La vida, el tiempo
y la muerte

Fanny Blanck-Cereijido
Marcelino Cereijido


Fondo de Cultura Económica

Primera edición (La Ciencia desde México), 1988
Segunda edición (La Ciencia para Todos), 1999
Tercera edición, 2002
Primera edición electrónica, 2010

La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

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ISBN 978-607-16-0324-1 (ePub)
ISBN 978-968-16-6602-6 (impreso)

Hecho en México - Made in Mexico

La Ciencia para Todos

Desde el nacimiento de la colección de divulgación científica del Fondo de Cultura Económica en 1986, ésta ha mantenido un ritmo siempre ascendente que ha superado las aspiraciones de las personas e instituciones que la hicieron posible. Los científicos siempre han aportado material, con lo que han sumado a su trabajo la incursión en un campo nuevo: escribir de modo que los temas más complejos y casi inaccesibles puedan ser entendidos por los estudiantes y los lectores sin formación científica.

A los diez años de este fructífero trabajo se dio un paso adelante, que consistió en abrir la colección a los creadores de la ciencia que se piensa y crea en todos los ámbitos de la lengua española —y ahora también del portugués—, razón por la cual tomó el nombre de La Ciencia para Todos.

Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar Océano, a la Península Ibérica, está en marcha un ejército integrado por un vasto número de investigadores, científicos y técnicos, que extienden sus actividades por todos los campos de la ciencia moderna, la cual se encuentra en plena revolución y continuamente va cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto nos rodea.

La internacionalización de La Ciencia para Todos no es sólo en extensión sino en profundidad. Es necesario pensar una ciencia en nuestros idiomas que, de acuerdo con nuestra tradición humanista, crezca sin olvidar al hombre, que es, en última instancia, su fin. Y, en consecuencia, su propósito principal es poner el pensamiento científico en manos de nuestros jóvenes, quienes, al llegar su turno, crearán una ciencia que, sin desdeñar a ninguna otra, lleve la impronta de nuestros pueblos.

Comité de selección de obras

Dr. Antonio Alonso
Dr. Francisco Bolívar Zapata
Dr. Javier Bracho
Dr. Juan Luis Cifuentes
Dra. Rosalinda Contreras
Dr. Jorge Flores Valdés
Dr. Juan Ramón de la Fuente
Dr. Leopoldo García-Colín Scherer
Dr. Adolfo Guzmán Arenas
Dr. Gonzalo Halffter
Dr. Jaime Martuscelli
Dra. Isaura Meza
Dr. José Luis Morán
Dr. Héctor Nava Jaimes
Dr. Manuel Peimbert
Dr. José Antonio de la Peña
Dr. Ruy Pérez Tamayo
Dr. Julio Rubio Oca
Dr. José Sarukhán
Dr. Guillermo Soberón
Dr. Elías Trabulse

Coordinadora

María del Carmen Farías

A
Margarita
Fabián
Gabriela

Presentación

Son contados los libros de divulgación de la ciencia escritos en nuestro país, y con frecuencia más bien parecen libros de texto. Por eso resulta estimulante leer la presente obra, en la cual los autores han sabido romper el cerco de sus especializaciones en forma amena, logrando con un mínimo de tecnicismos realizar una magnífica exposición sobre la vida, el tiempo y la muerte. La presente obra no es una divulgación de teorías físicas, biológicas o psicoanalíticas: es una invitación a meditar sobre algunas preguntas que desde tiempo inmemorial han inquietado al hombre, pero se trata de una meditación amena, que sin duda el lector disfrutará.

J. J. Rivaud

Introducción

Este libro trata de la vida (sin ser por eso un libro de biología), de la mente (sin ser un tratado de psicología), del tiempo (sin ser de relojería), de la estructura de la realidad (sin ser de filosofía) y de la muerte (sin ser una oración fúnebre). Pero como nos proponemos presentar una imagen de la vida, del tiempo y de la muerte, hasta desembocar en nuestra propia visión de esos conceptos, nos veremos obligados a considerar dichos temas en los distintos capítulos. El hecho de que en una extensión tan reducida tengamos que abordar temas tan dispares como la entropía y el inconsciente, la relatividad y las causas de la vejez, la evolución y la reversibilidad en el tiempo, nos fuerza a ser arbitrarios en la selección y esquemáticos en los desarrollos. Sin embargo, esperamos que el texto sea accesible al lector y que a la realidad no le dé por discrepar demasiado con lo que exponemos.

A todos nos han enseñado que un huevo fecundado se transforma en embrión, luego en feto, más tarde en niño y después en adulto. También nos han explicado que gracias a la evolución los organismos se fueron haciendo progresivamente más complejos hasta que en uno de sus últimos pasos se originaron los seres humanos. Pero nunca nos mostraron cuán abrupta y catastrófica es la transición de una a otra etapa de la vida, sean éstas las de un individuo o las de toda una especie. Jamás se hace hincapié en que, a pesar de que la evolución se extiende a través de millones de años, se trata en verdad de una vertiginosa progresión en la que cada organismo apenas dura lo necesario para probar cómo funciona, para compaginar sus genes con los de alguna pareja a fin de procrear nuevos modelos, y dar lugar así a un también efímero ensayo de sus hijos. En nuestra opinión, la muerte es uno de los factores fundamentales de ese vértigo complejizador en el que la evolución ha llegado a producir el cerebro humano y el pensamiento, razón por la cual dedicaremos un capítulo a analizar algunos de sus aspectos.

Los organismos están organizados en niveles jerárquicos, desde el más bajo, constituido por las reacciones químicas, seguido por el enzimático, el genético, el celular, el endocrino, el cerebral y el mental. Cada uno se rige por un conjunto de leyes y exige un lenguaje descriptivo propio, que pierde sentido si se lo utiliza para describir los fenómenos de los otros niveles. No podríamos, por ejemplo, explicar la oxidación de las grasas con las leyes de la hemodinámica, ni el funcionamiento de la mente con base en meros procesos neuroendocrinos. Cada nivel jerárquico fue nuevo alguna vez y surgió como el producto de la interacción entre los niveles que ya estaban y el medio ambiente, que incluye también a otros individuos y a otras especies. Los nuevos niveles tienen menor grado de restricción que los inferiores y tienen por lo tanto mayor ámbito para el error y la creatividad. En la etapa actual, el superior y más reciente parece ser el mental. El pensamiento está enhebrado por la noción del tiempo; por ello deberemos incluir una descripción de los modelos más en boga, aquellos con los que el psicoanálisis trata de entender la estructura y el modo de operar del aparato psíquico. Su modo de funcionar en el adulto parece ser producto de un largo proceso de maduración y aprendizaje, en el que desempeñan un papel fundamental tanto la forma en que lo criaron sus padres como los valores, creencias y actitudes de la sociedad en la que vive. No sólo las diversas sociedades y civilizaciones difieren en sus nociones sobre vida, tiempo y muerte, sino que incluso la nuestra tiene hoy una visión que es producto de cómo fue evolucionando el conocimiento a lo largo de la historia. Creemos necesario entonces dedicar un capítulo a describir cómo madura el aparato psíquico, y otros a bosquejar cómo llegó a tener las nociones de vida, tiempo y muerte que posee el adulto de finales del siglo XX.

El nivel mental ha llevado al hombre a ordenar los datos que le proporcionan los sentidos en un modelo que llama realidad; manejándose con él, ha logrado la mayor eficiencia que jamás se ha dado en el reino animal. El hombre es un bicho inseguro y ansioso, que busca su seguridad en el conocimiento, apoyándose en ese modelo de la realidad, y que da a esa búsqueda la forma de búsqueda de significado. A pesar de que sus modelos científicos jamás han justificado para él la idea de que el tiempo transcurra, cree sentir un tiempo que fluye desde un pasado en el que ubica las causas hacia un futuro en el que ubica los efectos. Por eso, dedicaremos algunos capítulos a los diferentes apoyos (sagrado, filosófico, psicológico, práctico, cosmológico) en que se basa esa curiosa sensación de un tiempo que transcurre.

Finalmente, deberemos ocuparnos de la descripción de la realidad que nos brinda la ciencia actual y, al hacerlo, nos encontraremos con algo que, visto a posteriori, resulta demasiado obvio como para no haberlo advertido mucho antes en la historia de la humanidad: la noción de que tenemos el esquema de la realidad que tenemos porque nuestros sentidos y nuestra cabeza funcionan como funcionan. Algo así como un señor que, al regresar de un paseo por lugares desconocidos, al cual llevó una cámara fotográfica, se admira de que sólo recogió imágenes estáticas, pero no el sonido de las voces ni el aroma de las flores, ni el gusto de las comidas. Hoy sabemos que las propiedades que atribuimos a la realidad no son otras que aquellas que puede captar el observador con sus sentidos y con sus ecuaciones fisicomatemáticas. Somos la especie observadora, la que va engendrando un modelo de realidad que después nos maravilla descubrir.

La especie observadora no podría haber surgido de no contar la evolución con enzimas y con una muerte asegurada. Si la bioquímica se cumpliera con cinéticas a las escalas de tiempo de la geoquímica, la evolución aún andaría ensayando sus primeros organismos. Por fortuna existen enzimas que aceleran miles y miles de veces las reacciones químicas. También por fortuna los organismos se fueron dotando de una muerte inevitable, que ha permitido abreviar los ensayos con una y otra especie, con este o aquel tipo de organismo, hasta dar con el hombre antes de que la Tierra se enfríe, o que esta estrella tan nuestra que llamamos Sol se transforme en una gigante roja y nos incinere. Al construirse un esquema de la realidad con los datos que le proporcionan los sentidos, y al asignar significados y nombrar objetos, el hombre establece una cadena de palabras que lo construye como sujeto pensante, y le hace creer que hay un tiempo que fluye de modo continuo hacia la muerte.

¿Cree? ¿Solamente cree que el tiempo fluye? ¿Estamos acaso sugiriendo que la realidad de ahí afuera está inmutablemente quieta pero que, por algún misterioso efecto psicológico, “nos parece” que cambia? No, simplemente estamos reconociendo, con la debida humildad, que las dificultades en demostrar que ahí afuera hay un tiempo que transcurre son tan formidables, que hasta ahora nadie ha logrado llevar a cabo tal demostración. En el caso del río con el que se suele comparar el paso del tiempo, sabemos que fluye con respecto a la costa, que lo que fluye es agua, y que lo hace a razón de tantos metros cúbicos por segundo. Pero en el caso del tiempo, ¿qué es lo que fluye? ¿Con respecto a qué fluye? ¿Cuánto fluye? ¿Un minuto por minuto? En cambio, estamos seguros de sentir que fluye, y necesitar de ese fluir para pensar y para encontrarle sentido a la realidad. Sospechamos que la residencia de tales sentimientos y pensamientos es el cerebro humano. Ese cerebro ha sido construido, conectado y echado a andar en cumplimiento de la información genética copiada una y otra vez en lo más íntimo de nuestras células. También sabemos que la crianza y la educación deberán instalar los programas con que funciona el aparato psíquico en nuestra cultura y que, como consecuencia, ese aparato psíquico se polarizará en una descomunal memoria inconsciente, en la que no parece regir la temporalidad cotidiana, y en un consciente que enhebra su visión del mundo a lo largo de un hilo temporal cuya naturaleza, empero, aún no puede comprender. Y sabemos también que los genes que atesoran la información genética aún están ahí, aguardando el inescapable instante en el que desencadenarán nuestra muerte. Para cuando esto ocurra, esos mismos genes ya habrán legado su información a nuestros hijos, y nos sacarán de en medio, con lo que se asegurará espacio y recursos para que sean nuestros descendientes quienes intenten contestar a la pregunta: ¿qué es el tiempo?

Los conceptos vertidos emanan de nuestra experiencia profesional. Muchos de nuestros estudios están apoyados económicamente por el Conacyt y el Cinvestav.