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Leopoldo Lugones

Poemas

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-599-9.

ISBN ebook: 978-84-9897-975-6.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Oda a la desnudez 11

LOS CELOS DEL SACERDOTE 14

Tentación 16

Paradisíaca 17

El astro propicio 18

Venus Victa 19

En color exótico 20

El éxtasis 21

Delectación morosa 22

Oceanida 23

La alcoba solitaria 24

Las manos entregadas 25

Holocausto 26

Emoción aldeana 27

A Rubén Darío y otros cómplices 30

Himno a la Luna 33

Al jorobado 47

Plegaría de carnaval 48

La última careta 49

Divagación lunar 50

Lunofilia 53

Luna maligna 55

Luna de los amores 56

A Buenos Aires 59

A los gauchos 63

Paseo sentimental 66

Nocturno 70

La blanca soledad 71

El canto de la angustia 73

Historia de mi muerte 76

A ti, única 77

El nido ausente 80

Salmo pluvial 81

La tarde clara 83

La noche pura 84

La cachila 85

El martín pescador 86

La garza 87

La torcaz 88

El picaflor 89

El hornero 90

Estampas japonesas 93

Balada del fino amor 94

Rosa marchita 97

Rosa de otoño 98

Alma venturosa 99

El amor eterno 100

Tonada 101

La palmera 102

Elegía crepuscular 104

Lied de la boca florida 106

Libros a la carta 109

Brevísima presentación

La vida

Leopoldo Lugones (1874-1938). Argentina.

El primer libro de poemas de Lugones es Las montañas del oro, de 1897, con versos medidos y libres, y prosa poética, en pleno auge del modernismo. Más tarde publicó Los crepúsculos del jardín (1905) y Lunario sentimental (1909), todos influidos por Rubén Darío. Odas seculares (1910), supuso un cambio en su estilo, que exalta las riquezas argentinas inspirado en Virgilio. Su poesía se vuelve intimista y cotidiana en El libro fiel (1912), El libro de los paisajes (1917) y Las horas doradas (1922), Romancero (1922), Poemas solariegos (1927) y el póstumo Romances del Río Seco tienen un estilo más narrativo. La presente antología contiene poemas de todos los libros antes citados con excepción del último.

Oda a la desnudez1

¡Qué hermosas las mujeres de mis noches!

En sus carnes, que el látigo flagela,

Pongo mi beso adolescente y torpe,

Como el rocío de las noches negras

Que restaña las llagas de las flores.

Pan dice los maitines de la vida

En su rústico pífano de roble,

Y Canidia compone en su redoma

Los filtros del pecado, con el polen

De rosas ultrajadas, con el zumo

De fogosas cantáridas. El cobre

De un címbalo repica en las tinieblas,

Reencarnan en sus mármoles los dioses,

Y las pálidas nupcias de la fiebre

Florecen como crímenes; la noche,

Su negra desnudez de virgen cafre

Enseña engalanada de fulgores

De estrellas, que acribillan como heridas

Su enorme cuerpo tenebroso. Rompe

El seno de una nube y aparece

Crisálida de plata, sobre el bosque,

La media Luna, como blanca uña,

Apuñaleando un seno; y en la torre

Donde brilla un científico astrolabio,

Con su mano hierática, está un monje

Moliendo junto al fuego la divina

Pirita azul en su almirez de bronce.

Surgida de los velos aparece

(ensueño astral) mi pálida consorte,

Temblando en su emoción como un sollozo,

Rosada por el ansia de los goces

Como divina brasa de incensario.

Y los besos estallan como golpes,

Y el rocío que baña sus cabellos

Moja mi beso adolescente y torpe;

Y gimiendo de amor bajo las torvas

Virilidades de mi barba, sobre

Las violetas que la ungen, exprimiendo

Su sangre azul en sus cabellos nobles,

Palidece de amor como una grande

Azucena desnuda ante la noche.

¡Ah! muerde con tus dientes luminosos,

Muerde en el corazón las prohibidas

Manzanas del Edén; dame tus pechos,

Cálices del ritual de nuestra misa

De amor; dame tus uñas, dagas de oro,

Para sufrir tu posesión maldita;

El agua de sus lágrimas culpables;

Tu beso en cuyo fondo hay una espina.

Mira la desnudez de las estrellas;

La noble desnudez de las bravías

Panteras de Nepal, la carne pura

De los recién nacidos; tu divina

Desnudez que da luz como una lámpara

De ópalo, y cuyas vírgenes primicias

Disputaré al gusano que te busca,

Para morderte con su helada encía

El panal perfumado de tu lengua,

Tu boca, con frescuras de piscina.

Que mis brazos rodeen tu cintura

Como dos llamas pálidas, unidas

Alrededor de una ánfora de plata

En el incendio de una iglesia antigua.

Que debajo mis párpados vigilen

La sombra de tus sueños mis pupilas

Cual dos fieras leonas de basalto

En los portales de una sala egipcia.

Quiero que ciña una corona de oro

Tu corazón, y que en tu frente lilia

Caigan mis besos como muchas rosas,

Y que brille tu frente de Sibila

En la gloria cirial de los altares,

Como una hostia de sagrada harina;

Y que triunfes, desnuda como una hostia,

En la pascua ideal de mis delicias.

¡Entrégate! La noche bajo su amplia

Cabellera flotante nos cobija.

Yo pulsaré tu cuerpo, y en la noche

Tu cuerpo pecador será una lira.


1 Las montañas del oro, 1897, pág. 27. (N. del E.)

LOS CELOS DEL SACERDOTE2

Obsta con densa máscara de seda

El cruel carmín de tu inviolada boca,

Y la gran noche azul de tus pupilas,

Y el cielo de tu fuente luminosa.

Destrenza tus cabellos como un duelo

Sobre tu nuca artística, ¡oh Theóclea!

(tus largas trenzas

Peinadas por los besos de mi boca).

Y reviste la túnica de luto,

Que cuando en torno de tus flancos flota,

Parece que la noche se desprende

De tus hombros. Yo quiero, con la loca

Ansiedad de mis celos exclusivos,

Solo para mis manos, esa heroica

Desnudez de tu seno, que aparece

Como el orto de un astro; y esa gloria

De tu garganta que triunfal emerge,

Como una copa

De acero, que los técnicos cinceles

Labraron; y esa curva vencedora

De tu ebúrnea cadera que realza

La orquestal armonía de tus formas

Bajo la gran caricia de la seda.

Cuando cruces (fantasmas, luz, estrofa),

Por las ruinas que pueblan mi cerebro,

Como la triste Luna que corona

La trunca arquitectura de las nubes;

Yo quiero verte envuelta por la sombra

De la máscara negra y tus cabellos,

Y la fúnebre seda de tus ropas,

Como la estatua Libertad que velan

Cuando la patria está en peligro. Sola

En mi templo de amor, dame tus brazos,

Que anegarán mi cuerpo cual dos ondas,

En turbulenta confluencia unidas,

Y el beso que en los sabios sacrilegios

Me dejas en los labios como hostia,

Y el albor de tu seno en que culmina,

Bajo una tibia irrealidad de blondas,

El orgullo ducal de un palpitante

Pezón de rosa;

Y la gracia triunfal de tu cintura,

Como una ánfora llena de magnolias,

Y el hermético lirio de tu sexo,

Lirio lleno de sangre y de congojas.

Y que solo tus manos se destaquen

En la noche de seda de tus ropas,

Cuando estés en mis brazos victimarios

(¡Deseado crucifijo de las bodas!)

Y que solo tus manos sean vistas

Por extrañas pupilas, cual dos tórtolas

Que se aman blancamente, consagradas

Por los besos exhaustos de mi boca...

Y que gocen los hombres del delito

De tus manos desnudas: ¡oh Theóclea!


2 Las montañas del oro, 1897, pág. 33. (N. del E.)