Economista, escritor (54 libros publicados y más de 500 artículos), experto internacional en Desarrollo Local por Naciones Unidas y Técnico de la Administración General (como tal, es subdirector de área en la Diputación de Sevilla), ha desplegado una amplia labor académica, política y de gestión en Desarrollo Económico y Territorial y Hacienda Pública, materias en las que ha publicado 35 libros, siendo profesor de diversas universidades españolas y extranjeras, vicealcalde de Sevilla, vicepresidente de la Diputación hispalense y presidente de la Red de la Unión Iberoamericana de Municipalistas.
Compaginó siempre estas actividades con el interés por otros ámbitos temáticos. Pero fue a partir de una serie de experiencias vitales y conscienciales cuando su atención se centró prioritariamente en la filosofía, la historia y, sobre todo, la espiritualidad, campos en los que ha impartido multitud de conferencias y talleres y en los que es autor de 19 libros, como Los códigos ocultos (2005), Buscadores (2009), Amor: vida y consciencia (2012), Dios (2013) y Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo (2015).
Imparte clases deÊespiritualidad en la vida cotidianaÊen la Universidad de Barcelona y gestiona el blog El Cielo en la Tierra, que cuenta con cerca de tres millones de visitas:
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2015, Emilio Cariillo
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Solo ves las cosas como son cuando estás a punto de irte.
Entonces es como si las vieras por primera vez...
Y todo parece brillar.
MAEVE BINCHY,
How about you
Encuentro irónico que sea nuestra tecnología médica la que ha conducido a esta plétora de experiencias cercanas a la muerte. [...] Ha habido experiencias cercanas a la muerte en todos los siglos, pero solo hace veinte años que disponemos de la tecnología necesaria para reanimar a los pacientes. Ahora pueden detallarnos estos episodios, así que escuchémoslos. Se trata de un enorme desafío para nuestra sociedad [...] Las experiencias cercanas a la muerte, en mi opinión, son un proceso psicológico natural asociado con el morir. Voy a hacer la audaz predicción de que si podemos reintegrar este conocimiento en nuestra sociedad, esto no solo ayudará a los pacientes moribundos, sino que ayudará a la sociedad en su conjunto.
MELVIN MORSE,
Closer to the Light: Learning from Children’s
Near-Death Experiences
Te saludo de corazón a corazón, querido lector, y te aseguro que a partir de este momento, aunque mis palabras van saliendo de mi mente, aunque utilice la mente para transmitirlas, el contenido de lo que aquí escribo surge de la consciencia, la cual no es mía: es una sola, la misma para todos, y se va expandiendo a través de las experiencias personales y colectivas.
Viví mi propia experiencia cercana a la muerte (ECM) en la UCI de una clínica sevillana, en la tarde del lunes 29 de noviembre de 2010, como resultado de una cadena de «causalidades». Hoy reconozco sin tapujos, por el auténtico renacimiento que provocaron en mi vida, que dichas causalidades constituyeron una bendición y todo un regalo de la Providencia: una caída bajando un monte, en la madrugada del domingo 7 de noviembre, me originó una fractura de peroné; la fractura me provocó, el viernes 26, una trombosis, y esta un infarto pulmonar, que fue inicialmente diagnosticado, por error, como una neumonía. Ingresé en la UCI en situación límite –con otros múltiples trombos en la vena femoral– el indicado lunes 29. La ECM que entonces experimenté y sentí de manera clara y diáfana duró casi dos horas de nuestro tiempo, aunque se desarrolló en el contexto cuántico en que el tránsito se produce.
Yo había comenzado mi despertar consciencial diez años antes, pero nunca me había interesado por las experiencias cercanas a la muerte. Después de vivir mi propia ECM de una manera tan clara y evidente (en cuyo desarrollo se produjeron circunstancias que me posibilitaron comprobar posteriormente que lo que experimenté no fue, en absoluto, fruto de la imaginación, ni había tenido nada que ver con lo onírico), sentí la necesidad de acercarme a experiencias similares vividas por otros seres humanos. Y pude comprobar que mis percepciones eran muy semejantes –en sus protocolos fundamentales, en sus características básicas– a las vividas y sentidas por muchísimas otras personas.
En las páginas que siguen, querido lector, trataré de compartir contigo todo lo que he ido hallando en esa búsqueda y el milagro que yo mismo viví.
Con Amor, en Amor, desde el Amor.
Introducción
El tránsito es una fase y un proceso.
El tránsito arranca en el instante en el que, tras lo que la humanidad todavía denomina muerte, tú, lo que realmente eres, el «Conductor», sales del cuerpo y abandonas el «coche», es decir, el «yo» físico, mental y emocional que te ha servido para vivenciar esta experiencia humana. Esto se produce exactamente cuando cada uno, el Conductor que cada uno es, lo determina, nunca antes ni después. Nadie se marcha hasta que ha llegado su hora: cada cual decide cuándo, en coherencia con las experiencias vividas y desplegadas en la vida física que deja atrás.
Y el tránsito dura hasta el momento en el que el Conductor, después de abandonar el coche, se introduce en el metafóricamente llamado «túnel de luz» para acceder, así, a ese otro plano de existencia que se suele calificar como vida más allá de la vida.
Por tanto, el tránsito es una fase de la vida que discurre entre la salida de este «plano material» y la entrada en el «plano de luz». Y en ella se viven una serie de experiencias que hacen del tránsito un proceso consciencialmente dinámico, dirigido precisamente a impulsar el acceso a ese «plano de luz».
La muerte es un imposible, un fantasma de la imaginación humana, un invento de la mente. Todo es vida y la muerte no es tal, sino una puerta que se abre para pasar de una habitación a otra dentro de la propia vida, es decir, para ir de la vida en esta encarnación física a la vida en otro plano de existencia intangible e inefable.
Ahora bien, la travesía por esa puerta no es instantánea, sino que, expresado en palabras de este mundo terrenal, tiene una duración temporal. De ahí que el tránsito sea una fase: una fase de la vida con unas características y unas leyes naturales distintas tanto de las que operan en el «plano material» como de las que son propias del «plano de luz».
¿Cuánto dura el tránsito? Contemplado desde aquí, donde rige el tiempo y el espacio, puede ser muy breve –un puñado de minutos, algunas horas o unos pocos días o semanas– o hacerse muy largo –meses, años, décadas o, incluso, siglos–. ¿De qué depende esta duración? Exclusivamente de uno mismo, pues cada cual tiene el tránsito que necesita.
Para entenderlo, hay que tener en cuenta que, tras haber desencarnado, para acceder al «túnel de luz» que sirve de entrada al otro plano se requieren dos cosas:
Ambas circunstancias son condición sine qua non para introducirse en el «plano de luz» y representan una toma de conciencia acerca del nuevo estado de vida y existencia. Y al desencarnar, no todos realizan esa toma de consciencia de manera rápida: aun careciendo de materialidad, no son pocos los que se siguen viendo y sintiendo consciencialmente a sí mismos con corporeidad y se mantienen ligados y apegados a los deseos, emociones, vaivenes, quehaceres, placeres y, muy especialmente, dolores y sufrimientos de lo que fue su vida física, en la que en consciencia creen continuar estando.
Son numerosas las obras de la literatura y el cine que se han acercado a todo lo anterior. Merece la pena destacar una espléndida película que no solo fue un gran éxito de crítica, sino una de las más taquilleras de la historia: El sexto sentido, dirigida en 1999 por M. Night Shyamalan (también es suyo el guion).
En ella, el doctor Malcom Crowe (interpretado por Bruce Willis) es un reconocido psicólogo infantil obsesionado por el doloroso recuerdo de un joven paciente desequilibrado al que fue incapaz de ayudar. Cuando conoce a Cole Sear, un aterrorizado y confuso niño de ocho años que necesita tratamiento, entiende que es la oportunidad de redimirse haciendo todo lo posible por ayudarlo. Sin embargo, Malcom no está preparado para discernir y asumir la dimensión y las consecuencias del don sobrenatural que Cole posee: puede «ver» a «fallecidos» –de los que recibe «visitas» no deseadas– que, inmersos en la fase de tránsito, no avanzan hacia el «túnel de luz» y siguen apegados desde el sufrimiento al «plano material». Un don que el niño no es capaz de admitir ni de gestionar... Solo en el tramo final de la película, Malcom se da cuenta de la verdad: él mismo es uno de esos «fallecidos» que se acercan al niño, que por eso precisamente lo «ve». Y esto le permite evolucionar en consciencia comprendiendo que ha muerto físicamente y, a partir de ahí, aceptando tal hecho hasta romper con las ataduras que lo mantenían aferrado al «plano material». A la par, Cole, gracias a la interacción con Malcom, termina asumiendo su don y perdiendo el miedo que lo atenazaba.
Como se muestra en El sexto sentido (también en otras películas, como Más allá de los sueños, dirigida en 1998 por Vicent Ward y protagonizada por Robin Williams), el tránsito, además de constituir una fase de la vida que discurre entre la salida del «plano material» y la entrada en el «plano de luz», es un proceso consciencial en el que, cuando el fallecido, por su estado de consciencia, no accede directamente y de manera natural al «túnel de luz», se viven experiencias que modifican tal estado e impulsan la entrada en el otro plano.
En este punto, es crucial tener presente que el estado de consciencia es exactamente el mismo en el momento previo a desencarnar y una vez que la salida del coche se ha producido. Tal salida, de por sí, no provoca un cambio o evolución en el estado de consciencia, por lo que la andadura por el tránsito se comienza con el mismo estado de consciencia que se tenía en los instantes previos al fallecimiento físico.
¿Qué es el estado de consciencia? Se trata de la visión y percepción que cada uno tiene de sí mismo y de los demás y también, íntimamente unido a ello, el modo en el que contempla e interpreta las experiencias cotidianas, la vida, la muerte, la divinidad, el mundo, los hechos, las situaciones, las circunstancias y todo lo que le rodea, así como la escala de valores, las pautas vitales y las prioridades con las que afronta el día a día. Además, cada cual tiene su propio estado de consciencia, que no es fijo ni permanente, sino que evoluciona al compás de las experiencias que se vivencian.
Así, cada persona, en cada momento de su vida física, tiene su propio estado de consciencia, que puede ser más o menos dispar o similar al de los que están a su alrededor, pero nunca exactamente el mismo. Y el estado de consciencia en el que cada persona y en cada momento se halla no es algo estático, sino dinámico, pues va evolucionando. ¿Cómo se va produciendo esta evolución consciencial? Por la vía de las experiencias vividas y acumuladas.
Efectivamente, en cada estado de consciencia concreto, se tienen experiencias que, dependiendo de cómo se vivan, tienden a ir modificando –con más o menos lentitud o celeridad, según cómo sean vivenciadas e interiorizadas por cada cual– la visión de las cosas, el estado consciencial. Curiosamente, uno mismo, los otros y el mundo no serán en sentido estricto diferentes, pero se percibirán de modo muy distinto en función del estado de consciencia. Son las experiencias que se viven y, sobre todo, cómo se viven lo que fomenta la dinámica consciencial y las consiguientes variaciones en el estado de consciencia.
Y esto sucede exactamente igual en el tránsito, pues durante él se viven las experiencias que impulsan la evolución del estado de consciencia con el que se ha desencarnado hacia el que se precisa para adentrarse en el «túnel de luz». Es precisamente este proceso de evolución consciencial lo que subyace en el concepto de «purgatorio», tan presente en teologías como la católica o la copta, aunque la visión religiosa lo ha cargado y recargado de tintes negativos, definiéndolo como un estado transitorio de expiación donde se «sufre una purificación después de la muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica). En un sentido parecido, el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia de la Lengua, define el purgatorio como «estado de quienes, habiendo muerto, necesitan aún purificarse para alcanzar la gloria». Es lo que le pasa a Malcom Crowe en El sexto sentido. Por esto puede afirmarse que cada uno tiene el tránsito que necesita: con la duración y con las experiencias que posibilitan la evolución consciencial hacia el estado que se precisa para pasar por el «túnel de luz», esto es, hacia el estado de consciencia que permite tanto darse cuenta de que has muerto físicamente como aceptarlo, dejando atrás las identificaciones y los aferramientos con el «plano material».
Durante el purgatorio, es decir, cuando en el tránsito no hay consciencia de haber fallecido físicamente o, aunque la haya, no se acepta el hecho, ¿qué sucede, qué experiencias se viven? Vayamos por partes:
Con la toma de consciencia acerca de la muerte física y la aceptación del «túnel de luz», queda expedito el acceso a él y, a través de él, la entrada en el otro plano de vida. ¿Qué acontece entonces? La entrada en el «plano de luz» abre dos grandes posibilidades conscienciales:
La primera de ambas posibilidades conscienciales es la que viven la mayoría de los que llegan al «plano de luz» tras haber estado encarnados en el plano humano y realizar el tránsito. Por esto, en varios de los capítulos que constituyen este texto se ahondará al respecto. Como adelanto, supone, fundamentalmente, la visión de «uno mismo» como «alma»: un alma que no ha estado encarnada simplemente en la última vida física, sino en otras muchas vidas –cadena de vidas o reencarnaciones– que, además, pueden haberse desarrollado no solo en el plano humano, sino, igualmente, en otros planos y mundos. Esto conlleva la percepción consciencial de una «historia personal» y, por tanto, una determinada identidad, resultado de la acumulación de experiencias por la citada cadena de vidas. Esta es la razón por la que diversas escuelas espirituales se refieren al alma como «alma-personalidad».
Y como consecuencia de esa «historia personal», de esa «personalidad» álmica, se suele tomar la decisión en consciencia de volver a encarnar en el plano humano, en una nueva vida física y un nuevo coche, para desplegar una serie de experiencias relacionadas con las vividas en reencarnaciones anteriores y tanto en referencia a «uno mismo» como a cuestiones pendientes con otras almas debido a pactos suscritos entre ellas (pactos de amor entre almas) y, frecuentemente, a sistemas familiares en los que tales pactos se plasmaron en vidas previas.
En cambio, la segunda de las posibilidades descritas hace que se disipe toda «historia personal», cualquier visión de «personalidad» álmica o espiritual, y se trascienda la asociación consciencial con cualquier tipo de identidad, de la clase que sea. Lo que antes se percibía a sí mismo como algo ya no se percibe de manera alguna. Se ve entonces la Realidad antes de desaparecer en ella: lo que el ser percibía como «yo», en cualquiera de sus manifestaciones, constituía una falacia consciencial, pues solo existe el todo, y las individualidades, del tipo que sean, son falsas. Así que el «yo» no es nada; y cuando ya no hay «yo» y eres nada, entonces eres el todo. Lo mismo le ocurre al todo, que para ser todo es nada, aunque esa nada es el todo.
En este punto, el viaje consciencial se ha completado: la consciencia que emanó del todo al todo vuelve (recordando el famoso símil: la ola toma consciencia de que no es tal, que realmente no existe, que solo es y existe el océano en su inmensidad). Esto es lo Real: eres nadie y eres el todo, la consciencia infinita y eterna que nunca nació y nunca morirá y es tanto la raíz de toda la existencia como su propio florecimiento... ¿Dónde está?, ¿dónde mora? No se puede decir dónde se halla, aunque, desde luego, está en ti, es tu verdadero ser, porque esta consciencia se encuentra en todas partes. Mejor expresado: «todas partes» están en ella. Esta consciencia ha ido más allá del más allá y nada la limita. Por supuesto que está más allá de la mente y el lenguaje. Y también del espacio y el tiempo... Ambos, el tiempo y el espacio existen en la consciencia y esta consciencia no existe en el tiempo y el espacio. Es la consciencia iluminada que constituye tu propia luz. Por eso la iluminación es ser la luz para ti mismo y «ver» lo que realmente siempre has sido, eres y serás: nada y, por ello, todo. Una vez que ocurre la iluminación, todo está en ti porque tú ya no eres nada en particular. Todo empieza a moverse en ti porque tú ya no existes como tal... Los mundos surgen de ti y se disuelven en ti porque tú, lejos de ser tú, lejos de ser algo, eres el todo.
¿Al difuminarse cualquier noción de identidad y en el momento previo a la disolución en la nada y vivir el todo, es posible volver a encarnar en el plano humano? Sí, aunque no por necesidad, como pasa al identificarse con un alma, sino solo por puro fluir del Amor. Es una encarnación directa desde la Fuente, desde la Consciencia. A lo que estas encarnaciones representan aquí, en el plano material, se ha aproximado el budismo mediante la figura de los llamados bodhisattvas.
Como se ha reiterado, el estado de consciencia con el que se inicia el tránsito es el mismo que el previo a desencarnar. Siendo esto así, resulta evidente la transcendencia de vivir la vida física conscientes de que llegará el momento de transitar. No se trata, en absoluto, de obsesionarse con la muerte física, pero sí de no olvidar que este acontecerá.
El día 5 de mayo de 2015 se publicaba un curioso artículo en el blog El Turista Accidental del portal de noticias Yahoo Tendencias, escrito por Víctor Arribas. En él, Arribas explicaba que Eric Weiner, periodista de la BBC, viajó a Bután con el objetivo de descubrir por qué es el país con mayor índice de felicidad de la Tierra. Al poco de llegar, Weiner empezó a encontrarse mal y acudió a un médico local, Karma, quien le dijo: «No pasa nada. Solo tienes un ataque de pánico. La solución es dedicar cinco minutos al día a meditar sobre la muerte». Cuando Weiner pidió más explicaciones a ese médico, le respondió lo siguiente: «La gente rica de Occidente no habéis tocado cuerpos muertos, ni heridas, ni cosas podridas. En general, no estáis preparados para dejar de existir». Explica Arribas: «En realidad, el médico le estaba dando la versión suave de su medicina. La cultura butanesa prescribe pensar sobre la muerte un mínimo de cinco veces al día. No se trata de una excentricidad local. En 2007, un estudio de la Universidad de Kentucky dividió a varias docenas de estudiantes en dos grupos. Al primero se le pidió que pensara en una dolorosa visita al dentista; al segundo, directamente en la muerte. Acto seguido tuvieron que completar palabras inacabadas. El grupo que tenía que pensar en la muerte escogía conceptos mucho más alegres que el del dentista. «Cuando te obligas a pensar en la muerte, la mente lo compensa ofreciendo alternativas felices», concluyeron los investigadores.
Arribas prosigue su artículo hablándonos de que «existe un libro titulado Una guía práctica sobre la felicidad: lo que aprendí viviendo, amando y despertándome en Bután»