Las aventuras

de Blanca


El Jardín Secreto

El viaje de la heredera











Lucas Frost

© Las aventuras de Blanca: El Jardín Secreto / El viaje de la heredera


Primera edición: julio 2018

ISBN papel:

© del texto:

Lucas Frost

© de esta edición: 2018

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En recuerdo de Víctor Romero y Felipa Vargas,

quienes hicieron que Blanca sea quien es hoy.

Blanca y el Jardín Secreto










“El cobarde que huye vive hoy para morir otro día”.

A.E. Housman, A Shropshire Lad

LA LEYENDA DEL AVE FÉNIX

Hace muchos milenios, en los tiempos de los primeros imperios, un pequeño pueblo recibía cada cambio con la llegada del Ave Fénix, un pájaro legendario para muchas de las grandes civilizaciones de aquella época, pero que en aquel remoto pueblo era la única señal de esperanza y prosperidad.

Cada época de sufrimiento siempre había acabado con la llegada del Ave Fénix: el pájaro volaba hasta lo alto de una gran torre que se erigía sobre el pueblo, ardía en una gran pila que había en el centro de la torre y de sus cenizas surgía un nuevo fénix que salía volando, llevándose con él todos los males que habían asolado al pueblo. Sin embargo, al empezar un nuevo siglo, todo cambió: las continuas guerras que se sucedían entre los distintos imperios, todas ellas con el absurdo fin de designar a una civilización que ostentara la supremacía, sembraron la destrucción en todo el mundo. El pueblo se vio afectado.

—Siéntese, amigo—le dijo un hombre a otro que había entrado en su cabaña—. ¿Cómo le va todo?

—Muy mal —le contestó—. Por culpa de las batallas que ha habido en la región, nunca he tenido peor cosecha.

—A mí también me ha ido mal con la cosecha de este año—le respondió el otro—. Pero lo nuestro no es nada en comparación con lo que está pasando el Sabio Arco.

El Sabio Arco era el representante del pueblo. Cada llegada del Ave Fénix, él lo había recibido y había contemplado como de sus llamas surgía un nuevo fénix. Nadie más en el pueblo había tenido ese privilegio único. Pero algo había cambiado: hacía mucho tiempo que el Ave Fénix no había acudido, a pesar de las continuas desgracias que habían asolado al pueblo. Los habitantes ya empezaban a pensar que el Ave Fénix les había abandonado. El Sabio Arco arrastraba una carga adicional: su hijo había partido a la guerra tres años antes y no había regresado. Muchos lo daban por muerto. El Sabio Arco, quien demostraba que la esperanza es lo último que se pierde, no decía nada al respecto.

Pasaron muchos meses hasta el día en que el hijo del Sabio Arco regresó vivo al pueblo con múltiples heridas. Esa misma noche, el Ave Fénix apareció en el pueblo. El Sabio Arco se reunió con el ancestral pájaro, pero la reunión no fue bien: el Sabio Arco le reprochó que hubiera tardado tanto en llegar y hubiera permitido todas esas desgracias. El Ave Fénix le contestó que si había llegado esa noche era porque ese era su momento. El Sabio Arco, furioso, siguió reprochándole su tardanza. Al final, el Ave Fénix estalló en llamas, pero no nació ningún nuevo fénix de sus cenizas.

A partir de entonces, todo cambió: el pueblo siguió viviendo épocas de alegría y épocas de pesar. Pero no fue la presencia del Ave Fénix lo que se interpuso entre ellas, sino el constante esfuerzo humano y la capacidad de elección que tenían de construir un mundo mejor.

Presentación

Considero que toda historia tiene que tener un propósito que vaya más allá de provocar el placer del lector. Como autor de este libro, deseo que quien lo lea disfrute de esta aventura. Pero también quiero que los lectores se fijen en su heroína, Blanca, de quien quiero que sea algo más que la protagonista de esta narración. Blanca es una chica fuerte, valiente y decidida que lucha a diario por lograr su puesto y su lugar en un mundo que se le presenta hostil. Y aunque sus mayores enemigos son los peores pensamientos y temores que pueden aparecer en nuestra mente, los afronta con coraje, dignidad y respeto, además de que también sabe que en ocasiones tiene que sacrificar sus intereses personales y poner por delante las necesidades de los demás. Lo que quiero es que el lector no solo disfrute de esta historia del mismo modo que yo he disfrutado escribiéndola, también quiero que se sienta identificado con Blanca y pueda aprender de este fantástico personaje. Eso es todo lo que puedo esperar como autor.

Lucas Frost, 13 de junio de 2016

I. Todos la llamaban Blanca

Aunque nadie sabía cuál era el nombre de la hija de Mr. White, un empresario de éxito y el hombre más rico de Cristal, todos los aldeanos coincidían en llamarla Blanca. Esta actitud se remontaba al día en el que supieron de su existencia. Fue algo casual, pues Mr. White siempre había sido muy celoso con su vida privada, de modo que nadie sabía que tenía una hija hasta un día en que un leñador la vio salir del bosque en compañía de Mr. White, quien estaba muy enfadado con ella.

—¡Esta es la última vez que te comportas así! ¿Me has entendido? —le iba diciendo Mr. White a su hija.

El leñador intervino.

—Déjela en paz, Mr. White.

—¡Tú no me dirás a mí como tengo que criar a mi hija!—le espetó Mr. White.

—Me llamo Blanca —se presentó la chica—. Por fin conozco a alguien que no sea mi padre.

—¡Tonterías! —bramó Mr. White—. ¡Tú no te llamas Blanca y jamás conocerás a nadie que no sea yo!

A partir de ese momento, todos utilizaban el nombre Blanca para referirse a la hija de Mr. White. El hecho de que su padre no dejaba que nadie la viera provocó una serie de chismorreos.

—¿Quién será su madre?

—¿Por qué su padre no permite que la veamos?

—¿Quién es Blanca?

Esta última pregunta la formuló Zane. Era un chico alto y rubio que había llegado hacía tan solo dos días a Cristal con su familia. Su padre era el presidente de una empresa que quería fusionarse con la de Mr. White y aquella noche iban a tener una cena de negocios.

—No me habías dicho que Mr. White tuviera una hija—le comentó Zane a su padre mientras iban a la casa de campo de Mr. White.

—No lo sabía—le contestó su padre—. Pero haz el favor de intentar causarle una buena impresión. Sería muy conveniente para nosotros que te vieran saliendo con la hija de Mr. White.

Zane y su padre llegaron a la casa de campo. Su padre llamó a la puerta. Un hombre vestido con una corbata y un impecable traje azul les abrió y les dedicó una sonrisa que costó distinguir debido a su poblado bigote negro.

—Hola, Sam—Mr. White le estrechó la mano al padre de Zane—. No puedo expresar con palabras cuanto me alegro de verte. ¿Cómo te va todo? Y este chicarrón debe de ser el joven Zane.

—¿Dónde está Blanca?—le preguntó Zane.

Mr. White palideció de sorpresa.

—¿Blanca?

—Olvida la pregunta de mi hijo—dijo Sam con incomodidad—. En la aldea hay un rumor de que tienes una hija llamada Blanca. Pero—miró severamente a Zane—no tenemos pruebas de que eso sea cierto, ¿verdad, Zane?

Zane asintió apresuradamente. Mr. White tragó aire y cerró los ojos.

—Sí, es cierto—Mr. White también parecía incómodo—. Ahora está en su cuarto, voy a decirle que baje a saludar. Esperad aquí.

Mr. White dejó a Sam y a Zane solos en el vestíbulo y se le oyó subir al piso de arriba. Sam le dio un codazo a su hijo.

—Mira que eres torpe—le dijo.

—Has sido tú el que me ha dicho que debía salir con ella.

—Pero no tenías que saber de su existencia hasta que Mr. White te la presentara.

Ajeno a la conversación entre Sam y Zane, Mr. White sacó unas llaves y abrió la puerta de una habitación. Era una estancia muy pequeña en la que solo había una cama con una chica de quince años sentada en ella. Era alta y rubia, con el pelo rizado. Vestía un sencillo pero elegante vestido blanco. Sus ojos azules miraban la débil luz que se filtraba a través del resquicio de una ventana. Mr. White carraspeó y la chica se volvió hacia él.

—Hola, Mr. White—le saludó. Aunque era su padre, jamás se dirigía hacia él como tal.

—Blanca—le dijo Mr. White con un gesto de dolor, como si le costase pronunciar el nombre que su hija había elegido para sí misma—. Un buen amigo mío y su hijo han venido a cenar. Quiero que estés presente, así que baja al vestíbulo para conocerlos.

Blanca se levantó de la cama y con igual dosis de rapidez y sigilo bajó al vestíbulo, donde Zane y su padre seguían discutiendo.

—Padre, seguro que le caeré bien a Blanca. Ya me conoces, no hay nadie que se me resista.

—Eso espero, Zane, porque que te relaciones con esa chica es vital para mi negocio.

Ninguno de los dos se había percatado de que Blanca estaba delante de ellos. Muchas veces que, contra los deseos de su padre, salía de casa para ir al bosque, su capacidad para actuar sin que se dieran cuenta de ello le había resultado crucial, y veía que para espiar a un posible futuro socio de su padre y a su hijo, su sigilo también le estaba sirviendo.

—Un paso en falso por tu parte, Zane, tan solo uno y te dejo sin paga durante quince meses, ¿entendido?

—No hace falta que se enfade—le dijo Blanca con voz suave, como si estuviera cantando cada sílaba que pronunciaba. Había decidido que ya no podía estar más tiempo camuflada—. Estoy segura de que su hijo y yo seremos muy buenos amigos.

—¡Blanca!

Mr. White bajó apresuradamente las escaleras, furioso de que su hija se hubiese vuelto a escabullir de su dura vigilancia. Y encima mientras él le hablaba de lo importante que era para él que formara una relación con Zane.

—Blanca, discúlpate con Sam y Zane por haber espiado su conversación privada—le dijo a su hija.

—Yo no he espiado nada—le contestó Blanca—. No he querido interrumpirlos, eso es todo. Solo he intervenido cuando he visto que era necesario.

Zane empezó a reír con fuerza. Su padre lo golpeó y el chico calló de inmediato. Mr. White estaba furioso.

—¡Esta es la última vez que me avergüenzas en público, jovencita! Ahora vas a prepararnos la cena y después limpiarás la casa, a ver si así empiezas a ser más respetuosa!

—Y de paso sirves de ejemplo para mi hijo—aportó Sam mirando a Zane, a quien parecía costarle un esfuerzo descomunal no reírse.

De repente, una piedra envuelta en un papel cayó en el jardín. Mr. White empujó a Blanca hacia ella, desgarrándole el vestido.

—¡Mira a ver qué es!—le espetó.

Blanca quitó el papel y miró la piedra. A lo lejos se oyó como alguien empezaba a correr.

—¡Debe de ser el graciosillo de la aldea!—gritó Mr. White—. Esta vez ese chico no se librará.

Mr. White empezó a andar hacia la aldea con la furia reflejada en sus ojos. Blanca intentó detenerle.

—Mr. White, no lo hagas.

—Tú correrás la misma suerte que ese idiota, jovencita.

Blanca no lo pensó dos veces. Salió corriendo hacia Cristal, ignorando las protestas de su padre. Corrió tan rápido que no se fijó en la dirección que tomaba. Conforme avanzaba, notó que se había alejado mucho de la casa de su padre y de Cristal, pero no le importó, pues nunca se había sentido tan libre. Se sentó al lado de una cascada y miró como caía el agua. Durante lo que le parecieron horas, no se oyó nada. Estaba empezando a dormirse cuando unos gritos atravesaron la noche.

—¡Blanca!

—¡No se preocupe, Mr. White, encontraremos a su hija!

Blanca se incorporó tan rápido que resbaló con la superficie mojada. Cayó de espaldas y su grito se perdió mientras desaparecía en el centro de la cascada. Un grupo de hombres que portaban linternas apareció en medio de la noche.

—He oído algo.

—Si ha caído por la cascada no hay ninguna posibilidad de que haya sobrevivido, Mr. White. Eso suponiendo que fuera su hija la que ha gritado.

—Ha sido ella—afirmó el aludido—. Reconocería ese grito en cualquier parte. ¡Id a buscar abajo!

Mientras sus hombres bajaban al centro de la cascada, Mr. White murmuró: “Veo que esta cascada me ha librado de cometer el crimen que durante mucho tiempo estaba deseando perpetrar. Has encontrado lo que desde hace tiempo merecías, hija mía. Púdrete con tu madre, que juntas sois lo peor que me ha pasado en la vida”.

Tras estas duras declaraciones, Mr. White fue a reunirse con sus hombres. Al llegar al pie de la cascada, miró en todas direcciones con la esperanza de localizar el cadáver de su hija, pero para su asombro y decepción no lo encontró.

—Se lo habrá llevado la corriente—pensó dirigiéndose a sus hombres.

—Se suspende la búsqueda de mi hija—anunció.

Mr. White y sus hombres abandonaron el lugar sin saber que tras la cascada un hombre los observaba. Se trataba de un anciano de ojos grises, pelo blanco y tez morena. Con sus manos sujetaba un lienzo que ocultaba sus piernas. Esperó hasta que la voz de Mr. White dejó de oírse para apartar el lienzo, revelando a una chica ataviado con un vestido blanco manchado de pintura. Era Blanca, para quien su auténtica vida acababa de comenzar.

II. El pintor

Blanca se despertó y se incorporó rápidamente. Miró alrededor. Lo que vio no sabía si debía preocuparle, pero al menos ya no estaba bajo el yugo de Mr. White. Se miró: su vestido blanco estaba manchado de pintura. La parte del vestido que Mr. White le había desgarrado al agarrarle estaba cubierta de sangre, pero por lo demás estaba bien. Volvió a mirar a su alrededor: se hallaba en lo que parecía ser un taller. Las paredes eran de madera y estaban manchadas de pintura. Al fondo, una puerta de color marrón oscuro se erigía con cierta presencia.

—¿Qué habrá tras esa puerta?—se preguntó Blanca.

La chica se levantó con algo de dificultad y fue hacia la puerta. Extendió la mano hacia el picaporte. No sabía si debía abrir la puerta. Tras decidirse, giró el picaporte. La puerta no se abrió. Blanca lo volvió a intentar varias veces, pero sin ningún éxito. Finalmente, se apartó de la puerta. Se sentó en una mesa durante lo que le parecieron horas hasta que la puerta finalmente se abrió, revelando a un anciano elegante de pelo blanco y ojos grises. Tras ver a Blanca, le dedicó una amplia sonrisa, pero Blanca se echó hacia atrás. El gesto del anciano se tornó serio.

—Pido disculpas si te he asustado. Soy consciente de lo mal que lo has pasado, pero te aseguro que yo no soy como Mr. White.

—¿Cómo sabe el nombre de mi padre?—inquirió Blanca con la desconfianza acentuada en cada sílaba.

—Cuando anoche ese hombre te buscaba, sus seguidores se dirigían a él llamándole Mr. White. Verás, no sé muy bien lo que ocurrió, yo estaba pintando a la orilla del río. Me ausenté brevemente, y cuando volví tú estabas sobre mi lienzo. Oí disparos, de modo que pensé que lo mejor era ponerte a salvo tras la cascada. Cuando Mr. White se marchó, te traje aquí y te cosí una herida que tenías en el hombro. He estado muy preocupado y me alegra ver que estás bien.

Blanca volvió a mirarse. Aún no sabía si confiar en aquel hombre, pero se sentía mucho más tranquila. Decidió averiguar más de él.

—¿Es usted pintor?—inquirió.

—Sí, aunque mis últimos trabajos han sido por encargo. Ven, te los enseñaré.

El hombre le ofreció la mano a Blanca. La chica, tras dudar unos segundos, se la dio.

—Puedes confiar en mí, Blanca.

—Sí sabe mi nombre será porque anoche se lo oyó decir a mi padre.

Blanca no pudo evitar sonreír de alivio al pronunciar estas últimas palabras.

—Así es—le respondió el anciano—. Yo soy Edward.

—Encantada de conocerte, Edward.

—Lo mismo digo, Blanca.

El anciano guió a Blanca a través de una galería.

—¿Todos estos cuadros los has realizado por encargo, Edward?—preguntó Blanca deteniéndose frente a un lienzo en el que aparecía un majestuoso jardín.

—Todos los que ves en esta galería han sido encargados.

—Son muy bonitos. Puede que algún día te pida que me hagas un retrato.

Edward se sorprendió.

—¿Por qué no me lo pides ahora?

—No tengo nada para pagarte.

—No te voy a cobrar, Blanca. Te daré un vestido para que te lo pongas y…

Pero Blanca negó con la cabeza.

—Quiero salir tal y como estoy ahora.

Edward sonrió.

—Lo entiendo—le dijo—. Bueno, vamos a mi taller.

Durante las siguientes dos horas, Blanca no se movió. Se maravillaba viendo a Edward con un ojo fijo en ella y el otro en el lienzo. Finalmente, el pintor centró sus dos ojos en el lienzo.

—Ya está.

Blanca se levantó.

—¿Lo llevamos a la galería?

—No, tengo otra galería en la que guardo los retratos. Por aquí.

Edward llevó a Blanca hasta una estancia muy grande, pero con solo un retrato en ella. Blanca lo miró durante unos segundos y no pudo evitar gritar de horror.

—¡¿Quién es ese niño?!—exclamó—. ¡¿Y qué le pasa?!

Blanca bajó la cabeza.

—Ojalá pudiera ayudarle—susurró.