Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Linda Susan Meier. Todos los derechos reservados.
PADRE SOLTERO BUSCA NIÑERA, N.º 2396 - mayo 2011 Título original: Maid for the Single Dad
Publicada originalmente por Mills & Boon
®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-332-9
Editor responsable: Luis Pugni

E-pub x Publidisa

 

 

Inhalt 7

Padre soltero busca niñera

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

Promoción

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CAPÍTULO 1

ELLIE Swanson no había sido contratada para eso.

De acuerdo, había accedido a gestionar Servicios Domésticos Harper mientras su jefa, Liz Harper Nestor, se marchaba de merecida luna de miel tras casarse de nuevo con su ex marido, Cain. Y era perfectamente capaz de supervisar a las catorce empleadas de la empresa durante las cuatro semanas que Liz pasaría en París. Pero no estaba autorizada a cambiar el plan de negocio de la empresa, como pretendía el hombre frente a ella.

–Soy amigo de Cain.

No cabía duda. Alto, delgado, de perfectos ojos azules y cabello oscuro con un corte muy profesional, Mac Carmichael lucía su traje azul marino con la soltura de alguien acostumbrado a los trajes a medida, los buenos vinos y a que la gente cumpliera sus órdenes. Igual que Cain.

–Me ha dicho que la empresa de su esposa es la mejor de la ciudad.

–Ofrecemos servicios semanales de limpieza, no asistentas internas en las casas de nuestros clientes.

–Pues deberían hacerlo.

Ellie notó una gota de sudor recorriéndole la espalda. El aire acondicionado se había roto el día de la partida de su jefa. Bueno, podía soportar el calor y la humedad de Miami en junio; lo que no podía tolerar era el fracaso. Su primer día en aquel empleo, y ya estaba rechazando a un cliente. Un cliente importante, que no sólo le diría a Cain que Servicios Domésticos Harper le había fallado: se lo contaría a todos sus amigos ricos, la gente a la que Liz quería como clientes.

Ellie se recostó en su asiento y dio unos golpecitos con su lápiz sobre el escritorio.

–Explíqueme de nuevo qué necesita.

–Mi asistenta se ha marchado inesperadamente. Necesito contratar a alguien que la reemplace mientras selecciono a una nueva.

–Puedo enviarle a alguien a limpiar varias veces a la semana –ofreció ella esperanzada.

Él sacudió la cabeza.

–Tengo una hija y un hijo. Necesitan desayunar todas las mañanas.

–Estaré encantada de enviarle a alguien a las siete de la mañana.

–Lacy se levanta a las cinco.

–Entonces, enviaré a alguien a las cuatro.

–Trabajo algunas noches.

Ellie lo miró atónita.

–¿Quiere que la asistenta también haga de niñera?

Él se la quedó mirando, con sus ojos azules tan sexys, y Ellie sintió el hormigueo de la atracción por todo el cuerpo.

–Y que se aloje en la casa –añadió él.

–¿Así que quiere una interna?

–Pago muy bien.

Las palabras mágicas. Víctima de violencia doméstica, Liz había ingresado en Amigos Solidarios, una organización benéfica que ayudaba a las mujeres en la transición de sus hogares abusivos a sus nuevas vidas. Era natural que Liz empleara a mujeres de allí hasta que salían adelante. Ellie había sido su primera empleada, tras haberse conocido en la asociación. La empresa necesitaba clientes, sobre todo los que pagaban bien, para poder dar empleo a todas las mujeres que necesitaban ayuda.

Mac se puso en pie.

–Mire, si su empresa no puede ayudarme, será mejor que me marche –dijo, y se encaminó a la puerta.

«¡Detenlo!».

–Espere –lo frenó Ellie, poniéndose en pie.

Vio que él la miraba de nuevo, y tragó saliva. Sus ojos le recordaban al océano en pleno verano. Su cabello oscuro brillaba bajo los rayos del sol que se colaban por la ventana. Sus pómulos marcados resaltaban unos labios carnosos. Debería haber sido un placer contemplarlo. En lugar de eso, viendo su ceño fruncido, Ellie dudó acerca de la intuición que guiaba su vida. ¿Por qué lo había detenido? No tenía a nadie que pudiera trabajar como asistenta y niñera. La mayoría de las empleadas de Liz tenían hijos y hogares a los que regresar cada noche. No podían trabajar como internas, que era lo que él necesitaba.

–Tal vez... podamos idear una solución.

Él frunció aún más el ceño.

–Yo no tengo por qué idear nada. Quiero a alguien hoy mismo.

«No dejes que se marche».

Ellie gimió para sí, preguntándose por qué su sexto sentido insistía tanto. Pero le había salvado la vida, no podía ignorarlo.

–Lo haré yo.

El rostro de él se tornó de enfadado a confundido.

–¿Usted?

–Sé que hoy me ve aquí sentada, pero sólo estoy sustituyendo a Liz, la esposa de Cain. El negocio es suyo, pero este mes se encuentra de luna de miel. Yo puedo cocinar, limpiar y cuidar de los niños perfectamente.

Él le sostuvo la mirada unos instantes. Luego, la paseó por su vestido rojo, y Ellie lamentó haberse puesto aquel atrevido vestido sin tirantes, creado más para salir a tomar algo que para trabajar en una oficina. Pero el no tener aire acondicionado había influido en su elección. ¿Cómo iba a saber que se presentaría un cliente en la oficina?

Lo vio sonreír y se quedó sin aire. Podría haberse derretido allí mismo.

–Tenemos aire acondicionado, así que tal vez quiera cambiarse y ponerse unos vaqueros y una camiseta –comentó él, escribiendo algo en el dorso de su tarjeta y tendiéndosela–. Ésta es la dirección. La veré allí en una hora.

Dicho aquello, dio media vuelta y salió del despacho.

Ellie se dejó caer en su silla. ¡Maldición! ¿En qué lío se había metido? No sólo tenía que sacar adelante el trabajo de Liz, además había aceptado un empleo a jornada completa. ¡Más aún, tenía que vivir en la casa!

Suspirando de frustración consigo misma, agarró el teléfono y marcó el número de la secretaria de Cain.

–¿Estás ocupada?

–Buenos días, señorita Magia. ¿Qué tal tu primer día?

–Penoso. No vuelvas a llamarme Magia nunca más. Creo que mi intuición ha desaparecido.

Ava soltó una carcajada.

–Hablo en serio. Un tipo ha venido esta mañana pidiendo una asistenta y niñera a tiempo completo, alguien que resida en la casa... y me he ofrecido a hacer yo el trabajo.

–¿Tú? ¡Nunca lo hubiera dicho!

Ellie apoyó el codo en el escritorio y la barbilla en la mano.

–Lo sé. Pero se trata de un amigo de Cain, y no quiero defraudarlo. Mi intuición se ha hecho un lío y, antes de darme cuenta, había aceptado el trabajo –relató, e hizo una mueca–. ¿No podrías buscarle una auténtica asistenta por medio de alguna agencia, llamarle y decirle que me he equivocado?

–De acuerdo, yo me ocuparé. Dime cómo se llama.

Ellie dio la vuelta a la tarjeta.

–Mac Carmichael.

–¡Maldición! Ellie, estás en un aprieto. Ese tipo es insoportable, ni siquiera encontrarle una asistenta interna arreglaría esto: nunca modifica un acuerdo, una vez que lo ha cerrado. Pero Cain lleva años detrás de él.

–¿Por qué?

–Su familia posee hoteles por todo el mundo. Cain ha estado intentando que contrate a su constructora. Tal vez esto sea una prueba para él.

Ellie apoyó la frente en una mano.

–Tal vez por eso mi intuición no me ha permitido negarme.

–Podría ser –señaló Ava–. Muy bien, esto es lo que vamos a hacer: puedo trabajar en cualquier lado, así que desviaré mis llamadas a la oficina de Servicios Domésticos Harper y me ocuparé de tus llamadas y recados durante el día. Luego, cada noche nos reuniremos una hora o así para hacer el papeleo del día.

–¿Harías eso por mí?

–¡Por supuesto! Aquí no está en juego sólo Servicios Domésticos Harper. También lo está el negocio de Cain, y soy su secretaria. Debo hacer lo que se necesite. Además, me caes bien.

Ellie rió.

–De acuerdo.

–¿Sólo de acuerdo? Señorita Magia, vamos a hacer un trabajo tan bueno, que tú ganaras miles de puntos para Liz y Servicios Domésticos Harper, y tal vez logres que Cain empiece a trabajar para Carmichael Incorporated, algo que lleva años intentando.

Ellie se irguió en su asiento.

–Tienes razón. Esto es algo bueno.

–Potencialmente muy bueno –secundó Ava–. Haré lo que necesites.

–Creo que gestionar la oficina durante el día será ayuda suficiente.

–Llegaré allí en una hora.

–Tráete una llave, tengo que marcharme ya mismo. El señor Carmichael quiere que esté en su casa dentro de una hora, y necesito preparar una maleta si voy a vivir allí. Y una cosa más –añadió, e hizo una mueca–. Tal vez de camino quieras comprarte una camiseta de tirantes y unos shorts.

Ava rió.

–¿Qué tal si llamo al técnico del aire acondicionado?

–Eso también servirá. Te veré esta noche.

Mac Carmichael recorrió en su Bentley a toda velocidad las calles de Coral Gables y se detuvo a la puerta de su propiedad. Marcó el código de seguridad y, cuando se abrió la verja, se apresuró por el camino de tierra hasta su fabulosa mansión. Guardó el coche en el garaje, se bajó, y atravesó la despensa hasta llegar a la enorme cocina.

Vio a su pequeña Lacy, de seis años, sentada a la larga mesa de madera, coloreando; a su hijo Henry, de seis meses, en una trona a su lado; y a la que había sido su niñera de pequeño, y vecina actual, la octogenaria señora Pomeroy, limpiándole la papilla sobrante de la boca.

–¿Qué tal ha ido?

Él suspiró.

–He encontrado a alguien.

–Fantástico.

–No estoy tan seguro. Ella es...

Alta, rubia y tan guapa, que había estado a punto de marcharse y buscarse otra agencia.

–Parece un poco en las nubes.

–¿Seguro que quieres que cuide a tus hijos?

–Necesito privacidad total. Y ellos me necesitan a mí lo suficiente como para guardar silencio.

–¿Habrá relacionado que, si realiza un buen trabajo, el marido de su jefa podría hacer un gran negocio?

Él dejó su abrigo en el respaldo de una silla.

–Eso espero. Si aún no lo ha hecho, en cuanto llame a la oficina de Cain se enterará. Ése debería ser el cebo que la mantenga aquí hasta que encuentre a alguien –respondió y se inclinó sobre Lacy–. Hola, cielo. ¿Qué haces?

Ella lo miró paciente.

–Coloreo.

–¿Qué tal si te pones el bañador y nos vamos a la piscina mientras la señora Pomeroy cuida de Henry?

La niña sonrió de oreja a oreja y salió corriendo de la habitación. Mac agarró a Henry en brazos.

–¿Y tú cómo estás hoy?

El bebé, rubio y de ojos azules, lo golpeó con su manita en la mejilla.

–Batallador, por lo que veo.

–No lo dudes –intervino la señora Pomeroy, sacando el biberón del calentador y comprobando su temperatura–. No sé si se ha cansado lo suficiente como para dormirse después de tomarse el biberón, o si está demasiado activo para dormirse.

–Si tienes algún problema, ven a buscarme a la piscina.

La señora Pomeroy sonrió con su rostro lleno de amables arrugas.

–No. Tú disfruta un rato con Lacy. A ambos os hará bien algo de diversión.

–Estoy bien. No quiero eludir mi responsabilidad hacia los niños.

–Eres un buen padre.

Él inspiró hondo y se giró, intentando quitar importancia al cumplido.

–Sólo hago lo que debería hacer cualquier padre.

Por eso ni se le había ocurrido abandonar a sus hijos, como había hecho la madre. No podía creer que una persona fuera tan narcisista como para abandonar a sus hijos sólo porque un segundo retoño resultaba un inconveniente en su carrera. Pamela se había enfurecido tanto al descubrir que estaba embarazada, que había hecho la maleta, le había dejado y había pedido el divorcio en cuestión de días. Luego había regresado a Hollywood, donde había resucitado inmediatamente su carrera cinematográfica.

Nueve meses después, le había entregado a Henry. Los visitaba una vez al mes, excusándose con que era difícil atravesar el país en avión con mayor frecuencia. En su última visita, le había informado de que no podría pasarse en julio. La película en la que había actuado durante el embarazo iba a estrenarse, y ella iba a participar en la gira promocional. Mac intentó no asustarse, pero no pudo evitarlo. No sabía qué diría ella si alguien le preguntaba acerca del divorcio o los niños. Lo que sí sabía era que, si mencionaba sus nombres, se verían acosados por los paparazzi.

Él llevaba toda su vida entre guardaespaldas, sistemas de alarma y limusinas blindadas. Creía saber lo que era vivir encerrado, pero eso no era nada comparado con vivir en una pecera. Y, como exmarido de una estrella de cine, con la custodia de los hijos de esa estrella, los asuntos de protección y seguridad habían ascendido a otro nivel. Había tenido que adoptar medidas extremas para protegerlos, e incluso así no tenía la certeza de que estuvieran a salvo.

–Estás pensando en tu condenada esposa, ¿cierto?

–No.

La señora Pomeroy rió.

–Me dirás que siempre frunces el ceño antes de un rato de diversión con tu hija en la piscina.

Satisfecha con la temperatura del biberón de Henry, tomó al bebé de brazos de su padre.

–¿Sabes lo que necesitas? Una mujer buena que reemplace a esa penosa.

Mac rió.

–El infierno se helará antes de que yo vuelva a confiar en una mujer.

–No permitas que una manzana pocha estropee al resto –farfulló la mujer, camino de la puerta.

Lacy entró en la habitación con un bañador azul brillante. Mac la subió en brazos. Resultaba muy fácil hablar para su antigua niñera. Pero Pamela le había roto el corazón a Lacy al marcharse. Y sólo visitaba a Henry cuando le apetecía. Él no podía arriesgar los sentimientos de sus hijos una segunda vez.

Ellie se planteó ponerse uno de los uniformes de Servicios Domésticos Harper. Pero Mac había sugerido que llevara pantalones vaqueros. Si quería lograr la recomendación para Cain, la mejor manera sería seguir las instrucciones de Mac al pie de la letra.

Redujo la velocidad de su coche mientras recorría las calles de Coral Gables buscando la dirección anotada en la tarjeta de visita. Por fin, se detuvo frente a una enorme verja. Llamó al telefonillo y, tras advertir que una cámara la observaba, vio abrirse la puerta.

Atravesó lentamente el camino hacia la casa para apreciar el bello paisaje. La mansión la dejó boquiabierta. Con su estuco color caramelo, molduras color chocolate, columnas que se elevaban hasta el techo y una brillante puerta de cristal, no se parecía a nada de lo que ella había visto nunca.

Aparcó el coche en una entrada lateral. Oyó a alguien chapoteando en una piscina, rodeó la casa y se detuvo boquiabierta.

Filas de amplios escalones conducían de una terraza en la parte posterior de la casa a una piscina de obra. A su lado había un patio de la misma piedra que las escaleras. Tras él, un cenador tan grande como para albergar una fiesta. Y más allá del frondoso jardín, el canal y un yate blanco fondeado.

–¿Ellie?

Ella volvió la vista a la piscina y vio a Mac y una niña, seguramente su hija.

–Hola –saludó, tratando de sonar segura, y se acercó a ellos.

La pequeña, que llevaba manguitos, saludó tímidamente. Mac se dirigió hacia la escalerilla.

–En seguida estoy contigo.

Ella quiso decirle que no se preocupara, que ya encontraría la entrada por su cuenta, pero al verlo salir del agua se quedó sin habla: su bañador mojado delineaba a la perfección un cuerpo escultural. Lo vio llegar hasta una tumbona y agarrar una toalla enorme.

–Has llegado rápido.

Ellie no podía dejar de mirarlo: sus ojos se asemejaban a dos topacios, gotas de agua se deslizaban por su pecho. Carraspeó. «Que no cunda el pánico. Puedes manejar una pequeña atracción», se dijo y sonrió. Liz le había salvado cuando ella había necesitado desesperadamente a alguien. Por fin podía devolverle el favor. Aquello era una misión.

–Sólo he tenido que pasar por mi casa a por unos vaqueros y a hacer la maleta –logró articular.

–Sube –dijo él, señalando los escalones–. Hace demasiado calor aquí fuera. En cuanto saque a Lacy de la piscina, estaré contigo.

–No tengas prisa, no hay problema.

Necesitaba un minuto a solas para recuperarse. Aquel hombre tenía la suerte no sólo de ser rico y vivir en una casa que quitaba el aliento, además era espectacular-mente guapo.

–Subiendo las escaleras a la izquierda está la cocina. Enseguida vamos.

Ellie asintió y comenzó a subirlas, sintiéndose como si fuera a adentrarse en un museo. De hecho, desconocía bastante cómo era una casa «normal»: había vivido en casas de acogida hasta los diecisiete años, cuando se había escapado. Entonces, había dormido en la calle, y peleado todos los días para encontrar algo de comer, hasta conocer a Sam. Se había quedado con él, soportando un maltrato verbal y emocional creciente, hasta la noche en que se había convertido en maltrato físico. Entonces había huido de nuevo. Amigos Solidarios no había podido acogerla porque ellos se ocupaban de mujeres con hijos, pero Liz le había ofrecido su sofá y, más tarde, un empleo. Tras cuatro años en Servicios Domésticos Harper, relacionándose con Liz y las amigas que había hecho a través de la organización, empezaba a comprender lo que era tener relaciones normales.

Por tanto, podía perdonarse a sí misma por alucinar con aquella casa. Estaba acostumbrada a limpiar para la élite de Miami, pero aquel hombre pertenecía a una clase en sí mismo, y desde el exterior la mansión parecía totalmente un museo.

Entró por la puerta de la terraza y se encontró con una espaciosa cocina a su izquierda y una acogedora sala de estar a su derecha. Estaba decorada con un sofá de cuero marrón, sillas de cerezo, y una gigantesca pantalla plana de televisión situada entre librerías que cubrían toda una pared. Parecía el lugar de la casa donde más tiempo pasaba la familia.

Eso le gustó.

Se adentró en la cocina y tragó saliva. Había ocho quemadores. La nevera estaba escondida tras paneles de la misma madera de cerezo que los armarios. Encimeras de granito color salmón acentuaban la riqueza de los armarios. Había una pila con un grifo de cobre y otra en una de las encimeras. El cristal brillaba en las vitrinas de la derecha.

Miró alrededor maravillada. Los hombres como Mac no contrataban servicios semanales de limpieza: tenían asistentas internas y cocinas de gourmet, aptas para poder cocinar para fiestas de cientos de personas. Y ella, como empleada de Servicios Domésticos Harper, sólo limpiaba, no cocinaba para sus clientes.

El pánico hizo que se le encogiera el pecho.

Sacó su teléfono móvil y marcó un número a toda velocidad.

–Ava, voy a necesitar un libro de cocina.