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ÍNDICE

Prólogo

ESTUDIO INTRODUCTORIO

Silvia Tieffemberg
Luis de Miranda, el anhelo y el hambre

María Inés Zaldívar Ovalle
El Romance elegíaco en el contexto de los romances españoles e hispanoamericanos de la época

Carlos Alfredo Rossi Elgue
Paraísos terrenales, paraísos textuales: ‘leales’ frente a ‘comuneros’

Pablo Sebastián Seckel
Bandos y pasiones en la conquista del Río de la Plata. Estrategias de legitimación y construcción del poder político de Domingo Martínez de Irala

Bibliografía

LUIS DE MIRANDA, ROMANCE

La edición

Relación dirigida a Juan de Ovando, presidente del Consejo Real de Indias, por Francisco Ortiz (c. 1560)

Documento que da cuenta de los españoles que permanecen en el Río de la Plata desde la llegada de Pedro de Mendoza, al final del cual se encuentra el Romance de Luis de Miranda

Apéndice. Carta al rey de Luis de Miranda desde la cárcel de Asunción, el 25 de marzo de 1545

Índice de oficios

Índice de lugares de procedencia

Índice de notas

BIBLIOTECA INDIANA
Publicaciones del Centro de Estudios Indianos

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Alfredo Matus, Academia Chilena de la Lengua

Rosa Perelmuter, University of North Carolina at Chapel Hill

Sara Poot-Herrera, University of Santa Barbara, California

José Antonio Rodríguez Garrido, Pontificia Universidad Católica del Perú

 

 

Biblioteca Indiana, 38

La impresión de este libro fue parcialmente financiada con fondos del Proyecto UBACyT GF 176, de la Programación Científica 2010-2012 de la Universidad de Buenos Aires.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

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Imagen de la cubierta: Adoración del diablo y canibalismo en América Latina por Caspar Plautius, 1621 (PD-OLD-AUTO)

Diseño de la cubierta: Marcela López Parada

Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

ESTUDIO INTRODUCTORIO

LUIS DE MIRANDA
ROMANCE

PRÓLOGO

El presente volumen es el resultado de mi labor como investigadora sobre la región rioplatense colonial desarrollada en los últimos diez años en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet, Argentina); pero, fundamentalmente, es el resultado de intensas jornadas de trabajo con el grupo de investigadores que conformó el Proyecto UBACyT GF 176 «Mal trillada y peor sembrada tierra. En torno al Romance de Luis de Miranda», radicado bajo mi dirección en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

El Romance de Luis de Miranda está considerado por la crítica especializada el primer texto literario de la época colonial en el Río de la Plata y, sin embargo, carecía de una edición filológica hasta el momento. De manera que fue necesario plantearse un doble objetivo. Por un lado, llevar a cabo una edición que transcribiera el documento conservado en el Archivo de Indias, dotada, además, de un aparato erudito de notas que explicara términos y características de la lengua del siglo XVI y diera cuenta de las ediciones realizadas con anterioridad. Y por otro, en una segunda etapa, trabajar en equipo con el texto ya editado para abordarlo de forma integral.

Ambos objetivos se cumplieron y hoy nuestra edición del Romance está acompañada por cuatro estudios especializados que lo analizan, tanto desde la interacción con otros textos rioplatenses que constituyen su contexto de producción y circulación dentro de la región, como desde su filiación con obras y problemáticas peninsulares; desde su pertenencia al romancero hispánico e hispanoamericano, atendiendo a una perspectiva focalizada en el plano estrictamente literario en general y en las configuraciones femeninas, en particular; desde su vinculación con discursos que ubicaban el paraíso terrenal en América, fuertemente relacionados con el imaginario sobre el Oriente y la figura de Álvar Núñez Cabeza de Vaca; y desde la situación histórica americana y las tensiones de una sociedad colonial que a menudo se dividía en bandos, que contendían tanto a través de las armas como a través de los discursos y que en el Río de la Plata enfrentó, de manera irreconciliable, a leales y comuneros.

Por otro lado, es necesario aclarar que hemos decidido conservar la denominación ‘romance’ con que tradicionalmente se conoce el poema de Miranda, pues así es referido en el documento más antiguo que lo contiene. Se trata, sin embargo, de una composición de 136 versos octosílabos de pie quebrado, un tanto semejantes a los de Manrique, como dice Ricardo Rojas, quien lo incluye por primera vez en el sistema literario rioplatense a principios del siglo XX.

Debo mi agradecimiento a quienes formaron el equipo de investigación del proyecto: la Dra. María Inés Zaldívar Ovalle de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y los profesores Carlos Rossi Elgue y Pablo Seckel de la Universidad de Buenos Aires, por el entusiasmo y la responsabilidad con que abordaron la tarea y por la paciencia con que acogieron mis sugerencias en el trabajo. Mi agradecimiento, también, al profesor Miguel Alberto Guérin y a la Dra. Beatriz Curia por la generosidad con que me hicieron llegar material invalorable para este libro, al profesor Noé Jitrik por el apoyo constante a todos mis proyectos de investigación, y a mis amigos y colegas de la hermana República de Chile, los doctores Raïsa Kordic Riquelme y Miguel Donoso Rodríguez. El reconocimiento siempre presente, además, a la Dra. Julia Zullo y a la licenciada Liliana Cometta, quienes dedicaron muchas horas de paciente trabajo al diseño técnico de la primera edición del texto de Luis de Miranda sobre el que realizamos esta investigación, sin olvidar de hecho, la labor rigurosa del actual corrector, Dr. Luis Pablo Núñez.

Finalmente, un agradecimiento especial al profesor Ignacio Arellano de la Universidad de Navarra, quien alentó calurosamente la publicación que hoy estoy presentando.

LUIS DE MIRANDA, EL ANHELO Y EL HAMBRE

Silvia Tieffemberg
Universidad de Buenos Aires-
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

I. EL ANHELO

Y según la relación que dan, el señor Capitán General piensa que es la Mar del Sur, y a ser así no menos tiene este descubrimiento que el de la Sierra de la Plata, por el gran servicio que Su Majestad en ello recibirá.

Luis Ramírez, «Carta», 1528

El territorio que hoy conocemos como Río de la Plata comienza a configurarse en el imaginario de la expansión en las primeras dos décadas del siglo XVI. Marginal y de límites imprecisos, la región del Plata se situaba al sur del Perú y al oeste de las posesiones de Portugal en Brasil, y si bien las primeras exploraciones que la involucraron (Solís, Magallanes, Elcano y Gaboto) estuvieron dirigidas a la búsqueda —infructuosa la mayoría de las veces— de un paso interoceánico, pronto la imaginación popular desbordó en la certeza de que ese espacio apenas conocido acumulaba tesoros insospechados, y el dominio de los centros metalíferos de México y Perú terminó de condensar un discurso al calor del cual se firmaron las capitulaciones de 1534, que traerían a la América del Sur las expediciones de Diego de Almagro y Pedro de Mendoza.

En la Historia general de los hechos de los castellanos de 16011, Antonio de Herrera, cronista mayor de Indias, utiliza entre sus fuentes una memoria que el navegante veneciano, Sebastián Gaboto, dirige al rey informando sobre el viaje realizado entre 1524 y 1527, durante el cual se exploraron el Río de la Plata y el Paraná hasta la actual represa de Yaciretá, y se estableció el fuerte de Sancti Spiritu2, primer asentamiento en suelo argentino, ubicado en la desembocadura del Carcarañá. En la flota comandada por Gaboto viajaba también el cosmógrafo oficial Alonso de Santa Cruz, quien realizó los primeros mapas y descripciones geográficas de la región, posteriormente utilizados por Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias3; pero, además, Santa Cruz utilizó la información recogida en una obra monumental4 que denominó Islario general de todas las islas del mundo, probablemente realizada entre 1539 y 15605. Este islario cuenta con ciento once ilustraciones que organizan el mundo en cuatro partes, una de las cuales muestra el continente americano, donde se encuentra claramente delimitado el estuario y la desembocadura del Plata en el Atlántico. Es muy probable que la relación de Gaboto y el mapeado de Alonso de Santa Cruz sean las primeras representaciones occidentales del Río de la Plata. Sin embargo, existe otro testimonio de un integrante de la misma expedición que cobra importancia por su valor performativo, dado que en este se pueden reconocer dos macro-discursos a los que adscribirán, casi sin excepción, todos los textos posteriores sobre la región. Se trata de la carta que Luis Ramírez envía a su padre desde Brasil el diez de julio de 1528 para hacerle saber, tras dos años de haber salido de España, que ha sorteado las vicisitudes y trabajos del viaje, y que se encuentra al momento en perfecta salud e impaciente porque «Dios Nuestro Señor nos dé gracia de acabar esto que tenemos entre manos empezado»6, para poder regresar a la casa paterna cargado de justa recompensa. Si bien se trata de una carta privada, pues forma parte de un intercambio epistolar familiar, su inusitada extensión y el relato pormenorizado de los hechos la convierten en una verdadera «Relación» del derrotero de la expedición de Gaboto por las costas del Brasil y Río de la Plata.

Luis Ramírez relata que, al llegar la armada a la costa del Plata, se acerca una canoa con un grupo de indígenas y un cristiano. Este refiere que él y quince compañeros más se encuentran en el lugar como desprendimiento de una expedición naufragada frente al estrecho de Magallanes y que también se encuentran dos sobrevivientes de la armada de Juan Díaz de Solís: Melchor Ramírez y Enrique Montes. Este último, a su vez, le habría señalado «la gran riqueza que en aquel río donde mataron a su capitán había», información a la que ha podido acceder por conocer «la lengua de los indios de la tierra»7. Ramírez, entonces, decide poner esta información por escrito:

Y era que si le queríamos seguir, que nos cargaría las naos de oro y plata, porque estaba cierto que entrando por el río de Solís iríamos a dar en un río que llaman Paraná, el cual es muy caudalosísimo y entra dentro de este de Solís con veinte y dos bocas […]y que el dicho río Paraná y otros que a él vienen a dar iban a confinar con una sierra […] y que en esta sierra había […] mucho oro y plata […] y que esta sierra atravesaba por la tierra más de doscientas leguas; y en la falda de ella había asimismo muchas minas de oro y plata y de los otros metales8.

La carta, de altísimo valor por ser uno de los primeros relatos sobre la región de un testigo presencial, da cuenta de la existencia del río Paraná y llama río de Solís al Río de la Plata, antigua denominación que nos retrotrae a la historia cercana, previo a la llegada de Gaboto a la región. En 1516 Juan Díaz de Solís arriba a las costas del Uruguay y, gracias al calado corto de sus naves, se interna en el Río de la Plata al que bautiza ‘mar Dulce’ debido a que cree erróneamente que se trata de un brazo de mar con aguas de baja salinidad, y toca suelo argentino cuando hace escala en una isla frente a la actual ciudad de Buenos Aires. Poco después desembarca con algunos de sus hombres y atacados —probablemente— por una parcialidad de los guaraníes, mueren ante la mirada impávida de los otros tripulantes de La Latina, quienes debieron alejarse del lugar sin que nadie, recrea Payró a mediados del siglo XX, «hubiera pensado siquiera en señalarlo con una cruz para eterna memoria de la catástrofe»9.

Luis Ramírez documenta también con su carta la que podríamos denominar ‘la leyenda de Alejo García’. Si bien no se ha comprobado nunca su existencia, en varias crónicas de la época se asegura que un sobreviviente de la expedición de Solís10, llamado Alejo García —aunque no sea este el único nombre con el que se lo identifique como ejemplifica la carta—, habría difundido las noticias de la existencia del «Rey Blanco» y la «Sierra de la Plata» en la región. De esta manera, comienza a configurarse un discurso cuyo origen mítico se constituye en una figura no documentada empíricamente, que ha pasado por una experiencia límite —muchas veces es un náufrago— y ha sobrevivido en el mundo de la barbarie —muchas veces se trata de un ex cautivo—, pero ese cruce y retorno desde la muerte, desde lo otro, lo ha dotado de un conocimiento superior que le permite ser portador de un secreto vedado al recién llegado: las noticias de los tesoros inconmensurables del mundo indígena11. Las riquezas de la región del Plata, nunca halladas al igual que su mentor Alejo García, son solamente un elemento más en un discurso acerca del cual postular la codicia como componente principal reduce y empobrece las posibilidades de análisis: a los que se arriesgaban en la empresa de la conquista no solamente esperaba «la ciudad en que los Césares indígenas almacenaban metales y piedras preciosas», sino también «elixires de eterna juventud, mujeres hermosas» y «cualquier otra cosa oculta que pudiera surgir al conjuro de una palabra cabalística»12. Discurso utópico al fin cuya complejidad como tal radica en que trata de dar cuenta de la «insatisfacción que parece acompañar inevitablemente a lo real», por cuanto su capacidad de movilización está puesta antes en «las insuficiencias del presente» que en «los paraísos del mañana»13.

Por otro lado, la complejidad se acrecienta si tenemos en cuenta que estamos ante un macro-discurso que involucra una pluralidad de textos que interactúan entre sí a la manera de una constelación. Este macro-discurso utópico, entonces, tuvo al menos dos implementaciones efectivas, hacia el exo y hacia el endon. Por un lado, sirvió para dar cabida a los intereses de la Corona en descubrir otros centros metalíferos similares a los de México y Perú, y una consecuencia directa fue que, desde lo oficial, se siguieran financiando incursiones territoriales a espacios aún inexplorados; y por otro, y fundamentalmente, operó como condensador y compensador de los anhelos de capitanes y gran parte de la soldadesca que se enrolaba en las expediciones a Indias, y fue a engrosar otro macro-discurso de la expansión: el de América como objeto de deseo14. La fuerza de este discurso parece haber motorizado el desvío de la ruta de la especiería —y por ende la desobediencia— de Gaboto, al que se unieron Diego García de Moguer, sobreviviente de la expedición de Solís, y Rodrigo de Acuña, que comandaba una de las naves de la armada de García Jofre de Loaysa. En los últimos párrafos de la «Memoria», que Diego García escribe en fecha no determinada, pero que se estima poco posterior a 1530, se indica que las parcialidades indígenas que habitaban las costas del río Uruguay «no comen carne humana ni hacen mal a los cristianos, antes son amigos suyos, y estas generaciones dan nuevas de este [Par]aguay, que en él hay mucho oro y plata, y grandes riquezas y piedras [pre]ciosas», y que esta información se obtuvo de un sobreviviente de la expedición de Solís: «un hombre de los míos que dejé la otra (vez) que descubrí este río, habrá quince años»15.

No sorprende, entonces, la extensión que ocupa en la carta de Luis Ramírez la descripción de la Sierra de la Plata y sus tesoros, ni que inmediata a esa descripción se encuentre otra de una isla de «infinito bastimento», pletórica de faisanes, gallinas, pavas, patos, perdices, venados, dantas16 y miel17, ni que los últimos párrafos de la carta indiquen que se escribe desde una tierra «muy sana y de mucho fruto», donde se plantaron, como prueba, cincuenta granos de trigo y en tres meses se cosecharon quinientos cincuenta18. Así, este discurso utópico, condensador de anhelos y creador de paraísos, atraviesa vigorosamente todo el siglo XVI y parte del XVII sin acusar recibo de que en 1547 —como explica Carlos Rossi Elgue en este mismo volumen19—, Domingo Martínez de Irala encabezó una expedición exploratoria a través de la cual se comprobó que el oro de la región ya había sido descubierto20.

En 1543 Hernando de Ribera fue enviado por el segundo adelantado de la región rioplatense, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, a cruzar el gran Chaco siguiendo una ruta ya conocida por Irala con el objeto de tomar contacto con la tribu local de los guaycurúes y establecer alianzas que permitieran una nueva exploración metalífera. La incursión de Ribera no tuvo frutos desde lo material, pero fue altamente exitosa desde lo discursivo puesto que confirmó la presencia del oro, pero ligada de manera inextricable con las amazonas, «unas mujeres que tenían mucho metal blanco y amarillo, y que los asientos y servicios de sus casas eran todos de dicho metal […] y que es gente de guerra y temida»21. Es decir, se confirma la presencia de lo que se busca así como la escasa o nula posibilidad de alcanzarlo, de lo que resulta una incentivación del deseo: el conquistador, dirá Martínez Estrada22, se «obstinaba en la creencia de que en alguna parte estaba lo que ansiaba». La «Relación» de Ribera fue incluida en la primera edición de los Comentarios de Álvar Núñez23, inclusión en absoluto ingenua —como apunta Maura24— puesto que validaba desde lo empírico las afirmaciones de Álvar Núñez sobre la existencia de las amazonas, poseedoras de vajillas de oro y plata25, a través de un relato proveniente de un testigo presencial como Ribera, al tiempo que ponía de manifiesto el doble carácter de este discurso: por una parte motorizaba el deseo de los actores sociales en América y, por otra, justificaba, desde lo político, la necesidad de recibir recursos por parte de la Corona para continuar con la empresa de descubrimiento, único medio de alcanzar cuantiosas riquezas. Aún al comienzo del siglo XVII en la Argentina de Ruy Díaz de Guzmán, primera obra historiográfica del Río de la Plata, reaparece la figura de Alejo García como un marino portugués, práctico de la tierra, conocedor de la lengua de los carios, los tupís y los tamayos, y por esto conocedor también de la ruta del oro26. Pero lo interesante es que, pocos años después, en la «Relación» autógrafa de 161727, que relata hechos contemporáneos, Ruy Díaz vuelve a referir el relato pero con algunas variaciones, pues especifica que García con otro portugués, Pacheco, obtienen oro y plata en tierra de chiriguanas28, mientras que en la «Relación» de 1618 indica que en el valle del cerro Saypuro, también tierra chiriguana, existe «una sierra muy alta donde se tiene antigua noticia haber minerales de plata»29. Es decir que, Alejo García y la Sierra de la Plata vuelven a referirse en un contexto histórico-político completamente diferente, pues a través de las Relaciones, Ruy Díaz intentaba convencer a la audiencia de Charcas de que continuara financiando sus incursiones militares de sujeción/pacificación hasta entonces infructuosas30. Se hace evidente, entonces, que la tierra de chiriguanas, inexplorada en gran parte a comienzos del XVII, permitía la revitalización del discurso utópico.

II. EL HAMBRE

Nuestra necesidad llegó a tanto extremo, que de dos perros que allí teníamos, nos convino matar el uno y comerle, y ratones los que podíamos haber, que pensábamos cuando podíamos alcanzarlos que eran capones.

Luis Ramírez, «Carta», 1528

La «Carta» de Luis Ramírez inaugura en el relato sobre el Río de la Plata otro macro-discurso que coexiste con el primero y posee el mismo vigor, el discurso del hambre: «no teníamos otro bien sino cuando la galera llegaba a alguna isla de saltar de ella y como lobos hambrientos comer de las primeras hierbas que hallábamos […]. Así con este trabajo […] pasamos la boca del Paraguay, un río muy caudaloso que va a la dicha Sierra de la Plata»31. En tal situación los indios amigos32 envían veinte canoas cargadas de alimentos, y Ramírez concluye: «las cuales llegaron al tiempo que en la tal necesidad estábamos como tengo dicho porque el socorro fue tal, que certifico a Vuestra Merced que, aunque vinieran cargadas de oro y piedras preciosas, no fueran tan bien recibidas de nosotros como fueron en ser bastimentos para comer»33. Estamos, también, frente a un constructo complejo con un doble funcionamiento, direccionado hacia el exo o hacia el endon, puesto que se acudía a él como justificación de una acción fracasada, en tanto se ‘ofrecía’ al rey el hambre y las penurias sufridas en el intento de llevar adelante la empresa de la conquista, y al mismo tiempo brindaba un marco de sentido que permitía explicar la derrota y el fracaso al propio grupo residente en América, y estuvo ligado, a partir de la expedición de Mendoza, al castigo divino por la muerte injusta de Joan Osorio. A diferencia de otros estudios, como los ya clásicos de Julio Ortega34 o de Beatriz Pastor35, que postulan la lectura de los textos americanos desde discursos contrapuestos como la abundancia, la carencia, o el fracaso que pueden reconocerse en fases sucesivas, cronológicamente delimitadas, el acercamiento que propongo para los textos rioplatenses tempranos parte de considerar que el anhelo y el hambre no son compartimentos estancos sino estructuras discursivas coexistentes y en permanente diálogo, y que los entramados de alusiones o elusiones en los que están involucrados responden a los momentos socio-culturales que los gestan y a los auditorios con los que se pretende interactuar. Cuando me refiero al vocablo ‘discurso’ no estoy pensando en grandes masas discursivas que se suceden en una línea temporal extensa, sino en constelaciones de textos que en momentos históricos específicos interaccionan a través de discursos que se aglutinan alrededor de núcleos como el hambre o el deseo. Son estructuras móviles con un alto grado de legitimación socio-cultural que pertenecen a distintas constelaciones al mismo tiempo y son utilizadas con fines diversos. Muy tempranamente las crónicas de Indias documentan a los habitantes vernáculos utilizando supuestas noticias sobre el oro para alejar a los españoles de un lugar y lo mismo ocurre cuando, por ejemplo, Francisco Pizarro propicia la salida de Diego de Almagro hacia Chile después que los descubrimientos metalíferos han convertido a Perú en una zona de conflicto. Pero además, estas estructuras discursivas tuvieron una circulación importante en los centros metropolitanos, circulación que también respondió a fines diversos: si por un lado, en 1538 el marino genovés León Pancaldo arribaba a la primera Buenos Aires, devastada por el asedio indígena, con una nave repleta de mercaderías suntuarias que dos comerciantes italianos habían despachado para vender a los —supuestamente enriquecidos— conquistadores en tierra americana36; por otro, Levinus Hulsius editaba en 1599 el Derrotero y viaje de Ulrico Schmidl con el agregado de quince imágenes no realizadas por él, una de las cuales mostraba los estragos del hambre traducidos en actos de canibalismo dentro de la tropa española, de lo que resultó una amplia repercusión en los circuitos europeos. Sin embargo, la repercusión de este discurso no provenía de la novedad, sino de la cercanía con otros discursos peninsulares puesto que, como veremos más adelante, estaba fuertemente emparentado con los relatos surgidos después de que los ejércitos de Carlos V tomaran parte en el llamado ‘saco de Roma’, nombre con el que se recuerda el saqueo y destrucción de la ciudad en 1527.

III. LA MANCEBA

[…] ha diez años, desta mal trillada y peor sembrada tierra, que por esto no nos ha dado Dios su abundante fruto, por manera que será Vuestra Majestad el tanto avisado que hay más este género de desventuras en esta tierra que, de lo bueno, se hacen los libelos infamatorios, y de lo malo, las informaciones honrosas.

Luis de Miranda, «Carta», Asunción, 1545

Los ciento treinta y seis versos que componen el llamado ‘romance’ o ‘romance elegíaco’37 de Luis de Miranda llegaron hasta nosotros incluidos al final de un documento que Francisco Ortiz de Zárate dirigió hacia 1560 al Consejo de Indias, dando cuenta de la necesidad de un gobierno propio para la gobernación del Río de la Plata, con la siguiente indicación: «Síguese el Romance que Vuestra Señoría Ilustrísima me pidió y mandó que le diese, el cual compuso Luis de Miranda, clérigo en aquella tierra»38. Si bien no poseemos una copia autógrafa del poema y ninguno de los documentos que involucran a Luis de Miranda —propios o ajenos— lo señalan o reconocen como autor de esos versos, la crítica especializada nunca cuestionó esta autoría atribuida por el documento de Ortiz de Zárate. Por otra parte, no se ha podido establecer la fecha exacta de composición, pero me inclino por considerar que es probable que fuera compuesto en una fecha cercana a la primera fundación de Buenos Aires39 y que, en los años subsiguientes, haya recibido agregados y modificaciones.

En 1922 Ricardo Rojas no solamente incluye el Romance dentro del corpus —aún en formación— de la literatura argentina, sino que lo instituye como texto fundacional y le otorga un lugar de privilegio: «Con él se inicia, cronológicamente, la documentación literaria del Río de la Plata; vibra en él, mejor que en la prosa notarial de Pero Hernández o la pedestre octava de Barco Centenera, el eco persistente de esas quiméricas leyendas y tragedias brutales que señalaron nuestros primeros pasos de entrada en la historia del mundo»40. Aun cuando Rojas indica que toma la transcripción del poema realizada por Morla Vicuña en 1903, no pone en duda la autoría de Miranda y, por el contrario, con argumentos que no son retomados por ningún especialista del período, insiste en considerarlo también autor de la Comedia pródiga, publicada en Valladolid en 1554: la página inicial de la editio princeps de la obra se incluye como ornamento del capítulo dedicado a Miranda41. Desde ese momento las historias de la literatura argentina42 adoptan la perspectiva de Rojas e incluyen, sin reparos, poema y autor. Alrededor de 1936, y en relación con los festejos del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Buenos Aires43, se consolida la figura de Luis de Miranda como poeta fundacional de la región, especialmente desde el artículo periodístico de Ismael Moya, «El primer poeta del Río de la Plata: fray Luis de Miranda» (1935), y el libro de Enrique de Gandía, Luis de Miranda, primer poeta del Río de la Plata (1936)44. Más aún, en un volumen que edita la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires en homenaje al cuarto centenario, también en 1936, Fryda Schultz en el artículo «Tres poetas de la fundación» considera que la verdadera conquista española en la región «no fue la de la espada sino la de la cruz y el idioma», por lo que Luis de Miranda, clérigo y poeta, «mejor que Ulrich Schmidl, […] pudiera usar el título de Cofundador de Buenos Aires»45.

Existe, sin embargo, una manera de establecer la autoría de Miranda sobre el Romance. Si comparamos la carta autógrafa del veinticinco de marzo de 1545 con el poema, vemos que pueden establecerse rasgos estilísticos comunes. Para dar cuenta de la situación provocada por los desordenes políticos en Asunción, Miranda apela al tópico del mundus inversus, que se materializa en estructuras conformadas por lexemas únicos o pequeños grupos de lexemas unidos por parataxis que muestran el orden —político y social— subvertido:

(mucha sinjusticia [sic], poca justicia): alborotos, continos; paz, ninguna; libertad, cual la querían; pecados públicos, como en Berbería; los buenos, temerosos; los malos, mandando; a los ‘leales’, llaman amotinadores; a los malhechores, ‘leales’46.

Mientras que, cuando en el Romance se quiere describir la situación de desgobierno de la región, se apela al mismo tópico y al mismo recurso: «más tullido, el que más fuerte, / el más sabio, más perdido, / el más valiente, caído / y hambriento. » […] Unos, contino, llorando, / por las calles derribados, / otros lamentando, echados / tras los fuegos”47. Por otra parte, este recurso no se utiliza en la Comedia pródiga del homónimo placentino.

Poco sabemos de la vida de Luis de Miranda, a tal punto que la síntesis escueta de Lafuente Machain48 parece agotar los datos biográficos confirmados: expedicionario con Mendoza, participó como soldado en el saco de Roma, llegó a la región rioplatense en 1536 y no se tiene noticias de que haya regresado a España ni la fecha cierta de su muerte. Fue capellán en Corpus Christi en 1538, aunque, como indica Torre Revello49, en el asiento que registra la licencia de embarque solamente se refiere que era vecino de Plasencia, y no consta su condición de presbítero ni la nave en que embarcó. Fue testigo en varias informaciones50 realizadas en la Asunción, pero la más significativa de aquellas en las que se requirió su testimonio fue la levantada por Álvar Núñez Cabeza de Vaca para dar cuenta al rey de los sucesos ocurridos en 1544, cuando los oficiales reales depusieron su autoridad y lo enviaron preso a España. Este suceso, central en la vida de Miranda, le significó estar dos veces en prisión: la primera, por ser partidario de Cabeza de Vaca, la segunda, por haber sido acusado de intentar provocar un incendio para liberarlo. Las últimas noticias que tenemos de Miranda es que en 1558 obtuvo una licencia para volver a la metrópoli, en la cual se especificaba que tras veintidós años de servir al rey en estas tierras, viejo y enfermo, deseaba retornar a su patria para curarse. Sin embargo, en una carta sin fecha de Martín del Barco Centenera, pero que no puede ser anterior a 1573 —pues Centenera llega a la región en la armada del tercer adelantado, Juan Ortiz de Zárate—, este solicita al Consejo de Indias que aumente el número de eclesiásticos en la diócesis de Asunción y que para ello tenga en cuenta a algunos sacerdotes «doctos y de buena vida y mucho servicio en la tierra»51, entre los que se encuentra Luis de Miranda.

Ahora bien, así como los documentos conservados no permiten constatar que el autor del Romance haya desempeñado la labor de poeta, sí permiten entenderlo como un actor social claramente comprometido con el proyecto político que sustentaba Cabeza de Vaca. Y en este sentido, entonces, no sorprende que sus versos —que desde el punto de vista estrictamente literario pueden encuadrarse dentro de los denominados ‘romances noticieros’ como explica María Inés Zaldívar en este mismo volumen—, se encuentren formando parte de un documento que veinticinco años después del enfrentamiento entre ‘leales’ y ‘comuneros’, Francisco Ortiz de Vergara, partidario de los ‘leales’ a Álvar Núñez, enviaba a Juan de Ovando, presidente del Consejo de Indias en ese momento. La inclusión de un discurso literario como validador de un discurso no literario puede constatarse desde los primeros momentos de la expansión52. Al final de la «Verdadera relación de la conquista del Perú y Provincia del Cuzco» (1534) de Francisco de Jerez se incluye una serie de quintillas dobles dirigidas al emperador, supuestamente compuestas por un hidalgo anónimo que, doliéndose de las afrentas realizadas a la honra del autor, decide salir en su defensa. El editor de la «Relación» indica que Jerez «sería sin lugar a duda el más interesado en defender su honra herida, pero si los elogios llevasen su firma habrían resultado jactanciosos, en tanto que el recurso de ocultarse tras un hidalgo ficticio, que levanta la voz en su defensa otorgaría a sus argumentos un ligero tinte de imparcialidad»53. La inclusión de los versos del Romance al final de un documento oficial, entonces, refuerza por su contenido la petición de un gobernante conocedor de la región, al tiempo que legitima ese mismo pedido por tratarse de un autor identificable y reconocido como hombre de la Iglesia y conquistador viejo.

La inclusión del poema al final del documento de Francisco Ortiz de Vergara evidencia, además, que las constelaciones textuales que interactúan adhiriendo a los macro-discursos del anhelo y el hambre responden a dos proyectos políticos contrapuestos en cuanto a la expansión en el espacio rioplatense. Uno de ellos propugnaba el establecimiento de un puerto de transbordo marítimo y fluvial que comunicara la región con la metrópoli, y el otro, dejar los navíos en el estuario y remontar los ríos principales con navíos más ligeros en busca de las riquezas soñadas54. Aún cuando en un primer momento se estableció un puerto de transbordo, muerto Mendoza y ante la disminución del número de españoles y el aumento de información sobre la región debido a las exploraciones, Domingo Martínez de Irala decidió, en 1541, despoblar Buenos Aires y dirigirse a la Asunción, adoptando la segunda estrategia de expansión. Para esa época llegaba el segundo adelantado del Río de la Plata, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, con el propósito —expreso en la capitulación— de continuar con la conquista y descubrimiento de la región según la segunda estrategia de expansión. Sin embargo, la realidad del asentamiento con base en Asunción había modificado las expectativas y la fortaleza adquirida en la organización local determinó que, a comienzos de 1545 y ante el fracaso de una entrada remontando el alto Paraná en busca de metales preciosos, Álvar Núñez fuera derrocado por los partidarios de Irala y enviado preso a España en un navío bautizado «Comuneros».

Ahora bien, los textos que surgen a partir de la llegada de la armada de Pedro de Mendoza en 1536 se aglutinan, casi sin excepción, alrededor de las figuras de Domingo Martínez de Irala o Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en tanto dan apoyo al proyecto político que cada uno representa. De esta manera, se produce una polarización de los textos que pasan a conformar los discursos de las facciones políticas que sostienen a ‘leales’ o a ‘comuneros’: sin lugar a duda puede reconocerse que, desde el Derrotero y viaje a España y las Indias (1567) de Ulrico Schmidl y desde la Argentina (ca. 1612) de Ruy Díaz de Guzmán se reivindica a Irala, mientras que, desde la Relación de Hernando de Rivera (1543), el Romance (ca. 1540) y la «Carta» (1545) de Luis de Miranda, la Relación de las cosas sucedidas en el Río de la Plata (1545) de Pero Hernández y la Argentina (1602) de Martín del Barco Centenera se reivindica, por el contrario, la figura de Álvar Núñez y los ‘leales’. En este sentido, la «Carta» (1556) de Isabel de Guevara no solamente cobra excepcionalidad por tratarse del único documento conservado de la época colonial temprana en el Río de la Plata, que proviene de una mujer, sino porque su autora no adhiere discursivamente a ninguno de los dos bandos.

IV. TUMULTUARIOS

Levantáronse en este medio tiempo, el uno llamado Pero Fernández y el otro, Alonso Gutiérrez, escribanos, los cuales a muchas personas hicieron creer y entender que todos los que fueron a prender a Álvar Núñez Cabeza de Vaca juntamente con los oficiales reales de Vuestra Majestad son traidores.

Pero Díaz del Valle, «Carta», 1543

En el primero de los dos documentos al final del cual se incluye el Romance, Ortiz de Vergara comienza diciendo:

Año de mill y quinientos y sesenta salió Nuflo de Chaves de la ciudad de la Asunción, por orden del gobernador, a conquistar y descubrir la tierra de las Amazonas y El Dorado, que dicen. […] Desembarcaron en los xaries, trescientas y cincuenta leguas de la Asunción y entraron la tierra adentro, descubrieron muncha tierra y buena y de munchos indios labradores55.

En este párrafo encontramos que se alude al discurso utópico que dirige la atención al descubrimiento “de la tierra de las Amazonas y El Dorado”, aunque poco después se indica que aquello que se descubrió, en realidad, fue “muncha tierra y buena y de munchos indios labradores”, es decir, se alude al proyecto que proponía reforzar las organizaciones locales para lograr un excedente que permitiera tributar con la metrópoli a través del puerto. Pero además, y significativamente, el documento comienza con una datación puntual: “Año de mill y quinientos y sesenta”, al igual que el Romance: “Año de mill y quinientos / que de veinte se decía”56, lo cual permite a Ortiz de Vergara establecer una continuidad temporal entre ambos textos. Más aún, como unos versos después en el Romance se indica que

Semejante al mal que lloro

cual fue la comunidad,

tuvimos otra, en verdad,

subsecuente,

en las partes del poniente,

en el Río de la Plata57.

la continuidad temporal se transforma en política, puesto que el poema también le permite ligar el levantamiento de las comunidades58 en Castilla con el conflicto de ‘leales’ y ‘comuneros’ en el Río de la Plata. De la misma manera, el rechazo de la autoridad ajena a la organización local y la conveniencia, que se expresa en el documento, de un gobernante conocedor de la región por haberla conquistado: «el virrey la dio a don García de Mendoza, su hijo, nombrándolo por gobernador de aquellas provincias, cosa que la ciudad de la Asunción tuvo por grande agravio porque la tierra y descubrimiento era y fue hecho de los conquistadores del Río de la Plata”59, se ve reforzada por los versos finales del Romance, que expresan tanto la necesidad como el deseo de un cambio focalizado en la figura de un gobernante prudente o sabio, entendido como aquel que, conocedor de la situación, sea capaz de llevar a cabo el maridaje entre gobierno, territorio y actores sociales intervinientes:

Múdenos tan triste suerte

dando Dios un buen marido,

sabio, fuerte y atrevido

a la viuda60.

Y habilitan la posibilidad de que Ortiz de Vergara pueda convertirse en el «marido» esperado, teniendo en cuenta que conocía en profundidad la región rioplatense pues había llegado en 1542 en la armada de Cabeza de Vaca y, elegido por los mismos vecinos en el cabildo de Asunción en 1558, sucedió en el gobierno del Río de la Plata a Gonzalo de Mendoza y permaneció como gobernador hasta 1564, cuando fue depuesto por la Audiencia de Charcas.

El enfrentamiento entre ‘leales’ y ‘comuneros’ o tumultuarios, que ya comienza a perfilarse —aún sin particularizar nombre alguno— en el Romance, se describe detalladamente en la carta de 1545, donde Miranda denuncia ante el rey el accionar tiránico de Irala junto con la ausencia de un gobernante prudente, cuya consecuencia directa es una magra cosecha: «mal trillada y peor sembrada tierra, que por esto no nos ha dado Dios su abundante fruto»61. La conquista feminizada que no termina de domesticarse, y se transforma en «manceba», a causa de la inexistencia del marido sabio que ordene el caos a través de la ley:

Conquista la más ingrata

a su señor,

desleal y sin temor,

enemiga de marido,

que manceba siempre ha sido

que no alabo62,

reaparece en la Carta como «la tierra» que, resultado del desgobierno, no acaba de convertirse en labrantía.

Así, el espacio, que se constituye desde lo político puesto que se identifica con «la conquista», deviene en el Romance figura femenina a la que se alude de tres maneras diferentes como ‘señora’, ‘manceba’ y ‘viuda’, cuya característica es la de ser una hembra devoradora, «enemiga de marido»: de lo cual resulta que la deslealtad de los ‘comuneros’ hacia el rey se asimila con la deslealtad de la conquista para con su señor63cuñadazgo— como instrumento para consolidar el espacio rioplatense. Tras el regreso de Cabeza de Vaca a España, se hizo a la mar con destino a la región del Plata la armada de Mencía Calderón, que llevaba un número significativo de doncellas casaderas en sus tres naves. En 1547 se firmaron las capitulaciones por las que Juan de Sanabria se convertía en el nuevo adelantado de la región, y en ellas se especificaba, además, que el adelantado tenía como objetivo fundar una nueva ciudad en la ribera del Plata para continuar la conquista hacia el norte, y llevar en su armada una cantidad importante de familias y mujeres solteras, futuras esposas de los españoles residentes en el Río de la Plata.