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Editado por Harlequin Ibérica.

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© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una fantasia maravillosa, n.º 958 - febrero 2020

Título original: The Pregnant Virgin

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1348-114-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–¿Qué?

–Que voy a tener un niño –repitió Ali Celeste, disfrutando de la expresión de perplejidad en el rostro de su hermana Lynne.

–¿Pero cómo…? ¡Yo ni siquiera sabía que tuvieras novio! –exclamó su hermana, al borde del colapso. Ali decidió aclarar la situación.

–He dicho que voy a, no que estoy –explicó, apartando el plato de ensalada.

Lynne se apoyó en el respaldo de la silla y echó un vistazo por la abarrotada cafetería del hospital de Detroit. Probablemente, para comprobar si alguien escuchaba la conversación, pensaba Ali, incapaz de borrar la sonrisa de su rostro.

–No tiene gracia –dijo Lynne, intentando mostrarse seria–. Me has dado un susto de muerte.

–¿Por qué?

–¿Embarazada antes de contraer matrimonio? Mamá se levantaría de su tumba.

–¿Antes de contraer matrimonio? –rio Ali. Esa es una expresión del siglo pasado.

–Los principios siguen siendo los mismos –replicó Lynne, mirando a su hermana con cara de reprobación.

Ali miró la novela que había al lado de su plato. Si pudiera encontrar un hombre como el de aquellas novelas, pensaba.

–Creí que querías mantenerte virgen hasta que llegara tu Príncipe Azul.

–Y ese sigue siendo el plan.

Lynne la miró, confusa.

–¿De qué estás hablando, Alexis Marie?

–Bueno, ya sabes que trabajo en una clínica de fecundación asistida…

–¿Y qué tiene eso…? –de repente Lynne abrió los ojos como platos–. ¿No querrás decir…?

–¿Por qué no? Allí puedo conseguir lo que necesito… –siguió diciendo Ali, para escándalo a su hermana.

–Por favor, Ali, ¿para qué necesitas tú un banco de esperma? Solo tienes veintiocho años…

–Ya, pero dentro de un mes cumpliré otro año más –la interrumpió ella.

–¿Ese es el problema? ¿Te sientes mayor?

Ali negó con la cabeza.

–Nunca pensé que a mi edad seguiría soltera. Y no me digas que sigo siendo una niña.

–Pero lo eres. Aún te queda muchísimo tiempo.

Eso era lo que Ali solía pensar. Pero en su mente seguía apareciendo la fantasía que había acariciado durante años; la imagen de un hombre fuerte y, a la vez, sensible, que se enamoraba locamente de ella. Casi podía ver sus ojos: intensos, sinceros. Y llenos de amor.

Ali miró la portada de la novela.

Exactamente como los de aquel hombre.

–No te ofendas, Lynne, pero tú pensabas que tenías todo el tiempo del mundo y mira lo que has tardado en tener un niño –dijo Ali en voz baja–. Tenías casi cuarenta años cuando quedaste embarazada. ¿Recuerdas los años de ansiedad, por no mencionar el dineral que os habéis gastado Ken y tú en tratamientos?

Lynne asintió con desgana.

–¿Cómo voy a olvidarlo? Si no hubiera sido por la herencia de mamá, aún seguiría pagando el préstamo… aunque no me quejo. Keri se merece cada céntimo que nos hemos gastado.

–Estoy de acuerdo –sonrió Ali, recordando las sonrosadas mejillas de Keri. Si quería tanto a su sobrina, ¿qué sentiría por un hijo propio? Siempre le habían encantado los niños y no tenía dudas de que iba a hacer lo correcto. Sería una tonta si esperase al hombre de sus sueños. Además, ¿qué posibilidades tenía de encontrarlo? Era hora de tomar cartas en el asunto y se daba cuenta de que su hermana empezaba a entenderla–. Y no te olvides de Bárbara. Ella no tuvo tanta suerte como tú. Timmy es un cielo y ella lo quiere como como si fuera hijo suyo, pero las dos sabemos que la adopción es el último recurso, cuando todo lo demás ha fallado.

Lynne tomó la mano de su hermana.

–Cariño, que yo haya tenido problemas para quedar embarazada no significa que tú los vayas a tener.

–Ya, pero no quiero esperar hasta el último momento para saberlo. Además, no he conocido a un hombre decente en dos años. Dentro de nada tendré treinta y seguiré intentando quitarme de encima a algún petardo. Por favor, compréndelo. Necesito que me apoyes.

Ali miró a Lynne, esperando que entendiera la seriedad de su decisión.

–Veo que estás decidida –suspiró su hermana por fin–. Bueno, si lo que querías es mi bendición, ya la tienes.

Ali hubiera deseado saltar de la silla para abrazarla.

–Gracias, Lynne. Significa mucho para mí –sonrió, aliviada–. ¿Qué crees que dirá Bárbara?

–Probablemente lo mismo que yo. Primero dirá que estás loca y después que hagas lo que creas mejor. Nunca hemos sido capaces de decirte que no a nada, hermanita, y tú lo sabes.

Hermanita. Ese era el problema. A veces se preguntaba si su deseo de tener un hijo no era una forma de hacer que sus hermanas dejaran de verla como una niña. Siempre la habían tratado de ese modo, aunque llevaba siete años viviendo sola y le iba muy bien. Excepto en las relaciones amorosas. Los hombres seguían siendo un enigma para Ali.

–Y hablando de Bárbara –dijo, cambiando de conversación–. ¿Qué pasa con el traslado de Tom a Detroit?

–Pensaba que lo trasladarían antes de Navidad, pero tienen que esperar hasta la primavera –contestó su hermana, mirando a su alrededor–. Por cierto, ¿te has molestado en echar un vistazo? –susurró–. En este hospital hay un montón de hombres guapos y no creo que todos estén casados.

Ali suspiró, frustrada. De nuevo, aquel tema de conversación.

Ella no estaba buscando un médico porque seguro que se creería Dios. La experiencia se lo había demostrado. Y si, además, era guapo, lo mejor era olvidarse del asunto. Probablemente tendría un ego del tamaño de Saturno.

Pero Lynne pensaba de forma diferente.

–Mira ese rubio, el alto de la esquina.

–Por favor, Lynne. Debe medir dos metros. Justo lo que me hace falta; un hombre que mida cuarenta centímetros más que yo.

–¿Y ese con pinta de estudioso, el de las gafitas? –insistió Lynne.

–Es homosexual.

–¿Cómo lo sabes?

–No lo sé –rio Ali–. Pero podría serlo. Mira, Lynne, ¿podríamos dejar el tema por hoy? –su hermana se cruzó de brazos, irritada–. ¿Vais a ir al partido este fin de semana? –preguntó, para cambiar de conversación.

–Ken tiene que trabajar. ¿Tú quieres ir?

–¿En serio? –sonrió. El partido era uno de los mejores de la temporada y el hombre del tiempo había predicho una temperatura veraniega, inusual para el mes de septiembre en Detroit–. Claro que quiero ir… suponiendo que no quieras emparejarme con alguien, claro. Especialmente, si es médico.

–Qué manía –protestó Lynne–. Papá es médico y resulta que es un imbécil, pero eso no significa que todos los médicos lo sean.

–Podría estar de acuerdo contigo si no hubiera trabajo para esa pandilla de cirujanos insoportables el año pasado –replicó ella.

–Por cierto, papá me envió una postal hace unos días. Campanilla y él están en Tahiti.

A Ali le seguía sorprendiendo que su padre no se hubiera divorciado aún de su novia de juguete. Cuando, diez años atrás, había dejado a su madre por una chica más joven que sus hijas, había estado segura de que aquello no duraría.

Aunque ella era muy joven entonces, recordaba las excusas de su padre para llegar tarde a casa todos los días. Ali estaba segura de que su madre seguiría viva si su padre no le hubiera roto el corazón. El pensamiento la hizo sentir un escalofrío.

–Los médicos son lo peor del mundo –murmuró–. Nunca confiaría en uno.

Lynne miró a su hermana, frustrada, pero después siguió mirando a la gente que llenaba la cafetería del hospital.

–Mira, el de la mesa al lado de la ventana. Se está sentando ahora mismo.

Ali se volvió, preparada para soltar alguno de sus sarcasmos… hasta que lo vio.

Bajo la bata verde se marcaban unos músculos de atleta. Tenía unas facciones muy masculinas y unos ojos espectaculares. Eran tan azules que, incluso a distancia, llamaban la atención. El hombre se apartó el flequillo oscuro de la frente y abrió su servilleta.

Ali seguía mirándolo cuando otro hombre se sentó frente a él y dijo algo que hizo sonreír al hombre de los ojos azules. Tenía una sonrisa que iluminaba su cara… y parte de la cafetería.

–Vaya, vaya –rio Lynne–. No eres tan inmune como pareces. De verdad, Ali, creo que lees demasiadas novelas. No sabes cuántas veces te pillo con esa expresión soñadora.

Ali tomó un sorbo de té helado, nerviosa. ¿Qué le pasaba? Quedarse mirando a un extraño como una tonta…

–Bueno, cuéntame algo de mi sobrina favorita. ¿Cómo le va? –preguntó para distraer a su observadora hermana.

Lynne sonrió irónicamente antes de contestar.

Ali había escapado por los pelos, pero sabía que el asunto volvería a aparecer. Su hermana era inasequible al desaliento.

 

 

–¿Qué?

–Baja la voz –dijo Brad Darling, mirando a su alrededor–. Me has oído perfectamente.

–Pero, ¿por qué vas a hacer… eso? –preguntó Craig, escondiendo la cara detrás de su vaso de zumo, como si temiera que alguien fuera a leer sus labios.

Brad rio suavemente.

–Porque es rápido, fácil y te pagan muy bien. No todos hemos nacido en una cuna de oro como tú, Craig.

–¿Y cuántas veces… lo has hecho? –preguntó Craig.

–Hoy va a ser la primera vez. Hay una clínica de fecundación asistida en el nuevo ala del hospital y voy a ir en cuanto termine de comer –contestó Brad, preguntándose si habría hecho bien al contárselo a su amigo.

–¿Y no tienes miedo de que alguien te reconozca?

–Por favor, Craig, no voy a cometer un crimen.

–Pero tienes una reputación que mantener. Eres médico…

–Apenas.

–Bueno, somos interinos en hospital, pero aún así…

–Mira, no voy a ir con la bata puesta. Me cambiaré de ropa y entraré por la puerta principal, como si llegara de la calle. Si alguien me ve, que me vea –se encogió Brad de hombros–. Pero tampoco pienso anunciarlo.

Craig soltó una carcajada.

–Ya me puedo imaginar las bromas: «¿te has enterado de la visita de Brad al banco de esperma? Sí, me han dicho que se gana el sueldo con el sudor de su… mano».

–Muy gracioso –dijo Brad, dando un último mordisco a su bocadillo–. Tengo que irme. Hablaremos luego.

–Te diría: «No hagas nada que yo no haría», pero…

–Y así es. Porque me van a pagar por ello –sonrió Brad, tomando su bandeja.

Hubiera deseado estar tan seguro como le había hecho creer a Craig, pero en realidad, tenía el bocadillo atragantado.

Y Craig tenía razón sobre una cosa. Si sus compañeros se enteraban de lo que iba a hacer, pasarían un buen rato a su costa.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

A las dos de la tarde, Ali abrió su novela y, escondiéndose detrás del ordenador, empezó a leer donde la había dejado:

 

Sabía que aquella sería la noche. La luz de las velas iluminaba la habitación y la chimenea estaba encendida. Él levantó su copa de champán.

–Por el amor de mi vida –brindó, con una mirada tan intensa que la mareaba. Después, dejó la copa sobre la mesa y la tomó en sus brazos; sus ojos clavados en la boca femenina, sus labios acercándose hasta que…

 

–Darling –escuchó Ali, confusa.

–Sí –murmuró ella, con los ojos entrecerrados.

–Brad Darling. Tengo una cita.

Ali salió de su romántico estupor y se quedó atónita al ver frente a ella al hombre de la cafetería.

–Ah… sí, claro –murmuró, cerrando la novela y buscando en el archivo. Pero cuando volvió a levantar los ojos, él sonrió y Ali hubiera jurado que el aire acondicionado había dejado de funcionar. Rápidamente, apartó la mirada y se concentró en el informe–. Veo que se ha hecho las pruebas preliminares y parece que todo está en orden –dijo, sin mirarlo–. ¿Cuántas veces piensa venir?

–¿Perdón?

–¿Una vez a la semana, al mes?

–Pues… –empezó a decir él, aclarándose la garganta. Ali se dio cuenta de que estaba nervioso. Era normal en los primerizos–. No sé, digamos que una vez a la semana.

–¿Hoy le viene bien?

–Sí. Me viene bien.

–Si no le importa sentarse, alguien lo atenderá inmediatamente.

Mientras llamaba a la enfermera para informar de que tenían un donante esperando, Ali lo observó por el rabillo del ojo. Llevaba una camisa azul y vaqueros gastados, que le quedaban como un guante. Le gustaba más así que con la bata del hospital, aunque la bata también le quedaba de maravilla…

«Pero, ¿en qué estás pensando?», se dijo, irritada. Ali era la primera que criticaba a los hombres por fijarse solo en el físico de una mujer. Además, ella no saldría nunca con un médico. Todos los médicos se creían tocados por la mano de Dios… «¡Ajá!», pensó. Eso era. Él había ido allí con la esperanza de crear pequeños dioses. Su contribución a la raza humana.

Ali colocó el informe en el archivo, regañándose a sí misma por sus frívolos pensamientos. Afortunadamente, la enfermera pronto se lo llevaría de allí.

Pero la enfermera no salía y, cinco minutos más tarde, el hombre se acercó a ella y le regaló una sonrisa tan cegadora como la de Brad Pitt.

–¿Sabe cuánto tiempo tendré que esperar? Tengo que volver al trabajo.

Si fuera rubio, podría ser el doble de su actor favorito, pensaba Ali.

–Voy a ver qué está causando el retraso –murmuró, levantándose. Pero el hombre estaba colocado entre su escritorio y la puerta del pasillo y no le dejaba espacio para maniobrar. Ali se quedó mirando el vello oscuro que asomaba por el botón abierto de la camisa, esperando que él se apartara. Como no lo hacía, nerviosa, levantó la la mirada.

Gran error.

Los ojos del hombre eran demasiado azules. Demasiado intensos.

La puerta se abrió tras ellos y los dos se volvieron a la vez.

–¿Señor Darling? –llamó la enfermera.

–Sí –respondió él, sonriendo por última vez antes de alejarse.

Ali volvió a sentarse, suspirando. Tomó la novela y, después de una última mirada al descamisado héroe de la fotografía, la guardó en el bolso. Quizá su hermana tenía razón. Y, desde luego, aquel no era el mejor sitio para leer novelas de amor.

Afortunadamente, el teléfono empezó a sonar y el trabajo la hizo olvidar momentáneamente aquellos increíbles ojos azules.

Pero cuando Brad Darling pasó frente a ella unos minutos más tarde, lo siguió con la mirada.

Y, en ese momento, una idea empezó a tomar raíces.

 

 

Brad caminaba a toda prisa, enfadado consigo mismo. ¿Qué le había pasado?, se preguntaba. Coquetear con una empleada del banco de esperma que pensaba visitar una vez a la semana…

«Muy inteligente, desde luego», se dijo.

Tenía que olvidarse de aquella chica por completo. Aunque pareciese una de las vigilantes de la playa y tuviera un coeficiente intelectual por encima de cien. Él no tenía tiempo para hacer vida social. Al menos hasta que tuviera plaza fija como médico en el hospital. E incluso entonces tendría problemas para pagar el alquiler.

Mientras se ponía la bata en la sala de médicos, Brad intentaba no recordar los años que tardaría en devolver el préstamo de 120.000 dólares con el que había pagado sus estudios.