COMITÉ DE LECTURA:

Manuel Alberca Serrano, Mechthild Albert, José Aragüés Aldaz,
Jean Alsina, Rafael Angharad, Gero Arnscheidt,
Murielle Borel-Codaccioni, Ana Casas Janices,
Isabel Cuñado, Hanno Ehrlicher, Celia Fernández Prieto,
Teresa González Arce, Rebeca Martín, Gonzalo Navajas, Christine Pérès,
Nathalie Sagnes, Aránzazu Sarría Buil, Georges Tyras, Marc Vitse

Agradecemos al Instituto Cervantes, a AMERIBER, y al Servicio cultural de la Universidad de Burdeos su apoyo financiero, así como a Sebastián de Neymet por la ilustración de cubierta


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

Del exemplum medieval a la ejemplaridad contemporánea

LA PERSPECTIVA DE LOS NOVELISTAS

Isaac Rosa
La ejemplaridad hoy: un pacto de responsabilidad con los lectores

Ricardo Menéndez Salmón
Apuntes para otra estética de la resistencia

Paloma Díaz-Mas
Novelas históricas, novelas ejemplares

PRIMERA PARTE. LA EJEMPLARIDAD: UN PACTO DE RESPONSABILIDAD CON LOS LECTORES

Geneviève Champeau
La ejemplaridad literaria en tiempos del realismo social

Catherine Orsini-Saillet
Ejemplaridad y ambigüedad en la obra novelesca de Rafael chirbes

Isabelle Steffen-Prat
La nueva ejemplaridad de Marcos Ana

Yannick Llored
La ejemplaridad del compromiso literario de Juan Goytisolo en Las semanas del jardín

Amélie Florenchie
Isaac Rosa o la «escritura responsable»

SEGUNDA PARTE. APUNTES PARA OTRA ESTÉTICA DE LA RESISTENCIA

Benoît Mitaine
Tiempo de silencio: érase una vez la revolución literaria. En torno a un ejemplo ejemplar de contraejemplaridad

Antonio Francisco Pedrós-Gascón
La novelas «ejemplares» de José Manuel Caballero Bonald: latinoamericanismo y disidencia ideológica en la España del franquismo

TERCERA PARTE. NOVELAS HISTÓRICAS, NOVELAS EJEMPLARES

Isabelle Touton
Ejemplaridad de la narrativa-reescritura de Paloma Díaz-Mas

Agnès Delage
Manuel Vázquez Montalbán y la novela posthistórica. La ejemplaridad política en O César o nada (1998)

CUARTA PARTE. Y … LA CONSTRUCCIÓN DE GÉNERO(S):
NUEVOS EJEMPLOS FEMENINOS, JUVENILES Y RECONFIGURACIÓN DE LO MASCULINO

Maylis Santa-Cruz
Las niñas ejemplares en Nosotros, los Rivero de Dolores Medio

Myriam Roche
José María Guelbenzu: en busca de la figura femenina ejemplar

Isabelle Fauquet
Trayectorias ejemplares en Hay algo que no es como me dicen. El caso de
Nevenka Fernández contra la realidad, de Juan José Millás

Philippe Merlo
La ejemplaridad en la literatura infantil: el caso de la obra de Laura Gallego García

Nicolas Mollard construcción y deconstrucción. Figuras ¿ejemplares? en cuatro relatos de Ricardo Menéndez salmón

SOBRE LOS AUTORES

INTRODUCCIÓN

DEL EXEMPLUM MEDIEVAL
A LA EJEMPLARIDAD CONTEMPORÁNEA

El presente volumen reúne diecisiete contribuciones en torno a la noción de ejemplaridad en la narrativa española contemporánea. Las nociones de modelo y la subsiguiente de ejemplaridad proceden de una larga tradición literaria, que, como se sabe, se remonta al exemplum. Por ello mismo, puede sorprender que se traigan a colación esas mismas nociones a propósito de la novela contemporánea, en una época en que se suele decir que han perdido vigencia los cánones literarios y se supone que ya no hay consenso acerca de las normas de comportamiento. Es más, al ser asimilada a las etiquetas tan peyorativas de «moralista» o «moralismo», la ejemplaridad no debería de gozar de gran prestigio entre los intelectuales y los artistas desde la desaparición de un régimen —el franquismo—, cuyas raíces pretendían hundirse precisamente en la moral más «pura». Cabe preguntarse si, a pesar de todo, sigue siendo posible y relevante reivindicar hoy por hoy un derecho a ser un escritor «ejemplar», a escribir una literatura «ejemplar», sin ser tachado de retrógrada o de reaccionario. Los novelistas y académicos que han participado en esta reflexión responden afirmativamente, indicando qué nuevos planteamientos suscita la ejemplaridad y a qué nuevos retos responde.

La ejemplaridad, como hemos señalado, se enmarca dentro de una tradición literaria de la que, sin embargo, siguen valiéndose los escritores actuales, a veces no tan conscientemente; ante todo, porque el ejemplo forma parte de nuestro discurso, de nuestro logos. Así es como el exemplum es una de las más antiguas figuras de la inventio retórica definida por Aristóteles y uno de los dos medios de la persuasio: un argumento que pertenece al ámbito de lo jurídico y opera por analogía o inducción. El orador presentaba una corta comparación o una breve fábula, sacadas de la historia o de la mitología (reales), o inventadas (ficticias), protagonizadas por personajes admirables, para sacar de ellas conclusiones relativas al presente. En cambio el modelo, como el ejemplo en Platón, constituye la fuente prototípica —o sea primera, única o arquetípica, «que colma la ley» (Macé 2007)— de las características de un objeto concreto.

En la Edad Media y el Siglo de Oro español, dos campos de aplicación religiosos destacan: el de la predicación (más bien heredera de la concepción aristotélica del ejemplo como argumento) y el de la hagiografía (más deudora de Platón, puesto que los santos suelen encarnar el prototipo de una cualidad, una conducta, etc.). José Aragüés Aldaz (1999), al rastrear las ocurrencias del término ejemplo en los tratados de aquellas épocas, hizo patente una gran variedad de uso y no pocas contradicciones, lo que le llevó a establecer una distinción entre un sentido laxo y un sentido restringido del término. En Francia, Jacques Le Goff definió el ejemplo tal como se entiende en los sermones medievales: «[…] relato breve dado como auténtico y destinado a ser integrado en un discurso (la mayoría de las veces sermones) para convencer a un público y aleccionarle»1 (1982: 36; traducción nuestra). Se trataba de un instrumento de edificación al servicio de la religión caracterizado por su narratividad, su brevedad, su veracidad o autenticidad, la dependencia con respecto a otro discurso, su finalidad retórica (persuadir), y su dimensión didáctica y pragmática, haciendo necesaria la vinculación del locutor y del receptor en torno a una misma creencia. Su función era instilar deleitando normas de comportamiento y, en última instancia, facilitar la salvación eterna del destinatario. Respecto a argumentos puramente racionales, el ejemplo permitía la visualización, una comprensión más inmediata, la memorización y la movilización de las emociones. Con ejemplos a contrario, los sermones procuraban a menudo infundir miedo a la damnación y recordar al hombre que debía hacer uso de su libre albedrío para resistir las tentaciones de Satanás (y de su auxiliar favorito: ¡la mujer!).

La literatura hagiográfica propone sobre todo ejemplos a maiora, siendo los santos modelos ideales, hacia los que el cristiano tiene que tender sin intentar identificarse con ellos. Si bien las biografías de santos suelen evidenciar una imitación de la vida de Jesús, de los apóstoles, los evangelistas o de otros santos, los fieles tienen que saber imitar sin seguir al pie de la letra la conducta del santo, ya que los conduciría al pecado de orgullo. Las vidas de santos medievales y áureas estudiadas, entre otros, en España por Fernando Baños Vallejo (2005) y José Aragüés Aldaz (2005), y en Francia por el grupo Lemso (Framespa) de la Universidad de Toulouse (Vitse 2005), también han dado pie a múltiples estudios de género en Estados Unidos, por el protagonismo que tienen en ellas las mujeres: «ni la formulación novelesca más feminista (como la de la novela sentimental española […]) puede medir fuerzas con la hagiografía femenina, que pone ante los ojos del lector a verdaderas heroínas» (Gómez Moreno 2008: 216).

Ahora bien, muchos géneros literarios clásicos y modernos parecen ser deudores de la literatura ejemplar o, por lo menos, comparten con ella rasgos genéricos. Fuera del ámbito de la ficción, no podemos dejar de pensar en los espejos de príncipes y en el género biográfico. Desde los cantares de gestas hasta Cervantes pasando por los libros de caballería, como mostró Ángel Gómez Moreno en Claves hagiográficas de la literatura española (del «Cantar de mio Cid» a Cervantes) (2008)2, se encuentran huellas de la literatura hagiográfica mucho más significativas de lo que se suele imaginar. Ni siquiera escapan de esta influencia la novela realista decimonónica —quizá en su tendencia más modernista, como algunos textos de Emilia Pardo Bazán (Sanmartín Bastida 2002: 262-264 y 585-587)—, o las obras de la Generación del 98 (se impone la referencia a San Manuel Bueno, Mártir de Miguel de Unamuno).

Recordemos, por otra parte, que paralelamente a su uso en la literatura de predicación, el exemplum se desarrollaba en colecciones orientales de ejemplos y sentencias escritas u orales anónimas, traducidas o adaptadas al castellano (muchas de ellas derivadas del Panchatantra). Las más conocidas son sin duda las dos colecciones del siglo XIII: Calila e Dimna, cuyos protagonistas son animales, y El Sendebar o libro del engaño de las mujeres, que se dirige a un público masculino para enseñarle a desconfiar de la astucia y perversidad de las mujeres. Consisten en una sucesión de relatos enmarcados, que presentan situaciones arquetípicas, personajes desprovistos de psicología, una contextualización mínima que, por amplificación o hipérbole, va a impactar al lector. Desembocan en una generalización y un juicio ético a menudo formulado por el filósofo o consejo real (la moraleja) vinculado con el relato marco y la lección que debe sacar del ejemplo el soberano. En un cuarto momento, y por analogía, es al lector u oyente a quien le corresponde descontextualizar y recontextualizar el ejemplo para sacar del relato una regla que oriente su propia conducta. La eficacia del dispositivo didáctico depende de la existencia de unos valores que todos compartan, de un sistema moral preexistente. En este tipo de literatura, existe una relativa convergencia entre las tradiciones orientales y la cristiana (ejemplos menos humorísticos serían los de don Juan Manuel en El conde Lucanor, o Libro de Patronio del siglo XIV).

Pero, si bien la literatura ejemplar o hagiográfica dio lugar a obras edificadoras y conformistas, los relatos ejemplares no dejaron de llevar en germen parodias que intentaron atentar a la moral oficial o criticar la hipocresía vigente (por ejemplo, en la anónima Carajicomedia que, en una estructura hagiográfica, sustituye a los santos por prostitutas) y además inspiraron ficciones moralmente ambiguas. En unos tiempos en los que se censuraban violentamente las heterodoxias en España, se dieron muchos casos de obras que desarrollaban ejemplos enfrentados con la moral oficial, pretextando en algún prólogo servir de escarmiento, como lo hace Juan Ruiz en su Libro de buen amor:

E Dios sabe que la mi intención non fue lo fazer por daar manera de pecar nin por maldezir; mas fue por reduçir a toda persona a memoria buena de bien obrar, e dar ensiemplo de buenas costumbres e castigos de salvaçión (1985 [1330, 1343]: 64).

Cuando los personajes contraejemplares son protagonistas de relatos largos y detallados, aunque abocados a un final desgraciado o censurados en su conducta por algún narrador, sus palabras, sus actitudes pueden aparecer también como modelos y sus autores ser a veces acusados de poner en tela de juicio, indirectamente, el sistema de valores comunes. Son ejemplos muy conocidos de esta ambigüedad ideológica La Celestina de Fernando de Rojas o el anónimo Lazarillo de Tormes. Anunciar una ejemplaridad que aparentemente acata la norma para presentar mejor personajes condenables desde este punto de vista, pero que acaban despertando en el lector empatía o admiración, es, desde luego, un recurso recurrente de la literatura libertina.

En el ámbito español no se puede obviar la obra de Cervantes en su relación con la literatura ejemplar que se trata larga y tendidamente en el libro colectivo dirigido por E. Bouju, A. Gefen, G. Haucœur y M. Macé (2007). Nos limitaremos a recordar algunos de sus aspectos. La ejemplaridad literaria es uno de los temas principales del Quijote. Don Quijote imita de manera rígida, literal, a sus modelos, los héroes de libros de caballería, sin contemplar la distancia que separa su mundo del de ellos (distancia temporal y distancia entre la realidad y la ficción). Su modelo justifica todas sus acciones, le sirve de única guía en una perspectiva de emulación: para llegar a ser el mejor de los caballeros de todas las épocas, quiere «colmar la ley». El caballero andante encarna la aporía de la lectura en primer grado (Bouju 2007). Sin embargo, como se explicita en la segunda parte en respuesta a las críticas que alberga la versión apócrifa de Avellaneda, sí que se ambiciona una lectura ejemplar, aunque no dogmática: Cervantes pretende dar acceso a una lectura en segundo grado, es decir, crítica (Hautcœur 2007: 154).

Por otro lado, y paradójicamente, el mismo personaje de Cervantes fue considerado como un español modélico, ejemplar de un alma española preñada de ideales, por ciertos lectores románticos y autores de la Generación del 98. Desde los años sesenta, es la propia novela la que se considera ejemplar de la novela moderna, e incluso posmoderna, por ser paródica, especular, híbrida, metaficcional, por incluir una crítica literaria y una autocrítica, etc. Un ejemplo que no puede ser igualado: «Une parodie devenue parangon» (Nabokov, en Perrot-Corpet 2007: 198)

En cuanto a la «ejemplaridad» de las Novelas ejemplares, es todavía objeto de muchas controversias. En algunos casos, la crítica ha hecho una lectura puramente moralista, pero el antididactismo, la falta de moraleja clara y la propia declaración prologal de Cervantes hacen dudoso el contenido de la verdadera lección: «no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso, y si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas como de cada una de por sí» (Cervantes 1982 [1613]: 63-64). En otros casos, se ha entendido la ejemplaridad en un sentido puramente estético, ya que Cervantes declara ser el primero en novelar en lengua española. La ambigüedad, también patente en el Persiles, nos deja pensar que, si hay una ejemplaridad moral en esos relatos —que a lo mejor no son todo lo ortodoxo que quisieron dejarlo pensar los adeptos de la Contrarreforma—, sería más bien la de un cristianismo humanista, tolerante y caritativo (Lavocat 2007). En cualquier caso, la lección no se da directamente: el lector, al que se considera libre y capaz de sacar sus propias conclusiones, ha de acceder al sentido del texto gracias a una comprensión afectiva, y sacando provecho de la empatía que despiertan en él los personajes (Corréard 2007).

Con todo, las Novelas ejemplares han nutrido hasta hoy la narrativa española, valgan como ilustración algunos libros del siglo XX: la antifranquista colección de relatos históricos reunidos bajo el título de Los usurpadores (1949), escritos por Francisco Ayala en el exilio3, la serie de microrrelatos paródicos titulada Crímenes ejemplares que Max Aub publicó en México en 1957 o la variación más reciente de Enrique Vila-Matas en Suicidios ejemplares (1991).

La cuestión de los modelos sigue vigente en el siglo XIX, tanto en el ámbito político como moral y artístico. Políticamente, los románticos liberales exiliados volvieron la mirada hacia los modelos ingleses y la Revolución Francesa. La narrativa romántica consagró, desde un punto de vista formal, la ejemplaridad de la música, modelo para todas las artes, e hizo del poema, por su proximidad con ella, el género literario más «puro». En la segunda mitad del siglo, los novelistas realistas y naturalistas intentaron interpretar la sociedad recurriendo a modelos sacados de la naturaleza, de las ciencias (en particular biológicas) y el escritor pretendió emular al científico. Pero se reprochó a la mirada de entomólogo de los naturalistas una falta de ejemplaridad moral, desde un punto de vista católico, como lo ilustra, por ejemplo, el ensayo de Emilia Pardo Bazán, La cuestión palpitante.

Por consiguiente, de un modo u otro, la cuestión de la ejemplaridad de la literatura siempre se planteó de forma explícita, y fue utilizada y discutida hasta, por lo menos, mediados del siglo XX. En efecto, en los años veinte y treinta se refleja la batalla ideológica que sacude la sociedad española en los relatos de las publicaciones periódicas populares que quieren influir marcadamente en las mentes y los comportamientos (relatos anarquistas, comunistas, católicos …) y, más tarde, en los cincuenta, la novela del realismo social reivindica otra vez por lo alto su función social, a expensas de cualquier dimensión estética.

Entonces, ¿en qué medida sigue siendo posible una ejemplaridad de la narrativa a finales del siglo XX y principios del XXI? La novela posmoderna bien parece ser el lugar de una ruptura entre moral y estética, el de la más pura intransitividad: la literatura ya sólo hablaría de literatura. Su apertura, su polisemia, el multiperspectivismo y las técnicas antiilusionistas parecen incompatibles con una inducción normativa de las conductas (Gefen 2007), y la novela de tesis, a la que se reprocha una concepción ancilar de la literatura, se ha convertido en antiejemplo para la novela posmoderna. Lo que sí se acepta de manera consensuada es que algunas obras puedan convertirse en modelos estéticos, que proporcionen claves para otros escritores. No porque inventen nuevos géneros (los epígonos siempre aparecen inferiores al autor ejemplar, quien consiguió desvincularse de sus propios modelos) sino por ofrecer unas concepciones estéticas que cada autor puede apropiarse sin pretender igualar al maestro (y nos topamos otra vez con el modelo aplastante del Quijote en la novela posmoderna). Desde luego, la ejemplaridad plantea la cuestión de la canonización de ciertas obras en la historia de la literatura según los valores de cada época —los «ejemplos» literarios canónicos son también obras a las que es cómodo apelar para lucirse en el campo literario aunque ninguna influencia o lección directa pueda de hecho rastrearse en la obra del autor que se vanagloria de semejante filiación.

Pero, aunque esta idea —¿este prejuicio? (Forest 2007)4— acerca de la autonomía de la literatura sea mayoritaria entre la crítica (que no en la práctica de los lectores), las teorías de la literatura más recientes han vuelto a reflexionar acerca del vínculo que ésta mantiene con el mundo circundante, y han intentando analizar cómo puede influir en el lector, si no de manera explícita y totalmente controlada por el autor, sí de manera más compleja, indirecta y a veces en los lugares menos esperados por el propio autor. Jean-Marie Schaeffer (1999) recuerda que la imitación es la base de cualquier aprendizaje y demuestra que no se puede prescindir de ella en la lectura. Para Yves Citton, la interpretación literaria ejemplifica una manera de entender la sociedad. Escritura y lectura bien podrían ser el «lugar común de una reflexión colectiva sobre el modelo general de la naturaleza humana que nuestra sociedad se da de sí misma» (2010: 227; traducción nuestra) a la vez que permitirían elaborar modelos alternativos de sociedad5.

Los trabajos teóricos que vuelven a atribuir a la narrativa un poder ejemplificante suelen hacer hincapié también en el papel de las emociones y de los juegos de rol en la lectura. La filósofa norteamericana Marta Nussbaum escribió en Upheavals of Thought (2001) un capítulo titulado «Cultivar la compasión racional: la educación moral y cívica» en el que recalca el papel de la compasión y la empatía en los mecanismos de la lectura de ficción. Demuestra que las emociones, que se vinculan estrechamente con los valores, son cognitivas y normativas. Nuestras emociones revelan nuestros sistemas de valores y pueden modificarlos, orientarlos. De ahí que las diferentes emociones posibles con respecto a los personajes, a los valores del narrador implícito y a las propias reacciones del lector puedan suscitar en este último reflexiones de tipo moral, una actitud reflexiva ante su propia vida, y permitirle además tomar en cuenta el valor de lo distinto, del otro, así como su propia dependencia intelectual y emotiva con respecto a lo que le es exterior (Mathieu 2007). Desde luego, estas posibilidades ofrecidas por la narrativa dependen de los logros estéticos de la obra.

La cuestión de la ejemplaridad abarca también la del héroe. El héroe todopoderoso e infalible, el superhombre, parecen no darse más que en la literatura popular o juvenil, pero algunos protagonistas, a pesar de no ser intachables, siguen funcionando como héroes cuyos defectos los hacen más humanos, entrañables. Uno de los más característicos nos parece encarnarlo el capitán Alatriste (Arturo Pérez-Reverte), un espadachín a sueldo cuya actitud es censurable en algunos aspectos pero que, dadas las circunstancias vividas y su estatuto social, se presenta como ejemplar por su dignidad y su virilidad (Touton 2007). Muchas «novelas históricas» pretenden, del mismo modo, presentar personajes históricos con sus luces y sus sombras, bajo una perspectiva intimista, pero acaban por bosquejar modelos «nacionales» cuyas limitaciones se justifican por el peso del contexto histórico. Además, tales novelas se venden con un pacto de lectura ambiguo, a través de un paratexto que insiste en la autenticidad de las vivencias y la reconstitución histórica como para hacer olvidar que no se trata sino de ficción.

Por fin, cabe interrogarse, en el caso de que se siga encontrando algún tipo de ejemplaridad en la narrativa actual, sobre sus modalidades narrativas, sobre los valores que transmite. ¿Refleja o no los valores dominantes de la sociedad que le rodea? ¿Puede existir en cierto tipo de obras, por ejemplo, en la narrativa nacionalista o revisionista que no se asume como tal, una contradicción entre los argumentos racionales en boca del narrador o de los personajes, y otro tipo de argumentación solapada que apele a lo sensible, a los sentimientos y haga mella en el lector a pesar del discurso racional? En fin, ¿qué papel puede atribuirse al azar, o sea a la posibilidad de sacar de una obra una lección que ni era la que se buscaba ni la que el autor quería transmitir6? Otras tantas preguntas que hemos intentado contestar en esta reflexión colectiva en torno a la ejemplaridad en la narrativa española contemporánea.

Para abrir este volumen les damos la palabra a los escritores que nos ofrecieron, además de su obra, su peculiar perspectiva sobre el tema. Aunque los tres coinciden en que la literatura tiene una dimensión ejemplificadora, cada uno de ellos aprehende la ejemplaridad a su manera: con distancia irónicohistórica para Paloma Díaz-Mas, con distancia crítica para Isaac Rosa y con distancia dialéctica para Ricardo Menéndez Salmón.

En un texto lleno de humor, Isaac Rosa defiende la idea de una responsabilidad «cívica» del escritor hacia los lectores y hacia la sociedad en general. Si rechaza la palabra compromiso por su carácter algo anticuado, no rechaza, en cambio, como otros autores de su generación, las nociones de ejemplaridad, de ética o de valor. Consciente de que hemos sido educados para aprender de los libros y de que los libros siempre encierran una visión del mundo, reafirma el poder de la escritura y del escritor en el terreno del debate social, político, tratándose especialmente del legado de la Guerra Civil y del franquismo como se ve en dos de sus novelas, El vano ayer y ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!

A su vez, Ricardo Menéndez Salmón nos brinda una reflexión sobre la necesidad absoluta de tomar en consideración la dimensión ética de la literatura, a partir de la obra de Peter Weiss, y de su autobiografía ficticia titulada La estética de la resistencia. Como topógrafo de la literatura actual, destaca una serie de características de la sociedad contemporánea que todas coinciden en la dominación de un sentimiento pos-posmoderno de indiferencia generalizada, hacia el artista, hacia su obra, hacia la cultura o la excelencia, en fin hacia todo, que rechaza por lo tanto la idea de que el artista pueda tener y ejercer una responsabilidad en la sociedad. En ese balance bastante desilusionado, destacan sus novelas (La ofensa, Derrumbe o El corrector) como reacciones contra la indiferencia y como manifestaciones de la dimensión ética que conlleva cualquier (est-)ética.

Por su parte, Paloma Díaz-Mas recalca el estatuto contradictorio de la ejemplaridad, que se rehúsa por un lado, pero que, por otro, resulta imprescindible. Afirma así que el lector busca leer historias ejemplares y que el escritor, novelista o cuentista, aunque sea a pesar suyo, busca también escribir historias ejemplares, con lo cual la ejemplaridad está en la base misma de la escritura literaria. A partir del argumento de tres de sus novelas, Paloma Díaz-Mas muestra cómo el tratamiento irónico, es decir, distanciado, del pasado, y en especial de la Edad Media, le permite conferir a sus textos una dimensión aleccionadora que no refleja sino su propia opinión: la necesidad de no cumplir todos sus deseos (El rapto del Santo Grial), la relatividad de la verdad histórica (El sueño de Venecia) y la conciencia del valor del pasado para entender el presente y preparar el futuro (La Tierra fértil).

Pasemos ahora la palabra a los diferentes contribuidores que participaron a la elaboración de este volumen cuyo objetivo es ofrecer una visión de la narrativa española actual bajo el ángulo de la ejemplaridad, visión cuadripartita que se apoya mayoritariamente en la perspectiva de cada uno de los tres escritores.

La primera parte, titulada «La ejemplaridad: un pacto de responsabilidad con los lectores», reúne cinco contribuciones centradas en autores que asumen cierto compromiso político y moral, con respecto a la cuestión de la memoria histórica y al legado del pasado reciente de España, de la Guerra Civil, del franquismo, o de ambos a la vez.

En su artículo dedicado a la ejemplaridad en la narrativa española de finales de los cincuenta, Geneviève Champeau muestra las contradicciones del realismo social, entre realismo socialista y realismo crítico, al proponer a los lectores modelos de conducta encarnados por el capataz o el huelguista, pero vertidos en moldes retóricos tan rígidos como los de su contramodelo, el discurso franquista.

A partir de la clasificación de Vincent Jouve, Catherine Orsini-Saillet destaca una estirpe de «héroes cóncavos» en la narrativa de Rafael Chirbes, personajes oblicuamente ejemplares, cuyo comportamiento ambiguo, subrayado gracias a la técnica del multiperspectivismo, pone en tela de juicio la ejemplaridad misma e invita al lector a reconstruir por cuenta propia una forma de moral personal.

Por su lado, Isabelle Steffen-Prat estudia el caso de un «héroe de lo cotidiano» en las memorias de Marcos Ana (Decidme cómo es un árbol), poeta y portavoz de todos los presos políticos del franquismo, que en el crepúsculo de su vida reúne en un texto genéricamente libre de todo formalismo su experiencia y la de otros, siendo convertidos los recuerdos en «actos éticos» (Susan Sontag) de una generación ejemplar y sacrificada.

A través de la complejidad del personaje de Eusebio/Eugenio, de la intertextualidad y de la polifonía que caracterizan Las semanas del jardín de Juan Goytisolo, Yannick Llored se interroga sobre el compromiso ético y estético del escritor, poniendo de realce el lugar fundamental que ocupa la figura del autor en su obra como crisol donde se mezclan todas las contradicciones de la sociedad española todavía incapaz de superar el trauma de la Guerra Civil y del franquismo.

Por fin, Amélie Florenchie se interesa por la deconstrucción de los mitos literarios en El vano ayer y ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil! de Isaac Rosa, y en particular por el mito del héroe republicano y el tópico de la reconciliación nacional fomentado por la transición democrática. Muestra cómo Rosa intenta definir un nuevo discurso literario que se podría calificar de ejemplar sobre el pasado reciente de España, valiéndose de un conocimiento profundo y completo de los hechos históricos, abordados con mayor objetividad que por el pasado.

En la segunda parte del volumen, «Apuntes para otra estética de la resistencia», incluimos dos reflexiones cuya perspectiva es más histórica y menos formal, y permite enfocar la noción de ejemplaridad desde los escritores y el mundo de las letras.

Así es como Benoît Mitaine define la ejemplar contraejemplaridad de Luis Martín-Santos a partir de la ruptura creada en la historia de la literatura por la publicación del memorable Tiempo de silencio: una novela que pretende «modificar la realidad española», pero que le permite también a su autor como al lector divertirse, rompiendo de ese modo no sólo con el realismo social sino también con la atmósfera plúmbea de la sociedad española bajo el franquismo.

Antonio Francisco Pedrós-Gascón aborda la ejemplaridad desde un ángulo original que se sitúa más bien del lado del escritor, pero dentro de un marco a la vez estético-geográfico. A través del estudio de las principales novelas que José Manuel Caballero Bonald escribió tras su estancia en Colombia (1960-1962), el autor rastrea las huellas de una latinoamericanofilia ejemplar que se manifiesta en la impregnación de su lenguaje, el recurso a la narrativa real-maravillosa, y la defensa y praxis del barroquismo. Mediante el uso de estos elementos el autor gaditano reafirma su oposición al régimen franquista y al tradicionalismo español, más propenso a ensalzar la figura de Quevedo por encima de Góngora, preferencia de Caballero Bonald.

La tercera parte, «Novelas históricas, novelas ejemplares», abandona el escenario histórico contemporáneo para hundirse en los arcanos de la Edad Media y del Renacimiento, y mostrar cómo el pasado puede seguir siendo ejemplar a la hora de comprender el presente.

En su aproximación a la obra de Paloma Díaz-Mas, Isabelle Touton aborda la vertiente histórica de la ejemplaridad y su componente medieval. Basándose en el estudio de textos anteriores de la autora, muestra cómo la ejemplaridad de su última novela, La Tierra fértil, estriba en un uso sutil y lúdico de la tradición literaria, gracias a la que la novelista consigue fabular ejemplos válidos para el presente.

En cuanto a Agnès Delage, enfoca la cuestión de la ejemplaridad en su vertiente política, para analizar la ficcionalización de modelos o anti-modelos de ejercicio del poder a través del estudio de la única novela histórica de Manuel Vázquez Montalbán. En O César o nada, Vázquez Montalbán recrea la saga de los Borgia en la Italia del siglo XVI, para estudiar la emergencia de la Razón de Estado y la posibilidad de una «ética de resistencia», encarnada por Maquiavelo. Entre novela histórica y novela de tesis, esta ficción, que el mismo Vázquez Montalbán calificaba de «posthistórica», invita al lector a una crítica radical de los fenómenos de dominación contemporáneos y plantea el paradigma inestable de un «pesimismo activo» como único modelo de compromiso político.

Por fin, la cuarta parte, que lleva por título «Y … la construcción de gé-nero(s): nuevos ejemplos femeninos, juveniles y reconfiguración de lo masculino», se centra en la ejemplaridad tal como la pueden encarnar personajes novelescos, hombres, mujeres, jóvenes o incluso ¡ángeles!, enfrentados con grandes problemas existenciales como el amor, el poder o la paternidad.

La aproximación a Nosotros los Rivero que ofrece Maylis Santa-Cruz permite, al igual que la contribución de Geneviève Champeau, acercarse a la narrativa de los años cincuenta; en esta novela, se estudia la caracterización de los personajes femeninos como modelos ejemplares o contraejemplares a la vez que se subraya la sutileza con la que la autora, Dolores Medio, se libró de la censura para hacer triunfar sus ideas, encarnadas por el personaje de Lena, mujer independiente y escritora famosa en la España de Franco.

Myriam Roche se interesa también por la representación de la mujer como posible modelo de conducta en la narrativa de José María Guelbenzu. Esboza primero el retrato de una mujer ejemplar en la España de la transición democrática, es decir, independiente y sobre todo sensual, para compararlo luego con el que generan las novelas policíacas del autor, a través de la juez Mariana de Marco: mujer libre también, pero cuya independencia resulta menos transgresiva en la sociedad actual que en los años sesenta o setenta. La autora concluye sobre la idea de un balance desencantado del escritor frente a la sociedad en la que vive y sus limitadas posibilidades de evolución.

Isabelle Fauquet muestra cómo, en Hay algo que no es como me dicen, Juan José Millás construye, a partir de un caso real de acoso, una novela que defiende una ejemplaridad a la vez pragmática (orientada hacia la acción) y cognitiva (hacia el saber): si la trayectoria de la protagonista, Nevenka, es ejemplar al pasar de víctima a heroína, la del narrador/autor lo es también al conferir al discurso literario una dimensión política bajo la forma de un alegato contra el machismo.

Por su lado, a través de la obra de Laura Gallego García, Philippe Merlo se interroga sobre la ejemplaridad en una literatura infantil y/o para adolescentes de tipo fantástico. Apoyándose en los trabajos del filósofo francés Henri Bergson sobre la moral del santo y del héroe, analiza la construcción y evolución del personaje de Ahriel, ángel de sexo femenino que, tras pasar por varios estadios, llega a saber exactamente «quién es», para asentar la ejemplaridad del relato en la idea de la necesaria búsqueda por el lector joven de un equilibrio personal entre el Bien y el Mal que no descarte cierta ambigüedad. Nicolas Mollard, por fin, aborda la ejemplaridad tal como se manifiesta en cuatro cuentos de Ricardo Menéndez Salmón escogidos por sus temáticas afines: la paternidad, la relación padre-hijo (recogidos en Gritar y Los caballos azules). En estos cuatro relatos el autor muestra cómo se construyen para descontruirse luego figuras de padre, no con el objetivo de transformarlas en figuras contraejemplares, sino, al contrario, para cuestionar a fondo los estereotipos vinculados con éstas. Al fin y al cabo, Nicolas Mollard nos enseña cómo la paternidad es algo tan común e «improbable» a la vez para Ricardo Menéndez Salmón.

El presente volumen es fruto de una reflexión colectiva llevada a cabo entre octubre de 2009 y marzo de 2010 en la Universidad de Burdeos y el Instituto Cervantes de la misma ciudad, en torno a la noción de ejemplaridad en la narrativa española contemporánea. Esta reflexión se enmarca en un proyecto científico más amplio en torno a la noción de modelo, impulsado por Geneviève Champeau y Ghislaine Fournés, sucesivas directoras del grupo de investigación ERPI, componente de AMERIBER. Antes de dejar paso a la lectura de ese trabajo colectivo que nos agradó tanto, cabe agradecer a todos, investigadores y autores, su participación al seminario; varios de ellos aceptaron que no figuraran sus contribuciones por cuestiones de espacio, pese a su gran interés: queremos dar las gracias en especial a Alexandre Gefen, uno de los autores del volumen coordinado por Emmanuel Bouju tan a menudo citado por los contribuidores.

Nuestra gratitud va también hacia la directora de AMERIBER, la catedrática Elvire Gómez-Vidal Bernard, sin la cual este trabajo no hubiera podido llevarse a cabo, hacia la catedrática Geneviève Champeau, por su participación al volumen y sus valiosísimos consejos en cuanto a redacción, y hacia Antonia Picazo Serna, directora del Instituto Cervantes de Burdeos, que nos acogió tan amablemente en la última vivienda de Goya en esta misma ciudad.

BIBLIOGRAFÍA

ARAGÜÉS ALDAZ, José (1999): Deus Concionator. Mundo predicado y retórica del «exemplum» en los Siglos de Oro. Amsterdam/Atlanta: Rodopi.

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1 «[…] récit bref donné comme véridique et destiné à être inséré dans un discours (le plus souvent des sermons) pour convaincre un auditoire pour une leçon salutaire».

2 «[…] los relatos novelescos y hagiográficos coinciden en algunos rasgos definidores de ambos géneros, sin que se sepa a ciencia cierta en qué dirección obran los influjos ni podamos determinar su naturaleza precisa en cada caso» (Gómez Moreno 2008: 43).

3 «Pero ¿por qué apela [el autor] a la conciencia de sus lectores, no desde el suelo de estas experiencias inmediatas que, más o menos de cerca, toda nuestra generación comparte, sino a través de “ejemplos” distantes en el tiempo? Probablemente, para extraer de ellas su sentido esencial, que los inevitables partidarismos oscurecen cuando se opera sobre circunstancias actuales» (Ayala 2001 [1949]: 103).

4 «Qu’il puisse y avoir une signification éthique à déduire d’un livre passe, en conséquence, pour une inexpiable ingénuité. La puissance de cette nouvelle idée reçue est devenue assez extraordinaire. Un roman ou un poème qui revendique une ambition morale se trouve, pour cette raison même, immédiatement frappé d’ostracisme: on décidera que le texte incriminé ne relève pas de l’art et on le relèguera aussitôt, avec un geste suffisant de condescendance à son égard, dans le domaine subalterne de la «littérature à thèse», c’est-à-dire, de la propagande ou du catéchisme. Et si l’œuvre en question —en raison de son évidente importance— résiste à un tel geste d’exclusion, on décidera que sa littérarité tient précisément au fait qu’elle est irréductible à la signification éthique dont elle se prétend pourtant l’expression explicite» (Forrest 2007: 398).

5 «Les affabulations littéraires —en partant des micro-récits fictionnels plutôt que des métarécits idéologiques, en restant lucides sur la précarité et la relativité des méthodes qu’elles mettent en jeu ainsi que des conclusions auxquelles elles aboutissent— représentent sans doute notre meilleure chance d’espérer construire, par tâtonnements et par corrections réciproques, un modèle de la nature humaine et de la coexistence sociale, modèle peut-être capable de reconstituer par le bas une autoreprésentation de nos sociétés plurielles» (Citton 2010: 230).

6 Es lo que Alexandre Gefen (2007) pone de realce a través de la noción anglosajona de serendipity o serendipidad.

LA PERSPECTIVA DE LOS NOVELISTAS

LA EJEMPLARIDAD HOY:
UN PACTO DE RESPONSABILIDAD CON LOS LECTORES

Isaac Rosa

Puesto que el tema que nos reúne es hablar de la ejemplaridad en la novela española reciente, y en concreto en nuestras obras, no sé si decir que hoy estamos aquí tres novelistas ejemplares, o ejemplarizantes. En cualquier caso, creo que ninguno de los tres, ni Paloma Díaz-Mas, ni Ricardo Menéndez Salmón ni yo rehusamos el tema, los tres reconocemos elementos éticos en nuestros libros y no tenemos miedo de ser vinculados a esa noción de ejemplaridad.

Lo digo porque no sé si las organizadoras del encuentro, Amélie e Isabelle, han tenido muchas dificultades para encontrar tres novelistas españoles actuales dispuestos a hablar de ejemplaridad en sus obras. Sé que tienen interés en nuestras novelas, que las han leído y analizado con mucha generosidad, pero ya digo, no sé si desde el principio quisieron contar con nosotros o es que no han encontrado más novelistas dispuestos.

Porque me temo que a más de un novelista español, de mi generación, por ejemplo, le entrarían sudores fríos si le invitasen a un encuentro como éste. Me imagino la respuesta de algún novelista: «¿Ejemplaridad? ¿En mi obra? ¿Por quién me tomas? ¿Me estás llamando moralista? ¿Qué crees, que soy un cura o algo así? En mi obra no hay nada de ejemplaridad, todo lo contrario, es pura transgresión, provocación, amoral, antiejemplar …».

Bromas aparte, lo cierto es que para muchos autores la ejemplaridad es una palabra vieja, de otro tiempo, de la edad de la inocencia, y todo lo que tenga que ver con ejemplaridad, con valores, con ética, con moral, con compromiso incluso, son palabras grandes, pesadas, duras, impropias de un tiempo como éste que se pretende, o que nos presentan y nos describen como un tiempo blando, líquido, ambiguo, fragmentario, poliédrico, esta posmodernidad interminable donde no caben grandes palabras ni grandes relatos ni grandes propósitos.

Yo no tengo miedo de esas palabras, de esos conceptos, como no lo tienen Ricardo Menéndez Salmón ni Paloma Díaz-Mas, y por eso estamos hoy aquí tres autores que no sé, insisto, si somos ejemplares ni si lo son nuestras obras, pero que tenemos muy presente en nuestra escritura esas cuestiones, que remiten en último término al papel que la ficción ha jugado siempre y sigue jugando como intermediación con la realidad, el poder de la ficción, su capacidad para construir, transmitir, enseñar, una interpretación del mundo.

Pensando en todo esto de la ejemplaridad, me encontré hace unos días una anécdota simpática, que tiene relación, contada por el crítico James Wood en su libro Los mecanismos de la ficción (título original: How Fiction Works):

En 2006, el representante municipal de Neza, una barriada dura en la que viven dos millones de personas, en el extremo oriental de la ciudad de México, decidió que los miembros de su fuerza policial tenían que convertirse en «mejores ciudadanos». Decidió que debía darles una lista de lectura, en la cual se podía encontrar Don Quijote, la bella novela de Juan Rulfo Pedro Páramo, el ensayo de Octavio Paz sobre la cultura mexicana El laberinto de la soledad, Cien años de soledad de García Márquez, y obras de Carlos Fuentes, Antoine de Saint-Exupéry, Agatha Christie y Edgar Allan Poe.

El jefe de policía de Neza, Jorge Amador, cree que leer ficción enriquecerá a sus oficiales al menos de tres maneras:

«Primero, permitiéndoles adquirir un mayor vocabulario. Después, otorgando a los oficiales la oportunidad de adquirir experiencias a través de un intermediario. Un oficial de policía debe ser conocedor del mundo, y los libros enriquecen la experiencia de las personas de manera indirecta». Finalmente, Amador asegura que existe también un beneficio ético. «Arriesgar tu vida para salvar las vidas y las propiedades de otras personas requiere unas convicciones profundas. La literatura puede mejorar esas convicciones profundas permitiendo a los lectores descubrir vidas vividas con un compromiso similar. Esperamos que el contacto con la literatura haga que nuestros oficiales de policía estén más comprometidos con los valores que han jurado defender.»

Ya ven, pura ejemplaridad. No entiendo que Amélie e Isabelle no hayan invitado a Jorge Amador a este encuentro. Ya en serio, y aunque la noticia transmite un elemento de ingenuidad en ese jefe de policía que espera convertir a sus agentes en mejores personas, es interesante cómo en sus palabras revela tres formas de ejemplaridad atribuidas a la literatura: el aprendizaje del lenguaje, en primer lugar, «adquirir un mayor vocabulario»; conocer el mundo por intermediación de la literatura, en segundo lugar; y alcanzar convicciones éticas profundas y un mayor compromiso con los demás, en tercer lugar. Ya digo, pura ejemplaridad.