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Lavalle, Gabriela

La belleza de las heridas : transfórmate con un golpe de vida / Gabriela Lavalle. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0363-3


1. Autoayuda. I. Título.

CDD 158.1



Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com


Ilustración de portada: Carolina Werner



Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mi amada hija Pauli,

para que busque caminar siempre por la vereda del Sol.

Agradecimientos

A papá Jorge y mamá Celina, que ya no están en este plano ya que ellos, sin siquiera poder imaginarlo, me invitaron con sus aciertos y sus errores a conocer el significado de la palabra coraje.

A mi amada familia elegida, mi esposo Pablo y mi hija Paulita, quienes acompañan amorosa, activa y diariamente esta reparación desde que conquistaron mi vida hace ya veinte años. Ellos son mi motor e inspiración.

A mis hermanos Florencia y Fernando, mis queridos compañeros. Este libro también es de ellos porque vivieron y acompañaron cada parte de mi existencia con amor incondicional, aún en la distancia que nos imponen los lugares físicos y las distintas circunstancias de cada una de nuestras vidas.

A mi adorado Doctor Horacio Aziz, un ángel en la tierra para mí; él es quien cuida amorosamente mi salud hace trece años. Es quien me ha enseñado con su ejemplo que tener una existencia plena aún en la enfermedad es posible; con su empatía logró hacerme comprender que la sanación no implica necesariamente la cura pero que en el hecho de caminar hacia ella con dignidad y coraje reside la verdadera trascendencia.

A mi terapeuta, el Dr. Diego Pablo Yábar Bilbao, que hace 20 años me acompaña a pensarme y no ser pensada. A aprender a jugar bonito con las cartas que me tocaron y a verme como un ser completo y con permiso para sentir aquello que deba ser sentido sin reparos ni justificaciones. Para él, toda mi admiración y gratitud.

A la Doctora Karina Pesce, un ser de luz que me generó la necesidad y me impulsó a escribir este libro. Gracias por el aliento constante y la confianza en que podría hacerlo.

A Gerardo Korn, un artista de la fotografía y amigo incondicional, que, hace años, a través de sus fotos me muestra mi mejor versión para que recurra a ellas cuando me cuesta reconocerme; además de sus mágicos “clicks”, le agradezco en el alma haberse comprometido tanto con este libro y con la causa que lo generó por lo cual gestionó y gestiona incansablemente cantidad de encuentros enriquecedores a tal fin.

A Ricardo Lammertyn, que conectó tan empática y cálidamente con este proyecto y caminó conmigo para cerrar el proceso para que finalmente se convirtiera en una realidad.

A mi querida maestra Stella Maris Maruso y a la Fundación Salud por abrirme las puertas a la transformación cuando había dado por cerrados muchos procesos vitales y mis fuerzas flaqueron como nunca. Gracias por devolverme la fe y la confianza en mi propio poder.

A mis compañeros budistas y amigos del alma sin distinción de credo quienes en momentos dramáticos aportaron su oración y compañía colmando de fe un espacio vacío de la misma.

A todos aquellos que se cruzaron en mi vida, para bien o para mal, ya que sin ellos hubiera perdido aprendizajes cruciales para mi evolución.

A mi enfermedad, que marcó y marca el ritmo de mis días; mi dolencia construyó pacientemente un férreo camino a seguir en medio de la desolación, el sinsentido y el temor más tenaz.

A los que confiaron en este material, que no es más que la expresión de los vaivenes de una vida común, repleta de humanidad en todas sus expresiones

Y, ¿por qué no?

A mí misma y a mi lucha cotidiana por conquistar mi sanación física, psíquica, emocional y espiritual.


Música de Garbriela

Escaneá los códigos de Spotify para escucharlo en la app.


En esta PLAYLIST encontrarás todas las canciones cuyas letras Gabriela cita en varios capítulos de su libro, para que puedas acompañar la lectura de las mismas con la escucha de las canciones y comprender mejor su esencia y significado, volviendo la experiencia de “La Belleza de las Heridas” mucho más interactiva.


ACTITUD TANGO: consta de 11 versiones propias de tangos clásicos y modernos. Este álbum, donde se suman a la voz de Gabriela un trío de piano, contrabajo y bandoneón, arreglado y dirigido por el maestro Jorge Rutman, crea un sonido moderno que respeta el carácter de los clásicos. Un disco apto tanto para los tangueros de ley como para aquellos que están aproximándose al género


GOLPE DE VIDA: En Golpe de Vida, la autora refleja su filosofía de vida y espíritu que será parte años después del libro “La Belleza de las Heridas”. Es disco energético y lleno de alegría.

Prólogo a cargo del Dr. Horacio Aziz

Cuando mi querida Gabriela me habló de su libro y de sus intenciones de hacerlo por y para la gente que se encuentra iniciando el camino de la enfermedad, me pareció un gesto de amor solidario incalculable y muy valioso desde lo más humano.

Pero cuando me propuso escribir el prólogo me sentí conmovido como nunca en mi vida.

¿Merezco yo esta caricia en mi alma…? me pregunté.

Acepté esta ofrenda y comencé a leer su obra. Recorrí cada hoja con el asombro de quien toma conciencia de las infinitas cosas que suceden en la vida de los pacientes fuera de las puertas del consultorio. Me sentí profundamente identificado con sus vivencias y admirado de su saber que fue creciendo a lo largo de la vida.

Comencé a leer este libro con la seguridad de que estaba frente a una hermosa oportunidad. Sí. Una hermosa y única oportunidad de transitar el camino al que muchas veces la vida nos invita a conocer y otras nos impone su rigor más cruel y descarnado. La enfermedad y sus consecuencias.

Sin embargo, rápidamente comprendí que estaba equivocado.

“La Belleza de las Heridas” significa haber entendido el significado profundo de la vida y la existencia. Es un homenaje a la capacidad de poder, aún en situaciones difíciles, rescatar el amor, la poesía y las palabras. Si pagar el costo del dolor es descubrirnos en toda nuestra dimensión, vale la pena. Si crecemos en profundidad y ejercemos el amor como el único acto irrenunciable que nos ofrece dignidad, también vale la pena.

Como médico llevo casi cuarenta años procurando ofrecer una palabra justa y una caricia a tiempo a cada persona que transitando este camino de la enfermedad se sienta solo, vulnerable y sin esperanzas. Pero con este libro aprendí a tomar conocimiento del poder de una persona, mi querida Gabriela, que pudo transformar su dolor en esperanza y que con su inmensa riqueza de sentimientos lo ha volcado generosamente a todo aquel que aún no ha podido mirar ni apropiarse de sus “heridas”.

Hoy siento que Gaby es un ser iluminado; que detrás de su sonrisa sigue existiendo la niña que soñó con la filosofía, la música y el amor a pesar de todas sus dolorosas pérdidas.

Este libro está enriquecido por pensamientos filosóficos, poemas y letras de bellas canciones. No es otra cosa más que la vida misma.

Resulta maravilloso que el inmenso talento musical de Gabriela no se haya extinguido en la composición y en el canto, sino que el arte fue la puerta que permitió su crecimiento humano, sensible y generoso.

Es una utopía transitar la vida sin ganarse las heridas. Lo importante es qué hacemos con ellas.

Las heridas son el reflejo del costo de haber vivido, pero también son la oportunidad de transformar la vida en existencia.

“La belleza de las heridas” es también el relato de cómo se puede reordenar nuestros pensamientos haciendo que lo esencial no deje de estar presente en cada gesto.

La fuerte presencia de su familia más íntima se desarrolla con todo el justo reconocimiento en varios de los capítulos. Es el homenaje que la autora le hace a quienes fueron y son los pilares de su vida.

Gabriela lo hace desde una escritura ágil y rica en imágenes cotidianas que le permiten al lector sentirse hijo, padre, madre o esposo.

Esta obra rescata pensamientos filosóficos de grandes personalidades y lo hace desde el espacio de tiempo y circunstancias en las que cada frase cobra un sentido práctico mayor y humano.

El arte y especialmente la música y la poesía se entrelazan con la vida de la autora; lo sentí como un regalo que Gabriela nos hace para generarnos con ternura ese placer de sentirnos reflejados sin dolor.

Bienvenidos al mundo que nos ofrece esta obra.

No es una historia triste y dolorosa. Todo lo contrario.

Es la bella historia de un ser humano lleno de amor, poesía y música para hacer de la vida la experiencia más bonita y tierna.


Dr. Horacio Aziz

Médico Hepatólogo, especialista en Trasplantes.

Fundador y presidente de la “Fundación Argentina

de Trasplante Hepático”

Prólogo de la autora

La Belleza de las Heridas

No me considero escritora. Sólo soy un ser atravesado por la emocionalidad y ella habla a través de lo que escribo.

Este libro, básicamente, se presenta como autorreferencial ya que la mayoría de las palabras que aquí descansan hallaron su hogar en el papel cada vez que la vida impactaba sobre mí de disímiles formas y múltiples maneras.

Es un viaje que comienza el 30 de junio de 1986 con la desaparición repentina del mayor y más auténtico referente que tuve: mi padre.

Decido darle la entidad de obra terminada ocho años después de la partida de mi madre, cuando comprendí una vez más que con mi voz y mi música (soy cantante y compositora) no podría expresar jamás la violencia con la que tempranamente perdí la inocencia y comenzaba mi camino hacia el despertar.

Resulta contradictorio pues que el despertar al entendimiento más profundo de lo que “es” sea tan virulento… pero… ¿qué encuentro con el fin del engaño no lo es?

¿Cuánto coraje y vehemencia son necesarios para comprender vivencialmente y no sólo intelectualmente, que la existencia no siempre es tal como la soñamos desde nuestra más pueril ingenuidad?

Entonces… ¿la vida es ese camino que vamos construyendo con lo que nos va sucediendo? ¿Las emociones son el resultado más cabal de nuestra forma de ver el mundo y percibir fielmente, o no, lo que “realmente” sucede?

Después de terminar de escribir este libro me atrevería a reafirmar que sí, que eso mismo es la vida. Un camino con marca de partida, pero sin punto de llegada.

Con qué facilidad hacemos difícil lo fácil. Simplemente “es”. Existe. Sucede.

En mi caso, esta dificultad de aceptar lo que es “tal cual es” se presenta como un trabajo de todos los días, sin descanso, feriados, ni cerrado por vacaciones.

Afortunadamente, jamás colgué un cartel en mi alma con el triste texto “cerrado por duelo” aunque tantas despedidas hayan cerrado mi pecho y ahogado el entendimiento más veces de las que hubiera imaginado y muchas más de las que hubiera deseado.

He duelado y sigo haciéndolo a través de la acción, de la palabra, de la expresión más pura de la tristeza, del enojo, del diálogo, de la música, del amor.

He aquí entonces que este libro se haya convertido para mí en una de las obras más sagradas, verdaderas y puras que jamás haya hecho en toda mi existencia.

Nunca pude mentirme mientras escribía. Jamás.

Es que mientras la verdad se presente tal cual su sustancia, siempre nos dará la oportunidad de torcer el rumbo y producir el milagro final: “El destierro de nuestros demonios”, ese inframundo de oscuridad que nos contiene y al que nos aferramos cuando nuestro coraje y determinación ceden a la derrota dándole entidad de profecía autocumplida a nuestras peores presunciones; todas ellas nacidas del miedo: ese compañero tenaz y devastador que nos fragmenta y atomiza.

Les pido un favor: al leerme, no se preocupen por mí. Soy una persona feliz.


Gabriela Lavalle

Palabras de madre

Este texto es clave en mi vida. Lo escribió mi mamá en algún momento de los cinco días de coma farmacológico inducido durante mi segunda internación importante ocurrida en mayo de 2009.

Cuando pude despertar y estar lo suficientemente lúcida, mamá me lo leyó con voz suave y lágrimas contenidas; estaba escrito de puño y letra en una hoja de su pequeña agenda con la impecable caligrafía de maestra que siempre la caracterizó.

Aún hoy guardo en mi retina esas agenditas rectangulares que solía usar. Aún hoy su letra me emociona; tan prolija, perfectamente legible, con su “a” de pizarrón y ni un punto ni una coma de más.

Guardé ese papel en mi billetera por muchos años. Cierto día no lo encontré más; busqué y busqué y todavía no puedo entender qué pasó con esa hojita, ajada por el tiempo y por el maltrato lógico que tienen las cosas que uno guarda en la billetera.

Tampoco recuerdo cuándo y cómo fue que encontré esas palabras en mi muro de Facebook; debo agradecer que uso ese medio como una especie de “diario íntimo” tan poco íntimo para dejar eternizado en él alguna sensación, música que me emociona, fotos lindas, actividades reconfortantes o citas de autores célebres que resonaron en mí en determinado momento.

Fue así que cierto día recuperé esas palabras como un “recuerdo” de cara–libro. Evidentemente algún día las escribí allí para inmortalizarlas y darme cuenta una vez más que el coraje se adquiere, pero también se hereda.

Mamá: fuiste una de las personas más valientes que conocí en la vida. Definitivamente.

Mirando hacia atrás y en el contexto de una situación tan dolorosa, todavía no me explico cómo lograste la calma necesaria para delinear tan firmemente cada letra, aquella que se uniría como perlas en collar formando cada sílaba, palabra tras palabra, verso a verso.

En ese papel no encontré ni una tachadura, ni un esbozo de duda en el trazo; nunca te había escuchado usar el tipo de vocabulario del que te valiste para escribir ese texto.

No sé qué extraño sortilegio se apoderó de tu corazón ni qué encantamiento invadió tu alma en ese instante.

Lo único que puedo decirte es que hoy más que nunca creo que tus manos fueron el canal sagrado para hacerme llegar estas palabras que, como un regalo de la vida voy a poder compartir con mucha gente.

Abrazada a vos a través de estas líneas emprendo en este momento este viaje al que he dado en llamar “La belleza de las heridas”.


“Cuando retomes la conciencia, yo estaré a tu lado…

Debes tener fé, pues es el camino por el que debes transitar.

Esperanza, porque sabrás que ese camino es el correcto.

Energía, para transitarlo sin titubeos.

Entrégate sin reticencias, dudas, ni temores.

El que ha elegido el camino de la luz

estará conectado con ella para siempre,

iluminando su propio camino y el camino de todos

aquellos que se acerquen a el en busca de ayuda”.


Celina María Ángela Padula

(13 de agosto de 1940 –27 de enero de 2011)


CAPÍTULO I

Las respuestas correctas nacen de las preguntas apropiadas

“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo.

Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto,

en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo

correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.

Aristóteles

A lo largo de mi vida –y sobre todo desde que los acontecimientos más desdichados de mi existencia comenzaron a aparecer como puñaladas por la espalda –me he preguntado muchas veces y al mejor estilo de Robin Norwoord: “¿Por qué a mí? ¿Por qué esto? ¿Por qué ahora?”.

Son esas preguntas recurrentes que todos nos hacemos cuando la “mala racha” aparece sin pedir permiso y nos descubre “El lado oscuro de la luna” (gran álbum conceptual de Pink Floyd).

Es claro que jamás hacemos estas preguntas cuando nos encontramos en el éxtasis de la felicidad y muy probablemente, si nos las hubiéramos formulado, las respuestas oscilarían entre algunas de estas frases:

—“Me lo merezco, he trabajado mucho para que este proyecto saliera”.

—“Esto es lo que siempre quise y fue “justo” que así sucediera. Nadie podría hacerle más honor que yo a esta oportunidad”.

—“Esto me sucede ahora porque es el momento en el que estoy preparado para recibirlo. Nada es casual en esta vida…”

Estos enunciados han salido de mi boca y los he escuchado en la voz de muchos amigos, familiares y conocidos.

Pues bien, el tema es: cuando el drama arrecia, las respuestas a estas preguntas que aparecen a pedir de boca, claramente no tienen el mismo tenor que las anteriores; donde quiero hacer pie es en lo siguiente: sería interesante que en lugar de contestar estas preguntas de manera lineal lo hagamos con interrogantes que aspiren al “despertar de la ilusión” en la que vivimos cuando no somos plenamente conscientes de qué trata este juego en el que estamos inmersos sin pedirlo y del cual nos retiran sin desearlo.

El juego de la vida. Ese es el juego.


“¿Por qué a mí?”

Intentemos interrogantes posibles que puedan “contestar” estas preguntas (claro está que hay muchas más; les propongo encontrar nuevos como ejercicio):

—¿Por qué no a mí?

—¿Soy más especial que los demás?

—¿Tengo un escudo protector mágico?

—¿Soy inmune a la vida?

—¿La vida es eso que les pasa a los otros mientras nosotros vivimos una “fantasía” a la que llamamos vida?


“¿Por qué esto?”

Preguntas con las cuales podemos respondernos este tipo de “por qué”:

—¿Deberíamos poder elegir el tipo de sufrimiento dentro de la extensa oferta que tiene la existencia para todos los mortales?

—¿Deberíamos poder decir?: “Este dolor lo soportaría; lo compro. Gracias.”

—“¿Cuánto sale este dolorcito? Es muy caro; llevo aquel que lo puedo pagar en cómodas cuotas con un mínimo interés.”


“¿Por qué ahora?”


Quizás estos interrogantes suenen un tanto crueles como réplicas de esta otra clase de “por qués”:

—¿Cuándo entonces? ¿Ayer? ¿Mañana?

—Si ahora es lo único que existe, ¿habrá algún señor que distribuya el mal y lo envíe en el momento en que estés preparado para sobrellevarlo?”

Preséntemelo por favor.

Aquí, ahora, hoy y después de la cantidad de agua que pasó (y seguramente seguirá pasando) bajo mi puente estoy segura que previo a estos interrogantes existe una pregunta mucho más útil que podríamos y deberíamos formularnos ante el “qué” siendo el “qué” aquello que ocurre y es “cómo”.

¿CÓMO resolvemos este QUÉ?

¿Cómo sacamos a relucir nuestros recursos internos, aquellos que fuimos acopiando en los momentos de paz?

¿Y si no hubiéramos podido capitalizar esas herramientas en esa feliz brecha de falta de sufrimiento que por momentos nos ofrece la vida para que paremos, respiremos y podamos aprendamos su lenguaje?

Será momento entonces de salir a buscar otros instrumentos y con más afán.

El “cómo” es la “acción” posterior a la reacción que puede tomar la forma (entre tantas otras) de esas tres preguntas lógicas que sobrevienen cuando algo nos saca de eje, nos pone contra la pared y desafía todo nuestro sistema de creencias, altas expectativas, deseos, sueños y proyecciones de una mente “dormida a lo que es” por más que parezca alerta y vivaz.

Esas preguntas se presentan razonables ante situaciones extremas, pero no poseen la llave maestra para reorganizar el mapa de nuestro nuevo viaje.

La única verdad es la realidad (frase polémica, lo sé) y en la vida la realidad última es la impermanencia de las cosas y los estados vitales: la felicidad, las hojas de los árboles, la juventud, las ideas, el color de nuestro pelo, los compañeros de ruta, el objeto de amor; nosotros, como cuerpos prisioneros del tiempo tenemos fecha de vencimiento.

Lo único que no cambia es la variabilidad de todo acontecimiento y es en esta transmutación permanente en la que debemos movernos.

De todas formas, tengo buenas noticias al respecto: si hoy estás sufriendo, el dolor no se eternizará por esta misma razón; si hoy estás llorando a un ser querido, tu sonrisa volverá a sorprenderte cuando menos lo esperes. Si tu amor ha marchado en busca de nuevos rumbos, otro viene en camino.

Y así a la inversa; sin embargo, la inversa de la situación planteada en el párrafo anterior requiere de mucho coraje, inspiraciones profundas, el despertar de la conciencia, entrenarse en estas lides y estar prestos para cuando el tsunami arrase con todo aquellos que creíamos “estable”. Este es el desafío.

Ese fue, es y seguirá siendo mi desafío. Y el de la humanidad toda.

Hasta los 18 años, momento en que mi padre de 45 años muere de un infarto masivo y sorpresivo para todos, yo no tenía noción del concepto “muerte”. Esa palabra ni siquiera figuraba en mi diccionario interno.

A los 19 años tampoco sabía que una persona joven, sana, llena de energía y proyectos como yo podría tener su vida en riesgo. En mi glosario íntimo la palabra “enfermedad” sólo estaba reservada para la gente mayor.

Hasta mis 21 años la palabra “pobreza” sólo aparecía en los noticieros. Nunca imaginé que algún día iba a andar por la calle mirando el piso buscando monedas perdidas, comprando arroz partido para perro para alimentarme y las últimas manzanas del cajón para hacer compota; jamás pasó por mi mente que la situación económica familiar se pondría tan engorrosa, tanto como para llevarme a delinquir para pagar mi medicación.

En esa época hacía cola en el hospital desde las 5 de la mañana para sacar turnos médicos ya que había tenido que dar de baja la obra social debido a nuestra total carencia económica.

Por lo cual, el famoso “despertar” no fue una fresca brisa acariciando mis ojos; fue un ciclón que se llevó todo lo que hasta ese momento creía de mí.

Mi imagen, mis ilusiones, mi manera de comportarme, mi personalidad; se quedó hasta con mi ego, la construcción más poderosa y pretenciosa que uno erige ladrillo por ladrillo desde la niñez.

En esa etapa de mi vida que duró mucho más de lo deseable (3 o 4 años aproximadamente) ni siquiera podía balbucear frases tales como: yo soy esto, yo soy aquello, yo tengo esto, yo tengo lo otro.

Lo único que quedó en mis labios fue el siguiente enunciado inconcluso que, luego de mucho tiempo, se transformaría en una verdad suprema: “Yo soy”.

Después de lo vivido no podía completar la frase. No había quedado ni un rastro de lo antiguo. Comenzaba mi reconstrucción.

Sin embargo, la preferí, y aún hoy trato de seguir eligiendo esa frase incompleta; descubrí que toda palabra que pongamos detrás puede cambiar de un momento a otro, de forma tal que tendríamos que empezar a escribir nuevos conceptos acerca de nosotros mismos a cada paso.

“Yo soy” deja abierto el infinito campo de posibilidades, que justamente de eso es de lo que está hecho el Universo. En ese “campo” todo es posible.

La luz y la oscuridad.

La risa y el llanto.

Lo bueno y lo malo.

No sólo estos conceptos son admisibles como antónimos, sino que coexisten.

La oscuridad necesita de la luz y la claridad precisa de las tinieblas. Ambas conforman un maridaje perfecto.

En el fondo de la noche más oscura brilla la luna marcándonos el norte. Y es desde esa opacidad que el sol nace pletórico para alumbrar y dar calor a un nuevo amanecer.

Así como también podemos llorar de la risa, en medio del más amargo llanto puede sorprendernos una carcajada evidenciando que la risa y el llanto son dos caras de la misma moneda.

Lo bueno, lo malo.

Lo que hoy es bueno para nosotros, en un abrir y cerrar de ojos puede transformarse en una pesadilla.

Lo que hoy es injusto e inmerecido para nosotros puede ayudarnos a convertir nuestras fragilidades en fortalezas.

Siempre existe la posibilidad de ver el lado bueno de lo que no nos parece favorable y siempre está a nuestro alcance la opción de ver lo nocivo en lo que para algunos puede resultar excelente.

¿La mala noticia de este razonamiento? Depende de nosotros.

¿La buena? Depende de nosotros.

Y es desde este lugar que pretendo contar mi historia. No como una autobiografía, sino como un recorrido transitado por una persona común y corriente; un viaje iniciático con caídas, gozos, con dificultades para resolver las mismas temáticas de antaño y con pequeñas victorias personales.

¿Cómo queremos vivir? Ahora mismo.

¿Cómo queremos sentirnos? En este preciso momento.

¿Qué puedo hacer para estar mejor? Ya.

Las palabras de Eckhart Tolle en su libro “El poder del ahora” quedaron muy aferradas a mi memoria.

Tolle experimentó en su vida un momento extremo que lo catapultó a cambiar su existencia para siempre, convirtiéndose en un maestro espiritual a partir de una experiencia “cumbre”.

Relataba que la voz interior que desde el fondo de su desesperación escuchaba era: –“No te resistas a nada”.

Es que el sufrimiento mayor con el que nos encontramos todos nosotros como seres humanos es la “no aceptación” a lo que “es” a cada momento.

El deseo permanente que tenemos de que las cosas sean distintas a lo que son es el que nos ancla al sufrimiento, al dolor.

Ese “ruido mental” agudo y molesto que se abrocha con conceptos, etiquetas, imágenes, juicios y definiciones bloquea toda relación verdadera con lo que “es”, con lo que sucede; digo: ese ruido mental es el comienzo del desequilibrio anímico, emocional y como consecuencia del mismo, químico, que finalmente termina desembocando en enfermedad por el deterioro progresivo de nuestro sistema inmune.

Ese ruido es el responsable de encontrar en cada solución un nuevo problema, alimentando el círculo vicioso de la infelicidad.

Ese ruido es el que poco a poco dejamos de escuchar e incorporamos como música de fondo cotidiana; es fácil: muchos de nosotros hemos experimentado la desaparición de ese ruido ante la belleza, una meditación, un momento de felicidad extrema, la contemplación de algo maravilloso. En esas situaciones se activa el silencio de la paz interior. Justo en el instante en que descubrimos la majestuosidad y la presencia fuerte que implica el silencio, descubrimos que convivimos todos los días en la terraza de nuestra cabeza con una banda punk de la peor calidad.

La belleza, el amor, la creatividad, la alegría y la paz interior más allá de toda coyuntura surgen en un lugar allende la mente: el Yo SOY, el que permanece, el que siempre está: el SER, el AHORA.

Qué difícil tarea nos es encomendada una vez que nos enteramos que la existencia plena funciona según estas pautas: ser observador ecuánime de la mente, poner atención plena en el presente y escuchar respetuosamente a nuestro cuerpo cuando nos habla.

Ser conscientes del poder del silencio y buscarlo.

Lamentablemente, la mayoría de las veces he experimentado esa sensación de silencio y paz mental en momentos extremos: podría asegurar que eso sucedió tal y como lo describo durante mis dos largas internaciones. Es más, lo he percibido mucho más en mi segunda internación (hace ya diez años) en la cual mi vida corrió serio peligro; también viví algo similar durante la agonía y en el exacto momento de la muerte de mi madre.

Aunque parezca inverosímil y sorprendente, fue en esas circunstancias vitales en las que vivencié “momentos cumbres” de amor, alegría y profunda paz; en esos momentos límite la mente queda “sin palabras”. Súbitamente sobreviene una extraordinaria quietud interior, la mente se detiene y algo infinitamente más poderoso que todo lo conocido toma el control de la situación.

Esto explica que personas comunes y corrientes ante circunstancias de emergencia son capaces de realizar actos valerosos extremos.

En cualquier emergencia, sobrevivimos o no.

En ese caso, no es un problema, ya que no hay tiempo para detenerse ni siquiera a pensar. El “no pensamiento” es la “acción” y esa acción consiste en estar “presente”.


Como bien dice Tolle en uno de sus capítulos del “El poder del ahora”: “… el momento presente a veces es inaceptable, desagradable u horrible. Es como es. Observe cómo la mente lo etiqueta y cómo ese proceso de etiquetado y juicio crea dolor e infelicidad. Así funciona la mecánica de la mente: la resistencia y sus infinitos patrones.”

Aceptar. Luego actuar.

En este libro me propongo no identificarme con el “cuerpo del dolor”, aquel que nos convierte en víctimas o victimarios; ese monstruo que nos habita como una sombra y que nos impulsa a vivir una y otra vez el dolor primigenio, el dolor del pasado tal y como si estuviera sucediendo nuevamente en el presente.

Estos dolores pasados se retroalimentan con nuestros pensamientos fantasmagóricos anclándose cada vez más en nuestro cuerpo emocional.

Ya que el dolor se nutre de revivir recuerdos turbulentos tengamos por seguro que ante cada situación parecida al dolor primigenio éste aparecerá para atormentarnos con su sádico y efectivo discurso:

—“¿Ves que no desaparecí? Estoy y no me voy… llegué para quedarme…”

El dolor no puede alimentarse de alegría porque le parece estúpida e indigerible. Por lo tanto, el dolor, para seguir vivo se sigue alimentando de nuestros pensamientos más lacerantes.

San Pablo expresa magistralmente: “Todo se manifiesta al ser expuesto a la luz y todo lo que se expone a la luz se vuelve luz ello mismo”.

¿Cómo lograrlo?

Es claro que no podemos vencer al miedo con más miedo. No podemos vencer al dolor con más sangre.

Al dolor se le gana usando una linterna fuerte que lo descubra, lo deje expuesto y así develar dónde se encuentra agazapado.

Esa linterna es nuestra “conciencia”, nuestra guía superior. Esa luz que todos llevamos dentro es la capacidad y el coraje para poder enfrentarlo y decirle:

—“Allí estás. Te estoy mirando. Sé perfectamente en qué órgano te alojás. Ahora voy a iluminar esa zona de mi cuerpo donde habitás para que desaparezcas definitivamente de mi vida cual Drácula con la luz del sol”.


Siguiendo con Eckhart Tolle: “… aprendamos a separar nuestra vida de nuestra situación vital. Nuestra vida reside en el presente con todo lo que ello implica. Y todo lo que tengamos que resolver en nuestra vida, aún morir, se resuelve en tiempo presente. No muero ayer, no muero mañana. Muero en este preciso instante”.


Nuestra situación vital reside en cómo vemos nuestra vida y decodificamos nuestra existencia con el material acumulado en nuestra mente.

¿La vemos con los lentes del pasado? ¿La proyectamos con excesivas ansias en el futuro? ¿Tratamos de resolver nuestras situaciones vitales con herramientas que nos sirvieron en cierto momento y hoy se presentan como obsoletas? ¿Especulamos con la frase mágica: “si yo hubiera hecho esto, tal vez hubiera resultado tal o cual cosa”?

Lo que intenté en este libro, luego de más de 30 años de mucho sufrimiento, queja, enojo y demás yerbas, es encontrar un patrón que pueda ayudarme a transmutar “el veneno en medicina”.

Darle más prioridad al “cómo” resolver lo “que está sucediendo” que quedarme fijada en aquello que pasa; y finalmente descubrir la vida oculta dentro de nuestra situación vital momentánea.

Cuando conectemos con esa “vida” con mayúsculas, tengamos por cierto que ella estará dispuesta a brindarnos todas las respuestas necesarias –aunque muchas veces la respuesta sea un “no” –si es que estamos presentes escuchando su voz dentro del ruido mental que nos propone esta pantomima de vida que hemos creado por ignorancia, por desidia o simplemente por el hecho de ser humanos.

Dijo Jesús a sus discípulos: “¿Por qué están siempre inquietos? ¿Puede la preocupación añadir un solo día a sus vidas?”

Vuelvo a un punto esencial en este libro: en la mayoría de las personas sólo una situación crítica tiene la capacidad de quebrar al ego, doblegarlo, obligarlo a la entrega y forzar el estado del “despertar”.

Y esto funciona de esta manera pues el mundo en el que se habitaba se volvió añicos y ya nada tendrá el sentido que antes le fue dado.

En esas situaciones de enfermedad, de duelo, de cercanía a la propia muerte o a la de alguien cercano; en líneas generales en esas situaciones es donde se produce el derrumbe de lo que eras, lo que creías ser, lo que solías hacer; se desmoronan tus pensamientos usuales; se derrumba tu “yo” enteramente.

Y es ahí mismo donde el “milagro” debe producirse necesariamente.

Ese milagro es la “alquimia”. Transmutar el metal bajo en oro, el sufrimiento en conciencia, el desastre en iluminación.

La única opción que vislumbré en todos estos años es la entrega a lo que “es” sin intentar rotular.

La entrega no transforma lo que sucede. Nos transforma a nosotros mismos y esa es la verdadera victoria.

La resistencia convierte a la enfermedad o a cualquier situación vital no deseada en el mismísimo infierno.

Y de nosotros depende. No existe nadie que pueda entrar en la caverna de nuestra mente aniquiladora y descubrirla con las manos en la masa agregando más dolor al existente.

El poeta inglés John Milton (1608 –1674) escribió: “La mente es su propio reino; puede por sí sola hacer un infierno del cielo y un cielo del infierno”.

En definitiva, ¿de qué lado queremos estar?


“Cuando tengas 80 años, y en un momento tranquilo de reflexión, narrando sólo para ti la versión más personal de tu historia de vida, el relato que será más conciso y significativo será la serie de elecciones que hayas hecho. Al final, somos nuestras elecciones.”

Jeff Bezos