Come on you raver, you seer of visions,

come on you painter, you piper, you prisoner,

and shine!

Advertencia

 

 

 

Aun tratándose predominantemente de personajes históricos y de hechos reales, esta novela ha de ser entendida en todas sus partes como obra de la fantasía. La confabulación de las voces pertenecientes, una tras otra, a individuos que en verdad han vivido o que viven, a personajes inventados, a seres fantásticos, obedece a una retórica estructural y lingüística y no pretende tener valor documental alguno. Aunque no estuviera impugnada por un discreto número de “falsos”, en efecto, la precisión onomástica, cronológica y topográfica de lo que se refiere es estrictamente funcional a la ficción, tal y como se da en los sueños.

 

M.M.

Primera lamentación, ultramundana

Los siameses

—Podían seguir llamándose Geoff Mott and the Mottoes…

—Nombre horrible, la verdad sea dicha.

—O Ramblers…

—¡Qué estupidez!

—De acuerdo, pero si se quedaban ahí nos habríamos salvado.

—Mortifiquémonos, si quieres. Por un tiempo fueron también The Newcomers…

—Después Those Without, ¡sic!

—Ya… sic, sic… Así y todo no estaríamos como estamos.

—Llegaron a llamarse incluso Hollerin’ Blues.

—Y Jokers Wild… ¿Te das cuenta? ¡Jokers Wild!

—Un momento, hay que ver quiénes estaban…

—Con que hubiera uno de ellos alcanza, ¿sabes cómo eran, no? Desarmarse y rearmarse, incluir a otros, hacerse adoptar, reencontrarse, no era solo cuestión de nombres, eran inestables por dentro, como si buscaran la combinación perfecta… deshacerse y rehacerse, cada vez un poco más cerca de la meta…

—Y de Sigma Six, ¿qué me dices?

—El empeño que ponían en encontrar nombres malos…

—Como Abdabs…

—Empeorado enseguida con Screaming Abdabs.

—O Megadeaths…

—Y todavía podíamos salvarnos. Podíamos salvarnos incluso cuando se convirtieron en Spectrum Five.

—Hasta con Leonard’s Lodgers, piensa, estábamos a tiempo. Te digo más, hasta con Tea Set, el nombre más ridículo que se haya oído jamás.

—Y después…

—Vamos, sigue atormentándote. ¿No se te ocurre pensar que tu tormento es también el mío?

—Y después…

—Cada vez que llegas a este punto te bloqueas, y sin embargo sabes cómo pasó, lo sabes tan bien como yo: sus ojos se posaron sobre un disco mío…

—Un disco que habrá visto cientos de veces, como el mío…

—Los habrá visto juntos cientos de veces, pero aquella vez…

—Si hubiera sido uno de los otros no habría pasado nada, pero era él…

—¡Lo sabemos, bien lo sabemos! Él tiene el espectro del diamante en el ojo, él es quien hace verdaderas las cosas, él, él, ¡no aguanto más!

—Y quedamos adentro, para siempre. Desde ese momento, desde esa mirada sobre nuestros dos discos.

—Fue como si por primera vez nos hubiese visto, dislocados pero unidos…

—El poder de un demonio, cada una de nuestras mitades escondida en un nombre…

—En un disco…

—En un nombre en un disco… Él como un cirujano separó mi mitad, la soldó con la tuya, y nos hizo renacer así.

—Los cirujanos normalmente separan a los siameses, a nosotros nos tocó el único que los crea…

—Me gustaba mi nombre, Pink Anderson.

—Y a mí el mío, Floyd Council.

—Me pregunto si hubiera podido ocurrir también con las otras mitades…

—¿Quién puede decirlo? Los Anderson Council, no suena tan mal… aunque es bastante flojo…

—Hay que admitir, sin embargo, que Pink Floyd es bellísimo.

—¡Sí, pero a costa nuestra!

—¡Y pensar que aún podíamos salvarnos, aún podíamos!

—¿Por qué los demás se empecinaron con Pink Floyd Blues Band? ¿Crees que habría cambiado algo?

—¡Habría que ver! ¿Todavía no has entendido que lo que nos jodió la vida es la belleza? Cuando es esencial, la belleza se convierte en sustancia. Blues Band, y nosotros andaríamos por el mundo separados.

—Sí, pero al final el genio se impuso y nos convertimos en esto.

—Con la dureza del diamante, se impuso.

Pronunciadas estas palabras, el monstruo rosa se plegó sobre el monstruo fluido, mordiéndole el cuello. El monstruo fluido, como acostumbraba hacer en estas ocasiones, clavó todas sus uñas en la espalda de su semejante más íntimo, desgarrándole profundamente las carnes. Y una sangre clara empezó a correr copiosa a lo largo de un único cuerpo palpitante, una sangre rosa que llegada al suelo fluía, y fluía.

Segunda lamentación

Arnold Layne

Yo digo ¿no? que cada cual se divierta como quiera, mientras no le haga mal a nadie… cada cual en lo suyo y todos en paz, ¿de acuerdo?, porque ¿quién no tiene secretos?, son la sal de la vida los secretos, y cuanto más pequeños mejor, ¿voy a meter yo la nariz en las manías de los demás, yo? Para nada… Ja, el Arnold es un tipo que si ve algo raro mira para otro lado, y calladito, nada ha visto, así es el Arnold, pregunten si no… Y quisiera saber por qué justo yo tenía que terminar así, que si escuchas mi nombre enseguida piensas en eso… No se hagan los tontos, ¡las bombachas, las bombachas! Como si ahora las mujeres colgaran solo bombachas en la soga, ¡ojalá! ¿Y las medias? ¿Los corpiños? ¿Los camisones? No hay tiempo para elegir, en esos momentos das un manotazo y a correr, después en casa examinas el botín… ¡La de veces que te das cuenta de que te equivocaste! ¡La rabia que da cuando descubres que son calzoncillos! Todo ese trabajo para nada, saltar, rasparse contra los muros, mirar si pasa un policía, si se enciende una ventana, si está el perro, ay dios mío, con la luz de la luna ves lo que estás agarrando pero te ven, también te ven… Después suponte que es gente que conoces, una cosa son las medias de la hija y otra las de la madre, es fácil reconocer las bombachas, con encajes y transparencias las de la hija, tipo calzón las de la madre, pero con las medias es más difícil, cuando están flojas estas de naylon se parecen todas, pero no es lo mismo ponérselas pensando en la madre, la señora Collington por ejemplo, unos jamones varicosos que si me miro al espejo vomito… La hija, en cambio… ¡Qué voy a hacer! Es lo que me gusta, ¿entienden? Me gusta vestirme de mujer. Me denunciaron, una vez, pero me cambié de barrio y nadie volvió a molestarme… La colección de bombachas que tengo en el armario es única en el mundo, garantizado… Y en un cajón, ji ji… en un cajón especial guardo las usadas, las limpias las puede robar cualquiera, pero las sucias es cosa de profesionales, hay que esperar a que la casa esté vacía, forzar una ventana, saber dónde buscar… A veces no se encuentra nada, pero si tienes suerte, hay cada golpe… cosas de una riqueza… Aquí tienes, esta era mi vida, hasta que llega aquel… no sé ni cómo llamarlo, solo sé que era un vecino de casa, un chico simpático, de pocas palabras, un tipo raro… Nunca hablé con él, ni siquiera le había dicho mi nombre, miren si le iba a contar mi secreto… Bueno, una mañana voy al centro y todos cantan esa canción, la historia de uno que roba la ropa interior de las mujeres y se la pone delante del espejo, uno que se llama exactamente como yo, ¡Arnold Layne! Que es además el título de la canción, así que desde aquel día yo soy el de las bombachas… el hombre que se traviste… Nunca volví a estar en paz… Alguna bromista me deja sus bombachas delante de la puerta, incluso usadas me las deja, pero ya no es lo mismo… Porque yo no he estudiado, pero una cosa me queda clara: esos regalos son para el de la canción, no para mí… Hace unos años vinieron a entrevistarme, con cámara y todo, me dijeron que si yo no estaba tampoco existía ese disco, y que sin disco esos ni siquiera empezaban su carrera, así que, según ellos, debía pedirles unos cuantos billetes… sí, como si yo no supiera cómo terminó ese tipo, intenten ustedes sacarle dinero a uno así, un idiota… Él idiota y yo travestido, para siempre, aunque tenga puesto el mameluco la gente me ve de este modo, con las medias caladas frente al espejo… Pero él también debe de haber oído esa entrevista, porque unos días después me llega a casa un paquete con unas hermosas bombachitas de encaje celeste, bombachitas usadas quiero decir, y… eh… eh… usadas en ciertos días especiales que tienen las mujeres… no exactamente en esos días, sino inmediatamente después, cuando hay pérdidas todavía… ya no tan oscuras, tirando al rosa… y lo extraño es que esas manchas rosadas no se secaban, estaban siempre húmedas y frescas, es decir… como si las produjese la bombacha misma… fluidas, un poco pegajosas… tantos años después fluyen todavía… Bueno, me dije, un regalo así solo me lo puede mandar ese loco, pero qué grande ¿no?, sí, señor, un tipo grande.

Tercera lamentación

Bob Klose

Lo repito por última vez, tras lo cual pasaré a las vías legales. ¡Intimo a todo el mundo a que se abstenga de llamarme “el quinto Pink Floyd”! Hubo un quinto Beatle, de acuerdo, si bien he oído que se llamara así por lo menos a cuatro sujetos diferentes. Problema de ellos. Así que es la última vez que lo digo. ¡La última! ¡Palabra de Rado Klose alias Bob! Sí, toqué con ellos en la primera formación en la que estaban todos, él y los otros tres. Spectrum Five. De modo que también podría ser considerado como uno de los fundadores. Podría. Y me quedé hasta que nos… hasta que se llamaron Pink Floyd. Yo venía de los Blue Anonymous, por eso se burlaban de mí presentándome en los conciertos como Blue Pink. Para los demás era una broma, pero él… él estaba siempre serio, terriblemente serio incluso cuando parecía que se hacía el tonto… A mí me gustaba el jazz, me encontraban demasiado aristocrático… Un día él me aparta y me dice: “Tienes sangre azul, Bob, tenemos que cambiártela un poco”… Dado que le gustaban los juegos de palabras le pregunto por qué, para el nombre del grupo, se inspiró en dos músicos de blues. Me da escalofríos cuando pienso en su respuesta, todavía hoy. “Quédate tranquilo que esa música negra no la tocan más, en las tinieblas en que se encuentran conocen por fin el rosa de la aurora”. Yo me asusté, de verdad, y me fui. Cuestiones de carácter, escribieron, distintas concepciones musicales: ¡mentiras! Fue solo terror, de lo contrario no habría podido salirme a tiempo. Tanto es así que yo estoy aquí, mientras que los demás… bueno, ustedes ya saben cómo acabaron los demás, ¿no?

Cuarta lamentación, ultramundana

Stuart Sutcliffe

Yo soy el quinto Beatle. El único verdadero. No un productor como Martin, no un organizador como Aspinall, no un ocasional sesionista como Preston, no un baterista dimisionario como Best, no: uno de los cinco fundadores, cuando todavía nos llamaban Quarrymen. Y, según algunos han dicho, uno a la altura de John y de Paul, si no más, a ver si se entiende, el que deja su huella de una vez y para siempre… Por eso la horrible japonesa no quiere ni sentirme nombrar, teme que después de tantos años se haga justicia conmigo… Por otra parte, para ser honestos, no puede no dársele la razón cuando pregunta maliciosamente dónde están los homenajes que mis compañeros me han hecho… ¿Por qué si fui tan importante me olvidaron enseguida? ¿Justo ellos que lo sabían? Este es el punto, ellos lo sabían…

Se me considera en general como un ejemplo de mala suerte, ya morir a los veintiuno de hemorragia cerebral no es un bonito destino, pero si sucede inmediatamente después de que has fundado un grupo que van a ser los Beatles, bueno… Dicho así parece realmente una mala suerte monstruosa, pero era un deber… todo relacionado, implicado… al haber creado semejante máquina me tocaba… Me explico mejor: para que la máquina funcionase yo debía terminar así… ¡y vaya si funcionó! Durante años y años siguió funcionando, alimentada por la sangre que explotó aquel día en mi cabeza.

Quinta lamentación, ultramundana

Brian Jones

Acabo de escuchar a Stuart y sus acongojados lamentos. Le falta, sin embargo, una visión de conjunto. Ha sido el más desafortunado, pero ahora se sienta en el olimpo de los pelícanos evangélicos. Lo sé porque yo también tengo ese honor, junto con el Diamante, para no decir más, dos que hemos participado en la fundación de los Rolling Stones y de Pink Floyd. Yo sabía que algo me tenía que pasar, lo sabía porque era el único capaz de tocar todos los instrumentos y por eso Mick no podía soportarme. Él decía que yo era un exhibicionista, en realidad nunca aceptó que mi talento fuera más grande que el suyo. De modo que cuando el jetón me anunció, después de convencer al resto de la banda, que debía marcharme, yo ya sabía que tenía dos caminos: olvidarlos, y dejar que se apagasen, o dar mi vida para que fueran leyenda, y como amo mis creaciones escogí el segundo camino. El 3 de julio de 1969 me ahogué en una piscina, y tan solo dos días más tarde mis viejos compañeros llenaban Hyde Park con un recital inolvidable. Pero como en este mundo una pizca de justicia hay, las potencias han querido que ellos continuaran bajo la forma de momias: ¿tienen presente el rostro de Keith, el del mismo Mick? ¿Han visto alguna vez a alguien más apergaminado? Y ellos saben por qué están así de resecos, lo saben bien, pagarían millones de libras por el agua de mi piscina…

Me pregunto sin embargo cuál es la lógica de las potencias, por qué a Stuart le hicieron estallar el cerebro sin que hubiese saboreado todavía ningún éxito, por qué a mí me concedieron unos años más, por qué al Diamante lo mantuvieron con vida… sin su sano juicio, pero con vida… Y me pregunto también: ¿estamos seguros de que no es él el más desventurado de los tres?

Primera confesión

El hombre ratón

Me llamo Richard William Wright, alias Rick, nacido en Hatch End el 28 de julio de 1943. Soy el tecladista de Pink Floyd, sí, el hombre-Farfisa. Soy distinto de mis compañeros, más de lo que puedan imaginar: no me hagan demasiadas preguntas pero les aseguro que es así. Soy el más viejo y el más sabio, y me parezco a un ratón. Roger en cambio es un caballo. Nick es claramente un perro. Y Dave, bueno, no cabe duda de que Dave es un gato. En cuanto a Syd… Syd sé qué es, pero no lo puedo decir. Más bien les sugiero echar un vistazo a las fechas de nacimiento.

Roger Waters: Bookham, 6 de septiembre de 1943.

Nick Mason: Birmingham, 6 de marzo de 1944.

Syd Barrett: Cambridge, 6 de enero de 1946.

David Gilmour: Cambridge, 6 de marzo de 1946.

Todos el 6. Y si consideramos a Dave en lugar de Syd tenemos tres 6, no necesito aclararles lo que significan. Siempre sentí que entre ellos había algo que me dejaba afuera, no estoy hablando de un entendimiento secreto o de un pacto, es que simplemente para entenderse nunca necesitaron hablar, se comunicaban con las miradas, en esto Roger y Dave eran terribles, una mirada de uno y el otro sabía exactamente cómo modificar lo que estaba tocando… También era impresionante Syd, pero de manera diferente, él parecía que nunca te miraba, no miraba nunca nada… Conmigo fue, de todos modos, siempre afectuoso. Una noche soñé con él, habían pasado algunos años desde la última vez que lo había visto y estaba todavía más pálido y alucinado que de costumbre. “Hola, Rick”, me susurra al oído, “sé que están preparando un nuevo álbum…”. Parece que la cosa le agrada, pero yo no logro no sentirme culpable. “Es cierto”, respondo, “Roger y Dave no decidieron aún cómo llamarlo”… “Lo llamarán The Dark Side of the Moon y será algo grandioso. Por eso he venido a preguntarte si no te gustaría, aunque sea por una vez, participar con una canción del todo tuya… música, pero también unas palabras”… “Claro que me gustaría, si tan solo supiera por dónde empezar a enhebrarlas”… Él entonces se pone más pálido, mira fijamente un punto perdido en el vacío, y con un hilo de voz murmura: “Tú intenta, levántate y prueba ahora mismo, pero no les digas nada a los demás”… ¿Quieren saber cómo terminó? Hice como él me decía, y compuse una canción titulada “The Mortality Sequence”. Pocas noches después sueño de nuevo con él, y esta vez en su palidez hay una ligera sonrisa. “Mira que para ser sublime no es obligatorio ser fúnebre”, me dice, “la canción no está mal pero te abate, haría falta algo más eufórico… Este va a ser un disco maravilloso”, agregó, “pero para que sea perfecto le falta un toque de… sí, un toque de sexualidad”… “¿Y a mí me pides sexualidad?”. “A ti, sí, porque los demás son ya demasiado… oh, confía, mañana te mando una tipa que te ayudará con la canción”… Y la tipa llegó, era una vocalista que se llamaba Clare Torry, una que sacó unos agudos, unos gorjeos que parecían de verdad un orgasmo, en fin, para hacerla corta, entre ella y yo hicimos “The Great Gig in the Sky”. Los demás se quedaron sin palabras. Roger, sobre todo, parecía contrariado. Yo pensaba que era envidia, si me hubiera limitado a la música habría sido distinto, pero las letras eran terreno suyo, nosotros le decíamos “el Lírico” y eso lo llenaba de orgullo. Solo más tarde entendí que no era envidia sino estupor, porque Roger estaba convencido de que había tenido con Syd una relación especial, y esto seguramente era cierto, pero estaba también convencido de que la relación entre ellos seguía siendo incluso más fuerte a la distancia… En todo caso, aunque jamás me dijo nada, yo estoy seguro de que Roger sabía quién estaba detrás del “Gig”.

Segunda confesión

El hombre gato

Soy yo, David Gilmour, alias Dave, en otras palabras el guitarrista de Pink Floyd. Además de ser la voz y de haber hecho la música de más de la mitad de sus canciones. Sobre mí habrán oído decir muchas cosas: lo bello que era, lo virtuoso que era y sigo siendo, que Roger y yo teníamos la misma relación ambivalente que John Lennon y Paul McCartney, que quién habrá sido el más grande guitarrista entre Clapton, Page, Knopfler y yo, en fin, tonterías. A mí, en cambio, me interesa hablarles de la incomodidad, de cierto tipo de incomodidad que roza lo obsceno. Hay, por lo pronto, algo de genealógico que amenaza y que pesa, algo que no sabría definir sino como una compulsión a sustituir. A entrar en el lugar de otro y ocuparlo. El síndrome del usurpador de cuerpos, podríamos decir. Los primeros amigos con los que Syd tocó se hacían llamar Geoff Mott and the Mottoes; un año después dos de ellos, sin Syd pero con la llegada de Albe Prior, renacieron como Ramblers. Poquísimo tiempo después Prior, que en latín significa “el antecesor”, es reemplazado ¿adivinen por quién? ¡Sí, por mí! Al año siguiente toco en Jokers Wild, junto a un tal Tony Sainty que viene de los Mottoes a través de los Ramblers, y cuando Tony se va, ¿quién lo reemplaza, siendo yo parte del grupo? ¡Mi hermano Peter! Pero esto, claro, es solo prehistoria.

Syd y yo vivíamos uno al lado del otro y nos conocíamos desde chicos; más de una vez fui a su casa a tocar, si bien nunca fui parte de sus primeras formaciones. De todos modos nos encontrábamos a menudo y nos contábamos nuestras experiencias musicales. Tal vez por esto, cuando comenzó a dar muestras de locura, los otros tres me eligieron como sustituto. En los últimos meses del ’67 se había corrido la voz de que los Pink Floyd querían reemplazarlo, y se había conformado una lista de aspirantes que daba impresión: prácticamente todas las mejores guitarras del Reino Unido. Los otros dudaban, pero Roger me quiso a mí: yo era el más cercano a Syd, y su principal preocupación era herirlo lo menos posible. En calidad de amigo de la infancia, pensaba, sería más fácilmente aceptado como sustituto: solo a mí me asaltaba la duda de que Syd no fuera a sentirse de ese modo doblemente traicionado. Y descubrí tardíamente, además, que Prior no había sido mi “antecesor” sino el de Syd…

El peor período fue a comienzos del ’68, cuando salíamos los cinco. Lo que quiere decir que estaban los Pink Floyd y estaba yo. Mientras estábamos en una sala de grabación era algo soportable, pero en el escenario… ¡Uf, el escenario! La gente no entendía, lo miraba un poco a Syd y un poco a mí, que tocaba sobre él… Lo doblaba, ¿entienden?, ejecutaba exactamente lo que Syd estaba tocando, y cuando equivocaba el tiempo o se bloqueaba yo seguía adelante como si fuera él… Mi estilo, encima, era bastante distinto del suyo, así que yo vivía aquellas performances como innobles imitaciones simiescas, hasta su voz imitaba, otra que Arnold Layne, ¡era yo el travestido! Algunas veces, y eran los momentos más dolorosos, tenía la impresión de que él se percataba de todo, de golpe dejaba de tocar y me sonreía como diciéndome “Ahora sigue tú…”. O bien abandonaba su lugar para ponerse a mi lado, casi pegado, como para hacerle evidente al público que cumplíamos la misma función… Bueno, a esto quería que llegáramos, había que hablar de la incomodidad, si consideramos además que casi todas esas canciones habían sido escritas por él, y que mientras tocabas te invadía la admiración, pero apenas levantabas la vista para mirarlo lo que te invadía era la compasión, lo veías tan abúlico, tan perdido, con un hilo de baba cayendo de su boca semiabierta… Piensen que llegamos a apagarle el micrófono y el amplificador, para que nadie sintiera los horribles sonidos que salían, cada vez más seguido, de su guitarra… Todo muy obsceno, ¿verdad?

Tercera confesión

El hombre perro

Me llamo Nicholas Berkeley Mason, alias Nick, de profesión baterista.

Yo te escuché, maullante señor de las cuerdas acústicas. Eran amigos de la infancia, es cierto, pero Syd y Roger iban a la misma escuela. Mejor dicho, Roger y Roger, porque Syd todavía no se llamaba Syd. Pero esa es otra historia. La mamá de Roger, Mary, se había quedado viuda hacía poco, y se encariñó con Roger-Syd con un entusiasmo que habría dado celos a cualquier otro niño. Roger en cambio bebió de aquel afecto y lo hizo propio, adoptando a Syd como un hermanito: les aseguro que, incluso cuando crecieron, no vi nunca a nadie querer tanto a otro como Roger quería a Syd. Lo he visto llorar cuando Syd empezó a ponerse mal, y era el único de nosotros que tocaba peor cuando Syd no estaba a la altura. Por eso cuando Rick y yo decidimos que había que reemplazarlo, él se opuso con todas sus fuerzas, obstinándose en tenerlo a Syd en todos nuestros recitales, hasta en la gira norteamericana que marcó el derrumbe definitivo de nuestro compañero. La crítica lo había rebautizado “el zombie”, y entre el público había quienes le gritaban de todo. Él los miraba sonriente y se quedaba quieto, o bien hacía el gesto de tocar sin rozar siquiera las cuerdas con los dedos, honestamente entiendo que después de haber pagado la entrada alguno sintiera que le tomaban el pelo… Debo decir, sin embargo, que me daba más lástima Roger, porque Syd parecía en otro mundo. Roger le lanzaba miradas desesperadas para hacerlo volver a la realidad, pero él seguía sonriendo, o apoyaba la guitarra en el suelo y se iba…

Cuando también Roger aceptó la decisión de reemplazarlo, dijo que si no escogíamos a Dave, él daría por disuelto al grupo. Nuestro Roger habló siempre como un jefe, y probablemente era lo correcto. Yo hubiera preferido a Jeff Beck, pero los hechos terminaron dándole la razón a Roger. Recuerdo las primeras salidas de a cinco, cuando Roger se apartaba con Dave para darle una infinidad de indicaciones. Dave escuchaba y asentía como el enfermero de un manicomio catequizado por un psiquiatra. Pero había momentos en que las instrucciones no alcanzaban: como aquella vez en la furgoneta, cuando fue justamente Syd quien le dijo a Dave: “Ponle toda la garra esta noche, que quiero hacer un buen papel”. Dave lo miró a Roger para saber cómo comportarse, pero Roger ya se había dado vuelta para esconder sus lágrimas.

Primer testimonio

Mike Leonard

¿Pero quién seré yo para figurar entre tantas celebridades? Un arquitecto con nombre de boxeador y la pasión de coleccionar instrumentos musicales de todo el mundo, pero sobre todo el propietario de una gran casa en Londres. En 1963 alquilé unas habitaciones a dos chicos de Cambridge, a los que enseguida se sumó uno de Birmingham. Se llamaban Roger Waters, Richard Wright y Nick Mason, y no necesito decirles en quiénes se convirtieron después. Pasaban días enteros jugueteando con mis instrumentos y, como no tenían una libra, me pagaban haciendo todo tipo de trabajitos: así que hoy soy el único habitante de la tierra que puede decir que se ha sentado en un inodoro reparado por las mágicas manos de los integrantes de Pink Floyd… Claro que entonces todavía no se llamaban así, pasaban de un nombre ridículo a otro, Sigma Six, Abdabs, llegaron a llamarse por una sola noche Megadeaths… Después Wright y Mason se mudaron, y a Roger le pareció increíble poder llamar a otros dos viejos amigos de Cambridge, Syd Barrett y Bob Klose. Barrett me cuidaba el jardín, aún hoy se pueden ver los arbolitos plantados por él. Después Wright y Mason agarraron la costumbre de venir a visitarnos casi todas las noches, y cada vez que venían se ponían a tocar mis instrumentos exóticos: poco tiempo después se habían rebautizado como Spectrum Five, hasta que a Barrett se le ocurrió la idea de rendirme homenaje cambiando el nombre por Leonard’s Lodgers. Como arquitecto nunca hice gran cosa en toda mi vida, pero haber apadrinado el nacimiento de Pink Floyd me convierte en el hombre más orgulloso del mundo.

Han pasado cuarenta y cinco años y no hice otra cosa que seguir alquilando habitaciones: esas habitaciones, 39 Stanhope Gardens. Recibo solicitudes de todo el mundo de parte de sesentones que quieren dormir donde durmieron ellos, algunos para saltarse la lista de espera me ofrecen cifras que no pide ni el George V de París, pero yo tengo mis principios y, salvando una fisiológica revalorización, les hago pagar lo que les hacía pagar a ellos, mejor dicho, lo que les habría hecho pagar, ya que no me han pagado nunca. Sin embargo, ni una sola de las veces que tocaron en Londres olvidaron mandarme una entrada, piensen que en el Royal Albert Hall estuve apenas cuatro filas atrás de la familia real…

Los libros dicen que con mis experimentos fui yo el que inspiró sus primeros shows lumínicos: ¿qué puedo decirles? Que es verdad.

Sexta lamentación

Chris Dennis

No hay nada más injusto en la vida… Bob Klose estaba adentro, ya estaba allí, ¡y se fue! Yo habría dado un brazo y una pierna por estar, ¡y casi casi lo había conseguido! Pero en cambio… en cambio… En 1963 era el cantante de los Red Caps, una de las tantas formaciones de Cambridge… Por desgracia era también un técnico de la RAF, así que cuando fui transferido a Londres tuve que abandonar mi banda… En Londres, sin embargo, me di cuenta de que tenía más tiempo libre de lo que pensaba, así que me puse a la búsqueda de un nuevo grupo: imagínense cómo me siento cuando en la mesa de un pub Roger Waters me dice que él y sus compañeros, que por esa época se hacen llamar Leonard’s Lodgers, están buscando un cantante… “¿Pero no lo tienen ya a Barrett?”, le pregunto, y él me informa que Barrett prefiere componer y tocar la guitarra, y que justo en esos días, estamos hablando de la Navidad del ’64, ha vuelto a Cambridge para ofrecerle ese puesto a Geoff Mott: no dejo que termine la frase y ¡acepto! Y a partir del día siguiente empiezo a frecuentar la casa de ese Leonard, qué maravilla… Porque yo lo veía, el futuro, lo presentía… la gloria, el dinero… la leyenda inmortal, sabía que me había encaramado mientras esos todavía no sabían nada…

¿Saben cómo acabó, no? Enero de 1965, la RAF me destina al Golfo Pérsico, desde entonces no se sabe nada más de mí… ¿Envejecí allí, me morí? ¿He sido transferido a cualquier otro punto del planeta? No importa, fin de la leyenda… incluso antes de que pudiera comenzar… adivinarse, vislumbrarse… y adiós, Chris, para ti no hay lugar… entre Persia y Arabia está la nada, ese es tu lugar, adiós, Chris.

Séptima lamentación

Geoffrey Mottlow

Querido Chris, escuché tocar a los Red Caps un par de veces, pero mentiría si dijera que recuerdo tu voz… Me cuesta hasta recordar cómo cantaba yo mismo, ¿sabes que también yo fui a parar a la nada? Lo digo para consolarte, la nada se encuentra también en Inglaterra, a pocos kilómetros de la entrada de nuestras casas… Cambridge era todo un hormiguero de bandas, pero entre banda y banda, en los intersticios… en ciertas hendiduras, en aquellos abismos…

Entre el ’61 y el ’62 estaba bien a resguardo, tenía tal necesidad de fundamento que mi grupo se llamaba Geoff Mott and the Mottoes, yo era la voz, Barrett la guitarra, Sainty el bajo, Welham batería, ¿nada mal, no? Luego, primavera del ’62, el desastre: Barrett se va con los Those Without y mi castillo se derrumba, Welham y Sainty fundan los Ramblers con Prior, que fue después reemplazado por Gilmour, mientras yo… yo me convierto en el cantante de los Boston Crabs… Hasta aquí nada terrible, ¡¿pero qué si les dijera que un año más tarde Barrett deja también a los Those Without para unirse a un grupo nuevo llamado Hollerin’ Blues, y que unos meses después se une a los Abdabs de Roger Waters en Londres, y que durante las vacaciones de Navidad del ’64, cuando los Abdabs se rebautizaron como Leonard’s Lodgers, vuelve a Cambridge expresamente para ofrecerme a mí el rol de cantante, y que yo, escúchame, Chris, y que yo rechazo porque también veo la gloria de la que tú hablas, pero la veo como una diosa desnuda que les sonríe a mis Crabs?! Si mi disparate hubiera servido, al menos para ti, pero desapareciste, tal como hice yo, aceptar, rechazar, nada cambia… Míralo al mismo Barrett, al final ese rol se lo tuvo que quedar él, ¿pero por cuánto tiempo? Al final todos trabajamos para Gilmour, y las vueltas que dio antes de llegar al casillero justo… ni en un flipper… De todos modos, escucha, si quieres, yo te propongo un cambio… tú te sumerges en el pozo-Crabs y yo me quedo con el Golfo, me hundo en el abismo allá… ¿quieres?

Segundo testimonio

Peter Jenner

Yo fui, con Andrew King, el primer manager que tuvieron. Eran todavía tan poco conocidos que la sociedad especialmente fundada, la Blackhill Enterprises, a duras penas consiguió cerrar sus cuentas. Pero no bien llegó el éxito se los llevó la EMI: se ve que no les alcanzaba con los Beatles… A decir verdad, Andrew y yo pusimos lo nuestro: desde el comienzo habíamos visto a Pink Floyd como la banda de Syd, así que cuando a principios del ’68 los demás se lo sacaron de encima nosotros preferimos seguir representándolo a él… Cómo se habrán reído los de la EMI, a Norman Smith le habrá parecido casi mentira librarse de Syd tan fácilmente…

Pero pusimos lo nuestro en todos los sentidos… Tal vez sin aquel reconocimiento que hubo en Tottenham, la historia de Pink Floyd habría sido completamente diferente… En cambio Andrew y yo estábamos convencidos de que para captar la atención del público los chicos tenían que tener un local todo para ellos, o lograr asociar su propio nombre a un lugar físico… Así que nos pusimos a caminar Londres buscando un teatro o una sala que estuviera bien, hasta que en Tottenham Court encontramos un viejo salón de baile irlandés, The Blarney. Lo alquilamos, lo restauramos como pudimos, le dimos la gestión a Joe Boyd, un amigo de ellos, y dos meses más tarde Pink Floyd inauguraba lo que poquísimo tiempo después se convertiría en un nombre legendario, el UFO… Hasta los Procol Harum nos pidieron tocar allí… La prensa lo definía como “El templo de la música psicodélica”, donde “psicodélico” podía significar dos cosas: juegos de luces asociados a la música, y ácido. Ríos de ácido. Era la época de Timothy Leary, y lo fue sobre todo para Syd. Sus compañeros solo tomaban whisky y cerveza, pero él, tal vez porque ya había probado con la marihuana, se convirtió enseguida. Según dicen todos, nunca se vio a nadie que consumiera tanto LSD como él. En unos pocos meses le cambió para siempre la mirada, se volvió despreciable, ausente, dos ojeras espantosas… Se fue a vivir solo a una pocilga en Cromwell Road, la única vez que conseguí echar un vistazo adentro quedé impresionado por la montaña de ropa sucia amontonada por todos lados… A pesar de todo seguía escribiendo unas canciones bellísimas, el primer álbum del grupo lo hizo prácticamente todo él, letras y música, y por lo menos veinte temas más quedaron afuera… El problema era que en cada grabación introducía nuevas variantes en un proceso infinito: para sacar The Piper at the Gates of Dawn Roger tuvo que tomarse la responsabilidad de decir para cada tema, en algún momento: “Así quedó perfecto, no lo toquemos más”…

De todos modos, mientras creaba a ese ritmo y con esa calidad Syd no constituyó un problema para los demás. Es verdad que sus black-out en el escenario los ponían en aprietos, ¿pero quién renuncia a un manantial así? Andrew y yo sin embargo empezamos a preocuparnos por él mucho antes, de modo que un día, después de un ensayo, lo agarramos y lo llevamos al psiquiatra más célebre de Londres. Adjunto el informe.

Primer informe

Carta de Ronald Laing

Londres, 18 de julio de 1967

 

Examinado por mí en dos oportunidades a instancia de los señores Peter Jenner y Andrew King, el señor Roger Keith Barrett, de veintiún años, ha presentado un estado de grave perturbación mental, atribuible, con toda probabilidad y a la espera de los necesarios exámenes clínicos, al abuso reiterado de dietilamida del ácido lisérgico, más conocido como LSD. La anamnesis familiar e individual, de hecho, dado los escasos datos disponibles, no permite por el momento hacer otras hipótesis. Pasando del plano neurológico al plano psicológico, mi parecer es, sin embargo, que el origen de los trastornos mentales del paciente puede encontrarse en el fortísimo, aunque no necesariamente consciente, anhelo de éxito por parte de sus compañeros de trabajo, cuyas ingentes exigencias, al poner al paciente frente al deber de una ininterrumpida creatividad, habrían asociado esta última no tanto con el placer como con la angustia.

En cualquier caso, habiéndose negado el paciente a continuar con nuestras entrevistas, este documento tiene un valor meramente conjetural y no podrá ser de ninguna manera utilizado con fines legales.

 

Dr. Ronald D. Laing

Tercer testimonio

David O’List

Me llamo David O’List, guitarrista de los Nice. David como Gilmour, por si no se dieron cuenta.

Solo una aclaración, para que conste. La primera salida pública de Gilmour con Pink Floyd tuvo lugar el 2 de diciembre de 1967, en el Dome de Brighton. Lo sé porque a la noche siguiente tenían que tocar en Nottingham, pero Gilmour no se animaba a repetir la experiencia… si hubiera podido ver el futuro… Fue Waters el que me llamó por teléfono para preguntarme si estaba disponible: me aseguró que Barrett, a diferencia del concierto en Brighton, no estaría. “¿Y si quiere venir?”, le pregunté. Comprendan, encontrármelo en el escenario a mi lado ¡con esos ojos!, siendo que yo no era un virtuoso como Gilmour… “Tranquilo”, me dijo Waters, “ni le vamos a decir que tocamos”. Así que acepté, en el fondo no estaba haciendo nada malo… Cuando llego al Royal Theatre de Nottingham, sin embargo, me da un ataque: ¡en los anuncios se destacaba bien grande la presencia de Syd! Corro al camarín de Roger para saber cuáles son sus intenciones, ¿anunciar a último momento la indisponibilidad de Syd o, como temo, hacerme pasar por él? Era como me lo imaginaba. “¿Y tú esperas que la gente no se dé cuenta? ¡Mira que aquí nos van a linchar!”, le digo, pero Waters ya tiene preparada la respuesta: por la voz no debo preocuparme porque toda la parte de Syd será en play-back, en cuanto al aspecto físico, dispusieron un juego de luces por el cual yo permaneceré siempre en penumbras, la única cosa que tendré que hacer es tocar la guitarra.

Y toqué la guitarra, en las sombras.

Octava lamentación

Marzio Acquaviva

Buenos días, me llamo Marzio Acquaviva, tengo sesenta años y un negocio de maderas cerca de Ancona. Aunque mi nombre no les diga nada, dirijo uno de los más importantes sitios web dedicados a Syd Barrett.

The Piperqueríadespués