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Carlos Loveira

Los inmorales

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9007-131-1.

ISBN ebook: 978-84-9007-339-1.

Sumario

Créditos 4

Presentación 7

La vida 7

A don Manuel Márquez Sterling 9

I 11

II 48

III 88

IV 108

V 117

VI 158

VII 215

VIII 228

Libros a la carta 241

Presentación

La vida

Carlos Loveira y Chirino (El Santo, Villa Clara, 21 de marzo de 1882-La Habana 1928) Cuba.

Nacido en una familia pobre, emigró a los Estados Unidas al inicio de la Guerra de 1895. Tres años después regresó a Cuba y combatió bajo el mando del general independentista Lacret.

Iniciada la etapa republicana trabajó en los ferrocarriles, se convirtió en líder sindical, y viajó por México y otros países de Centroamérica.

Llegó a ser secretario de la Pan American Federation of Labor, y director de la Oficina Internacional del Trabajo.

Por entonces escribió De los 24 a los 35, en el que refiere la experiencia vivida en su lucha sindical.

Loveira escribió además: Los inmorales (1919), una novela de tesis, contra el matrimonio indisoluble; Generales y doctores (1920); Los ciegos (1922); La última elección (1924), y Juan Criollo (1928).

Marcelo Pogolotti escribió sobre Los inmorales: «Al quedar cesante Jacinto, se agravan sus dificultades domésticas al par que las económicas. Su mujer no se hace cargo del verdadero motivo de la desgracia ocurrida, ensanchándose así la distancia que les separa, abierta ya por toda clase de divergencias de criterio, motivadas por un gran desnivel cultural y la supersticiones que embargan a la esposa. La situación, antes más llevadera por la falta de problemas pecuniarios y mitigada por las ausencias impuestas por la índole del trabajo del maquinista, se hace intolerable. El marido acaba por encontrar la anhelada comprensión en Elena, dominada por las mismas preocupaciones intelectuales que él, y casada asimismo con una persona que no le es afín. Ambos resuelven unirse y marchan a Panamá con el dinero que brindan generosamente al maquinista sus compañeros, en virtud de esa «francomasonería», así denominada por el autor, entonces existente entre los ferroviarios, que tenía más de hermandad que de gremial, y que en la república de ahora está estrictamente codificado bajo el rótulo de subsidios sindicales. Las vicisitudes de la pareja en sus andanzas por la América del Sur constituyen el alto precio de su acoplamiento ilegal y permiten al autor hacer una defensa del divorcio. Atisbos de la angustiosa cuanto precaria existencia de los familiares de Elena, constituyen una argumentación de por sí convincente. Loveira presenta al marido amo, que se vale de sus prerrogativas de padre para tiranizar a los suyos, abofeteando e injuriando a sus hijas con las palabras más soeces so pretexto de salvar su moral, siendo él mismo un vicioso. La mujer se somete con resignación, en la creencia de que así cumple con su deber. Los hijos viven oprimidos y «educados» por este padre ignorante, incapaz de ganarse el sustento con su oficio de carpintero. El novelista releva también con extraordinaria agudeza de observación, las vejaciones a que están sujetas en Cuba las mujeres pobres, incluso por parte de sus iguales de clase; e ilustran vívidamente el calvario del débil, si falto de protección; o de la mujer sola, especialmente cuando viajaba, en los primeros lustros de la república. Al propio tiempo ridiculiza a los legisladores que votan contra el divorcio pero que buscan placeres extramatrimoniales.»

Edición basada en la de: Sociedad Editorial Cuba Contemporánea, La Habana, 1919.

A don Manuel Márquez Sterling

Distinguido coterráneo:

Acabo de escribir este libro, que, entre otras pretensiones, no sé si tolerables, tiene la de que se le considere, «entre cubanos», como un plausible esfuerzo. Por seguir en nuestro país las huellas de quienes en la novela moderna, sin tartuferías ni medias tintas, cabe decir que con heroísmo, arremeten contra S.M.

la «Idea Hecha», que desvelaba a Eça de Queiroz, el mentir convencional de la civilización, que es tesis del famoso libro de Nordau, y la «moralina», que fue idea fija en el cerebro del genial loco de Wéimar.

Me permito dedicarle a usted tal libro. Pero, a causa de la pretensión a que me he referido, no creo viciosa la advertencia de que no me mueve a dar este, quizá si para usted malhadado paso, la idea de que usted comparte las mías en el sentido indicado. Asiduo lector de cuanto, escrito por usted, cae al alcance de mis manos, no ignoro que no es cuerda suya la del radicalismo; por lo que más bien presumo que puede chocarle esta invectiva de combate a todo lo consagrado.

Que solo por imposición de los propios convencionalismos sociales que intento poner en berlina, ha de tolerar usted, sin protesta, que su nombre vaya al comienzo de unas páginas en las cuales, sobre la anomalía que he apuntado, prima una forma literaria inexperta, es cosa que tampoco se me va por inadvertida.

¿Que, entonces, por qué este designio mío?

Porque deseo valerme de esta oportunidad para sacar del anónimo —aunque sea en el reducido círculo de mis lectores— la devota admiración que me inspira la cívica, fecunda y excelente obra realizada por usted en nuestro periodismo y en la literatura latinoamericana.

Que, siquiera sea por los convencionalismos de marras, acepte usted el humilde voto, se sobrentiende que es el deseo natural de su afmo. y S. S.

C. Loveira

La Habana, en la fiesta del 10 de octubre de 1918