cubierta.jpg

Akal / Reverso. Historia crítica / 2

Ilan Pappé

Los palestinos olvidados

Historia de los palestinos de Israel

Traducción: Jaime Blasco Castiñeyra

logoakalnuevo.jpg 

 

 

Desde la proclamación del Estado de Israel, hace ya setenta años, varias generaciones de palestinos han vivido como ciudadanos israelíes dentro de las fronteras surgidas del conflicto de 1948. Su situación precaria, a caballo entre los ciudadanos judíos de Israel y los desposeídos palestinos de la Franja de Gaza y de Cisjordania, les ha hecho desarrollar una relación extremadamente compleja con la tierra a la que llaman hogar por más que, en los innumerables debates surgidos a raíz del conflicto palestino-israelí, sus desventuras y vivencias sean a menudo olvidadas y desdeñadas.

En este innovador libro, Ilan Pappé narra la fascinante historia de estos palestinos israelíes, sus experiencias bajo el dominio judío, desde sus luchas por alcanzar la plena ciudadanía hasta los enfrentamientos de larga duración por la tierra y la representación parlamentaria en la Knéset. Sobre la base de importantes materiales de archivo y entrevistas, Pappé analiza la política del Estado israelí hacia sus ciudadanos palestinos, caracterizada por la discriminación en materia de vivienda, educación y derechos civiles. Traza la creciente confianza que tienen en sí mismos como grupo, así como la compleja relación que mantienen con sus compatriotas. Y, en última instancia, plantea la espinosa cuestión de hasta qué punto es posible ser un ciudadano no judío en un Estado judío.

Ilan Pappé es un historiador y activista israelí, director del Centro Europeo de Estudios sobre Palestina de la Universidad de Exeter (Reino Unido), donde codirige, asimismo, el Centro Exeter de Estudios Etnopolíticos. En Ediciones Akal ha publicado Historia de la Palestina moderna. Un territorio, dos pueblos (2007) y La idea de Israel. Una historia de poder y conocimiento (2015).

Diseño de portada

RAG

Director

Juan Andrade

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Forgotten Palestinians: A History of the Palestinians in Israel

© Ilan Pappé, 2011

© Ediciones Akal, S. A., 2017

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4400-0

En memoria de los 13 ciudadanos palestinos asesinados a tiros por la Policía israelí en octubre de 2000

Y, por tanto,

si queréis, diré que soy el hombre,

un poeta preislámico que extendió sus alas y entró volando en el desierto

y fui judío antes de que los judíos flotaran en el mar de Galilea,

y fui un árabe insolado a la mañana siguiente…

y fui una roca, un olivo que no desapareció.

Todo el país se convirtió en un hogar, pero yo era un extranjero en ese país.

Un musulmán en la tierra de Jesús y un católico en el desierto.

Nada de esto cambió mi forma de vida; sólo que no he olvidado

que nací en la tierra, y vagué con la luz hasta que aterricé

a la sombra de un despiadado árbol de la ciencia.

Probé su fruto.

Fui excomulgado para siempre, imposible regresar

como el agua que fluyó y nunca regresó al río…

Salman Masalha, «Respuesta definitiva a la pregunta “¿Cómo te definirías?”»

Mapa1.jpg 

Prólogo

Extranjeros hostiles en su propia patria

Los primeros colonos sionistas escribían diarios de forma compulsiva. Dejaron a los historiadores uan gran cantidad de diarios de viajes, testimonios personales y cartas que empezaron a escribir en cuanto pusieron los pies en Palestina, nada más comenzar el siglo XX. Era una tierra desconocida y, en muchos casos, el viaje desde Europa oriental había sido duro y lleno de adversidades. Pero, cuando llegaban a Jaffa, los recibían con los brazos abiertos, y salían a buscarlos en barquitas para llevarlos desde el barco hasta la costa, donde buscaban su primera residencia temporal o sus primeras tierras. En la mayoría de los casos, los palestinos del lugar les ofrecían alojamiento y les enseñaban a cultivar la tierra, pues los conocimientos agrícolas de los sionistas, que habían tenido prohibido durante siglos el ejercicio de la agricultura y la posesión de tierras en sus países de origen, eran escasos o nulos[1].

Los colonos no los trataban con la misma amabilidad. Por las noches, cuando se sentaban a escribir los primeros apuntes en sus diarios a la luz de las velas, describían a los palestinos del lugar como extranjeros que vagaban por las tierras del pueblo judío. Algunos judíos estaban convencidos de que iban a hacerse cargo de unas tierras vacías y pensaban que las personas que encontraron allí eran invasores extranjeros; otros, como el fundador del movimiento sionista Theodor Herzl, sabían que Palestina no era una tierra sin pueblo, pero creían que podrían «hacerlos desaparecer» para que los judíos pudieran regresar y recuperar la tierra de Israel[2]. En palabras del desaparecido Ibrahim Abu Lughod, «el rechazo y el desprecio absoluto que sentían los primeros colonos sionistas por los palestinos del lugar escandalizaba a los pensadores judíos europeos de la época, intelectuales bien intencionados pero poco influyentes»[3].

La percepción de que los palestinos eran un pueblo inoportuno y molesto se convertiría en un elemento importante del discurso y de la actitud sionista que impulsaron la fundación del Estado de Israel en 1948. Más de un siglo después, los descendientes de algunos de estos palestinos son ciudadanos del Estado judío, pero esta posición no impide que se considere que representan una peligrosa amenaza en su propia patria y se los trate en consecuencia. Esta actitud ha calado en la clase dirigente israelí, y se expresa de distintas maneras.

El Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel es el «West Point» local, la escuela donde se forman la mayoría de los oficiales superiores del Ejército y de los servicios de seguridad, tanto de los servicios secretos domésticos, el Shabak, como del famoso (o infame, según se mire) Mossad. Los futuros líderes del Ejército y de estos aparatos de seguridad se gradúan en esta escuela, que trabaja en estrecha colaboración con el Centro de Estudios de Seguridad Nacional y Geoestrategia de la Universidad de Haifa. Todos los años, publican artículos en los que se advierte de la amenaza que representa la adquisición de tierras a manos de los «árabes» en el norte y en el sur de Israel. Los «árabes» en este contexto son los ciudadanos palestinos de Israel. Es como si el FBI emitiera un informe en el que advirtiera al gobierno de Estados Unidos que unos ciudadanos americanos que han nacido en Estados Unidos están comprando cada vez más pisos y viviendas.

En el informe de 2007 se declaraba que «a las instituciones estatales les preocupa terriblemente que haya cada vez más (ciudadanos) árabes que compran tierras en el Néguev y en Galilea»[4]. Este informe en particular es el más irónico de todos. En él se indica que quienes más se esfuerzan por adquirir propiedades en el sur son los beduinos, mientras que en Galilea son los beduinos y los drusos. Se supone que estos dos grupos de la comunidad palestina de Israel reciben un trato mejor por servir en el Ejército de la nación, un servicio vedado a los demás ciudadanos palestinos –esta exención, además, se esgrime con frecuencia como pretexto para discriminarlos (aunque hemos de señalar que sólo una pequeña minoría de la comunidad beduina del sur sirve en el Ejército; la mayoría de los reclutas proceden del norte)–. El caso es que, al parecer, un árabe que decida comprar tierras, aunque sirva en el Ejército de Israel, se convierte inmediatamente en un enemigo interior.

Ni siquiera los ciudadanos palestinos que han conseguido adquirir tierras después de apelar al Tribunal Supremo de Israel –tierras o propiedades que, en muchos casos, les había expropiado el Estado en los años cincuenta o setenta– pueden estar tranquilos, pues se las pueden volver a arrebatar en cualquier momento. En septiembre de 1998 se desató una batalla en los alrededores de la ciudad palestina de Umm al-Fahem, en la región de Wadi Ara. El Ejército y la Policía utilizaron gas lacrimógeno, balas de goma y munición real para dispersar a los enfurecidos propietarios a los que el Ejército había confiscado sus parcelas para convertirlas en campos de tiro de las Fuerzas de Defensa Israelí. El Ejército israelí jamás se habría planteado la posibilidad de confiscar propiedades judías para semejantes fines. «Israel ha declarado la guerra a los ciudadanos palestinos por la cuestión de la propiedad de la tierra», según señalaba cierto estudioso[5].

Los historiadores oficiales que describen con nostalgia la primera década de la historia de Israel consideran que la «adquisición de tierras árabes» fue la misión nacional más importante que llevaron a cabo los primeros gobiernos[6]. Desde hace un siglo se mantiene vigente una doctrina que afirma que la tierra de Israel pertenece exclusivamente al pueblo judío, y que judaizar las regiones que todavía se encuentran en manos de los árabes y evitar que estos adquieran más tierras es una misión sagrada, nacional y existencial destinada a garantizar la supervivencia del pueblo judío. En 2010, los «árabes» poseían en torno a un 2,5 por 100 del territorio y han sido incapaces de incrementar esta proporción desde que se fundó el Estado de Israel, a pesar del aumento de su población, un fenómeno que a los periódicos israelíes les gusta describir como una «bomba de relojería demográfica».

Ser un extranjero hostil en tu propia patria no sólo implica tener que enfrentarse a retos diarios relacionados con el derecho a la propiedad de la tierra; condiciona, además, las personas con las que uno puede contraer matrimonio y formar una familia. En la madrugada del 23 al 24 de enero de 2007, efectivos del Ejército y de la Policía rodearon a la población de Jaljulia. El objetivo de este asedio era capturar a ocho mujeres palestinas procedentes de Cisjordania que vivían desde hacía años con sus maridos y habían formado familias en una época en que los israelíes animaban a los palestinos de los territorios ocupados a trabajar en el Estado judío a cambio de salarios reducidos y que, por tanto, gozaban de una libertad de movimientos relativa para entrar y salir de Cisjordania. Estas mujeres fueron arrestadas y deportadas a Cisjordania esa misma noche.

A raíz de este incidente, Oded Feller, miembro de la Asociación en favor de los Derechos Civiles de Israel, escribió una carta a Eli Yishai, el ministro de Interior:

La oscuridad ha debido de cegar a la Policía y no les ha dejado apreciar las repulsivas repercusiones del destructivo despliegue de fuerza que han llevado a cabo en plena noche en el corazón de una población árabe. Los hogares allanados, el terror en los rostros de los niños, el trauma de sacar a rastras a una mujer de su cama, los hombres y los niños que esperaban en la frialdad de la noche en la comisaría local implorando que les devolvieran a sus madres y esposas, la humillación de una deportación apresurada, los bebés sin madre…, la oscuridad de la noche ha debido de ocultar todo esto a la Policía[7].

Como observaba Amany Dayif, un estudioso palestino israelí, «la nueva ley refleja el deseo israelí de “trasladar discretamente” a los palestinos de Israel o, en otras palabras, de expulsar a los palestinos que viven en el Estado al enclave de Cisjordania»[8].

El impulsor de esta política contraria a las parejas con esposas procedentes de los territorios ocupados fue el ministro del Interior Eli Yishai, quien sostenía que esos matrimonios representaban «un peligro demográfico que amenaza la existencia de Israel»[9]. Después de un largo proceso de legislación que se puso en marcha en 2003 y que concluyó en 2007, las esposas se vieron obligadas a marcharse o a separarse. El gobierno ahora podía ordenar la expulsión bajo el amparo de los tribunales[10].

Estas leyes son el reflejo de una oleada legislativa más amplia sobre cuestiones afines que se puso en marcha en 2007 y que ha contado con el respaldo incondicional de los ministros de Justicia y del comité interministerial para la legislación. Cabe destacar, entre otras, la Ley de Lealtad, que obliga a los ciudadanos a declarar que reconocen plenamente que Israel es un Estado judío y sionista, o la ley que prohíbe conmemorar la Nakba –la catástrofe de 1948– en actos públicos, en los programas escolares y en los libros de texto, o la que permite a las comunidades de los suburbios judíos negarse a aceptar a vecinos palestinos, o la que autoriza al Estado a discriminar por ley a los árabes en la privatización de la tierra (conocida como la «Ley del Fondo Nacional Judío de 2007») y muchas otras similares[11].

Pero estos no son los únicos derechos que se les han negado a los palestinos. El 9 de mayo de 2010, 50 organizaciones no gubernamentales (ONG) de palestinos de Israel, la práctica totalidad de las organizaciones más importantes, convocaron una reunión de emergencia para expresar su oposición a lo que consideraban la violación continua y sistemática de los derechos humanos y civiles elementales de los palestinos de Israel. En el comunicado de prensa que emitieron, declaraban que «las detenciones en plena noche, los teléfonos móviles y los ordenadores confiscados, la prohibición de dar a conocer estas detenciones, los detenidos a los que no se les permite ponerse en contacto con sus abogados, nos recuerdan a otros tiempos y otros regímenes más oscuros». El objetivo de la reunión, convocada entre otros motivos en respuesta a la detención de Ameer Makhoul (el presidente de Ittijah, la organización paraguas que aglutina a las ONG palestinas en Israel), era enfrentarse a lo que definían como un «asalto orquestado a las libertades y los derechos de los ciudadanos árabes de Israel».

Una de las restricciones a las que se encuentran sometidos los palestinos de Israel es la del derecho de manifestación y reunión. En vísperas del ataque de Israel a la Franja de Gaza en enero de 2009, la operación «Plomo fundido», la Policía arrestó a 800 activistas para evitar que se manifestaran y que organizaran protestas al día siguiente. La sensación de urgencia de la sociedad civil no se debe únicamente a la campaña de leyes y detenciones, sino también al preocupante incremento del número de palestinos asesinados a manos de la Policía y de ciudadanos judíos, y a la actitud de las autoridades en relación con estos episodios, asombrosamente distinta de la que muestran con las víctimas judías. En octubre de 2010, la Policía israelí escenificó una situación simulada en la que algunas regiones de Israel habitadas por palestinos se incorporaban a Cisjordania –mientras que los asentamientos judíos ilegales de Cisjordania se anexionaban al Estado judío–. Para llevar a cabo esta maniobra, se ordenó al Ejército y a la Policía que se excedieran en el uso de la fuerza como lo habían hecho en octubre de 2000, cuando los palestinos de Israel se manifestaron en protesta por la política israelí en los territorios ocupados, una actuación que se había saldado con la muerte de 13 ciudadanos palestinos a manos de la Policía israelí.

Desde el año 2000, habían sido asesinados 41 ciudadanos más hasta la fecha[12]. El último de ellos fue Salman al-Atiqa, un ladrón de coches al que abatieron a tiros una vez detenido y esposado. Algunos han muerto en circunstancias similares, pero otros eran ciudadanos de a pie que no estaban relacionados en modo alguno con el crimen. La mayoría de los pleitos que se han interpuesto, salvo dos de ellos, han sido desestimados por el fiscal general del Estado por falta de pruebas y de interés público. Cuando un ciudadano o un policía atacan a un palestino, nunca acaban en los tribunales[13].

Presidiendo todos estos desafíos, se pueden apreciar las consecuencias de una política ininterrumpida de discriminación y exclusión que se ha mantenido en vigor desde la creación del Estado de Israel. La mitad de las familias que se considera que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza en Israel son palestinas, en un país en el que la comunidad palestina representa alrededor del 20 por 100 de la población. Dos terceras partes de los niños que en 2010 sufrían desnutrición en Israel eran palestinos[14].

Y esto no es todo, ni mucho menos. A título individual, algunos ciudadanos palestinos han logrado triunfar en el Estado judío como empresarios, jueces, profesionales médicos, escritores, presentadores, profesores e incluso futbolistas (aunque a los palestinos que los convoca la selección nacional les resulta difícil entonar el himno nacional que siempre se ha cantado antes de las competiciones internacionales, pues la letra hace hincapié en la añoranza del pueblo judío por Eretz Israel). El número de estudiantes y profesores palestinos está creciendo, al igual que el de palestinos que acceden a la función pública.

Estos triunfos individuales han favorecido el incremento de la confianza en sí mismos de los miembros de la comunidad palestina –y, por consiguiente, representan una amenaza mayor si cabe a ojos de la comunidad judía, que todavía se rige en líneas generales por una infraestructura ideológica que niega el derecho de los palestinos a convivir con ellos–. Algunos estudios recientes demuestran que la mayoría de los miembros de la última generación, la de los jóvenes judíos que cursan estudios de enseñanza secundaria, no son partidarios de conceder plenos derechos a los ciudadanos palestinos de Israel, y que no les importaría que abandonaran el país voluntariamente o a la fuerza. Al parecer, son partidarios acérrimos de Avigdor Lieberman, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores israelí, quien ha expresado en público, incluso en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de la ONU en octubre de 2010, su deseo de trasladar a los palestinos de Israel a un «Bantustán» palestino en Cisjordania como contrapartida a la anexión de los asentamientos judíos de esta región[15].

En este libro intentaremos buscar los orígenes y trazar el desarrollo de esta funesta realidad. Creo que los lectores familiarizados con otros casos prácticos históricos y actuales reconocerán algunos aspectos de las condiciones en las que vive la minoría palestina de Israel. Puede que les recuerden en cierta medida a los pueblos colonizados en el siglo XIX, o a los emigrantes que trabajan en la Europa actual. La diferencia es que en Israel el Estado es un inmigrante que se ha convertido en comunidad autóctona y, por tanto, las políticas que aplican los israelíes a los palestinos no se pueden comparar con las políticas en contra de la inmigración de otros lugares. Puede que algunos aspectos parezcan aún peores que la realidad de la Sudáfrica del apartheid, y otros, mejores. El ruin sistema del apartheid basado en la segregación racial total no se encuentra vigente en Israel. La discriminación es un fenómeno más latente y oculto, aunque el sistema educativo en su totalidad, desde la educación básica hasta la universidad, es un sistema totalmente segregado.

El apartheid implícito funciona de la siguiente manera. En junio de 2006 ArCafé –una elegante cadena de cafeterías presente en casi todas las galerías y centros comerciales del país– declaró que sólo iba a contratar a trabajadores que hubieran servido en el Ejército –en Israel, sólo los judíos y dos pequeñas minorías, la de los drusos y la de los beduinos, pueden cumplir este servicio–. De esta manera, esquivaban la ley que prohíbe la discriminación basada en la raza o la religión. En Israel este tipo de declaraciones no son nunca tan explícitas, pero casi todos los restaurantes y cafés afirman que «buscan a gente joven con el servicio militar cumplido»[16].

Por tanto, cualquier historia de los palestinos de Israel debe comenzar con un capítulo dedicado a la discriminación y la expropiación. Pero es también una historia de autoafirmación y de constancia. Arnon Soffer, de la Universidad de Haifa, uno de los más destacados profesores de Israel que predica los peligros demográficos que representan los árabes en Israel, afirma que, «según las predicciones, en el futuro los judíos sólo representarán el 70 por 100 de la población; es una perspectiva terrible»[17]. En respuesta, sólo se puede decir que, de ser esto cierto, a pesar de la ambición de Soffer y de otros compatriotas suyos que querrían deshacerse de los palestinos de Israel, sería un auténtico tributo a la determinación y a la firmeza de esta comunidad. Viven –como indican sus obras de teatro, sus películas, sus novelas, sus poemas y sus medios de comunicación– como una orgullosa minoría nacional, a pesar de que una nación que se define como la única democracia de Oriente Medio les niega los derechos humanos y civiles elementales como individuos y como colectivo.

Esta comunidad se enfrenta a un futuro incierto y precario. En 2010, los personajes más poderosos del gobierno de Israel –el ministro del Interior, Eli Yishai, el ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, y el ministro de Seguridad Interna, Yitzhak Aharonowitz– declararon sin tapujos, tanto dentro como fuera de Israel, que la estrategia del Estado judío para la próxima década consistía en trasladar a los palestinos, despojarles de la condición de ciudadanos y judaizar sus ciudades. Si los políticos del Reino Unido o los de Estados Unidos hablaran de los ciudadanos judíos en estos términos, se verían obligados a dimitir inmediatamente. En Israel, lo más probable es que el electorado judío los apoye aún con más fuerza. Quienes no están dispuestos a consentir este tipo de políticas en Israel aún detentan un poder considerable, pero decrece día tras día. He escrito este libro con una sensación combinada de urgencia y preocupación por el futuro de esta comunidad.

[1] Estos apuntes se pueden encontrar en Bracha Habas, The Book of the Second Aliya, Tel Aviv, Am Oved, 1947 (en hebreo), una antología de cartas y fragmentos de diarios de los colonos que llegaron en torno al año 1905. Véase también Nur Masalha, Expulsion of the Palestinians: The Concept of «Transfer» in Zionist Political Thought, 1882-1948, Washington DC, Institute of Palestine Studies, 1992.

[2] Diario de Herzl, 12 de junio de 1895, traducido del alemán por Michael Prior; véase Michael Prior, «Zionism and the Challenge of Historical Truth and Morality», en M. Prior (ed.), Speaking the Truth about Zionism and Israel, Londres, Melisende, 2004, p. 27.

[3] Ibrahin Abu Lughod, reseña de Palestine Arabs in Israel de Sabri Jiryis, MERIP Reports 58 (junio de 1977), p. 19.

[4] Informe del Centro de Seguridad Nacional, Universidad de Haifa, 2007.

[5] Oren Yiftachel, «Ethnocracy, Geography and Democracy: Comments on the Politics of the Judaization of the Land», Alpaiym 19 (2000), pp. 78-105 (en hebreo).

[6] Arnon Golan, «The Settlement in the First Decade», en H. Yablonka y Z. Zameret (eds.), The First Decade, 1948-1958, Jerusalén, Yad Ben Zvi, 1997, pp. 83-102 (en hebreo).

[7] Publicado en Haaretz, 25 de enero de 2006.

[8] Amany Dayif, Palestinian Women under the Yoke of National and Social Occupation, Haifa, Pardes, 2007, p. 48 (en hebreo).

[9] Haaretz, 9 de enero de 2002.

[10] Las enmiendas a la ley y la interpretación de su importancia se pueden leer en varias páginas web como la de Médicos en favor de los Derechos Humanos, B’Tselem y la Asociación en favor de los Derechos Civiles de Israel (sobre todo en sus informes anuales de 2006).

[11] Sobre la Ley del Fondo Nacional Judío, el exministro de Justicia israelí y el ministro de Asuntos Exteriores, Yossi Beilin escribió: «Es una de las leyes más tenebrosas, racistas e ilegítimas que se han aprobado en la Knéset israelí». Véase la página web Black Labour (en hebreo) www.blacklabor.org, 26 de julio de 2007.

[12] Informe Anual sobre el Racismo en Israel de la ONG palestina Musawa, 2008.

[13] Ibid.

[14] Shlomo Hasson y Khaled Abu-Asbah, Jews and Arabs in Israel Facing a Changing Reality: Dilemmas, Trends, Scenarios and Recommendations, Jerusalén, The Floersheimer Institute for Policy Studies, 2003, pp. 99-100 (en hebreo).

[15] Haaretz, 26 de septiembre de 2010.

[16] Esto se reveló cuando la emisora de radio del Ejército israelí, en colaboración con la ONG palestina Musawa, envió a uno de sus miembros para que fuera contratado por la cadena de cafeterías; véase Haaretz, 7 de junio de 2006.

[17] Haaretz, 4 de octubre de 2010.

Introducción

No es la primera vez que se intenta narrar la historia de un grupo integrado en un principio tan sólo por unas cien mil personas y que en la actualidad no supera el millón y medio de individuos. No es demasiado grande, pero merece nuestra atención. Ha sido y es objeto de estudio de numerosas investigaciones sociológicas en cuanto caso práctico –o, más bien, en cuanto ejemplo práctico– para una plétora de teorías. La excelente labor que se ha llevado a cabo hasta ahora, por tanto, se han centrado en aspectos específicos de la vida del grupo, que a veces se identifican cronológicamente y a veces de manera temática. La mejor manera de abarcar esta impresionante producción intelectual sería escribir un libro bien editado que tengo la esperanza de que no tarde demasiado en publicarse. A la espera de que esto suceda, he añadido un apéndice al final del libro en el que ofrezco un breve resumen de lo que ha sucedido en el ámbito académico de los estudios sobre los palestinos de Israel, que creo que servirá de complemento a esta narración.

Lo que la mayoría de estas obras no han conseguido –sin falta alguna de su parte– es convertir sus intereses intelectuales en un enfoque más global y político. Para el mundo en general, y para esa parte de la humanidad que mantiene un enérgico compromiso con la cuestión palestina, los palestinos de Israel han sido un enigma durante mucho tiempo. Sammy Smooha y Don Peretz los han definido como «el hombre invisible»[1]. Puede que esto haya empezado a cambiar; como afirma Nadim Rouhana, «los árabes de Israel han experimentado tal crecimiento que ni los israelíes ni los palestinos pueden seguir ignorándolos»[2]. Según este autor, esto representa el fin de un periodo durante el cual «los árabes de Israel han sido un grupo invisible, desprovisto de identidad y susceptible de desvincularse de los palestinos» pues se han convertido en un «sector consciente, activo y dinámico del pueblo palestino»[3]. Y, sin embargo, parece que en la escena global aún se los ignora.

Un paso importante para dar a conocer las circunstancias particulares de la comunidad ha sido la reciente publicación de dos libros sobre este tema dignos de atención: Palestinian Citizens in an Ethnic Jewish State: Identities in Conflict (1997) de Nadim Rouhana y The Palestinian-Arab Minority in Israel (2001) de As’ad Ghanem, dos fuentes que siguen siendo muy valiosas para cualquiera que quiera entender el desarrollo de la identidad política y de las orientaciones de este grupo desde una perspectiva histórica[4].

El libro de Rouhana estudia la evolución de la identidad palestina en el seno del Estado de Israel y, de paso, echa por tierra el presupuesto intelectual predominante que afirma que los árabes de Israel son una comunidad dividida entre la «israelización» y la «palestinización». Su libro demuestra que ambas comunidades se han desarrollado en Israel sin apenas compartir una identidad colectiva. Y, por eso, tanto los judíos como los palestinos han crecido en Israel con una identidad nacional incompleta: una situación reforzada y perpetuada por los acontecimientos que han tenido lugar dentro y fuera del Estado de Israel, que desembocarán inevitablemente en un enfrentamiento a menos que se sustituya el Estado étnico de Israel por un Estado civil, binacional.

El libro de As’ad Ghanem, publicado cuatro años después, añade una nueva dimensión que permite comprender mejor las corrientes políticas que se han desarrollado en el seno de la comunidad palestina, e insiste en que el mundo de los palestinos de Israel no debería estudiarse únicamente tomando como punto de referencia al Estado judío y a sus políticas. El problema de la religión, el de la modernidad y el del individuo también han provocado divisiones en la comunidad, y Ghanem coincide con Rouhana en que existe cierto consenso entre los palestinos que viven en el Estado de Israel. En su estudio de 2001, Ghanem apreciaba la fuerza del laicismo en la sociedad palestina, en un periodo de islamofobia israelí a escala global y local; también constataba con preocupación la recuperación del clan como base de poder retrógrada para el desarrollo de la política. Ambos autores están de acuerdo en que la mejor receta para el futuro es un Estado binacional que sustituya al Estado judío actual. En el presente libro, no voy a aventurar una solución; me preocupan más las lecciones de la historia que los peligros del futuro.

Me gustaría aportar a los excelentes estudios que se han escrito hasta ahora la perspectiva histórica (además de ampliar el contexto histórico de los dos libros que acabo de mencionar). En los diez años que han transcurrido desde que aparecieron estas valiosas publicaciones, el sionismo y el nacionalismo palestino han experimentado un proceso de maduración que nos permite identificar con mayor claridad a los palestinos de Israel como víctimas del sionismo y como parte integral del movimiento palestino. En ese sentido, se puede considerar que este libro es la continuación del estudio sobre Palestina e Israel que inicié con La limpieza étnica de Palestina (2006)[5]. Sólo si trazamos la historia de la minoría palestina de Israel, podremos averiguar hasta qué punto el persistente afán sionista e israelí de supremacía étnica y exclusividad ha desencadenado la situación actual.

Con este libro me gustaría liberar a la minoría palestina de Israel de su condición de caso práctico y contar su historia. Esto no ha sido posible hasta el momento actual, cuando la comunidad, una minoría no judía en un Estado judío, acumula más de sesenta años de historia. La razón de que no se haya intentado hasta ahora desgranar una narración histórica coherente del grupo tiene que ver en primer lugar con la brevedad de su historia: los historiadores necesitan adquirir cierta perspectiva con el paso del tiempo. Pero hay otra razón más: es un grupo muy difícil de definir, pues sus márgenes étnicos, culturales, nacionales, geográficos o incluso políticos no están nada claros. Los propios palestinos de Israel, a través de sus líderes, activistas, políticos, poetas, escritores, académicos y periodistas, aún no han encontrado una definición adecuada.

Y, sin embargo, existen buenas razones para contar su historia. Los palestinos de Israel son una parte muy importante del pueblo y de la cuestión palestina. Las luchas que han librado en el pasado, su situación actual, sus esperanzas y sus miedos para el futuro están estrechamente relacionados con los del resto de la población palestina. Han desempeñado un papel marginal tanto en la escena política palestina como en la israelí y, sin embargo, cualquier solución que se quiera ofrecer a la situación de estancamiento que vivimos en la actualidad deberá contar con ellos.

Hay una segunda razón para trazar la historia popular de este grupo en particular. Israel afirma ser la única democracia de Oriente Medio; en la medida en que los ciudadanos palestinos constituyen la minoría más importante de esta democracia, la situación de estos ciudadanos es la prueba de fuego de la validez de esta reivindicación. Su historia es además la historia del multiculturalismo y del intraculturalismo, cuestiones que no sólo son fundamentales y relevantes para Israel y para Palestina, sino para otras sociedades, pues afectan al destino de la relación entre Oriente y Occidente en toda la región de Oriente Medio.

Esta minoría es una comunidad heterogénea en la que los cristianos viven al lado de los musulmanes, los islamistas y los laicos, facciones que compiten por el control político, y en la que los refugiados luchan por hacerse notar en una comunidad cuyos miembros viven en su mayoría en los mismos pueblos que sus antepasados levantaron hace cientos de años.

Es un grupo al que han tachado de traidores tanto el movimiento palestino en los años cincuenta como las fuerzas políticas israelíes en la actualidad. La suya es una historia increíble, la historia de una comunidad que ha conseguido surcar a duras penas las aguas del colonialismo, del chovinismo nacionalista, del fanatismo religioso y de la indiferencia internacional. Es la crónica de un grupo al que no pertenezco pero con el que he vivido la mayor parte de mi vida adulta. Como explicaba en un libro reciente, Out of the Frame: The Struggle for Academic Freedom in Israel[6], después de dirigir algunas críticas de índole académica e intelectual a la sociedad judía, me he visto marginado por mi propia comunidad, hasta tal punto que decidí trabajar en el extranjero; desde los años noventa, he participado en la vida pública y política de la comunidad palestina. Creo que es justo decir que mis relaciones sociales e incluso más aún mis filiaciones ideológicas no son habituales en la comunidad judía de Israel. Aunque no soy un caso único, soy uno de los escasísimos judíos israelíes que sienten esa estrecha afinidad con la minoría palestina de Israel. Este sentimiento me ha llevado a emprender un aprendizaje exhaustivo de la lengua árabe, a convertirme en un lector asiduo de literatura árabe y a seguir los medios de comunicación árabes. En cualquier caso, lo más importante es la estrecha relación que he entablado con muchos miembros de esta comunidad, y la profunda afinidad y la solidaridad que siento por ellos, hasta el extremo de haberme convertido en un paria dentro de mi propia comunidad judía. Nunca me he arrepentido de ello, ni siquiera cuando en octubre de 2009 un reducido grupo de jóvenes activistas islámicos me abuchearon en un acto de homenaje a los 13 ciudadanos palestinos asesinados en octubre de 2000 en el pueblo de Arabeh. En aquella ocasión, yo era el único ponente judío al que habían autorizado a participar después de vencer la encarnizada oposición del movimiento islámico. No es que quiera quejarme; tampoco tengo la sensación de haber recibido un trato injusto; estos activistas eran una reducida minoría, pero el resto del público se mostró muy receptivo, y entiendo que sospecharan de mí. Porque, cuando formas parte de una mayoría opresora y privilegiada, no esperas una gran ovación, ni siquiera una expresión de gratitud, sino que actúas para estar en paz contigo mismo y para lograr una satisfacción moral. Esta es la perspectiva particular que he adoptado para escribir este libro.

Quisiera añadir unas palabras acerca de la metodología. A primera vista, este libro es una crónica histórica de las de toda la vida. En el apéndice, he intentado analizar en la medida de lo posible los paradigmas teóricos que han adoptado otros autores; estos enfoques, por lo general, carecen de una perspectiva histórica, pero son muy útiles a la hora de analizar la situación actual del grupo. En la conclusión, intentaré describir mi propio paradigma, el del Estado mukhabarat (servicio secreto en árabe) judío (un modelo que se explica en el epílogo) a la luz de las conclusiones más importantes que se pueden extraer de la investigación histórica.

Nuestra narración oscila entre dos perspectivas fundamentales: la del régimen israelí, en particular la de los responsables políticos más relevantes, y la de la comunidad palestina de Israel en general, a través de su elite política e intelectual y de los escritos de sus distintos miembros o de entrevistas. El análisis es más sutil en el caso de la comunidad palestina israelí por dos razones: en primer lugar, el Estado o, más bien, los responsables políticos y los encargados de aplicar las políticas sobre el terreno, se han formado en una perspectiva ideológica común –el sionismo– y, por tanto, la mayoría de las veces actúan al unísono; en segundo lugar, el objetivo de este libro es presentar en la medida de lo posible la historia de un pueblo y, por tanto, la lente de aumento se proyecta más sobre los palestinos que sobre los que han formulado y ejecutado las políticas que les afectan.

El libro presenta una constante variable y una serie de factores dinámicos. Los periodos históricos son los únicos cimientos concretos en los que descansa el libro, de ahí que la estructura sea más cronológica que temática. Dentro de cada periodo, la narración pasa de una perspectiva a otra –espero que, al hacerlo, no se convierta en una narración esquemática y artificial, sino que se imponga más bien la capacidad de asociación, que a veces empaña la imagen histórica, pero que creo ofrece una visión más auténtica de la realidad del pasado–. La narración no se interrumpe con aportaciones teóricas, sólo con explicaciones de determinados sucesos y descripciones más detalladas de la personalidad de algunas figuras. La teoría vuelve a entrar en escena cuando el ámbito académico empieza a desempeñar un papel importante en la relación entre la comunidad palestina israelí y el Estado judío y, en consecuencia, se ofrecen en dos ocasiones interpretaciones académicas alternativas de esta historia: en el apéndice teórico y en los diversos momentos de la historia en que las teorías introducidas por figuras del mundo académico se convierten en herramientas del gobierno –como sucede con las teorías de la modernización– o de los que cuestionan la política gubernamental –como las teorías del colonialismo interno y la etnocracia.

Los lectores familiarizados con las obras especializadas son conscientes de que existe un abismo insalvable entre la representación definida y estructurada de una realidad determinada y la existencia opaca, fracturada y caótica que caracteriza a la experiencia de esa misma realidad. Cuando la investigación es demasiado pulcra, los aromas se desvanecen y las representaciones asépticas no logran alumbrar, sobre todo en esta historia que narra la navegación casi imposible a través de exigencias contradictorias, las privaciones de la vida cotidiana y la lucha por la supervivencia. Este libro no pretende idealizar a los palestinos de Israel o, como se los conoce en el mundo árabe, «los árabes de 1948»; lo que querríamos es humanizarlos en aquellos lugares donde han sido olvidados, marginados o demonizados.

Este libro representa, además, un modesto intento por entender la realidad desde el punto de vista de la minoría, considerando que no se trata sólo de una comunidad de personas que sufren, sino también de una parte natural y orgánica del pueblo y la historia de Palestina. Para intentar comprender lo que ha padecido esta comunidad, tenemos que remontarnos como mínimo hasta 1947, cuando la región que se convirtió en Israel era aún Palestina. Aquí comienza nuestra historia.

[1] Sammy Smooha y Don Peretz, «The Arabs in Israel», Journal of Conflict Resolution 26, 3 (septiembre de 1982), pp. 451-484.

[2] Nadim N. Rouhana, «The Political Transformation of the Palestinians in Israel: From Acquiescence to Challenge», Journal of Palestine Studies 18, 3 (primavera de 1989), p. 55.

[3] Ibid.

[4] Nadim N. Rouhana, Palestinian Citizens in an Ethnic Jewish State: Identities in Conflict, New Haven, Yale University Press, 1997, y As’ad Ghanem, The Palestinian-Arab Minority in Israel, 1948-2000: A Political Study, Nueva York, SUNY Press, 2001.

[5] Ilan Pappé, The Ethnic Cleansing of Palestine, Nueva York y Londres, Oneworld Publications, 2006 [ed. cast.: La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2009].

[6] Ilan Pappé, Out of the Frame: The Struggle for Academic Freedom in Israel, Londres, Pluto Press, 2010.