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Esta historia está dedicada a todos los amigos que hice en la universidad.

Desearía que todos pudiéramos volver a ese espacio y ese tiempo, y que todo fuera como antes.

1

En la actualidad
Nueva York

Grayson

«Grayson Connors gana de nuevo el Premio
al Mejor Jugador de la Super Bowl».

«Grayson Connors consigue para Nueva York
otra victoria consecutiva en la Super Bowl».

«El último touchdown de Connors lleva
a Nueva York a ganar a Nueva Inglaterra».

Leí los titulares de la mañana por enésima vez y me obligué a sonreír. Intenté sentir algo, cualquier cosa, pero no me sirvió de nada. No era eso lo que se suponía que se sentía al «ganar», y lo sabía porque…, bueno, casi siempre ganaba.

A pesar de que caía una fuerte nevada sobre Manhattan, fui al balcón y vi a unos obreros instalar una nueva valla que decía: «¡Adelante, Grayson Connors!».

El año pasado había celebrado el campeonato con mis compañeros durante cinco días en una fiesta salvaje en Las Vegas. Habíamos rociado el avión del equipo con botellas de champán de mil dólares, habíamos exigido alojamiento de primera para el mejor equipo de la Super Bowl y habíamos disfrutado de una interminable atención por parte de mujeres que querían saber «qué se siente al acostarse con un campeón».

Pero este año, cuando el reloj del partido llegó a cero con el marcador a favor de mi equipo, no sentí nada. Soporté las entrevistas de los medios de comunicación con una sonrisa falsa en la cara, y no me molesté en volar con el equipo a Las Vegas. Me fui directo a casa y llamé a la policía para denunciar a todas las groupies que esperaban en la entrada.

Decidí hacer mi propia celebración privada, pero cuando examiné los quinientos contactos de mi teléfono, me di cuenta de que solo había dos personas a las que valía la pena llamar: mi madre y mi mejor amigo, Kyle. Por otra parte, a mi madre no le gustaba salir de su casa cuando nevaba si no era para una emergencia, y pedirle a Kyle que lo celebrara conmigo después de haber derrotado a su equipo era un poco egoísta. Incluso para mí.

«Se lo pediré el próximo fin de semana…».

Volví a revisar los contactos, esperando haberme saltado a alguien, pero los resultados fueron los mismos. Frustrado, lancé el aparato contra la pared y encendí la televisión.

Llamaron a la puerta mientras los locutores repasaban sus momentos favoritos del partido del domingo.

Confundido por el hecho de que el portero dejara subir a cualquiera sin pedirme permiso primero, me acerqué y miré por la mirilla.

«¿Anna?».

—Ya hemos hablado de esto, Anna —dije, abriendo la puerta y dejándola entrar—. Se supone que antes de venir tienes que llamar y preguntarme si puedes subir.

—Soy tu agente —se burló, y levantó el teléfono—. He llamado varias veces porque desapareciste después del partido. Como no me has contestado, me he empezado a preocupar. —Miró a su alrededor—. ¿Interrumpo una orgía o algo así?

—No. —Gemí—. ¿Qué es lo que quieres?

—Quería felicitarte personalmente por haber ganado tu segunda Super Bowl. —Me entregó un brillante sobre rosa— . Estoy tan orgullosa de ti que, de hecho, te he escrito esta tarjeta.

—¿Has venido hasta aquí solo para darme una tarjeta?

—Por supuesto que no. —Sonrió y sacó un sobre del bolso—. Tengo algunas cosas que necesito que firmes, y algunos acuerdos urgentes que es necesario negociar.

—Me da la impresión de que todo eso puede esperar hasta la próxima semana.

—Quizá, pero ¿qué pasaría si uno de nosotros muere antes de la próxima semana? ¿Qué pasa si se lesiona tu brazo de oro esta noche o este fin de semana y de repente nadie quiere fichar a un deportista lesionado?

La miré fijamente. Esa mujer era la persona más impaciente que había conocido nunca. También era sin duda la mejor cuando se trataba de hacer su trabajo, pero su ansiedad la hacía incapaz de relajarse, así que nunca se tomaba un día libre. Para ella todo era «urgente», y yo sabía, con solo mirarla, que nada de lo que tenía que decirme ese día era crucial.

—Dispones de veinte minutos —concedí—. No voy a pasarme todo el día dedicado a papeleos.

—Me parece bien. —Llevó el sobre a la sala de estar, encendió la chimenea y silenció la televisión como si estuviera en su casa. Luego se deshizo de los zapatos de tacón y se dejó caer en el sofá, desde donde se puso a reorganizar las revistas ESPN y Sports Illustrated que tenía en la mesa de centro.

—¿Te importaría hacerme una taza de café, Grayson? —preguntó—. Tengo sed.

«Vale, ahora ya te quedan solo cinco minutos».

Vertí café en dos tazas con el lema «Sí, soy así de bueno» y me senté enfrente de ella, preparado psicológicamente para resolver cuanto antes aquel coñazo.

—Empecemos primero con lo más sencillo —propuso, tendiéndome el teléfono—. Las páginas de chismes online han publicado una foto tuya cenando con una mujer misteriosa en un restaurante de Tribeca hace unas noches. Sé lo irritante que te pones con todo lo de la privacidad, así que si quieres acabar con las especulaciones, ¿que prefieres, confirmar que tienes una nueva novia o decirles que es solo una aventura?

—Me gustaría decirles que se fueran a la mierda. —Puse los ojos en blanco—. Estaba invitando a mi madre a cenar. Era su cumpleaños.

—Ahh… —Toqueteó el teléfono con rapidez—. Vale, bueno, eso ya está solucionado. Segundo, tendrás que leer estas enmiendas al contrato y tenerlas firmadas mañana. Hablando de enmiendas, la última vez que hablamos…

Desconecté de lo que seguía diciendo y disfruté de mi café mientras ella hablaba a mil por hora. No le presté atención porque sabía que cualquier otra frase que saliera de sus labios contendría: «Hablando de ese contrato…», «Necesito que firmes esto…» u «¡Oh! Esto es realmente urgente…». Cuando finalmente dejó de hablar, había pasado una hora.

—Te has alargado cuarenta minutos más de lo previsto —dije, poniéndome de pie—. Lo que no hayamos discutido ya tendrá que esperar. Con suerte, ambos estaremos vivos para entonces.

Se rio.

—Vale. No te olvides de la reunión de tu curso en la universidad de Pittsburgh. Necesitarás tres trajes como máximo, algo que ponerte para ir al campo de golf y tu vieja camiseta de la universidad, por supuesto. Delta Airlines ha prometido dejarte reservados dos asientos de primera clase en todos los vuelos de Nueva York a Pittsburgh de mañana, así que no es necesario que te apures.

—¿Qué? —Arqueé una ceja—. ¿De qué coño estás hablando?

—Estoy hablando de la reunión de tu curso. Es este martes por la noche.

—¿Desde cuándo hacen reuniones de la universidad a los siete años de graduarte? —pregunté.

—Supongo que desde que tu curso está lleno de triunfadores. —Me dio un sobre de color marfil.

Abrí la invitación e inmediatamente recordé cuando me la había entregado por primera vez hacía meses, cuando había aceptado «hacer lo que fuera que necesitaran que hiciera».

«Es evidente que no pensaba con claridad».

—Han pedido que des dos discursos —continuó—. Uno antes de los fuegos artificiales y otro en la ceremonia de despedida. He esbozado un borrador de los dos discursos, una lista de temas adicionales que puede que quieras tocar y una composición de fotos con tus recuerdos de la universidad que quizás quieras revisar mientras vamos en el avión. De nada.

—No recuerdo haberte dado las gracias. —Negué con la cabeza y le devolví la invitación—. No voy a ir. Arréglalo todo en ese sentido.

—Grayson. —Palideció—. Tienes que saber lo horrible que quedará que te eches atrás el día anterior. Eres el invitado sorpresa, el orador invitado a la fiesta.

—No me importa. —Me alejé de ella. Solo había una persona que me podría haber hecho considerar la posibilidad de ir a esa reunión, y como ella no había acudido a ningún evento de exalumnos al que yo hubiera asistido en los últimos años, no era necesario que perdiera el tiempo—. Diles que ha surgido algo. También puedes decirles que estoy más que dispuesto a dar el discurso por Skype.

—Grayson, escucha…

—No voy a cambiar de opinión. —Mantuve la voz firme—. Fin de la discusión.

—Vale. —Se puso de pie—. Bueno, ahora que has decidido que no vas a la reunión, supongo que podemos dejar listo lo de la renovación del contrato con Nike. Voy a almorzar con algunos de los miembros del equipo mañana, y puedo acelerar el proceso, si es que va adelante.

—Claro. —Había renunciado oficialmente a la idea de que ella supiera y aceptara cuándo una reunión terminaba hacía mucho rato.

—¡Genial! Lo programaré. —Se puso los zapatos y se dirigió hacia la puerta.

Me acerqué al lugar donde había tirado el teléfono antes de que ella llegara y lo recogí, algo sorprendido de que todavía siguiera de una pieza. Antes de que pudiera llamar al portero para decirle que Anna no era una excepción a la regla de «Llámame antes de dejar subir a alguien», oí que se aclaraba la garganta.

—¿Sí, Anna?

—Quería preguntarte una última cosa —dijo—. ¿Has visto la nota sobre Charlotte Taylor?

—¿Qué? —Me di la vuelta—. ¿Qué acabas de decir?

—Charlotte Taylor. —Se encogió de hombros y sostuvo la invitación en alto—. Había una pequeña nota en la parte de atrás sobre ella. ¿La has visto?

No respondí. Me acerqué a ella y le arranqué la tarjeta de las manos. Al darle la vuelta, vi una nota escrita a mano con tinta púrpura:

«Grayson:

Espero que todo te vaya bien.

Sé que no hablamos desde hace mucho tiempo, pero entre tú y yo… Charlotte Taylor confirmó su asistencia a la reunión hace unas semanas.

Pensé que querrías saberlo.

Nadira».

Miré fijamente la nota durante varios segundos, sintiendo cómo me hervía la sangre con cada palabra escrita.

No había sabido nada de Charlotte desde que me había graduado en la universidad. Había derrochado miles de dólares buscándola durante el primer año después de que me dejara, y todo lo que encontré fueron confirmaciones de que se había mudado al extranjero, había comenzado una nueva vida y se había casado con alguien que no era yo.

La simple mención de su nombre me traía todos los recuerdos de lo que una vez tuvimos juntos. Lo que una vez juramos que nunca llegaría a su fin.

Hasta el día presente, nunca había amado a nadie como la había amado a ella. ¡Joder!, si era sincero, debía decir que no había amado a nadie más porque ninguna otra mujer podía compararse con ella, y aun así me cabreaba cada vez que recordaba que ella nunca había tenido la decencia de despedirse de mí.

—Bueno, supongo que eso es todo —dijo Anna—. Pero ¿sabes?, creo que podemos matar dos pájaros de un tiro durante el almuerzo con los directivos de Nike, si no te importa. Además de conocer a los representantes, podemos por fin firmar esos dos cortos…

—No asistiré al almuerzo de mañana. —Revisé la nota manuscrita una última vez, y supe que no iba a poder concentrarme en nada más el resto del día—. Voy a asistir a la reunión de la universidad.

—Vale, pero no es hasta el martes por la noche, Grayson. Así que puedes asistir al almuerzo del lunes, firmar los papeles e ir a Pittsburgh por la tarde.

—Voy a subirme a un avión para ir esta misma tarde.

2

Siete años antes
Pittsburgh

Charlotte

Estaba segura de que debía de haber un lugar especial reservado en el infierno para los tutores que te habían llevado por el camino equivocado durante la carrera universitaria.

Al menos, esperaba que así fuera para que mi despistado tutor supiera lo que se siente al poner tu futuro en las manos equivocadas.

—Bueno, esto es un verdadero problema, Charlotte. —Dio golpecitos en el escritorio con los dedos—. Incluso contando las clases extra a las que has asistido, te faltan seis créditos para conseguir el título de Ciencias Políticas. No puedo creerme que tú, de entre todas las personas, no te hayas dado cuenta de esto antes. Se supone que eres una de mis alumnas más inteligentes.

—¿En serio me está echando a mí la culpa de esto?

—No te estoy echando la culpa directamente —rectificó—. Solo digo que para ser una chica tan preocupada por su carrera, deberías haber sabido que no habías recibido todos los cursos de Ética. Joder, estudié Ciencias Políticas hace décadas, e incluso yo mismo sé que Ética III y Ética IV son asignaturas obligatorias.

Me mordí la lengua, intentando reprimir el impulso de gritar.

—Aunque viendo el lado positivo de la cuestión —dijo sonriendo—, has completado todos los créditos que necesitas para obtener el título en Arte, así que al menos tienes ese. Porque, de todas formas, ¿quién necesita tener dos títulos?

—Señor Henderson… —respiré hondo—, con todo el respeto del mundo: si solo me faltan seis créditos, no tiene sentido que no obtenga los dos títulos, ¿verdad? ¿Está seguro de que no hay cursos alternativos a los que pueda asistir en lugar de Ética III y Ética IV?

—El doctor Bradshaw ofrece una beca en su empresa este año. Eres la candidata perfecta, y estoy seguro de que le encantaría poder contratarte.

—No es posible. —Negué con la cabeza—. Ya estoy intentando obtener dieciocho créditos este semestre, y soy asistente de los residentes de primer año. Una beca como esa supondría un auténtico suicidio.

—Bueno, siempre nos queda el semestre de verano. —Sonrió—. Tranquila, te graduarás con tu curso. Solo necesitas entonces esos seis créditos.

—Hace diez segundos ha dicho que los cursos de ética no se imparten en verano. Lo acaba de decir literalmente.

—Oh, claro… —Respiró hondo y miró la pantalla—. Bueno, vale, necesito que me facilites unos minutos a solas para que pueda resolver este problema.

—¿Quiere que me vaya?

—Sí. —Señaló la puerta—. Sal y déjame estar a solas con mis pensamientos. Y mientras esperas fuera, ve a buscarme un café.

¡Agg!

Cogí la mochila y salí de su despacho para ir a la sala de estudio.

Mientras servía una taza de café, le oí decir: «¡Mierda, mierda, mierda!» y llamar a su secretaria.

Estuve tentada de añadir sal a su café en lugar de azúcar, pero decidí esperar hasta que se le ocurriera un plan de acción que se pudiera hacer real. No dejaba de sorprenderme la indiferencia que mostraba con respecto a ser tutor, y que siempre tuviera un «problema menor» al principio de cada semestre. Si no hubiera sido por el hecho de que uno de los decanos de la universidad me había animado a obtener doble titulación con Arte, no habría sacado ni siquiera un título.

Me apoyé en una de las ventanas que daban a la bahía y miré el campus, que se extendía a mis pies. Por muchas veces que intentara describirlo a los amigos que había dejado en casa o pintarlo en mis lienzos, siempre parecía diferente.

El «campus» de la universidad de Pittsburgh no se asemejaba en nada a otros campus universitarios. En lugar de acres de exuberante césped verde con edificios de ladrillo rojo y pabellones, el campus de Pitt era más bien una ciudad en miniatura con edificios universitarios y residencias estratégicamente situadas donde no tenían cabida empresas, restaurantes u hospitales. La Catedral del Aprendizaje, el enorme monolito de color tostado que se alzaba más arriba que las residencias y los sindicatos de estudiantes, era el único edificio que anunciaba claramente que las veinte manzanas que se extendían por el barrio de Oakland eran parte de una universidad.

En todos los folletos promocionales, la universidad mostraba al menos veinte imágenes de los alumnos estudiando bajo el sol en el césped, que se extendía delante del museo militar Soldiers and Sailors, o lanzando frisbees por el parque de estudiantes. Por su conveniencia, no mencionaban el hecho de que esos lugares solo eran utilizables durante dos meses al año, porque Pittsburgh era el lugar que ocupaba el segundo puesto detrás de Seattle en lo que se refería a cielos grises y lúgubres.

Mientras veía a un chico correr por la calle con un globo, sentí que el teléfono me vibraba en el bolsillo. Una llamada de mi mejor amiga, Nadira.

—¿Hola? —respondí con un susurro.

—¡Hola! ¿Dónde estás?

—Estoy en el rectorado con mi tutor. ¿Puedo llamarte luego?

—Esto solo me llevará cinco segundos —dijo—. Solo quiero estar segura de que asistirás a la fiesta de los helados esta noche.

—No puedo. Esta es la noche en la que lanzamos la fiesta de bienvenida en la residencia, ¿no te acuerdas?

—No, no, no. No vamos a lanzar nada. Preparemos los aperitivos y luego iremos a la fiesta de los helados, porque nadie va a las fiestas de las residencias que ofrece la universidad, Charlotte. Y lo sabes.

—La gente asistirá porque yo soy la organizadora —aseguré—. He redactado las invitaciones a mano e incluso he hecho un cartel nuevo.

—¡Dios! —gimió—. Mira, soy tu mejor amiga y tu compañera de cuarto, y no voy a ir ni siquiera yo. Te lo dije la semana pasada.

—Me dijiste que era porque tenías una cita.

—Te mentí. —Se rio—. No acepto un no como respuesta. Es tu último curso, y este año, por fin, vas a disfrutar de la parte social de la universidad. Vas a ir a una fiesta cada fin de semana, vas a ir al menos a cuatro partidos de fútbol americano conmigo, y, además de todas las locuras imprudentes que nunca volverás a tener la oportunidad de hacer de nuevo en tu vida, vas a ir a la fiesta de los helados esta noche. Lo mejor de esta fiesta es que podemos mirar a los miembros del equipo de fútbol americano mientras se quitan la camiseta y corren por el césped.

—Vale… Te veré allí. —Colgué y le envié un mensaje.

Iré, pero solo me quedaré treinta minutos. (¿De verdad vamos a empezar así el último curso? 😵).

Te quedarás hasta el final. (¿Qué mejor manera de empezar el curso que ver a Grayson Connors sin camiseta? 😊). #AdelantePanthers.

Puse los ojos en blanco, ni siquiera me molesté en responder a eso.

—¡Puedes venir ahora a mi despacho, Charlotte! —El señor Henderson me llamó unos minutos después, y regresé a su oficina, donde le entregué el café antes de tomar asiento.

—Acabo de hacer unas cuantas llamadas, y estás de suerte. —Deslizó hacia mí un papel por encima de la mesa—. El decano te va a permitir obtener esos créditos durante los dos próximos semestres a través de un programa de tutoría entre iguales.

—Entonces, ¿es como otro trabajo?

—Uno superfácil —explicó—. Solo tendrás que dar clases particulares a alguien una vez a la semana. Pondrás tú misma el horario, y recibirás créditos por hacerlo. Personalmente creo que es una alternativa mucho más dulce que cursar las dos asignatura de ética. Por cierto, este café está un poco amargo; podrías traerme otra taza cuando salgas.

«Por favor, que haya un sitio en el infierno para él».

—Lo de la tutoría sería muy dulce si no estuviera intentando conseguir una buena puntuación para los estudios de posgrado.

—Estás bromeando, ¿verdad? —Se rio—. Casi obtuviste una puntuación perfecta en el primer intento. Conseguir unos puntos extra no cambiará el hecho de que puedes entrar en cualquier escuela de leyes que quieras. —Se reclinó en la silla—. Además, una vez que el decano se dio cuenta de que hablaba de ti, insistió en que hiciéramos algo sencillo para que pudieras intentar disfrutar de tu último curso. Todo irá bien.

«¿Bien…?».

—Bueno, ¿qué materia tendré que enseñar?

—Literatura inglesa —explicó, entregándome otro papel—. Llamaré de nuevo al decano para asegurarme de que no falta nada, pero te enviaré más información a finales de esta semana para que puedas seguir adelante y fijar la hora para reunirte con el otro estudiante.

—Gracias, señor Henderson.

—De nada. ¿Puedo ayudarte en algo más?

—No, nada más. —Me puse de pie.

—¡De acuerdo, genial! Bueno, si no te importa traerme otro café antes de…

Salí de su oficina antes de que pudiera terminar la frase, y fui directamente a los ascensores. En el momento en que las puertas se abrieron, entré y apreté el botón para ir a la planta baja.

Lo único que necesitaba hacer esa tarde era comprar un nuevo juego de pinceles e intentar pasar el resto del día sin escuchar las palabras «¡Vamos, Panthers! ¡Adelante!».

El ascensor se detuvo en el segundo piso, y entró un grupo de chicas con muchos globos azules y dorados.

—¡Hola! ¡Ten! —Una de ellas me entregó un globo al tiempo que decía precisamente—: ¡Vamos, Panthers! ¡Adelante!

Suspiré.

—Gracias.

—¡No, no, no! Se supone que tienes que responderme con otro «¡Vamos, Panthers! ¡Adelante!». —Sonrió.

Parpadeé.

—¡Vamos, Panthers! ¡Adelante! —Lo repitió, como si eso fuera a hacer que lo dijera—. ¡Vamos, Panthers! ¡Adelante!

Entonces, el virus contagioso del espíritu de la universidad se extendió al resto de las chicas, que empezaron a cantar las palabras cada vez más fuerte.

Las puertas del ascensor se abrieron de golpe en el vestíbulo y salí rápidamente, topándome de narices con un brillante mar de adornos azules y dorados. Cada columna, mostrador y pared estaban cubiertos con los colores característicos de los Pitt. El espacio estaba preparado para la preocupación número uno en esa época del año de todo el mundo: el fútbol americano.

Los sábados eran días de partido, y el resto de días de la semana se habían convertido simplemente en un precalentamiento para ello. El frenesí se había incrementado justo antes de que yo hiciera primero, cuando aterrizó en el campus un fenómeno engreído del instituto llamado Grayson Connors. Un fenómeno que los había llevado a conseguir tres títulos nacionales seguidos y que había hecho que en esa ciudad solo se hablara del equipo de fútbol.

Bueno, era de lo que hablaba todo el mundo salvo yo. Aunque me encantaba el fútbol americano, evitaba los partidos como si fuera la peste, y les cedía los pases de temporada con descuento que me correspondían a mis padres. Nunca iba a fiestas importantes, y hacía lo posible por no dejarme apresar por aquella fiebre publicitaria que envolvía al equipo. Reservaba los sábados para el arte, el café y las interminables repeticiones de Friends.

Y a pesar de lo que decía Nadira, iba a asegurarme de pasar la mayoría de los sábados de ese curso de la misma manera.

Esa noche, me tomé mi tiempo para ir a la fiesta de los helados en el club de estudiantes. En el primer curso ya me había dado cuenta de que ese era el lugar donde los estudiantes de cursos superiores se aprovechaban de las chicas de primero, y durante el segundo curso me convencí de que lo mejor era no detenerme al ir: pedía el helado, saludaba a los conocidos y me iba. Estaba a salvo siempre y cuando me fuera antes de que los jugadores del equipo llegaran para quitarse la camiseta y se retaran a dar cuenta de los restantes cubos de helado.

—¡Charlotte! —me saludó Nadira desde la cola—. ¡Aquí!

Me colé por delante de algunas personas, ignorando sus gemidos, y ella me tendió una taza de helado de cereza.

—Vaya, hoy estás impresionante. —Sonrió y le dio un tirón a mi brillante vestido veraniego azul—. Ya te lo he dicho antes, pero te lo repetiré de nuevo: no te mereces tener tanto sentido de la moda. No es justo.

—Gracias. —Me reí—. He estado revisando los números de las habitaciones de la residencia estudiantil y habrá veinte novatos más en nuestra planta este año. Eso es algo bueno, ¿verdad?

—Eso es algo terrible —suspiró—. Eso significa que tendremos que revisar más habitaciones para comprobar que no violan las normas sobre el alcohol y que serán más los chicos que se colarán a escondidas después del toque de queda. Por otro lado, viendo la parte positiva, ya que la habitación de al lado va a quedar vacía, cuando necesite echar un polvo, será agradable tener una habitación que usar en lugar de pedirte que te vayas.

—Qué conveniente para ti… —Me reí y me puse las gafas de sol a juego, y empecé a preguntarle qué turno prefería esa semana, pero el sonido delatador de la llegada del equipo de fútbol americano interrumpió mis pensamientos.

De repente todo el mundo se puso a aplaudir y corear a gritos «¡Vivan los Pitt!» y ese otro eslogan del que me había escapado antes. Y entonces, como de costumbre, empezaron a sonar los gritos de «¡Dios mío! ¡Dios mío!». Como si estuviéramos en un universo paralelo y esos jugadores de fútbol no fueran a estar sentados a nuestro lado en algunas clases al día siguiente.

—Bueno, esa es la señal —dije, mirando a uno de los que servían los helados—. Tomaré dos bolas de helado de crema de cacahuete para llevar.

—¡Oh, venga ya! —Nadira agarró mi taza de helado y me empujó hacia el césped—. Una hora. Quédate una hora por mí.

—Vale. —Recuperé mi taza y negué con la cabeza mientras el quarterback estrella, el Señor Engreído en persona, se quitaba la camiseta y le tiraba un balón de fútbol hecho de helado a uno de sus amigos.

Aunque no quisiera admitirlo, no podía negar que Grayson Connors era muy sexy. Sinceramente era mucho más que sexy, y hacía girar la cabeza a las chicas allá donde fuera. Sus ojos eran de un asombroso tono azul oceánico. Su sonrisa nacarada y blanca con hoyuelos complementarios era del tipo que podía hacer mojar las bragas de cualquier mujer, y todo su cuerpo, sus abdominales duros como una roca, los tatuajes negros que serpenteaban por su brazo izquierdo y lo que se rumoreaba que era «una polla enorme» era suficiente para que cualquier chica lo mirara dos veces.

Su reputación, sin embargo, era todo lo contrario. En todos los años que llevaba allí, solo había tenido un encuentro con él, un breve «Hola», cuando coincidimos en el autobús nocturno del campus, pero había oído muchas historias que me habían hecho querer mantener la distancia. Desde «Se tira a una chica diferente después de cada partido» a «Ha estado dentro de más coños que los ginecólogos del campus», y la que era mi favorita: «Le mide veinticinco centímetros, y lo sabe».

—¡Dios, hace que mis ovarios estallen cada vez que lo miro! —exclamó Nadira—. ¿Cómo puede un hombre ser tan perfecto?

—No es perfecto. —Me metí una cucharada de helado en la boca—. Es un putero.

—No, se rumorea que es un putero. Probablemente es del tipo de «te acompaño al coche», «te beso en la mejilla» y «hago el amor suavemente».

La miré fijamente.

—¡Estoy de coña! —Se rio—. Bueno, si no fuera por su reputación, ¿te acostarías con él si supieras que nadie se enteraría? Sé sincera.

—Puedo ser más que sincera. —Me burlé—. No, nunca me acostaría con él.