Portada

Si este libro le ha interesado y desea que lo mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos cuáles son los temas de su interés (Autoayuda, Espiritualidad, Qigong, Naturismo, Enigmas, Terapias Energéticas, Psicología práctica, Tradición...) y gustosamente lo complaceremos.

Puede contactar con nosotros en

comunicación@editorialsirio.com

Título original: THE INNER GAME OF GOLF

Traducido del inglés por Antonio Luis Gómez Molero

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Composición digital: Pablo Barrio

© de la edición original

1979, 1981, 1998, W. Timothy Gallwey

La presente versión en español se ha realizado según acuerdo con Random House, un sello de The Random House Publishing Group, una división de Random House, Inc.

© de la presente edición

EDITORIAL SIRIO, S.A.

C/ Rosa de los Vientos, 64

Pol. Ind. El Viso

29006-Málaga

España


www.editorialsirio.com

E-Mail: sirio@editorialsirio.com

I.S.B.N.: 978-84-7808-921-5

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

A Maharaji,

con gratitud, por enseñarme

aquello que más necesitaba aprender.

Para ser alumno se necesita una gran confianza, pero no en el maestro, sino en ti mismo.

MAHARAJI

Table of Contents
Contenido
Prólogo
Mirando atrás
Agradecimientos
1
El desafío Interior y Exterior
“El único juego con el que no puedo”
Lo que aprendí en la pista de tenis
El golf es un Juego Interior
La atracción del golf
Las exigencias de precisión
La presión
El ritmo
La obsesión con los consejos y las técnicas
El Juego Interior del golf
2
Llegar a los 90 con Atrás-Golpe-Stop
El Yo 1 y el Yo 2
La magia del Bote-Golpe
Buscando el Bote-Golpe del golf
Atrás-Golpe-Stop
Da-da-da-da
La historia de Dean Nims
La práctica de la concentración
Hacer 90
90 en el St. Andrews Golf Club de Escocia
3
La causa más común de los fallos: una tensión excesiva
La principal causa física de los fallos
Canturreando tu Swing
La máxima tensión
“Ante las dudas, aprieta”
4
Superar la falta de confianza en sí mismo
Los mecanismos de la inseguridad
Cinco tipos comunes de intentos con excesivo esfuerzo
Esforzarse intentando golpear la bola
Esforzarse intentando levantar la bola al aire
Esforzarse intentando mandar la bola lejos
Esforzarse intentando mandar la bola recta
Esforzarse intentando golpear la bola “correctamente”
“Cualquier cosa que sea lo que estés intentando, déjalo”
Las limitaciones del modo de intento
La doctrina de lo fácil
5
Enseñando a ser consciente
¿Nos hemos equivocado en la manera de aprender?
Aprender de la experiencia
La ley de la conciencia
La instrucción del hacer
La instrucción a la conciencia
Presentando el Juego Interior a Al Geiberger
Una lección sobre cómo tomar lecciones
6
Descubriendo la técnica
¿Qué vino primero, la experiencia o la técnica?
Cómo hacer el mejor uso de las instrucciones técnicas
¿Cómo aprender a agarrar correctamente el palo?
Cómo observar a los profesionales
La escala de efectividad de las diversas formas de aprender el golf (de la menos efectiva a la más efectiva)
Estrategia Número 1: Tratar de averiguarlo por ti mismo
Estrategia Número 2: Recibir lecciones de un profesional que solo entiende los aspectos técnicos del juego
Estrategia Número 3: Aprendizaje natural sin la ayuda de un profesional
Estrategia Número 4: Aprendizaje natural con la ayuda de un coach del Juego Interior
Estrategia Número 5: Aprendizaje natural con la ayuda de un profesional del golf que sabe entrenar el aprendizaje natural
7
El juego corto: el putting y el chipping Interior
Más conciencia de la superficie del putting
Aprendiendo de los Pats de los demás
Mejorando la percepción de la distancia
Una solución sencilla para un problema complejo
¿Cuánto de técnica hay en el putting?
Tomar conciencia del cuerpo y del palo de golf
El juego del tacto
Pateando con los ojos cerrados
El próximo paso: saber cómo sabes
El juego del tacto
Algunas variables clave en el putting y el chipping
Descubriendo tu técnica de putting y chipping
Más ejercicios de conciencia para el putting interior
Mirar al hoyo
Patear con una mano
Escuchar
Enhebrar la aguja
El chipping interior
Chips y trucos
Qué hacer cuando pierdes la sensación del tacto
Chips y yips
Dando la bienvenida a los yips
8
El Swing Interior
Incrementar la sensibilidad de tu swing
Primer paso para incrementar el sentir: pasar de una atención amplia a una atención localizada y luego, volver de nuevo a la amplia
Mejorar el equilibrio y la estabilidad
Descubrirás tu equilibrio descubriendo tu desequilibrio
Aprendiendo estabilidad
Una pila de fichas
Descubrir tu ritmo
Escucha tu ritmo
Descubre tu velocidad
La colocación ante la bola
Aumentar la precisión
Ejercicio de conciencia sobre la trayectoria del palo
Aumentar la potencia
Ejercicios para aumentar la potencia
Señalar los objetivos
Señalar el objetivo para el Yo 2
Escaneo de conciencia del cuerpo
Guía para una sesión práctica del Juego Interior
Cinco minutos de juego puro
Veinte minutos de swing concentrado
Cinco minutos de juego
Tiempo restante: rendimiento
¿Quieres un swing perfecto o hacer una buena puntuación?
No se pede corregir un mal golpe ¿Para qué intentarlo?
Creando tu swing
9
Sobre la suerte, las malas rachas y las falsas expectativas: bajar de 80 golpes
Jugando en Pebble Beach con Michael Murphy
¿Cómo se sale de una mala racha?
El juego de las expectativas
El hombre que no sabía lo que significa “par”
El jugador de tres pelotas
No dejes que tu handicap sea un handicap
¿Son necesarias las expectativas en el golf?
Qué pasaría si...
Expresando cualidades
39-39 en Perfect Liberty
Aceptar las incertidumbres del golf
¡Tim rompe la barrera de los 80!
“Con la mayor sinceridad”
10
La principal habilidad: una concentración relajada
¿Qué es la concentración relajada?
La paradoja de “perderse a sí mismo en la acción”
La concentración del pensamiento
La práctica de la concentración relajada
Los pasos de la concentración
La disciplina
El interés
La absorción
El triángulo △
Las habilidades de conciencia
El enfoque en las variables clave
Las habilidades de elección
Una excesiva preocupación por los resultados
El △ DDA
Las habilidades de confianza
Confianza y control
11
Jugar nuestro propio juego
Sería muy difícil explicarle a un marciano la tensión del golf
El golf es un microcosmos de la vida
El golf me ha convertido en alguien
Kathy inventa su propio juego
Una libertad casi perfecta
Rompiendo la ilusión del golf
Re-crear la ilusión del golf
Equilibrando el DDA
Un profesional aprende a dusfrutar otra vez del juego
Jugar tu propio juego
Lo fundamental del golf. ¿Por qué juegas?
12
De la fórmula al sentir
Un tipo distinto de placer
El futuro del juego

Prólogo

Mirando atrás

En todos los tiempos, ha habido siempre dos vías para quien quisiera desarrollar una destreza. A una de esas vías yo la llamo el río de las “fórmulas”, y a la otra, el río del “sentir”. Una corriente fluye hacia el dominio del mundo exterior, la otra hacia el dominio del mundo interno.

El río de las fórmulas crea un formidable caudal de instrucciones técnicas, surgidas del análisis detallado de cualquier destreza. Este enfoque ha dominado el pensamiento occidental desde que se impuso la visión mecanicista del universo de Isaac Newton. Al establecerse las leyes que gobiernan el movimiento de los objetos físicos se intentó supeditar todo a la noción de causa y efecto. La imagen del universo obtenida a partir de estas ideas se asemeja a un gigantesco reloj, cuyos pequeños engranajes impulsan mecanismos más grandes, que a su vez mueven las manecillas. Este conocimiento proporcionó a quienes lo ejercían una nueva capacidad para predecir e incluso para controlar cierto tipo de fenómenos físicos, con el consecuente desarrollo de incontables avances tecnológicos en campos muy diversos.

El juego del golf, y específicamente el estudio de los movimientos que forman el swing de golf, ha ejercido siempre una especial atracción sobre la mente newtoniana. El resultado ha sido, no solo un análisis muy detallado de los elementos y las secuencias del swing, sino también, un flujo continuo de instrucciones técnicas, que se cuentan ya por millares. Pese a la inevitable frustración que nos causa intentar entender, asimilar y aplicar tal cantidad de instrucciones, siempre ha habido un insaciable apetito por este tipo de conocimiento y una enorme confianza en el mismo. Este apetito surge del mismo impulso que motivó la revolución tecnológica newtoniana: el deseo de saber y de controlar.

A los newtonianos siempre les ha molestado que el comportamiento, las emociones y las aspiraciones de los seres humanos no puedan conocerse ni controlarse con la misma facilidad que el universo físico. Algunos afirmaron que, en realidad, el comportamiento humano está totalmente sujeto a la ley de causa y efecto, pero sus variables son demasiado complicadas para poderlas entender y manipular. Para los científicos newtonianos, cuyos métodos de verificación dependen de la observación compartida y de exactos protocolos descriptivos, el comportamiento humano presenta dos serios problemas. El primer problema que les surge al estudiar a los seres humanos es que “los engranajes y las palancas” que mueven el reloj humano están encerrados dentro del cuerpo y no es posible verlos. No se puede diseccionar a una persona viva y ver cómo funciona. Lo mejor que podemos hacer es observar el comportamiento externo y, a partir de ahí, basándonos en nuestros conocimientos, intentar inferir el funcionamiento de los engranajes internos. El segundo problema al que nos enfrentamos a la hora de explicar el comportamiento en términos de causa y efecto radica en ese misterioso potencial humano llamado “libre albedrío”. Al aplicarlas a un mismo elemento, la idea de libertad y la de causa y efecto parecen mutuamente excluyentes,. Así, a la realidad humana se la califica como “subjetiva” y a la realidad externa como “objetiva”. En resumen, los métodos de la ciencia objetiva simplemente no se prestan con facilidad para la exploración de realidades subjetivas.

Sin embargo, antes de Newton (de hecho, ya desde Sócrates) el consejo de los sabios al ser humano ha sido siempre “conócete a ti mismo”. Los sabios afirmaban, de forma clara y contundente, que realmente era posible hacerlo, y hablaban de una vía directa para acceder al conocimiento de la realidad interior. No eran científicos en el sentido moderno de la palabra pero confiaban en otras facultades de conocimiento que solemos llamar “intuición”, “revelación”, y “autoconocimiento”. El propósito que los movía, más que conocer el mundo exterior, era entender las dinámicas del ser que vive en ese mundo. Conocer al sujeto, como algo distinto del entorno objetivo que lo rodea.

La segunda corriente tiene que ver con la dimensión humana de la existencia, el mundo del pensamiento y el sentimiento. Algunos le llaman el “aspecto mental” del juego. Yo prefiero llamarlo simplemente el “Juego Interior”. En este dominio interno, mucho de lo importante, como el pensamiento y el sentimiento, no puede ser directamente observado. Aunque los resultados del pensamiento, expresados con el lenguaje, pueden observarse y analizarse, el propio pensamiento se produce con demasiada rapidez para que podamos observarlo claramente. Pocos científicos o filósofos han afirmado que pudieran entender el proceso del pensamiento. En cuanto a las sensaciones y sentimientos, cada individuo puede observarlos subjetivamente, pero solo puede expresarlos de forma imprecisa en el mundo exterior, a través de palabras y gestos. Es decir, el individuo puede sentir, y experimentar una gran riqueza de emociones y sentimientos, pero solo de forma muy parcial puede expresar, compartir y comparar lo que siente en su mundo interior. Quienes dicen que el aspecto humano de cualquier actividad, como el golf, es importante, se ven limitados a hablar con metáforas y analogías. Esta manera de expresión es inexacta y solo puede insinuar los secretos del juego que jugamos en nuestro interior. Esta voz que nos habla de un Juego Interior lleva siglos resonando con fuerza e insistencia, pero nunca ha sido la voz mayoritaria.

Así, estas dos corrientes, la de las fórmulas y la del sentir, han avanzado a través de la historia como dos ríos. A veces uno de ellos crece, mientras que el otro va menguando. A veces se entrecruzan, pero rara vez se unen. En ocasiones incluso es difícil decir si los dos ríos se dirigen hacia el mismo mar. No cuesta llegar a la conclusión de que, para ser eficaces, los seres humanos han de tener parte de ambas corrientes. Las dos han influido en la forma en que las habilidades técnicas del golf se enseñan y se practican. Algunos de los grandes del golf han sido capaces de incorporar en un todo integral la sabiduría de ambas. Espero que, como consecuencia de leer, meditar y aplicar lo que leas en este libro, estés mejor equipado para integrarlas en ti.

Cuando escribí la versión original de El Juego Interior del Golf, apenas conocía nada sobre la dinámica del swing de golf. Mi reto consistía en ver cuánto golf podía aprender simplemente adaptando las “destrezas internas” que había desarrollado jugando al tenis y entrenando a otros jugadores de ese deporte. La destreza principal es lo que llamo una “concentración relajada”, la cual requiere la capacidad de prestar una gran atención a los movimientos de la pelota y del cuerpo, y de observar ciertos resultados. Esta destreza implica tener confianza en la capacidad del cuerpo para aprender acciones complejas, sin tener que seguir una complicada serie de instrucciones.

Es muy poco probable que cualquier principiante en el juego del golf se libre de ser arrojado a la corriente de las fórmulas técnicas. Es muy fácil terminar ahogándose en las aguas que fluyen de las revistas y los libros de golf, de las enseñanzas de los jugadores profesionales, y de los consejos de los amigos que “saben”. La elevada probabilidad de lograr algunos golpes excelentes seguidos por otros relativamente torpes, nos hace vulnerables a todo ese torrente de explicaciones y de remedios.

Cuando vi la tremenda diferencia que había entre mis mejores y mis peores golpes, la aseveración de los expertos en el sentido de que hay una manera correcta y otra incorrecta de manejar el palo se volvió demasiado convincente para seguir ignorándola. De manera que flirteé con el aspecto técnico y admito que me dejé seducir por algunas de las principales formulaciones técnicas. Puse mi esperanza en que, si agarraba el palo de la forma correcta, asumía la postura adecuada y mantenía en mi mente el “pensamiento de swing” correcto, obtendría el “control del swing”. Las promesas subyacentes a la técnica del golf se basaban en que, siguiendo las fórmulas mentales correctas, podría controlar mi comportamiento y lograr los resultados deseados.

Entendí que el juego del golf tenía que ver con el control, y me dejé llevar por el apremiante afán humano de incrementar el control, un afán que, cuando no lo moderamos, se convierte en compulsivo y, termina siendo una obsesión. Aun así, a la mayoría de los golfistas (yo entre ellos) nos encantaría encontrar un atajo para lograr el dominio total: lanzar cada bola al punto deseado, con una gracia, una facilidad y una precisión perfectas. Y luego, ¿qué? Luego, todos los que fueran testigos de este dominio quedarían asombrados y admirados. ¡Sí!

Hasta aquí mi sueño. Mi realidad consistió en grandes esperanzas seguidas por pequeños brotes de desesperación. Terminé resignándome y creyendo que solo quienes contaban con una gran capacidad atlética y con el tiempo necesario para practicar diariamente podían llegar a dominar el golf. Mi realidad consistió en imponerle un conjunto tras otro de instrucciones a un cuerpo desobediente, y en juzgarlo cuando no lograba actuar según esas instrucciones. Mi realidad consistió en tensión en el rostro, los hombros, las piernas, las caderas y los glúteos. Mi realidad consistió en que un “truco” siempre llevaba a otro, y luego a otro y a otro más, lo que a su vez me llevaba a desaprender los tres primeros. Por suerte mi experiencia con el Juego Interior del tenis me permitió salir de la corriente técnica antes de ahogarme en ella. Aunque de vez en cuando seguiría mojándome los pies en sus aguas, nunca volví a zambullirme.

En lugar de ello, quise ver hasta dónde podía llegar sin contar con la ventaja de los conocimientos técnicos, y, con este fin, fijé con mis editores la meta de bajar de los 80 golpes jugando solo una vez por semana mientras escribía este libro. Así, la edición original se convirtió en el relato de mis exploraciones para superar los obstáculos internos de la duda, el miedo y la falta de concentración, que impiden el aprendizaje natural. Asimismo daba a conocer las destrezas innatas básicas que todos tenemos, las cuales hacen posible el aprendizaje y el más alto rendimiento.

La respuesta del mundo del golf a este enfoque interno fue notable. Como era de esperar hubo una resistencia considerable entre algunos elementos de la enseñanza establecida del golf, cuya autoridad dependía en gran medida del conocimiento de “la mecánica del swing”. Luego también hubo muchos profesionales que sabían que lo que yo estaba diciendo era verdad, pero no se sentían cómodos hablando de ello. Como es natural, los jugadores se mostraban escépticos ante cualquier planteamiento que pareciera apartarse de la dinámica de causa y efecto, que enseñaban los entrenadores y que refrendaban los principales jugadores profesionales.

Pero el libro llegó a ser un best-seller en el mundo newtoniano del golf, por lo que evidentemente debía de haber bastantes golfistas que supieran que jugar y disfrutar del golf es algo más que una cuestión de técnica. Apreciaron el libro, lo recomendaron a sus amigos, y me escribieron miles de testimonios de agradecimiento contándome cómo habían bajado sus hándicaps y cómo se había incrementado su capacidad de disfrutar el juego. Más pronto o más tarde muchos de los golfistas más escépticos y sus entrenadores leyeron el libro e intentaron poner en práctica el enfoque del Juego Interior, aunque solo fuera porque los jugadores de golf forman parte de una especie única, que al final termina por probar cualquier cosa que les ofrezca una esperanza.

Al mismo tiempo que los golfistas se abrían al aspecto mental del golf, entre los deportistas en general y sus entrenadores se produjo un aumento del interés por la psicología deportiva. Cuando en 1974 se publicó El Juego Interior del Tenis, fue considerada una obra revolucionaria, porque trataba directa y casi exclusivamente con el aspecto mental y emocional del juego. Hasta ese momento la gente se ponía nerviosa al expresar su necesidad de ayuda en el Juego Interior y los jugadores que conocían su importancia se negaban a hablar en público sobre lo poco que sabían. Daba la impresión de que el propio tema hacía que los deportistas se sintieran excesivamente vulnerables.

Desde entonces hemos sido testigos del nacimiento de un nuevo campo de estudio que ahora puede presumir de tener miles de practicantes, cientos de facilitadores e incontables volúmenes de información acerca de cómo obtener estados óptimos a nivel mental y físico.

Para mí fue interesante observar la evolución de la enseñanza del golf desde la barrera. Recuerdo lo que me sorprendió ver cómo Bob Toski lograba una gran popularidad enseñando que lo más importante del swing de golf era aprender a sentirlo. Luego apareció toda una escuela de “visualización” liderada por la cibervisión, que enseñaba a hacer el swing viendo películas de los mejores profesionales a cámara lenta, sin analizar los movimientos específicos del swing ni dar ninguna instrucción aparte de “observa, relájate e imagínate a ti mismo haciendo lo mismo”. Era como si aquello viniera directamente de una sección de El Juego Interior del Tenis.

En un artículo reciente del New York Times Book Review titulado “Él es Tiger Woods y tú no”, el autor, Lee Eisenberg afirma que existen varios tipos de libros de golf. Primero está el manual de instrucciones, en forma de listado y basado en la noción de causa y efecto, por lo general son los jugadores importantes o sus maestros quienes escriben este tipo de libros. Este género ha experimentado un gran auge, tanto en volumen como en complejidad, especialmente desde que se generalizó el uso de la cámara de video, que reduce el swing de los mejores golfistas a una serie de movimientos en cámara lenta y se puede detener la imagen tantas veces como se desee. Este avance tecnológico nos permite un análisis mucho más minucioso del movimiento del swing y ha incrementado todavía más el volumen de la corriente de las enseñanzas técnicas. Al mismo tiempo, las cintas de video a cámara lenta revelaron que en gran medida los mejores golfistas tienen una forma individual o única de hacer las cosas y que relativamente hay pocas constantes en los swings de los profesionales. En un libro llamado The Golf Swing, David Leadbetter, uno de los teóricos y maestros de la técnica del swing de golf, decía que la conclusión más definitiva que podía extraer de años de estudio era “que no hay un método definitivo”. Sin embargo, en el golf, al igual que en el tenis, la mayoría de los maestros tienden a ignorar la especial particularidad de cada jugador. La idea esencial es encontrar un “modelo de swing” racional, que se pueda enseñar a todo el mundo.

Más adelante, el artículo del New York Times decía que además de los libros que se ocupan de las instrucciones mecánicas existe otro tipo de libros que trata del aspecto mental del juego, los ejemplos principales del mismo serían El Juego Interior del Golf y los libros del Dr. Bob Rotella, entre ellos Golf Is Not a Game of Perfect. Precursores de estos libros fueron The Winning Touch in Golf, del Dr. Peter Cranford, Golf in the Kingdom, de Michael Murphy, y The New Golf Mind, del Dr. Gary Wiren. Un libro más reciente de este género es Extraordinary Golf, de Fred Shoemaker. Lo que quiero destacar es que ahora hay una creciente aceptación de la perspectiva del Juego Interior, y que el jugador medio dispone cada vez de más información. Es más, tanto los jugadores profesionales como los comentaristas de TV se muestran más dispuestos a expresar sus ideas sobre el tema.

A pesar de estos, que podríamos llamar “grandes avances” en la enseñanza del golf y a pesar de los avances técnicos habidos en la producción de los palos y las bolas de golf y de los miles de nuevos medios auxiliares existentes en el mercado, recientemente ha salido a la luz un hecho muy desconcertante. ¡En líneas generales la puntuación de los golfistas no ha mejorado! En una reciente conferencia de la PGA (Asociación de Golfistas Profesionales) norteamericana sobre enseñanza y entrenamiento, la revista Golf Tips señalaba una pregunta que surge con mucha frecuencia: ¿Cómo es que, pese a la proliferación de escuelas de golf, buenos instructores, medios auxiliares, libros, revistas y equipos de alta tecnología, el hándicap del jugador norteamericano medio se encuentra, en el mejor de los casos, estancado? (Más que estancado, empeorando, según los estudios realizados por la Asociación Norteamericana de Golf). “Para mí la conclusión innegable es que hay una gran brecha entre lo que sabemos sobre el swing de golf y nuestra capacidad para ayudar a la gente a aprenderlo.

Creo que la respuesta a este problema no puede estar solo en un incremento de la formación técnica o de la basada en el “sentir”. Ni tampoco sirve estudiar cada uno de estos campos como si fueran áreas independientes. No, en la vida están integrados, y por tanto, también deben estarlo en el golf. Debe ser una integración que preserve la identidad de cada uno, un auténtico maridaje, en el que ambos tipos de conocimiento funcionen juntos y jueguen su papel apropiado y distinto a la vez. No podemos hablar de un verdadero maridaje cuando cada campo se aferra dogmáticamente a su propia perspectiva y trata de imponerse al otro.

Mientras revisaba este libro tuve en mente dos propósitos principales. En los últimos cuatro capítulos he intentado exponer la siguiente fase del desarrollo del Juego Interior. Es un paso que va más allá del incremento de la conciencia kinestésica al practicar el golf. Acentúa la fundamental importancia de saber por qué juegas, como algo inseparable del cómo juegas. Por otro lado, en los capítulos centrales, he intentado establecer un puente entre las instrucciones mecánicas tradicionales del golf y el tipo de instrucciones basadas en el sentir. Espero crear una mejor relación entre el “enfoque interno” y el “externo”, dos perspectivas que han estado separadas durante demasiado tiempo.

La idea que mantengo en ambas ediciones de este libro es que los jugadores de golf son los peores enemigos de sí mismos. No puede darse un verdadero progreso sin el sincero reconocimiento de los obstáculos internos que los seres humanos nos ponenos a nosotros mismos y al desarrollo de nuestras potencialidades. Aunque la creencia en el potencial humano está ahora más generalizada que antes, parece que nos sigue resultando tan difícil como siempre admitir esa tendencia que tenemos a interferir con nosotros mismos. Y cuando la admitimos, tendemos a ser tan duros con nosotros que terminamos sintiéndonos incapaces de hacer algo al respecto. Solo si tenemos el valor y la honestidad de reconocer nuestra propia autointerferencia y estamos más alerta a la misma en el momento en que surge, lograremos sacar partido de la abundante información técnica de que disponemos. Sin una mejor comprensión del proceso de aprendizaje humano y algo de compasión por las debilidades y las aspiraciones de los aprendices, toda la información técnica y todo el pensamiento positivo del mundo no nos servirán para nada.

Construir ese puente entre el interior y el exterior puede dar mucho fruto en cualquier juego que juguemos. También puede brindarnos un mayor aprecio hacia el antiguo y maravilloso juego del golf, elevándolo al nivel de auténtica diversión. Asimismo facilitará al principiante el acceso al juego, reduciendo su frustración e incrementando su respeto hacia quienes le ayudan y le enseñan.

Agradecimientos

Esta obra se ha podido llevar a cabo gracias a la ayuda de más gente de la que puedo aquí mencionar. Quiero expresar, no obstante, mi reconocimiento y mi agradecimiento a las siguientes personas que generosamente me brindaron su tiempo y su energía: Jane Blalock, Marilyn Bowden,Tom Capelety, Tony Coleman, Ed Gallwey, Sally Gallwey, Al Gei berger, Molly Groger, Arch McGill, Michael Murphy, Tom Nord land, Gary Peterson, D.P.S. Rawat, Linda Rhodes, y Prentiss Uchida.

Además, reconozco la valiosa asistencia de Arnie Billingsley, Sean Brawley, Leslye Deitch, Tom Fitzpatrick, Larry Joseph, William A. Kasoff, John Kirk, y Sylvia Trujillo, en el diseño y la producción de esta edición revisada.

1

El desafío Interior y Exterior

Dos emociones me invadieron cuando dejé a un lado la raqueta de tenis y me puse a limpiar mis palos de golf, apenas usados en veinticinco años. Por un lado, expectación y entusiasmo ante la perspectiva de aplicar al “antiguo y noble” juego del golf los métodos y principios del Juego Interior desarrollados en las pistas de tenis y de esquí. Por el otro, una clara inquietud por tener que bregar con los notorios obstáculos mentales que provoca este juego. De alguna manera tenía la impresión de que, para mí, el golf podía llegar a ser un juego peligroso.

Mi inquietud no provenía de falta de confianza en el Juego Interior. Sabía que la contribución que éste podía aportar era valiosa, que sus principios eran sólidos y se basaban en algo auténtico, y que sus métodos y técnicas habían producido resultados espectaculares, no solo en el tenis y el esquí sino también en mundos tan variados como la música, los negocios, la enseñanza, la salud, y la vida familiar. Es más, había recibido cartas de muchos golfistas que leyeron El Juego Interior del Tenis y me decían que no solo habían disminuido considerablemente sus dificultades sino que su diversión durante el juego había aumentado de forma significativa. Estaba sinceramente convencido de que el Juego Interior ayudaría al golf y a los jugadores de golf, y a veces hasta me permitía soñar despierto pensando que podría llegar a dominar el juego instantáneamente.

Pero el golf es distinto al tenis, deporte en el que había sobresalido y que había jugado durante toda mi vida. Mi intención era empezar a jugar golf y en un corto periodo de tiempo ver cuánto podía mejorar mi actual nivel de aficionado. Siempre me había resultado fácil ayudar a otros a superar sus dudas, miedos y frustraciones. Pero al aprender golf, yo sería el alumno. A veces sentía la presión de un posible fracaso, pero me confortaba sabiendo que si ponía en práctica el Juego Interior, terminaría aprendiendo mucho más que golf. De esta manera sería imposible salir perdiendo. Los resultados siguen de forma inexorable al aprendizaje.

“El único juego con el que no puedo”

Una de las primeras veces que jugué al volver a retomar este juego fue en el Hillcrest Club de Los Angeles, en un foursome en el que tomaba parte el Dr. F., uno de los mejores cirujanos de California. El Dr. F., a quien había conocido en un torneo de tenis, sacaba tiempo como pudiera para jugar tres veces por semana. En el entorno tan poco familiar del primer tee me sentía nervioso, y admiré la imagen de aplomo que el Dr. F. proyectaba. Sin embargo, en el segundo tee, después de hacer par en el primer hoyo, lanzó los dos siguientes drives out. Exasperado consigo mismo, arrojó su palo al césped y gritó enfadado:

—¡Este maldito juego es lo más frustrante que la mente del hombre ha sido capaz de inventar!

Notando que este arrebato no venía de su desconocimiento del juego, le pregunté inocentemente:

—Entonces, ¿por qué lo practica tan a menudo?

El Dr. F. reflexionó durante unos segundos y finalmente me dijo:

—Porque no puedo con él. —Como sorprendido por su comentario, pensó unos momentos en lo que había dicho antes de repetir con firmeza—: ¡Sí, es el único juego que no puedo ganar!

Muy pronto se hizo evidente que lo que frustraba al Dr. F. no eran únicamente los golpes largos. Al verlo totalmente en tensión intentando hacer un pat de poco más de un metro, pensé que si sostuviera su bisturí con la misma aprensión y la misma falta de confianza con la que estaba sosteniendo el palo, por nada del mundo me gustaría estar en su mesa de operaciones. Obviamente realizar una delicada operación quirúrgica exige mucha más destreza de la requerida para meter una bola en un hoyo a poco más de un metro de distancia, sin contar con que está en juego la vida del paciente. Sin embargo estaba claro que el golf enervaba mucho más al Dr. F. Simplemente no podía imaginármelo arrojando airadamente su bisturí al suelo de la sala de operaciones y llamándose a sí mismo desgraciado inútil, pero esto es justo lo que pasó en más de un green. Al ver esto sentí todavía más respeto por el desafío que suponía el juego.

Pero el Dr. F. no era el único que se sentía frustrado. A pesar de lo que había aprendido con el tenis, también yo, prácticamente cada vez que fallaba un golpe, terminaba perdiéndome en análisis críticos de mi swing. Apenas sabía nada sobre la técnica del swing, pero intentaba averiguar en qué me había equivocado. ¿Había perdido el equilibrio? ¿Había golpeado con demasiada fuerza? Quizá había flexionado la muñeca demasiado pronto, o demasiado tarde. En el golpe siguiente intentaba corregir lo que creía la causa del error. Pero parecía que cada vez que lograba mejorar un defecto, surgían otros dos nuevos. Cuanto más me esforzaba en controlar el swing, más mecánico y falto de ritmo se volvía. Los golpes resultantes eran erráticos, y provocaban en mí un deseo todavía más fuerte de autocorregirme. En poco tiempo este ciclo dio muestras de ser más autodestructivo que autocorrectivo.

Al salir del campo de golf, adopté un planteamiento nuevo ante el juego y empecé por preguntarme en qué consistía. La palabra que me vino a la mente fue control. Básicamente parecía tratarse de conseguir que tu cuerpo hiciera lo que tú querías que hiciera para lograr que la bola se comportara como querías que se comportara. Me planteé el juego como un desafío extremo a la capacidad de una persona para controlar su propio cuerpo. Como ya había aprendido algo sobre el problema del control con mi experiencia en el tenis, decidí trasladar este conocimiento al golf.

Lo que aprendí en la pista de tenis

Resumiendo, lo que había aprendido en la pista de tenis era que la manera en que la mayoría de las personas aprendemos a controlar nuestro cuerpo simplemente no funciona. Decir a nuestros cuerpos cómo hacer algo no es la manera más efectiva de aumentar el rendimiento. Nuestros músculos no entienden español, y nuestras mentes pensantes no entienden realmente la coordinación entre el ojo y la mano. Al intentar que sus cuerpos sigan las instrucciones de la última lección, la mayoría de los jugadores de tenis inhiben el libre movimiento del cuerpo e interfieren con la coordinación, en lugar de ayudarla. “Echa la raqueta hacia atrás un poco antes… Dale a esa pelota… No gires tanto la raqueta al darle”, se dicen furiosamente a sí mismos durante el partido. Incluso cuando obedecen esas órdenes que parecen venir de un instructor militar, suelen hacerlo con la rigidez y la inhibición de un recluta novato, y de una manera que les impide dar lo mejor de sí mismos.

La calidad de mi enseñanza y el rendimiento de mis alumnos dio un giro de 180 grados el día en que comprendí hasta qué punto eran negativos los efectos de instruir en exceso. Cuando las mentes de mis alumnos estaban libres de instrucciones externas e internas podían seguir mejor la pelota y sentir una conexión mucho más clara con sus raquetas. La consecuencia natural era obtener mejores resultados. En los primeros días de exploración del Juego Interior me sorprendía la mejora que podía obtener simplemente con dar a los alumnos una única instrucción: “Olvídate de todo lo que creas saber sobre cómo golpear una pelota de tenis”. Incapaces de olvidar lo que realmente sabían, olvidaban únicamente lo que pensaban que sabían, y al hacerlo, una calma natural entraba en su juego. Pero el Juego Interior no se gana con una sola instrucción, el contrincante interno es demasiado diestro y está demasiado enraizado en nuestra mente para que podamos destronarlo tan fácilmente.

Tras varios años la premisa del Juego Interior del tenis surgió claramente. Las principales causas de los errores que se cometen jugando al tenis hay que buscarlas dentro de la mente del jugador: en la duda, la tensión, y los lapsus de concentración, más que en la ignorancia de las técnicas. Por ello, como entrenador descubrí que era mucho más eficaz trabajar de dentro hacia fuera, intentando resolver las causas mentales del error en lugar de corregir todos los síntomas externos. Una y otra vez observé que eliminar una simple falta de confianza en sí mismo podía dar lugar inmediatamente a numerosas mejoras técnicas en el golpe y en el juego en general. Los cambios eran espontáneos y naturales; para ellos no hacían falta instrucciones técnicas ni la exigencia constante de autoanálisis que caracterizaba mis primeras enseñanzas.

Los métodos desarrollados para combatir la mayoría de los problemas mentales que afrontan los jugadores habían probado su eficacia en la pista de tenis. Ahora el reto consistía en encontrar maneras prácticas de hacer lo mismo bajo las exigencias físicas y la presión mental del juego del golf.

El golf es un Juego Interior

Conforme empecé a jugar al golf con asiduidad, comprendí que aplicar el Juego Interior a este deporte y lograr su eficacia supondría un gran desafío. ¿Qué otro juego provoca tanta tensión y angustia? Al igual que sucede con nuestros hijos, el golf tiene una misteriosa manera de hacer que lo amemos, al mismo tiempo que saca a la luz todas nuestras debilidades mentales y de carácter, sin importar lo bien escondidas que estén. El propósito que ambos comparten es ponernos en la disyuntiva de superar esas debilidades o bien vernos desbordados por ellas. Pocos juegos proporcionan una oportunidad tan ideal para enfrentarnos a los obstáculos que entorpecen nuestra capacidad de aprender, rendir y disfrutar de la vida, tanto dentro como fuera del campo de golf. Pero para aprovechar esta oportunidad el jugador de golf debe acepar el desafío de jugar tanto al Juego Interior como al Juego Exterior. Tiene que reconocer no solo las trampas de arena y los indicadores de fuera de límites sino también la existencia de obstáculos mentales.

Quizá la primera tarea del jugador del Juego Interior es tomar conciencia de los factores mentales que el golf suscita. Descubrí que eran muchos y complejos, pero esencialmente parecían encajar en cinco categorías: la atracción que el juego tiene para el ego, la precisión requerida, las presiones competitivas a las que se enfrenta el jugador, el ritmo único del juego, y la obsesión con las técnicas del swing.

La atracción del golf

Pronto descubrí que el golf tiene una cualidad seductiva que no suele darse en otros deportes. En momentos de frustración muchos jugadores juran que lo dejarán, pero pocos son capaces de hacerlo. Por alguna razón suelen olvidar los fracasos exasperantes y la tediosa mediocridad que experimentan a menudo y sin embargo suelen recordar los dos o tres “triunfos” que obtienen en un juego.

Podía ver que parte de la atracción del juego consiste en que a veces se pueden lograr buenos resultados contando únicamente con la suerte. El golf es uno de los pocos deportes en los que un principiante puede, alguna vez, jugar como un campeón. Un aficionado que juegue al golf por primera vez puede embocar un pat de quince metros en el primer green y llegar a la conclusión de que es un juego fácil. Esto puede dar lugar a un exceso de confianza. Del mismo modo, un joven de veinte años con buena coordinación puede dar su primer drive a unos 230 metros directamente en la mitad de la calle, y para cuando llegue dando un paseo hasta donde está la bola su ego le estará diciendo que en muy poco tiempo estará listo para competir en la PGA. En un determinado día mi padre, con sus setenta y dos años, podía puntuar mejor que Jack Nicklaus en uno de sus días malos. E incluso yo, siendo principiante, en un hoyo determinado podría ocasionalmente dar un buen drive colocando la bola en la mitad de la calle, hacer un buen un approach, y embocar el pat logrando un birdie: un resultado que incluso los mejores profesionales agradecerían. El problema, naturalmente, es que esto no me sucedía con mucha frecuencia: y en mi ignorancia, me dejaba seducir por mis buenos hoyos y pensaba que podría llegar a jugar con los mejores. Los hoyos malos, que inevitablemente seguían, tendían a derribar mis vanas esperanzas y a convertirlas en abatimiento. No se puede decir lo mismo de la mayoría de los deportes. Soy mejor tenista que jugador de golf, pero si jugara con Pete Sampras en mi mejor día y él estuviera teniendo su peor momento, no ganaría muchos puntos, y mucho menos juegos o sets. Tener expectativas realistas sobre mi capacidad en el golf no era nada fácil en los primeros días.

Después de solo unas pocas horas en el campo de prácticas me di cuenta de que la fuerte atracción que sentía por el juego era también lo que más me frustraba. Aunque desde los trece años había jugado relativamente pocas veces al golf, en ocasiones conseguía dar un drive de 210 metros justo al objetivo. La visión de la bola elevándose y cayendo con esa exactitud era emocionante; me llenaba de una sensación de dominio y poder. La frustración residía en el hecho de no ser capaz de repetirlo a voluntad. Alimentado por lo que parecía una esperanza a prueba de bombas, reprimía mi disgusto ante el fracaso y seguía intentándolo una y otra vez. Quería volver a tener esa sensación para poder repetir lo que mi cuerpo me había mostrado que era capaz de hacer. Me estaba enganchando.

Al echar un vistazo a mi alrededor, en el campo de prácticas, podía ver que los demás estaban atrapados por el mismo anzuelo; allí estaban, gastando horas y dólares tratando de encontrar ese escurridizo pero seductoramente perfecto swing que les proporcionaría los resultados deseados. Y sin embargo, una y otra vez, todos nos enfrentábamos a la deprimente verdad de que simplemente no teníamos el autocontrol que queríamos y que, de alguna manera, sentíamos que debíamos tener. Esto no resultaría tan penoso si no hubiéramos dado antes algunos golpes excelentes, que nos daban el cruel conocimiento de que esa habilidad se encontraba escondida en algún lugar dentro de nosotros.

Empecé a entender y compartir la fascinación del Dr. F. con el juego. El golf parecía poner alas a mis esperanzas, solo para después quebrarlas, inflar mi ego, solo para seguidamente aplastarlo. ¿Qué clase de diversión era esta? ¿Podría alguna vez llegar a dominar este juego? ¿En qué consistiría eso? ¿Podría al menos aprender a disfrutar el juego y a jugarlo sin frustración? Logrando conseguir solamente esto último, me hubiera dado por satisfecho.

Las exigencias de precisión

Estaba claro que el aspecto más desesperante de mi juego era su incoherencia. Era perfectamente capaz de desviar una bola 40 metros a la izquierda, y luego, en el siguiente golpe, con lo que parecía ser exactamente el mismo swing, mandarla 40 metros a la derecha. Todavía más desconcertante era dar un drive largo perfecto hacia el centro de la calle, y en el siguiente golpe apenas sacar la bola del tee. En el tenis estaba acostumbrado a las incoherencias, ¡pero nada de este tipo ni de esta magnitud! Aunque podía lucirme con el saque y acto seguido mandar la pelota fuera, nunca golpearía la base de la red con un lanzamiento y la parte alta de la valla con el próximo. Sin embargo así es como me sentía con el golf algunos días.

Me parecía que lograr la precisión requerida para jugar bien al golf exigía una disciplina mucho mayor de la que se necesita para jugar bien al tenis. El porqué del margen de error tan limitado es fácil de entender: la velocidad que es necesario imprimir a la cabeza del palo para que la bola recorra una larga distancia. La velocidad de los brazos del golfista cuando baja el palo durante el swing no es muy superior a la de los brazos de un tenista al hacer un saque, pero como el palo de golf tiene mayor longitud y flexibilidad, la velocidad de la cabeza del palo es mucho mayor que la de una raqueta. Si la cabeza del palo contacta la bola a una velocidad de 160 km por hora, con una apertura de tan solo uno o dos grados, la bola puede desviarse de su objetivo muchas decenas de metros. Teniendo en cuenta esto, es sorprendente que la bola alguna vez vaya exactamente donde queremos que vaya.

En el tenis el saque es el único golpe con el que el jugador inicia la acción, mientras que en el golf lo hace con cada golpe. Es interesante apuntar que si en el tenis fallas tu primer saque, puedes intentarlo otra vez. ¡El golf no es tan indulgente! Es más, en el tenis una superficie mucho más amplia golpea una pelota mucho más grande en una distancia más corta. Cambiar del tenis al golf me iba a exigir que afinara mucho más mi concentración.

La mayor precisión requerida en el golf también se refleja en la manera en el que el jugador trata a la bola. Un jugador de tenis puede ser bastante informal, o incluso un poco ostentoso, mientras se dispone a hacer un servicio, bota la pelota unas cuantas veces, y saca. La mayoría de los jugadores profesionales de golf exhiben un grado mucho más elevado de autodisciplina. Da la impresión de que siempre se acercan a la bola de la misma manera, de una forma controlada y casi ritual. Incluso son más meticulosos en su manera de vestir. (Con frecuencia he tenido la sensación de que en una fiesta podría distinguir a los jugadores de golf de los tenistas.)

La meticulosidad nunca ha sido mi fuerte. En todas las fotos familiares de cuando era niño salgo, como mínimo, con uno de los zapatos desabrochados. Podía resolver los problemas de matemáticas que me ponían en un examen, pero rara vez sacaba buenas notas, porque me equivocaba al no prestar demasiada atención a los cálculos. Me preguntaba si alguna vez sería capaz de lograr el grado de disciplina que parecía requerir el golf. Al principio mi única esperanza era ver el juego como un desafío a mi habilidad de realzar esta cualidad. No puedo decir que estuviera deseando ponerme manos a la obra.

La precisión que se requiere para el golf no permite soltar la ira y la frustración contenidas, como sucede en deportes más agresivos. El golf produce frustración, pero tienes que aprender a enfrentarte a ella de una manera que no sea en tu siguiente golpe. Esto representa un desafío fascinante para el Juego Interior.

La presión

Si tengo un día mediocre en la pista de tenis y pierdo un match 6-3, 6-3, siempre puedo reducir la humillación de mi ego diciéndome a mí mismo que mi contrincante estaba jugando especialmente bien ese día. Pero el jugador de golf está solo. La crítica o el mérito recaen sobre él, y normalmente hay otras tres personas alrededor para juzgarlo. En ese tipo de situación, el ego florece y se marchita.