Era una noche de vinos, «ramitas» untadas en salsa de queso y conversación encantadora con Jorge y «Mimi», cuando decidí, por fin, dar nombre a mis comidas y recetas favoritas con las que en variadas ocasiones nos hemos Lucydo con mis amigas, además de consejitos suntuosos para los amigos que tengan a bien mantener consigo y utilizar este libro, que prácticamente es un baúl de recuerdos. Hace no más de 35 años, cuando mis padres dejaron Santiago para irse a vivir a Ancud, una de las islas del archipiélago de Chiloé, al sur de Chile, percibí la partida del amor y la experiencia en todo sentido y para el caso que nos interesa, se me escapaba la maestra de la buena mesa. Entonces comencé a probar introducirme solita entre sorpresas y manjares, sin siquiera saber hacer una sopa, pues recuerdo que el primer intento fue un fiasco, pero comible. La intención era hacer una crema de verduras y todos, absolutamente todos los ingredientes crudos los puse en la licuadora, agua, cebolla, ahuyama (zapallo), coliflor, papas, etc.