Pasión en el desierto

Beatriz Frías

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Primera edición en digital: Abril 2016

Título Original: Pasión en el desierto

©Beatriz Frías, 2016

©Editorial Romantic Ediciones, 2016

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada © Olga Mishchuk, Igor Pukhnatyy

Diseño de portada y maquetación: Olalla Pons

ISBN: 978-84-945205-6-3

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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ÍNDICE

PRÓLOGO

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X


PRÓLOGO

Todavía cuando me despierto de madrugada sigo pensando que estoy en el desierto, noto el calor que desprende la arena por mi piel y siento su mirada penetrante, alerta, intentando protegerme de los males del Sinaí.

Cierro los ojos y los recuerdos dejan de serlo para convertirse en algo real, parece como si todas las imágenes que tengo del pasado las estuviera viviendo en ese momento, quiero sentir otra vez. Entonces le veo a él, montado en su caballo negro, tapado con su capa blanca, sólo se aprecian sus ojos oscuros, penetrantes, alertas.

Suspiro, ¡qué recuerdos! En ese momento me dejo llevar y empiezo a soñar.

 


CAPÍTULO I

LA CARTA

 

Muchos sucesos fueron los que me hicieron tomar aquella decisión de manera inesperada, mi hermano Alex intentó persuadirme para que no me fuese a Egipto pero, en aquellos momentos, ya era demasiado tarde, estaba dispuesta a dar un giro en mi vida, necesitaba un cambio drástico y aquel viaje suponía romper con todo.

Salvo a mi hermano, no tenía a nadie más en este mundo, apenas un mes antes mi madre había muerto de cáncer y a mi padre hacía años que no le veíamos, dábamos por hecho que se había vuelto a casar, pero todo eran suposiciones, ya que desde que ambos se divorciaron jamás volvimos a saber de él. En realidad, Alex no estaba tan solo como yo, él tenía una familia, un hogar y, aunque él me decía que me fuese a vivir con ellos, yo sabía que mi destino no estaba junto a mi hermano y su familia.

Trabajaba en una excavación arqueológica en Mérida cuando me comunicaron la noticia de la defunción de mi madre. Recuerdo aquellos duros momentos, así como la gran tristeza que me invadió al pensar en los pocos instantes que había pasado con ella. Desde que terminé mi carrera de Historia del Arte me alejé de mi familia a causa de mi trabajo, siempre apartada de ella. En aquella situación tan dura me lamentaba no poder retroceder en el tiempo y estar con mi madre.

Recuerdo la soledad en mi casa, la tristeza y desesperación el día del funeral, y mis pensamientos en esos momentos: “¿Y ahora qué, Carmen?”, solía repetirme, “tengo treinta y dos años y he perdido al ser que más he querido y que más amaba en este mundo. Estoy sola”.

El abogado de mi madre se puso en contacto con nosotros aquella mañana gris de invierno, nos citó para ese mismo día en su despacho; debía marcharse de viaje y tenía que zanjar el testamento de ésta.

Alex y yo estábamos en silencio, entre esas cuatro paredes oscuras, frías, a la espera de que el abogado, un ser extravagante, de aspecto desgarbado y siniestro, terminase de colocar y extraer papeles de una carpeta donde figuraba el nombre de ella, Ana. Transcurridos unos minutos, nos miró a ambos y comenzó a hablar.

—Perdonad este tiempo de espera, pero necesitaba comprobar que estaban todos los documentos que ella me dejó justo la semana antes de morir. Como sabéis, vuestra madre tenía la casa de Madrid y el apartamento de Málaga, ambas os las ha dejado a los dos. —Alex y yo asentimos, estaba deseando que terminase—. Pero… hay más propiedades que probablemente no tengáis conocimiento de ellas.

El abogado hizo una pausa, bajó la vista. Mi hermano y yo nos miramos, aquello nos sorprendía, no teníamos constancia de ello.

El colegiado extrajo un documento de la carpeta, nos miró con seriedad.

—Ana me hizo prometer que cuando os comunicase este asunto os leería la carta que ella escribió sobre este tema, le hubiese gustado comentároslo en persona pero las circunstancias aceleraron esta situación.

Estaba asombrada, me sentía dolida, triste, no podía pensar.

El abogado comenzó a leer aquel papel que tenía en esos momentos entre sus manos:

“Queridos hijos,

Sé que cuando leáis esta carta ya no estaré con vosotros; no obstante, os conozco, y sé que me comprenderéis y podréis perdonarme. Confío en que algún día me entendáis.

Me sentí muy sola cuando tomasteis las riendas de vuestra vida. Estaba triste, confusa, sin ilusión y esperanza. Mi vida, en aquel tiempo, estaba vacía. Tantos años dedicada a vosotros y, de repente, no tenía a nadie a mi alrededor, las camas estaban vacías, la música ya no se oía por los pasillos y las risas dejaron de existir. Me prometí a mí misma que tenía que superar esta situación y que jamás os diría los momentos de angustia y tristeza por los que estaba pasando, no quería alejaros de vuestros caminos, ni preocuparos, vosotros teníais toda una vida por descubrir y yo empezaba una etapa de transición y declive, o al menos eso es lo que pensaba en aquellos momentos.

Entonces ocurrió… Recibí una carta de la prima Laura, ella, si os acordáis, llevaba tiempo en Egipto, en un proyecto muy ambicioso del gobierno británico. Me dijo que quería que fuese a pasar una temporada con ella. En su carta me comentaba lo bonito que era aquel país, sus costumbres y los mágicos amaneceres cerca del Nilo. Me lo describió de tal forma que vi en aquella invitación una salida a mi situación actual; así que decidí viajar a Egipto.

Recuerdo aquellas “pequeñas vacaciones” maravillosas, Laura me llevó a rincones donde el turismo no llegaba, lugares que jamás imaginé que existiesen, pero nada me sorprendió más que subir al Monte Sinaí, aquella luz, aquel paisaje y la historia de aquel lugar; me sentía en un rincón sagrado, lleno de misterios y, por primera vez en mi vida era libre, estaba feliz.

Entonces pensé en alargar mi estancia allí, Laura me lo pidió, y yo no me lo cuestioné, decidí quedarme y descubrir aquel país mágico, lleno de misterios e historia.

En aquellos días Laura me llevó al lugar de la Piedra Sagrada, el sitio exacto donde la historia cuenta cómo Moisés recibió los Diez Mandamientos de Dios.

No me explicaba en qué consistía su investigación, y dejé de insistir, ya que cada vez que abordaba el tema ella desviaba la conversación, así que me centré en las anécdotas que me relataba sobre el “Jabal Musa”, el Monte de Moisés, así es como le denominan los egipcios. Recuerdo aquel día, estaba sentada, frente a aquel desierto, en lo alto del monte, observando el amanecer, aquel fuego que empezaba a aparecer en el horizonte, notaba cómo poco a poco aquellos rayos iban acercándose a mi piel y cómo cada vez me resultaba más difícil mirar al horizonte. Laura estaba a unos metros de mí, con varios compañeros de su proyecto intercambiando pareceres, yo apenas oía su conversación, estaba tan centrada en aquella maravilla y aquella paz y sensación de libertad que no quería volver a la realidad que me rodeaba, tampoco me interesaba, sólo quería sentir; estaba tan absorta en aquel milagro de la naturaleza que ni siquiera me di cuenta que había alguien sentado a mi lado, su voz me hizo volver a la realidad, me apartó de aquel trance. Se llamaba Jasahn, era un compañero de Laura, le había visto en alguna ocasión pero nunca había intercambiado ninguna opinión con él, y todo empezó ahí, nos enamoramos, sí, me enamoré. Me imagino que ahora estaréis desconcertados, hijos, pero quiero que entendáis que el amor no tiene edad y aquel hombre fue ganando poco a poco mi confianza y mi cariño hasta que ese sentimiento se convirtió en amor y necesidad de estar a su lado, por eso ahora comprenderéis mis largas temporadas en Egipto. Nunca tuve el valor suficiente de deciros lo que me estaba sucediendo, quizás temía vuestro reproche o vuestra falta de comprensión, espero que podáis perdonarme. Aquel verano pasó rápido, Laura me comentó que tenía que ausentarse una semana del Cairo, donde se alojaba, y me dijo que, por favor, estuviese allí hasta que ella regresase, Jasahn también iría con ella. Ninguno me comentó de qué se trataba, ni siquiera me dieron ninguna pista, pero tanto su forma de actuar como sus miradas les delataban, yo sabía que algo ocurría y que era una situación tensa que a ambos les preocupaba. Y allí me quedé yo, preocupada, nerviosa y sola. Transcurrieron unas semanas y no tuve noticias de ninguno de ellos. Hice mis investigaciones, fui a la embajada británica donde acompañaba a Laura en muchas ocasiones, pero ellos no me daban ninguna respuesta; hasta que un día, recibí una llamada, una voz fría y desconocida me comunicó que Laura había muerto. Su cuerpo había sido encontrado en Wadi Watir, a los pies del mar Rojo. Me llamaron para que reconociese el cuerpo y darle la sepultura.

Aquel lugar... donde llevan a los muertos... era frío, oscuro, desolador, recuerdo el dolor que me causó ver su cuerpo desfigurado. Después pregunté por Jasahn, en aquellos momentos tristes y dolorosos todavía albergaba la esperanza de encontrarle con vida, pero él también estaba allí. Mi pena fue indescriptible, no entendía nada. No me dieron ninguna explicación ni causa de sus muertes, lo único que recibí como respuesta a mis preguntas fue el silencio. Días más tarde, justo una semana antes de regresar a España, recibí una carta de Laura, era breve pero el mensaje que me quería transmitir era rotundo, me aconsejaba que si no regresaba en una semana me marchase de Egipto, pues eso significaba que su misión había fracasado y mi vida podía correr peligro. También me comunicaba que tenía una casita en el Puerto de Saiz y que si ella desaparecía, esa casa pasaría a ser de mi propiedad, me rogaba que jamás la vendiese, que la conservase siempre, ya que significaba mucho para ella. En la carta había unos documentos legales de esa propiedad. Nunca vi la casita de Laura, pero respeté su última voluntad, así que ahora esa casa es vuestra, vosotros ahora sois los propietarios. Queridos hijos, podéis hacer lo que queráis con ella, eso sí, os rogaría que antes de venderla vayáis allí y, al menos, hagáis lo que yo no pude realizar en su momento, coger las pertenencias de Laura y traedlas con vosotros.

Os quiero mucho, hijos, sé que algún día me perdonaréis el no haberos contado toda esta experiencia.

Sed felices, yo os cuidaré desde donde me encuentre.”

En ese momento el abogado dejó de leer, se quitó sus gafas, dobló la carta, la colocó junto con el resto de carpetas y nos miró fijamente. Extrajo de su cartera un sobre amarillento, el cual abrió y lo colocó frente a Alex y a mí, después nos habló:

—Estos son los documentos legales de la propiedad a la que se refiere vuestra madre, si decidís venderla o ir al lugar donde ésta se encuentra, necesitáis lleváoslos con vosotros. Egipto es un país complejo, sin estos papeles nunca podréis acreditar que esa casa os pertenece”.

Se produjo un silencio, acto seguido el abogado nos entregó una copia del testamento de mi madre a cada uno y una serie de escritos guardados en una carpeta de cuero, lo que supuse serían las escrituras del resto de propiedades de mi madre. Se levantó, nos acompañó a la salida y se despidió fríamente de nosotros.

Ninguno de los dos articulaba palabra alguna, Alex no dejaba de observar su café, y yo no podía apartar la vista de la ventana, me había centrado en observar la lluvia, me negaba a pensar en otra cosa que no fuesen las gotas de agua que se deslizaban por el cristal.

Fue mi hermano quien rompió el silencio.

—¡No puedo creer que mamá no nos contase nada! Estoy sorprendido, esa carta me ha hecho pensar que era una auténtica desconocida para mí. Me cuesta creer todo lo que nos ha leído el abogado —comentó Alex mirándome fijamente.

—Creo, hermanito, que tenemos que aceptar lo que se nos ha desvelado e intentar comprenderla como ella comentaba en la carta. ¿Sabes lo que siento de verdad? —le dije a Alex mientras le miraba fijamente con lágrimas en los ojos—, que mamá no haya confiado en nosotros, a mí me hubiese gustado haberme enterado por ella, yo la hubiese apoyado en su experiencia y la dirección que estaba tomando su vida; además, mamá lo debió pasar muy mal cuando la prima Laura y su amante murieron, se debió sentir desamparada, indefensa… ¿por qué no confió en mí? —me tapé la cara y empecé a llorar.

Mi hermano se sentó a mi lado y me abrazó.

—Carmen, ¿qué vamos a hacer con la casa de Laura?

—No lo sé…


CAPÍTULO II

EGIPTO

 

Había transcurrido un mes desde la muerte de mi madre. Mi mente ya no estaba en las excavaciones, sino en Egipto, desde que ella nos desvelase su secreto a través de esa carta yo no dejaba de pensar en todas sus palabras, una y otra vez se repetían en mi mente. Todos los días la memorizaba y cada vez me intrigaban más detalles de ella en los que, en un principio, no había reparado. No podía dejar de preguntarme en qué trabajaba la prima Laura, la misteriosa partida de Jasahn y ella, así como la muerte de ambos y, sobre todo, lo que no podía dejar de cuestionarme era la carta que recibió de mi tía, ¿por qué la vida de mi madre podía correr peligro?, ¿por qué le envió ese escrito? Conforme pasaban los días sentía que tenía que marcharme al lugar donde todo sucedió.

Recuerdo aquella noche fría de invierno, las gotas de lluvia golpeaban con suavidad la ventana de mi dormitorio, no podía dormir, por más que me proponía relajarme y no pensar en nada siempre regresaba a mi mente la imagen de mi madre, sus bonitos ojos verdes y su pelo negro, su preciosa sonrisa y las palabras que ella siempre me decía cuando me sentía desorientada: “Encuentra el camino en tu interior, haz caso siempre a tu instinto y a la voz que nos habla a través de nuestra alma”. Me puse a llorar, necesitaba a mi madre, la echaba de menos, sentía que no la conocía, tenía que volver a reencontrarme con ella, con la vida que me ocultó para poder sentir tranquilidad en mi alma. Sabía que las respuestas a mis preguntas no las iba a encontrar ni en la cama, ni en la carta que nos dejó, sólo en Egipto, allí, tal vez, podría averiguar algo o, al menos, encontrar las respuestas a mis preguntas. Decidí que por la mañana compraría un billete para Egipto, iría a la casa de la prima Laura, al Puerto de Said, e intentaría encontrar todas las incógnitas que rodearon en su día la muerte de Jasahn y nuestra prima, sabía que era la única forma de hacer algo por mi madre después de su muerte. Tras leer repetidas veces su escrito, estaba segura que nos había dejado un mensaje tras esas frases, quería que encontráramos el sentido a esas muertes, algo que, por sus circunstancias o el miedo del momento, no pudo realizar.

A la mañana siguiente no dudé en acercarme a la oficina de turismo de mi amiga Raquel, sabía que en el momento que le comunicase mis intenciones de viajar a Egipto, el bombardeo a preguntas iba a ser irremediable.

Raquel era una mujer de treinta y tres años, de complexión fuerte, su cara siempre me pareció preciosa, su tez clara y sonrosada, sus ojos azules, en contraste con su largo cabello rubio y rizado le hacían parecer una muñeca de porcelana. Era una de mis mejores amigas, siempre había estado junto a mí en lo bueno y en lo malo, y el cariño que sentía por ella era muy fuerte, se podía decir que para mí era como una hermana.

Nada más verme Raquel entrar por la puerta, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, le faltó tiempo para levantarse y dirigirse hacia mí y darme uno de esos abrazos tan característicos de ella.

—¿Se puede saber dónde te has metido? ¡No me has cogido el teléfono desde el funeral de tu madre! –me dijo mirándome fijamente a los ojos.

No le pude contestar, simplemente me encogí de hombros. Lo cierto era que desde que me encerré en mi casa después de todo lo sucedido, no quise hablar con nadie, ni siquiera con mi hermano, que también me había llamado en varias ocasiones.

—Anda, siéntate en la silla y cuéntame. ¡Qué delgada estás, Carmen! ¡Vaya aspecto que tienes!

Acto seguido me retiré los rizos que tapaban mi rostro.

—Lo siento, Raquel, pero no estaba de ánimos para contestar a nadie, prefería estar sola...

—Eso no es excusa —dijo regañándome—. Me tenías intranquila, no sabía si te habías ido a algún sitio. Llamé a tu hermano y estaba en la misma situación que yo. Me tenías preocupada, yo nunca hubiera hecho eso contigo.

Realmente se le veía dolida, sabía que no me iba a entender por muchas explicaciones que le diese, era muy tozuda.

—¡Bueno! Ahora que estás aquí, cuéntame, ¿cómo te encuentras?

—Estoy intentado superar la muerte de mi madre. Raquel, es muy duro, jamás imaginé que se puede sentir un vacío tan grande. Necesito salir de casa, marcharme lejos de aquí. Quiero ir a Egipto —dije rotundamente.

Mi amiga estaba sorprendida, su cara reflejaba la incertidumbre que le habían provocado mis palabras.

—¡Vaya!, ¡eso sí que es una sorpresa! Pues me parece una buena decisión. Yo, si no te importa, me apunto contigo a ese viaje, hace mucho tiempo que no cojo vacaciones y me estaba planteando irme unos días, así que busco vuelo para las dos.

Aquella reacción no la esperaba, y para esa situación sí que no tenía respuestas. A lo mejor en otro momento sí que me hubiese alegrado que ella me acompañase, pero dado el caso y el motivo de mi viaje, no quería estar dando explicaciones a nadie de lo que tenía previsto hacer en Egipto.

—Pero... —dije titubeando—. Yo quiero hacer el viaje sola, Raquel.

Aquellas palabras provocaron la curiosidad de mi amiga, apartó su vista del ordenador y centró sus ojos en los míos. Yo era consciente que no iba a ser fácil librarme de ella.

—¿Qué ocurre, Carmen? Te conozco desde hace muchos años y sé que hay algo que me estás ocultando. Tú nunca te irías sola al extranjero, y menos a un país como Egipto y, ¡mucho menos rechazarías mi compañía!

—Bueno, la verdad...

No sabía qué decir, le miré fijamente a sus intensos ojos azules y me sinceré con ella, en el fondo sabía que era la única persona, a excepción de mi hermano, en la que podía confiar.

Conforme le iba relatando todo lo sucedido, Raquel se iba interesando más por la historia, cuando finalicé con mi explicación, mi amiga suspiró.

—¡Vaya! Ahora sí que no te vas a librar de mí. Voy a ser tu compañera de viaje. Además, te conozco tan bien que sé que si yo no te acompaño, te vas a meter en un lío. —Nos miramos y nos echamos a reír.

Raquel estaba emocionada con la idea del viaje, le notaba en sus ojos un brillo diferente. Mientras la observaba, me “auto convencí” que no era tan mala idea que ella viniese conmigo, ya que era una compañera de viaje fabulosa y sabía muchos idiomas, incluso el árabe.

—¡Ya lo tengo!, querida amiga —dijo Raquel mientras no dejaba de pulsar las teclas del ordenador—. ¡Nos vamos este sábado! El primer día nos alojaremos en El Cairo, allí estaremos dos días, los justos para poder contratar a un chófer que nos lleve hasta el Puerto de Saiz, y después, recorreremos todos los lugares por los que estuvo tu madre, e incluso, si quieres, por los que estuvo tu tía antes de su muerte.

Le sonreí, la veía tan entusiasmada por “nuestra aventura”, como ella lo catalogaba, que me empezaba a contagiar su ilusión.

Estuve bastante tiempo con Raquel, fue como una especie de terapia, la verdad es que era tan positiva que me sentía bien a su lado, olvidaba por un instante mi profunda tristeza y me dejaba embaucar por sus divertidas conversaciones.

Recuerdo cuando la conocí, ambas nos sentamos juntas en el tren que llevaba a Mérida, yo me sentía dolida con Marcos, mi exnovio, ya que me había dejado por la que yo consideraba mi mejor amiga, y allí estaba Raquel, con su sonrisa, su mirada cálida y su espontaneidad. Aquel día comenzó nuestra amistad y desde entonces fuimos inseparables.

—¡Ya está todo! —dijo mi amiga mirándome a los ojos.

Me observó fijamente, frunció el ceño, sabía que había algo que no le gustaba.

—Por favor, Carmen, arréglate ese pelo, pareces una gitana, entre tus rizos, lo largo y negro que lo tienes y que no te has debido peinar en una semana, nadie diría que eres una chica de carrera.

Faltaban dos días para viajar a Egipto y todavía me faltaban muchas cosas por hacer, entre ellas la maleta. Raquel me había puesto deberes, debía ir a la embajada egipcia para pedir documentación y mapas del país, así que aquella mañana me dirigí allí.

 

 

El viaje en avión se me hizo largo, estaba deseando llegar al Cairo y poder estirar las piernas, la noche anterior no había pegado ojo y me encontraba muy cansada. Raquel estaba entusiasmada y no paraba de hablar, pero yo estaba lejos de allí y de sus conversaciones, me negaba a pensar, me encontraba hipnotizada por las nubes que veía, por el cielo, era como si allí, en las alturas, estuviese más cerca de mi madre. “Mamá”, pensé, “ya voy a Egipto. No te preocupes, encontraré las respuestas que tú no pudiste averiguar”.

—No me estás haciendo ningún caso —me dijo Raquel dándome un suave codazo—. ¿En qué estás pensando?

—Perdona, es que no he dormido nada esta noche y me encuentro muy cansada. ¿Te importa si cierro los ojos e intento descansar?

—Anda, evádete del mundo —dijo Raquel con cariño.

En ese momento le escuché hablar con otro viajero español que estaba sentado a su lado, ambos parecían cómodos charlando, así que cerré los ojos y me quedé profundamente dormida.

Una palmadita en los hombros me despertó, abrí los ojos y me encontré con la sonrisa de mi amiga.

—Ya hemos llegado, estamos en El Cairo, Carmen. ¡Vamos! Que a este paso sale todo el mundo del avión.

Me levanté e intenté peinarme con la mano mis rizos, decidí recogerme el pelo en una coleta, pues imaginaba la imagen de loca que debía tener.

Cuando bajamos del avión sentí ese calor sofocante típico del Cairo, era asfixiante.

Raquel seguía charlando con aquel hombre, alto, moreno, trajeado, de aspecto muy agradable. Nos acompañó y nos guio por el aeropuerto.

—Bueno, señoritas, yo aquí me despido. Tomen mi tarjeta por si necesitan cualquier cosa durante su estancia en Egipto. Y, por favor, sean muy cautas en este país.

Aquel caballero dio la tarjeta a Raquel, quien la tomó con mucho entusiasmo. Mientras él se alejaba, Raquel suspiró, no dejaba de observarle.

—¡Uff! ¿Te has fijado, Carmen? ¡Qué guapo es! Trabaja para la embajada española y va a estar dos meses aquí...

—Venga, vamos, que como estemos aquí paradas un poco más, te conozco y sé que vas a hacerme correr hasta alcanzarlo para que quedemos esta noche a cenar con él.

— Qué cosas dices, ni que yo fuese tan descarada.

La verdad es que ambas sabíamos que si se le metía una idea en la cabeza no descansaría hasta realizarla.

Siempre había sido muy atrevida y enamoradiza, y era capaz de hacer cualquier cosa.

Nos miramos y nos echamos a reír. Cogimos nuestras maletas y empezamos a fijarnos en todos los cartelitos que tenían los chóferes que allí esperaban a sus clientes para llevarlos al hotel.

Ansen era un hombre alto, delgado, moreno y llevaba un turbante blanco que envolvía su cabeza, tendría unos cuarenta años. Era poco hablador pero entendía el español, y al saber que nosotras éramos españolas, entusiasmado por nuestro país e idioma, no dejó de charlar durante todo el recorrido del aeropuerto al hotel. Ansen nos aseguró que conseguiría un chófer de confianza que nos llevaría al Puerto de Saiz y a recorrer los lugares de Egipto que más nos interesasen.

El hotel era majestuoso, frente a las suntuosas aguas del gran Nilo, la verdad es que Raquel había acertado en elegirlo, estaba en un lugar estratégico, muy bien ubicado para visitar la ciudad. Su interior era de lujo, suelo de mármol, paredes decoradas con tapices y grandes cuadros, alfombras majestuosas, lámparas grandiosas, plantas por todas partes y una suntuosa fuente en el centro de la recepción, el tintineo de las gotitas de agua daba una musicalidad que transmitía paz, “¡paz!”... lo que más necesitaba en aquel momento.

Raquel no permitió que descansase ni un segundo, nos aseamos, nos cambiamos y nos sumamos a una excursión guiada por la ciudad del Cairo. Me sorprendió, mucho ruido pero muy cosmopolita, ciudad de negocios y grandes lujos que contrastaban con la pobreza de muchos de sus habitantes, callejuelas con encanto, olores fuertes en sus calles, grandes edificios desafiando las aguas del gran Nilo. En la excursión también venía incluido un mini crucero por el río.

Raquel y yo nos sentamos en unas butacas a la sombra en la cubierta del barco, la brisa nos acariciaba las mejillas y ambas cerramos los ojos.

—Estamos en el paraíso, Carmen —dijo Raquel dibujando una sonrisa en su rostro.

—Bueno —contesté—, yo estaría en el paraíso si me hubieras dejado descansar un poco nada más llegar.

—Amiga mía, sólo vamos a estar dos días en el Cairo, y quién sabe si volveremos otra vez a estar aquí, hay que aprovechar cada instante, qué digo, ¡cada segundo!

—Me vas a matar, lo sabes, ¿verdad?

Ambas nos reímos. En aquel momento me alegré que mi amiga se obcecara en acompañarme.

La excursión por el Nilo resultó ser muy agradable. Raquel hizo amistades con los miembros de la pequeña aventura acuática, y acordó un punto de encuentro para ir a cenar con un grupo de británicos y españoles de lo más variopinto en uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad, iríamos con chófer desde el hotel, ya que nos habían alertado de la precaución que debíamos tener en ese país, y más dos mujeres solas como nosotras.

Cuando llegamos de la excursión me desplomé en la cama.

—¿Por qué no vas tú a cenar?, yo estoy rendida —dije a mi amiga a sabiendas que esa petición no iba a ser escuchada.

—No digas tonterías, tú vienes conmigo, además la compañía nos vendrá muy bien para distraernos un poco —me miró con cariño—, tú descansa mientras yo me ducho. ¡Ah!, ¡por cierto!, ve pensando en lo que te vas a poner, pues ese restaurante es de mucho lujo y hay que ir muy arreglada y elegante —me miró fijamente y comentó—: Doma ese pelo, entre tus rizos desordenados y tus intensos ojos negros, pareces una gitana salida de un mercadillo —se rio y antes de que yo la replicase se metió a la ducha.

Lo cierto es que nunca me había preocupado por mi apariencia. No me solía arreglar mucho, siempre iba en vaqueros con camisas anchas y zapatillas, y el pelo lo solía llevar recogido o suelto con todos mis rizos revueltos. Pero tampoco pensaba en esa ocasión arreglarme mucho, me daba igual que el restaurante fuese de lujo, estaba tan cansada que si antes no me preocupaba por mi aspecto, tampoco lo iba a hacer en esa ocasión en la que me encontraba agotada. Me quedé traspuesta y la voz de Raquel me sacó de aquel dulce trance.

—¡Pero Carmen! —gritó—. ¿Todavía sigues así? No has sacado ni la ropa que te vas a poner. ¡Ve duchándote, que yo elijo tu vestuario!

—¡No! —dije, ya que sabía que ella optaría por uno de los vestidos que había traído por si acaso los necesitaba para alguna ocasión, y en ese momento era lo que menos me apetecía ponerme.

De nada sirvió mi negativa, ella estaba empeñada en hacer lo que quería, además se aprovechaba de mi flaqueza en ese momento. Me empujó hacia la ducha, cerró la puerta y eligió el vestido azul de seda, de tirantes, que se entallaba en la cintura para después caer suavemente por las caderas hasta llegar a la altura de las rodillas. Ella siempre me había dicho que el azul era el color que mejor me sentaba, y en concreto ese vestido le fascinaba.

 

Cuando salí del baño, Raquel ya estaba preparada, radiante, bella. Se había puesto un vestido rojo, ajustado, de palabra de honor que realzaba su prominente pecho. Le favorecía mucho ese color. Se había dejado suelta su gran melena rubia. Todo ello contrastaba con sus bonitos ojos azules.

Vi el vestido que me había preparado, suspiré, sabía que no tenía nada que hacer si rechistaba, mi amiga siempre se salía con la suya.

Cuando me vestí, Raquel se encargó de pintarme y peinarme, con mucho mimo y esmero, cepilló cada uno de mis rizos, los ordenó y me dejó la gran melena suelta. Realzó mis ojos, eran grandes y rasgados, con lo cual añadió rímel a mis pestañas y el cambio era bastante notable, ni yo misma me reconocía.

—¡Carmen, estás preciosa! Eres una auténtica belleza. Si sacases más partido de ti misma tendrías a todos los hombres comiendo de tu mano.

Me hizo gracia aquel comentario y me reí, tras la muerte de mi madre, contadas veces lo había hecho.

Me levantó y empezó a darme vueltas, ambas sonreímos; cuando nos quisimos dar cuenta era la hora que habíamos acordado con nuestros compañeros de viaje.

Al bajar las escaleras pude contemplar la grandiosidad de aquellas lámparas y el lujo de aquel hotel. Mientras descendíamos, observé que en la recepción había un tumulto, un hombre moreno, bastante atractivo, de una gran altura, complexión fuerte, pelo negro rizado y tez morena, muy trajeado, estaba rodeado de varios hombres como si le estuvieran escoltando; supuse que sería un personaje importante por el trato tan complaciente que estaban teniendo con él, yo no dejaba de observarle, me resultaba curioso el comportamiento tan servil de los trabajadores del hotel hacia él, me tropecé y tuve que hacer verdaderas artimañas para no caer rodando por las escaleras, cuando me hice con la situación crucé mi mirada con la de él, un escalofrío recorrió mi cuerpo, aquellos ojos negros me intimidaron, fue un segundo pues él sin ningún tipo de gesto en su rostro volvió su mirada a una mujer bellísima que acababa de entrar y se puso a su lado. Ambos, junto con todo el personal que les acompañaba, desaparecieron.

—¿Se puede saber qué te ha pasado? —me preguntó Raquel.

—Son estos tacones, ¡maldita sea! He hecho el ridículo.

—¡Ves!, es que no estás acostumbrada, si te pusieses más femenina de vez en cuando estas cosas no pasarían —dijo Raquel burlándose de mí.

—Qué graciosa... —contesté molesta.

El restaurante al que fuimos era bastante lujoso. Había muchos jeques árabes, mujeres muy enjoyadas y caballeros de mucho nivel adquisitivo. Yo me sentía fuera de lugar en aquel sitio tan ostentoso, pero en el fondo, me estaba divirtiendo observando cómo mi amiga flirteaba con algunos solteros compañeros de mesa aquella noche. El grupo era muy variopinto, desde matrimonios de jubilados, hasta gente joven, soltera, con ganas de divertirse. Yo estuve callada durante toda la cena, era de las que le gustaba más observar que ser el centro de la reunión, sonreía de vez en cuando y en el momento que las conversaciones empezaron a aburrirme, pasé a centrarme en los comensales de aquel restaurante.

Uff“para algo interesante que llama mi atención, se marcha.”