El emperador, soy yo
Una infancia en el autismo
Postfacio de Françoise Lefèvre
Traducción del francés de Manuel Serrat Crespo
Título original: L’EMPEREUR, C’EST MOI
© L’Iconoclaste, Paris, 2013
© de la edición en castellano: 2013 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
© de la traducción del francés al castellano: Manuel Serrat Crespo
Revisión del texto: Amelia Padilla
Composición: Pablo Barrio
Primera edición en papel: Enero 2014
Primera edición digital: Febrero 2014
ISBN en papel: 978-84-9988-360-1
ISBN epub: 978-84-9988-377-9
ISBN Kindle: 978-84-9988-378-6
ISBN Google: 978-84-9988-379-3
Depósito legal: B 29.135-2013
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A mi madre, que me dio a luz por segunda vez.
A mi amado padre, con agradecimiento.
A mis hermanas Hermine y Olivia,
con mi tierna complicidad.
Y a mi hermana Rebecca que padeció las peores cóleras
del principito caníbal, con mi afectuosa gratitud.
A Jean-Jacques Pauvert, mi primer lector,
por su inestimable apoyo
«Solo que no olvidéis esto: es preciso que el soñador sea más fuerte que el sueño. De lo contrario, peligra.»
El promontorio del sueño
Me llamo Julien. Julien Hugo Sylvestre Horiot, pero me llaman Julien. Tengo cuatro años. Soy muy bueno. Demasiado bueno. Cuando algo no me gusta, monto en cólera. Demasiado en cólera. Grito. Grito, aunque sin palabras.
No hablo.
Hago, a menudo, gestos repetitivos. Las ruedas me gustan especialmente. Sin duda porque la Tierra gira sobre sí misma, porque la Luna gira alrededor de la Tierra, que gira alrededor del Sol. Eso me lo dijo mi padre. ¿Pero alrededor de qué gira el Sol? Eso no me lo dijo. ¿Porque no se lo he preguntado, tal vez? De todos modos, nunca pregunto nada a nadie. Conozco el orden de las letras. Sé incluso cómo se fabrican palabras con ellas, me lo ha enseñado mi madre. Juntos, dibujamos el alfabeto y las cifras en la pared de mi habitación. También sé contar. Hasta muy lejos y muy deprisa. Puedo estar contando en mi cabeza todo el día si quiero. Sin detenerme. Pero no hablo, ni siquiera a mi madre. El único con quien me tomo el trabajo de hablar es mi peor enemigo: Julien. Únicamente cara a cara y cuando estoy solo con él. Le odio. Voy a matarle.
Sé muy bien que voy a morir. Todo eso continuará sin mí. Y no renaceré. Así no.
En resumen, tengo cuatro años y así estoy.
Giran las ruedas de los cochecitos. Gira la rueda del arado del tractor. Giran los tiovivos. Giran la Tierra, el Sol y los astros.
Yo hago girar ruedas. En cuanto puedo, todo el día. El mundo gira, de modo que giro. Marco el pulso del tiempo que pasa. Sé muy bien que si girara más deprisa, el tiempo no se aceleraría. De modo que mantengo una velocidad constante. Velocidad de crucero. La que mejor se adecua a mi brazo, a mi cuerpo. Sin duda, la misma velocidad de mi pulso. Así, mi corazón late al ritmo de la Tierra que gira. El resto del universo gira igualmente, formando así el infinito que sin duda es cosa de círculos y esferas que giran los unos en los otros, creando así el movimiento de la vida hecho de nacimientos, de muertes y de renacimientos.
Sé muy bien que voy a morir. Todo eso continuará sin mí. Y no renaceré.
Hoy, salimos. Mi madre me ha puesto la camisa blanca satinada y el pantalón de pana azul. Me siento bien. En la plaza del pueblo hay un tiovivo... que gira. Nunca he visto una rueda tan grande. Salvo la Tierra, pero la Tierra es tan vasta que no la sentimos girar. Es mi gran frustración. Me gustaría tanto sentir su movimiento. ¿Seré capaz de eso algún día? ¿Aceptará ella revelarme su secreto? Tengo cuatro años y todavía no sé lo que hay en el centro de la Tierra.
Nadie lo sabe exactamente. Esta situación no es sostenible. Rabio. Paciencia.
Te amo Tierra. ¿Me corresponderás? Creo que sí. Espero que sí. ¡Será que sí o nada!
Heme aquí en posición de partida sobre esa gran rueda. Ya está, estoy en el tiovivo. El movimiento se inicia. Y hete aquí que también yo giro. ¡Por fin! ¡Giro! Observo la columna central cubierta con un mosaico de espejos en los que danzan los reflejos de la luz y del movimiento. Contemplo el exterior; el resto del mundo desfila. ¡Por fin! ¡Me muevo con la Tierra! Mi mirada vuelve al centro y se fija en el mecanismo del eje central. Algunas ruedas giran en sentido inverso al del tiovivo para arrastrarle en su rotación. En este momento me pregunto si el núcleo de la Tierra... Pero entonces mi madre toma mi mano y la posa en las crines del caballo de madera.
¡Quita tu mano!
¡Estoy pensando en cosas importantes! ¡Más importantes que el caballo de madera! Es muy hermoso ese caballo de madera, pero ya tengo uno en casa. ¡Uno parecido! ¡Me importa un pepino el caballo de madera! ¡No es él el que hace girar el tiovivo!
Pongo de nuevo, rápidamente, la mano en la barra de hierro que se mueve también, aunque de arriba a abajo. Movimiento regular que marca el pulso del mundo. Ya está. Estoy en el movimiento. Estaba diciendo que es... ¡Ah, sí! ¿Y si el núcleo de la Tierra girara también al revés? Mi mirada se dirige de nuevo hacia el exterior. Soy como la Luna o como uno de los numerosos asteroides y satélites que giran alrededor de la Tierra. Comienzo a hacer un ruido de motor con mi boca que no habla. El mismo ruido de motor que hace el tractor. Ya está. Soy la máquina, soy el tiovivo. La Tierra gira en mí y yo giro en ella. ¡Por fin! ¡Algo ocurre!
Formamos una sola cosa.
Pero me arrancan del tiovivo. Es el hombre de la feria, el gran mecánico de este mundo. Me siento desgarrado. Regreso a mi cochecito. Regreso a la casilla de salida. El tiovivo gira sin mí. Conservo esta sensación en lo más hondo de mí mismo. Sensación de la gravedad, sensación de la fuerza centrífuga. He tocado el infinito, he tocado la eternidad.
Un día regresaré a ellos.
En casa, hay un tractor. Anaranjado. Mi padre me lleva a menudo encima. Vibra, hace ruido, un ruido tan regular y permanente que acabas por no oírlo. También las vibraciones son regulares, casi como un gato que ronronea. Estoy sentado en las rodillas de mi padre, que está sentado en el asiento del tractor. Juntos somos el tractor, labramos la tierra con el rotovator, trazamos surcos con la rastra y, de vez en cuando, cortamos las altas hierbas del prado con el triturador giratorio. A veces, bajo del tractor, encuentro una rama. Es preciso, sobre todo, que la punta de la rama se divida en varias garras, de lo contrario la cosa no puede funcionar.
Voy así, arrastrando mi pequeña rastra tras de mí y emitiendo el ruido del tractor con mi boca que no habla. Soy el tractor; más pequeño, pero un tractor de todos modos. Trazo surcos, muy paralelos a los que traza mi padre. Ida y vuelta, varias veces, por toda la superficie del huerto. Son unos surcos muy pequeños, pero sé que le ayudo. No hablo, pero estoy con él.