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Está considerado como uno de nuestros grandes clásicos. Nació en Fuente de Cantos, provincia de Badajoz, allá por el año 1598, a muy corto espacio de tiempo de otros «intocables», como Ribera o Velázquez, que nacen también al filo del 1600. Esta fecha es una de las más notables forjadoras de artistas, no sólo en España, sino también en el extranjero. Nombres como Rembrandt, Vermeer, Poussin, etc, aparecen en el mundo por las mismas fechas, es decir, son hombres de la misma generación. La generación de 1600 es una de las primeras generaciones de la Europa moderna, que es casi como decir de la Europa barroca, y está toda ella salpicada de grandes pintores.

Es una época en la que el artista está relativamente bien considerado, no tanto como en Italia, que desde el Renacimiento divinizaba la obra artística, pero nuestros pintores del XVII gozaron ya de unos privilegios y facilidades que les habían sido negados por completo a los artistas medievales.

A los dieciséis años (1614) entro de aprendiz con un pintor sevillano llamado Pedro Díaz de Villanueva, al que la Historia ha reservado un modesto emplazamiento entre los pintores de tercer orden. En el taller de Pedro Díaz de Villanueva comienza su fecunda carrera con una Concepción que firma en 1616, es decir, sólo dos años después de los primeros contactos con el pincel. La cantidad que tuvo que pagar a cambio de comida, cama y «aprender los secretos del arte» era de 16 ducados, pagaderos en dos plazos. El tutor que le protegía en estos primeros años sevillanos era un amigo de la familia llamado Pedro Delgueta, que firmo con Villanueva los contratos que ponían a Zurbarán a su servicio. Los contratos eran la forma más usual de relación profesional en los siglos XVI y XVII no sólo para estipular las condiciones de ejecución de una obra, sino incluso en estos manejos de aprendices. Es un hecho curioso que nos alarma un poco porque evidencia la falta de confianza que reinaba entonces en España. Indudablemente el «modus vivendi» del Buscón o de Rinconete y Cortadillo, debía de ser más usual de lo que cabe imaginar. El «pícaro» español de la Edad Moderna no fue, evidentemente, una entelequia de los poetas, sino una realidad inquietante.

Pero Zurbarán parece aprender muy deprisa y en 1620 le encontramos de nuevo en Llerena (Badajoz), casado y con taller propio, aunque al principio de muy modestas pretensiones. Es una etapa poco conocida de la vida del pintor, que va a durar hasta 1629, en que de nuevo abandona Llerena, acompañado ahora de su mujer, doña Beatriz de Morales, reclamado por el Cabildo de Sevilla para realizar una serie de cuadros, para el Convento de la Merced, sobre la vida de San Pedro Nolasco. Esta llegada de un pintor extremeño a Sevilla encuentra la oposición y denuncia de algunos maestros como Alonso Cano, que, sin duda, estaban acostumbrados a controlar una clientela provincial casi en plan de monopolio. Fue preciso que el Ayuntamiento dictaminara una provisión permitiendo a Zurbarán vivir y ejercer su arte en la ciudad de Sevilla, entonces la más poblada y rica de España y aun del imperio.

Otros pintores aceptaron de mejor grado la intromisión del extremeño y algunos, como Herrera el Viejo, colaboraron con él en obras como la «Vida de San Buenaventura», para el convento de los Franciscanos. Pinta en estos años gran cantidad de obras, sueltas y en conjunto, hasta que en 1631, o quizá un poco después, fue llamado a Madrid para decorar el Salón de Reinos del Buen Retiro junto a otros maestros le primera magnitud de la pintura española. Recordemos que en estas series colaboran Mayno, Velázquez, etc.