings of love (Fireworks) | Celer

All you see is red but all you feel is blue | Celer

Leaving a new home | Celer

Reign of terror | Dax J

¿Él emite luz o él la refleja?

Superior race | Dopplereffekt

A meaningful moment through a meaning(less) process | Stars of the Lid

Birds fly by flapping their wings | Biosphere

A once and meaningful life | Celer

PRIMERA PARTE

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En el dormitorio del piso de Madrid. ¿Hará tres años?

Otra vez la luz de por la tarde que cubre todo de naranja. La puerta del armario entornada y montones de ropa asfixiada a punto de salir a trompicones. Temporalidad. Disgustos raros. Cortinas que se agitan, otra vez, de manera loca. Una camisa de algodón aplastada detrás del sillón. Zapatos. Tiempo ancho. Montoncitos de vida muy frágiles. La felicidad era la ausencia de males.

Cuando Gaspar todavía no era malo, pero ya le había visto la peca enorme, horrorosa, llena de posible cáncer que tanto temíamos. Ocurrió de repente, una protuberancia justo a la altura del romboide mayor derecho. Negrura en esa zona de su piel y motas de color violeta, algo difuminadas, a su alrededor. Le hicimos más fotos de las que debimos. Cada día una foto y un análisis distinto. Necesitamos rodearnos de imágenes. La preocupación de Gaspar iba en aumento. Quiero ser clara desde el principio. No fue nada grave y nos dieron la enhorabuena. Era una mancha convexa, alargada, parecía derretirse justo al final. Nada. Un lunar raro, ya está. La primera vez que lo vi, justo después de hacer el amor por la mañana, intenté explotarlo para que saliera el pus que parecía contener, pero —qué fraude— allí dentro no había nada. Era un abultamiento duro, sin apertura, poro o pelo enquistado con el que tropezar. «Hay que ir al médico ya mismo. Tiene pinta de ser algo grave. Hay gente que se muere por no mirarse estas cosas con tiempo, por diagnóstico tardío. Este tipo de lunares son la muerte». Esas frases —que esas frases salieran de Gaspar— me sonaron tan falsas, impostadas. Claro, pues vamos al médico. Un melanoma, seguramente. ¡Qué va! No, no. No era nada, era una peca sin más, un lunar un poco inconcluso. Un lunar feísimo. Por aquella época, Gaspar estaba sobrellenado de su mundo interior. Lo recuerdo con la espalda más dura que nunca, casi a propósito, los músculos contraídos. Más melanoma. Parecía que le encantaba esa palabra. Evidentemente, durante los días de espera entre prueba y diagnóstico, vino otra serie de palabras que también parecía adorar. Biopsia excisional, exéresis o estadificación. Palabras técnicas que encontraba en internet y lo volvían loco.

De nuevo en el dormitorio. La luz naranja, el armario lleno de ropa sin doblar. Zapatos y la anchura del tiempo. Temporalidad vacía. Intuíamos que no era nada, pero ahí estaba Gaspar, tendido en la cama, cubierto por una manta de luz naranja que hacía de su piel un terreno sano. Él, en cambio, lleno de asco. Todo le molestaba. Era domingo y, a partir del martes, podían llamarle para darle los resultados. Huracán de antipatía. Maligno o benigno. Aquel día, el de la luz tan naranja, me quedé tumbada a su lado. «Gaspar, te quiero», «descansa, duérmete», «relájate un poco». Órdenes fáciles, palabras de comodín. Qué ocupación más absurda yacer aquí, a su lado, sabiendo que va a verter todo su odio —inexplicable— contra mí, pensaba. Al mismo tiempo, me acuerdo de que me repetía a mí misma: «Quiero una vida antediluviana, sí, antediluviana, básica, cocinar, dormir, trabajar y, si enfermas, te mueres, no queda otra». Se me metió la palabra antediluviana en la cabeza. Después de un rato tumbados el uno junto al otro y escuchando todo tipo de música, Gaspar se apoyó con todo su peso sobre mi brazo. Sé que lo hizo aposta. «Toma un poco de dolor para ti, que te jodan», pensaría. Me quejé y se deslizó hacia el otro lado. Puso la mano tratando de taponar su oreja izquierda y se quedó apoyado sobre ella. Mirada torcida. De repente, brilló una flecha de luz y le vi esos pelitos de la oreja, blancos y cortos como pelusilla, que tanto me gustan.

«Va a ser maligno porque he visto cómo el contorno se eleva. No me mires así. Mira las fotos, ahí lo tienes, tú también lo has visto. Cada vez se hace más grueso». Se quedó callado y se pasó la mano por el pelo. Gomoso tupé. «Joder. No he hecho nada relevante como para ponerme así y que pueda ser el final. ¿Tú te crees que a mí el sol me ha dado precisamente en la espalda? No es justo. No tengo nada, no he hecho nada. El trabajo… No estoy contento con lo que he hecho hasta ahora. La satisfacción vital. Las metas que nos tenemos que marcar. Nada de eso. La familia. Tú sabes que mi familia está rota. Los amigos. ¿Quién es mi mejor amigo?». Gaspar iba enumerando todos sus fallos con los dedos de la mano derecha. Me limité a aguantarle la mirada y asentir. «Yo no tengo mejor amigo al que contarle lo que me pasa, contárselo todo, todo. Estoy solo. Bueno, qué decir, estoy rodeado de mierda. Estoy jodido». Pausó unos segundos y se llevó un tríptico de dedos al entrecejo —el índice, el medio y el pulgar— para pellizcarse la piel sobrante. Parecía meditar con aires de verse rodeado de una pocilga sin solución. «No soy feliz. Después de todo soy un cocas. Un cocas de mierda que se gasta lo que gana en pollos y más pollos, cada semana lo mismo, y encima me da por invitar a cualquiera. Soy gili. Luego, el amor. Sí, una relación larga y contigo, hay confianza y es bonito. Estamos bien, estamos bien. Pero, ¿cómo saberlo? Después de haber estado con otras chicas, ¿cómo se sabe eso? No te quedes tan seria, seguro que a ti también te pasa. No sé, cualquier amor de adolescencia me vale, no creo que exista eso del único amor. No lo hay. Yo no soy feliz y me hago mayor. Bueno, el punto importante aquí es que no he hecho nada relevante. No hay nada que me importe de verdad. Joder, tengo un mal presentimiento».

La luz siguió naranja, pero se movió de sitio unos centímetros. Llegó hasta el sillón. Me recosté en el cabecero, algo jorobada, y lo miré de reojo. El pelo me caía sobre la cara, el ceño —ojalá hubiera sido lo más fruncido posible, no sé si fue así— arremangado como pude y las manos apretadas. Me di cuenta de cierta carencia —trabajada con los años— en dar respuestas sólidas. Pensarlo todo, insultos y fangos, ponerle palabritas a cualquier cúmulo de emociones que se pudiera aplicar a cómo me sentía. Y, sorpresa, no ser capaz de decir nada. Ni decirlo ni mucho menos taponarlo. Nada.

Me fui a la cocina y me senté en el taburete de polipiel. Se me quedó la piel del muslo atrapada entre la nalga y ese material tan antideslizante y plástico. Me dolió muy rápido y pensé que me moría.

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Felicidad

No me costó decidirme. Se lo dije a toda mi clase antes que a mis padres. Era una especie de testeo fácil que ejecuté sin rodeos. Humanidades, sí, y en la Universidad Carlos III. Todos sorprendidos, pero bastante interesados. Cursar la rama de bachillerato social y acabar estudiando Humanidades es algo inhóspito. ¡Incluso los profesores me decían que era una buena opción! Tuve que tropezar con la cara de horror de mi madre. Los profesores de francés necesitan que sus hijos sean dentistas o fisioterapeutas, si me apuras que estudien Empresariales, pero no Humanidades. Yo iba encendida, con los ojos brillantes, sanos y abiertos, defendiendo a toda costa que mi interés por la estética y el análisis del discurso eran reales. Ojos de adolescencia. Incluso lloré. Cómo puedes criticar lo que voy a estudiar si la mitad de mi clase no va a ir a la universidad. Papá, callado como siempre, de vez en cuando asentía. Mamá tranquilizándose. «Bueno, vale, tienes razón». Sé que luego cuchicheaban a mis espaldas. Comité de decisión. Ellos sabían qué era lo acertado y qué lo equivocado. En ese punto, podría haber empezado a comportarme mal —malos gestos o respuestas intolerables—, torcerme. Siempre me porté bien. Lo malo, en mi caso, vino tiempo después.

Para que yo disponga de la panorámica adecuada para contar esto sin tapujos y que se me entienda bien, diré que, una vez, en una clase de inglés, tuvimos que explicar, uno por uno, de qué trataba nuestra serie favorita.

«My favorite tv series is called Felicity». Mis compañeras de clase soltaron grititos para dar a entender que estaban de acuerdo. «The name of the main character is Felicity, a girl who is about to graduate in high school and gives a very important change to her life by deciding to go to study at the University of New York because her crush will also go to that university and she wants to follow him. Anyway, she realizes that it is an excuse and that she really wants to change her life and get away from her parents. Then, she meets many interesting people so it is a very entertaining series that I recommend to everybody».

La profesora me sonrió. «Very good. Tell me, what does Felicity study? Humanities, right?».

«No way! Medicine!», le dije.

Al llegar a casa busqué de qué iba lo de Humanidades y entonces decidí que, si por mi descripción Felicity tenía pinta de estudiar Humanidades, yo también.

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Calvino calificó de «peste» el amor hacia uno mismo

Lo cierto es que en el fondo soy mala. No me gusta —detesto— El jardín de las delicias de El Bosco, lo siento, lo siento; cada trazo minucioso para dárselas de más y que el cuadro prevalezca, que todo sea superlativo, y bombazo al detalle. «Tengo que superar a Van Eyck, ¡tengo que hacerlo como sea!», debió pensar. Tríptico abierto, tríptico cerrado. Todo está pensado. Desnudos y más desnudos, la piel siempre cautiva al espectador, placeres sexuales, ¡incluso pintó las frutas que a todos nos gustan! Demasiado fácil. La fresa, la uva, la cereza y la frambuesa. Todas las jugosas, las más dulces. Rosadas, rojas, eróticas. Solo veo críticas y más críticas, ácidas y absurdas, la música como elemento delator de pecadores; un tórax abierto aquí, ostras y conchas por allá. Buena paleta cromática: verdes y azules a tutiplén. A Gaspar le fascina, a los turistas japoneses también.

Me gustan Claude Monet y su Puente de Charing Cross. Nada y tres líneas de un azul ingrávido, un puente y cierto galvanismo fugaz de colorines urgentes, pero pálidos; una barquita y un señor, brillos satinados hechos de pincel y agua. Me gustan El Lissitzky y Joan Mitchell; trazos de lo que no existe, representarlo. Necesito verlo, verlo, verlo; necesito un mundo nuevo. Me gusta el color field, el toque, el toque del pincel es lo que cuenta, el color, anthropometries of the blue period, sí, y las manchas de Clyfford Still.

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The fear to touch the sand | Celer

Éramos de los que pensaban que todo debía desbordar para sentirlo de verdad. Exacto. Me refiero a ese instante. La hoja de papel se despliega en un movimiento de apertura, similar al florecimiento, una vez ha sido apretada, arrugada y encogida en un centenar de matices, pero al revés. Veo esa misma escena, rebobinada, cuando pienso en nuestra vida juntos. Dos individuos. Hombre y mujer, viviendo en una sociedad de abundancia. Puedes conseguir lo que te propongas porque dreams come true. El tiempo libre es para desconectar, el tiempo libre es para reflexionar. Nos da la sensación de que somos libres cuando elegimos qué vamos a hacer el fin de semana, cuando afirmamos que nos inclinamos por una tendencia política u otra, también al comprar y vender, al empezar en un nuevo trabajo o cuando dimitimos de uno que ya no nos gusta. La capacidad de decisión es el mejor vehículo de adaptación hacia lo represivo. Por eso, nada llega a desbordar; ese momento nunca llega. Los bordes nunca exceden. Entonces, ¿es necesario arruinarlo todo? Reconozco que se trata de una idea algo oxidada, pero en mi cabecita siempre ha parecido tener sentido. Debemos portarnos mal, desperdiciarlo todo, malgastar el dinero y el amor para reencontrarnos con la primera libertad total: entrar tarde y, a pesar de todo, poder salir pronto.

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Under the coke sign | Boards of Canada