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Prólogo

Tara

«Los ganadores nunca se rinden, y los que se rinden nunca ganan…».

Ojalá me hubieran dado un dólar por cada vez que mi madre me había dicho esas palabras: en este momento me encontraría bebiendo vino en mi propia isla privada en la costa amalfitana.

Cuando me puse a llorar porque odiaba el ballet, me embutió los pies en esas horribles zapatillas de color rosa y me obligó a ir a practicar. Cuando le dije que quería cambiar la especialidad de «empresa» por «algo más creativo», me amenazó con no pagarme la matrícula. Y cuando le comuniqué que estaba a punto de decirle a mi primer jefe de verdad que se fuera a la mierda, solo suspiró y me dio consejos certeros y de eficacia demostrada.

Había insistido en que mi reacción a todos los correos electrónicos que tenía que enviarle de noche no eran más que «un derroche de quejas», que mis gritos de odio encajaban más en «admiración inapropiada» y que todas las veces que me había hecho trabajar más de cien horas a la semana eran «algo necesario para forjar mi carácter».

Pero después de dos largos años trabajando para él, por fin he aceptado que nada de eso es verdad.

Preston Parker es mi jefe, y también es imbécil. Punto. Fin de la discusión.

Mi madre puede decir que me estoy rindiendo todas las veces que quiera, pero nunca se imaginará lo que es trabajar para un hombre así. Un tipo cuyo ego es más grande que el de todos los hombres de Nueva York y Las Vegas juntos.

Sí, cualquier mujer moja las bragas al oírle pronunciar una sola sílaba con esa boca perfectamente moldeada y hecha para besar. Sí, sus profundos ojos —de un tono entre verde esmeralda y gris— son sin duda impresionantes, y la forma en la que hace que parezca que cualquier traje ha sido confeccionado especialmente para él nunca deja de sorprenderme.

Pero ya he tenido más que suficiente.

Ya no puedo seguir trabajando para él, y por fin estoy redactando el preaviso de dos semanas que debería haber escrito el primer mes que trabajamos juntos. No, el primer mes no, la primera semana.

Sin embargo, estoy adelantando acontecimientos. No puedo comenzar esta historia desde el amargo final o la miserable mitad. Tengo que empezar desde el desafortunado principio…

Uno

Preston

«El muy desafortunado principio…».

La mejor parte del día siempre eran para mí las cuatro cuarenta y cinco de la madrugada, pues era el raro momento en el que Nueva York está tranquila y silenciosa, cuando se puede dar un paseo por las calles y admirar todos los edificios que han tenido la suerte de llevar mi apellido.

Estaba la Parker & Rose Collection, que poseía un espacio en cada manzana del centro de Manhattan, The Grand Alaskan, que daba alojamiento a los clientes vip con una incomparable privacidad, y mi hotel favorito de todos, el que había arrebatado al Waldorf Astoria el trono de los hoteles de lujo de la Gran Manzana por décimo año consecutivo: The Grand Rose, en la Quinta Avenida.

Era mi hotel número cien, el décimo en Nueva York. Era la razón por la que sabía que Manhattan era mía y siempre lo sería. Todos los hoteles de lujo de la ciudad quería tener mi toque, y las recientes reformas en el Hilton y el Marriott no eran más que malas imitaciones. Yo había inventado el toque moderno de la marca de lujo, y todos los demás se habían limitado a tomarlo prestado.

—Los periódicos del día, señor. —El chófer me los entregó cuando abrió la puerta trasera del coche que usaba en la ciudad—. Hoy hay titulares interesantes.

—Lo dudo mucho.

Abrí el primero mientras él se incorporaba al tráfico, y gemí al ver aquellas audaces palabras en negrita:

Míster Nueva York – Rumores
Preston Parker, de hoteles Parker, al que hemos nombrado «Míster Nueva York» por octavo año consecutivo, ha sido sorprendido saliendo de su ático del lujo con la top model Yara Westinghouse. Y esto ha sido días después de que lo vieran con Marsha Avery, y semanas después de disfrutar la compañía de Hanna Bergstrom.
Nuestro reportero lo detuvo delante del edificio donde se encuentra el ático para preguntarle si alguna de esas relaciones era seria, a lo que él respondió con un contundente «Abandone mi propiedad».
Como siempre, dudamos mucho que ese hombre llegue a establecerse con alguna mujer, pero consigue que la portada de octubre resulte impresionante.

El implacable magnate Preston Parker compra la cadena hotelera Sonoma y despide a toda la directiva
El arrogante y despiadado hotelero Preston Parker ha llevado a cabo su jugada más cruel hasta la fecha. Una vez más, ha cortejado a una cadena hotelera durante meses, fingiendo que pretendía una fusión amigable con la marca, pero ha terminado por despedir —algo que no resulta sorprendente— a todos sus empleados. El equipo de prensa de Parker International ha revelado que los hoteles Sonoma pronto se convertirán en hoteles de lujo.

Míster Nueva York, Preston Parker, tiene un hijo secreto
Una mujer misteriosa que dice haber tenido una aventura de una noche con Preston Parker insiste en que su bebé de dos semanas es hija de él. Le pide quinientos mil dólares al mes en concepto de manutención e insiste en que él pague las facturas del hospital.

«¿Qué coño…?».

Lancé el último periódico a un lado y me concentré en los otros dos, negando con la cabeza al leer cada palabra que no se ajustaba a la verdad. La absoluta desidia de aquellos titulares comenzaba a cabrearme.

Parecía que los periodistas estaban dispuestos a escribir cualquier cosa con tal de que les compraran sus diarios, y aún no me había enviado nadie un cheque con mi parte por todos los ejemplares que les ayudaba a vender.

En el pasado, era más que despiadado, pues destripar hoteles para asegurarme de que nunca compitieran con los míos y comprar propiedades para que no lo hiciera nadie antes era parte de mi trabajo, pero esa época había pasado. Estar en la cima del negocio hotelero durante más de una década significaba que ya no tenía que ser tan despiadado, y también que no tenía mucho que celebrar.

Las interminables fiestas en los yates que había adquirido y los extravagantes saraos en los áticos de mi propiedad habían perdido su atractivo con los años, y la única razón por la que me seguían viendo con top models era para despistar a los medios de comunicación de cualquier negocio que estuviera cerrando en secreto.

Si se preocuparan por mirar con un poco más de atención, se darían cuenta que mi vida en esos momentos era un permanente déjà vu; tanto era así que podía predecir todas las conversaciones que iba a tener con la gente, y ya nada me sorprendía. Me mantenía al margen, nunca hacía amigos, y vigilaba a todos mis enemigos.

Como la relación con mi familia era inexistente, me enterré en el trabajo, y esperaba que todos a mi alrededor hicieran lo mismo. Si era capaz de trabajar un mínimo de cien horas a la semana, ellos también podían. Si no necesitaba dormir, tampoco necesitaban hacerlo mis colaboradores.

Cuando por fin llegué a la sede de la empresa, me dediqué un segundo a admirar la P plateada y gris que estaba grabada en el centro del vestíbulo de mármol. Esperé un instante a ver si mi asistente ejecutivo se reunía conmigo con los informes matutinos que le había solicitado y mi café favorito, pero pasaron tres minutos y no apareció.

«Por supuesto…».

Irritado, subí en el ascensor hasta mi despacho, y la recepcionista principal de la planta, Cynthia, me saludó de inmediato.

—¡Buenos días, señor Parker! —Siempre estaba demasiado alegre para esas horas de la mañana—. ¿Cómo se encuentra hoy?

—Igual que ayer. ¿Tengo alguna llamada esperándome?

No me respondió, se limitó a sonreír mientras me miraba, clavando en mí sus grandes ojos castaños cada pocos segundos.

—¿Tengo alguna llamada esperándome o no? —insistí—. ¿Ha llegado documentación nueva para el asunto que cerraré esta mañana?

Siguió sin responderme.

—¿Hay alguna razón particular para que me mires así en lugar de responder mis preguntas?

—Contestaré a tus preguntas después de que respondas a las mías. —Bajó la voz—. Te envié un mensaje a tu teléfono privado la noche pasada. ¿Por qué no me has respondido?

—Porque bloqueé tu número hace tres semanas.

—Estaba tratando de enviarte una foto que me hicieron en vacaciones —explicó—. No llevaba nada más que un bikini.

—Espero una llamada del Rush Estate esta mañana. —Me negaba a continuar con esa conversación—. ¿Puedes asegurarte de que esté conectada a la segunda línea para que pueda grabarla, por favor?

—En la fotografía parezco una top model —dijo—. Acostumbrabas a salir con mujeres así, ¿verdad? Al menos eso dicen las revistas de cotilleos.

—También estoy esperando una remesa de documentación y archivos del nuevo equipo de Berkley. Tienes mi permiso para firmar el parte del repartidor.

—Creo que ya es hora de que salgas con una mujer real, que coma patatas fritas, en lugar de con chicas que solo posan con ellas en las redes sociales, ¿sabes? —Contoneó las caderas y sonrió—. Y también creo que deberías darle una oportunidad a alguien cercano. Será diferente…

Le lancé una mirada de advertencia. Me largaba el mismo sermón cada dos días. Si ella no estaba coqueteando descaradamente conmigo, estaba intentando —sin conseguirlo— ponerme celoso. Y para ello fingía hablar con numerosos hombres por teléfono.

—Será mejor que la llamada de Rush me llegue por la línea correcta cuando sea el momento —le advertí—. Y tienes suerte de que tu trabajo sea irreprochable, Cynthia. De lo contrario, me vería obligado a …

—¿Castigarme? —Sonrió—. Por favor, ¿podrías decirme exactamente en qué consistiría ese castigo?

«¡Dios!».

Me alejé y cerré la puerta de mi despacho. Era la recepcionista más joven de la compañía, y también era la mejor. Si hubiera tenido un título universitario en empresa o experiencia en temas legales, le habría dado la oportunidad de ser mi asistente ejecutiva.

Por otra parte, con ese coqueteo cada vez más temerario y descarado, lo mejor a largo plazo sería con toda seguridad mantenerla a distancia.

Me senté detrás del escritorio y me di cuenta de que no había ningún café colombiano esperándome. Ni tampoco notas escritas sobre las reuniones a las que debía asistir. Ni correos electrónicos explicándome por qué. En otras palabras, mi asistente se había vuelto loco.

Suspirando, abrí el correo electrónico para escribirle preguntándole cuánto iba a tener que esperar mi café y mis notas, pero un email de mi abogado apareció en ese momento en la bandeja de entrada.

Asunto: Tu nuevo asistente personal está en mi despacho (de nuevo)
Preston, por favor, ven aquí.
Ahora.
George Tanner
Abogado jefe de Parker International

El correo electrónico de George llegaba con puntualidad británica cada dos viernes, y lo único que cambiaba era a qué «nuevo asistente personal» se refería. Había pasado por tantos que los llamaba «Taylor» a todos, ya que nunca duraban lo suficiente como para que me aprendiera sus nombres reales.

Fui a su despacho y allí estaba mi último Taylor, sentado en el sofá. Vestido con un holgado traje azul que habría debido ir directo al contenedor de basura más cercano, tenía los ojos rojos e hinchados, y parecía que no había dormido desde hacía días.

—Venga, dile al señor Parker lo que me acabas de decir a mí —le animó George, entregándole un Kleenex—. Vamos…

El último Taylor me miró y emitió un largo suspiro.

—Señor Parker, estoy sobrecargado de trabajo y abrumado con todo lo que debo hacer por usted, señor. No puedo comer, no puedo dormir, y siento que este trabajo me está consumiendo.

—Empezaste a trabajar aquí hace dos semanas.

—Déjale terminar, Preston —me advirtió George—. No necesitamos problemas con Recursos Humanos, ¿verdad? —me murmuró luego por lo bajo.

—Es solo que me paso la vida… —Taylor soltó un sollozo—. Me paso la vida tratando de que usted quede satisfecho, y nunca es suficiente. Me suena el teléfono constantemente, la bandeja de entrada de mi correo electrónico nunca tiene menos de quinientos mensajes, y no creo que sepa cuál es mi nombre real.

No hice ningún gesto.

Se limpió la cara con la manga.

—Cuando mi novia viene a casa, tiene que oírme llorar toda la noche por el agobio del trabajo.

—¿Todavía tienes novia después de que te vea llorar todas las noches?

George me lanzó una mirada penetrante, y me crucé de brazos.

—Aprecio la oportunidad que me ha dado, pero incluso a pesar del alto salario que ofrece, no es suficiente para mí. Presento mi dimisión formal a partir de hoy mismo.

—La mayoría de los empleados suelen hacer esto por escrito, a través de un preaviso de dos semanas —repuse—. No veo qué necesidad había de que viniera aquí a ver tus patéticas lágrimas.

—Lo que el señor Parker quiere decir es que acepta tu renuncia. —George negó con la cabeza mirándome con expresión reprobadora—. Y dado que queremos asegurarnos de que podemos facilitarle sus funciones al próximo asistente, ¿ha habido algo que él haya hecho que te haya provocado sentirte incómodo? ¿Algo que podamos mejorar para la próxima vez?

—Sí. —Asintió con la cabeza—. La semana pasada me pidió que actualizara su móvil personal.

—Oh, ¡qué horror…! —comenté con ironía, mirando el reloj.

—Fue horrible, señor. No se imagina lo que decían algunos de esos viejos mensajes, mensajes de muchísimas mujeres diferentes… Francamente, me han asustado.

—¿Qué decían exactamente esos mensajes? —preguntó George.

—Es demasiado… —Taylor apartó la vista de mí—. «Mi coño te echa de menos…». «¿Por qué ya no vienes por aquí a clavarme tu polla?». «Tienes la polla más grande que he chupado… ¿Puedo comértela de nuevo?». «Nunca me habían follado como…».

—Vale, ya es suficiente. —Resistí el impulso de poner los ojos en blanco—. Muchas gracias por el trabajo que has realizado aquí, en Parker International, Taylor. Estoy seguro de que nadie te echará de menos.

—Me llamo Jim. Y esa es exactamente una de las razones de mi renuncia.

—Estás dejando el trabajo porque eres un incompetente. —Saqué el móvil y envié el correo electrónico estándar «Otro que se rinde» a Recursos Humanos—. Puedes recoger el finiquito y el último sueldo en el sótano.

Se echó hacia delante y le dio un abrazo a George, un abrazo que duró varios segundos más de lo necesario, y luego se fue hacia la puerta.

En cuanto esta se cerró, George soltó un suspiro.

—Bueno, estaba seguro de que un graduado en Harvard podría conseguir lo que muchas de tus decepciones anteriores no pudieron lograr. ¿Sabes que eres el único director de la industria hotelera de lujo que no puede decir el nombre de su asistente personal?

—Solo sé que soy el director que más éxito tiene en la industria hotelera de lujo. —Me acerqué a las ventanas—. Y eso es lo que más me importa en este momento.

—Si tú lo dices… —replicó, aclarándose la garganta—. Antes de que empecemos a abordar este problema interminable, tenemos que hablar sobre el último cambio. —Se paseó por la habitación—. No entiendo por qué has decidido ofrecer de regalo desayunos gourmet en algunos de los hoteles. No estás dirigiendo un Hampton Inn.

—En un Hampton Inn no sirven desayunos gourmet.

—Ya sabes a lo que me refiero, Preston. Los hoteles de lujo son de lujo debido al hecho de que los huéspedes pagan por todo. Cuantas más estrellas y ganancias para nosotros, menos cosas gratis para ellos.

—Es solo un experimento —expliqué—. Además, parece estar funcionando. Los ingresos han aumentado en un diez por ciento.

—Bueno, con suerte, esa medida durará más que el próximo asistente. —Me lanzó una carpeta azul brillante.

—¿Qué es esto?

—Es el último curriculum vitae que hemos recibido, y la carta de presentación correspondiente —dijo—. Es de una chica, y me he tomado la libertad de elegirla; puedo garantizarte que durará más de unos meses.

Hojeé el documento, e inmediatamente supe que no duraría más de una semana. Era como todos los asistentes que él me había recomendado antes. Estudios en la Ivy League y años de experiencia en gestión hotelera… Sí, parecía totalmente destinado al fracaso. Incluso la declaración personal de por qué quería trabajar para mí me sonaba como una campanilla familiar que anunciara un inminente fracaso:

«Realmente creo que puedo ayudar a que Preston Parker sea mejor director convirtiéndome en la mejor asistente personal que haya contratado».

Nunca se lo había mencionado a George, pero me parecía muy irónico pensar que yo había subido de rango en la industria hotelera antes de obtener mi título universitario en dirección de empresas, y que los primeros hoteles de los que me había hecho cargo alcanzaron el éxito gracias a mis ganas y desesperación por destacar, nada más.

«¿Por qué nunca nos habíamos arriesgado con alguien así?».

—Como puedes ver, esta chica se graduó en Yale como la mejor de su clase. —George sonrió mientras hablaba, diciendo lo mismo que había dicho cientos de veces antes—. No solo ha trabajado en la industria hotelera durante más de diez años, sino que también ha pasado mucho tiempo en los departamentos de marketing de las cadenas Hilton, Marriott y Starwood. Creo que deberías elegirla para conseguir que te dé consejos sobre la competencia.

—Llevo de número uno diez años. No tengo competencia.

—La tendrás si no empiezas a preocuparte por ello. —Gimió por lo bajo—. En algún momento debes aceptar que necesitas ayuda para poder mantener la empresa en funcionamiento. Y de alguien que no solo pueda echarte una mano en el despacho, sino que también pueda ir en tu lugar a las reuniones cada vez que decidas tomarte un descanso o, Dios no lo quiera, unas vacaciones, como una persona normal.

—Vale. —Cerré la carpeta y se la entregué—. Será una chica. Dame unas semanas para seleccionarla y la probamos, y si no funciona, dejaré que la siguiente la elijas tú.

—Muy bien —convino—. Sin embargo, quiero estar presente en todas las entrevistas.

—¿Por qué? ¿No confías en que pueda hacerlo bien?

—¿Ahora que sé que las mujeres te envían mensajes de texto hablándote de sus coños, y que quieres que tu próximo asistente sea una mujer? ¡Ni hablar!

Dos

Preston

Unas semanas después…

«Por favor…, que no me esté haciendo falsas expectativas…».

—¿Puede hablarme un poco sobre su experiencia previa en Toys ’R’ Us, señorita Jackson? —pregunté a la pelirroja que estaba sentada delante de mí—. Su currículum informa de que ha estado al cargo del departamento de ventas.

—Bueno, sí. —La joven sonrió—. Mmm…, me encargaba de parte de la contabilidad y de los envíos internacionales.

Hice tamborilear los dedos contra el escritorio. Hasta ese momento, aquel era un historial impresionante, pero había algo que no encajaba. Ella se sonrojaba cada vez que sus ojos se encontraban con los míos —típico—, pero cuando le hacíamos una pregunta, se miraba la palma de la mano como si hubiera escrito en ella una chuleta.

«¿Quién demonios necesita una chuleta para una entrevista?».

—Lamento que la compañía se haya visto obligada finalmente a cerrar las puertas —comentó George—. ¿Qué crees que puedes aportar de tu trayectoria en el mundo del juguete al mundo hotelero?

—Mucho. Tengo mucha experiencia asegurándome de que los clientes queden satisfechos, y también garantizando que se cumplan los objetivos de ventas mensuales y se brinde un servicio de alta calidad.

George asintió, algo complacido.

—¿Coincidiste alguna vez en un proyecto con mi buen amigo Tim Lause?

—¿Con quién?

—Con Tim Lause —repitió—. Era el jefe de ventas. Si has estado en ese departamento, habrás trabajado al menos en algunos proyectos con él, ¿no?

—¡Oh, sí! Correcto. Exactamente. He colaborado en muchos proyectos con el señor Lause.

—¿Podrías decirnos de qué tipo eran esos proyectos? —le pregunté—. ¿Puedes contarnos algunos detalles reales?

—Oh…, mmm… —Empezaron a ponérsele rojas las mejillas, y volvió a mirarse la palma de la mano—. Es que yo… Ah…, eh…

—Nos sentimos muy impresionados de que conozca todas las vocales, señorita Jackson —dije—, pero estoy más interesado en los detalles de sus proyectos anteriores.

No dijo nada.

—¿Tengo que repetir la pregunta? —pregunté—. ¿O es que no entiende lo que significa «proyectos anteriores»?

—Vale, vale, está bien, mire. —Abrió mucho los ojos al tiempo que se sentaba—. Solo he puesto a Toys ’R’ Us en el currículum porque se han declarado en quiebra, y he pensado que no habría forma de que pudieran llamar para pedir referencias. Por lo general, menciono otras empresas más pequeñas en el apartado de trabajo actual, y supongo que debería haber hecho lo mismo en esta ocasión. ¡Maldición!

—Entonces, ¿nunca has trabajado en Toys ’R’ Us? —preguntó George.

—Era muy buena clienta.

—¿Tienes de verdad el título de Derecho de Yale?

—No, pero he asistido a uno de sus cursos de verano cuando estaba en el último curso del instituto. —Nos miró a uno y a otro—. Obtuve unas notas perfectas. Y antes de que pregunten, no he mentido sobre lo buena que soy en atención al cliente. Pregúntenle a mi jefe en Starbucks. Nadie hace un café con leche de calabaza como yo.

—Ya hemos terminado. —Cerré el currículum—. Puedes marcharte.

—¿Me llamarán para una segunda entrevista?

Le lanzamos una mirada significativa.

—¿Eso quiere decir que no?

—Claro que quiere decir que no. —Señalé a la puerta—. Fuera. Ahora mismo.

Lanzó un resoplido mientras cogía su bolso, y cerró la puerta al salir.

—Como estés pensando en llamarla para una segunda entrevista… —dijo George.

—En lo que estoy pensando es en pasarle una factura por hacerme perder el tiempo.

Cuando estaba borrando su nombre de la lista, una de las chicas de contabilidad, Linda, entró en el despacho.

—Lamento molestarlo sin haber pedido cita, señor Parker —dijo—. Pero acabo de volver a calcular los informes de pérdidas y ganancias de The Grand Rose Hotel.

—¿Y?

—Parece que esas pérdidas recientes no llevan a nada en particular, y que son bastante asumibles. Unos cinco mil dólares al mes. —Se acercó y me entregó una hoja con todas sus anotaciones.

Apreté los dientes. Ninguna pérdida era «asumible» en mi empresa; necesitaba saber siempre a dónde iba cada centavo.

—¿Debería suponer que alguien me está robando? —pregunté.

—Todo lo contrario, señor. El director del Grand Rose está seguro de que las pérdidas se deben a un cliente. En realidad, dice que se deben a un «no cliente».

George y yo intercambiamos una mirada, y supe, sin lugar a dudas, que algún miembro de mi personal estaba mintiendo y robándome. Había pensado que, al arruinar de forma personal las carreras de las últimas personas que se atrevieron a robarme, nunca más tendría que preocuparme por eso otra vez, pero alguien estaba a punto de recibir un duro recordatorio de lo despiadado que podía llegar a ser.

—Dígales que me personaré allí la semana próxima para que puedan explicarme de una forma concluyente cómo un «no cliente» puede robarme miles de dólares sin enterarme —dije con la sangre hirviendo en las venas—. Dígales que quiero que imprima hasta el último papel, y si no se encuentra justificación de cada centavo, los despediré a todos y me aseguraré de que nunca vuelvan a trabajar en esta ciudad. También te despediré a ti si descubro que los estás cubriendo. ¿Necesitas decirme algo más?

—No. —Tragó saliva y se fue hacia la puerta—. Eso ha sido todo, señor.

Revisé todos esos números mentalmente mientras golpeaba el escritorio con los dedos.

«Cinco mil dólares al mes multiplicado por doce meses son sesenta mil dólares al año. Si logran repetir esa hazaña en otras cuatro propiedades, sumaría casi un cuarto de millón. ¿Quién demonios pensaría que no los pillarían al hacer eso?».

—Tengo una idea, Preston. —George me arrancó de mis pensamientos—. Bueno, dejando aparte el hecho de que has amenazado con despedirla, ¿por qué nunca le has pedido a Linda que sea tu asistente personal?

—Le ofrecí el puesto, y ella lo rechazó. Me dijo que ya la hago beber, y además su marido no quiere que pase demasiado tiempo conmigo.

—Vale, ¿y Cynthia?

—Cynthia tiene solo veinte años. —«Y quiere follar conmigo».

—Bueno, quizá podría madurar en el puesto. Tú tenías solo veinte años cuando compraste el primer hotel, y mira cómo transformaste aquella ruina en un lugar de referencia. Mira cuánto has avanzado en los diecinueve años que han pasado desde entonces. Quizás Cynthia sea la próxima Preston Parker en ciernes.

—Te puedo garantizar que no lo es.

—¿No estás dispuesto a darle una oportunidad?

—Ni siquiera quiero pensar en darle una oportunidad.

—Bueno, pues yo creo que es una muy buena idea.

—Déjame demostrarte por qué no lo es. —Marqué la extensión—. Cynthia, ¿puedes venir a mi despacho un minuto, por favor?

—Con mucho gusto, señor Parker.

En cuestión de segundos, entró en mi oficina. Tenía las mejillas coloradas, y la falda, definitivamente, terminaba unos centímetros más arriba que antes.

—Oh. —Se detuvo en seco cuando vio a George—. Pensaba que me decía que viniera aquí para que pudiéramos estar solos. —Se aclaró la garganta—. ¿En qué puedo ayudarle, señor Parker?

—Como sabes, en estos momentos estoy buscando un nuevo asistente personal. Me preguntaba si estarías interesada en el puesto de forma interina si las próximas entrevistas no dan frutos.

—Oh, por supuesto. —Se mordió el labio inferior, sonrojándose aún más—. Si me convirtiera en su asistente personal, ¿significaría que sería su persona favorita para todo? ¿Y que, probablemente, pasaríamos mucho más tiempo juntos?

—Sí.

—¿Que tendríamos reuniones privadas y viajes de negocios nocturnos? ¿A solas?

—Sí.

—¿Que compartiríamos habitación de hotel cuando estuviéramos fuera de casa?

—En absoluto. Por lo general, mi asistente personal tiene su propia habitación cuando es necesario viajar.

—Bueno, no me atrevería a ser una molestia exigiendo una habitación propia. Me encantaría que se ahorrara el dinero, y en nuestra relación nada tendría que ser demasiado formal. —Se acercó con los ojos cada vez más abiertos—. Al menos, no al principio. Eso le facilitaría las cosas, haría que se tomara las cosas con calma, pero tengo que ser sincera y admitir que me gusta que sea más bien salvaje y duro. Si realmente nos llevamos bien, después de que sea su asistente personal durante unos meses, deberíamos hablar de…

—Vale, es suficiente. —George no la dejó terminar—. Gracias por tu tiempo, Cynthia. Ya te llamaremos si las próximas entrevistas no dan resultado.

—Sinceramente, espero que sea así. —Se lamió los labios como un animal muerto de hambre, y me sonrió antes de salir de la habitación.

Cuando ella cerró la puerta, George me miró.

—¿Está haciéndote proposiciones sexuales directas y todavía no la has despedido? ¿Por qué?

—Porque hace un trabajo excelente. Además, es una de las pocas personas del equipo que no llora cada vez que le pido varias cosas a la vez.

—Tomo nota. —Cogió el ordenador portátil y lo puso en el borde de mi escritorio—. Antes de ponernos con los negocios de hoy, quería preguntarte una cosa. ¿Vas a ir a casa a ver a tu familia estas fiestas? Sé que normalmente no lo haces, pero estoy cuadrando tu agenda y me gustaría saberlo con tiempo.

—Yo no tengo familia —dije secamente—. Ya hemos discutido esto antes.

Por muy bien que me llevara con George, las discusiones sobre mi familia (o la falta de ella) estaban prohibidas. Nunca hablaba de ella con nadie, y eso era algo que no iba a cambiar.

—Ya sé lo que piensas de este tema, pero yo… —Cambió de tercio cuando vio la expresión de mi cara—. De acuerdo, estos son los datos del último estudio.

Me mostró sus últimos hallazgos y se centró en las cuestiones que quería discutir, y después de cuatro horas de internarnos en las ramificaciones legales del último contrato, abandonó mi oficina.

Todavía inquieto, y con ganas de ocupar mi tiempo con el trabajo, le pedí a Linda que me enviara un correo electrónico con los números contables finales del Grand Rose para poder estudiarlos por mí mismo. En el momento en que terminé de volver a calcular el déficit, supe que algo no encajaba.

Todas las pérdidas habían tenido lugar los tres mismos días de la semana, y por la razón que fuera, todas habían ocurrido por la mañana. Miré la tabla donde estaba anotado el dinero en efectivo y vi que todos los asientos correspondían a esas fechas.

Hirviendo de ira, pedí a Recursos Humanos que preparara el despido de la directiva en bloque, y le dije a George que pusiera al equipo legal a preparar una demanda.

Luego cogí el teléfono y llamé al hotel directamente.

—Soy Preston Parker. Iré por ahí mañana para despedir a quien sea que me haya estado robando.