bian2762.jpg

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Susan Stephens

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El mar de tus sueños, n.º 2762 - febrero 2020

Título original: The Greek’s Virgin Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-046-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

HABÍA llegado el gran día. Estaba amaneciendo, y Kimmie subió la persiana de su idílica habitación, contempló la gloriosa playa que se abría ante ella y respiró hondo para sentir el cálido aroma de las flores.

Aún la podía suspender.

Pero, ¿por qué la iba a suspender su propia boda? Además, ya era tarde para cambiar de opinión. Se casaría con Mike, a quien conocía de toda la vida. Y, como Mike le sacaba bastantes años, dirigía el timón de su relación con mano firme.

¿O con la mano de un dictador?

–Acuéstate pronto, y quédate en la cama hasta que te llame –le había ordenado la noche anterior–. Tienes que dormir. Mañana es un día importante.

Al recordarlo, Kimmie frunció el ceño y se preguntó cuándo se había vuelto tan obediente. Se sentía como si estuviera perdiendo partes de su propio ser. ¿Serían los típicos nervios del día de la boda? Supuso que sí, y que un paseo por la playa le sentaría bien, así que se apartó de la ventana.

El sol ya calentaba la isla griega de Kaimos cuando abrió el armario, se puso un top y unos pantalones cortos y se dirigió al dormitorio de Janey, su madrina. Tenía intención de llevársela a la playa, remojarse los pies en su compañía y, con un poco de suerte, olvidar sus preocupaciones. Sin embargo, no dejaba de pensar que se estaba equivocando.

¿Seguro que Mike era la mejor opción?

A decir verdad, era la única que tenía. Y, si no aprovechaba la ocasión de sentar la cabeza con un buen hombre, su pasado la alcanzaría y la convertiría en una amargada.

Pero, ¿estaba enamorada de él?

Eso dependía de lo que se entendiera por amor. Mike y ella eran viejos conocidos. Su familiaridad era innegable y, por otro lado, estaba segura de que nunca le pediría explicaciones. Sin mencionar el hecho de que ninguna mujer quería estar sola.

Pero, ¿estaba enamorado de ella?

Harta de hacerse preguntas, alzó la mano y llamó a la puerta de su amiga.

–¿Janey? ¿Estás despierta? ¿Puedo entrar?

Kimmie creyó oír que Janey le daba permiso para entrar, de modo que abrió la puerta, se disculpó a toda prisa por despertarla tan pronto y, a continuación, se quedó completamente helada.

Mike estaba en la cama, desnudo. Y encima de él, cabalgándolo como una amazona, estaba Janey.

Kimmie dio media vuelta y se fue.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL PRIMER DÍA en Kaimos había sido un desastre. Llegó de noche, y decidió quedarse en el yate para darse un chapuzón a la mañana siguiente; pero, tras alcanzar su playa preferida, Kris se topó con un grupo de turistas que parecían ajenos a un hecho importante: que aquel sitio era su paraíso personal.

Resignado, nadó un rato y salió del agua. Fue entonces cuando se fijó en la mujer de piernas fantásticas y grandes senos que estaba con el grupo. Tenía el pelo de color negro, con mechas moradas, y llevaba el bikini más pequeño que había visto en su vida.

Por si su figura no llamara suficientemente la atención, la desconocida estaba bailando al ritmo de un viejo aparato de música que uno de sus acompañantes llevaba al hombro. Pero había algo extraño en su comportamiento, como si bailara para olvidar alguna experiencia desagradable y no tuviera nada que perder.

Kris, que siempre había sentido debilidad por las mujeres estrafalarias, la miró con más detenimiento. Se había puesto un pañuelo en la cintura, con un montón de cascabeles que tintineaban cada vez que se movía, y llevaba tal cantidad de collares de cuentas que, si se hubiera metido en el mar, se habría hundido sin remedio.

Justo entonces, vio que los turistas se disponían a encender un fuego en su playa, y que uno de ellos abría un macuto y sacaba lo que parecía ser un vestido de novia.

¿Sería de la estrafalaria? Debía de serlo, porque puso cara de asco, se negó a tocarlo y se apartó del grupo, dejando que sus amigos arrojaran la prenda a lo que evidentemente era una especie de pira ceremonial.

En otras circunstancias, Kris habría intervenido para ordenarles que apagaran la hoguera, pero estaba tan interesado en el extraño drama que se limitó a mirar mientras las llamas devoraban el vestido.

Cuando solo quedaban cenizas, la mujer alcanzó un palo y lo clavó en ellas como si quisiera asegurarse de que no había sobrevivido ni un minúsculo pedazo de tela. Luego, tiró el palo, se acercó a la orilla, se quitó un anillo y lo lanzó al mar, con tan mala suerte de que la potente marea lo devolvió inmediatamente a la playa. Pero no se dio ni cuenta, porque ya se había alejado de allí.

Decidido a conocerla, Kris alcanzó el anillo y se le acercó antes de que tuviera ocasión de regresar con sus amigos.

¿Esto es tuyo? –le preguntó.

Ella miró el objeto sin decir nada y se estremeció.

–¿Qué hago con él? –continuó Kris–. ¿Lo devuelvo al mar?

 

 

Kimmie no sabía qué hacer. Primero, encontraba a su prometido en compañía de su madrina y, cuando intentaba olvidarlo con ayuda de sus amigos, aparecía un dios salido de la mitología griega y le ofrecía el anillo que ella acababa de tirar.

Por su aspecto, debía de tener alrededor de treinta años. Era alto, guapo y brutalmente masculino, es decir, lo último que Kimmie necesitaba aquel día. Sus rasgos parecían esculpidos en piedra. Su piel, bronceada por los elementos, enfatizaba el negro azabache de su cabello. Y, para empeorar las cosas, tenía un cuerpo que rozaba la perfección y una mirada cargada de inteligencia.

¿Sería un pescador de la zona?

–Ah, lo has encontrado –acertó a decir.

–Sí, eso es obvio.

–¿Cómo es posible? Lo he tirado hace un segundo.

Y la marea lo ha devuelto a la playa –replicó él, con voz profunda–. He pensado que debías saberlo.

–Sí, claro. Gracias.

–¿Lo tiro otra vez? –preguntó, mirándola con humor.

–Si no es ninguna molestia…

–Por supuesto que no.

–Pero asegúrate de que no vuelva.

–Descuida.

Él bajó la cabeza en ese momento y clavó la vista en una de las manos de Kimmie, que le estaba tocando el brazo.

Desconcertada, la apartó a toda prisa y tragó saliva. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Cómo se le ocurría tocar a un desconocido? Por lo visto, la traición de su novio la había afectado más de lo que pensaba.

Aún no había salido de su asombro cuando él cumplió su palabra y lanzó el anillo tan lejos que no había ninguna posibilidad de que volviera.

Tengo la sensación de que tu día no ha empezado con buen pie –comentó el dios griego.

–No, se podría decir que no –dijo ella, haciendo esfuerzos por no admirar sus hombros.

–Bueno, todos tenemos días malos.

–Ya, pero este es especialmente horrible.

–Y, sin embargo, has organizado una fiesta.

–No es una fiesta, sino una especie de despertar.

Kimmie se giró hacia sus amigos, que estaban bailando junto a la hoguera.

–¿Un despertar? –se interesó él.

Disculpa, pero no quiero hablar de eso.

–Como prefieras.

Mientras lo miraba, Kimmie se preguntó qué había hecho para llegar a uno de los puntos más bajos de su existencia. Pero no se podía decir que fuera una gran historia: Jocelyn, una amiga de la universidad, le había presentado a su hermano, que se llamaba Mike. Luego, una cosa había llevado a la otra y, al final, el encantador y refinado Mike se había aburrido de ella y se había acostado con Janey.

–En fin, ya te he robado bastante tiempo –dijo, mirando al dios.

Él arqueó una ceja, y Kimmie supo que no estaba acostumbrado a que lo rechazaran con tanta facilidad, lo cual la llevó a preguntarse otra cosa: ¿por qué se había acercado a ella? ¿Habría visto la escena del fuego? ¿Le habría dado pena?

–¿Puedo ofrecerte una copa en agradecimiento? –continuó, decidida a saber más.

–Me temo que no será posible. Tus amigos y tú os tenéis que ir.

–¿Cómo? –dijo, perpleja.

–Estáis en una playa privada, y no tenéis permiso para quedaros.

¿Y tú sí? –le instó.

Él guardó silencio.

–No estamos haciendo nada malo –insistió ella–. Lo limpiaremos todo cuando nos marchemos.

–Lee ese cartel.

Kimmie se giró hacia el lugar que estaba mirando, y vio un cartel de color rojo que prohibía tajantemente el paso.

–Oh, lo siento. No lo habíamos visto –se excusó–. ¿Qué eres tú? ¿Una especie de guardia?

–Soy parte interesada, por así decirlo.

En ese caso, llevarás algún documento que lo demuestre. No pretenderás que nos vayamos por la simple razón de que tú lo digas.

Él la miró con sorna.

–¿Dónde quieres que lleve la documentación? Estoy prácticamente desnudo –replicó, señalando su impresionante cuerpo.

Kimmie apartó la vista, incómoda.

–Pues lo siento mucho. Si no tienes pruebas, nos quedamos.

Él respiró hondo y dijo:

–Largaos de una vez.

–¿Este es el tipo de bienvenida que dan las gentes de Kaimos? –protestó ella–. No dejaréis buen recuerdo a vuestros visitantes.

–Tú ya tienes cosas que recordar.

–Gracias por mencionarlo.

Él volvió a guardar silencio.

Mira, he tenido un día desastroso, y me gustaría equilibrarlo de alguna manera –prosiguió Kimmie, cambiando de táctica–. ¿Puedo hacer algo para que cambies de opinión?

Él no dijo nada.

–¿Quién eres, por cierto? ¿Un tripulante del yate que está anclado en la bahía? ¿De esa gigantesca aberración?

–¿Un tripulante? ¿Yo? –dijo, frunciendo el ceño–. ¿De una aberración?

–Sí, de aquel barco… –declaró, señalándolo con el dedo.

–Pues no, no soy un tripulante. Y, en cuanto al barco que tanto te disgusta, se llama Spirit of Kaimos.

–Me alegro mucho, pero sigo sin saber quién eres.

–¿Tanto te importa?

–No. Es que siento curiosidad.

–Y yo.

Kimmie seguía asombrada con lo que estaba pasando. ¿Por qué insistía en discutir con un desconocido? Se había puesto a bailar para expulsar los fantasmas que llevaba dentro y, en lugar de expulsarlos, se dedicaba a hablar con un hombre increíblemente arrogante que los quería fuera de la isla. Pero eso no era tan malo como la reacción de su cuerpo, encantado de que aquel dios griego la devorara con los ojos.

–Hagamos una cosa –prosiguió él–. Si me hablas de ti, consideraré la posibilidad de que os quedéis.

Kimmie apretó los puños, intentando refrenarse. No quería causar problemas a sus amigos. Ya se había equivocado bastante por un día, aunque sus errores venían de lejos. ¿Cómo era posible que hubiera confiado en Mike?

Si hubiera estado más atenta, se habría dado cuenta de que su interés por ella empezó cuando salió de la universidad y vendió sus primeros cuadros, que fueron un éxito. Lo único que le interesaba era su dinero. Pero Jocelyn la quería como a una hermana y, como ella quería a su amiga del mismo modo, no había dudado de la bondad de Mike.

–Está bien, no hables si no quieres –dijo él con frialdad–. No estoy aquí para resolver tus problemas, ni para ser objeto de tu ira.

Ella lo miró a los ojos. No tenía duda de que aquel hombre intimidaba a mucha gente, pero su día había sido tan terrible que ya no le asustaba nada. Si pensaba que se iba rendir, estaba muy equivocado. Se limitaría a tratarlo con cautela, por el bien de sus amigos.

–Lo siento, pero no nos vamos a ir si no me enseñas alguna prueba de que tienes autoridad sobre esta isla.

–Te lo estoy pidiendo por las buenas –insistió él.

–Y yo te digo por las buenas que no estamos haciendo nada malo y que dejaremos la playa tan limpia como la encontramos.

 

 

Kris pensó que la mujer de los cascabeles estaba cometiendo un error, aunque no podía negar que le había impresionado. Era obvio que había tenido un problema grave y que ardía en deseos de retirarse a algún lugar tranquilo, donde pudiera estar a solas con sus pensamientos; pero, a pesar de ello, lo desafiaba.

Además, también era obvio que se estaba refrenando porque no quería meter a sus amigos en un lío, lo cual la condenaba a una situación difícil: mantenerlo a raya sin sobrepasarse en ningún momento. Definitivamente, no se parecía nada a las mujeres a las que estaba acostumbrado. No se sometía a la voluntad de nadie. Y había despertado su interés de tal manera que ahora estaba atrapado entre la necesidad de echarla y el deseo de que se quedara allí.

¿Qué debía hacer?

Al final, optó por suavizar las cosas y dijo, ofreciéndole una mano:

–Me llamo Kris.

Ella frunció el ceño.

–¿Eso significa que nos podemos quedar?

–Yo no he dicho eso.

Kris sonrió y clavó la vista en sus ojos, que se oscurecieron súbitamente. El impulso de besarla fue abrumador, pero estaba acostumbrado a dominarse.

–De acuerdo, jugaremos a tu modo –dijo ella, que dio un paso atrás y le estrechó la mano–. Yo soy Kimmie Lancaster. Y, antes de que lo preguntes, Kimmie no es diminutivo de nada. Me llamo así. Simplemente Kimmie.

–Encantado de conocerte, simplemente Kimmie –ironizó–. Pero, ¿qué te ha pasado? Tiras un anillo de diamantes al mar, quemas un vestido de novia y luego, te dispones a celebrar una fiesta.

–Ya te he dicho que no es una fiesta, sino un despertar –le recordó ella–. Además, no queríamos desperdiciar la comida de la boda. Kyria Demetriou, la dueña del hotel donde nos alojamos, se ha tomado muchas molestias con el banquete, y nos ha parecido una buena forma de mostrarle nuestra gratitud.

–Ah, sí, la dueña del Oia Mare. Es amiga mía.

–¿Kyria?

–Sí.

Kimmie se tranquilizó un poco. Kyria sabía juzgar a la gente y, si era amiga de aquel hombre, no podía ser tan horrible.

Bueno, no me sorprende que os conozcáis, teniendo en cuenta que la isla es muy pequeña –replicó.

–Lo es –dijo–. Pero, ¿por qué os alojáis en el Oia Mare? Es muy caro.

–Porque quería agasajar a mis amigos.

–¿Porque los querías agasajar? –preguntó, sorprendido.

–¿Qué tiene de malo?

–Que te habrá costado una fortuna.

Ella guardó silencio.

¿No habría sido mejor que pagaran una parte de los gastos?

–No quiero que paguen nada. Tuve un golpe de suerte y decidí compartirla con ellos. Casi todo lo que gané está invertido en un proyecto que me interesa, pero me sobró lo suficiente para hacer algo especial, algo distinto.

–¿Y a tu prometido le pareció bien?

Kimmie respiró hondo.

–No sé por qué te estoy hablando de eso.

–Quizá, porque necesitas hablarlo con alguien.

Ella se encogió de hombros, sin decir nada.

–¿Llevabais mucho tiempo juntos?

–Si te lo digo, te vas a reír.

–Ponme a prueba.

–Está bien, tú te lo has buscado… Soy una pintora que acaba de terminar la carrera, y que se llevó una buena sorpresa cuando su primera exposición resultó un éxito –empezó a decir–. Una noche, Mike se presentó en la galería y nos pusimos a charlar. Mike es el hermano de mi mejor amiga, y los dos estábamos tan encantados con mi éxito que nos entusiasmamos y acabamos prometidos.

–¿Te ofreció el matrimonio esa misma noche?

–Sí, y yo acepté sin dudarlo –respondió–. Sé que suena estúpido, pero la vida te lleva a veces por caminos extraños. Sobre todo, cuando quieres huir de tu pasado.

–¿Y qué pasado es ese?

Ella lo miró durante unos segundos y sacudió la cabeza.

–No, no te voy a decir nada más.

–Como quieras –dijo él, pensando que debía de ser un pasado terrible para que se comprometiera con un estúpido–. Pero, ¿qué ha hecho el tal Mike? Supongo que engañarte con otra, claro.

Brillante deducción –replicó con sorna.

–Pues es un problema. Una novia sin novio –dijo–. Menuda boda.

–Bueno, yo diría que he tenido suerte.

–¿En serio?

–Sí. Ha sido una especie de lección vital.

–Mientras no te amargues…

–No, de ninguna manera. Me hará más cauta y tendré cuidado de no volver a cometer el mismo error.

Eso es fácil de decir, pero no tan fácil de hacer.

–Tú no me conoces.

–¿Me estás desafiando de nuevo?

Ella no respondió a la pregunta, y él empezó a sopesar una idea. Desde luego, tendría que reflexionar un poco antes de que las cosas fueran más lejos, pero su inesperado encuentro con Kimmie Lancaster le había recordado una conversación que había mantenido con su tío, y tenía la sensación de que el destino estaba llamando a su puerta.

–En fin, supongo que nos veremos por la isla –dijo ella, cambiando súbitamente de tema.

–Es lo más probable, siendo tan pequeña.

–Intentaré no cruzarme en tu camino.

–¿Insinúas que os vais a marchar? –preguntó, mirando a sus amigos.

Ella suspiró.

–No empieces otra vez, por favor. Te prometo que seremos cuidadosos. Me hago personalmente responsable de la limpieza de la playa.

Él soltó una carcajada. Kimmie había ganado la partida, aunque no supo si la había ganado por atreverse a plantarle cara o por ser tan especial.

Te tomo la palabra. Y será mejor que la cumplas, o tendrás que darme explicaciones.

El súbito rubor de Kimmie le hizo pensar que no le disgustaba la idea de darle explicaciones, lo cual le encantó. Era una mujer valiente y muy atractiva; una mujer que, por lo visto, estaba tan ansiosa de tocarlo como él a ella.

Por desgracia, las convenciones sociales se interponían en su camino, y no podía pasar a mayores sin el preámbulo de conocerse mejor, así que dijo:

–¿Por qué no me presentas a tus amigos?